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Capítulo IX


Se miraron por primera vez, fijamente, el uno al otro a los ojos, después de tantos años en los que sus vidas tomaron un camino completamente diferente. Dorado y chocolate luchaban por tener el control o, simplemente, por ocultar sentimientos que debían quedarse en lo más profundo de su corazón.

InuYasha seguía manteniendo su semblante calmado. Tenía ambas manos apoyadas a los costados de la silla y en sus labios permanecía una sonrisa ladina que, podía apostar, a Kagome no le agradaba.

La diseñadora respiraba pesadamente, esa sin duda era una de las situaciones más incómodas en la que alguna vez había estado. Tener frente a ella, al hombre que amo por tantos años, con quien imaginó tantos momentos juntos, con el que planeó una vida que no pudo ser. Ahora se encontraba ahí sentado, ante su presencia como si fuera un completo extraño.

—Estos son los planos de las oficinas y el taller de costura que me habían diseñado —comentó al colocarle sobre la mesa el esquema que le habían elaborado—. Si quiere revisarlos, adelante.

—Por supuesto —esbozó sin un ápice de emoción. El arquitecto deseaba con todas sus fuerzas que su convivencia fuera lo menos posible, y rogaba porque el diseño que estaba por observar lo ayudara con eso—. Kagome, ¿quién te dibujó estos planos?

—El maestro de obra —expresó encogiéndose de hombros—. Kōga ya había hecho mucho por mí y no quería cargarlo con algo más. Así que le dije que me encargaría personalmente de ese asunto. Mi idea era contratar a un arquitecto, pero si no lo encontraba rápido, le pediría a los albañiles que trabajaron en este piso que me ayudaran con la construcción. Y como ves, ahí tienes el resultado.

—Por lo que veo sigues siendo una impaciente —musitó. Taishō pensaba que con los años ese defecto había cambiado en ella, pero a juzgar por lo que estaba observando, ese no era el caso—. No es por ofender. Es solo que, no es lo mismo imaginar una oficina terminada a imaginar sus cimientos. Antes de cualquier decoración debes pensar en lo principal: la estructura —declaró con seriedad, su trabajo no era un juego de niños—. Kagome, tu eres una diseñadora de modas. No una arquitecta.

La azabache parpadeó rápidamente, dejando caer sus palmas sobre la mesa. Era obvio que ella no era una arquitecta; sin embargo, tenía muy claro lo que deseaba como resultado final para su empresa. Era tan difícil de comprender que si él estaba ahí sentado, era porque necesitaba una ayuda profesional. ¡InuYasha la estaba tratado cómo a una estúpida!

Tampoco era una inconsciente que dejaría en manos de unos obreros toda la construcción. Ese diseño era un simple bosquejo, ¿por qué demonios InuYasha no lo interpretó así? Como siempre, ante sus ojos, ella era una inmadura que actuaba sin pensar.

—No necesito que me recuerdes mi profesión. La tengo muy presente, gracias —manifestó con el ceño fruncido—. Esto solo es una idea, ¡no el fin del mundo! Si te vas a burlar, puedo contratar a alguien más. No eres el único arquitecto sobre el universo, InuYasha.

—No, claro que no, pero si el único que para tu desgracia conoces y tiene el tiempo suficiente para ayudarte. Te recuerdo que el haberte ido por tantos años, te hace una completa extranjera, incluso en tu propio país. —Le dejó ir un golpe bajo muy bien pensado—. Cambia esa arrogancia, por favor. Te estoy hablando como un profesional en su campo, no como un amigo que alaba todo lo que imagina tu cabeza.

—Una extranjera en su propio país —balbuceó para sí misma. Aunque no le gustó escuchar eso, el ambarino tenía razón. Desde que se marchó, dejó de saber muchas cosas del lugar que la vio nacer y de sus habitantes—. Sé que no somos amigos, InuYasha. También sé que tú eres el experto, ¡mírate, todo un arquitecto! —expresó con un deje de sarcasmo—. Pero te recuerdo que soy yo la que te está contratando. Lo que quiero es que, al final del trabajo, mis oficinas y mi taller se vean como lo estoy imaginando.

