¡Hola de nuevo!
Bueno, como esta vez no tengo nada interesante que decir ya que acabo de subir el capítulo quinto, sin que sirva de precedente y con el único objetivo de atraer inútilmente vuestra atención hacia estas notas de la autora (xDD lo siento, es que ya es muy tarde y desvarío), OS VOY A CONTAR MI GRAN SECRETO! El porqué soy capaz de publicar dos capítulos seguidos... bueno, y de hecho, más si hubiera querido... la verdad es que...
ya tengo escritos ocho capítulos de slayers now y la mitad del noveno, pero siempre los guardo sin publicar una temporada, por qué? básicamente para ocasiones como ésta, en las que no he tenido tiempo de escribir, pero quiero digamos cubrir la demanda xDDD soy precavida.
O sea, que en realidad el capítulo que leéis ahora lleva varios meses escrito.
Ya podéis mandarme los paquetes bomba y los matadragones a domicilio. Ah¿que no sabéis mi dirección? Vaya, qué pena xDD.
Este capítulo lo escribí con mucho cariño, hasta la fecha es de mis favoritos, así que espero que os guste mucho, especialmente a los fans de AxZ ya sé que sí ;)
pd: Nade-san como ves le cambié el título al capítulo. Éste me gusta más, y conociéndote, creo que a ti también te gustará el cambio. Besotes wapa.


Capítulo Sexto:
Juntos en Esto

Una vez más, Zelgadis escondía su rostro del resto de la gente. Era un lugar de lo más concurrido a aquellas horas, lo cual no le agradaba demasiado. Y sin embargo, llevaba allí esperando un buen rato. ¿Por qué¿Por qué no se había marchado directamente de Sylon, con la cabeza alta y sin mirar atrás¿Por qué no buscaba a otra persona que pudiera ayudarle a estudiar el manuscrito (si es que quedaba algo que estudiar?

Cuando se hacía este tipo de preguntas de difícil respuesta, era cuando se daba cuenta claramente de que él había cambiado, y mucho. Era una persona totalmente distinta de la que fue unos tres o cuatro años atrás. Lo notaba también cada vez que cualquier tontería de su vida diaria le recordaba a algún momento pasado con sus amigos; alguna anécdota divertida o por el contrario, algún hecho trágico... cada vez que, mientras caminaba, comía o descansaba en soledad, descubría de repente que echaba de menos aquellos gritos y aspavientos a su alrededor... cada vez que, sin venir a cuento, se preguntaba por la suerte que estarían corriendo en ese instante Lina y Gaudy... o Seelphil... o Filia.

O ella. Ahora estaba allí por ella. Esa era la única razón. Tantas y tantas veces había combatido su propia desesperación tomando aquel brazalete entre sus manos e imaginando que ella estaba junto a él para darle ánimos... y hacía poco había tenido que recogerlo del suelo enmoquetado de la habitación, donde ella lo había arrojado en señal de furia. Estaba furiosa con él. Y tenía sus razones.
"No tenía que haberse reído"- se dijo- "pero yo... yo me he comportado como un estúpido"
No podía quitarse de la cabeza la imagen de la princesa llorando. Derramando lágrimas por su culpa. Era inútil negarlo, hubiera querido correr hacia ella y abrazarla, pedirle perdón, pedirle que por favor olvidase lo que acababa de decirle, jurarle (aunque no fuera del todo cierto) que el manuscrito no era más que la excusa perfecta para verla. Reconfortarla de cualquier forma posible. Pero no. Tuvo que dominar ese absurdo impulso y darle la espalda fríamente. ¿Qué más podría haber hecho? No le gustaba nada dejarse llevar por los sentimientos, eso era sinónimo de actuar sin pensar, cosa que siempre traía problemas. Por eso estaba allí, en el "Café Albor", una de las cafeterías más afamadas y concurridas de la capital. Por eso se había colocado cerca de las cristaleras. La estaba esperando. Sabía que Amelia lo buscaría en ese lugar.

Iba ya por su tercera taza de café. Mientras todas estas cuestiones se le pasaban por la mente, bajo la mesa sus manos no dejaban de darle vueltas al brazalete. Empezaba a preguntarse si ya había tomado demasiada cafeína para un solo día, cuando finalmente la vio.
Apretaba los puños uno contra el otro a la altura del estómago, y lo miraba a través de las cristaleras con la expresión compungida y unos ojos cargados de culpa y de lágrimas. De nuevo Zelgadis sintió aquel dolor en el pecho, era como una opresión que lo atenazaba y casi le impedía respirar. No podía verla así, y menos por su culpa. Se deshizo de su capucha, que de repente le estorbaba muchísimo, y le hizo una señal con la cabeza para indicarle que entrara en el Café. Ella le respondió con un intento de sonrisa y echó a correr hacia la puerta.

