Disclaimer: Los personajes de «InuYasha» pertenecen exclusivamente a Rumiko Takahashi.

OC: Sayura Fujikawa es de mi total y absoluta autoría.

Inspiración: Tarde-Sin daños a terceros, Ricardo Arjona.


«Hoy se cumplen diez años...» pensó el hombre al corroborar la fecha en su reloj digital.

—Tengo una reunión importante con una nueva firma de abogados, saldré una hora más tarde del trabajo —decía una hermosa mujer de cabello largo, azabache—. InuYasha, ¿te pasa algo? —preguntó a su esposo cuando se percató que tenía la mirada perdida.

—No es nada, no te preocupes —respondió rápidamente, luego de regresar a su realidad—. Hoy es nuestro tercer aniversario de bodas. No te lleves tu coche, pide un taxi, pasaré por ti.

La mujer sonrió levemente, al escuchar la petición de compañero. Lo conocía muy bien o lo suficiente para saber que en tiempo que llevaba a su lado, él nunca había sido muy empalagoso, las ideas cursis no se le daban, pero eso no significaba que en esos tres años de casados no le hubiera brindado gratos y felices momentos.

—Está bien, no olvides que saldré una hora más tarde —le recordó mientras marcaba el número del servicio de taxis de confianza.

—Tranquila, lo recordaré, a las siete en punto estaré afuera de tu oficina —expresó el ambarino después de guardar unos planos en su carpeta.

—Perfecto, te espero —dijo su mujer. Tomó su portafolio y su blazer, se acercó hasta su esposo que se encontraba sentado detrás del escritorio que tenían en una pequeña oficina en su departamento—. Nos vemos en la noche, InuYasha —musitó cerca de su oído, acarició con una de sus manos su mejilla con delicadeza, finalizando el contacto con un casto y dulce beso en sus labios. Dio media vuelta y se marchó.

InuYasha contempló por unos instantes la silueta de su mujer, que poco a poco se perdió hasta que escuchó como la puerta del departamento se cerraba. Suspiró pesadamente, sintiéndose miserable. Él tenía la suerte de estar casado con una buena mujer, inteligente, independiente, segura de sí misma, pero sobre todo una mujer que lo amaba, quien con los años juntos se lo había demostrado de todas las maneras posibles. Y él estaba ahí recordando no solo su aniversario de bodas, sino también otra fecha que en el pasado había sido importante, o mejor dicho la persona que se la recordaba era lo importante.

Se puso de pie y caminó hasta su alcoba, se sentó en su lado de la cama y abrió con su mano derecha una de las gavetas de su mesa de noche. Dentro de esta hasta el fondo se encontraba una caja con cerradura, con ambas manos la sacó y la puso sobre sus piernas. Buscó en sus bolsillos hasta encontrar su billetera, en uno de sus espacios extrajo una pequeña llave, la deslizó por la cerradura y finalmente, abrió la pequeña caja de madera.

Dentro de esta se encontraban muchas hojas que al parecer habían sido cartas, otros pequeños papeles de colores con notas dedicadas, una servilleta con la misma fecha en la que estaban ese día de hace muchos años atrás y, hasta el fondo de la caja había una pequeña bolsa de terciopelo rojo.

InuYasha cogió delicadamente esa bolsita y la acarició suavemente, con cuidado desató los nudos que tenía y sacó de ella una cadena y una pulsera que tenían el mismo dije, ambas piezas eran de oro blanco con una pequeña perla rosa en el centro. El azabache contempló entre sus manos las joyas, las llevó hasta su rostro y aspiró su aroma, cómo si en estas estuviera resguardada la esencia de alguien.

Las llevó hasta su pecho y se aferró a las joyas como si su vida dependiera de ellas, sintió su corazón latir fuertemente, al recordar ciertos momentos que vivió hace muchos años. Cerró sus ojos y se dejó envolver por sus pensamientos. Los minutos pasaron rápidamente, pero para InuYasha había sido como si el tiempo se hubiera detenido, poco a poco fue abriendo los párpados y al hacerlo fijó su mirada en el portarretrato que descansaba sobre su mesa de noche. Ahí se veía feliz tomado de la mano de su esposa en el día de su boda. Sintió rabia de sí mismo, ¿cómo podía estar pensando en alguien más teniendo a su esposa? ¿Estaba loco o había olvidado haberle jurado amor eterno frente al altar?

