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Capítulo III


Se había reunido con su agente inmobiliaria por la mañana. La cordial mujer le mostró diferentes locales hasta que encontraron uno que se adecuaba a cada una de sus necesidades. Kagome quería llevar sus diseños al país que la vio crecer, por eso no se conformaría con cualquier sitio.

Su marca era muy reconocida en Europa, cada año se presentaba una nueva colección en las pasarelas de alta costura. La capital del amor era testigo de que sus diseños eran muy cotizados. En este momento, gracias a la oportunidad laboral de su pareja podría realizar otro de sus sueños, tener una tienda en Japón, la cual dejaría funcionando a la perfección cuando ella tuviera que volver a París.

Caminó por las concurridas calles de Tokio hasta llegar a un pequeño café. Observó su reloj y se dio cuenta que eran las cinco de la tarde, la hora exacta en la que había quedado en reunirse con su vieja amiga de la infancia.

Sintió gran emoción cuando entró al lugar y la vio sentada de espaldas. Su enorme cabello castaño estaba recogido en su característica coleta alta, llevaba un traje formal, ya que Sango era una importante administradora de empresas. Suspiró, con paso firmé caminó hasta la mesa, al llegar puso su mano con delicadeza sobre el hombro de Ryūguji. Ella levantó la mirada, se apresuró a ponerse de pie y se lanzó sobre Higurashi, dándole ese cálido abrazo que desde hace muchos años no había podido obsequiarle.

La azabache correspondió a su gesto abrazando con mucho amor a su mejor amiga. Los años habían pasado, pero ellas seguían tan unidas como el primer día. Su amistad era un tesoro para ambas y nada iba a lograr separarlas, ni siquiera la distancia o las circunstancias.

—Sango, ¿cómo estás? Mírate, luces preciosa —dijo con gran emoción al separarse de la castaña.

—Muy bien, gracias. Y tú, ¿cómo estás, Kagome? —preguntó con curiosidad.

—Estoy muy bien. Feliz de verte después de tantos años.

—Diez para ser exactas —comentó Sango mientras tomaba asiento—. Por favor.

—Gracias, estoy tan emocionada. Tenemos tanto de qué hablar que la tarde se nos pasará volando —expresó eufórica al sentarse frente a su amiga.

—Opino lo mismo, pero tranquila, tenemos mucho tiempo —informó Ryūguji con una enorme sonrisa en los labios—. Ya avisé que llegaré tarde, así que podremos conversar a gusto.

Kagome bajó la mirada, eso significaba que Sango le había mentido a Miroku para poder verse con ella, le dolía, pero, ¿qué más podía hacer? Nadie debía enterarse que ellas nunca dejaron de comunicarse y eso desgraciadamente, involucraba también al esposo de su compañera de la infancia.

—Perdóname por causarte tantos inconvenientes —murmuró con dolor—. No deberías estarle ocultando cosas a tu esposo por mi culpa.

—Oye, tú no me causas problemas. Levanta la mirada, por favor —pidió con sinceridad para que Higurashi dejara de culparse—. Antes de que llegara Miroku a mi vida ya existías tú. Siempre fuiste esa hermana que quise tener, Kohaku es un buen hermano, pero no es lo mismo. Yo haría lo que fuera por ti y entiendo los motivos por los cuales no querías que nadie supiera dónde encontrarte.

—Sí, pero… me siento mal de imaginar lo que tienes que inventar cada vez que hablas conmigo para que él no se entere. Miroku siempre ha sido un hombre muy sabio, ¿cómo has logrado que no sospeche en todos estos años?

La castaña parpadeó un par de veces, suspiró y vio a su amiga directamente a los ojos. Kagome decía la verdad, Hanagaki era una persona muy intuitiva, difícil de engañar. Ella había tenido que pensar mucho para que su mentira sonara convincente, no es que fuera una experta, sin embargo, en varias ocasiones había utilizado su astucia para «omitir información» cuando esto era necesario.