—No has cambiado en nada. En fin, esto es una labor y como tal, se hará todo como lo dispongas —comentó regresando su vista a los dichosos planos—. Solo te pido que me dejes hacer la estructura como corresponde y lo demás —hizo una pausa para apreciar sus brillantes pupilas—, me lo anotas en una lista para tenerlo en cuenta, ¿te parece?

Kagome rodó los ojos y luego los cerró por un instante. Esa conversación la estaba fastidiando y no quería salirse de sus casillas. ¿Por qué era tan complicado ponerse de acuerdo con él? ¿Por qué siempre que veían las cosas desde diferentes puntos de vista terminaban discutiendo? ¿Por qué no podía dejar de evocar recuerdos de su pasado cuando rivalizaban igual? ¿Por qué tenía miedo que la disputa siguiera avanzando y, al final, la concluyeran cómo lo hacían cuando eran pareja? ¿Por qué tenía temor a provocar un mínimo contacto?

La cabeza parecía que le iba a estallar con tantas preguntas. Respiró con profundidad, inundando sus pulmones del aire que tanta falta le estaba haciendo. Exhaló despacio y se recordó a sí misma que, esa era una simple cita de negocios.

—No voy a meterme con tu trabajo, InuYasha. Haz lo que creas conveniente, pero —lo vio directamente a los ojos— me mantendrás informada de todo. No quiero dejar pasar ningún solo detalle.

—No te preocupes, no puedo tomar una decisión importante sin tu consentimiento —manifestó con calma. Parecía que la azabache le estaba dando una tregua a su discusión sin sentido. Y realmente lo agradecía—. Si me permites unos minutos. Quisiera revisar muy bien todo esto, antes de darte mi opinión profesional respecto a lo que hay que hacer.

—Toma el tiempo que necesites —dijo con serenidad. Por el bienestar de todos los involucrados era mejor intentar no pelear—. ¿Quieres un café?

—Gracias. Me vendría bien un poco de cafeína —musitó con una pequeña sonrisa en los labios.

—Yuka, ¿podrías traerme dos cafés, por favor? Uno es para mí, ya sabes cómo prepararlo. El otro es para el señor Taishō; debe ser muy cargado, con un toque sutil de azúcar y no tan caliente —indicó a su secretaria por el teléfono de su oficina. Se despegó el aparato del oído para confirmar que había solicitado la bebida como correspondía—. ¿Todavía lo tomas así? —Lo vio asentir y le sonrió, antes de continuar con la llamada—: Eso sería todo, muchas gracias.

InuYasha siguió revisando los planos sin quitar la sonrisa que mantenía en su rostro. Al parecer, aún recordaba ciertos detalles muy característicos de él.


Habían pasado casi dos horas desde que su mejor amigo se había ido a cumplir con la cita de trabajo que tenía con Kagome.

Miroku era un hombre muy sabio. Él siempre analizaba cada situación sin dejar que sus emociones se atravesaran por el medio; sin embargo, se mentiría a sí mismo si dijera que no tenía temor por la plática que estuvieran teniendo esos dos. Rogaba a todos los dioses porque su charla a la hora del almuerzo con InuYasha, le hubiera servido para no iniciar una guerra, pero con sus antecedentes, todo era posible.

Suspiró e intentó concentrar su atención en el trabajo. El arquitecto todavía tenía muchos pendientes referentes al condominio que, parecían no avanzar, ya que su mente estaba en otra parte.

Dejó a un lado los planos para darse unos minutos de calma. Si seguía pensando en lo mismo, no llegaría a ningún lado. Además, el ambarino le había prometido avisarle cuando su reunión terminara. Llevó su mano hasta el bolsillo de su pantalón y observó la hora. Sonrió y con rapidez marcó el número de la única persona que le brindaba paz a su alma, su querida esposa.

¡Hola, mi amor! ¿Cómo va tu día? —inquirió la castaña muy animada desde el otro lado del auricular.