—Eres un imbécil —se dijo con fastidio—. Yo juré nunca engañarte, ni siquiera con el pensamiento, perdóname por favor, Kikyō…

Apretó entre sus manos las joyas que aún sostenía, quería destruirlas, desaparecerlas de ser posible, pero eso no haría que dejara de sentirse miserable además, algo dentro de él le impedía deshacerse de ellas, las guardó nuevamente, en la bolsa de terciopelo y la escondió hasta el fondo, devolvió cada carta y nota a la caja y, la cerró para meterla al final de su gaveta. Tomó algunos papeles que no tenían importancia y los metió en esta, impidiéndole observar a simple vista la caja de madera que yacía escondida en un rincón, así como se encontraba ese sentimiento que por años lo había atormentado. Cerró la gaveta y cogió con sus manos la fotografía con su esposa, ahí frente a ella le volvía a prometer no faltarle y esperaba que nunca más los recuerdos en ciertas fechas lo hicieran faltar a su promesa.

Revisó su reloj y se dio cuenta que ya era hora de irse al trabajo, salió de su habitación, recogió la carpeta que había dejado en su oficina, agarró las llaves de su vehículo y salió rumbo a la constructora. Ese era un día lleno de trabajo y no quería por ningún motivo llegar tarde.


—Buenos días, señor Taishō —saludó con cortesía su secretaria.

—Buen día, ¿algún pendiente? —cuestionó InuYasha a la chica antes de ingresar a su oficina.

—Ninguno, solo el señor Hanagaki que vino a preguntar si usted ya había llegado —informó la secretaría, mientras le servía una taza de café bien cargado a su jefe.

—Podrías informarle que ya estoy aquí, necesito hablar con él —comentó el azabache tomando con mucho cuidado la bebida caliente.

—Por supuesto, ahora lo llamo.

InuYasha agradeció y luego se marchó hasta su oficina, ingresó y cerró la puerta, dejó sobre su escritorio la carpeta con los planos así como su humeante bebida. Se sentó en su cómoda silla giratoria para observar la hermosa vista que se apreciaba desde su lugar de trabajo.

Por unos instantes se dio el lujo de perderse en el panorama, ese día había despertado con una mezcla de sentimientos y por más que deseara dejarlos a un lado, simplemente le era imposible.

Se recriminó por seguir con lo mismo, cuando al salir de su departamento prometió o mejor dicho le prometió a la fotografía de su esposa que no la engañaría ni con el pensamiento.

—Soy un idiota…

—Sí lo eres, pero dudo que hasta este punto de tu vida te hubieras dado cuenta. —Giró la silla al escuchar esas palabras, estaba tan sumergido en su mente que no se había percatado de la presencia de otra persona en su oficina.

—Miroku, tú siempre tan oportuno con tus comentarios —arguyó con sarcasmo InuYasha, mientras tomaba un sorbo de su café.

—Mi querido amigo, llevo más de la mitad de mi vida conviviendo contigo, ¿crees que no sé lo que te pasa? —preguntó el ojiazul poniendo los ojos en blanco.

Miroku Hanagaki había sido compañero de estudio de InuYasha desde la secundaria, se hicieron muy buenos amigos desde la adolescencia. Se habían graduado juntos y ambos decidieron seguir no solo en la misma Universidad, sino en la misma carrera.

Desde el colegio venían con la determinación de estudiar arquitectura. Cuando llegaron a la Universidad se apasionaron más por su carrera, descubrieron que no estaban equivocados al elegirla y, juntos se propusieron ser los mejores estudiantes.

