Lo que elegimos ser.
Ares bajó las escaleras que llevaban a las mazmorras con mucha tranquilidad. No tenía sentido ocultarse, todo se escuchaba en ese sitio, así que no fue sorpresa cuando al llegar al nivel inferior, sintió varios pares de ojos dirigirse hacia él.
Los primeros eran esos ojos magenta de la pequeña dama que, si bien ya no era una niña, seguía siendo llamada de esa manera. Algo irónico si se ponían a pensar que quien le puso ese apelativo, había desaparecido mucho antes que ella naciera.
El rubio saludó con un gesto de cabeza, serio y en silencio, algo poco habitual para él. Dejó la bandeja con comida en el suelo y sin esperar ninguna gratitud, porque vaya que Chibiusa no sabía dar gracias por nada, se retiró.
Dos celdas más adelante, el rey mismo se acercó a él al tenerlo enfrente. Darien disfrutaba verlo, ese chico era tan parecido al difunto Jadeite que, de cierta forma, alegraba su corazón solo un poco más de lo que le entristecía. Agradecido tomó su bandeja y después de darle una pequeña y sencilla sonrisa, Ares avanzó. No quería que el rey viera que también le daba gusto verlo.
Otro par de apartados más enfrente, Serena lo aguardaba. El chico pudo ver sus delgadas y delicadas manos aferradas a los barrotes de su prisión. Ares tragó saliva antes de acercarse.
-Pequeño y dulce Ares.
-Majestad—saludó el joven. Aunque Serena era ahora una prisionera, no se molestó en cambiar la manera en que se refería a ella, ni él ni nadie-. Coma algo por favor, le aseguro que es adecuado y no tiene que preocuparse por nada. Haru y Raeden lo hicieron.
La rubia sonrió débilmente a la vez que extendía una mano para tomar el recipiente, con la otra removió el cabello de la frente del joven shittenou.
-Tan atento como tu padre—dijo-. Y seguro también tan caballeroso.
Serena le guiñó un ojo y se dio la vuelta, caminó hasta el fondo de su celda y se sentó de espaldas a la puerta. Ares se sonrojó.
Esperó unos segundos tratando de calmar su respiración hasta que por fin tuvo el valor de girar a la celda de enfrente. Ahí había otro par de ojos violeta que lo miraban fijamente. Él, cuya mirada era semejante, sonrió naturalmente al ver a Diana esperándolo.
-¡Ares! -exclamó contenta, aunque en un tono bajo.
-Diana, ¿Cómo estás? -preguntó mientras se acercaba. La pequeña jovencita también estaba sonrojada por él.
-Bien, supongo que quejarme sería algo innecesario.
-¿Te han tratado bien? Sabes que si alguien te molesta yo...
-¿Por qué no habías venido?
Ares la miró, incapaz de encontrar una respuesta para esa pregunta a pesar que sabía que se la harían y que había ensayado que decir, pero nada era cierto, nada de todo lo que tenía practicado era razonable a su ver. Así que solo se encogió de hombros y le entregó la bandeja con comida a la chica de cabellos lila.
-Lo siento Diana, es complicado. Tengo que irme.
Y sin esperar más el chico se escapó. Sus rápidas pisadas hicieron hueco mientras avanzaba hasta las escaleras y luego se esfumaron en las lejanías. Diana suspiró, sabía que correría porque él era así, y ciertamente no lo culpaba.
La chica caminó con su comida hasta su cama y destapó el bento. Había arroz, verduras y pollo. En una bolsa aparte, pegada a la bandeja, estaban un par de palillos y una pequeña margarita, algo aplastada pero muy hermosa. Diana sonrió porque Ares también era así después de todo.
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10 años antes.
Fue todo un reto explicarles a Haru y a Raeden que las cosas estaban bien. Que papá y mamá tenían problemas pero que eso no sería suficiente para separarlos. Que los cuatro seguirían juntos y que, a pesar de todo lo dicho, ellos se amaban.
Haru no se tragó aquello tan fácilmente, de hecho, se rehusó a que su madre siguiera durmiendo con ella y su hermano y soltó el reto de que, si tanto se querían, ¿Por qué no duermen juntos?
Y así fue como Makoto volvió al lado del general por las noches, aunque ciertamente no era lo que su hija esperaba, después de todo Neflyte dormía poco y mientras Makoto lo hacía, él observaba el cielo desde la ventana. Por las mañanas ella despertaba muy temprano y era cuando él intentaba descansar. Demás está decir que casi no se hablaban y si lo hacían, era poco y solo lo necesario.