—Le dije que tú habías terminado con nuestra amistad, le pedí que no me tocara el tema porque me afectaba muchísimo. Miroku es muy comprensivo y desde que se lo comenté dejó de nombrarte. Eso me ha facilitado las cosas para que no sospeche cuando converso contigo. Tu número lo tengo registrado con otro nombre y él nunca pasa metido en mis cosas, respeta mucho mi espacio.

—Es un gran esposo, por lo que veo.

—Lo es y cada día lo amo más, no te voy a mentir, me duele ocultarle que hablo contigo, pero como ya te he dicho, antes de él estabas tú. —Le tomó las manos a Kagome con cariño—. Eres mi hermana y siempre te voy a proteger. Quizás algún día las cosas cambien, eso ya será tu decisión, yo respetaré lo que sea que hagas.

—Gracias, Sango —musitó con una sonrisa en sus labios—. Tal vez más adelante, por ahora necesito instalarme bien y poner a funcionar mi negocio.

Ryūguji le devolvió la sonrisa antes de soltarle las manos. Ellas eran así; compañeras, cómplices, amigas y hermanas desde que tenían memoria, su lazo era tan fuerte que cualquiera haría lo que fuera por procurar el bienestar de la otra.

Un joven mesero se acercó hasta la mesa para tomarles la orden, las dos mujeres observaron el menú y pidieron algo para compartir, como lo hacían cuando estaban en la Universidad, una época que les traía buenos y malos recuerdos, sobre todo a la azabache. El joven tomó nota de lo que le solicitaron y haciendo una reverencia se alejó de la mesa.

»—Hace tantos años que no venía a este lugar, espero que las limonadas sigan siendo las mismas —comentó Kagome con nostalgia.

—Son mejores, te lo puedo asegurar —afirmó la castaña sin dudarlo—. Este café me queda camino al trabajo y siempre que puedo vengo a comprar una. Me recuerda tanto a nuestros viejos tiempos, cuando nos escapábamos de nuestros novios para tener una charla de amigas, generalmente en la Univer… —calló de golpe— perdóname Kag, no debí.

—Tranquila, ya pasó mucho tiempo, solo los recuerdos quedan, ¿no es así?

Sango asintió con su cabeza, lo que había dicho afectó a su amiga, aunque Kagome tratara de disimular la conocía como la palma de su mano y sus expresivos ojos chocolate no la engañaban, esas palabras la habían hecho pasar un mal momento.

—De verdad, discúlpame —musitó bajando la mirada.

—Sango, en serio, no pasa nada, no es tu culpa todo lo que sucedió —dijo con firmeza. La culpa no era de ella, tampoco de Miroku, era algo que solo los involucraba a ellos dos, a Kagome e InuYasha—. Hablando de recuerdos, debo contarte algo.

—Sí, dime. —Ryūguji levantó la mirada para observar directamente a su amiga—. ¿Qué pasa?

—Anoche me encontré con InuYasha —soltó la información de golpe, sin andar con tantas vueltas—. Lo vi en el muelle cuando iba con Kōga.

—¡¿Cómo?! ¡¿Qué es lo que estás diciendo?! —dejó caer las manos sobre la mesa, su rostro reflejaba una gran incertidumbre, ¿cómo había sido eso posible?

—Lo que escuchaste —respondió Kagome con calma—. Fue una terrible casualidad. Kōga y yo salimos a recorrer la ciudad, quería mostrarle algunos de los sitios que fueron importantes en mi vida, fuimos a la playa y cuando veníamos de regreso en el muelle me topé con InuYasha.

—Pero, ¿te alcanzó a decir algo? O no sé, ¿viste si iba con alguien?

Higurashi negó con la cabeza, entendía el asombro de su amiga, ella también seguía sin creer que se hubieran encontrado. El destino tenía su forma extraña de hacerles pasar malos momentos, recordándoles situaciones dolorosas. Pedía a todos los dioses no tener que volver a verlo nunca.

—Fueron unos segundos en los que nuestras miradas se cruzaron, no supe más y no espero saber más —esbozó con frialdad—. InuYasha es parte de mi pasado y ahí se va a quedar.