Lamentablemente en el camino, sucedieron cosas que nunca se esperaron, haciendo de esta manera que el sueño de InuYasha por ser el mejor en su clase se viniera abajo. Poco le faltó al chico para no graduarse, pero por suerte pudo terminar sus estudios, aunque no de la manera que hubiese esperado.

Fue una oportunidad muy grande la que llegó a sus manos cuando Miroku le comentó que en la reconocida constructora en la que él trabaja estaban solicitando un nuevo arquitecto. InuYasha había trabajado unos años en la empresa de su familia, pero el azabache aspiraba a más, porque con su padre no podía desarrollar todo su potencial.

Presentó su hoja de vida en la constructora y a los pocos días lo llamaron para una entrevista, fue tanta la pasión que observaron los ejecutivos de la empresa que de inmediato lo contrataron. De eso ya habían pasado unos años y él realmente se sentía agradecido por todo lo que había logrado gracias a ese empleo.

—No es nada Miroku, solo es la cantidad de trabajo —respondió encogiéndose de hombros, intentando restarle importancia a la pregunta de su amigo.

—InuYasha, recuerdo muy bien el significado de esta fecha —expresó tranquilo mientras se sentaba frente a su colega—, en fin, hoy también es tu aniversario, ¿qué piensas obsequiarle a Kikyō?

—Tengo planeado invitarla a cenar, hice reservaciones en uno de sus restaurantes favoritos. Pasaré por ella al salir del trabajo —comentó el ojos color miel antes de empezar a sacar los planos de su carpeta.

—Me alegro, Kikyō es una excelente mujer y merece que la hagas feliz —expresó Hanagaki tomando con sus manos uno de los planos para revisarlo.

—Lo sé, créeme que lo sé —musitó el azabache en un tono apenas audible—. Ahora podríamos revisar esto, necesito entregarlos por la tarde.

Los arquitectos se concentraron en su trabajo después de esta pequeña charla, InuYasha ya no quería seguir pensando en lo mismo que lo venía atormentando, sabía que era su culpa haber escogido esa fecha para casarse, siendo consiente que le recordaban tantas situaciones del pasado, pero cambiarla era imposible. Lo mejor era ocupar su mente en su trabajo.

Pasaron gran parte de la mañana revisando y corrigiendo los bosquejos estructurales. Tomaban pequeñas pausas para beber un poco de café o estirar los hombros. Debían ser muy cuidadosos con los detalles, pues un mínimo error en ellos podía ser garrafal para la construcción.

Terminaron su tarea cerca de las dos de la tarde. InuYasha le pidió a su secretaria que por favor le pidiera algo para comer de la cafetería, aún debían llenar un informe así que lo mejor era almorzar en la oficina.

Una chica de la cafetería llegó con el pedido a los veinte minutos de haberlo solicitado, se lo entregó a los arquitectos y luego se marchó haciendo una leve reverencia.

—Permíteme hacer esto a un lado —dijo InuYasha cuando recogía los planos y los llevaba hasta otra área para que no se estropearan.

—Esto se ve delicioso, pero nada supera la comida de mi esposa —comentó Miroku resignado, recordando los exquisitos platillos que preparaba su compañera.

—Eres un desconsiderado, Sango tiene tanto que hacer en su trabajo para que todavía tenga que prepararte el almuerzo —expresó después de llevarse un pedazo de carne a la boca.

—InuYasha, no olvides que a Sango le gusta consentirme —musitó con picardía, levantando una de sus gruesas cejas.

El azabache rodó los ojos, él quería mucho a sus amigos, pero admitía que admiraba a Sango por soportar por tantos años a Miroku. Ellos se amaban eso lo tenía claro, pero el ojiazul había sido un poco mujeriego durante la adolescencia, así que el enterarse que tenía una novia formal cuando estaban en el último año del colegio le sorprendió muchísimo.

Llegó a imaginar que iba a ser una relación pasajera como las muchas que le había conocido a su amigo, pero para su sorpresa había sido muy diferente. Sango logró cambiar ese pequeño detalle del ojiazul casi por completo, pues de vez en cuando le dedicaba una palabra cursi a alguna de sus compañeras de clase o chica que encontraban cuando salían, haciendo con esto enojar a la castaña, quien al parecer se había resignado a aceptar que su novio no la iba a engañar solo con dedicarles un piropo, pues para él decirles eso no tenía ninguna importancia.