—Muy bien. Ha sido un día tranquilo, aunque nunca faltan los pendientes —respondió con dulzura. Escuchar la voz de su esposa era un bálsamo para su existencia—. ¿Y tú? ¿Has estado muy ocupada?

Un poco. Hoy tuve una reunión corta, creo que están pensando en tomar un nuevo proyecto con una empresa de cosméticos —explicó—. Las horas se me han ido volando, ni siquiera puede ir a la cafetería a almorzar. Comí en la oficina.

—Me tranquiliza escuchar que sin importar la cantidad de trabajo, pudiste ingerir alimento. No quiero que descuides tu salud —sentenció frunciendo levemente el ceño. Su esposa no podía verlo, pero sabía que ella imaginaba su semblante—. Yo fui a almorzar con InuYasha a un restaurante cerca de aquí.

Me alegro. Si mi mente no me falla, me comentaste que hoy era su cita con Kagome, ¿cierto? —Lo escuchó suspirar. Sango estaba enterada perfectamente de todos los detalles; sin embargo, tenía que hacerse la desentendida para no levantar ninguna sospecha frente a su esposo—. Espero que su convivencia no sea un castigo.

Se hizo un profundo silencio después de las palabras de la castaña. Hanagaki quería hablar con su esposa un poco respecto a ese tema, pero no quería importunarla, no ahora que ella y Kagome estaban retomando su amistad. ¿Sería mejor guardarse lo que lo estaba agobiando? No, por supuesto que no. Ellos eran un feliz matrimonio que, se cimentaban en amor, fidelidad, respeto y comunicación.

Miroku nunca había tenido secretos con su esposa, ni siquiera se guardaba pequeños detalles rutinarios como el simple hecho de ir a comprar un café. Ocultarle lo que sentía, sería una completa falta de respeto hacia la mujer que amaba. No podía, no expresarle, la razón principal por la cual la había llamado.

»—¿Miroku, estás bien? —preguntó Ryūguji al no escuchar la voz de su marido.

—Sí, lo estoy. Perdona, me quedé pensando —dijo con la mirada perdida hacia la puerta de su oficina—. Sango, ¿puedo preguntarte algo?

Por supuesto, ¿qué sucede?

—Bueno, no quiero incomodarte. Si la conversación te molesta me lo haces saber —arguyó con seguridad. Lo primordial era la tranquilidad de su cónyuge—. Es sobre la reunión de trabajo de Kagome e InuYasha.

Descuida, dime lo que te está agobiando. Estoy aquí para escucharte —expresó con sinceridad. Si su marido la había llamado en pleno horario laboral era porque tenía algún presentimiento que no lo dejaba en paz—. Puedes hablar con total libertad.

Ese era uno de los distintivos que más amaba de su esposa, su alto grado de comprensión. La castaña poseía un gran corazón. Sango era ese pilar que lo sostenía en cada situación o momento que debía afrontar. Nunca se cansaría de agradecer el haberla conocido y, sobre todo, el tenerla como su compañera.

—Llámame loco, pero siento un poco de temor por este encuentro —manifestó mientras se ponía de pie para acercarse a la ventana de su oficina—. Toda esta situación, si la analizamos con cabeza fría, es muy extraña. ¿No te parece?

Entiendo tu punto, pero me gustaría darles el beneficio de la duda —espetó con tranquilidad. Ella le daba completamente la razón a su esposo en lo que acababa de decir. No obstante, si sonaba muy preocupada, alteraría más los pensamientos de Hanagaki—. Es posible que discutan, no serían ellos de no hacerlo. Simplemente, creo que Kagome quizá pudo haber madurado. InuYasha lo hizo a lo largo de todos estos años.

—Tienes razón —susurró—. Puede ser que el vivir en otro país, con otro tipo de gente y otras costumbres, le haya dado a Kagome otra perspectiva. Eso fue lo que percibí cuando habló contigo —expresó cuando observaba a los automóviles pasar por las concurridas calles—. Realmente deseo que todo esto sirva para cerrar de una vez por todas, este capítulo que tanto daño les ha causado.