Una mañana, pasadas las once y después de una pesadilla, Neflyte se levantó y fue en busca de su familia. El día era cálido y luminoso, demasiado para su gusto. Makoto estaba sentada al frente en las escaleras mientras los niños corrían a la orilla del lago, acompañados de Kenji y el otro chico del pueblo. l general se sentó a su lado y la abrazó por los hombros, aquella seña que se hacían antes de tocarse cuando fingían ser pareja se volvió habitual de nuevo.
-¿Quiénes son esos chicos?
-Al mayor ya lo conoces, es Kenji el nieto del señor Takagi, el vecino de aquella cabaña-dijo señalando la casa del anciano-, el más pequeño es su primo, pasa aquí el verano.
-Ese tal Kenji, ¿Cuántos años tiene?
Makoto lo miró de reojo, Neflyte tenía la vista puesta sobre el niño de cabellos negros y piel morena que juntaba rocas y se las daba a Haru. Sonrió sinceramente por primera vez en muchos días.
-Solo son niños, no te alucines.
-Eh aprendido con los años a no menospreciar a nadie por su edad, o su fuerza, o porque parezcan unos tontos desabridos.
Y en contra de todo pronóstico, una carcajada fuerte y despreocupada salió de su boca, Makoto se tapó de inmediato pero el daño estaba hecho ya, Neflyte le había provocado reír y no pudo aguantarse. Los cuatro niños giraron hacia ella y Raeden sonrió, Haru los miró extrañada pero feliz, al menos así se sentía, aunque no lo demostró.
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15 años antes.
Jadeite caminaba rápidamente por los pasillos del palacio. No se detuvo ante nada, ni siquiera ante la llamada de atención de Artemis que lo venía persiguiendo. Apenas llegó a su habitación entró en ella y cerró la puerta con llave. Solo Rei estaba ahí, esperándolo.
-¡Dime que es mentira, por favor dímelo!
-Lo siento- respondió ella, con la mirada clavada en el suelo y casi en un susurro.
Sus manos arremetieron con furia y se enredaron en sus rubios cabellos, tirando con desesperación de ellos. Rei caminó entonces hacia él y lo tomó con cuidado del brazo, intentando calmarlo.
-¡Debí detenerlo!
-No hubieras podido hacerlo.
-¡Pero Zoycite! ¡Amy! -gruñó-. ¡Maldita sea! ¿Acaso olvidó a Freya? ¡Esa pobre niña!
Los ojos zafiro se fueron rumbo a la pequeña cama en un rincón de la habitación. Estaba vacía, pero debió estar ocupada por Enya, solo que Luna se la había llevado hacía cerca de tres meses y no la habían vuelto a ver en todo ese tiempo. Jadeite caminó hasta llegar ahí, tomó un pequeño muñeco de tela que parecía un fantasma, algo raro pero que Enya amaba mucho y que, casualmente, era un obsequio de Makoto hecho con sus propias manos.
-Iré por él, lo traeré aquí y pagará lo que ha hecho. ¡Maldita seas Neflyte! ¡Nunca hablaste de matar al estúpido de Zoycite!
-Jadeite...
La sacerdotisa se acercó a su esposo lentamente, tomando de sus manos el muñeco de la niña y esponjándolo de nuevo. Estaba al borde del llanto por la reciente pérdida de Amy, pero Rei no sabía demostrar sus emociones correctamente. No derramó ni una lágrima, muy al contrario de Jadeite quien no podía contenerse, pero si miró a aquel muñeco como si de la misma Makoto se tratase, esperaba que le hablara y les diera una respuesta a todas sus intrigantes, a aquellas que el fuego no quería responderle.
-No queríamos creerlo, pero ahora lo sabemos de cierto. Makoto y Neflyte son unos traidores.
Ambos voltearon con sorpresa al escuchar aquellas palabras. Rei estaba segura que Jadeite había cerrado la puerta, aunque el rubio no reparó en ello en ese momento. Luna los miraba con una expresión triste y cabizbaja.
-Lo traeré, debe haber una explicación... quizás él...
-No la hay Lord Jadeite, simplemente lo hicieron y aprovecharon que sailor Saturn no está para que renazcan.
-¿A qué te refieres con que no está? ¿No han dicho que ella y Plut están en las puertas del tiempo?
-Creo que es hora que sepan que Hotaru está muerta.
Rei abrió los ojos a tope mientras Jadeite trataba de aclarar la confusión en su mente. Los dos caminaron hacia Luna, serios y amenazantes.
