Pequeños grandes momentos.

Ella se tomó el tiempo para sentir las cicatrices de la última batalla todavía tatuadas en aquella torturada espalda. Fue algo brutal, un golpe desgarrador tanto para el cuerpo como el corazón, dejando en evidencia que ya no estaban sanando tan rápidamente.

Aun así, estaba extasiada en él, en ese poderoso hombre que seguía haciéndole el amor como la primera vez, que seguía mirándola a los ojos mientras estaban conectados, siendo uno. Neflyte era su roca, una que se había desmoronado por unos meses, pero que seguía firme, por ella y por su recién ampliada familia.

Había pasado ya más de medio año desde la cruenta batalla en contra de Jadeite y Rei, pero se sentía todavía demasiado cercano. Ares lo había tomado con un poco más de resignación que Neflyte, él seguía saliendo algunas noches al campo y se tumbaba de rodillas cerca de la casa, implorándole al cielo piedad, suplicando perdón por lo que él consideraba su acto más abominable.

Makoto sufría en silencio por él, por sus amigos y por el pequeño rubio que ahora era tan querido como un hijo más.

Por fortuna el general se recuperaba poco a poco, por eso nunca puso un alto a sus escapadas nocturnas que parecían ayudarle en algo. Lo que al principio era un clamor desesperado al universo por un poco de alivio, ahora parecían noches de charla y negociación. Makoto estaba segura que Neflyte simulaba hablar con Jadeite de vez en cuando, sobre todo cuando paseaba aquella roca verdusca entre sus dedos al amparo de la noche. No sabía que tan bueno era para él, hasta que por las mañanas comenzó a amanecer de mejor humor y a entrenar de nuevo a los chicos, ahora con un poco de más severidad. Después de todo, el final estaba cerca, el miedo se respiraba en el aire.

Aquella mañana había salido a tender la ropa mientras Neflyte llevaba a los niños al nuevo escondite. El viento removía las sábanas blancas y sus cobrizos cabellos con la alegría típica de un hermoso día de primavera, donde las flores brotaban y las aves trinaban como si el mundo no se estuviera hundiendo en la miseria. Sonrió con nerviosismo, después de todo la fresca brisa le recordaba que pronto su ama y señora vendría por ella y su familia. Se estremeció.

-Ven aquí -susurró Neflyte a sus espaldas mientras tomaba su mano y la jalaba de vuelta a la casa. Makoto apenas pudo reaccionar al impulsivo acercamiento. Neflyte parecía un hombre muy activo esa mañana, incluso creyó verlo sonreír mientras surcaban por las filas de telas recién lavadas.

Pronto se vio en la habitación que compartían de nuevo. La ropa le fue sacada con tanta destreza que temía que, si parpadeaba, se perdería de aquella travesura. En gloriosos instantes estaba bajo él, bailando al compás del mismo apasionado tango.

-Los niños pueden venir –le dijo al oído cuando él por fin le liberó los labios.

-Los dejé ocupados. -respondió contra la piel de su cuello-. Sé mía, no hables.

Ella se calló y siguió el vaivén de sus caderas con frenética devoción. Pronto sintió el orgasmo tocar a su puerta y poco después el de él, quien gimió tan roncamente que Makoto no pudo más que ruborizarse. Neflyte se había vuelto salvaje en ese sentido desde la última pelea, como si tratara de dejarle en claro cuanto necesitaba de ella.

-¡Estás loco! Es difícil hacer esto de noche cuando los niños duermen y te atreves a asaltarme de día -lo regañó falsamente, Neflyte sonrió aun tumbado sobre ella, una mueca un tanto desvergonzada.

-Te dije que los dejé en el refugio. Raeden aprende a teletransportarse, no pueden salir de ahí si no lo hace.

-¿Y que acaso no conoces a tu propio hijo?

Neflyte sonrió orgulloso ante el comentario. Haru y Raeden lo hacían sentir así con sus logros. Esos niños se habían convertido en su motor, y la razón más poderosa por la que abandonó su depresión y surgió de nuevo, más decidido que nunca a conseguir su libertad.

Estaba por presumir de sus genes cuando un chasquido a sus espaldas los hizo girar a ambos con terror. Tres pequeños aparecieron en las puertas de la habitación.

-¡Papá, lo logré! -gritó el pequeño castaño.