Deseo lo mismo. No sé qué piensa Kagome al respecto, pues desde la inauguración de su tienda no he hablado con ella —mintió—, pero considero por lo que percibí cuando conversamos que, su vida es grandiosa. Dudo mucho que eche todo la basura por cosas del pasado.

—InuYasha tampoco quiere estropear su matrimonio, ni mortificar a Kikyō con algo que sucedió hace tantos años —exteriorizó. A pesar de contarse todo, las intimidades que le platicaba su mejor amigo las guardaba solo para él. Aunque era verdad que el ambarino no deseaba lastimar bajo ninguna circunstancia a su esposa—. Parece que me estoy atormentando por cosas sin sentido. Si hubiera ocurrido algún percance ya me hubiera enterado.

Escuchó a su mujer reír por su comentario y le fascinó imaginarse su precioso rostro risueño. Liberar lo que le estaba oprimiendo el corazón, era lo que necesitaba para continuar el resto de la tarde. Quizá los protagonistas de su aflicción se estaban llevando a la perfección o, por lo menos, cordialmente. Y él estaba ahí en su oficina, ahogándose en un vaso con agua.

»—Gracias, mi amor —musitó con toda la dulzura que poseía su timbre de voz—. Gracias por escucharme.

Es un placer. Somos un equipo y un solo ser. No lo olvides —le digo con alegría—. ¿Qué te parece si saliendo del trabajo te invito a cenar? Hoy no tengo deseo de cocinar.

—Acepto, pero señora —hizo una pausa para tomar un poco de aire antes de hacerle una pequeña broma a su esposa—, no vaya a olvidar que soy un hombre felizmente casado. Mi mujer es muy celosa; así que, su trato conmigo es estrictamente profesional.

Descuide, no tenía intenciones de proponerle nada indebido. —Sango también podía seguirle el juego—. Para ese tipo de placeres tendré que buscar a otra persona, ya que usted es un hombre prohibido.

La carcajada dentro de la oficina de Hanagaki no se hizo esperar. Su esposa había aprendido tanto de él que, le sorprendía con qué facilidad seguía sus bromas. Esa mujer era perfecta y lo más importante: era suya.

—Te amo —musitó el ojiazul—. Esta noche te lo voy a reafirmar.

Y yo te amo a ti —Ryūguji estaba complacida por tener a ese hombre como compañero de vida—. Te mandaré la ubicación del restaurante antes de salir de la oficina. Ahora, debo dejarte, aún tengo algunos pendientes.

—Estaré esperando ansioso para verte. Adiós, mi amor.

Miró la pantalla de su celular y sonrió feliz. Se sentó nuevamente en su escritorio con la energía renovada para continuar con los planos que había dejado a un lado.

Los minutos seguían avanzando y su corazón desbordaba alegría, pues dentro de poco, tendría una cita especial con el amor de su vida.


Se encontraba definiendo los últimos detalles de su reunión. Después de un poco más de dos horas estudiando a fondo los improvisados planos que le entregó Kagome, había logrado crear un plan de trabajo en el que ambas partes estuvieran satisfechas.

La diseñadora de modas le dio su espacio para que se concentrara en su labor. Lo había dejado en su oficina mientras ella se iba con las modistas a diseñar los atuendos de su nueva colección.

InuYasha estiró sus brazos lo más alto que pudo, elevando el rostro para mover un poco el cuello. Se puso de pie un instante y caminó por la improvisada habitación para estirar sus piernas. Al fondo, se encontraba un pequeño sillón y a su lado, una caja de madera con muchas revistas en su interior.

El ambarino cogió una con sus manos y comenzó a leer sobre qué se trataba. Eran artículos de moda de una editorial en París. Por lo que pudo apreciar era un empresa muy famosa, pues cada página estaba atiborrada por artistas reconocidos. Siguió pasando las hojas cuando de repente se encontró con una antigua fotografía metida en medio de sus páginas.

El arquitecto se sentó en el sillón y con cuidado miró la imagen que sostenía con su mano. Una pequeña sonrisa se le dibujó de su rostro al recordar ciertas anécdotas. Hace muchos años que no veía a ninguna persona de las que se encontraban en el retrato. Suspiró y volvió a colocarla en el sitio en el que se encontraba. Estaba por cerrar la revista cuando alguien ingresó al espacio.

