Mientras no me faltes tú.
9 años antes.
Makoto miraba por la ventana el nuevo hobbie de Neflyte. Unos días atrás habían traído una vieja camioneta de una granja aledaña. El pobre vehículo había visto sus mejores tiempos hacía mucho y apenas si llegó con ellos cuando decidió ahogarse. Desde entonces Neflyte había tratado de repararla, algo que hubiera sido fácil con su poder, pero difícil considerando que debía hacerlo él mismo.
Ella había encontrado un poco de diversión en ello. Le gustaba verlo trabajar con las manos, como lo hacía en la primera casa en la que estuvieron, cuando tallaba piezas de madera para Haru o reparaba el techo, o como en el pueblo de Ena, junto al mar, ayudando a los pescadores a descargar al final del día. Ahora estaba bañado en sudor, moviendo cables debajo de la chatarra esa y gritando alguna que otra grosería cuando no la hacía funcionar.
Ella nunca soñó con un esposo rico o una vida de lujos, le bastaba con que le gustara trabajar y la amara mucho. Por eso adoraba ver a Andrew con su bata de médico, se veía tan guapo con ella y además era excelente doctor, muy noble con la gente que no tenía como pagarle y siempre muy profesional. En ese aspecto, Neflyte tenía la desventaja, era un tipo con dinero a quien solo veía vagar por el palacio sin oficio alguno, llegando al punto de creerlo incapaz de que supiera hacer algo que no fuera pelear. Esa fue una de las razones por las que se decidió en primer lugar, pero por lo visto las apariencias la engañaron una vez más.
Sentía una fascinación cuando lo veía ensuciarse las manos con trabajo honesto o con labores domésticas. El shitennou había resultado ser una caja de sorpresas que podía reparar un tejado con la misma determinación con la que lavaba un plato o bañaba a los niños.
Salió de su ensoñación y volvió a su trabajo en la cocina donde lavaba los platos, giró la llave para dejar correr el agua y de pronto ésta se botó. El agua comenzó a salir del fregadero por todos lados, empapando todo en la cocina. Makoto gritó asustada por lo inesperado del evento, los niños gritaron cuando ella gritó. Neflyte se asustó y corrió rumbo a la casa, entrando abruptamente, asustándolos una vez más a todos.
-¿Qué rayos pasa aquí? -preguntó alterado. Los chicos señalaron a la cocina. Él giró para ver a Makoto luchar contra la esporádica fuente en su fregadero-. ¿De nuevo? -gruñó.
Se acercó rápidamente y sacó las herramientas un tanto oxidadas de debajo de un mueble, luego se tumbó a un lado de Makoto para cerrar la llave de paso y acabar con su baño sorpresa. Cuando volvió a ponerse en pie, la ojiverde se quitaba el exceso de agua del rostro.
-Perdón por asustarte, estaba distraída y me tomó por sorpresa—dijo sonriente, pero él solo hizo una mueca desganada y se puso a revisar la llave rota-. ¿Estás molesto? -preguntó al ver su excesiva seriedad.
-Cámbiate la ropa, te enfermaras.
Su tono fue tan frío que la incomodó. No quiso molestarlo más así que solo se retiró, pasando a un lado de los chicos que hacían sus deberes en la sala-. Sigan en ello, no molesten a papá-les susurró. Los tres asintieron.
Makoto entró en su habitación y se dirigió al baño, ahí se quitó la camiseta empapada y buscó un poco por otra para vestirse. Pronto descubrió que la escasa ropa que tenía estaba muy gastada, así que fue apilando aquella que necesitaba remiendos y la que ya no le quedaba para dársela a Haru. Al fondo encontró una remera de Neflyte que arremangó para poder usar.
-¿Qué haces? -escuchó a sus espaldas, sobresaltándose un poco.
-Buscaba algo que ponerme, pero debo coser estas prendas y estas otras se las daré a Haru. Te tomé una camiseta prestada—dijo sonriente, guiñándole un ojo de forma coqueta.