—Entiendo —masculló Sango—. Esta es una ciudad muy grande, dudo mucho que lo vuelvas a ver.

—Eso espero.

—Disculpen —la voz del mesero las interrumpió—, ¿puedo servirles?

—Adelante —dijo la castaña haciendo un gesto con su mano.

—Esperamos sea de su agrado, si necesitan algo más no duden en llamarme —hizo una pequeña reverencia frente a ellas y en seguida se marchó.

Las dos mujeres sonrieron, no expresaron una sola palabra mientras degustaban de sus alimentos. Sango aún estaba impactaba por lo que Kagome le había contado y no dudaba que ella estuviera igual, ¿por qué la vida tenía que enfrentarla con la persona que le había causado tanto daño? No lo sabía. Lo mejor sería no preguntarle nada y hacer que su amiga disfrutara de su estancia en su país, tranquila, ocupándose de su tienda, de sus cosas, sin darle espacio a dolorosas situaciones del pasado.

Terminaron de comer, la comida era tal cual la recordaba la azabache. Era muy gratificante estar de vuelta en su ciudad, teniendo la oportunidad de volver a probar los sabores de su cultura, una que muchas veces se encontraba colmada de recuerdos.

—Tenías razón. ¡La limonada es ahora más deliciosa! —exclamó feliz al saborear la mezcla de dulzura y acidez de su bebida.

—Te lo dije —expresó Ryūguji guiñándole un ojo—. ¿Cómo está Kōga? Creí que me lo ibas a presentar.

—Voy hacerlo, pero cuando le comenté que me reuniría contigo me dijo él nos acompañaría en la próxima salida. Es muy comprensivo y no quería interrumpirnos, él entiende que teníamos muchos años sin vernos.

—Vaya, se nota que es un gran hombre. —La azabache asintió—. Kagome, ¿eres feliz?

Higurashi tomó su bebida y le dio un sorbo, dejó la copa sobre la mesa y clavó sus orbes chocolates en los de su confidente. Suspiró fuertemente, antes de responder.

—Sí, lo soy. Desde que Kōga llegó a mi vida volví a sonreír, él me ha motivado mucho, me impulsa a seguir mis sueños. Agradezco a la vida que lo haya puesto en mi camino.

—Me alegra mucho saberlo —dijo Sango con una enorme sonrisa—. Dile por favor, que deseo mucho conocerlo, debo advertirle que debe cuidarte o se las verá conmigo.

—Claro, se lo diré —masculló entre risas—. Ahora cuéntame, ¿cómo va tu trabajo?

Ryūguji comenzó a contarle más a fondo sobre su vida laboral. Pasaron gran parte del tiempo hablando sobre los proyectos que tenían cada una. Sango era la gerente general en la empresa donde laboraba y tenía a su cargo un gran equipo de trabajo. Kagome le contó que ya tenía alquilado el local para su tienda, también le dijo que le colocaría otro nombre para no levantar sospechas sobre si ella sería la dueña, quería que las personas pensaran que se trataba de alguna empresa que importaba prendas y estaba vendiendo las suyas. Tenía todo calculado para no tener que toparse con más personas de su pasado. No deseaba que su reciente llegada al país hiciera que su familia fuera a buscarla, todavía no estaba preparada para verlos, ese encuentro debía ser a su tiempo, no antes.

Las horas siguieron pasando, la limonada se cambió por una deliciosa taza de café, las risas no se quedaron atrás cuando de repente mencionaban alguna anécdota de su infancia. Ambas estaban felices de volver a estar juntas, nada era más gratificante que sentirse en casa. Kagome agradecía que el trabajo de su pareja le diera la oportunidad de volver a vivir ese tipo de momentos con su mejor amiga.

El fuerte tono de un celular las sacó de su burbuja, la azabache metió la mano en su bolso y sacó el aparato, leyó el mensaje de WhatsApp que le habían enviado antes de responder, sonrió y guardó el móvil en su cartera.

—Sospecho que ese mensaje que te enviaron te hizo feliz —comentó Sango al notar las sonrojadas mejillas en el rostro de Kagome.

