Hasta pronto hermano.
Makoto se puso en pie con toda la delicadeza que pudo para no despertarlos. Ares, Raeden y Haru habían caído rendidos ante el sueño después del día más infame de sus vidas hasta entonces, aunque debió echar mano de algunas plantas tranquilizadoras con las que preparó un té.
La batalla, como todas las batallas en el universo, había sido cruenta y despiadada, dejando solo perdedores que no podrían reponerse tan fácilmente.
Rei y Jadeite no estaban más, ¿Qué victoria había en eso?
Después de terminar la batalla y calmar a los chicos, Neflyte le dio instrucciones a Ares para que lo ayudara a llevar al resto de la familia al siguiente refugio. Primero lo llevó a él y se demoraron un rato, mismo en que Makoto creyó que aprovechaba para hablarle y consolarlo.
Volvieron, y una vez que recuperaron lo más básico, aquello que había sido guardado en el refugio, los dos adultos y los tres niños se transportaron a una vieja choza en un muy rural pueblo al norte de Hokkaido.
El lugar estaba rodeado por un inmerso campo de trigo que superaba la altura de Ares y Raeden, lo que en la oscuridad de la noche resultaba aterrador. Además, llovía y el viento no ayudaba a calmar la tormenta que también llevaban en su interior.
Los chicos se bañaron mientras Makoto preparaba la cena con lo poco que había en la despensa. La única voz que se escuchó por esa noche fue la de la senshi del trueno, quien tuvo que guiar al resto de los integrantes a base de instrucciones simples y palabras suaves. Eran cinco corazones rotos cada uno a su manera, pero el más fuerte debía tragarse el dolor y continuar por el bien de los otros.
Una vez los hizo dormidos y arropados, salió con cuidado de la habitación, tratando de distraer su mente en una lista de los artículos que deberían ir a buscar al pueblo a la mañana siguiente. Dormir se antojaba complicado y la adrenalina en su cuerpo no iba a cooperar.
Sin contar que todavía había alguien que necesitaba su consuelo.
Buscó a Neflyte en la habitación pero no estaba. Tampoco lo encontró en la cocina o en la sala, mas el ruido de la regadera habierta lo delató y ella, muy preocupada por él, decidió esperarlo a salir del baño. Pero los minutos pasaron y lo único que salía por la puerta era el vapor resultante del agua caliente. Así que se decidió y entró.
Lo encontró recogido en sí mismo, bajo la regadera abierta, aun vestido y empapado hasta la médula.
-¿Neflyte? ¿Qué pasa? -preguntó mientras corría la cortina y contemplaba al hombre deshecho a sus pies. Cerró la llave y se inclinó a su lado, acunando su rostro afligido entre sus manos, sus lágrimas se habían mezclado con el agua que ahora escurría de todo él-. Mírame, por favor mírame.
El shitennou abrió sus ojos, aquellos que estaban enrojecidos por el llanto y que no solo mostraban su dolor, si no el alma rota ante lo que él consideraba su acto más abominable y a la vez, su más grande sacrificio.
Makoto lo miró directamente, esas dos esmeraldas también cristalizadas por el llanto. Acercó su rostro al del hombre que había sido su pareja por muchos años, su pilar y su sustento. Olvidó todo aquel dolor que ahogó su corazón por tanto tiempo, porque ese ser asustado y herido, que había cometido terribles errores, acababa de salvar a su hijo a costa de la vida de su hermano.
Eso era algo que, para ella, compensaba todo lo demás.
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5 años antes.
La impotencia y un dolor que no supo describir se apoderaron de Andrew en el instante que vio bajar por las escaleras de su casa a Raeden y a Ares con no más que una pequeña mochila cada uno. Todas sus pertenencias, las cosas importantes en sus vidas iban ahí, y a él le pareció tan poco y tan deprimente, que su primer impulso fue correr a abrazarlos.
Los niños lo recibieron de buena gana, y su corazón siempre noble se sintió reconfortado.
Andrew había aprendido en esos pocos meses y con aquellos dos chicos, lo que Neflyte sintió toda su vida por Haru. Eran suyos, aunque no fueran su sangre.