Neflyte se sobó el rostro y luego pasó las manos por su cabello en señal de descontento y frustración. Ella soltó la ropa y caminó hacía él, consiente que algo malo sucedía.
-Lo siento. No es la vida que merecen. ¡Nada sirve! Todo se rompe, les faltan cosas... lo siento-murmuró antes de dejarse caer en la cama y cubrirse el rostro con las manos. Ella se acercó y se paró frente a él.
-¿Eso es lo que te tiene de malas? ¡No seas bobo, estamos bien, estamos vivos gracias a ti! -le dijo mientras peinaba sus cabellos-. No necesitamos lujos mientras estemos juntos, no tienes por qué presionarte por ello.
-¿Lujos? -preguntó sin comprender-. ¡Esta casa se cae a pedazos! Las tuberías están dañadas y hay goteras por todos lados, ¿De qué lujos hablas? ¡Vivimos en la miseria y no hay necesidad de ello!
-Me dijiste que estamos aquí por estrategia, ¿No es así? Los niños y yo estamos bien, son solo imperfectos, accidentes comunes que no han pasado a mayores. Incluso hicimos un huerto y tenemos algunos animales pequeños. Estoy segura que si enseñas a Ares y a Raeden algunas labores, ellos aprenderán con gusto.
Makoto quería seguir enlistando las cosas positivas, en absoluto se quejaba del estilo de vida que llevaban, aunque comprendía que tenían dos bocas más que alimentar de las que habían sido planeadas. Pero Neflyte alzó la vista y la clavó en ella, decidido-. Iré a la ciudad, llamaré a Molly para que me envíe dinero.
Hacía mucho que no pedía dinero, ella sabía que él intentaba guardar el más posible para cuando los chicos estuvieran más grandes y, además, no le gustaba contactar a Molly para no ponerla en peligro, pero debía reconocer que lo necesitaban, tenían diez años de haber escapado y en el remoto lugar donde estaban, el trabajo era escaso. Aunado a esto, los chicos ya no tenían ropa adecuada y ni hablar de la comida que estaba a punto de escasear.
-¿Dónde está el móvil?
-Lo llevaste al refugio.
-Cierto.
Había algo más. Ella lo sabía porque lo conocía muy bien, algo más inquietaba al general del norte. Makoto lo tomó del rostro y lo obligó a mirarla, Neflyte se incomodó, pero sabía que no tenía escapatoria.
-Aprovecharé la ida para llevar los cristales de Rei y Jadeite a … ya sabes.
Se sorprendió, había tardado demasiado en tomar la decisión a diferencia de los demás. Lo comprendía, deshacerse del último objeto que le recordaba a Jadeite debía ser difícil para él, y seguro tendría días dándole vuelta al asunto. Fue así como cuadró su nuevo pasatiempo, seguro quería el vehículo para ir a la ciudad. Estaban realmente lejos del pueblo esta vez, sería un viaje muy largo.
-¿Te irás entonces?
-Sí. Y quiero pedirte permiso para llevar a Haru conmigo.
-¡No!
En cuanto escuchó su propia voz negando aquello se cubrió la boca. La respuesta salió en automático, atendiendo a un miedo dormido por mucho tiempo. No quería que se fuera y mucho menos quería que volviera a llevarse a su hija. No es que no confiara en él otra vez, pero el pasado era un fantasma muy insistente.
-Entiendo.
-¡No! No, espera... -balbuceó-. No es eso... es solo que... -se tensó, no quería discutir con él, pero este tema siempre los llevaba a un enfrentamiento-. Entiende, no es fácil. ¿Para que la quieres en primer lugar? ¿Por qué no llevas a …?
-¿Ares? ¿O dejarás que lleve a Raeden?
Aquellas palabras fueron dichas con un toque de molestia y sarcasmo, poniéndola a prueba. Makoto no iba a permitir que él sacara ese lado con ella, no ahora-. ¡Por favor Neflyte! ¿Es en serio? ¿Qué pretendes?
