¿Qué tal mis queridos lectores? Vuelvo una vez más a incordiaros con mi fic, jeje... me alegra mucho recibir vuestros reviews )
Por cierto hice caso a la sugerencia y ahora los diálogos están separados... de hecho todo está más separado, es más fácil de leer así¿no? Je, gracias y a ver si me enviáis más sugerencias para poder mejorar mi fic, todas serán bienvenidas. Bueno pues nada, que espero que disfrutéis de este capítulo, es algo pausado, pero aún así creo que os gustará (más bien lo espero).
Un besito a todos y que el espíritu slayer viva en vosotros.
¡A leer!


Capítulo Octavo:
El Camino hacia Zoana

La mañana despertaba con el cielo gris y la tierra sumida en la niebla. La humedad impregnaba el ambiente en cada rincón, de manera que era imposible ver nada que estuviese a más de veinte metros.

Pero nada de esto impidió que Lina se levantase de la cama aquel día con más fuerza que nunca.

A una parte de ella todavía le costaba asimilar la muerte de Moros, un rey que aunque no se caracterizaba por su equidad ni por su buena voluntad, se las había apañado bastante bien para sacar su reino adelante. Se le vino a la mente de repente la imagen de la última vez que lo vio: llorando de alegría a lágrima viva porque al fin había conseguido casar a su peculiar hija. El hecho de que ella hubiese elegido como marido a un mercenario de no muy buena calaña no pareció importarle demasiado; seguramente Martina se había enamorado ya en el pasado de tipos mucho más raros, así que teniendo en cuenta que Zanglus era una de las pocas personas sobre la tierra capaces de aguantarla, no había sido un mal negocio.

"Parece ser que lo de 'bicho malo nunca muere' no es del todo cierto", se dijo Lina a sí misma mientras bajaba a desayunar.

A Gaudy le costó levantarse aquella mañana y tardó un rato más... hasta que Lina le gritó de una manera que pudo enterarse el pueblo al completo que si no bajaba como el rayo iba a zamparse ella sola los dos desayunos. Poco después ya estaba abajo, dando los buenos días, listo y preparado para comenzar la nueva jornada y de paso proteger su desayuno de las garras de la pelirroja.

- Escúchame atentamente- le dijo ella entre bocado y bocado- éste es el plan, es muy simple: de aquí a Zoana hay un camino que no está del todo mal, andando por él a pie podríamos tardar algo más de unos tres días.- se acercó a él para asegurarse de que la escuchaba. Su compañero, a pesar de mostrarse bastante interesado en el plato que tenía por delante (lo cual también podía decirse de ella) intentaba prestar toda la atención que le era posible... o al menos eso parecía.- Pero es importante que lleguemos en poco tiempo, después de todo, es demasiada casualidad que Moros haya muerto justo antes de que esa mujer me hablase sobre su maravilloso ejército.- decidió darse un respiro para masticar a gusto. Desde luego, si le gustaba disfrutar de algo, era de la comida; en especial de los desayunos.- Así que tenemos dos opciones: si nos encontramos con un comerciante que lleve un carro le pediremos amablemente que nos deje subir. Y si en el carro lo que hay son bandidos, pues les pateamos el culo y nos quedamos con su carro y con su botín.- terminó de explicar, orgullosa.

- Una estupenda idea, Lina.- le contestó Gaudy sonriente- Pero dime¿qué pasa si no encontramos a ninguno de los dos?

- Esa opción no se contempla.- le respondió casi ofendida.- De aquí hasta Mane hay un pequeño camino que atraviesa el bosque, por ahí no creo que pase nadie... pero una vez lleguemos a Mane, encontraremos el gran camino que te dije¿me sigues?

- Hummm...- él miraba al techo rascándose la barbilla, lo cual le indicó a Lina que ya se estaba perdiendo en su explicación, como de costumbre.

- En fin... es igual. Ese camino es una especie de ruta comercial bastante transitada por gente de todo tipo, con lo cual no creo que tengamos ningún problema en encontrar quien nos pueda llevar.

- Bien, bien...- murmuró Gaudy distraídamente como única respuesta mientras apuraba su plato.- Por cierto Lina¿qué has hecho con la flor?

- ¿Eeh?- la pregunta la pilló totalmente de improviso.- Pueess... ponerla en un jarro con agua para que no se marchite¿qué otra cosa iba a hacer?- dijo rascándose nerviosa la coronilla. En ese momento Gaudy pareció caer en la cuenta de algo sumamente importante.

- Vaya... no había pensado que fuera a marchitarse...- se lamentó tristemente con la mirada perdida.