—Perdona, tenía muchas cosas que organizar con las modistas —decía la azabache desde la puerta. La mujer había ingresado algo desorientada a su oficina—. Espero que hayas podido terminar, no quisiera que te retiraras tan tarde —su vista lo buscó hasta que lo encontró sentado en el pequeño sofá—. ¿Qué haces, InuYasha?

—Bueno, yo… —balbuceó al ver la mirada fría en los ojos de Kagome. La diseñadora lo miraba como si hubiera cometido un crimen—. Terminé hace poco y mientras te esperaba me puse a leer esta revista. —Se la mostró como si fuera un niño pequeño que le enseñaba la tarea a su madre—. Se nota que eres muy famosa en París. Conoces a muchos artistas por lo que veo.

—Algo así —masculló. A Higurashi no le gustaba que husmearan en sus cosas sin su autorización—. ¿No sabía que ahora leías revistas sobre moda? Antes no les habías prestado interés.

Sintió que le había dado una bofetada con sus palabras. Kagome tenía toda la razón, a él jamás le interesó el mundo de la alta costura; es más, creía que era una carrera en la que muy difícilmente se podía llegar a alcanzar el éxito. ¡Qué imbécil había sido! La azabache le había demostrado con creces todo lo contrario.

—Fui un idiota. Discúlpame, por favor —musitó bajando la mirada—. Nunca le di a tu profesión el valor que se merecía.

—Eso ya no importa, es algo del pasado —expresó intentando restarle atención a esas palabras que por años deseo escuchar de sus labios cuando fueron pareja—. Ya no se puede cambiar lo que pasó. Pero me alegra saber que ahora piensas diferente.

—Kagome, ¿puedo preguntarte algo? —inquirió mientras se levantaba del sillón, aún con la revista en sus manos—. Tengo cierta inquietud con respecto a un asunto.

—Si, dime. ¿Qué sucede? —contestó con calma, no tenía ni idea de lo que iba a cuestionarle.

—¿Has visto a tu familia? —Su rostro de incertidumbre le dejó ver cuál era su respuesta. InuYasha suspiró antes de seguir hablando—: Encontré por casualidad esta fotografía. Y me fue imposible no recordar momentos vividos con tu madre y los tuyos.

Kagome estaba impactada, nunca se imaginó que se trataría de ellos la pregunta que iba a realizarle. Apretó los puños por la molestia que sentía en su interior, pues InuYasha sabía que ella había tenido serios problemas con sus familiares. ¿Era posible que dijera eso, solamente, para fastidiarla? ¿Por qué tenía que tocar ese maldito tema?

—¡No! —esbozó con rabia mientras se daba la vuelta. Si lo seguía viendo era muy probable que volvieran a discutir y eso ya lo habían hecho.

—Kagome, sé que no tengo derecho a meterme en tu vida —susurró consciente que era un tema que ya no le correspondía—, pero creo que ha pasado suficiente tiempo cómo para que sigan distanciados. No eches a la basura la oportunidad de volver a abrazar a tu madre.

—InuYasha —masculló apretando los dientes lo más que pudo, ¿quién demonios se creía que era para decirle qué debía o no hacer? Él hace mucho era parte de su pasado—, te voy a pedir una sola cosa —espetó intentando mantener al límite su ira—, nuestro trato es completamente laboral. Tú no tienes ningún derecho a interferir o querer saber cosas de mi vida. ¡Está claro!

—Como tú quieras —respondió resignado. Lo mejor era dejar el tema por la paz, pues no quería otro enfrentamiento con ella—. Disculpa mi atrevimiento.

La diseñadora respiró profundo, manteniendo el aire lo más que pudo dentro de sus pulmones. Parpadeó despacio y, poco a poco, fue soltando el oxígeno. Abrió sus palmas y las movió rápido para que la sangre volviera a circular por sus articulaciones. Su familia era un tema del cual todavía no se sentía preparada para conversar, y menos con una persona que había sido tan importante en su pasado.