-¿Están seguros que quieren hacer esto? -les preguntó mientras los miraba directo a la cara, esos dos rostros infantiles que habían visto lo peor de la vida a su corta edad.
Los dos asintieron con la cabeza casi al mismo tiempo. Andrew deseó ser alguien para impedirlo, pero también sabía que ellos tenían su propia misión, aquella de la que el general le habló en su carta póstuma. Debía dejarlos ir.
-Esta es su casa, y nosotros su familia. Sé que las cosas no empezaron bien y que quizá no fui la guía que necesitaban, pero Reika y yo los queremos. Aquí siempre tendrán un hogar, un lugar seguro a donde regresar.
-Muchas gracias Furuhata-san. Pero tengo que hacer esto para que mis hermanas también tengan la misma oportunidad.
Andrew sonrió, pero por dentro estaba llorando. Ese par de niños tenían más agallas que muchos de los compañeros en sus clandestinas e infructíferas juntas anarquistas, incluso que él. Volvió a abrazar a cada uno y los apretó tan fuerte como pudo, aunque seguro para ellos no era nada.
Se retiró para darles un vistazo por última vez. Era como ver a Jadeite y a Neflyte, a los que no conoció lo suficiente y que, sin embargo, de una forma u otra habían ganado su respeto. Recordaba al rubio de ojos azules y sonrisa cálida cuando iba a ver a Rei a su alcoba. Siempre le ofrecía algo de beber y nunca se despegaba de su lado, dispuesto a cooperar o ayudarlo en cualquier cosa que necesitara. Incluso se había encargado en cada ocasión, de enviarle un presente después de atender los partos de la sacerdotisa. Era un buen sujeto, no le cabía duda.
En cuanto a Neflyte, con todas las reservas que su obstinado ser pudiera llegar a tener, debía reconocerle que fue un buen padre, incluso para aquellos que no eran propiamente sus hijos. Los educó personalmente y les enseñó no solo a pelear, sino a leer y cuestionar la naturaleza de las cosas, aunque Makoto también tuvo mucho que ver con ello.
Y, por otro lado, verlos a los ojos era ver a Rei y a Makoto. Ese par de amigas inseparables que tenían el sueño de comerse al mundo, que siempre fueron consuelo y esperanza para los que las rodearon y por supuesto, mujeres de gran valía.
El mundo no solo se había quedado sin poderosos guerreros, sino que había perdido maravillosos seres humanos.
Andrew, que nunca había sido una persona espiritual, pidió al Kami por la protección de los dos niños que iban en camino a madurar vertiginosamente.
Una vez que se despidió, se hizo a un lado para darle paso a Haru, cuyo dolor y tristeza eran evidentes en ese hermoso rostro adolescente ahogado en lágrimas. Los dos chicos la abrazaron al mismo tiempo y ella se hizo a ellos con tanta fuerza que verlos dolía.
-Les diría que llamaran, pero es peligroso—dijo mientras los alejaba y secaba unas perlas de dolor de sus mejillas-. Puedes usar las estrellas, pero diles que hablen despacio.
-¿Sabes escucharlas? -preguntó Ares sorprendido. Raeden y Haru lo miraron serios y luego rieron con complicidad.
-¡Desde luego que no! -exclamó risueña-, pero tenemos nuestro método.
Haru abrazó a Ares y le dio un beso en la mejilla, el chico le devolvió uno igual y luego caminó rumbo a Hotaru, Assanuma y Dioné que los aguardaban en la salida. Reika le dio un paquete con algunas galletas y una pequeña cajita.
-Esto es un regalo para ti—dijo mientras sobaba su cabeza con ahínco-. Es un relicario, no tenía fotos de tus padres, pero conseguí una de las noticias y otras de tus hermanas... ¡Es algo muy casero, un poco de edición, pero supongo que será una forma de llevarlos contigo siempre!
Ares abrió el relicario y efectivamente encontró una foto en cada compartimiento, Reika no podría ganar un concurso de diseño, pero definitivamente era la mujer más maravillosa en el mundo en ese momento. El pequeño rubio no pudo contener su emoción y se colgó de su cuello, visiblemente conmovido.
