- En fin, chicos... mi madre vive a las afueras de la ciudad, así que yo tengo que coger el siguiente desvío.
Estas palabras sacaron a Gaudy del estado de semiinconsciencia en el que se encontraba tras haber pasado a duras penas la noche en el carromato.
- ¿Eh¿qué...?- murmuraba incongruentemente.
- ¡Quiere decir que te bajes del carro, Gaudy!- le espetó Lina impaciente, mientras intentaba echarlo del vehículo a empujones.
Ella bajó tras él, y en cuanto puso los pies en tierra notó algo extraño. Con curiosidad irguió la mirada hacia la ciudad que se abría ahora ante ellos. Intentó afinar el oído lo máximo posible.
- ¿Qué es esto?- se preguntó la hechicera en voz alta, a pesar de que la interrogación iba dirigida más a ella misma que a ninguno de los presentes.- Música...,gente cantando y riéndose...¡cualquiera diría que parece una fiesta!- exclamó de lo más extrañada.
- ¡Genial!- le interrumpió su compañero de viajes- se ve que llegamos en el momento más propicio¿eh, Lina? Seguro que hay degustación de platos típicos, je je je.
- Qué rápido te has despertado...- le contesto ella con ironía a la vez que Gaudy ya se frotaba las manos de pura satisfacción.- ¿Sabe usted por casualidad que fiesta se celebra estos días?- preguntó Lina al dueño del carro, que estaba ya arreando a los caballos para marcharse.
- Pues, la verdad- dijo con una sonrisa- es que no tengo ni idea. Mi madre se ha mudado aquí hace poco, Zoana no es mi lugar de procedencia.
- Claro, claro...- contestó Lina, desilusionada. Al darse cuenta de que su benefactor se alejaba, exclamó risueña:
- ¡Muchas gracias por todo, señor!
- ¡Si podemos hacer algo por usted...!- añadió Gaudy, sumándose al agradecimiento. Pero el hombre simplemente alzó una mano mientras su carro avanzaba, y contestó, a modo de despedida:
-¡Me habéis animado el viaje, chicos! Eso es suficiente para mí.
Como estaba de espaldas a ellos, ni Lina ni Gaudy pudieron notar la siniestra sonrisa que se dibujaba en su rostro.
Una media hora más tarde, a Lina no le cabía ya ninguna duda: las guirnaldas adornaban plazas y calles, no dejaba de oírse música por cada rincón, las muchachas sacaban sus mejores galas, y ninguna de las tantas y tantas personas que llenaban la ciudad parecía hartarse nunca de comer y beber, a pesar de que lo hacían constantemente.
Salían en ese momento de la posada donde habían parado a tomar algo, pues para ambos había sido imposible soportar más de diez minutos la tortura de observar como todos engullían deliciosos platos mientras ellos tenían el estómago vacío.
Tras recuperar todas sus capacidades gracias al suculento almuerzo, la hechicera comenzó a preocuparse de nuevo. No hacía falta ser un lince para darse cuenta de que Zoana no parecía precisamente un reino que estuviese guardando luto por su recién fallecido monarca. Tal vez habían hecho todo el viaje en vano...
- Oye Lina¿tú estás segura de que todos estos saben que se les ha muerto el rey?- le interrogó Gaudy, casi leyéndole el pensamiento.
- ¿Y tú no te has planteado que quizás nuestra información fuera falsa?- contestó ella, malhumorada.
- Puede ser…- murmuró él, llevándose la mano a la barbilla.- Puede ser que la muerte de Moros haya coincidido con una especie de fiesta nacional. Y que Martina haya decidido posponer el anuncio de la noticia hasta que la fiesta termine, para que no tengan que suspenderla por el luto.