Amelia franqueó el dintel de la entrada y entonces comenzó a andar más lento. Se dirigía a la mesa en la que su amigo la esperaba sentado, cuando llegó, agachó la cabeza y empezó a hablar sin sentarse. Zelgadis prefirió no interrumpirla y la observó todo el rato en silencio. Que dijera todo lo que quisiese decir, estaba más que dispuesto a escucharla. Después hablaría él.

- Zel, yo... me he portado muy mal contigo. Esta misma mañana tú me has...- hasta ese momento la princesa había intentado controlarse, pero llegada a ese punto no pudo aguantar más y se puso a sollozar de nuevo, entre frase y frase- me has salvado la vida una vez más, y yo en lugar de agradecértelo... me he portado como una...- los sollozos poco a poco se hacían llanto- una mala amiga. Me he reído de una desgracia tuya, de aquello que es lo más importante para ti. Y después, para colmo... - aquí Amelia hizo una parada para respirar. Tanto su cara como sus ojos estaban totalmente rojos. Él se moría de ganas por dedicarle algunas palabras de consuelo, por cargar con su parte de culpa... pero decidió dejarla terminar.
- Para colmo, luego he tirado al suelo el brazalete... tú lo habías guardado todo este tiempo... lo habías llevado contigo... a saber dónde estará ahora.
Zelgadis sacó su mano derecha de debajo de la mesa, y sin decir nada la abrió y le mostró a la princesa lo que llevaba toqueteando todo el rato. Cuando ella lo vio, abrió mucho los ojos. Creía que no podía sentirse más culpable, pero se equivocaba.
- Tú... lo has recogido.
Todo su cuerpo se encogió y se cubrió el rostro con las manos. Ya no era capaz de decir nada más, tan sólo hipaba y lloraba. Delante de todos los clientes del Café de la Tarde. Pero eso a ella no le importaba en absoluto.
Ahora sí, ya no pudo más. Zelgadis se puso en pie y se acercó a ella. Pasó un segundo en el que se debatía por no saber qué hacer exactamente, hasta que por fin le puso una mano sobre el hombro. - Amelia, escúchame. Yo...- hasta ese momento pensaba que tenía muy claro lo que tenía que decir, pero sin saber porqué, se quedó en blanco. Sólo quería hacerla sentir mejor.- por favor... por favor, no llores. A mí me duele verte así. En serio.