-Será una gran mamá algún día, señora Furuhata.
Reika se apenó y enmudeció.
Mientras tanto, del otro lado del salón, Raeden y Haru estaban sumidos en el abrazo más melancólico que cualquiera de los presentes habían contemplado. Andrew se preguntó si separarlos era una buena idea, si sus padres verían con buenos ojos este plan. Nunca lo sabría, lo que si podía saber es que era necesario para mantenerlos a salvo.
-Cuídate mucho y hazle caso a los señores Ittou, sobre todo a Hotaru-sama, mamá le tenía un gran aprecio y un poco de miedo—dijo, esto último casi en un susurro que Hotaru escuchó perfecto y que le sacó una sonrisa.
-¿Qué harás tú mientras? -preguntó el chico bastante inquieto, dejar a su hermana le daba mucho miedo, después de todo él se sentía responsable de su bienestar.
-Entrenar, no solo debes reforzar el cuerpo y la resistencia, también el cerebro.
Los dos chicos sonrieron ante la mención de aquellas palabras que el shitennou decía cuando no querían estudiar. Haru pellizcó una última vez la mejilla de su hermano, que en venganza decidió sacarle la lengua como cuando eran más pequeños. Rieron un momento antes que un carraspeo de Hotaru los trajera de vuelta a la realidad.
-Te quiero hermana.
-Y yo a ti, hermanito.
Salieron todos de la casa rumbo al patio de atrás, Hotaru iba realmente rodeada de hombres fuertes y bondadosos, pero se agarró del brazo del rubio de ojos verdes al que había entregado su corazón muchos años atrás.
Todos se despidieron con la mano de Reika, Andrew, Molly y Haru, quien se adelantó un poco para ver por última vez en mucho tiempo a los dos chicos que eran sus hermanos.
-¡Hasta pronto hermano! -alcanzó a gritar entre lágrimas derramadas, antes de verlos desvanecerse ante sus ojos.
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10 años antes.
Los gritos de Jadeite y Rei eran realmente desgarradores. El relámpago que había impactado en ellos estaba escociéndolos por dentro y su agonía se antojaba inacabable. Neflyte no podía seguir escuchando aquello y supo que no debía hacerlo cuando miró los ojos muy abiertos de Raeden, que estaba más que afectado por el inhumano espectáculo.
No podía permitir eso.
Tiró de él y lo aventó en los brazos de Haru, que también estaba inamovible y consternada ante la imagen de la muerte. Los dos niños cayeron hacia atrás y fue en ese momento en que decidió intervenir por el bien no solo de su hermano de armas, sino de los tres pequeños que presenciaban la escena.
Neflyte reunió energía en sus manos y en contra de su corazón, atacó de nuevo a los ya vencidos y casi moribundos guerreros del fuego y el hielo.
La tormenta eléctrica cedió en cuanto ambos cayeron al suelo, irradiando calor y aparentemente muertos. Pero no.
-¡Mamá! -gritó Ares con tal desgarro que Makoto lo soltó, no siendo capaz de evitar que el pequeño corriera en busca de su madre.
Cuando Ares llegó, Rei había perdido su transformación y Jedite, tirado a un par de metros, yacía boca abajo, inmóvil.
-¡Mamá! ¡Mami! ¡Despierta! -suplicó mientras se arrodillaba a su lado, sus manos posadas en el rostro herido ardiente de la senshi del fuego-. ¡Mami, por favor, soy Ares!
Cada súplica del pequeño rubio era una daga clavada en el corazón del general.
-Ares.
Rei abrió los ojos con mucho pesar, era notorio el dolor que su cuerpo estaba sufriendo, pero aún así intentó tomar el rostro de su hijo, solo que no pudo y fue Ares quien tomó su mano y la pegó a su mejilla, frotándose en ella con desesperación.
-Vas a estar bien mami, te vas a curar.