-Haru es la única que podrá ir sin ser detectada. La que podrá recuperar los cristales cuando haga falta.
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Flashback
-Así que te cortaré el cabello, un estilo como el de Ru-chan te quedaría fenomenal, ¿Quieres que comience ahora mismo?
-Sí, desde luego.
Michiru sonrió, su rostro descansaba delicadamente sobre su mano apoyada de codos en la mesa. Miraba con ternura y confusión a la vez, a la regente del tiempo por la poca atención que tenía en ella.
-Habla ya, ¿Qué ronda por tu cabeza?
Setsuna reaccionó, sus mejillas se cubrieron de un rubor intenso. No había podido sacar de su mente aquellos besos en el jardín al amparo de la noche. Eran Darien Chiba lo único en que pensaba, el regente de sus sueños y ejecutor de sus pesadillas.
Sabía que lo que había pasado aquella noche estaba mal, y como adulta que era, estaba convencida que hablar con él y aclarar las cosas sería lo mejor para poner un punto final a una historia que no debió tener principio nunca. Pero verlo la atemorizaba, solo tener que hablar con él, incluso de asuntos oficiales, la hacían trastabillar en su innata elocuencia, aunado a esto, el poco tiempo libre que el rey tenía, lo usaba para ir con Makoto a visitar a un amigo al hospital, haciendo un poco más complicado todo.
Y sí, también lo había estado eludiendo tanto como podía.
-No he dormido bien. -respondió secamente, poniéndose de pie. Su larga melena de intenso verde se onduló con su andar.
-¿Te inquieta alguna visión? ¿Acaso hablamos de aquella profecía? -Setsuna casi olvidaba ese tema, sumergida en su propio Armageddon.
-Sí, pero no te alarmes. Lo resolveré pronto.
Naturalmente la ninfa del mar no se creyó aquello, pero conocía bien de nostalgia y desventura, así que no la detuvo cuando ésta se despidió y se retiró, pero tampoco bajó el dedo del renglón.
Setsuna caminó por los jardines del palacio que lucían asombrosamente solos, era la hora de la merienda y olía a pan recién horneado, imaginó que todos estarían en el comedor en ese momento. De pronto vio a Makoto y a Kunzite saliendo por uno de los accesos, él llevaba una canasta y ella un ramo de flores en las manos, ambos iban platicando animosamente, Darien venía más serio a su lado.
Los zafiros se toparon con las perlas purpúreas por instantes que parecieron eternos.
-Amigo Kunzite, ¿Puedes llevar a Mako al hospital por mí? Los alcanzaré más tarde, debo atender una emergencia—El comandante asintió y junto a la castaña siguieron su camino, pasando a un lado de la hermosa morena. Darien se detuvo frente a ella con solemnidad, haciendo tiempo hasta quedarse solos.
-No te he visto en días-declaró insatisfecho, ella se avergonzó.
-Lo siento señor, el trabajo me ha tenido atrapada y yo...
-¡Excusas! ¿Sabes lo que creo? Creo que me evitas. -lo directo de su acusación la ruborizó aún más-, además te he dicho que no me llames "mi señor", solo mis hombres deben hacerlo y tú estás muy lejos de ser una barbaján de esos.
Setsuna sonrió, definitivamente este nuevo rey de Terra era mucho más alegre y ocurrente, pero ella no podía dejar arrastrarse por ello. Su labor era proteger y no coquetear con el hombre de su reina.
-Lo siento, además he visto que has estado muy ocupado con las vueltas al hospital, espero que tu amigo se encuentre mejor.
-Lo está, muchas gracias por preguntar. Por cierto, ¿Tienes planes? ¿Me acompañas?
-¿Al hospital? Pero el general y Mako te aguardan, además yo no conozco a ese hombre, no me gustaría inmiscuirme, a menos claro que requieras mi presencia.
