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Capítulo VIII
Apenas había abierto los ojos y ya quería cerrarlos de nuevo. Ese día su peor pesadilla se haría realidad, aunque trató de calmar a su mente con la idea de que no conviviría todo el tiempo con InuYasha, esta no se terminaba de convencer. ¿Por qué tenía que pasarle eso a ella? ¿Qué pecado había cometido para que tuviera que recibir ese cruel castigo? Sinceramente, no tenía ni idea.
Se incorporó en la cama y apoyó la espalda contra la cabecera, desvió la vista hacía el reloj que descansaba en su mesa de noche y se percató que aún eran las siete de la mañana. Era un verdadero milagro que en eso si tuviera suerte ya que ese día tenía una reunión a las diez en punto en la tienda, luego debía esperar a que llegara la tarde para comenzar los trabajos de remodelación con el nuevo arquitecto.
Suspiró y se frotó los ojos para tratar de asimilar que en una hora debía levantarse. Estiró los brazos lo más alto que pudo y respiró profundamente, inundando sus pulmones del fresco aire que estaba mezclado con una fragancia que ella conocía perfectamente. Volteó la mirada hasta la puerta del baño y observó a su pareja saliendo de ahí, con una toalla anudada a la cintura y otra la llevaba sobre su cabello que iba secando con ambas manos.
Kagome tuvo que tragar fuerte al notar cómo las gotas de agua descendían por el fornido pecho de su novio, el cual estaba muy bien tonificado. Kōga era la representación de un perfecto dios griego que la invitaba a hundirse en la lujuria.
—Mi amor, buenos días. ¿Cómo dormiste? —inquirió el moreno al sentarse en la orilla de la cama—. Espero no te encuentres muy desvelada.
—Descuida, me gusta ver series contigo —le dijo al acercarse a él para darle un pequeño beso en los labios—. ¿Y tú? ¿Dormiste algo? Yo no recuerdo a qué hora cerré los ojos.
—Sí, descanse, pero no me importaría pasar en vela cuidando tu sueño —musitó cerca de sus labios antes de darle otro corto beso que en esta ocasión fue un poco más demandante—. Te quedaste dormida en el primer capítulo de la tercera temporada, no te preocupes, repetiré los episodios para que puedas verlos.
Kagome sonrió y con ternura acarició la húmeda mejilla de su pareja. Kōga era el hombre perfecto; era atento, cariñoso, un excelente amante y un gran caballero, tenía un corazón de oro que enamoraba a cualquiera y eso era lo que la tenía tan ilusionada, porque ella lo amaba con toda el alma, ¿cierto?
Volvió a recostarse sobre la cama apoyando la cabeza en su suave almohada. Fijó sus ojos un momento al techo de su habitación, cerró los párpados unos instantes y disipó ese planteamiento que acaba de hacerse. Era claro que si estaba con él era porque lo amaba y esa telaraña de preguntas solo se debían a las horribles jugarretas que le estaba haciendo el destino.
—Creo que si nos seguimos desvelando terminaremos la saga en menos de un mes —murmuró luego de abrir sus ojos y clavarlos en los preciosos zafiros que poseía Matsuno—. Los fines de semana podríamos hacer una maratón.
—Es posible, sin embargo, no tenemos prisa en terminarla —balbuceó mientras se pasaba despacio la toalla que usaba en el cabello sobre el abdomen—. Game of Thrones no se va a ir a ningún lado y, tú y yo siempre hemos tenido planes más interesantes que realizar sin importar los días.
—Contigo hasta ir al supermercado resulta placentero. —Se puso la sábana sobre el rostro cuando recordó cierta anécdota vivida en París recién iniciada su relación—. El concepto de adrenalina se materializó en ti.
—Y tú eres un demonio que me lleva hasta el infierno —esbozó al quitarle la cobija de su sonrojado rostro—. Nunca me voy a cansar de experimentar contigo.