La sacerdotisa sonrió, apenas una pequeña mueca. Sus labios parecían querer decir algo, por eso el niño se inclinó hacia ella y escuchó atento el susurro de una madre que al fin tenía el control de su corazón-. Pórtate bien mi niño, cuida a tus hermanas, obedece a Mako-chan.
Ares sollozó, era pequeño, pero era muy inteligente y tanto Neflyte como Makoto habían explicado mil veces que esto podía pasar, que debía estar preparado. Aún así el dolor era inevitable y su corazón de niño apenas si podía soportarlo.
Neflyte le pidió a Haru y Raeden que no se acercaran, cuando los niños asintieron comenzó a andar rumbo a Jedite, a tiempo para recogerlo en sus brazos por última vez. El rubio abrió los ojos, esos hermosos orbes azules y claros que incluso a punto de morir, seguían mostrando la travesura en ellos.
-Siempre supe que llorarías mi muerte, idiota-vociferó lenta y dolorosamente, una sonrisa apenas visible en sus labios rotos. Neflyte sonrió, aunque el gesto no llegó a sus ojos, sin embargo, despejó su rostro del enmarañado nido de cabellos rubios, mojados en sudor y lluvia.
-Siempre supe que viviría más que tú, imbécil.
Jadeite rio, una carcajada ahogada en dolor, pero con ese sonido puro que caracterizaba al shitennou del este, solo que esta ocasión terminó en un ataque de dolorosa tos. Neflyte lo apretó más a él, con un intenso deseo de no soltarlo. Jadeite siempre fue el más cercano de sus hermanos, el hombre por el que hubiera dado la vida en cualquier otra ocasión.
-Cuida a Ares y si puedes, saca a Enya y a Nerea de ahí, son listas, si les hablas te seguirán.
-Nuestra meta es liberarlas, es por todas ellas que hacemos esto, ¿Lo entiendes?
Jadeite sonrió, al menos hasta que el dolor lo hizo gruñir y encogerse de nuevo-. Llévame a ella, te lo ruego.
Tratando de no lastimarlo más, Neflyte se alzó con el cuerpo malherido de su amigo y dio algunos pasos hasta llegar a donde Rei, Ares y Makoto ya aguardaban. Pudo ver a la castaña consolar a su vez a la mujer del fuego, su mano surcando sus mejillas y limpiando las lágrimas que no pudo contener.
-Perdóname por no poder hacer las cosas de diferente manera-pidió Neflyte a Rei, mientras depositaba un beso en su mano. La miko lo miró primero con reprobación, pero terminó por sonreírle. Luego él y Makoto se alejaron, dándoles su espacio.
Ares se arrojó sobre el pecho de su padre, que aunque dolido, lo aceptó gustoso y lo abrazó con una mano, mientras que la otra buscaba hacerse paso entre la tierra para encontrar la mano de su esposa. Cuando sus dedos se tocaron, ella le dio entrada y entonces entrelazaron sus manos, como tantas veces lo habían hecho, pero con mucho más anhelo.
-Mi pequeño-susurraba el rubio a su hijo, que parecía deshacerse en llanto sobre él. Con la mano que lo había abrazado ahora removía sus cabellos, una caricia que el niño tenía años soñando y que no esperaba recibir de esta manera.
-Perdón, papi perdón, yo no quería... -No mi niño. Perdóname a mí, por no ser fuerte para ti—las lágrimas volvieron a los ojos del moribundo hombre-, perdóname por no poder librarme de ese hechizo que no me dejó demostrarte lo mucho que te amo, nunca quise lastimarte.
Ares alzó su rostro para ver a su padre llorar, se fue sobre él para cubrirlo de los besos que por tanto tiempo había querido darle. Era un pequeño que apenas cumplía seis años pronto, aunque tuviera sangre de guerrero, no dejaba de ser un niño que veía a sus padres morir.
Parados cerca y con la presión de tener el tiempo encima, Makoto y Neflyte miraban la escena con un nudo en la garganta. A pesar que habían hecho lo mismo con sus demás compañeros, nunca habían sentido las manos tan llenas de sangre como hasta entonces. Algo dentro de ellos moría también.
