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Capítulo X
Sango se encontraba sola en la improvisada oficina de Kagome, mientras la diseñadora resolvía con su secretaria un asunto concerniente a su empresa en París.
Habían pasado toda la mañana en un centro comercial buscando el regalo perfecto para el aniversario de la castaña. Se tomaron la tarea de recorrer tienda por tienda, hasta encontrar el obsequio adecuado.
«Miroku es un hombre muy espiritual» recordó las palabras de su mejor amiga y sonrió al confirmar que había tomado la decisión correcta.
Faltaban pocos días para su celebración y, aunque tenía todo muy bien organizado, revisaría con cuidado su planificación para cerciorarse que nada se le había olvidado.
Esos primeros cinco años de matrimonio habían sido los más maravillosos de toda su vida. Estaba feliz y agradecida por el increíble hombre que tenía a su lado.
—Disculpa, Sango, sé que te hice esperar mucho. —Kagome había regresado a su oficina muy animada—. Pero debía coordinar ciertos detalles de la nueva colección. Todo está saliendo mejor de lo esperado.
—No te preocupes, no fue tanto tiempo. Además, este es tu trabajo —sonrió—, comprendo perfectamente que es una de tus prioridades. —La castaña siempre había sido muy sensata—. Me alegra escuchar que todo va muy bien —indicó con franqueza—. Aunque, ¿no vas a extrañar asistir al desfile de modas?
—Un poco, no te voy a mentir, pero mi presencia no es indispensable. Tengo un magnífico equipo de trabajo en París, al cual le estaré eternamente agradecida por su compromiso y su servicio —confesó con sinceridad—. Aquí me necesitan más, sobre todo, ahora que estoy en plena remodelación de la tienda.
—Tienes razón. Me alegra mucho darme cuenta que has cumplido todos tus sueños, Kagome —expresó Ryūguji, quien estaba muy feliz por cada uno de los logros de su amiga—. ¡Eres admirable!
—Muchas gracias, Sango.
La diseñadora se sentó en su escritorio y un pequeño suspiro se escapó de sus labios. Las palabras de su confidente eran hermosas y agradecía mucho que se las dijera, pero, ¿realmente había alcanzado cada uno de sus sueños? ¿Estaba completamente satisfecha con todo lo que había logrado? Laboralmente, sí. Sin embargo, aún existían ciertos anhelos que no había obtenido y que, posiblemente, nunca llegaría a hacerlo. No era factible tener todo aquello que se deseaba en la vida.
Levantó su cabeza para estirar el cuello y lo movió despacio de un lado a otro. Luego regresó su vista a los ojos de su amiga que, para ese instante, se encontraban fijos en su móvil. La vio cambiar la expresión en su rostro y eso le preocupó. Cada vez que Sango hacía ese gesto era porque algo se había escapado de sus manos. No necesitaba preguntarle para deducirlo, pues la conocía como a la palma de su mano; no obstante, lo haría. Quizá no tuviera la solución a su posible percance, pero estaba segura que entre las dos resolverían lo que fuera.
»—¿Sucede algo? —inquirió la diseñadora con preocupación.
—Bueno… —Sango suspiró— recuerdas que te había comentado una vez que Kikyō me preguntó por la tienda en la que compraba mis vestidos. —La vio asentir indicándole con la mirada que necesitaba que continuara; así que, prosiguió—: Me acaba de enviar un mensaje pidiéndome que la acompañe a comprar uno. Quiere aprovechar que es sábado, y que InuYasha salió con Miroku.
—Tu encrucijada es porque los vestidos que tanto le gustan son mis diseños, ¿cierto?
—Correcto, no puedo decirle la verdad, sabes que en este momento es imposible —bajó la mirada. Las mentiras tarde o temprano traerían sus consecuencias—. No sé qué hacer.
—Descuida, yo me encargaré —le dijo guiñándole un ojo—. Deja todo en mis manos.
—Pero Kago-
Higurashi le indicó que la esperara unos minutos mientras salía a realizar una llamada. Sango no pudo terminar de protestar, pues su mejor amiga la había dejado con la palabra en la boca. ¿Qué habría querido decirle con que le dejara todo en sus manos? No tenía idea, pero conociendo a Kagome, podía asegurar que alguna solución se le había ocurrido.
Miró todo a su alrededor; hasta que, finalmente, sus ojos se posaron en un pequeño portarretrato que descansaba en el escritorio de la azabache. Ryūguji lo tomó entre sus manos para apreciar la imagen. Era una fotografía de su amiga y Kōga en París. La pareja se veía tan enamorada que sintió satisfacción por confirmar que su confidente era feliz. La contemplo unos segundos antes de devolverla a su lugar y, sin querer, no pudo evitar observar los post-it que estaban a un lado. Por simple curiosidad leyó lo que decía el primero, descubriendo que eran los días y los horarios de los trabajos de remodelación.