Makoto se asustó por la escena que los niños estaban por contemplar. En un acopio de sus fuerzas aventó a Neflyte a un costado de la cama mientras ella se cubría con la sábana. El shitennou cayó hasta el suelo, con un ruido seco y un gemido muy distinto a los que acababa de gruñir un poco antes. Los tres pares de ojos miraron aquello con extrañeza mientras ella moría de vergüenza y horror.

-¡Salgan de aquí! ¡Vayan a la cocina ahora mismo! -gritó.

-¡Pero mamá, me pude teletransportar!

-¡Excelente cariño, pero salgan ahora! -exigió.

-Papá dijo que habría wafles si lo conseguía.

-Todos los que quieras campeón-aseguró Neflyte desde el suelo, tratando de incorporarse—, pero salgan ahora, obedezcan a su madre.

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Detrás de una puerta puedes guardar muchas cosas, pero no un sentimiento. Eso lo sabía muy bien Setsuna Meiou, quien por más que había querido dejar encerrado en la puerta del pasado el amor puro y aplastante que sentía por el rey Endymion, nunca lo consiguió.

En cambio, aprendió a vivir así, con sus labios sellados para cualquier clase de confesión y sus ojos y oídos entrenados para existir a su alrededor. Pero su corazón siempre iba en una frecuencia diferente.

Setsuna amaba a Chibiusa con la misma intensidad de siempre, pero su convivencia se había vuelto de otro tipo. La presencia de la reina y de todo su séquito fue ese aleteó de mariposa que cambió por completo su existencia. Ahora estaba frente a una princesa mimada en extremo, con una idea fija de supremacía que nada tenía que ver con la dulce niña de cabellos rosas y ojos a tono que solía visitarla en la soledad de su puerta.

Y además estaba él, ese fantasma de piel clara, cabellos negros como la noche y ojos azules como los zafiros más encantadores que ella había visto jamás. Era Darien una tremenda tentación que amenazaba con destruirla por dentro, sobre todo aquella noche.

El palacio estaba lleno de noctámbulos, que solían comportarse como espíritus chocarreros, sin embargo, cada uno respetaba el lugar del otro, por eso cuando la senshi del tiempo llegó a su espacio personal, a ese pequeño rincón detrás de la biblioteca, escondido entre frondosos árboles y generosas enredaderas, se sorprendió de ver al mismísimo rey Endymion sentado en su banca, con la cabeza entre las manos mirando al suelo.

Aquella visión la descolocó, él era el único capaz de hacer temblar su temple de acero, el único que podía ruborizarla sin proponérselo y desde luego, su tormento personal.

Sacudió la cabeza para acomodar sus ideas y luego se dirigió a él, con ese rostro imperturbable que había aprendido a sostener a toda costa. Estando cerca lo llamó, él volteó a verla desde su altura con ese gesto de alma desconsolada que se cargaba últimamente.

-Setsuna. -susurró. Ella le sonrió-. Perdona, sé que éste es tu lugar, pero ... no sabía a donde más ir.

-¿Pasa algo mi señor?

-Darien, llámame Darien ¿Quieres? No estoy de humor para formalidades insulsas.

Setsuna frunció el ceño, un poco molesta, pero pronto lo suavizó, convencida que no pretendía insultarla.

-¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó más firme. Él se recorrió un poco de su lugar, un claro indicio que deseaba que se sentara a su lado.

-Dime una cosa Setsuna, ¿Cómo lograste estar tanto tiempo sola en la puerta? ¿No te carcomía la angustia, la soledad?

Ese era un tema que no le gustaba compartir con nadie. ¡Claro que la angustia y la soledad la comían cada día y cada noche! Aunque lo cierto es que no tenía noción de ellas mientras estaba ahí. Era una extraña particularidad, la regente del tiempo no lo notaba pasar cuando se sumergía en aquel hastío y abandono.

Cada día era igual que el anterior, cada murmullo ocasional del viento parecía repetirse exactamente de la misma manera que el que acababa de escuchar, cada sonido de sus zapatos contra el infinito suelo, perforaban sus oídos, taladraban su mente. Hasta el tintinear de las llaves que colgaban a su cintura era siempre el mismo. Hasta que él llegó.