Lina estaba asombrada por el razonamiento, pero aún así no lo veía factible. Era difícil imaginarse a Martina manteniendo en secreto una tragedia personal de tal calibre con el único motivo altruista de que sus súbditos pudiesen disfrutar de los días de fiesta. A no ser que la pérdida no significase mucho para ella… pero no, imposible. Una de las pocas personas por las que la princesa había demostrado tener verdadero afecto, era por su padre. De todas maneras, era inútil seguir adivinando sin conocer más datos, así que, sacudiendo la cabeza, concluyó:
- Sea como sea, pienso averiguar que diablos pasa en este reino de locos.
- Entonces, tal vez deberíamos ir al palacio.- dijo el espadachín, orgulloso de su ocurrencia.
- Exacto, Gaudy.- respondió Lina con retintín.- Pero antes, quiero echarle un vistazo desde aquí…¡Levitación!
Y sin dar ninguna otra explicación, subió hasta el tejado de la casa más alta de la plazoleta donde se encontraban.
- ¡Lina¿Qué haces?- exclamó él, aunque no con demasiada sorpresa; ya estaba acostumbrado a las extrañas reacciones de su compañera.
- Tú espérame ahí, bajo en seguida.- dijo ella distraídamente mientras sacaba un pequeño catalejo de uno de sus numerosos bolsillos, y lo desplegaba.
- De eso nada, yo también quiero mirar.
La gente que estaba en la plaza comenzó a observar con curiosidad hacia el lugar donde estaban, no sólo porque hacía un momento una chiquilla pelirroja acabara de volar hasta un tejado, sino también porque era divertido presenciar cómo aquel joven guerrero rubio intentaba trepar por una de las paredes de la casa, agarrándose a Dios sabe qué.
Cuando la imagen ampliada del palacio de Zoana llegó a los ojos de Lina, muchos recuerdos llegaron también a su mente. Ella misma había destruido aquel palacio haría unos tres años, por una disputa con el rey Moros y su hija. La reconstrucción aún no había finalizado del todo, aunque el edificio ya poseía parte de su antiguo esplendor. Al igual que el resto de la ciudad, también estaba engalanado, pero un aire mucho más sombrío lo rodeaba. Nadie parecía estar celebrando en él ninguna fiesta.
- Hum… hay muchas personas entrando por aquella pequeña puerta de la izquierda. Pero no parece una recepción festiva. Más bien…
-¡Déjame miraaar!- la interrumpió Gaudy, quien, tras sus esfuerzos, había alcanzado ya el tejado.
- Muchos de ellos son guardias.- prosiguió Lina, ignorándolo.- Los demás, van vestidos con ropas elegantes… pero serias.
La muchacha se quedó un momento escuchando el eco de sus propias palabras. ¿Había dado Gaudy en el clavo¿Era aquello un funeral… secreto?
Mientras meditaba bajó el catalejo, circunstancia que el espadachín aprovechó para tomarlo de entre sus manos. Los dos quedaron en silencio por unos instantes, ella perdida en sus pensamientos, y él observando atentamente a través del catalejo.
- ¡Mira! Está entrando un juez. –dijo Gaudy de repente, rompiendo el silencio.
- ¿Un juez?- repitió Lina, de lo más extrañada.- ¿Estás seguro de que sabes reconocer a un juez, Gaudy?
- Pues claro que sí.- le respondió muy seguro de sí mismo.- Es un señor con una túnica negra y larga, y en el pecho una cinta ancha y blanca con adornos dorados. Es el símbolo del Colegio de Justicia, que es como una Escuela de Hechiceros, pero de jueces.
Lina lo miraba estupefacta. Estaba empezando a pensar que le habían cambiado a su Gaudy. Él se dio cuenta de la asombrada mirada de su compañera, y añadió rápidamente:
- Cuando era pequeño, vivía cerca del Colegio de Justicia. Había uno en mi pueblo.- y seguidamente volvió a observar el palacio.
- Detrás del juez han entrado dos guardias más... cuatro señoras muy elegantes... Amelia y Zelgadis... otro guardia.
- ¿Qué...¡QUIÉN?- gritó la hechicera, casi resbalándose del tejado.
- Otro guardia, he dicho.- repitió Gaudy, aún concentrado en mirar a través del cachivache.