- Pfff... ¿por qué no me extraña?- a Lina ya no le sorprendían los límites a los que el increíble atolondramiento de su amigo podía llegar. Por otro lado, aquel tema de la flor no la hacía sentir a gusto precisamente, así que decidió que había llegado el momento de dejarlo. Sin embargo, para su desgracia, Gaudy volvió a la carga con otro de sus inocentes comentarios.

- Es una lástima, me hubiera gustado que pudieras haberla llevado contigo siempre.

De nuevo... de nuevo lo mismo. ¿Por qué se sentía mal? En el fondo de su corazón sabía cual era la razón: ella era muy feliz con lo que tenía; ignorando (a propósito o subconscientemente, poco importaba) lo que podía tener. Por no meterse en problemas, o por no sentirse débil, necesitada de cariño, tal vez. Por no aceptar ante sí misma y ante los demás que no era totalmente autosuficiente, o que no estaba completa; que no era más que una mitad. Por no abrir sus propios ojos ante la verdad que cada día se hacía más patente sin que pudiera hacer nada por remediarlo:necesitaba a aquel maldito descerebrado como nunca había necesitado a nadie en su vida.
Aquellos pedacitos de cielo que él le regalaba de vez en cuando, eran una especie de trampa mortal... le hacían desear más de aquello, desear en lo más profundo de su alma que cada momento fuera así... toda la vida...

Lina sacudió la cabeza furiosamente.

- ¡Ya va siendo hora de irse! Recoge tus cosas que salimos en poco rato.

- Pues muy bien, vámonos.- sin dejar de sonreír la agarró suavemente por los hombros y ambos se dirigieron a las habitaciones.

- Gaudy... esteee... puedo ir yo solita¿sabes?


Jamás hubiera podida imaginarse que ésa iba a ser su primera misión.

Él tenía sed de sangre, quería matar, causar terror; al fin y al cabo, para eso había nacido. El trabajo de espía no le hacía sentirse a gusto, menos aún si tenía que camuflarse de aquella forma tan bochornosa. Pero no tenía libertad para quejarse.

Se ajustó el sombrero de campesino, reorganizó los empobrecidos ropajes que llevaba encima, con cuidado de que cubriesen por completo su magnífica armadura, y arreó al caballo. Recordó las palabras de su ama:

"Esos dos están tramando algo sin mí, estoy segura. Simplemente, llevan demasiado tiempo sin darme la lata. Por supuesto, no voy a consentir que me dejen fuera de sus planes tan impunemente. Tu primera misión será averiguar qué se traen entre manos."

Melkor no rechistó en aquel momento, pero le daba la impresión de que el tipo al que su jefa acababa de despedir daba mucho mejor que él el perfil de espía que va de aquí para allá recavando información. Tampoco entendía muy bien por qué, para conseguir ese propósito, debía vigilar a una simple humana.

"Créeme; por lo que he oído sobre ella, si hay algún plan diabólico en marcha, de una manera u otra estará involucrada."

Oyó voces que se acercaban en el camino y aguzó el oído. Era imposible ver nada a causa de la niebla.

Esperaba que por fin fuese aquella mujer que era su objetivo. Pero no, por las voces más bien parecían un par de niñatos que discutían enzarzados en una estúpida conversación típicamente humana.

- He dicho que no. ¡No y mil veces no¡Me niego!

- Desde luego, es increíble lo insensible que puedes llegar a ser...

Las voces iban acercándose. Una de ellas era masculina y la otra femenina, de eso estaba seguro. Casi se podían distinguir ya las dos siluetas...

- Pero bueno, Gaudy... ¡Tú y tus ideas¿Cómo se te ocurre que voy a llevar todo el rato ese jarro en la mano¿Es que no ves lo ridículo que es?

- ¿Qué más te da, si nadie va a verte? El bosque está desierto.

- Pues llévalo tú entonces.

- Oye Lina, te regalé esa flor para que la cuidaras, pero ya veo que te da igual si la pobre se muere o no.

¿Había oído bien? Lina... entonces definitivamente era ella. Sus informadores le habían revelado que ella pasaría por aquel lugar justo esa mañana; no debía de haber muchas Linas más rondando por el bosque.

Ella alertada por fin por el característico crujido que producían las ruedas, miró hacia atrás y finalmente lo divisó.

- ¡Mira, Gaudy¡Un carro!- exclamó con alegría.

Los dos se dieron la vuelta y se acercaron rápidamente a él.

- Muy buenos días, señor.- saludó la pelirroja cortésmente.