Suspiró y rogó en silencio porque la convivencia entre ellos dos fuera agradable, ya que, al parecer, compartirían juntos varios días de la semana.
—¡Tu problema está resuelto! —exclamó con alegría la azabache al volver a su oficina—. Ya no tienes nada de qué preocuparte.
—¿Eh? ¿Qué fue lo que hiciste? —Sango no comprendía nada.
—Me comuniqué con una colega y le expliqué a grandes rasgos la situación —expuso mientras se acercaba a su mejor amiga—. Ella es de mi entera confianza y las va a atender, personalmente, para que no exista ningún error. Solamente debes anunciarte al llegar a su tienda para que las lleven directamente a su oficina.
—Kagome, tú… —Ryūguji estaba sin palabras. La azabache en un abrir y cerrar de ojos había solucionado todo, aunque eso significara que debía agregar una mentira más a su larga lista—. Muchas gracias, me sacaste de un gran apuro.
—Descuida, yo fui la que te metí en esto. Así que, debía ser yo la que te ayudara a resolverlo —sonrió enormemente—. Sus diseños no son iguales a los míos, pero tampoco están tan alejados a los que confecciono. Ella dirá que te está elaborando tu vestido por si Kikyō llegase a preguntar por el tuyo —le guiñó un ojo—. Solo debes actuar como la gran actriz que eres para que todo salga perfecto.
Sango no pudo evitar reír por ese último comentario. Sus clases improvisadas de actuación le habían salvado la vida en más de alguna ocasión y esta no sería la excepción. Haría que todo pareciera natural para que la esposa de su amigo no sospechara nada.
—Te debo una —declaró viendo directamente los orbes chocolate de su amiga—. Le enviaré un mensaje a Kikyō informándole que la veré en un par de horas.
—No me debes nada. Siempre nos hemos apoyado en todo, desde que éramos pequeñas. —Sango asintió con un leve movimiento de su cabeza—. Mejor cierra los ojos, quiero darte una sorpresa antes de que te vayas.
—¿Qué sorpresa? —inquirió con curiosidad. Imaginaba que se trataba de su vestido, pero quería confirmar.
—Solo hazlo, por favor.
Sango siguió las instrucciones de la diseñadora al pie de la letra. Respiró profundo mientras escuchaba a Kagome abrir la puerta. Percibió otros pasos dentro de la oficina, haciendo que la emoción que recorría por su cuerpo se intensificara. Exhaló despacio cuando sintió la mano de su amiga sobre su hombro. El momento de abrir sus ojos había llegado. Lentamente, lo fue haciendo, y lo que observó la dejó anonadado.
—Ka-Kagome, esto es… ¡Muy hermoso! —Estaba realmente impactada por la majestuosidad de la prenda—. ¡Muchísimas gracias!
—Me hace feliz, hacerte feliz —expresó con amor—. Era importante para mí obsequiarte el vestido perfecto para tu cena de aniversario.
—Kagome... —Una pequeña lágrima de agradecimiento rodó por su rostro—. Tenerte a mi lado celebrando conmigo, hace que esta fecha sea perfecta.
—Basta de lágrimas —limpió con sus dedos el rastro de agua salada que había corrido por su mejilla—. Mejor ven, te ayudo a probártelo.
Kagome tomó de la mano a su confidente para ayudarla con el atuendo. El vestido debía lucir perfecto; así que, se aseguraría de hacerle los arreglos correspondientes personalmente.
Esa noche, su amiga debía brillar como una piedra preciosa.
Se encontraban en su hogar preparándose para la fiesta de aniversario de sus amigos.
InuYasha se acomodaba la camisa, mientras su esposa estaba en el tocador cepillando su largo cabello. El ambarino no pudo evitar recordar lo nervioso que se encontraba su mejor amigo el día de su matrimonio. Él lo había acompañado en todo el proceso, siendo ese apoyo incondicional que tanto necesitaba. Una pequeña sonrisa se le dibujó en el rostro al confirmar que dos de sus personas más importantes gozaban de una vida soñada.
Caminó hasta su armario para buscar la corbata que le había obsequiado su mujer, encontrándola en una gaveta, envuelta en un fino empaque de seda. La tomó con sus manos y con cuidado la colocó sobre su cuello. Volteó su mirada hasta donde se escuchaban los pasos de Kikyō, y sonrió al percatarse que el accesorio era del mismo color que su vestido.