—Yo tampoco —expresó al tumbarlo sobre la cama para subirse encima de él.
Kōga le dio una mirada lasciva y eso le encantó. Kagome amaba tener el control y esa mañana se lo demostraría gracias a que su deseo carnal se encendió, despertando en ella un apetito sexual que solo su novio podía calmar. Sin importar que en su cabeza tuviera mil preguntas sin una respuesta.
—Por lo que veo deseas que llegue tarde al trabajo —comentó tranquilo mientras pasaba las yemas de sus dedos por sus pronunciados muslos—. Si me regañan, tú tendrás que sufrir las consecuencias conmigo.
—Estoy dispuesta a cumplir el reto. Aunque —se movió por encima de la toalla rozándole la virilidad que ya había despertado— tienes el tiempo suficiente para hacerme desfallecer o yo seré la que te dé el castigo antes de irte a trabajar.
—¡Oh, mi amor! Eso será un completo placer. —La vio saborearse los labios de una manera tan sensual que lo único que logró fue que deseara con todas sus fuerzas poseerla en ese preciso instante—. Iremos juntos a ver al diablo, Kagome.
Eso es lo que más deseo —murmuró extasiada al dejarse atrapar por las insanas caricias que recibía su cuerpo. Kōga había aprendido a leerla, encontrando en cada rincón de su ser la manera correcta de llevarla al borde del abismo—. Ven, comencemos a decender.
—Tus deseos son una orden.
No tuvieron que decir ni una sola palabra más para dejarse envolver por esa coyuntura de pasión que se estaban profesando. Ese momento entre las sábanas era lo que necesitaba para mejorar su mañana, no existía mejor forma de recordándole lo maravillosa y gratificante que era su vida de pareja. Una que por años la había hecho tocar el cielo, aunque lo más delicioso lo alcanzaba al sucumbir hasta el mismísimo infierno.
Porque sin importar el lugar, la hora o el día, darían rienda suelta a ese deseo ardiente que les hacía quemarles la piel cada vez que se entregaban.
Habían llegado a un modesto restaurante cerca de la constructora. InuYasha y Miroku aprovecharían la hora de la merienda para compartir sus alimentos, charlar un poco y tomar algo de aire fresco fuera del área de trabajo.
Casi siempre se quedaban en la oficina, pero en esa ocasión necesitaban conversar fuera de ese lugar para no tener ningún tipo de interrupción.
Un joven mesero se presentó ante ellos y, amablemente, les tomó la orden a los dos caballeros. Anotó todo en una pequeña libreta y luego se marchó no sin antes otorgarles una cordial reverencia.
—Esta mañana se me fue volando, tuve que reorganizar algunas tareas en la construcción del condominio de Minato. Nada del otro mundo, pero estas modificaciones harán que se alargue unos días más el proyecto —expresó Miroku para romper la tensión en el ambiente con una plática trivial sin ningún tipo de dato relevante—. ¿Y a ti? ¿Cómo te ha ido hoy? Sino fuera porque ya habíamos acordado reunirnos no sabría de tu persona en todo el día.
—Todo bien. Disculpa, he pasado ocupado con unos planos del centro comercial que Kōga me presentó muy temprano y, además —suspiró—, he tenido que poner mi mejor cara ante la algarabía de Kōga y Sayura por el trabajo que realizaré en la tienda de Kagome.
—Imagino que debe ser muy tedioso —dijo luego de darle un sorbo al vaso con agua que les habían servido al llegar al restaurante—. Nunca me imaginé que llegaría a suceder algo así y mucho menos que tu esposa fuera la autora intelectual de la idea.
—Kikyō es una mujer muy gentil y comprometida con el trabajo, ella se siente muy orgullosa de todos los logros que he obtenido y cree mucho en mi capacidad. Honestamente, le agradezco muchísimo su apoyo y su confianza, pero…
—...Nunca te imaginaste que fuera ella la que te arrojaría a un callejón sin salida por no saber la verdadera historia detrás de ti y Kagome —terminó Hanagaki la frase y su amigo afirmó con la cabeza.