Raeden y Haru corrieron a su encuentro y cada uno tomó a uno de sus padres, se aferraron a ellos con fuerza, llorando como los niños que eran y que no debían dejar de ser. Esa maldita lucha había tomado demasiadas vidas ya y ni siquiera se veía cerca el final.
-Dame un momento con tu madre, ¿Quieres? -preguntó Jadeite y Ares se asustó, había llegado el final y lo sabía. Besó a su papá por última vez y también a su madre. Escuchó de ambos lo mucho que lo amaban a él y a sus hermanas y retrocedió, apenas unos pasos antes de ser tomado en brazos por Makoto.
-Hola bonita, ¿Qué harás más tarde? -Rei sonrió, un par de lágrimas corrieron por sus mejillas.
-Eres un tonto—dijo-, pero eres mi tonto.
-Solo tuyo, mi hermosa diosa del fuego—se arrastró un poco para acercarse más a ella, Rei ya no podía moverse y apenas tuvo fuerzas para girar a verlo, esos ojos amatista destilaban todo el amor que solo él conocía, bueno él y sus hijos-. Lamento no haberte dicho más cuanto te amaba.
-Me amas, me amas y me amarás, así como te amo y te amaré-corrigió, su cuerpo girado logró acercar su rostro al de ella-. Lamento no haber sido sincero, pero no lamento los hijos que tuvimos, porque son lo mejor que hice en cualquiera de mis vidas.
-Que hicimos.
-Te amo esposa mía, recuérdalo.
-Nunca lo olvidaré, mi amor.
Apenas sus labios lograron rozar los de ella, un beso que para cualquiera sería cosa de niños pero que, para dos enamorados en su último suspiro, supo igual que el primero.
Neflyte se acercó a ellos, se detuvo cerca de sus cabezas y se agachó para susurrarles algunas tristes palabras. Rei fue la primera en irse, envuelta en un halo de luz que asemejaba al fuego que tanto amó y respetó. Cuando sus dedos desaparecieron del tacto de Jadeite, el rubio miró de reojo a su amigo y sonrió.
-Hasta pronto hermano. -Y el shitennou más enamorado dejó este mundo con una sonrisa en los labios y un deseo en el corazón.
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-¡Escúchame bien! ¡Mírame, mírame a los ojos! -exigió con fuerza mientras trataba de traer de vuelta la perturbada alma del hombre frente a ella. Neflyte estaba en shock, con su piel helada y sus ojos perdidos en el universo. Makoto lo entendía, ella misma quería derrumbarse en ese momento y llorar la muerte de Rei, la de Mina y la de Amy, pero no podía, no había tiempo y sobre todo, no era el momento-. Neflyte, te necesito aquí, conmigo, con nuestros hijos, ¿Puedes entenderlo? ¡Sé que te come el dolor, sé cuánto querías a tus hermanos y sobre todo a Jadeite, pero nosotros te queremos aquí, te necesitamos!
Makoto acariciaba con medida fuerza el rostro del general, trataba de hacerlo reaccionar mientras buscaba la manera de sacarlo del baño. Estaba helado y agotado, no sabía si alguien vendría pronto en su búsqueda, enfermarse y tirarse a la desesperación, con tres chicos llorando los horrores de su guerra, no era una opción para ellos.
-Lo acabé, fui yo quien terminó con él. -balbuceó mientras sus ojos se abrian angustiados. Makoto miró aquello como una buena señal, comenzaba a hablar.
-¡Sí! ¡Fuiste tú! Pero, ¿Sabes por qué lo hiciste? ¿Entiendes que hubiera pasado si no lo hacías tú? ¡Tendrías dos pequeños con el cargo de conciencia de haber asesinado a alguien! Hiciste lo que tenías que hacer, fuiste un hombre valiente y Jadeite no te perdonaría nunca que hubiese sido diferente. Hiciste lo correcto.
Lentamente Neflyte dejó de temblar, pero nunca apartó la vista recién recuperada de esos ojos verdes esmeraldas que estaban cansados y un poco rojizos de tanto llorar. Tomó las manos de Makoto, y comenzó a besarlas y a acariciarlas con su rostro bañado en lágrimas.