—¿Te ayudo? —inquirió su cónyuge mientras le ponía sus delicadas manos sobre el cuello—. Siempre te ha dado problema el nudo de la corbata.
—Claro que puedes ayudarme —musitó Taishō con ternura—. Kikyō, te ves preciosa.
—Gracias. Este fue el vestido que compré con la ayuda de Sango —expresó feliz. La abogada se sentía complacida con cada una de las prendas que había adquirido el día que salió con la castaña de compras—. Me alegra saber que te ha gustado.
—Me gustas tú —susurró acercándose a su mujer para depositar un pequeño beso sobre sus labios—. No importa lo que uses, tú siempre te verás elegante y hermosa.
Kikyō suspiró ilusionada, cada gesto de amor que provenía de su marido la hacía sentirse más enamorada. Terminó de anudar la corbata en el cuello de su esposo y con cariño le acarició la mejilla.
Giró su cuerpo en silencio para volver al tocador a terminar de arreglarse el cabello.
InuYasha la observó hipnotizado mientras caminaba con delicadeza hasta el mueble en el que se encontraban sus pertenencias. La elegancia con la que contoneaba sus caderas hacía sucumbir a cualquiera. Sobre todo, al perder sus pensamientos en esa delicada prenda que dibujaba cada curva de su silueta.
Inmediatamente, un calor abrasador le recorrió por las venas al imaginarla sometida bajo su cuerpo.
Deseaba tomarla por la cintura y aprisionarla contra la pared mientras suplicaba clemencia. Quería escucharla gemir por sus besos. Jadeante por el roce de su cuerpo. Estaba nublado, tan perdido en deseo que, cuando estuvo a punto de alcanzarla, una chispa de lucidez hizo que se detuviera de repente. Parpadeó con rapidez, inundando sus pulmones de aire con todas sus fuerzas. ¿Qué era lo que le había sucedido? ¿Por qué anhelaba tanto poseerla? ¿Qué era ese instinto animal que perturbaba su cabeza? Kikyō siempre había sido como una delicada flor a la que con ternura había protegido.
Su intimidad era fascinante, pues ella lo complementaba en todos sentidos. La pasión con la que se entregaba a sus brazos le hacía arder en el fuego; sin embargo, su compenetración nunca había sido ruda. ¿Por qué de repente su manera de desearla había cambiado tanto? Honestamente, no lo comprendía.
—¿InuYasha, te ocurre algo? —inquirió Kikyō, después de toparse con el rostro de su marido. El semblante de preocupación en la mirada de su esposo era inquietante.
—¿Eh? No, no es nada. Solo me quedé pensando —musitó acercándose a ella para aprisionarla entre sus brazos—. No te preocupes.
—¿Estás seguro? ¿No quieres que nos quedemos para que puedas descansar?
—Seguro. Además, no les podemos hacer ese desplante a Miroku y a Sango —espetó mientras le acariciaba la espalda—. Solamente necesitaba abrazarte.
—InuYasha… —susurró acurrucando su rostro en su fornido pecho.
El azabache la contempló por algunos minutos entre sus brazos, en los que recordó algunos de sus más bellos e íntimos momentos. La apretó suavemente contra su torso, al mismo tiempo que sus sentidos se perdían en su aroma. Tenerla así, junto a él, le reconfortaba el alma.
Le acarició el cabello, depositando en este un tierno beso antes de separarse, poco a poco, de su cálido cuerpo.
—¿Me podrías ayudar con las mancuernillas, por favor? —le pidió levantando sus muñecas.
—Por supuesto —respondió—. Siempre es un placer cuidar de mi esposo.
—Y su esposo le está eternamente agradecido —comentó cambiando un poco su tono de voz—. ¿Cómo podría recompensarla?
—No lo sé. Como abogada no suelo pensar las cosas a la ligera —indicó con un deje de sarcasmo—. Déjeme analizarlo y le informo.
—¿Qué le parece si lo piensa durante la cena? —le guiñó un ojo—. Y al volver a esta habitación me da su respuesta.
—Es un trato —dijo estirando la mano para que su esposo la tomara—. En unas horas conocerá mi resolución.
InuYasha apretó la mano de su mujer, y sin decirle nada la jaló hacia él para sellar su pacto con un beso apasionado.
Las ganas de hacerle el amor no se habían disipado, pero su asistencia a la reunión era inamovible; sin embargo, nada le impedía besarla con devoción por algunos instantes mientras llegaba la hora en la que debían marcharse.