-¡Por supuesto que no! -exclamó enérgico mientras comenzaba a avanzar rumbo al aparcamiento, ella lo siguió de inmediato-. Iremos a otro lugar.
-¿No estarán ellos esperándote? ¡Esto no es correcto!
Caminaron en silencio unos momentos más, llegando a tiempo para ver al imponente moreno arrancar del palacio sobre el Roll Royce. Darien sonrió vagamente y luego giró rumbo a Setsuna, completamente decidido y bañado en un poco de travesura-. Ellos estarán bien sin mí, acompáñame por favor, hay un lugar que me gustaría mostrarte, no hagas que esto sea una orden.
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Hubo necesidad de forzar la puerta, pero Setsuna pudo adivinar que era algo que él hacía seguido, puesto que no tuvo ninguna dificultad al hacerlo. Darien entró y luego la instó a ella a que lo siguiera, un cuarto oscuro y algo lúgubre, lleno de polvo y recuerdos.
-Este es un anticuario-dijo a manera de explicación, antes que fuera solicitada-. Cuando quedé huérfano a los seis años, fui llevado a un internado, luego a los doce a una casa provisional. El hombre que me acogió junto con su familia tenía este lugar, me enseñó un poco de su oficio.
Setsuna se sorprendió al escuchar aquello, parecía una historia muy bien planeada para engatusar a la guardiana de las puertas del tiempo, pero al pasar por una de las vitrinas, una fotografía vieja y polvorienta daba fe a favor del ojiazul, toda vez que su rostro casi intacto se veía sonriente al lado de un hombre mayor, su esposa y otros dos niños.
-No lo sabía.
-Solo una persona lo sabía, otra huérfana como yo. Pero confío en ti para guardar mi secreto. -dijo guiñándole un ojo-. Vengo aquí cuando quiero estar solo, el palacio nunca ha sido un buen lugar para pensar. Estas en soledad, sí, pero siempre vigilado.
Setsuna miró todo aquello con otros ojos, había cosas tan fascinantes que solo había visto en libros y otras tan ordinarias que, bajo la incipiente luz, tomaban místicos matices y las hacían únicas. Ella apreciaba esas cosas, después de todo, era la guardiana del tiempo y un lugar como este era un sitio que atraía su atención.
-En el palacio todo es nuevo, reluciente, tan gris que me enferma. Incluso me irrita la manera en que no envejecemos como el resto de los ciudadanos. Una parte de mi me hace creer que es porque somos tan artificiales, tan hechos con moldes con funciones tan específicas e inamovibles que, si uno de nosotros se fuera, simplemente sería reemplazado con un clon. Algo hecho brutalmente en serie y que nos resta valor. ¿Me explico?
-Todos somos muy valiosos, y también somos irremplazables.
-No es verdad. Solo la reina es irremplazable. Nosotros somos piezas de un juego, sacrificables, un camino para llegar a un lugar.
-¿Qué tratas de decir?
Darien tomó una esfera de cristal, con pequeños copos de nieve que danzaban dentro, en una escena de la torre Eiffel. Quería decirle a Setsuna justamente lo que pensaba, que se sentía relegado dentro de lo que debería ser el papel más importante de su vida. Que no se sentía un rey protector de su propio planeta, sino como un artículo de utilería de lujo, que Luna gustaba presumir a un lado de Serena para darle más protagonismo.
Pero él ya había cometido el error de decirle eso una vez a Serena y ella simplemente lo miró en silencio, sin asentir ni negar. Nunca más volvió a tocar el tema con ella ni con nadie, temeroso de quedar de nuevo en el limbo. ¿No lo creían capaz? No los culparía, él a veces no lograba creerse con el corazón necesario para tan importante misión. Mucho menos últimamente.