- ¡NO, IDIOTA!- exclamó ella exasperada, al mismo tiempo que le arrebataba de nuevo su catalejo y lo utilizaba para sacudirle en la cabeza- ¡Acabas de decir algo sobre Amelia y Zel!
- ¡Ah, sí!- dijo el espadachín, masajeándose la coronilla y lanzando miradas de reproche- Acaban de entrar por la misma puerta que los demás.
- ¡Pues yo no veo nada!- le contradijo Lina, que volvía a mirar.
- Eso es porque ya han entrado, pero puedo asegurarte que los he visto hace tan solo un momento.- ante la mirada de incredulidad de su amiga, añadió, casi ofendido:- No te lo creas si no quieres.
- Venga ya, no fastidies...- murmuró la muchacha como única respuesta, más para ella misma que para él. Era demasiada casualidad. ¿Por qué cada vez que se disponía a recorrer el mundo volvía a encontrárselos? No es que le molestara, al contrario; tras tantas aventuras pasadas juntos, les había cogido mucho cariño. Se podría decir que los extrañaba bastante. Pero era muy curioso cómo su aparición solía indicar que comenzaban los problemas y los auténticos líos, aunque ellos no tuvieran ninguna relación directa. De repente le asaltó el extraño pensamiento de que parecía que alguien, en algún lugar, disfrutaba viéndolos a ellos cuatro en dificultades. Al momento después, ignorando aquellas absurdas elucubraciones, Lina se irguió con energías renovadas y dijo en voz muy alta y alegre:
- ¡Bueno, Gaudy! Si antes teníamos pensado presentarnos en el palacio de Martina, ahora debemos ir con más razón. Tengo que averiguar si estás en lo cierto. ¡Vamos allá!- exclamó Lina Inverse llena de entusiasmo.
- ¡Whooaaaaah LINAAA!- gritó el muchacho de repente. Y es que Lina no se había dado demasiada cuenta de que la palmadita en el hombro que acababa de propinar a su amigo había sido algo más enérgica de lo debido... y como consecuencia, el afamado y temido espadachín Gaudy Gabriev perdía el equilibrio y resbalaba sin poder evitarlo por el tejado.
- ¡Pero QUÉ HACES IMBE...AAAH!- gritó también Lina después de él, ya que, no se sabe si por reflejos o por venganza, Gaudy se había agarrado en el último momento a su capa, provocando, como es obvio, que ella también cayese, y los dos acabaran estampados contra el suelo. A pesar de la fiesta, la plaza entera pareció dejar durante un segundo sus entretenimientos para mirarlos con curiosidad redoblada. Un trío de borrachos empezó a reírse a mandíbula batiente.
- Gaudy, cerebro de medusa...- murmuró la temible hechicera, sin fuerzas aún para mover un músculo- cuando me levante te vas a enterar...
- ¡Vaya...! Qué ambientazo¿no?
Ése era el comentario que todos habían tenido en mente desde la primera vez que pisaron Zoana, pero tan sólo la princesa Amelia, con su mezcla de inocencia y desparpajo habitual se había atrevido al fin a manifestarlo con palabras. Parecía que los aires festivos imperantes en la ciudad no hacían más que subir su ya elevado estado de animo, de manera que la joven princesa pululaba por el lugar con una alegría pintada en el rostro que contrastaba con el elegante traje de luto color morado muy oscuro que vestía para la ocasión. La guardia real también lucía su uniforme de luto. Incluso la apariencia de Zelgadis había cambiado: aunque en un principio no tenía pensado hacer ningún cambio en su vestimenta, finalmente había acabado accediendo a sustituir su típica capa blanca por otra de color negro, y su antiguo broche color escarlata por un crespón del mismo color morado que el vestido de la princesa. El joven recordó por un momento la pequeña disputa que habían tenido a cuenta de ello:
- Pero Amelia... creí que sólo los malvados vestían de color negro.- le había comentado con más intención de pincharla que de otra cosa, pues ya casi había perdido todas las esperanzas de poder permanecer con sus atavíos habituales.