Fueron novios todo el tiempo que duró la Universidad, se casaron dos años después de haberse graduado y haber conseguido un trabajo estable. Miroku era arquitecto y su esposa era una reconocida administradora de empresas, ambos tenían vidas muy ocupadas, sin embargo hasta ahora eran un matrimonio sólido, lleno de mucho amor y confianza.

—Mañana llega el nuevo arquitecto, ¿verdad? —preguntó InuYasha a su compañero.

—Sí, tendremos una reunión con él y Fujikawa a las diez de la mañana —informó el moreno luego de retirar los platos de la comida que había depositado en el cesto de la basura.

—Perfecto, sus aportes serán importantes para este nuevo proyecto —expresó el azabache después de limpiar el área en el que habían comido y devolver los papeles del informe al escritorio.

—Eso no lo dudes, es uno de los arquitectos más reconocidos de Francia, sus aportes vanguardistas con detalles tradicionales nos ayudarán mucho —comentó Hanagaki mientras hacía anotaciones en uno de los informes.

—Definitivamente, será interesante trabajar con él —murmuró InuYasha para sí mismo.

Volvieron a concentrarse en su trabajo, llevándoles no más de una horas terminar lo que les hacía falta. Miroku salió de la oficina de InuYasha con la carpeta lista. La entregó a la secretaria de su amigo y luego se marchó a su oficina, aún tenía algunos pendientes.

El azabache aprovechó que todavía tenía unas horas para adelantar un poco su trabajo del día siguiente. Quería ocupar su mente todo el tiempo que fuera posible hasta que llegara la hora de su salida. Por suerte la dueña de la empresa le había le había llamado encargándole unos planos de último minuto, haciendo con esto que las horas se le pasaran volando.

Terminó justo a tiempo, tomó la carpeta y salió de su oficina. Dejó los papeles con su secretaria y se marchó rumbo a la oficina de su esposa. Aún faltaba una hora para las siete de la noche, así que aprovechó ese momento para pasar por una joyería y comprarle algo a su compañera. Desde hace muchos años no regalaba una joya y creía que era la ocasión perfecta para volver hacerlo.


Estacionó el auto en el parqueo de la oficina de su esposa, sacó su teléfono y le envió un mensaje indicándole que ya se encontraba esperándola, ella respondió rápido informándole que en cinco minutos estaría con él; guardó el móvil y sacó de su bolsillo una pequeña caja dorada, sonrió levemente, imaginando que su compañera se pondría feliz al recibir la joya. No era ostentosa, era pequeña y delicada como lo era ella, pero lo que más le gustaba es que representaba algo que sabía era importante para su mujer.

Dirigió su mirada hasta el retrovisor del auto, en el que observó su silueta. Se veía tan elegante con ese traje de blazer y falda negra entallada, su largo cabello azabache lo llevaba recogido en una coleta alta, en su mano derecha sostenía un portafolios y en la otra una carpeta. Era hermosa, InuYasha sabía que cualquier hombre moriría por estar con ella y, él tenía la suerte de estar a su lado.

Esa noche celebrarían su tercer aniversario de boda y él no podía estar dividiendo sus pensamientos con cosas del pasado. Sacudió su cabeza, luego suspiró, Kikyō era su esposa, a quien él había escogido para que compartieran el resto de la vida. Ya no seguiría añorando lo que no pudo ser y, esa noche marcaría un antes y un después en su matrimonio. De eso estaba seguro.

Bajó del vehículo cuando la vio cerca del mismo, la recibió con un pequeño beso en los labios y después la ayudó con sus pertenencias, le abrió la puerta del coche, esperó a que ella se sentara, luego cerró la puerta del copiloto para regresar a su asiento.