Él y solo él, el rey Endymion, había mostrado interés en verla solo por el gusto de hacerlo. Después de una incontable cantidad de años de haber sido dejada a custodiar una puerta que hasta el momento nadie, ni ella, se había atrevido a cruzar. Claro que el hombre a su lado no era el mismo que su esporádico pero amado visitante, aunque en teoría sí. A Darien le faltaban muchas cosas por vivir antes de tener la mentalidad del rey que solía acompañarla de vez en cuando, pero su destino era tan cruel y su corazón tan noble, que incluso bajo estas circunstancias, ella lo amaba.

-Perdóname, es probable que no quieras hablar de ello-exclamó el oji azul un tanto apenado, sobre todo después de ver el rostro desencajado de la mujer.

-Te acostumbras-respondió, ignorando su disculpa-. Lo peor de la soledad y el hastío es cuando te acostumbras, cuando ya no buscas nada nuevo en la vida y aceptas que tu destino es aquel que parece encerrarte en una burbuja.

Apenas terminó de hablar giró el rostro buscando un escondite. Esa había sido su voz sí, pero gobernada por el corazón por primera vez en muchos años. Setsuna se llevó las manos a la boca, preocupada por la posibilidad de que más verdades salieran de ella.

Darien se puso en pie y la alcanzó, tomándola por un hombro. Ella se estremeció de inmediato, nunca antes en esta era él la había tocado con tanta cercanía, sentía que en cualquier momento el corazón podría salirse por su pecho.

-No quiero acostumbrarme a una vida que no deseo-declaró-, no si hay opciones que permitan que todo funcione.

-¿A qué te refieres?

El monarca no respondió, en su lugar avanzó un poco, con toda la intención de retirarse. Había dudas, preguntas que lo atormentaban por las noches y le robaban el sueño. La mayoría de ellas estaban relacionadas con el futuro, con lo que se esperaba de él y con sus verdaderas capacidades y actividades como soberano de Terra. Era una enorme responsabilidad liderear un planeta entero y le resultaba aplastante no tener una referencia clara de lo que debía hacer y no.

¿Era acaso la longevidad la respuesta correcta? ¿No estaba el mundo ya en apuros como para hacer eso posible? ¿No habría problemas más importantes por resolver? Todo eso lo aquejaba, pero sus inquietudes siempre eran minimizadas por Luna y Serena, quienes le pedían que dejara todo aquello en sus manos. Por desgracia, tenía reservas con la primera y la segunda tampoco le inspiraba mucha confianza, ya ni siquiera tanto amor.

Pero eso era algo que tenía que callar, ¿Cómo iba a confesarle todo eso a alguien?

-Darien... -ella susurró.

Fue entonces cuando el oji azul giró con rudeza, avanzó decidido de nuevo a la senshi del tiempo y la tomó por ambos hombros, firme pero con cautela. Sus zafiros se clavaron en ese par de orbes púrpura, donde se vio reflejado por primera vez. Estaba conmocionado, extrañamente envalentonado frente a la única mujer que le rehuía cada vez que podía.

-Dime Setsuna, ¿Quién era yo? ¿Yo soy ese rey al que tú conociste? ¿Quién era él? ¿Era bueno o malo? ¿Era justo y honesto? ¿Acaso era importante? ¿Hacía algo por el planeta además de observar?

La aturdió a preguntas dentro de la misma línea, fue ahí que ella conoció el verdadero sentir del hombre que se aferraba cada vez más a su agarre. Esos ojos azules comenzaron a llenarse de lágrimas, todavía contenidas por la poca dignidad que le quedaba. ¿Qué le iba a decir? ¿Que ella solo conocía al hombre y no al rey? ¡No! Nadie podía saber eso.

Pero esa no era una noche para mentiras, era la noche de la verdad que esperaba saltar cada vez que sus labios se abrían.

-No eres como él-respondió-. Tú... aún no eres como él.

Darien calló ante aquellas palabras que no fueron más que un leve susurro, pero que al mismo tiempo fueron tan poderosas como para golpearlo profundamente. Bajó sus manos lentamente, solo entonces se dio cuenta que le estaba lastimando, aunque ella no dijera nada. Ahora estaba apenado y se maldijo a sí mismo internamente, comenzaba a perder los estribos tan fácil que se sentía a un paso de la locura.

-Soy... soy un fraude. -espetó-. Un maldito fraude.

Hizo el ademán de girar para irse, pero entonces Setsuna logró capturar su mano con la propia. El toque tibio y gentil fue reconfortante de una forma en que él no pudo explicar por mucho tiempo.

-No eres como él, aún no. Y espero que nunca lo seas.