—Es correcto, ella cree que esto nos ayudará a formar nuevos lazos de amistad, ya que al parecer le cayó muy bien Kagome y al ser la novia de uno de mis compañeros, le gustaría que pudiéramos tener una relación más cercana y no solo la típica de colegas del trabajo —confesó dejando caer las manos despacio sobre la mesa—. Se imagina que podríamos llevarnos con ellos como lo hacemos con ustedes.
Miroku colocó la barbilla entre sus manos dejando caer los codos sobre la mesa. La idea de Kikyō era muy razonable, pues lo quisieran o no tendrían que convivir, lo más sano sería formar un vínculo de amistad, claro, si los sucesos fueran diferentes, pero en este caso era un poco más complicado, aunque no debería ser imposible. InuYasha y Kagome tarde o temprano tendrían que hablar para aclarar sus diferencias, logrando de esta manera que la idea de Sano pudiera tener buenos resultados.
El azabache centró su mirada en los dorados ojos de su amigo y le sonrió. Si el destino estaba haciendo todo esto era porque algo les quería mostrar, y él estaba seguro que si se hacían las cosas correctamente, podrían en algún momento llegar a retomar la amistad. Ambos ya tenían sus vidas hechas, lo mejor era avanzar y mirar las nuevas experiencias que les traería el futuro, eso era lo mismo que le había dicho a su esposa cuando le contó lo que había platicado con la diseñadora de modas.
Si Sango consideraba que era una buena opción darle una nueva oportunidad a Kagome, él no se lo iba a impedir, eso sí, siempre estaría al pendiente por cualquier percance, no obstante se encontraba abierto a la posibilidad de que su mujer recobrara a su mejor amiga y porque no, InuYasha también pudiera, por fin, liberarse de ese amargo sentimiento que por años lo había atormentado. Quizá estar cerca de Higurashi le haría cerrar esa herida que tanto daño le causó a los dos en el pasado. Ahora eran unos adultos que habían madurado, ya no se trataba de esos chiquillos obstinados que estudiaban en la universidad. O eso quería creer.
—InuYasha —esbozó su nombre con tranquilidad—, todo va a estar bien, la idea de Kikyō es la correcta. Puede ser que su primera reunión no sea la más cómoda, pero a medida que vayan hablando y vayan solucionando las cosas que dejaron pendientes, la convivencia les servirá a los dos para seguir progresando, de esta manera un día no tan lejano dejarán de tratarse como perros y gatos. —Se acomodó bien en la silla y le dedicó una sonrisa sincera a su mejor amigo—. Ve esto como una oportunidad y no como un castigo, ¿te parece?
—Como siempre tienes la razón en cada una de tus palabras —arguyó al tomar entre sus manos su vaso con agua—. En esta ocasión no quiero pelear, solo deseo llevar la fiesta en paz y hacer este trabajo de manera profesional —bebió del líquido vital sintiendo cómo su garganta volvía a hidratarse luego de haberla tenido un poco reseca—. Te confieso que este fin de semana estuve más tranquilo, no le pase dando tantas vueltas al asunto como la vez anterior de la cena en el restaurante. Ahora ocupé mi mente en mi esposa, la llevé de paseo estos días de descanso y a su lado me desconecté por completo de la realidad. Hasta esta mañana en la que volví a la oficina.
—Es bueno escucharlo, pienso que lo mejor que puedes hacer es centrar todos tus pensamientos en Kikyō y en cómo hacerla feliz. Lo demás son pruebas que vamos a ir superando, porque amigo —le guiñó un ojo—, tú nunca estarás solo, yo siempre estaré aquí para aconsejarte y ayudarte en lo que necesites.