—E-era Kōga, dice que ya está en el departamento, me está esperando —murmuró nerviosa.

—Por tu rostro imagino que te tiene alguna sorpresa o, ¿es otra cosa? —inquirió con curiosidad.

—Él es muy detallista así que no tengo idea. Solo me dijo que tenía la cena lista y bueno... una botella de vino.

—Una cena romántica, genial, entonces Kagome, creo que es hora de irnos.

La aludida asintió, llamó al mesero y este llegó con el total a pagar por su comida. Se pusieron de pie y salieron juntas del restaurante. Ryūguji se ofreció para llevar a su confidente, pero Kagome no aceptó, ya era muy tarde para desviarla, probablemente Miroku estaba esperándola y ella no quería retrasarla más.

Se despidieron con un fuerte abrazo. La castaña caminó hasta su auto. Kagome aprovechó para llamar un taxi, Quería llegar a su casa rápido para reunirse con su pareja, tenía mucha curiosidad por lo que le envió en el mensaje.


Iba pensando en todo lo que su amiga le había contado en la reunión cuando conducía hasta su casa. Todavía seguía impactada por el fugaz encuentro que tuvo Kagome con InuYasha. ¿Le habría contado Taishō a su esposo? Seguramente, pero no creía que a ella le comentara nada o tal vez sí. Ya lo descubriría al estar en su vivienda.

Llegó hasta su hogar, estaciono el auto en el jardín, tomó sus cosas y bajó de este, lo primero que la recibió fue el olor a pasta recién horneada. Caminó hasta la cocina y se encontró con su marido sirviendo la cena en la mesa.

—Si de esta manera me vas a recibir cada vez que vayas a un bar con InuYasha, mi amor deberías ir siempre —dijo con una sonrisa—. Esto huele delicioso.

—¡Cariño! Me alegra que estés en casa —saludó Miroku a su compañera mientras dejaba la comida sobre la mesa—. Espero sea de tu agrado.

—Claro que sí, la pasta es uno de mis platillos favoritos. —Hanagaki la tomó de la mano para que pudiera sentarse—. ¿Estamos celebrando algo qué no recuerde?

—Nada especial —expresó encogiéndose de hombros cuando se sentaba a su lado—. Solamente quería tener un detalle especial con la mujer que amo. —Besó el dorso de la mano de su mujer con ternura.

Sango se acercó a él para darle un beso. El sabor del vino en los labios de su esposo se mezclaron en su boca haciéndola sonreír cuando se separaron.

—¿Comemos? —preguntó ansiosa.

—Oh, sí, claro, adelante.

En medio de la cena empezaron a conversar, Miroku le preguntó a su esposa cómo le había ido en la reunión, ella tuvo que mentir, se sentía tan mal por hacerlo, pero no tenía otra opción, ya tenía pensado todo lo que le diría para que su relato parecía muy convincente. Hanagaki prestó mucha atención a todo lo que su mujer le contaba, él se sentía orgulloso de compartir su vida con una persona tan trabajadora, responsable e independiente como Ryūguji. Cada día daba gracias a los dioses por haberla encontrado.

—Bueno así terminó la reunión de hoy, fue algo pesada, por eso me siento un poco cansada. —Finalizó de decir su falacia—. Y tu día, ¿cómo estuvo?

—Maravilloso, hoy conocimos al nuevo arquitecto que nos acompañará en el proyecto, pero antes de contarte eso hay algo que debo preguntarte —murmuró notando como su esposa levantaba la mirada de su comida y le prestaba atención—. Bueno, no sé cómo decirlo.

—Así como nos decimos todo o, ¿vamos a empezar a tenernos secretos? —Levantó una ceja, imaginaba lo que iba a decirle, se sentía tan mal por su pregunta cuando ella era la primera en tenerlos.