- Buenos días, jovencita.- le respondió el hombre intentando parecer lo más amable posible.

- Vaya, Lina ¿no dijiste que por este camino no íbamos a encontrarnos a nadie y que los carros estarían más adelante?

- ¡Qué bien te acuerdas de las cosas cuando se trata de sacarme fallos¿eeh!- mientras decía esto le propinaba un buen pellizco en el brazo.

- ¡Aaauch¡Lina, que esos son de los que duelen!- se quejó él a la vez que intentaba poner a salvo el pequeño jarro blanco que llevaba en la mano.

- ¿A dónde vais, chicos?- interrumpió el dueño del carro.

- Pues nos dirigimos hacia Zoana, je, je, je...- estaba intentando ser de lo más simpática con aquel señor que seguramente iba a ahorrarles algo de camino a pie, cuando reparó en que no llevaba mercancía.

- ¡Estupendo! Precisamente a Zoana voy yo también. Adelante, podéis subir si queréis.

- ¡Bien!- exclamaron los dos al unísono, y subieron sin necesidad de que se lo dijeran dos veces. Una vez se hubo asegurado de que ambos estaban arriba, el mazoku arreó de nuevo el caballo y se dispuso a llevar a cabo la tarea por la que estaba allí: aguzar el oído y enterarse de todo lo que hablase aquel par, además de hacer alguna preguntilla que otra en el momento justo.

- ¿Cómo es que no lleva ninguna mercancía, señor?- fisgoneó la joven.

- Verás, resulta que yo en realidad no soy un comerciante.- no tenía porqué mentirles- Soy un guerrero. Pero tengo que llevar este carro hasta Zoana... cuestiones familiares, ya sabéis.

Es curioso cómo los mazokus suelen decir la verdad, pero no toda la verdad.

- Y vosotros dos¿por qué vais a Zoana?- continuó él.

- Al parecer están sucediendo cosas raras en palacio... y nosotros tenemos conocidos allí, así que vamos a interesarnos por ellos.- le respondió Lina, haciendo gala de aquella misma habilidad de no mentir sin decir apenas nada.

Reparó en que Gaudy llevaba más tiempo de lo normal sumido en un extraño mutismo, y volvió su mirada color rubí hacia él. Entonces se dio cuenta: sucedía muy de tarde en tarde, pero aún así, a veces ocurría que su apuesto espadachín se ofendía. A decir verdad, nunca estaba segura de si era en broma o en serio; seguramente eran ambas cosas. Él miraba hacia el otro lado del camino, y su rostro, aunque no se veía por completo, podía adivinarse más serio de lo normal. En su mano derecha aún llevaba, agarrado del asa, el pequeño jarro blanco donde se acomodaba la magnífica rosa que él le había regalado el día anterior. Había perdido parte de su brillo, pero aún así seguía siendo una flor de lo más hermosa.

Lo cierto es que aquella estampa la enterneció por completo. Se acercó a su compañero y apoyándose en su hombro le dijo:

- Anda, trae eso aquí, lo llevaré yo un rato.

Él la miró cambiando de expresión poco a poco, hasta que una sonrisa franca asomó en sus labios.

- Toma. Pero ¡ten cuidado!

Justo en el momento en que se pasaban el jarro de mano en mano, un inoportuno bache en el camino hizo que todo el carro diese un bote. Como resultado, la mitad del agua del jarro se derramó sobre el lado derecho de la cintura y la cadera de Lina.

- ¡Oh, no¡Mierda!- se quejó la muchacha mientras intentaba sacar apresuradamente algo de su bolsillo.

- Vaya, lo siento chicos, es que estos caminos están de lo más abandonados, y ya se sabe...- se disculpó el conductor.

- Hay que ver, Lina, lo primero que te dije fue que tuvieras cuidado.- le recriminó Gaudy medio de guasa, para arrepentirse al segundo siguiente: parecía que no era el mejor momento para bromitas.

- ¡Es que no ves que no ha sido culpa mía, tontainas?- le gritó sin siquiera mirarlo, ocupada como estaba en otros menesteres.

Sacó de su bolsillo derecho, con toda la precaución del mundo, la hoja amarillenta que habían encontrado la tarde anterior en lugar del supuesto tesoro. Estaba empapada, pero no se había roto y la tinta apenas se había corrido, señal de que era muy antiguo. Lina sabía de sobras que un papel mojado corre mucho más peligro que uno seco, así que decidió devolverle el dichoso jarro al espadachín y ocuparse ella de sostener delicadamente el manuscrito al aire para que se secara lo más pronto posible.