-¿Qué significa eso? -preguntó, asombrado de aquellas palabras.

-Tú... él... Endymion. -suspiró-. Endymion era un rey triste y apático, solitario e introvertido. Él estuvo solo todo el tiempo, rodeado de senshis que más que sus amigas eran sus soldados. Él... él venía a mí por conversación, por un poco de normalidad en un mundo regido por estrictas reglas que no comulgaban con su forma de ser y a las que tampoco se decidió a ponerles fin. No tenía amigos verdaderos que se preocuparan por él, solo amaba a su hija hasta donde recuerdo. -Darien abrió los ojos sorprendidos, pero no dijo nada, esperando un poco más de información-. Tú no eres él, tú tienes tus propias ideas y quieres luchar por ellas. Tienes a tus hombres, fue tu voluntad lo que les concedió una segunda oportunidad. Tú sueñas, te inquietas y actúas, incluso dudas de tus capacidades para gobernar. A Endymion eso no le importaba, cedió su trono a cambio de que lo dejaran en paz. ¡Tú no puedes ser como él! ¡No lo seas!

Aquello último fue una dolorosa exigencia, un desgarrador grito que solo escucharon ellos dos. Fue entonces cuando las lágrimas por fin brotaron, solo que corrieron por las mejillas de la hermosa mujer del tiempo, cuidadora de la puerta.

Darien soltó su agarre para consolarla. Corrió algunas lágrimas con sus propios dedos, una caricia dulce y suave que calmó a la sollozante mujer y la hizo ruborizar. Setsuna Meiou no solía tener esa clase de exabruptos, ella era una outer en toda la extensión de la palabra, seria, fuerte, inquebrantable. Pero frente a Darien Chiba solo era una mujer enamorada, una chica cuyos sentimientos eran tan poderosos como ella.

-¿Por qué lloras? No llores, no era mi intención verte sufrir. -dijo suavemente, tratando de calmarla. Setsuna suspiró un par de veces antes de poder detener su llanto.

-Oh, lo siento mi señor. Es solo que...

Pero Darien calló sus palabras colocando un dedo sobre sus labios. Ese rostro de piel canela y ojos brillantes le parecieron lo más bello que había visto en años. Un intenso calor reconfortante inundó su cuerpo, lo recorrió entero antes de salir por su rostro en una tibia sonrisa plagada de nostalgia.

-¿Acaso tú?

La pregunta murió ahí, no había necesidad de completarla. El silencio reinó por interminables segundos antes que ella bajara un poco el rostro, aceptando una verdad que había intentado callar. Creyó que su boca sería la traidora, pero ésta no era más que el mensajero del corazón que, una vez desbordado, no resistiría mucho tiempo.

Bajó el rostro avergonzada y pretendió escapar, pero ahora fue él quien la detuvo. Estaba a punto de insistir en su escape cuando sintió que unos labios suaves y un tanto salados capturaban los suyos. Permaneció con los ojos abiertos y completamente atónita ante lo que sucedía, Darien la había besado y no conforme, buscaba la forma de profundizar un poco más.

Todo en ella le pedía que huyera, lo exigía en un grito mortal que no quiso escuchar.

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3 años antes.

Haru ya era toda una hermosa jovencita. Los años solo hacían evidente que era una digna hija de su madre, una copia fiel que, para su pesar, debía disimular constantemente.

Cortó su cabello y lo mantuvo así por mucho tiempo, usó lentillas de color azul y ropa suelta que la hacían lucir un tanto ruda. Cada vez que Andrew la miraba le rompía el corazón, Makoto seguramente se sentiría triste de ver a su hija escondida entre las sombras, aparentando ser algo que no era para sobrevivir. Solo se vestía como una chica adorable cuando tenía la oportunidad de ver a Raeden y a Ares, quienes a su vez crecían desmesuradamente.

En el grupo secreto de insurrectos se presentó como una sobrina de Reika caída en desgracia por lo que ahora ellos eran sus nuevos padres. Nadie nunca dudó, Andrew y Reika siempre habían sido honestos y respetados en la comunidad. Así fue como Haru comenzó a asistir a las juntas, aunque su padre no estaba muy de acuerdo, así que para su tranquilidad ella siempre guardaba silencio y se quedaba en un rincón, simplemente escuchando.