-Es algo más complicado...- explicó ella mientras se hacía los últimos retoques frente a un espejo.- El negro simboliza el luto por la muerte. Las personas o seres malvados viven en un luto permanente porque sus almas bienhechoras y justicieras murieron cuando ellos decidieron abrazar la senda del mal.- cuando finalizó la frase, la muchacha parecía tener fuego en los ojos.
- Claro, no sé como no lo entendí antes...- murmuró Zelgadis para sí, sin atreverse a hacer ninguna otra queja.
Vestidos de luto y todo, era imposible evadir el sentimiento festivo que les rodeaba, y Amelia era la que menos molesta parecía por ello.
- Zel- le dijo ella de repente, sin mirarlo siquiera, mientras se acercaba poco a poco a un grupo de bailarines- he decidido que seas tú el que vaya a darle formalmente el pésame a Martina.- dicho esto se volvió con una sonrisa y añadió:- ¡Creo que voy a tomar unas clases de baile tradicional!
- ¡Quéee?- exclamó Zelgadis, totalmente desubicado. Ni él mismo podría haber dicho en ese momento cuál de estas dos ideas le aterraba más: la de imaginarse a todos los jóvenes muchachos del lugar pujando por dar una clase de baile a Amelia, o la de verse a sí mismo lidiando en soledad con la excéntrica (y además, ahora destrozada) princesa de Zoana.- Pero bueno, Amelia... tú eres aquí la diplomática...yo...
- ¡Es bromaa!- le cortó ella, con una mueca burlona.- No deberías tomarte las cosas tan a pecho- le aconsejó, esta vez con una sonrisa franca.
- No me lo he creído ni por un momento- murmuró Zel, más serio que nunca, mientras volvían a encaminarse hacia el palacio. Ante el gesto de incredulidad de la princesa, añadió:- Simplemente pensé que había oído mal, eso es todo.
- Yaaa claro...- contestó Amelia, conteniendo una risita, y satisfecha por haber conseguido tomarle el pelo a su acompañante. De todas formas, como se dio cuenta que, a juzgar por la expresión de Zelgadis, era inoportuno seguir haciendo leña del árbol caído, decidió cambiar de tema.- La última vez que vine aquí, también estaban de fiesta. Qué curioso¿no?- con gesto algo más sombrío, incluso acusador, apuntilló:- Espero que no se trate de otra trampa.
- Si es así, te aseguro que en esta ocasión yo no tengo nada que ver.- dijo su compañero, algo más animado. Recordar aquél momento en el que se enfrentó a Amelia cara a cara no le hacía sentir mal; al contrario: casi le causaba risa. Aquello había sido de todo menos un combate de verdad.
- Eso espero, porque la próxima vez no dudaré un segundo en darte tu merecido.- le advirtió ella, resueltamente.
- Como si pudieras...- contestó Zel, con todo el sarcasmo del mundo. Por primera vez en el día su rostro lucía una sonrisa.
Amelia se colocó rápidamente ante a él con los brazos en jarras, y le dijo, medio en broma medio en serio:
- ¿Acaso me estás retando, Zelgadis Greywords?
- ¿Yo¡Nunca!- contesto él, fingiendo asombro. Luego, pasó frente a ella, como ignorándola, y continuó:- No antes de que termines de descifrar el manuscrito. Cuando lo hayas terminado, podré hacerte picadillo sin contemplaciones.- Y siguió caminando sin volver la vista hacia ella. Amelia se había quedado petrificada y con la boca abierta. ¿Cómo podía ser tan grosero y tan cruel? Cerró los puños con fuerza. Lo alcanzó corriendo y le dijo, sin saber ya muy bien si hablaba en serio o no:
- ¡Entonces, tal vez no debería darme tanta prisa en comprobar...!
Él se volvió de repente, acercó su cara a la de ella, y con una sonrisa triunfal, musitó:- Era broma.- Y volvió a caminar.