El dueño del carro volvía la cabeza hacia atrás para observar la escena con curiosidad.

- ¿Acaso es ese papel un objeto muy valioso?- preguntó inocentemente.

- Lo encontramos en el lugar donde debiera haber estado un magnífico tesoro, así que quizás forme parte de él.- respondió Lina locuazmente mientras miraba con cara de pocos amigos la hoja manuscrita.

Tal vez si estaba compartiendo aquella información con él era simplemente porque en realidad no esperaba que el trozo de papel mojado que tenía delante de ella pudiera despertar auténtico interés en nadie.

- ¿No te estarás refiriendo por casualidad al tesoro de Bezeld...?

Vio que sus dos pasajeros se volvieron a mirarlo con asombro, seguramente preguntándose cómo conocía él aquel dato.

- Je, je, je... es una leyenda muy conocida por aquí... además, como Bezeld está cerca, me lo imaginé.

- Pues sí, es cierto.- le contestó Lina sin dar más rodeos.- Ya ve en lo que se ha convertido la famosa leyenda... en papel mojado.


Se merecían un buen descanso después de haberse llevado viajando todo el día.

Habían ido a paso rápido, pues disponían de unas buenas monturas. Tan sólo Zelgadis hizo el camino a pie, por la sencilla razón de que su peso era excesivo para cualquier caballo. El hecho de ser una criatura mestiza a partes iguales entre la especie humana, demonio brownie y gólem de piedra le suponía algunos inconvenientes como aquél, pero también le proporcionaba ciertas ventajas, como la de poder caminar todo el día al ritmo de los caballos.

Así, cuando cayó la noche se encontraban ya muy cerca de su destino.

La Guardia Real había dispuesto que un par de escoltas acompañasen a la Princesa y su compañero hasta Zoana, a pesar de que ambos aseguraron hasta la saciedad que no era necesario. Tras los últimos acontecimientos, nadie quería arriesgarse.

Zelgadis hacía recuento del día mientras ordenaba sus enseres en la habitación de la posada en la que el grupo había decidido pernoctar. Había hecho buen tiempo y en general el viaje se hizo agradable. Los guardias se colocaron durante casi todo el día uno en cabeza y otro detrás del grupo, dejándolos a Amelia y a él en el centro.

Dedicó gran parte del tiempo a pensar en distintas formas de desencriptar el Libro, pero a cuenta de eso la princesa y él terminaron compartiendo todas las curiosidades y anécdotas que conocían sobre escritos antiguos, jeroglíficos, runas, y toda clase de rompecabezas lingüísticos utilizados a durante toda la historia para ocultar importantes mensajes. Le sorprendió darse cuenta de que Amelia incluso lo superaba en algunos temas. Cuando le preguntó cómo sabía tantos detalles, ella le respondió con mirada nostálgica, incluso triste:

- Te sorprendería saber cuantos secretos es capaz de esconder una familia real a través de los siglos.

Después de la parada para comer, Zelgadis ya había escrito una lista de distintas maneras en que podían combinarse las letras y palabras de un texto para formar otro. Aquellas eran las más fáciles, pero no estaba mal de momento. Mientras los guardias dormitaban, fue a entregarle la lista a Amelia, que también descansaba a la sombra de un árbol.

- Toma, estas son las primeras que se me han ocurrido. Compruébalas cuando... tengas un rato y te apetezca.- le dijo con cautela. No quería abusar de su amabilidad.

- Lo haré ahora mismo.- replicó ella, resuelta y sonriente, y se levantó al instante a coger el libro.

- No hace falta que sea ahora, de verdad...

- Zel, tengo un rato y me apetece.- sentenció la princesa. Así pues, durante la siesta Amelia consiguió descartar las dos primeras combinaciones, siempre bajo la atenta mirada de Zelgadis. Lo cierto era que tenía curiosidad por ver cómo se las ingeniaba, además de que no quería tener la impresión de que la había dejado trabajando mientras él miraba las musarañas. Así que decidió hacerle compañía y se sentó junto a ella bajo el árbol.

Durante ese rato no pudo evitar de vez en cuando retirar su mirada del manuscrito y de las anotaciones que ella hacía, y fijarla en su rostro. La piel rosada de sus mejillas, el azul profundo de sus ojos, que despedían destellos reflejando algún rayo de sol que se filtraba entre las hojas; sus cabellos negros como el azabache ondeando débilmente bajo la brisa...

Amelia era hermosa, eso no podía negarse. "Objetivamente, por supuesto" se dijo a sí mismo, tal vez para quedarse tranquilo.