-¿Qué pasó con Hotaru? -preguntó Rei. Luna bajó el rostro y un par de lágrimas corrieron por sus mejillas, lágrimas falsas que parecían tan reales.
-Makoto lo hizo.
-¡Mientes! -gritó Rei mientras encaraba a la pequeña mujer. Ésta retrocedió un poco ante la amenaza frente a ella. Jadeite se acercó para contener a su esposa tomándola del brazo-. Solo Serena es lo suficientemente fuerte para detener a Saturn, no hay manera que Makoto...
-¿Mate a una amiga? ¿No lo hizo con Amy? - Luna miró retadoramente a Rei quien se sintió aturdida por aquella realidad-. La pobre de Hotaru no lo vio venir.
-¿Desprevenida? ¡Claro que no!
-¡Makoto y Neflyte mataron a Amy y Zoycite! Ellos solo habían ido a verlos para ver cómo estaba Haru y tratar de que volvieran al palacio ¿Realmente no puedes creer que mataran a Hotaru? No sería la primera vez que Júpiter renegara de su destino, ¿O me equivoco? Sabes que si pierde el control ella simplemente no reconoce a nadie.
-¡No! ¡No puedo creerte! -exclamó de nuevo, mucho más molesta que al principio. Luna al ver que aquello no iba a ningún lado y que aun debía visitar a los demás, decidió cambiar el enfoque.
-¿Qué me dice usted general? ¿No lo sintió a través de su enlace?
-Neflyte no se enlazó conmigo.
-Pero Zoycite sí.
Todo él se contrajo involuntariamente. Había sentido los últimos segundos de Zoycite y cómo este había tratado de decirle algo, pero no tuvo el tiempo suficiente. Lo sintió desaparecer en el aire y solo el rostro de Neflyte vino a su mente antes de perder su escencia.
-No sé qué creer- musitó. Rei giró hacia él y ambos se miraron por una fracción de segundo. Cuando volvieron su atención a Luna, ésta sostenía el cristal de plata en sus manos. Apenas formulaban las interrogantes en sus cabezas cuando la mujer habló.
-Pues bueno, a partir de ahora creerán lo que yo les diga.
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10 años antes.
Ese día Neflyte se había recostado desde la tarde, le dolía la cabeza y estaba muy cansado por la falta de sueño, así que cuando este vino a él, simplemente aprovechó. Pero no despertó en el resto de la tarde y la noche cayó. Makoto entró a la habitación y lo vio dormido, tan tranquilo y exhausto que su compasivo y traidor corazón decidió dejarlo dormir y se recostó junto a él, a final de cuentas ella también estaba muy cansada.
Habían pasado apenas dos horas que dormían cuando el general comenzó a alterarse, gruñía levemente y se removía sin despertar. Makoto por el contrario si lo hizo, pero en lugar de llamarlo para sacarlo de su pesadilla, lo observó por un momento más.
De pronto escuchó al hombre decir su nombre, suplicarle perdón de nuevo como en aquella noche de tormenta y al final, gritar "basta" con tanta desesperación que se sentó en la cama, aturdido y mucho muy alterado.
-Neflyte, ¿Estás bien? -preguntó asustada mientras se sentaba junto con él. El general tardó unos momentos antes de voltear a verla, con los ojos saltados de susto y su ritmo cardiaco al borde de un paro. No dijo palabra, solo respiraba profundamente.
Volvió su vista al frente y miró sus manos temblorosas, las mantas lo cubrían hasta las caderas dejando su torso desnudo al aire. Después de un minuto o dos, se llevó las manos al cabello, pero solo logró alborotarlo más, echándolo sobre su cara. Se cubrió sus ojos con ellas y comenzó a sollozar. Makoto miró todo aquello, asustada y preocupada.
Y por instinto, se acercó a él y acarició sus manos, logrando que las bajara y dejando que ella despejara sus ojos de los rebeldes mechones de cabello que colgaban frente a ellos. Le acomodó la melena y volvió a sus mejillas, viendo con agrado como él respondía favorablemente, inclinándose a su toque y ralentizando su respiración.
-Todo está bien, estoy contigo-susurró.
Neflyte giró hacia ella y parpadeó. Esos ojos verdes lo miraban con dulzura y genuina preocupación, sus manos tibias calentaban su piel fría pero sudorosa. Era un infierno, su infierno personal y no podía callarlo más tiempo.
-Ella me tiene, secuestra mis sueños-musitó lloroso-. No recuerdo cuando fue la última vez que dormí bien.
-¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Cuándo paso eso? -Neflyte la miró fijamente y fue suficiente para que ella entendiera.
-Tenía miedo que pudiera dar con nosotros a través de mí.
Lo primero que sintió fue una rabia fugaz por descubrir tan pronto que no había sido tan sincero con ella como aseguró aquella noche bajo la tormenta. Pero lo entendía, verlo ahí al borde de un infarto y sufriendo como lo hacía le ayudó a entender su miedo y su frustración. Ella tampoco le había dicho que soñaba con Kunzite y si bien, ya no era tan frecuente, esos sueños seguían ahí y aparecían de vez en cuando.
-Déjame ayudarte.
Rodeó a aquel hombre con sus brazos, algo complicado por la posición en la que estaban, pero lo consiguió. Neflyte se inclinó sobre su pecho y ambos volvieron a acostarse, con él cobijado en ella.
Los latidos del corazón de la guerrera lograron calmar la angustia del general, siempre lo había hecho sobre todo en aquellas noches lejanas donde compartían el lecho por gusto propio. Si él despertaba mientras ella no, se acurrucaba así, solo para sentirla.
Afuera llovía con moderada fuerza. Los árboles se movían por el viento fuerte y la lluvia escurría mientras el vidrio se empañaba por dentro. Los truenos eran fuertes, pero no tanto como cuando la mujer que estaba con él, los llamaba. Aunque si lo suficiente para amortiguar los gemidos que comenzaron a adueñarse de la habitación.
Cuando Neflyte al fin se hubo calmado, se vio a sí mismo atrapado por el aura reconfortante de su mujer, a la que amaba con desesperación y deseaba recuperar a como diera lugar, así que lo intentó y para su sorpresa, logró avanzar.
Solo tocarse fue suficiente para que sus cuerpos se reconocieran y se reclamaran. Había pasado ya tanto tiempo desde que sus pieles desnudas se rozaron que ninguno pudo resistirse, tan así que ni el rencor acumulado y el recelo no fueron suficientes para que alguno se detuviera, aunque ella lo pensó un par de veces.
Sus labios encontraron los de ella y lo demás no fue más que el instinto hablando. La ropa estorbó en poco tiempo y, como si no se hubieran visto en años, hicieron el amor ferozmente casi toda la noche, sin decir más palabra en el proceso.
Cuando el cansancio por fin los venció, él la abrazó por la espalda con la intención de volver a dormir, pero entonces sus labios lo traicionaron y acercándose a su oído comenzó a susurrarle.
-Luna conoce nuestros defectos y los usa para llegar a nosotros. Usó el miedo de Zoycite y Amy de perder a Freya. A ti para llegar a Kunzite y las inseguridades de Mina. Aprovechó mi enlace con Kunzite para entrar en mi mente y desde entonces me ha perturbado con sueños que no puedo describirte. Siempre he sido un hombre orgulloso y celoso, y tú eres el foco de ambos conflictos para mí. Estoy orgulloso de tenerte y celoso de perderte, eres mi debilidad.
-Eh tenido esos sueños también- respondió ella casi dormida, pero había escuchado todo perfectamente. Neflyte dibujó un gesto confuso y sorprendido en su rostro-, pero eso no fue razón para abandonarte.
-Y a través de esa lealtad y tu instinto de cuidar de todos pensaba lastimarte.
-No es una excusa para dejarme sin decirme nada y llevarte a mi hija.
-Lo sé, lo siento tanto. Te prometo que a partir de ahora...
-No te confundas Neflyte, -lo interrumpió toscamente-, esto solo ha sido sexo y nada más y como te he dicho antes, tus promesas ya no significan nada para mí.
Guardó silencio. Aquellas palabras fueron duras y crueles, pero no podía quejarse, sabía bien el daño que hizo y que no podía esperar que hacerle el amor arreglara todo. Así que lentamente se soltó de aquel abrazo y se tumbó de espaldas. Ella se recogió un poco en la misma posición, sus propias palabras resonaban en su cabeza como un reclamo. Makoto mentía, estar con Neflyte nunca había sido solo sexo, ¿Cómo podría?
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22 años antes.
Era un hombre nocturno, atraído por el brillo de las estrellas. También era un hombre confundido que trataba de entender desesperadamente lo que acababan de contarle. ¿Acaso le estarían jugando una broma?