La princesa guardó silencio durante unos instantes, mirando hacia el camino que les quedaba por recorrer. Ya estaban a punto de llegar a su destino. Entornó los ojos, sonrió meneando la cabeza, y corrió por segunda vez para alcanzar a Zelgadis.
- No dejas pasar ni una¿eh?- le dijo, en cuanto llegó a su altura.
- Me gusta aprender de mis maestros.- concluyó él, con una sonrisa conciliadora.- Vamos, no te enfades.- dijo, propinándole a la princesa un suave codazo. Ella bajó la vista y empezó a sonrojarse, lo que hizo que Zelgadis se planteara si había hecho algo fuera de lugar. Cuando quiso darse cuenta, él ya estaba también todo lo rojo que su piel pétrea permitía vislumbrar.
- ¡Mira, nuestra guardia ya está entrando!- exclamó Amelia de repente.- Será mejor que nos demos prisa.- y aceleró el paso con decisión.
La entrada a palacio que estaba abierta no era la principal, sino una entrada secundaria de tamaño mediano en la cual la muralla que separaba al edificio de la ciudad y el propio palacio se fundían en uno, de manera que no tuvieron que atravesar ningún jardín. La puerta, custodiada por dos soldados lanza en mano, parecía más sencilla de lo normal, seguramente debido a que era de reciente construcción (o reconstrucción). Los soldados los dejaron pasar sin problemas, aunque dirigieron una mirada nada amigable hacia Zelgadis, quien en ese momento tuvo la clara impresión de que si su entrada era permitida allí tan sólo se debía a la persona a la que acompañaba.
Accedieron a una estancia que, por su tamaño y disposición parecía ser la antesala de otra mucho mayor. Amelia miró a su alrededor: los crespones y cortinajes negros colocados por toda la habitación, no hacían más que enfatizar la ya de por sí lúgubre sensación que transmitían el pulcro suelo de mármol negro y las paredes de piedra, salpicadas de motivos tales como dragones, gárgolas y cráneos de animales. En la pared frente a ellos se encontraba una enorme puerta de madera tallada por la que ya entraban muchos de los invitados. A su izquierda, una gruesa cortina oscura aislaba una parte de la sala. Algunas personas la apartaban para salir, normalmente lo hacían algo más pálidos de lo normal, y con la mirada perdida. Todos ellos lucían grandes galas oscuras.
- Algo me dice que Moros está ahí dentro.- murmuró Amelia débilmente, señalando a la izquierda.
- Es lo más seguro.- ratificó Zelgadis recuperando la neutralidad en su voz.- Pero creo que tendrás que ir tú sola a saludarle.
Tras decir esto hizo un ademán con la cabeza, señalando a unas personas que intentaban entrar a través de la cortina. Un sirviente de palacio los había detenido y hablaba con ellos seriamente. Al final, sólo aquél que tenía pinta de ostentar el cargo más importante pudo pasar, mientras que los demás se retiraron.
- ¿Ves? Tan sólo dejan pasar a las grandes personalidades.- le dijo a la princesa, a la vez que le daba una palmadita en el hombro.
Amelia se volvió hacia él, la expresión de sus rostro denotaba claramente que lo último que le apetecía era traspasar ella sola aquella cortina.
- Supongo que tengo que hacerlo.- suspiró con fastidio.
- Estaremos esperándote en la sala grande.- le respondió Zelgadis para tranquilizarla, justo antes de encaminarse hacia la enorme puerta de madera.
Tras mostrar al sirviente la insignia de la casa real de Sylon, Amelia pudo pasar a la parte oculta de la antesala. Al momento sus sospechas se verificaron: sobre un atrio central, engalanado de flores y crespones, descansaba un imponente ataúd abierto, fabricado en madera de ébano y con adornos en plata. Se encontraba, además, flanqueado por cuatro gruesas velas sustentadas por sus respectivas patas de hierro forjado.
Los últimos visitantes dejaban el lugar apresuradamente, no sin antes saludar y presentar sus respetos al único miembro de la familia real que se encontraba allí: el joven príncipe de Zoana, Zanglus... el ex-espadachín mercenario.