Él miró a su alrededor, preocupado también por si los demás los estaban mirando. Pero había tanta gente y tanto ruido, y por otro lado ellos estaban tan apartados, que nadie, aparte de uno o dos curiosos que no tenían nada mejor que hacer, los vigilaban.
Repentinamente, ella se abalanzó sobre él y lo abrazó con tanta fuerza como se aferra un moribundo a su última esperanza de vida. Zelgadis se quedó sorprendido, pero, con algo de vergüenza, poco a poco fue rodeándola con sus brazos. Por fin, las palabras iban llegando a su mente.
- Escucha, no tienes porqué ponerte así, no ha sido culpa tuya. Yo he reaccionado muy mal y te he dicho cosas sin sentido. Lo siento mucho... – casi sin darse cuenta, comenzó a acariciar su cabeza. El rostro de la princesa seguía escondido contra su pecho.- Pero tienes que tranquilizarte¿de acuerdo, porque al menos por mi parte, está todo olvidado.
Debía de estar haciéndolo bien, porque cuando Amelia volvió a mirarlo, de sus lágrimas sólo quedaban los surcos aún visibles, y sus ojos, aunque rojos a causa del llanto, volvían a ser los mismos ojos risueños y llenos de vida de siempre.
- También por la mía, Zel- le respondió alegremente.
Zelgadis respiró hondo, aliviado. Vio como ella se separaba de él y se sentaba, restregándose los ojos con las manos, como para borrar completamente el recuerdo de ese mal momento. Él también se sentó de nuevo. Parecía que estaba ansiosa por decirle algo, y sonreía ilusionada. Amelia había vuelto a la normalidad.
- He estado pensando, Zel, que es muy extraño que el idioma celestial se utilice para escribir un simple libro de cocina. El libro... él ya casi no se acordaba de eso. Se dio cuenta asombrado de que había pasado todo ese rato preocupado tan sólo por la princesa, en lugar de plantearse seriamente qué iba a hacer ahora con el libro de Bezeld. Sus palabras lo devolvían a la realidad... a su realidad. Se inclinó sobre la mesa para escucharla con más atención.
- ¿Qué quieres decir?- le preguntó frunciendo el ceño en señal de interés. Ahora que volvía a pensar en el tema, estaba dispuesto a aferrarse a cualquier resquicio de esperanza que quedase.
- Verás, ese idioma se usa para propósitos más elevados. Se dice que un ángel venido del mismo cielo se lo enseñó a una de las sacerdotisas fundadoras de Sylon, en tiempos inmemoriales. Desde entonces, se ha utilizado para hacer alabanzas a los dioses, escribir oraciones y reflexiones metafísicas, y antiguamente, también para invocar hechizos. Pero desde luego, no para escribir un libro de recetas.- miró a su amigo, que sonreía poco a poco. Estaba recordando algo. Algo muy importante que hasta el momento había pasado por alto. Ella continuó.- Ése es un objeto de uso cotidiano que cualquier ama de casa puede tener. Pero muy pocas personas conocen siquiera la existencia de ese idioma. En resumen, hay algo que no concuerda.
- ¡Claro!- él le devolvió la mirada, triunfante- ¡No sé cómo no lo he pensado antes!
- ¡El qué?- Amelia ya estaba tan intrigada y metida en el asunto como él.
- Cuando me decidí a buscar ese manuscrito, fue porque encontré una inscripción en un templo, que hablaba sobre él. Explicaba su localización, y después, decía exactamente estas palabras:"El libro de Bezeld hará que tu más ansiado deseo se cumpla. Pero... ¡cuidado! Has de ser inteligente y tener algo de suerte,
pues lo que buscas está muy bien escondido." ¿Lo entiendes¡El verdadero significado del libro está escondido! Debe de haber alguna clave, algo oculto que no hemos visto. Un mensaje cifrado, o algo así. Algo más relevante que unas simples recetas.
- Algo que justifique el empleo de una forma de escritura tan elevada... ¡Ahora sí tiene más sentido! Pero tendremos que encontrar esa clave que dices...- Amelia estaba casi más emocionada que él por el tema. Por fin un misterio que resolver, algo intrigante, fascinante... en vez de uno más de sus aburridos tratados.
Zelgadis también disfrutaba del momento. En poco rato, él y Amelia habían hecho las paces, y por si eso fuera poco, estaban descubriendo un nuevo camino, una nueva esperanza para él. No se molestaba ya en ocultar su sonrisa.
- Hay muchas maneras de cifrar un mensaje dentro de otro texto. Yo puedo pensar algunas, y tú podrías comprobarlas. Puede que sea algo tedioso... oye, no tienes porqué hacerlo si no qu.
- Baah, no digas tonterías¡será interesante!- le interrumpió agitando la mano arriba y abajo.- Además¡el bien y la justicia nos guiarán por el buen camino, tenlo por seguro!- ella decía esas frases totalmente en serio, mientras Zelgadis entornaba los ojos. Ya le extrañaba a él, llevaba mucho sin decir una de las suyas. Iba a contestarle, cuando vio que alguien entraba en el establecimiento y se dirigía hacia la mesa en la que estaban sentados. Era uno de los dos guardias que lo habían recibido en la puerta, el más joven de ellos. Cuando llegó, se dirigió a Amelia con una reverencia, y ella, que no lo había visto venir, se sorprendió, en medio de su emoción por el tema del manuscrito.