Su cabeza seguía clavada en el firmamento mientras que en su mano derecha colgaba un vacilante cigarro a punto de la extinción. Seguía preguntando, exigiendo más información hasta que unas voces en el jardín llamaron su atención. Dejó por un momento su interrogatorio porque conocía aquella risa y estaba en su instinto seguirla siempre que la escuchaba.
Los encontró cerca de la fuente. Makoto llevaba el saco de Kunzite sobre sus hombros, mientras el comandante se despedía de ella con un beso en los nudillos. La vio queriendo devolver la prenda pero él se negó y en cambio, le regaló una caricia en la mejilla. La ojiverde sonrió y se marchó. Un minuto después Kunzite también se había ido.
-No es correcto espiar a las personas general—dijo una voz a sus espaldas. Neflyte giró para ver de frente a la guardiana del tiempo.
-¿Y qué hacía usted entonces señorita Meiou?
Setsuna sonrió levemente mientras se acercaba al hombre. Lo pasó de largo hasta llegar al borde de la barandilla y observar el jardín también. Pudo ver a Michiru y a Rei encontrarse casi en el mismo punto donde Kunzite y Makoto estuvieron parados un par de minutos atrás.
-Vienen aquí, ¿Está preparado?
-No veo como sería posible prepararse para ello. Yo mismo no entiendo lo que está pasando-resopló-. Las estrellas están siendo dispersas y vagas esta noche.
-¿No será usted el que es disperso? -indagó-. ¿Sabe que lo que acaba de ver no es lo que piensa? Al menos no todavía.
-Tampoco está muy lejos de serlo-respondió mientras sacaba un nuevo cigarro de la cajetilla. Setsuna pudo apreciar que el piso estaba lleno de colillas aun humeantes.
-Sé que sabe lo que debe hacer y entre esas cosas no puede permitir que siga avanzando esa relación. Deberá encontrar la manera de apartarla de él y de cualquiera de ustedes, incluyéndolo.
-Dicen que soy bueno para ahuyentar a la gente.
Setsunan giró hacia Neflyte, justo cuando las dos senshis que observaba se perdieron de vista. El tiempo se agotaba.
-Conoce la amenaza general, solo hay dos salidas. O hace lo que su corazón le dicta o lo deja pasar. Si escoge el primer camino yo lo ayudaré, si lo deja pasar estará solo, ¿Lo entiende? - Los ojos marrones se fijaron en la mujer del tiempo, cuyo semblante serio era de por si desafiante-. Cuando ellas lleguen aquí tendrá que tener una postura inamovible. No pueden verlo todo, esa es nuestra ventaja.
-No sé si pueda hacerlo, no soy...
-Lo es, deberá serlo. No hay nadie más que pueda ocupar su lugar, ¿Lo entiende?
Neflyte estaba por responder, pero la puerta de la azotea se abrió de golpe. Rei y Michiru llegaron jadeantes y alteradas, salieron apresuradas hasta encarar a ambos a poca distancia.
-El fuego...- dijo Rei.
-Y el espejo.
-Las arenas del tiempo han hablado-agregó Setsuna.
-Y las estrellas.
-¡Esto no puede estar pasando! ¿Qué dicen las estrellas? -preguntó Rei mientras se acercaba a Neflyte, el hombre permaneció quieto con la mirada sostenida en los ojos amatista.
-Setsuna, ¿Qué pasa aquí? -cuestionó Michiru, notando el extraño comportamiento de ambos morenos.
La senshi del tiempo echó su larga melena hacía atrás mientras dirigía una mirada fugaz al general, que solo asintió con la cabeza. Setsuna volvió de nuevo su atención a Michiru y Rei, quienes, sorprendidas, abrieron sus ojos ante la inminente amenaza.
-Marte, Neptuno, lo sentimos. No podemos dejar que ustedes intervengan.
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10 años antes.
El clima del verano era excelente en aquella parte del país, el lago que tenían enfrente ayudaba mucho también.
Haru, Raeden, Kenji y otros dos pequeños estaban acostados en sacos de dormir precisamente junto al lago, Neflyte los vigilaba sentado en los escalones de la casa. Había algo relajante en ver a sus hijos interactuar con más chicos de su edad, era un poco de normalidad que deseaba desesperadamente darles a manos llenas, pero aún faltaba mucho camino por recorrer.
Estuvieron brincando por horas, contando historias y asando malvaviscos en la hoguera. Festejaban el cumpleaños número cinco de Raeden y aunque tenían el miedo latente de que en cualquier momento alguien pudiera venir por ellos, tampoco podían hacer caso omiso del deseo del pequeño, después de todo el cumpleaños anterior había estado solo con su madre y Neflyte tenía que reparar ese daño.