—Lo sé, Miroku y te lo agradezco —le otorgó una enorme sonrisa a su confidente—. El arquitecto InuYasha Taishō cumplirá el trabajo asignado con éxito, para no defraudar a la compañía para la cual trabaja —afirmó enarcando una ceja—. Esto será un punto a favor dentro de mi currículum.
—Ese es el InuYasha que me agrada ver, el animado y comprometido con su labor. No dudo que todo quedará perfecto y Kikyō estará orgullosa del gran esposo que tiene a su lado —espetó con emoción en sus palabras—. ¿A qué hora debes presentarte en la tienda de modas?
Taishō observó su reloj antes de responder y se dio cuenta que todavía tenía el tiempo suficiente para comer con tranquilidad, y seguir conversando un poco más con su sabio amigo.
—A las tres de la tarde saldré de la oficina, Kōga me dijo por la mañana que Kagome me estaría esperando antes de las cuatro de la tarde. Hoy solo me mostrará los planos y sus ideas para que entre los dos definamos un horario conveniente para ambos.
—Perfecto, aún hay tiempo —sonrió al notar que les quedaba hora y media para merendar—. Por cierto, quiero que me ayudes a pensar qué puedo obsequiarle a Sango por nuestro aniversario.
—Con gusto, aunque conociéndola, le puedes regalar una bolsa de azúcar para que se le endulce la vida —masculló entre risas, InuYasha siempre había molestado a Sango desde que se conocieron finalizando el bachillerato—. Creo que con eso la harías feliz.
—InuYasha, por favor, ¡deja de hacer bromas! —rodó los ojos, a su colega le encantaba hacer comentarios de mal gusto para fastidiar a su querida esposa—. En serio, necesito tu consejo. —Lo vio intentar abrir la boca para decir otra de sus cosas sin sentido y lo calló de golpe antes de que hablara—: Pero para que me des ideas que puedan gustarle, nada de cosas infantiles, ¿de acuerdo?
El ambarino asintió, él mejor que nadie sabía lo enamorado que estaba Hanagaki de su mujer. Haría lo que estuviera en sus manos para que juntos buscaran el obsequio perfecto que, a la castaña le arrancara una sonrisa y la hiciera suspirar de amor en los brazos de su esposo.
El tiempo que les quedaba lo aprovecharían para conversar sobre el aniversario de bodas de los Hanagaki.
Se encontraba en la tienda organizando unos papeles en la improvisada oficina que tenía en el primer piso del establecimiento. Todas las modistas y su asistente se habían retirado a almorzar, y ella se había quedado para tener un momento de paz a solas.
El tiempo había transcurrido muy rápido esa mañana, aún no podía creer que en un par de horas tuviera que reunirse a definir detalles de la remodelación con el nuevo arquitecto, InuYasha Taishō.
Sacudió su cabeza para disipar esa nube de pensamientos que no le ayudaban en nada. Caminó hasta su bolso y sacó su celular, marcó el número de un restaurante y pidió que le llevarán algo sencillo y rápido para comer. Si debía ser sincera, por muy frustrada que se encontrara mantenía siempre su buen apetito, eso lo pudo comprobar muy temprano por la mañana cuando su instinto animal se había activado para devorar a placer a su pareja.
Sonrió triunfante al recordar el momento y con las yemas de sus dedos acarició su cuello. Ese fugaz encuentro matutino la había dejado muy satisfecha.
Se dirigió hasta el escritorio y se sentó en su silla. El encargado del restaurante le había informado que debía esperar veinte minutos a que la orden llegara y eso era tiempo suficiente para poder conversar con su mejor amiga. La castaña y ella apenas y se pudieron mandar uno que otro mensaje durante el fin de semana, pues ambas habían salido de paseo con sus respectivas parejas. Kagome tenía curiosidad por saber qué le había dicho Miroku sobre su idea de retomar la amistad que la curiosidad la estaba matando. Aprovecharía ese espacio para conocer toda la información con lujo de detalle y sin temor a que pudieran interrumpirlas.