Caminó hasta llegar a su escritorio y se sentó. InuYasha la siguió para volver a quedar frente a ella. Se vieron por unos instantes en los que el silencio reinó por todo el lugar. Era tan incómodo para los dos que ambos pensaron en romper el hielo.

¡Disculpa! —exclamaron al unísono, logrando que, por primera vez, después de diez largos años, volvieran a reír con armonía.

—Es bueno verte sonreír —dijo el ambarino con sinceridad—. Espero que podamos llevarnos bien para que la convivencia sea amena.

—Créeme, yo también deseo lo mismo —confesó, realmente estaba cansada de pelear—. Muéstrame qué fue lo que hiciste.

Taishō tomó los planos y con un bolígrafo comenzó a indicarle a grandes rasgos todo lo que había diseñado. Era claro que necesitaba pasarlo por su computadora para que se apreciara mejor el dibujo; sin embargo, trató de explicarle cada detalle para que la diseñadora le fuera dando su opinión.

Fijaron los días y los horarios de trabajo para que no interfiera con sus otras responsabilidades. Y acordaron que tratarían de llevarse bien para mantener un espacio de calma mientras tuvieran que convivir juntos.

InuYasha tomó los bocetos y los guardó en su carpeta. Miró su reloj y se percató que casi eran las siete de la noche. La tarde se le había pasado en un abrir y cerrar de ojos, a pesar de todo lo que había sucedido.

—Entonces, estamos en contacto —expresó antes de ponerse de pie para retirarse de la oficina—. Cualquier cosa que necesite comunicarte, te lo haré saber al número que me dio tu secretaria cuando estabas con las modistas.

—¡Espera! —le pidió cuando vio que él estaba a punto de marcharse—. Te voy a dar mi número personal. Creo que si vamos a trabajar juntos por tanto tiempo, lo más lógico sería que nos pudiéramos localizar con facilidad. ¿No lo crees?

—Claro, tienes razón —murmuró estirando su mano para tomar la tarjeta que Kagome le estaba entregando—. Gracias, voy a anotarlo.

—Me puedes llamar o enviarme un mensaje para que registre tu número. —Higurashi sonrió enormemente—. Ya no te quito más tu tiempo. Espero tengas buena noche, InuYasha.

—Te deseo lo mismo, Kagome.

El arquitecto le sonrió y después se marchó dejando a solas a la que alguna vez había sido la dueña de sus pensamientos.

Cerró la puerta al salir de la oficina y se recostó un momento sobre la pared.

Suspiró al mismo tiempo que cerraba los párpados algunos instantes. La primera reunión no había salido tan mal después de todo. Y esperaba que las siguientes fueran mucho mejor que esta.


Observó su reloj y se percató que tenía el tiempo preciso para llegar al restaurante en el que se reuniría con su esposa. Sango era una mujer muy puntual y a Hanagaki nunca le había gustado hacerla esperar.

Tomó sus pertenencias, apagó la computadora y salió de la oficina con una enorme sonrisa en los labios. Tenía la corazonada que esa sería una noche perfecta.

Caminó por la constructora mientras se despedía de su secretaria y de sus colegas. Subió al elevador para dirigirse al sótano en el que estaba estacionado su vehículo. Buscó sus llaves e ingresó al automóvil. Se vio por el retrovisor y palmeó su rostro en un gesto de aprobación. Sin importar los años, Miroku se seguía observando a él mismo como el hombre más atractivo del mundo.

Sacó su celular para leer un mensaje que acababa de recibir. Suspiró al notar que era de su esposa y con algarabía lo respondió. Sango tardaría unos veinte minutos más en salir, ya que había tenido un contratiempo de última hora. El ojiazul le envió palabras de amor, él no tenía ningún problema en esperarla la vida entera si fuese necesario. Esa mujer valía todo el universo.

Esperó la respuesta de su esposa y al recibirla se dispuso a ponerse en marcha. Aprovecharía esa ventaja de tiempo para comprarle unas hermosas flores que exaltaran su belleza.