El camino hasta el restaurante no fue tan largo, mientras recorrían las largas y concurridas calles aprovecharon para hablar un poco sobre su día, esta era una actividad que realizaban cada día al momento de encontrarse. InuYasha le comentó a Kikyō que trabajó casi toda su jornada laboral con Hanagaki y, ella le platicó sobre esa junta tan importante que había tenido.

Llegaron al lugar de la cena. InuYasha tomó de la mano a su esposa cuando la ayudó a salir del auto. Ingresaron al reconocido sitio, en el que fueron recibidos por un amable mesero. El azabache le proporcionó los datos de la reservación y el joven amablemente les indicó que lo acompañaran.

Los llevó a un área privada, era como un pequeño salón con una hermosa vista hacía la playa, en cada esquina del lugar había unos enormes y preciosos arreglos florales, así como unos cuantos pétalos esparcidos sobre el blanco mantel de la mesa redonda; una elegante vajilla junto a una deliciosa botella de vino estaban esperando por su llegada.

El mesero ayudó a la hermosa mujer a sentarse. Tomó la botella de vino tinto y les ofreció una copa a cada uno de los presentes, la dejó sobre la mesa y se retiró no sin antes hacerles una pequeña reverencia.

—Es precioso, muchas gracias, InuYasha —comentó la mujer de ojos negros mientras sostenía la copa de vino con sus delicados dedos.

—No más que tú —expresó con una leve sonrisa en su rostro, al mismo tiempo que dirigía su copa al centro de la mesa—. Por otro aniversario más que celebró a tu lado. ¡Salud!

Kikyō esbozó una pequeña sonrisa, acercó su copa a la de su marido y brindó con él por esos tres años de feliz matrimonio. Nadie dijo que sería fácil sobre todo porque no pasó mucho tiempo después de conocerse que empezaran a ser novios y tampoco habían esperado mucho para dar ese importante paso hacia el altar. Pero en ese momento esos detalles quedaban a un lado, ella sentía que lo conocía muy bien, sabía que él la quería, se lo había demostrado de muchas manera y tenía la corazonada que de una u otra forma esa noche sería muy especial y diferente.

—Si me permiten, ¿puedo servirles la sopa? —inquirió el joven mesero que acababa de llegar con el primer platillo del exquisito menú que InuYasha se había encargado de elegir.

—Adelante —afirmó el azabache haciéndole una señal al chico con su mano para que prosiguiera.

El mesero le sirvió a cada uno la entrada, les ofreció nuevamente llenarles las copas de vino y se retiró con una reverencia para volver en algunos minutos con el siguiente platillo.

—Está deliciosa, InuYasha —comentó su mujer degustando con tanta delicadeza de la sopa que les habían llevado.

—Me alegra que te guste, escogí el menú especialmente para ti —informó el ambarino con una leve sonrisa. Tomó un poco de la sopa con su cuchara y se la llevó a la boca, se deleitó el paladar con la combinación perfecta que hacían todos los sabores y olores, que la satisfacción de la deliciosa comida lo hizo reafirmar su sonrisa—. Tienes razón, ¡está deliciosa!

Comieron en un ameno silencio, de vez en cuando sus miradas se chocaban, InuYasha se sentía tranquilo y seguro al lado de su esposa. Ella era una mujer poco expresiva, rara vez sonreía así que provocarle ese tipo de gestos, lo hacía sentirse confiado y sobre todo feliz.

Al poco tiempo de terminar su entrada el mesero llegó con el plato principal, ambos lo recibieron de buena manera pues se veía exquisito. InuYasha no había limitado recursos para esa noche y se notaba debido al costoso corte de carne importada que estaban por degustar.

La cena continuó entre pequeñas charlas, sorbos de vino y una excelente compañía. Esos tres años habían sido muy bien vividos uno al lado del otro. Tenían muchos planes a futuro, deseaban formar una familia. Cada uno estaba ejerciendo la profesión que tanto les apasionaba de la mejor manera. Tenían un matrimonio estable. ¿Qué más podían pedir? ¿Qué era eso que hacía falta para que pudieran ser completamente felices?

—Señora, si me permite. —El mesero llegó con el último platillo, el delicioso postre.