Lo más difícil de todo era tener que oír como algunos de los miembros hablaban de los guerreros difuntos con desdén y desprecio. Aprendió a no apretar los dientes cuando se atrevían a burlarse del general del norte y la senshi de Júpiter, con todo y que la mayoría del mundo conocía bien que habían escapado. Algunos no guardaban respeto por nadie, ni siquiera por la pobre chica de saturno que un día se fue siendo aún muy joven y nunca más volvió.

Haru pensaba que el hecho de que ellos se alegraran con esas muertes, no los hacía mejores personas que Luna y compañía.

Por el resto de la semana, Andrew trataba de darle una vida lo más normal posible. Por las mañanas Reika le daba clases en casa, la científica estaba asombrada ya que Neflyte había hecho un buen trabajo con ella y los chicos, según palabras de Assanuma, quien hacia lo mismo con ellos. Nunca tuvo problemas para que siguiera instrucciones, salvo en las tardes de fuertes tormentas, donde su elemento que, aunque en poca cantidad seguía corriendo por su sangre, la llamaba.

Entonces, mientras ella se sentaba en la ventana a mirar el temporal, la castaña la observaba a la distancia, siempre en silencio y respetuosamente. Como antropóloga, Reika Nakamura tenía una fascinación por el ser humano y su evolución, y Haru era un ejemplo vivo de ello, uno que daba tantas respuestas como nuevas incógnitas.

Una tarde que Andrew estaba en casa la descubrió mirándola, movido por su misma curiosidad decidió cuestionarla al respecto.

-No es normal-respondió-. Lo que quiero decir, es que quizá si ella tiene un poder, es desconocido para todos. Piénsalo, Dioné también es hijo de un muggle.

-¿Muggle? ¿Esto es Harry Potter? -preguntó enarcando unan ceja, ella sonrió.

-¿Cómo debo nombrarnos entonces? Ellos también son humanos a final de cuentas. -Andrew entornó los ojos al cielo y luego sonrió derrotado-. Quizá su poder aún no se manifiesta.

-No hay tal -respondió fuerte y claro, como si estuvieran hablando con ella-. Papá Neflyte me lo dijo hace muchos años, no tengo poder y tampoco lo necesito. La falta de poder me ha hecho libre, me ha permitido no ser detectada. El poder no lo es todo, ellos tampoco eran los más fuertes ¿Sabían? Y aun así lograron vencerlos a todos, bueno, a casi todos. Solo hizo falta inteligencia, coraje, disciplina. Esas tres cosas son mejor que el poder mal utilizado.

Ella tenía razón, Andrew estaba convencido que su hija era una chica muy madura y capaz, aunque no dejaba de pensar que no había sido gracias a él. Cierto era que la etapa de celos por el extinto general estaba casi en el olvido, pero eso no significaba que él no quisiera hacer algo para solucionar la vida de su pequeña y sus hermanos. Por eso no claudicaba en la búsqueda de un plan que los hiciera derrocar al gobierno, dedicaba sus días y noches a pensar, incluso durante sus jornadas laborales.

-Haru, -llamó el rubio, interrumpiendo un largo silencio-. Dices que sabes dónde encontrar el resto de los cristales que tu madre y Neflyte recuperaron, ¿Cierto? -la chica asintió-. ¿Puedes llevarme a ese lugar?

-Aún no es tiempo.

-¿A qué te refieres con eso?

La chica saltó de su lugar y caminó rumbo a ellos, tenía las mejillas un poco sonrojadas, señal de que había intentado contener el llanto por un buen tiempo. Las tardes de lluvia solían humedecer sus ojos, decía ella.

-Digo que solo el tiempo dirá el momento adecuado para ir por ellos.

-Por "el tiempo" ¿Estás hablando metafóricamente? ¿O de manera literal?

La chica sonrió, no era una burla en sí, pero la pregunta había causado gracia en ella. Andrew le frunció el ceño, había pasado un día pesado en su consultorio y estaba cansado, no tenía ganas de discutir con ella ni con nadie. Por eso, cuando Haru le sonrió un poco burlona, pero compensó su gesto con un abrazo cariñoso y largo que sorprendió al rubio, simplemente se conmovió. Era la primera vez que ella hacía aquello en mucho tiempo, así que no perdió oportunidad y también la abrazó.

-Es un poco de ambas papá, pero cuando ese día llegue no dudes en que iremos juntos.

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9 años antes.