Tomó su teléfono entre sus manos y cuando estaba por marcar el número de su confidente el aparato comenzó a sonar, sonrió al ver el nombre en la pantalla y, rápidamente se apresuró a contestar.
—¡Hola, Kagome! ¿Cómo estás?
—¡Hola, Sango! Muy bien. ¿Y tú? ¿Cómo te encuentras? —inquiero con una enorme sonrisa en los labios.
—Muy bien, tuve un relajante fin de semana. Hace mucho no visitamos a los padres de Miroku y en esta ocasión aprovechamos el viaje para hospedarnos en un hotel con aguas termales —le contó emocionada—. ¿Cómo estuvo tu salida?
—Oh, fue genial. Nosotros salimos a acampar. Ya te había comentado que a los dos nos gusta mucho la naturales. Y ayer que volvimos a nuestro departamento nos pusimos a ver una serie que a Kōga le fascina, comimos y yo me quedé dormida sabrá Dios en qué momento —espetó inclinando la espalda para despegarla del respaldo de la silla—, estaba muy agotada.
—Lo imagino, por muy pacífico que sea el campo no deja de ser cansado realizar actividades al aire libre, pero me alegra escuchar que la pasaste muy bien.
Sango realmente estaba preocupada de que su amiga hubiera tenido que fingir sentirse mal como la última vez, por este giro de tuerca inesperado del destino. Escucharla decir que disfrutó sus días le devolvía la tranquilidad que de una u otra forma estaba precisando.
—Sí, necesitaba mucho el aire fresco. Además, la compañía siempre es gratificante —confesó, entre ella y Ryūguji no existían secretos. Higurashi se sentía en total libertad de contarle cualquier intimidad sin ningún problema—. Kōga es amante de la adrenalina y siempre me está retando a experimentar nuevas aventuras.
—Supongo que esas aventuras terminan siendo muy placenteras —esbozó escuchando un profundo suspiro como respuesta—. Me alegro por ti, me hace feliz saber que eres una mujer dichosa en todo el sentido de la palabra.
—Gracias, Sango. También me alegra mucho por ti escuchar que tuviste un merecido fin de semana al lado de tu marido, conociendo a Miroku, bueno… —hizo una pausa y escuchó al otro lado del auricular a su amiga mascullar algo que no entendió, pero imaginaba que tenía que ver con la frase que estaba por terminar—. No dudo que en esas aguas termales te haya hecho suspirar.
El silencio reinó unos cuantos segundos antes que la castaña soltara una risa que contagió a Higurashi por su efusividad. Quién se imaginaría cuántos años habían pasado desde que dejaron de conversar sobre sus muñecas, y pasaron a hablar sobre cómo sus parejas las hacían sucumbir de placer entre sus brazos. Definitivamente, su confianza era un pilar fundamental para la vida de ambas.
—Creo que tu mente y la de Miroku con los años terminaron siendo parecidas, Kagome —afirmó entre risas—, pero en fin, me gusta saber que ambas pudimos disfrutar momentos agradables con nuestras respectivas parejas.
—Pienso igual —sonrió—. Sango, quería preguntarte, ¿qué fue lo que te dijo Miroku cuando le contaste sobre retomar nuestra antigua amistad? —inquirió muy curiosa—. Supongo que te comentó algo al llegar a su hogar.
—Precisamente por ese asunto te llamé —expresó. Kagome no podía verla, pero por su tono de voz se escuchaba muy entusiasmada—. Al llegar a casa conversamos un poco de todo; del evento, los invitados, la música, etc, etc —tomó un poco de aire y prosiguió—: Yo esperé a que Miroku me tocara el tema para que no especulara que me encontraba muy emocionada, sabes cómo es, él analiza cada palabra, gesto o expresión.
—Sí, lo sé —musitó la diseñadora de moda.