Metió la llave en la cerradura del automóvil y cuando estuvo a punto de arrancarlo, sintió nuevamente la vibración de su teléfono. Dejó a un lado la acción que estaba por realizar para leer el mensaje. Miroku era un hombre tan precavido que prefería retrasarse a provocar un accidente por su imprudencia.

"Miroku, ¿ya saliste de la oficina? Yo voy saliendo de la tienda de Kagome"

Su amigo; por fin, había dado señales de vida. Y agradecía que fuera antes de la cena.

"Estoy por salir. Sango y yo iremos a cenar. ¿Cómo te fue con Kagome?"

La curiosidad claramente lo estaba matando. A pesar de haber tenido una buena tarde, luego de hablar con su esposa, seguía teniendo esa espinita que no se le iba a quitar hasta que hablara con su colega.

"Todo bien. Al principio una pequeña discusión, pero nada del otro mundo"

Lo sabía, era imposible que ellos dos no pelearan estando juntos.

"InuYasha, quedamos en que tratarías de llevar la fiesta en paz. Creí que nuestra conversación te ayudaría a no crear más conflictos"

Suspiró pesadamente, ¿por qué les costaba tanto entender que ya no eran unos adolescentes?

"No la provoqué yo, Miroku. Espero que eso te tranquilice. Al final, fue algo sin importancia que pudimos resolver, pero…"

Hanagaki parpadeó, ¿qué era ese, "pero"? Y lo más importante, ¡¿por qué no continuaba con el mensaje?! La duda lo estaba acabando.

"¡Qué fue lo que sucedió, InuYasha! ¡Habla, por favor!"

Observó en la conversación que decía «escribiendo». Así que, tomó aire con rapidez y lo retuvo en sus pulmones mientras llegaba el mensaje.

"Nada grabe. Solamente me encontré con una fotografía de su familia y al parecer, Kagome sigue sin hablarles. Me da pesar saber eso, es todo"

Leyó el texto muy despacio al mismo tiempo que iba liberando el oxígeno, poco a poco. Ciertamente, era muy triste leer lo que su amigo le estaba contando, pero si Higurashi quería seguir sin tocar ese tema, lo más sensato era respetar su espacio. Al fin y al cabo, era su privacidad y nadie tenía por qué meterse.

"Siento mucho leer esto, pero creo que es algo muy personal para ella y debemos mantenernos al margen. Además, su trato es simplemente profesional"

Esperaba que con lo que acababa de decirle, su amigo no quisiera seguir indagando en asuntos del pasado, pue era mejor dejarlos en el olvido.

"Lo sé. Haciendo eso a un lado, me fue bien. Mañana te voy a mostrar los planos. Quisiera tu opinión para las paredes de soporte del taller"

Hanagaki sonrió, su colega se escuchaba tranquilo y eso era lo único que necesitaba saber.

"Será un placer. Ahora, debo dejarte, Sango me espera para cenar. Que pasen una buena noche, tú y Kikyō"

Volvió a llevar su mano a la llave del vehículo para arrancarlo. Se guardó el celular en el bolsillo, no sin antes leer la respuesta de despedida del ambarino.

Observó que el estacionamiento estuviera despejado y salió del sitio con dirección a la floristería. Esos minutos hablando con su confidente, no le impedirían pasar a comprarle el ramo más hermoso de rosas rojas, a su queridísima esposa.

Continuará…


¡Hola!

¿Cómo están?

Bueno, bueno, ya tuvimos la primera reunión de InuYasha y Kagome sin interrupciones. ¿Serán todas así? No lo sé, aquí nada es predecible. Sin embargo, me da mucha curiosidad el saber qué piensan al respecto. Voy a estar muy atenta a sus comentarios y teorías.

Quiero agradecerles el infinito apoyo que me brindan. De todo corazón les agradezco su amor, son los mejores. Los quiero muchísimo.

También un enorme agradecimiento a las páginas que se toman un poquito de su tiempo para recomendarme. Gracias por todo, son muy importantes para mí.

Nos leemos muy pronto.

Con amor.

GabyJA