- Princesa, señor Greywords, buenas tardes.
- Buenas tardes. Dinos¿qué ocurre?- le respondió Amelia muy cordialmente, a pesar de la sorpresa.
- Esta carta ha llegado a Palacio hace poco, su padre ya la ha leído y quiere que la vea usted también. Dice que es urgente. Yo tengo que volver a mi puesto, si me disculpan.- el muchacho hizo otra reverencia, y tal como había llegado, se fue.
Amelia miraba el sobre que tenía entre sus manos. El sello lacrado de color negro que lo cerraba ya estaba roto, señal de que su padre la había abierto anteriormente como había dicho el mensajero. Sin embargo, aún podía apreciarse el dibujo del sello, y Amelia lo identificó inmediatamente: era el tétrico escudo de la casa real de Zoana. Sin poder contenerse más, abrió el sobre y sacó la carta. Zelgadis la observaba con algo de curiosidad, pues la muchacha no soltaba prenda sobre el contenido de la misiva. Vio como de repente abría mucho los ojos, tragaba con dificultad, y fruncía el ceño. Sus manos se agarraban con fuerza al papel y temblaban levemente. Sus ojos recorrían una y otra vez las mismas palabras, sin poder creerlas.
- ¿Qué es¿Qué pasa?- le preguntó al fin, preocupado. Ella lo miró a la cara muy seriamente.
- Ha muerto Moros, el rey de Zoana.
- ¡QUÉ? Pero...¿cómo?- su relación fue tan alarmada no ya porque le tuviese demasiado aprecio a aquel hombre (el rey le había estafado y timado hacía un par de años, por no mencionar que gracias a él tuvo que enfrentarse a Amelia) sino por lo que aquella muerte significaba después del atentado que la princesa había sufrido esa misma mañana. ¿Simple casualidad¿O tal vez un malvado plan que alcanzaba más allá de lo que habían previsto? - Aquí dice que la causa de la muerte aún no es muy clara. No han querido dar más detalles.- le respondió mirándolo gravemente. Amelia no era de ese tipo de personas que suelen desconfiar en cualquier situación. Pero, por desgracia, si de algo sabía ella era de conspiraciones, atentados y asesinatos por el poder. Los dos estaban pensando lo mismo, pero fue la quimera quien lo puso en palabras.
- Supongo que eres consciente de que esto puede tener algo que ver con el ataque de esta mañana.
- Claro que sí.- dobló el papel con cuidado y volvió a guardarlo en el sobre. Volvió a mirarlo a él, esta vez con expresión preocupada.- Zel, eso significa que tengo que partir mañana mismo hacia Zoana. Aparte de por razones diplomáticas, también debo ir para averiguar más detalles sobre esa muerte. Tal vez nos dé una pista sobre lo que está pasando, si es que no ha sido natural.
- Iré contigo- contestó Zelgadis inmediatamente.- En estos momentos puede ser peligroso que vayas sola hasta allí. Te ayudaré en lo que pueda a descubrir si hay alguien detrás de todo esto.- dijo con determinación.
A decir verdad, a la muchacha le encantó aquella idea. La perspectiva de emprender precisamente ahora un viaje sola hacia un reino sumido en el luto, cambiaba por completo con Zelgadis como compañero de viaje. Casi podía revivir los viejos tiempos... aún así.
- Yo no quiero meterte en más líos, de verdad...- dijo mirando hacia abajo.
- No digas tonterías. Tú te preocupas por mis asuntos. Yo me preocupo por los tuyos.- de nuevo su media sonrisa y su mirada. Aquella mirada...- Para eso están los amigos.
Amelia sonrió como no lo hacía en mucho tiempo. De repente tenía la impresión de que juntos, podrían enfrentarse a cualquier cosa. ¿Qué era una conspiración internacional mientras él estuviera a su lado? Nuevamente parecía irradiar energía por cada poro de su piel.
- ¡Muy bien!- exclamó levantándose de pronto y golpeando la mesa con las palmas de las manos.- Entonces saldremos mañana mismo hacia Zoana. Si quieres puedes llevarte el libro, intentaremos descifrarlo por el camino.- miró a Zelgadis acentuando su sonrisa.- Esta noche puedes alojarte en palacio. Ven conmigo ahora y te mostraré tu habitación. Yo tengo que ir haciendo los preparativos.
A Amelia parecía habérsele olvidado ya el motivo de su viaje. Zelgadis no estaba muy convencido con la idea de alojarse en palacio, pero después de todo, en aquel momento era la mejor opción. Mientras rebuscaba en sus bolsillos por ver si encontraba algo con lo que pagar la cuenta, la princesa suspiró y acercó su rostro al de su amigo.
- Zel, me alegra mucho que estemos juntos en esto.- le dijo con voz templada, justo antes de besarle en la mejilla.
- S-sí, claro... en asuntos como éste siempre es mejor estar en compañía, supongo.- le respondió él sin estar muy seguro de qué palabras estaba pronunciando. La observó dando media vuelta y marchando delante de él. Y durante un instante tuvo la sensación de que todo era perfecto. Volvió en sí, dejó unas cuantas monedas sobre la mesa, y siguió a la princesa, rogando a los cielos que el rubor fuese invisible a través de su gruesa piel hecha de piedra.


Notas finales para otro día, me echan del ordenador. Sed felices.