Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3.
X.- Conversación
—Es la idea más estúpida de la historia.
—Que os digo que funcionará, ¿cuándo han fallado mis planes?
Emilie alzó la vista del libro que leía para observar como la pandilla de Ulrich intercambiaba miradas y reían. Eran ruidosos, pero se le hacía agradable oírlos.
—Odd, ¿de verdad quieres que te contestemos? —preguntó Ulrich.
—¡No fastidies! Mis ideas casi siempre salvan vuestros culos —se defendió Odd.
—¡Venga ya, Odd! —Rió William.
A Emilie aún se le hacía raro verlo con ellos, siempre había creído que la rivalidad entre Ulrich y William era demasiado fuerte como para permitir que tuviesen dos minutos de paz. Yumi pasó por su lado saludando a Priscila y Maïtena por el camino y se sentó junto a Aelita, uniéndose a la conversación con facilidad, como si hubiese estado ahí desde el primer momento.
—Esa es la peor idea que has tenido nunca, Odd —soltó Yumi como respuesta a lo que le habían cuchicheado.
—Yumi, ¿tú también? —se quejó Odd con gran ofensa, derrumbándose teatralmente sobre la mesa.
—Tus planes son desastrosos —continuó con naturalidad.
Emilie sonrió y volvió a clavar la mirada en su libro. Envidiaba la facilidad que tenían para hablar entre ellos, para decir claramente y sin tapujos los que sentían o creían, la naturalidad de sus conversaciones. Cuando les oía siempre deseaba poder unirse a ellos, ser así de abierta y natural con la gente.
—Pues si tenéis una idea mejor, adelante, os escucho.
Y al parecer nadie tenía una idea mejor porque Jérémie cambió de tema a la velocidad de la luz.
Emilie miró su reloj de pulsera eran las ocho pasadas, más le valía espabilarse si quería pillar agua caliente en las duchas. Cerró el libro y se levantó para cargarse la mochila al hombro. Miró brevemente la mesa de la pandilla de Odd, su mirada se cruzó con la de William que le sonrió, le habría gustado sonreírle de vuelta, pero su timidez le hizo girarle rápidamente con las mejillas rojas y el corazón bombeando a toda pastilla.
Sabía que era estúpido e irracional, pero tenía la sensación de que si en algún momento trataba de hablar con William se trabaría, que la conversación consistiría en una serie de balbuceos ridículos y sin sentido.
William no era como Odd o Ulrich, era un poco más mayor y parecía tener las ideas muy claras a pesar de todo. No sólo aceleraba su corazón, el resto de ella también reaccionaba ante él, su piel hormigueaba deseando tocarle y ser tocada, sus piernas parecían aflojarse y se sentía un poco torpe. Suponía que aquella era la diferencia entre enamoriscarse de alguien y enamorarse. No sólo había sentimientos, también sentía una fuerte atracción física por él.
Otra conversación llegó a sus oídos. Un corrillo de chicas hablaba sobre William escondidas en el hueco bajo las escaleras. Desde que había llegado a Kadic había ido desplazando a Ulrich de los corrillos de cuchicheos, incluso de entre sus amigas. Emilie suponía que era por el modo en que había llegado, envuelto de misterios y rumores, como una promesa de romper la rutina del internado.
Subió las escaleras dispuesta a ignorarlas y se detuvo en el descansillo de su planta para recuperar el aliento, escuchó unos pasos subiendo tras ella, las luces parpadearon y se apagaron. Los pasos se detuvieron a medio subir el tramo de escaleras que llevaba a su descansillo. Emilie sintió miedo, que sabía que era absurdo, a que fuera alguien dispuesto a herirla de algún modo, contuvo la respiración esperando a que saltasen las luces de emergencia, pero no lo hicieron. Los pasos se reanudaron paralizándola; quería huir, pero no podía, estaba paralizada como un minúsculo animalillo asediado por un gigantesco depredador; tampoco le salió la voz para preguntar quién era.
Le tenía miedo a la oscuridad y a lo que se ocultase en ella, ya casi lo había olvidado.
Los pasos estaban casi a su lado, no podía ni apartarse del lugar en el que se había detenido. Y entonces chocaron con ella haciendo que se tambalease.
—Lo siento, no se ve nada.
—¿Wi-William? —logró balbucear a pesar del susto.
—¿Emilie?
—Sí.
Agradeció la oscuridad, porque así no podía ver sus mejillas ruborizadas, la había reconocido por la voz, sabía quién era, el corazón le brincaba en el pecho lleno de felicidad.
—Lo siento, la batería de mi móvil está muerta, no puedo usar la linterna.
El móvil, ¿cómo no había pensado en eso? Podría haber alumbrado el descansillo con él, podría haberle visto y evitado el choque, aunque tampoco le molestaba que hubiese pasado.