—Kagome está en la ciudad, anoche se encontró con InuYasha en el muelle y él me preguntó si de casualidad tú, no sa…

—Miroku —esbozó sin dejarlo continuar—. Te he dicho que no sé nada de ella desde que se fue. Kagome vive en Europa, es lo único que tengo entendido. Si está o no en el país no tengo idea. Supongo que el encuentro tuvo que haber sido un mal momento para los dos, pero por favor, te pido que no me la recuerdes, aún me duele que se haya ido sin darme explicaciones.

Hanagaki observó la mirada fría de su esposa, ese tema le dolía, él desde hace muchos años no lo había tocado. Sus palabras le confirmaban que ella no sabía absolutamente nada. Al día siguiente le reafirmaría a su amigo lo que ya le había dicho, que su compañera rompió su relación de amistad con Higurashi desde hace diez años.

Por otro lado, Sango se sentía como la mierda. ¿Cómo tenía la sangre tan congelada para engañar de esa manera a su esposo? ¿Valía la pena? Sí, Kagome era su mejor amiga y ella haría lo que fuera por protegerla, sin importar que en algún momento su mentira le pudiera traer problemas en su matrimonio, ya pensaría como resolverlo si eso llegara a suceder. El destino solo les había hecho una mala jugada, nunca se volverían a ver, para qué remover el pasado.

—Perdóname, por favor —suplicó Miroku, sintiéndose mal por hacerla recordar situaciones que le dolían—. Mejor cambiemos de tema, ¿te parece?

—Descuida, entiendo tu pregunta, solo evitemos hablar de eso aún me duele mucho. Ahora sí, cuéntame, ¿cómo te fue con tu nuevo colega? ¿Quién es? ¿Cómo se llama? —inquirió con gran curiosidad antes de llevarse un bocado de pasta hasta la boca.

—Pues veras, es un arquitecto europeo, es muy conocido internacionalmente, su trabajo de vanguardia es impecable, Sayura lo contrató exclusivamente para este proyecto. Es un tipo agradable por lo que se ve y es muy moderno. Su nombre es Kōga Matsuno.

Sango de repente comenzó a toser, sentía que la pasta se le había quedado atorada en la garganta cuando de los labios de su marido salió aquel nombre, ¡no podía ser posible! Tenía que ser una maldita broma. ¿Por qué el destino hacía esas jugarretas? ¿Lo sabría Kagome? Por supuesto que no, sino se lo hubiera comentado en la tarde cuando la vio, entonces se enteraría esa noche, ¿cómo iba a reaccionar? Tenía tantas preguntas y ninguna respuesta. Debía calmarse o Miroku empezaría a sospechar y eso no le convenía a nadie.

»—Sango, ¿qué te pasa? Toma un poco de agua. —Hanagaki se levantó de prisa de la mesa, tomó la copa de agua y se la acercó a los labios para que esta bebiera un poco—. ¿Te sientes mejor?

—Sí, gracias. Disculpa, creo que un trozo de carne se me quedó atravesado en la garganta. Ya estoy bien —dijo con una pequeña sonrisa para calmar la preocupación de su marido—. Dijiste que el nuevo arquitecto se llama Kōga, su nombre no parece europeo.

—Lo mismo pensamos con InuYasha, pero al parecer tiene familia en Japón. Nació en París según tenemos entendido.

—Oh, ya veo y, ¿está casado? ¿Tiene pareja? —preguntó intentando parecer tranquila al seguir degustando sus alimentos.

—No lo sé, no tuvimos tiempo de preguntarle. Pasamos toda la mañana en una junta los cuatro y por la tarde él acompañó a Sayura a la construcción. InuYasha y yo nos quedamos, debíamos adelantar unos planos de otro proyecto que tenemos en marcha. Por qué la pregunta, ¿ya habías escuchado de él? —cuestionó el ojiazul llevándose el tenedor a la boca con un poco de pasta.

—Para nada, simple curiosidad. Me importa saber con qué tipo de personas se relaciona mi esposo y según me contaste ese hombre estará aquí por cuanto, ¿uno o dos años? —Miroku levantó dos dedos ya que tenía la boca ocupada—. Dos, gracias por confirmar. Debo suponer que en algún momento lo voy a conocer.