Una mano suave pero firme se posó sobre el hombro del monarca. Él se sorprendió por un gesto que nunca hubiera esperado y, se sorprendió de nuevo, cuando se encontró a él mismo recargando su cabeza sobre ella para sentir el tibio tacto. Setsuna lo conocía bien, muy bien, tanto a él como al futuro monarca, por ende, era la única capaz de calmar sus bien infundados miedos.
-En un tablero de ajedrez, el rey es tan fuerte como el jugador que lo maneja lo decida.
Cada una de sus palabras fueron precisas y poéticas. Darien estaba enloquecido con la elegancia y elocuencia de la regente del tiempo, con su apacible calma e inteligencia. Setsuna era como él, analítico, estudioso, filosófico. ¡Y odiaba tanto que lo fuera!
Había tratado por todos los medios de explicarle a su corazón que aquello solo era una etapa, que para nada podía estar enamorado de ella y mucho menos, ceder ante un impulso que podía llevar al universo entero a la tragedia. ¿Pero quién había dicho que él debía seguir un amor pactado en las estrellas? Y no es que no quisiera a Serena, pero ese amor estaba perdiendo fuerza conforme pasaban los años e incluso, antes de aquella noche, antes de casarse si quiera, ya existía una duda en su corazón con respecto a la finalidad de lo mismo. Pero era demasiado responsable para decepcionar a los demás, aunque eso implicara fallarse a sí mismo.
Pero, recientemente el accidente que había pasado con Andrew y su familia lo hizo replantearse su situación. Un día su amigo estaba feliz, conviviendo con sus seres queridos y al otro, estaba hospitalizado, con heridas importantes que casi le arrebatan la vida. El rubio siempre había disfrutado al máximo de todos los momentos preciosos que se le presentaban, pero, en una situación como esta, Darien podía ver tanto dolor y arrepentimiento en sus ojos por las cosas que no hizo, que todas sus prioridades y emociones se revolvieron en su interior.
No es que el pelinegro tuviera miedo a morir, tenía miedo a vivir para siempre y no ser feliz.
Por si fuera poco, Darien recibió otra señal más de que el mundo era de los valientes, cuando notó la cercanía de su comandante con la senshi del trueno y la tormenta. Kunzite era el hombre más recto que conocía, mucho más que él inclusive, siempre comprometido con sus principios y los planes trazados para sacar todo adelante, pero el amor lo había cambiado.
Ahora lo veía más feliz, más pleno, siendo un hombre de verdad que se permitía ser vulnerable frente a otros y mostrar un lado humano que, en algún punto, él creyó que no tenía. Esa no era su "mujer asignada" pero, ¿Acaso realmente eso importaba?
¡No podía juzgarlo! Y vaya que quería, ¿Cómo echarle en cara su aprecio por la castaña cuando él mismo estaba muy tentado por la mujer del tiempo? Setsuna no había intentado conquistarlo, no le estaba coqueteando abiertamente, solo fue ella, apreciándolo por quien era, no el rey ni el protector, el hombre detrás del tuxedo, bajo la mascara. No esperaba nada de él y, sin embargo, nunca había sentido tal miedo a decepcionar a nadie como a ella.
-Darien, debemos hablar. -escuchó seriamente, trayendo sus pensamientos de vuelta a tierra. El hombre se giró para ver a su interlocutor de frente-. Te agradezco traerme aquí, pero creo que ambos sabemos que no es apropiado.
-Sé que no lo es—dijo él-, y sin dudar, volvería a hacerlo siempre que aceptaras. Setsuna, yo no tengo nada que ofrecerte ni puedo hacerlo, pero quiero que entiendas que yo...
-¡No! ¡Basta! No digas cosas que no deben decirse. -suplicó, segura que lo que estaba por escuchar sería el último clavo de su ataúd.
-¡Que no las diga no lo hace menos real! -espetó furioso, mirándola con desafío-. Eres tú quien dijo que debía ser lo que soy y no lo que se espera de mí, ¿Vas a cambiar de opinión ahora?
-No, no es eso...