Ella tenía razón, eso era justo lo que pasó por su mente cuando decidió atacar a sus amigos una última vez. No podía concebir la idea de que sus hijos remotamente pensaran que habían sido los actores en un hecho tan despreciable. Era su mano y no la de nadie más, la que debía liberarlos.
Después de muchos minutos más, casi al filo de la media noche, Makoto logró levantar a Neflyte y encaminarlo a la alcoba que compartirían. Una vieja habitación a la que le había sacado un poco de polvo y que no tenía nada más que una cama, una cómoda, un viejo ropero y una mesa con dos sillas. Él nunca esperó llegar a usar aquel refugio y ciertamente no contaba con que traería dos niños más aparte de Haru. La casa estaba urgida de arreglos, pero se ocuparían otro día, esa noche debían intentar descansar.
La empapada y desgastada ropa cayó al suelo en un golpe tosco, ella lo ayudó a secarse con los viejos blancos que encontró en un cajón. Nunca habían estado en condiciones tan deplorables, ni siquiera en la cabaña llena de polvo y sin luz a la que llegaron primero.
Pero todo lo que no tenían en lujos lo compensaban en unión. Para entonces ya habían pasado por tantos conflictos internos y externos que Makoto había aprendido a separar los verdaderamente importantes del resto. Después de todo tenían una misión, salvar a los tres pequeños y a todas las demás niñas encerradas en el palacio bajo el yugo de Luna y su hambre de poder.
Ella no sabía si lo lograría. No sabía si el hombre frente a ella todavía tenía secretos que contarle, pero sabía que debía confiar en él, porque nunca había hecho menos que demostrarle que lo estaba haciendo por ella y sus hijos, todos ellos.
Lo metió en la cama y se acostó a su lado, lo atrajo hacía ella bajo las cobijas que olían a encerrado y que se sentían rasposas. Estaba con él, lo demás no era importante.
Rememoró la triste disculpa que Rei había ofrecido a Jedite sobre todas aquellas veces en que no le dijo que lo amaba, aunque lo sintiera. Un nudo se formó en su garganta al pensar que pudieron ser ellos quienes no volvieran a abrazarse, que pudo ser ella quien no le dijera a su general todo lo que sentía por él. Rei y Jadeite eran la envidia del palacio, un amor más fuerte y puro que cualquiera sin temor a equivocarse.
¡Y estuvieron a punto de trascender sin decirse por última vez "te amo"! ¡Qué agonía!
A su mente también llegó la petición que había hecho el general por la tarde, quería hacerle el amor por si no llegaban a esas horas de la noche. Por fortuna llegaron y aunque ella hubiese querido mostrarle de manera física que seguían siendo uno solo, se limitó a hacerle el amor a la manera más poética posible; lo abrazó con fuerza mientras acariciaba sus cabellos aun húmedos y le susurraba al oído que era él y solamente él, el amor de su vida.
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Actualidad.
La mayoría de los todavía habitantes del destruido palacio ya dormían para esas horas. Solo la sombra de la guerrera encargada de la guardia podía verse pasar por los pasillos vagamente iluminados por las luces intermitentes de las lámparas dañadas.
Ella era sigilosa, ágil, letal. Un elemento cuyo mayor logro era haber pasado casi inadvertido durante los últimos días, parte fundamental de su plan.
Llegó a la puerta que llevaba a las mazmorras, tenía la intención de bajar y alterar un poco los nervios de aquella chica de cabellos de chicle que rabiaba con solo verla. Pero justo a nada de llegar decidió cambiar el rumbo y dirigirse a donde antes se irguiera el salón del fuego, donde la antigua senshi de Marte solía consultarlo.
Sin embargo, tampoco entró. Se limitó a contemplar su interior desde la puerta. Podía sentir la energía residual de una invocación reciente, una sonrisa enigmática tiró de sus labios.
Anduvo un poco más hasta llegar a la derrumbada "cueva de los chicos", un salón que ya no valía medio yen desde que el rubio de ojos azules perdió la batalla ante el embrujo que terminó con su existencia. Ahí ni siquiera se detuvo, no había nada que le interesara.