-¿Y bien? -preguntó Haru, en un despliegue de su curiosidad y poca paciencia. Era una chica lista que no podía quedarse con una duda mucho tiempo. Makoto miró a Neflyte de reojo, ella cocinaba el desayuno mientras él fregaba algunos platos.

-¿Y bien cariño? -preguntó Makoto, con la esperanza que no fuera lo que pensaba.

-¿Van a decirnos que pasó allá adentro? Parecían asustados.

La mirada esmeralda escaneó a Neflyte con furia. Él dejó los platos y se secó las manos, volviendo la atención a los niños que esperaban una respuesta.

-Bueno, su madre y yo estábamos jugando.

-¿A qué?

-Un juego que juegan los adultos y que les explicaré cuando tengan la edad suficiente. Así que dejen de hacer preguntas y váyanse a lavar, vamos a servir el desayuno.

-Pues a mamá no debe gustarle el juego, parece que va a llorar cuando juegan por las noches.

Makoto ahogó una risa nerviosa mientras veía los colores en el rostro de Neflyte. El shitennou frunció el ceño con desagrado exagerado, lo que lo hacía evidentemente falso. Con una no muy sutil mirada le pidió a la castaña que saliera en defensa, pero ella se encogió de hombros divertida.

-Vamos, tú les estabas explicando bien—dijo.

-Estaban haciendo bebés. -soltó Ares de forma muy casual mientras colocaba mermelada en sus waffles. Los cuatro castaños fijaron su atención en él.

-¿Qué? ¿Vamos a tener otro hermanito? -preguntó Haru exaltada y algo molesta-. ¡Debe ser una niña, ¿Oyeron? ! ¡Los niños son muy fastidiosos!

-¡No estábamos haciendo bebés! -exclamó Makoto-. Ares no digas esas cosas.

-Una vez entré a la habitación de mis padres y mamá también arrojó a papá de la cama. Él me dijo que estaban practicando para hacer bebés, aunque... no me dijo cómo.

Una mezcla entre nostalgia y diversión golpeó en el pecho a Neflyte, solo Jadeite podría decir semejantes cosas con tanto descaro.

-Bueno, si es algo así. Pero no estábamos haciendo bebés. Esa es la forma en que los adultos se demuestran su amor también, y a veces, cuando hay mucho amor, nace un bebé.

-Entonces, cuando sea adulto ¿Así le diré a alguien que lo amo? -preguntó la pequeña Haru, algo emocionada.

-¡Tienes que casarte primero! Y para eso yo debo darte permiso, ¿Entendiste señorita? -exigió Neflyte, con la vena celosa brincando en su frente. Para este punto, Makoto estaba muy divertida con la conversación tan casual.

-Pero ustedes no se casaron y aun así lo hacen... ¡Que tramposos!

Fue un comentario inocente de una niña que apenas seguía aprendiendo de la vida, pero que para su madre, conllevó un sentimiento que había dejado olvidado por mucho tiempo. Neflyte lo notó al ver su sonrisa sincera desvanecerse en un gesto un poco más forzado.

-Tu madre y yo no pudimos casarnos entonces por razones que les explicaremos algún día. Pero te aseguro que, en mi corazón, ella es mi mujer y ustedes son mis hijos, los tres. No necesito que nadie más confirme lo que acabo de decirte, nadie además de nosotros. Ahora empiecen a comer, así ya no podrán seguir hablando.

Los tres niños tomaron su desayuno entre miradas de complicidad. Makoto miró a Neflyte y éste la observó a ella. Habían pasado momentos muy duros en su vida que los habían llevado ahí y que a su vez, los habían privado de cosas que los hubieran hecho muy felices. Era un precio bajo por pagar para obtener a cambio la libertad de sus hijos. Ella nunca se había arrepentido de ello, ahora tenía nuevos sueños y mejores razones para salir adelante.

Fue sacada de sus pensamientos cuando sintió su mano ser capturada por el general. Él la llevó a sus labios y besó sus nudillos, con sus ojos chocolates fijos en las esmeraldas.

-Yo soy tuyo y sé que eres mía.

Makoto sonrió de nuevo, Neflyte siempre sabía que decir.

CONTINUARÁ...

¡Volví! Bien, nunca me he ido, pero mi mente vagó por muchos fics más... ahora estoy aquí otra vez y no prometo nada, pero intentaré seguir el hilo más seguido.

Gracias a quienes siguen leyendo... los reviews me motivan a publicar jajaja.

Saludos.