—InuYasha, muchas gracias —musitó con dulzura Kikyō, al observar el exquisito pastel de fresas con nueces y chocolate sobre la mesa. Ese había sido su postre favorito desde que era una niña, pero pocas veces se daba el lujo de comerlo, por ello se sentía tan complacida de que su esposo lo haya ordenado especialmente para esa cena—. No pensé que esta noche terminaría con algo tan delicioso.

—La noche aún no termina —murmuró Taishō con un tono de voz apenas audible mientras recibía su postre.

—Deseamos que el menú haya sido de su agrado —comentó el joven mesero antes de retirarse, ofreciéndoles como siempre una cordial reverencia.

—Todavía te tengo una sorpresa —indicó el azabache, mirando de reojo una expresión curiosa en el rostro de su mujer—. Al terminar el postre te la daré.

Kikyō pestañeó un par de veces sin preguntar, conocía a su marido, sabía que fuera lo que fuera le diría al terminar su comida. Tomó su cuchara con sus delicados dedos y partió un pequeño pedazo de pastel, lo llevó hasta su boca y cerró sus ojos al percibir lo rico que este estaba, la combinación de sabores y el sutil toque de dulzura era como estar degustando un manjar para dioses.

InuYasha la observó complacido. Desde que se alejó de los otros pensamientos y se concentró en ella, había sentido como si el tiempo se hubiera detenido, eso era lo que debía hacer de aquí en adelante. Ocupar su mente en quien estaba ahí a su lado, se lo había prometido y deseaba con todas sus fuerzas cumplirlo. Quizá ella nunca se enteraría de sus conflictos internos, pero era mejor de esa manera, así solo debía preocuparse en hacerla feliz y no en mortificarla con cosas enterradas en el pasado.

—Estuvo delicioso —comentó Kikyō con una leve, pero sincera sonrisa—. Fue la mejor cena de aniversario.

—Me alegra hacerte feliz —expresó InuYasha mientras tomaba la mano de su esposa y la acariciaba lentamente—. Quería que esta noche fuera especial para los dos, por eso pasé a una joyería y te compré esto —dijo cuando sacaba de su bolsillo la pequeña caja dorada, depositándola en la mano de su esposa que aún acariciaba con su otra mano.

—InuYasha, ¿qué es esto? —preguntó sorprendida, en todo el tiempo que llevaban de relación, el azabache no le había obsequiado nada más que los anillos de compromiso y bodas. No es que él no le diera lujosos regalos, pues una prueba había sido esa cena, sino que él le había comentado que dar ese tipo de detalles le traía malos recuerdos, por eso ella nunca lo presionó para que le comprara una—. ¿Puedo abrirlo?

—Por supuesto, es para ti —dijo con ternura observando las temblorosas manos de su mujer cuando abría la pequeña caja—. Es algo muy pequeño, espero que te gus…

—¡InuYasha, es preciosa! ¡Muchas gracias! —exclamó Kikyō, quien sostenía entre sus manos una fina y delicada cadena de oro, con un dije en forma de arco y flecha con unos pequeños diamantes incrustados, era indiscutiblemente hermosa—. ¿Podrías ayudarme?

—No tienes que pedirlo —contestó al quitarle de sus manos la joya, se puso de pie y se la colocó en su delgado y largo cuello, acarició sutilmente esa hermosa piel nívea y se acercó con cautela cerca de su oído—. Te queda preciosa —susurró depositando un pequeño besos en sus rosadas mejillas.

—Gra-gracias —musitó despacio, se sentía halagada y feliz, esa era otra prueba de su amor y ella no dudaba para nada que su corazonada era cierta, esa había sido una noche diferente—. ¿Puedo pedirte algo?

—Lo que desees —contestó su esposo con una sonrisa.

—Podríamos caminar un poco por el muelle, aún no quiero llegar a casa.

—Con gusto —comentó desviando su mirada y fijándola en la playa, ese lugar le traía viejos recuerdos, pero esa noche todo era diferente, sacudió un poco su cabeza y regresó su vista a la de su mujer—. ¿Nos vamos?