Makoto dormía adentro, había pasado más de un mes desde aquella noche que estuvieron juntos y desde entonces, las cosas habían vuelto a una nueva normalidad, donde podían dormir al mismo tiempo de vez en cuando, pero sin intimar. Lo más cercano a eso era cuando el general se retorcía por las pesadillas y Makoto tomaba su mano en señal de consuelo. Esa tarde en particular estaba algo agotada, había horneado un pastel y galletas, además de preparar la fiesta para el pequeño remolino y los niños cercanos, Makoto juraba que dormiría toda la noche. Pero despertó, probablemente por los gritos de los infantes y sus risas que retumbaban en toda la casa.
Los miró por la ventana de la cocina y sonrió, imaginó fugazmente la vida que podrían tener si todo aquel endemoniado plan daba resultados. Tenía esperanzas, pero al ver a los demás niños ahí, no pudo evitar pensar en las pequeñas Freya, Yune y Asahí que estaban en el palacio y en cómo se habían quedado sin padres. Tembló solo de pensar quien podría venir ahora, ¿Serían sus propios hijos los próximos huérfanos?
Estuvo ahí de pie hasta que los vio caer uno a uno, victimas del cansancio, entonces fue cuando salió en encuentro del general. Lo encontró aun al pie de las escaleras, comiendo semillas.
-Creí que nunca se dormirían-resopló en un susurro cuando la sintió cerca. Ella bajó hasta donde él estaba y le ofreció una taza de té que aceptó sin reparo.
-¿Dices que un grupo de niños son capaces de derrotar a un shittenou?
-Digo que podrían conmigo, contigo y con todas las senshis y shittenous del universo de ser necesario.
Makoto sonrió levemente mientras pasaba su vista por cada una de las cabezas que asomaban bajo las mantas. Reconoció de inmediato a los dos castaños de cabellos rebeldes y mentalmente hizo la anotación de que debía cortarles el cabello pronto. Luego miró al peli negro que respiraba profundamente justo al lado de su hija. Sonrió más traviesamente cuando vio cerca de Haru, un ramillete de flores silvestres, similares a las cosmos que estaban sobre el florero en la mesa.
-Creo que quizás tengas razón y estén por pedirnos la mano de Haru—dijo burlona, tratando de hacer un poco de conversación. No sabía por qué, pero había despertado de muy buen humor.
-Siento pena por él.
-¿Qué dices? -el tono de sorpresa rayó en lo cómico.
-Me han pedido ya la mano de Haru—dijo tan serio que Makoto puso una genuina cara de consternación-. No te preocupes, aún lo considero.
-¿Qué estás diciendo? -insistió, incrédula y casi temiendo que aquel hombre hubiera ofrecido a su hija sin su consentimiento.
Makoto estaba a punto de tomarlo por la playera y obligarlo a hablar, cuando notó que la mirada de Neflyte estaba fija en dirección a los niños, justo sobre el lago. Buscó ella misma aquello que robaba la atención del hombre y su sorpresa fue mayúscula cuando sobre la cristalina agua, la delirante y enigmática silueta de un fulgoroso Pegaso hacía su aparición.
Estaba quieto y en absoluto silencio. Makoto sintió su sangre helar por completo.
Estaba preparada o al menos hecha a la idea de enfrentar a sus amigas y compañeras, ¿Pero Helios? ¿Se podía pelear con Helios acaso?
La senshi volteó hacía donde el general se encontraba y de nueva cuenta, para su asombro, él seguía mirando tranquilo y sin inmutarse, mientras el Pegaso avanzaba hacia ellos.
Makoto corrió hacía donde los niños estaban profundamente dormidos y se paró cerca dispuesta a defenderlos, pero Helios pasó de largo, solo inclinando su cabeza y dejando un halo de luz hermoso pero inofensivo. Aquella figura se detuvo solo frente a Neflyte y en el más incómodo silencio, recobró su forma humana. Ambos hombres se saludaron con una reverencia.
-Helios.
-Lord Neflyte.
Aquel encuentro duró solo un par de minutos, ante la mirada atónita no solo de Makoto, sino de un niño rubio de ojos amatista que fingía dormir dentro de uno de los sacos.
CONTINUARÁ...
Muchas gracias a todos por leer, LitaKino1987, Valefer, Jovides1, Darkkitty01, LadiJupite, como siempre agradecida por sus votos y comentarios.
Lector anónimo, muchas gracias.
Saludos.