No fue hasta que llegó al viejo invernadero cuando por fin se dio el tiempo de contemplar con calma la zona. Estaba sucio y seco unos días atrás, ella lo había visto con sus propios ojos. Pero ahora lucía limpio y con todas las plantas en brotes que prometían florecer con amor y cuidados.
Salvo una. Esa rosa eterna que parecía indolente incluso a su presencia y poder, ¿Qué tenía de especial aquella planta que ni ella se atrevía a tocar?
-Es curioso como el ser más frágil puede ser tan irreverente, ¿No lo crees así Mirai?
La senshi del tiempo se alzó de nuevo, su certero ataque contra esa flor que se burlaba del tiempo tendría que esperar.
-Nada supera al tiempo, todo tiene caducidad.
-Díselo a ella.
Mirai giró de nuevo hacía la rosa, y en un sorpresivo y letal movimiento partió el tallo en dos, dejando un reguero de pétalos rojos que la ligera brisa empezó a mover en su dirección.
-Aprendiste bien, estoy tan orgullosa.
La silueta de aquel animal tan negro como la noche, se movió furtivo entre las plantas y macetas, con mucho cuidado de no derribar ninguna que pudiera alertar a cualquier noctámbulo en las cercanías. Caminó rumbo a la chica que, con su orbe granate recién recuperado, había adoptado una actitud de la cual su madre estaría orgullosa, aunque no tanto.
-Dame una razón para no capturarte y alertar a todos de tu presencia, eres la más buscada en el universo entero. -dijo solemne, sin apartar la vista de la gata negra. Luna la miró con antipatía.
-Soy la única que te comprende y lo sabes. La que te ha cuidado como una madre durante toda tu vida, mucho más allá de Michiru-san que, si bien te procuró, no te amaba tanto como a Nerea y Yune. Eres despreciada incluso por las despreciadas y ni hablar de esa mocosa hija de Júpiter, que desafiando tu status, no ha hecho más que arrebatarte el liderazgo que por cuna te corresponde.
Mirai entrecerró los ojos y ladeó la cabeza, las palabras de Luna no le eran desconocidas ni le sonaban a endulzamiento. Aquello tenía un toque de verdad, uno bueno.
-Ayúdame a derrotarlas, ayúdame a ponerlas en su lugar y demostrarles que han nacido para servir y no ser servidas. Serás su líder absoluta, princesa y futura soberana de esta tierra, porque ni tu padre ni tu berrinchuda hermana merecen el título tan noble que corre por tus venas.
Una sonrisa tiró de los labios de la regente del tiempo. Luna sabía la clase de aliada que sería aquella capaz de pausar la historia. Era su única opción y, sin embargo, la más efectiva de todas.
Mirai estaba a punto de responder, pero el chirrido de la pesada puerta abriéndose la hizo saltar y obligó a la gata a perderse de nuevo entre las sombras. Yune y Nerea entraron motivadas por las voces que escucharon.
-Mirai, estás aquí. ¿Hablabas con alguien?
La chica de larga melena negra con destellos en verde negó con la cabeza, se hizo a un lado un mechón y con toda la serenidad del mundo caminó a la salida, pasando de largo de sus dos compañeras.
-No era nada, ya saben que me gusta pensar en voz alta.
Salió del lugar con una idea floreciendo en su cabeza, al igual que aquella rosa que no pensaba morir tan fácilmente.
CONTINUARÁ...
Bueno, pues a mi se me arrugó el corazón con este capítulo y si a ustedes no... ¡Qué fríos! Jajaja
Espero de todo corazón que lo disfruten, como veran ya vamos a la recta final, aunque apenas empezándola... es cuestión cien capitulos más jajaja no se crean, de unos doce pero bueno, a ver cuantos salen.
Gracias por sus comentarios, saben que me motivan y es en serio, si no les respondo es porque me pongo a subir ya bien noche y me gana el sueño, pero siempre los leo y los releo con mucho entusiasmo.
Saludos.