Ella estaba tan concentrada en su tarea, que no parecía prestar atención a nada más. Sin embargo, de repente se volvió, sin dar siquiera tiempo a Zelgadis de disimular volviendo la vista hacia otro lado. Los dos se quedaron durante un instante mirándose sin saber cómo reaccionar.

- ¿Qué miras?- preguntó finalmente ella con una sonrisa pícara en los labios.

- Yo... nada.- fue su única respuesta. A partir de ese momento se limitó a mirar al suelo.

Zelgadis se sintió nervioso y furioso consigo mismo cuando recordó aquello. Vaya una manera de hacer el tonto. Ya llevaba un buen rato sin poder dormirse, así que decidió dar un paseo.

Salió al pasillo, y algo le llamó la atención: parecía que salía luz de la habitación de Amelia. Normalmente ella solía ser de las primeras que se acostaban, así que le extrañó bastante. Se acercó poco a poco... ningún ruido salía de la habitación. Cuando estuvo frente a la puerta notó que ya estaba entreabierta. Aún así, llamó con tres pequeños golpes y dijo su nombre en voz alta antes de entrar.

No obtuvo respuesta alguna. Alarmado, abrió la puerta y entró finalmente en la habitación...

La princesa se encontraba al fondo, sentada en la silla del escritorio; el resto de su cuerpo tendido sobre la mesa. Corrió lo más rápido que pudo hasta ella. Ya se estaba temiendo lo peor... cuando se dio cuenta.

Amelia respiraba con normalidad, incluso más profundamente de lo habitual. La serenidad se reflejaba en su rostro.

Estaba dormida. Su cabeza se encontraba apoyada sobre el Libro de Bezeld, y a su alrededor pudo ver un montón de papelitos llenos de anotaciones y tachones. Uno de ellos era la lista que le había entregado por la tarde. Había una cruz dibujada al lado de cada combinación descartada, y ya iban seis. Tres velas dispuestas sobre el escritorio emanaban la luz que él había visto antes por debajo de la puerta. Ella aún conservaba un lápiz en su mano derecha.

Zelgadis se conmovió. Amelia había intentado trabajar sobre el manuscrito también durante la noche, pero finalmente el sueño la había vencido. Estaba esforzándose mucho por él.

Se inclinó sobre ella y tomándola de los hombros, le susurró:

- Amelia... vamos, despierta.

- Hummm...- ella comenzó a mover los párpados y poco a poco irguió la cabeza. Tenía los ojos entreabiertos, pero no parecía ver nada. Uno de los papelitos se le había quedado pegado a la mejilla. Zelgadis sonrió francamente al ver aquella imagen, y se lo despegó con cuidado.

- Venga, vamos a la cama.- le dijo, de nuevo en un susurro. Ella, como respuesta, empezó a quejarse débilmente, mientras su amigo la hacía levantarse de la silla y la conducía a través de la habitación, aún tomándola de los hombros.

- No, papi nooo... yo quiero quedarme aquí y jugar contigo...

- Eso no puede ser, porque ya es muy tarde, Amelia.- se preguntaba si tendría que imitar el vozarrón del príncipe Philionel para convencerla.- Aquí... eso es.- habían llegado a la cama y a pesar de sus quejas, la princesa se tendió en ella al instante. Casi instintivamente, Zelgadis recogió las mantas y la arropó. Amelia suspiró profundamente y una sonrisa de oreja a oreja cruzó su rostro.

Sin poder evitarlo, él también sonrió.

- Que tengas buenas noches, princesa.- le dijo sin estar seguro de si ella lo escucharía o no.

- Tú también, Zel.- respondió ella casi inaudiblemente.

Él arqueó una ceja, sorprendido. Tras mirarla durante un segundo, fue a apagar las velas del escritorio. Abandonó la habitación casi de puntillas y cerró la puerta con sumo cuidado para no hacer ningún ruido. Él también se sentía cansado, así que decidió volver ya a su cuarto.

Había sido un día muy largo.


Muajajaja!
¿Qué ocurrirá cuando todos lleguen a Zoana?
¿Conseguirán Amelia y Zelgadis encontrar la combinación acertada?
¿Cuáles son las verdaderas intenciones de Melkor?
¿Quién llevará el dichoso jarroncito?
¿Dónde se habrá metido el despechado Zeros?
¿Seguirá la autora haciendo preguntas estúpidas después de cada capítulo?
Sólo lo podréis saber si estáis atentos y leéis el próximo y noveno capítulo de... Slayers Now!

Amelia F. Hook