—Estaba de lo más tranquilo cuando me preguntó sobre qué habíamos hablado, yo le conté que tú amablemente me mostraste la tienda, y que cuando me llevaste al taller aprovechamos a conversar un poco y ambas nos pedimos perdón.
Kagome se incorporó de golpe en su silla al escucharle decir a su mejor amiga que le había pedido perdón por una supuesta ruptura que nunca había existido. Hanagaki creería que sería el colmo que todavía su esposa tuviera que disculparse por errores cometidos entre ella e InuYasha.
—Pero Sango, si realmente hubiéramos dejado de hablar la culpa no habría sido tuya, sino mía por arrastrarte a mis problemas. Bajo ninguna circunstancia tú tendrías porqué disculparte —arguyó preocupada, Higurashi ya no quería meter en más enredos a su confidente—. Miroku debe haberte dicho que soy una inconsciente.
—Para nada, al contrario, me dijo que había sido un acto muy maduro por parte de las dos reconocer que de una u otra forma ambas habíamos tenido culpa en distanciarnos. —La escuchó balbucear y se le adelantó para que no pusiera protesta—: Si algo caracteriza a Miroku es su capacidad para analizar la situación con cabeza fría sin dejarse afectar por los sentimientos. Yo lo conozco mejor que tú y estaba segura que si le decía eso, él no iba a poner ninguna objeción en que intentáramos retomar nuestra amistad.
La azabache lo pensó rápidamente, dándose cuenta que Ryūguji tenía toda la razón, nadie mejor que ella podía conocer a su marido y era la única persona que podría convencerlo para que la idea de retomar su amistad no le pareciera descabellada. Suspiró y agradeció que por lo menos ese peso se lo iban a quitar de encima las dos. Ya podrían hablar tranquilamente ante el público sin tener que esconderse.
—Me regresas el alma al pecho al saber que Miroku está de acuerdo en que te hable de nuevo. Ya no quería seguir fingiendo que estaba molesta contigo —confesó sinceramente—. Eso sí, debemos ir poco a poco para no levantar sospechas.
—Por supuesto, Miroku me dijo que vaya despacio y yo le aseguré que así sería. Él piensa que nos volveremos a ver hasta la cena de aniversario, pero lo que no sabe es que tú me va a ayudar a escoger su regalo —le informó Sango a la diseñadora de modas. La opinión de su amiga era muy importante pues sería la primera vez que, podrían compartir juntas una fecha tan especial.
—Te ayudo encantada y también con tu atuendo. Y antes de que protestes ese tema no está a discusión, entendido. —La escuchó musitar un «de acuerdo» y sonrió. Nada le hacía más feliz que estar compartiendo algo tan significativo para su mejor amiga—. Ahora, debo dejarte, el repartidor debe estar por llegar con la comida que ordené y aún tengo que organizar unos cuantos papeles para recibir a InuYasha.
—Kagome, no te estreses, todo va a salir bien. Piensa que esta es una oportunidad para darle definitivamente, vuelta a la hoja. No todas las pruebas son malas —le dijo con todo el amor que le tenía—. Trata de estar tranquila y piensa como la profesional que eres, esto, simplemente, es un trabajo para realzar tu negocio.
—Tienes razón, gracias, amiga. Tus palabras siempre logran calmarme —expresó con una enorme sonrisa en el rostro—. Bueno, ahora sí, debo colgar. Te enviaré un mensaje después de la reunión para contarte cómo me fue.
—Lo estaré esperando. Adiós, Kagome.
—Adiós, Sango.
Colgó la llamada y se levantó de su asiento, lo mejor que podía hacer en ese momento era salir a esperar a ese repartidor que ya se había retrasado. Era una realidad que tenía mucha hambre.
Se encontraba a unas cuantas cuadras de su objetivo. Parecía que el destino estaba confabulando para que no llegara tarde a su cita, ya que durante todo el trayecto ninguna señal de tránsito había requerido el alto.