Hanagaki se llevó la mano a la barbilla y la masajeó, se suponía que siempre que un nuevo arquitecto llegaba a la compañía hacían una cena de presentación. En esa ocasión no les habían comentado nada, ya le preguntaría a su jefa cuando la viera en el trabajo.

—Siempre ha sido así, mañana preguntó y te confirmo.

—Gracias, así busco el vestido correcto —comentó con una sonrisa fingida—. Qué dices si dejamos el postre para después estoy muy cansada y solo quiero dormir.

—Claro, si quieres adelántate en lo que levantó la mesa. No te preocupes por nada.

Sango siguió las instrucciones de su esposo, se puso de pie, llegó hasta donde él se encontraba, depositó un tierno beso en sus labios antes de tomar su bolso y caminar hasta la habitación. Cuando llegó a su alcoba sacó su celular, no tenía ningún mensaje, eso significaba que Kagome todavía no sabía nada o ya la hubiera llamado. Suspiró, esperaría hasta el día siguiente para hablar con su amiga.


La comida se quedó olvidada sobre la mesa, una botella de vino vacía descansaba en la isla.

Había prendas esparcidas desde el comedor hasta la recámara. Todas las luces estaban apagadas, excepto, las de la habitación en la que dos personas se estaban entregando a la pasión.

Ella estaba recostada con las piernas apoyadas en sus muslos, él la estaba enloqueciendo con cada una de sus embestidas, eso era una lucha constante de poder y deseo. Sus ojos se observaron fijamente, sus bocas pedían encontrarse. Con un repentino movimiento lograron unir sus labios en un necesitado beso cambiando en ese instante de posición.

El joven ahora se encontraba tendido sobre la cama y su chica encima de él, de espaldas, con las manos apoyadas en sus rodillas mientras contoneaba las caderas de un lado a otro.

Esa mujer era tan ardiente, con solo tocarle la piel hacía que se quemara. Sus encuentros eran siempre así, rudos y apasionados. Kōga amaba la manera en la que su pareja se desenvolvía con tanta libertad en la cama, llevándolo cada vez que se fundían en un solo ser al límite de sus capacidades.

Desde su posición podía apreciar la esbelta figura de Kagome; su hermoso cabello azabache que se movía al ritmo de sus caderas, su larga y exquisita espalda, sus contorneadas piernas, su redondo trasero, todo su cuerpo lo hacían perderse más de lo que ya se encontraba.

Higurashi estaba concentrada en sus movimientos, disfrutaba plenamente del sexo con su novio, ella se sentía completa al estar entre sus brazos. Siempre que podían dejaban que la pasión los embriagara sin importar el día, la hora o el lugar.

Echó un poco la cabeza hacia atrás cuando sintió las fuertes manos de Matsuno sobre su cabello, lo estaba jalando con delicadeza, haciendo que ella brincara aún más sobre su miembro.

Él la escuchó gemir su nombre y eso hizo que este intensificará su ritmo, los dos estaban concentrados viendo el momento, metidos en su nebulosa, cuando a los oídos de Kagome llegaron unas palabras que no había escuchado desde hace muchos tiempo.

—Quizá no me robé a la niña, pero si disfruto de la mujer —murmuró su pareja perdido en sus emociones.

«—Me he robado a la niña y te he regalado a la mujer. Me he inscrito en tu ayer…».

«…InuYasha» pensó Kagome.

Esas palabras, esas malditas palabras que no eran iguales, pero sí muy parecidas a las que Taishō le había dicho la noche que la hizo mujer. Esa frase se la había tatuadas en el alma. ¿Por qué? ¿Por qué demonios su novio tenía que decir algo parecido? ¿Por qué en ese momento? ¡¿Qué diablos quería decirle el destino?!

Dejó de moverse abruptamente, podía sentir los fuertes latidos de su corazón y estaba segura que esa agitación no se debía al sexo que estaba teniendo con su pareja, sino a los recuerdos, esos que la perseguían para hacerle daño de cualquier manera.

Kōga levantó su cuerpo de la cama, con dudas se acercó hasta su novia, le besó el cuello y dejó descansar su barbilla en su hombro antes de hablar.