-¿Qué es? ¿Por qué me dices que debo actuar según mi corazón, pero me frenas? No ha sido fácil para mí, he intentado convencerme cada noche que esto es un maldito error, pero apenas cierro los ojos yo...
-¡Silencio! -gritó la mujer, logrando su cometido. Aunque apenas entendió el alcance de lo que acababa de hacer, se llevó una mano a la boca para intentar cubrir su desobediencia-. Señor, lo siento. Mi rey, discúlpeme.
Esos hermosos orbes granate tintineaban de miedo y tristeza. Él entendió de pronto todo lo que sus nuevos sentimientos conllevaban. No era un hombre libre, no había nacido libre al igual que ninguno de ellos. Había un designio del universo que parecía tener la consigna de romper sus corazones. No, pocos tan afortunados como Jedite y Zoicite, el resto llorarían sangre antes de ver sus sueños hechos realidad. Lo mismo aplicaba a ellas, ¿Acaso Serena era la única que debía ser feliz?
Darien tomó la muñeca de Setsuna, la de la mano que cubría su boca y la bajó, dejándola prisionera entre sus propias manos. La miró a los ojos, con ese gesto indescifrable que aparecía por primera vez y que no se iría de su rostro nuevamente. Un alma rota y capturada por el silencio que había caído sobre él, de la voz de la mujer que más lo comprendía.
-Lo siento Setsuna. Tienes razón. Es mejor que nos vayamos.
-¡Darien, yo...!
-No digas más, te comprendo. Me emocioné creyendo que podía haber una salida a todo esto, pero no tomé en cuenta tus propios sentimientos. Como te he dicho, no tengo nada que ofrecerte, puesto que nada soy y nada me pertenece. Lo único que es realmente mío es este corazón que late sin sentido, y que falla cada vez.
Una vez, la regente del tiempo, en un futuro muy muy lejano, había conocido a un rey con el alma rota. Se preguntó qué había pasado con él para que llegara a ser un títere cuyo mayor logro era su hija, la pequeña dama.
Ahora lo sabía.
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3 años antes.
Haru miró a través de la pantalla del televisor, el evento especial que el palacio había organizado para conmemorar el segundo aniversario de la victoria de los reyes sobre los despiadados asesinos que acabaron con todos los guardianes del planeta.
A sus ojos no había más que mentiras en los discursos de Luna y Artemis, en los rostros compungidos del rey y la reina, que no tenían las agallas para mirar fijamente a la gente cada vez que se mencionaban los terribles acontecimientos.
La sangre de la chica hervía al ver a las nuevas guardianas detrás de ellos, con los verdaderos rostros tristes y abatidos ante la mención honorífica de sus padres, caídos en batalla.
Si la vida fuera justa, ella y Raeden deberían estar ahí, honrando a sus padres. Pero no, la vida no era justa, porque de serlo, ninguna de esas chicas debería estar lamentando su orfandad y, en definitiva, el nombre de sus padres no sería exhibido como el de unos monstruos desalmados. Serían los cuatro traidores en las pantallas quienes fueran acusados.
Sonrió al imaginar al general mirando ese programa y torciendo los labios de la forma tan particular que tenía de demostrar su desagrado. Seguro se burlaría del rey por lo endeble que se veía, tan enjuto como un desahuciado.
Estaba a punto de apagar el monitor cuando vio su nombre y el de Ares, junto a unas fotos de ellos cuando apenas eran unos pequeños niños. "Nuestras eternas estrellas" se leía. Ella rabio solo con eso.
-¿Estrellas? ¡Malditos bastardos! -vociferó. Apagó el televisor pero se volvió a encender cuando el control pegó contra el sillón.
Andrew, que fingía leer el periódico, lo dejó a un lado para caminar rumbo a ella.
-Este año han decidido que no eres una asesina, sino una víctima más-dijo-, alguien debe sentirse culpable.
-Deben sentirse incompletos, les falta una muñeca en su colección.