Dobló en una esquina para entrar al parqueadero. El edificio en el que se encontraba la tienda de su nueva cliente, afortunadamente, tenía un subterráneo. Tomó su celular y le mandó un mensaje a su esposa, Kikyō le había comentado que tendría una reunión desde el mediodía con unos abogados del bufete y por tal motivo no podría marcarle. Le escribió un texto corto deseándole buena suerte en su trabajo y aprovechó para contarle que ya se encontraba en el establecimiento de su nuevo proyecto, lo envío y se guardó el móvil en el bolsillo de su pantalón. Bajó del automóvil, tomó su carpeta y suspiró. El momento había llegado.
Buscó el elevador y subió en él. El negocio se encontraba en el primer piso, así que fueron una fracción de segundos los que lo hicieron estar dentro del comercial. Abrió la puerta de cristal por la cual se ingresaba a la tienda y saludó a algunos de los empleados.
Una chica muy sonriente salió a su encuentro y le indicó que su jefa lo estaba esperando. Taishō agradeció y la siguió en silencio hasta el fondo del piso donde se ubicaba un improvisado cubículo que imaginaba fungía como oficina. Metió una de sus manos en sus bolsillos y sintió cómo un sudor helado le recorría por los dedos, ¡por todos los dioses, después de tantos años esa mujer todavía lo ponía nervioso! Inhaló una fuerte bocanada de aire inundado sus pulmones de oxígeno, lo retuvo en su diafragma mientras esperaba a que la diseñadora diera su autorización para entrar. Los segundos parecían años, hasta que su voz se dejó escuchar, soltó el aire muy despacio y parpadeó instintivamente. Diez largos años habían pasado desde la última vez que compartieron un espacio a solas, pero en esta ocasión el contexto era muy diferente.
—Siga, por favor —indicó la asistente de la azabache al arquitecto—. Kagome, ¿necesita algo más?
—No, nada. Muchas gracias, Yuka —respondió sin un ápice de emoción—. Puedes retirarte y por favor, que nadie nos moleste.
—Como usted ordene. —La joven le hizo una reverencia y se marchó cerrando la puerta detrás de ella.
InuYasha observó tranquilo la escena mientras su vista hacía un recorrido panorámico del lugar. Cada rincón de esa pequeña oficina tenía estampada la firma de Kagome. Se podía notar que aún con los años había ciertas costumbres que eran difíciles de cambiar.
—Siéntate, por favor —le pidió con un cortés gesto de su mano—. Bienvenido a Exclusif à Higurashi, InuYasha Taishō.
La forma en la que pronunció las palabras de recibimiento parecían cuchillos, se sentían como pequeñas dagas que tenían un único objetivo, apuñalarle el alma.
Esta reunión parecía que sería todo menos una tranquila junta de trabajo. InuYasha cerró sus ojos y una pequeña sonrisa se formó en la comisura de sus labios. Si la diseñadora quería iniciar la guerra que lo hiciera, él en esta ocasión estaría en completa calma.
«Haz tu primera jugada, Kagome Higurashi» pensó mientras se acomodaba bien al respaldo de la cómoda silla en la que se encontraba sentado.
Continuará…
¡Hola! ¿Cómo han estado?
Ahora sí, damos inicio a este encuentro que por más que quisieron no pudieron evitar. El destino y sus designios son algo extraños, pero todo tiene una razón o eso es lo que parece.
¿Qué piensan que sucederá de aquí en adelante con ellos dos? Me encantaría conocer su opinión.
Como siempre les agradezco todo su amor y apoyo para esta historia que tiene cautivada mi alma. Ustedes son el motor que me inspira para seguir avanzando. Los adoro muchísimo.
A las páginas que siempre me recomiendan mil gracias por todo el apoyo, son un completo amor; Mundo Fanfics InuYasha y Ranma e InuYasha Fanfics. Les quiero mucho.
Nos leemos pronto,
Con amor.
GabyJA