—Yo tampoco tengo batería —murmuró decidida a aprovechar un poco la oportunidad que se había presentado ante ella—. Oye... te parecerá ridículo, pero me da mucho miedo la oscuridad ¿podrías quedarte conmigo hasta que salten las luces de emergencia?
—Claro, no creo que sea muy seguro subir a ciegas. Sentémonos a esperar.
—Gracias.
Silencio. Emilie era consciente de que seguía ahí porque notaba el calor que emanaba de su piel. Recordó la facilidad con la que hablaba con sus amigos, con ella, en cambio, parecía haberse impuesto la ley del silencio.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Sí, no pasa nada.
—¿Siempre te ha dado miedo la oscuridad?
—No te burles de mí —rogó.
—No lo hago, a todos nos da miedo algo.
—Desde que era pequeña, cuando no me portaba bien mi abuela me encerraba en el armario de la despensa —musitó con un estremecimiento que la sacudió—. Era muy estrecho y completamente oscuro, olía tanto a curri que me lloraban los ojos y me hacía estornudar.
Le oyó moverse en la oscuridad, su brazo pasó por encima de sus hombros y de manera automática su cuerpo reposó contra el de él. Era un gesto de consuelo, pretendía reconfortarla y hacerla sentir más segura a pesar de la oscuridad, sin embargo, su pulso se aceleró.
—Es horrible —replicó él.
—¿Qué te da miedo a ti?
—Las arañas, aunque sean minúsculas.
—¿En serio? ¿Por qué?
—No lo sé, me ha pasado siempre.
Emilie dejó escapar una suave risita. Nunca se habría imaginado que tuviese un miedo tan mundano como ese, pero se sentía reconfortada sabiendo que no era la única con un temor que rozaba lo absurdo.
—Te guardaré el secreto —le aseguró Emilie.
—Te lo agradezco, se cargaría mi mala fama.
—¿No te molestan todos esos rumores sobre ti? —preguntó sorprendiéndose a sí misma. William nunca había hecho nada para frenar los rumores y eso le molestaba, aunque a ella no debería importarle—. Quiero decir...
—No, me dan igual. No soy como dicen, así que ¿para qué malgastar energía desmintiendo gilipolleces?
—Pero no es justo.
—Las personas que me importan saben que no son ciertos, con eso me basta.
Deseó que la contase entre esas personas, pese a saber que era imposible porque sus interacciones se limitaban a saludos fugaces en los pasillos o en la cafetería.
—Yo tampoco los creo —le aseguró con firmeza.
William soltó una carcajada que le calentó el pecho.
—Gracias.
—Sé que no importa mucho, pero nunca los he creído.
—Bueno, que me expulsaron es cierto, que empapelé la escuela con mensajes de amor para la chica que me gustaba también —murmuró frotando con suavidad su brazo—. Que crecí en un barrio conflictivo también. El resto o son exageraciones o directamente mentira.
Lo sabía, porque él mismo lo había reconocido, por ese mismo motivo sabía que el resto eran mentiras malintencionadas.
Las luces de emergencia parpadearon un par de veces antes de teñir el descansillo de naranja. La mano de William dejó de acariciarle, su brazo abandonó sus hombros, sin embargo, Emilie, no se movió.
—Gracias por hacerme compañía y darme conversación.
—No habría sido elegante dejar que te devorase la oscuridad.
William suponía que aquel apagón tan extraño, durante el que ni las luces de emergencia habían funcionado, le había hecho pensar de manera automática en X.A.N.A., que por eso había sentido la necesidad de quedarse con ella y asegurarse de que no le ocurría nada malo, también porque no quería quedarse a solas con el fantasma que le asediaba.
—Me ha gustado mucho hablar contigo —musitó incorporándose, aunque se sentía la mar de a gusto apoyada en él—. De verdad, gracias por quedarte, me habría muerto de miedo.
—Podemos repetir cuando quieras —soltó con descaro—, no hace falta que sea a oscuras.
Emilie sonrió con timidez sintiendo como su cara ardía por el rubor.
—Lo tendré en cuenta.
Fue la primera en levantarse del escalón, empujó la puerta que llevaba a su pasillo y se asomó por última vez para verle ponerse en pie.
—Buenas noches.
—Sí, buenas noches —replicó él viéndola desaparecer.
Esperó en el descansillo hasta que oyó una puerta cerrarse de fondo. Se preguntó si aquel milagro se repetiría o aquella chica seguiría agachando la cara cada vez que le viera aparecer. Esperaba haber dejado de darle miedo o lo que fuera que le ocurría con él.
Fin
Notas de la autora:
¡Hola! Estoy de vuelta por aquí decidida a acabar poco a poco con todo lo que tengo a medias en este fandom. Un shot sencillito para retomarle el pulso a la parejita.
Nos leemos.