Sí, Haru tenía razón. Andrew vio la imagen y pudo apreciar la formación de las chicas, el enorme hueco entre inners y outers donde deberían estar Júpiter y Saturno. También pudo ver el nuevo uniforme, los mismos tonos azules y rosas para cada una.
-Tienen nuevos vestuarios, esta vez casi parecen reales.
-Pero no lo son, no sin los cristales.
-Lo sé. Me pregunto, ¿De que serían capaces por obtener sus cristales y uniformes verdaderos? -inquirió Andrew, había cierto tono malicioso en su voz.
Haru lo miró y vio ese brillo de complicidad en esos ojos azules.
-Creo... -dijo un tanto pensativa-, creo que por recuperar sus piedras serian capaces de no mirar mucho a quien se las haya llevado. ¿No piensas lo mismo?
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9 años antes.
Makoto sabía que él tenía razón. También sabía que debía confiar en que volverían, pero pedirle a una madre que ya había perdido a su hija por más de un año, que la dejara ir de vuelta era aterrador, así amara con locura al hombre que se la llevó, así supiera que nada le pasaría. Lo que le dificultaba más tomar la decisión era que Neflyte realmente necesitaba aquello. Podía ver en su rostro la frustración de sus carencias, estaba consiente que la comida se acabaría pronto y que los niños necesitaban cosas tan básicas como la ropa y zapatos. Ares y Raeden crecían muy rápido y usaban la misma talla, Haru era ya una señorita y necesitaba todavía más cosas personales.
-De acuerdo. -susurró de espaldas, él apenas la escuchó-. Llévala, pero cuídala mucho.
-No tienes que decírmelo.
-Si tengo—respingó molesta, girando de vuelta hacia él-. ¡Soy su madre! Como madre debo decir esas cosas, aunque confíe en ti.
-Y yo soy su padre, no necesito que me lo digas.
-No es mi culpa que andes tan terco que tenga que decirte cosas que no tendría por qué repetir.
-¿Ah sí? ¿Cómo qué?
Aquella había dejado de ser una discusión para volverse un duelo de coquetería. Makoto se acercó, él seguía sentado en la esquina de la cama, sonriendo un poco más.
-Pues como decirte que estamos bien, que no tienes por qué alterarte si alguna cosilla se rompe o se descompone. Que mientras estemos juntos, nada nos faltará.
-¡Pero mírate! ya debes usar mi ropa de lo desgastada que está la tuya. Me molesta.
-¿Quieres que me la quite?
Aquel tono seductor pegó de lleno en los oídos del general. Su sonrisa se ensanchó plácidamente mientras observaba a su mujer aproximarse aún más. Makoto se sentó en su regazo a horcajadas, desinhibida y sensual como la diosa que era, haciendo el ademán de levantarse la camiseta para devolvérsela. Neflyte echó un vistazo a la puerta para comprobar que estaba cerrada, luego la rodeó por la cintura y la acomodó en el lugar indicado, listo para todo.
Pero apenas sus manos tocaron piel, escuchó un crujido, seguido por uno más hasta acabar con ellos cayendo unos centímetros, quedando algo inclinados sobre el desvencijado mueble. La pata de la base sobre la que estaban sentados se venció, arruinando la cama.
Neflyte abrió los ojos en un gesto de extrema molestia, Makoto lo notó y se apresuró a calmar la situación. Lo besó profundamente para distraerlo un poco, luego se apartó para susurrarle sobre sus propios labios-. Ni se te ocurra decir que fui yo, si se ha roto ha sido por el uso rudo que le das.
Él la miró un momento antes de reírse, ella lo siguió. Los chicos entraron de pronto y los vieron sentados en el suelo, todavía sumergidos en su momento, abrazados tiernamente.
-¿De nuevo están jugando? -preguntó Raeden, ocasionando más risas.
Podrían no tener un yen en el bolsillo, pero se tenían a ellos y eso era un verdadero tesoro.
CONTINUARÁ...