»—Kagome, ¿qué te sucede? ¿Estás bien? —inquirió con preocupación, ¿había hecho algo malo? ¿La había jalado muy fuerte? Sería posible que no se diera cuenta que la estaba lastimando y por eso ella detuvo el acto sin decir nada.

—Sí lo estoy —respondió con la voz entrecortada—. Perdona, solo quiero cambiar de posición —mintió para no angustiarlo más—. Sigamos en lo que estábamos.

—¿Estás segura? No te lastime al jalar tu cabello, si es así discúlpame, por favor.

—No digas nada, no fue eso. Solo que me aburrí de darte la espalda, quiero ver tu rostro cuando alcancemos el orgasmo —musitó antes de besarle los labios. Se sentía como una maldita por estarle mintiendo, pero no quería dañarlo, no a él, no por cosas que ya no tenían sentido y pertenecían al pasado.

Con determinación Kagome hizo que su novio volviera a acostarse sobre la cama, girando su cuerpo para posicionarse encima de él, besó sus labios, bajó hasta su cuello lamiendo esa zona que tanto lo excitaba. Lo escuchó gemir su nombre y eso fue suficiente para saber que la pasión había vuelto a su anatomía, llevó el miembro de su pareja hasta la entrada de su intimidad y de una vez sin pensarlo lo enterró dentro de ella. Kōga volvió arder en deseo, colocando las manos sobre sus senos. Estuvieron así, deleitándose de sus cuerpos por unos minutos hasta que el momento llegó. El orgasmo los había alcanzado a los dos casi al mismo tiempo, haciéndolos gemir una vez más.

Kagome se recostó sobre el pecho de su pareja sin decir una sola palabra, con cuidado levantó su mirada, lo observó, estaba con los ojos cerrados y con una sonrisa en los labios, era evidente que él estaba feliz. Volvió a enterrar su rostro en el fornido torso de su novio y cerró sus ojos.

Se sentía como la mierda sabiendo que los últimos minutos que estuvo con él, estuvo estado pensando en su ex, recordando sus besos y sus fuertes manos acariciándole la piel. Esas malditas palabras la llevaron a ese recuerdo, uno que no había venido a su mente desde hace tantos años y ahora le pasaba por enfrente como en cámara lenta. Apretó su puño izquierdo hasta que sus uñas se le clavaron.

Ella no podía seguir pensando en él. InuYasha representaba su pasado y Kōga era su presente. No lo iba a engañar ni con el pensamiento, ni siquiera con eso. Restregó su cara en el pecho de su pareja y lo abrazó. Matsuno la rodeó con sus manos, atrayéndola más hacia él para que pudiera descansar.

Ese era su lugar, esos eran los brazos en los que quería estar, nada iba a cambiar. Ese tipo de malos recuerdos debían servirle para hacerla más fuerte, así como lo habían hecho hace tantos años, cuando todo con InuYasha se había ido al carajo.

Continuará...


Hola, ¿cómo están?

Primero quería agradecerles a quienes leyeron «Primera Vez». Eso fue un regalo para todos ustedes y también quería mostrarles un par de datos interesantes que se irán revelando a lo largo de la historia. Para aclarar sus dudas Inu y Kag sí se cuidaron. Kagome estaba tomando pastillas, tranquilos, ellos lo tenían todo planeado.

En este capítulo conocimos a Sango, descubrimos como es su relación de amistad con Kagome y vimos un poco de su relación de matrimonio con Miroku.

Quiero escuchar sus teorías sobre cómo va a manejar ella el asunto de Kōga ahora que descubrió que este trabajo con su esposo e InuYasha.

Otro factor importante es la relación de Kagome con su pareja, creo que descubrieron como se enlazó la precuela con este capítulo.

De todo corazón gracias por leer y acompañarme en esta historia.

Los quiero muchísimo.

Gracias a las páginas que siempre están al pendiente con mis actualizaciones. Los adoro mucho.

Nos seguimos leyendo.

Con amor.

GabyJA