InuYasha ayudó a Kikyō a levantarse de su asiento, se tomaron de las manos y salieron juntos del exclusivo restaurante.


La noche era estrellada, una redonda y perfecta luna iluminaba el firmamento. El muelle de madera, estaba decorado con grandes y hermosos faroles, su recorrido hasta la orilla de la playa era largo, pero ellos tenían todo el tiempo del mundo.

Empezaron a caminar muy despacio, Kikyō iba del lado derecho cerca de la barandilla del muelle, InuYasha la llevaba de la mano con sus dedos entrelazados al lado izquierdo de ella. Iban en un completo y agradable silencio.

Taishō contemplaba a su mujer observando la playa, ella iba con la mirada fija en esa enorme masa de agua salada. Suspiró agradecido, esa noche había sido perfecta, habían celebrado el mejor aniversario, se sentía tan complacido que por unos instantes desvió su mirada al redondo satélite, su brillo era sutil y hermoso, sonrió hasta que un extraño escalofrío recorrió su cuerpo.

Devolvió la vista hasta la silueta de su mujer y la vio concentrada en lo que venía haciendo, observar la playa. Bajó la mirada al suelo y luego la regresó al frente, no entendía por qué se había estremecido de repente hasta que algo a lo lejos empezó a llamar su atención.

Del lado contrario a ellos otra pareja venía tomada de la mano. El hombre iba del lado de la barandilla del muelle y ella venía al lado contrario. No sabía quiénes eran, pero por alguna extraña razón el sentir cada vez más cerca su presencia lo hacía volverse a erizar.

Poco a poco la pareja se iba acercando, cada vez más a medida que ellos también avanzaban. InuYasha comenzó a observar fijamente a la mujer, había algo en ella que se le hacía familiar; cabello negro, menuda estatura, delineada figura, grandes y expresivos ojos chocolate, una enorme sonrisa. ¿Sería posible que fuera? No, no podía ser ella. El destino no podía estarle jugando esa mala experiencia, no ahora, no ese día. ¡No ahí!

Los segundos seguían avanzando y sin poder evitar más lo inevitable, pasó.

Ambas parejas pasaron a un lado. Fue como si en ese preciso instante el tiempo se hubiera detenido. InuYasha clavó sus ojos en la mirada chocolate de la mujer que transitó a su lado. ¡Era ella! ¡Maldita sea! ¡¿Por qué demonios, tenía que ser ella?! ¡¿Qué diablos quería decirle el destino?!

El tiempo volvió a su curso, ella iba con él, InuYasha iba con su esposa. Cada uno al parecer tenía su pareja, los años no podían regresar y cada uno había escogido su camino. Por más que ese fugaz encuentro le haya hecho recordar momentos de su pasado, él o ella no podían darse el lujo de siquiera pensar hacerle daños a terceros.

«Kagome…» pensó el azabache mientras sentía los finos dedos de su esposa afianzar su contacto.

«...InuYasha»

Continuará…


¡Hola!

¿Cómo se encuentran?

En esta oportunidad les quería compartir una historia un poco diferente a lo que generalmente hago. Como saben me gusta mucho recrear momentos románticos, sobre todo de esta pareja en escenas del manga, pero en esta ocasión no solo habrá amor, sino también pasión deseo y drama, mucho drama. Y siéndoles sincera es algo que amo mucho leer.

Como pudieron darse cuenta este fic está inspirado en una de las canciones más emblemáticas de mi querido cantautor y compatriota, Ricardo Arjona. Amo muchísimo su música y a esta canción particularmente.

Si no la han escuchado los invito a que lo hagan, al oír su letra se podrán dar una idea de la temática de la historia.

DAIKRA, mil gracias por todo tu apoyo sabes que es fundamental para mí, gracias también por formar parte del elenco de este fic, pero sobre todo gracias por ser la mejor beta que puedo llegar a tener. Te amo.

Estaré muy atenta a sus comentarios.

Nos estamos leyendo.

Con amor.

GabyJA.