Llegaron al hogar de los Hanagaki y fueron recibidos por un amable mesero, el cual los acompañó hasta el jardín en el que se llevaría a cabo la recepción. Kagome estaba muy emocionada, ya que era la primera vez que visitaba la casa de su mejor amiga. Por años, la castaña le había enviado fotografías, pero la belleza del lugar era inigualable. El aire que se respiraba en ese sitio la llenaba de calma.
—Esta es su mesa —anunció el joven a la pareja, quien con cortesía ayudó a la diseñadora a sentarse—. Les puedo ofrecer algo para tomar, ¿vino, champagne, jugo o agua?
—Una copa de vino —comentó Matsuno mientras acariciaba la mano de su novia—. ¿O prefieres champagne?
—Vino estaría bien —respondió Kagome con amabilidad—. Gracias.
El mesero hizo una pequeña reverencia delante de la pareja antes de dejarlos solos.
Kōga besó con delicadeza la mano de su novia, quien se sonrojó sorprendida por el repentino gesto que le había obsequiado. El moreno era un romántico que le encantaba demostrarle su amor, sin importar donde se encontraran.
—Eres tan hermosa —musitó con cariño.
—Y tú eres un completo caballero. Eres un sueño hecho realidad —expresó con sinceridad. Su pareja era más de lo que alguna vez hubiese imaginado—. Por cierto, ¿no crees que llegamos muy temprano?
—No lo creo, la invitación decía que la cena sería a las siete de la noche —estiró su brazo y observó la hora. Su intuición estaba en lo correcto, el reloj marcaba las siete en punto—. Llegamos justo a tiempo. Además, ya se encuentran aquí varios invitados.
—Lo decía porque no he visto a los anfitriones —espetó con calma para no alertar a su pareja.
Era muy extraño que su mejor amiga no estuviese recibiendo a los invitados, pero podría ser que la entrega de obsequios la hubiese retrasado. Ya que la idea de Ryūguji era entregarle el presente a su marido antes de la cena.
—Quizá tuvieron algún contratiempo, no creo que tarden —dijo Kōga mientras recibía las copas de vino que acababan de llevarles—. Muchas gracias.
—Con su permiso. —El mesero se despidió y volvió a marcharse.
—Tienes razón, las mujeres siempre tenemos algún imprevisto. —Kagome tomó con sus delicadas manos la copa que le estaba entregando su pareja. La acercó hasta su rostro y se embriagó con su exquisito aroma. Miroku siempre había tenido un buen gusto con los vinos y, al parecer, con los años se había incrementado—. ¿Brindamos?
—Por supuesto —dijo el arquitecto con una enorme sonrisa en los labios—. Brindemos porque cada día estemos más enamorados. ¡Salud!
Kagome no respondió, simplemente, chocó su copa de cristal con la de su pareja. Bebió un poco del líquido carmesí y le sonrió con mucho cariño. La idea de amarlo cada día más era la correcta, incluso la que ella misma anhelaba. Entonces, ¿por qué estaba dudando? ¿Por qué pensaba que si le decía que sí, lo estaría engañando? Eso no tenía ningún sentido. Higurashi lo amaba y no tenía por qué estar vacilando.
Se acercó a su rostro y con ternura acarició su mejilla. De vez en cuando su mente jugaba con ella, haciéndola pensar cosas absurdas.
—Así será —declaró con seguridad mientras clavaba su mirada chocolate en los ojos de su novio—. Cada día estaremos más enamorados. ¡Salud!
—Te amo —exteriorizó antes de beber su vino. Matsuno amaba expresarle lo que sentía. Se acercó hasta sus labios para depositar en ellos un pequeño beso—. ¡Mira, Kagome! ¡Ahí vienen los anfitriones!
La azabache giró su rostro, encontrándose con la feliz pareja que venía saludando a todos sus invitados. El matrimonio se veía radiante y muy enamorado. Eran sin duda alguna, la pareja perfecta. El sueño de amor que todos deseaban.
Kagome se sentía agradecida de poder vivir junto a su amiga ese mágico momento.
—Buenas noches. ¡Es un placer recibirlos en nuestra casa! —saludó Miroku con algarabía a su colega y a su novia—. Esperamos que los estén atendiendo como se debe.
—Descuida, todos han sido muy amables. Muchas gracias. —Kōga se puso de pie. Extendió su mano y ayudó a Kagome a levantarse—. Gracias por la invitación —expresó cuando le dio un cálido abrazo a su amigo—. Con todo respeto, compañero. Tu esposa luce preciosa.
—Gracias —respondió la aludida con las mejillas sonrojadas—. Me alegra que pudieran acompañarnos.
—Es un placer —manifestó Kagome—. Y confirmo las palabras de Kōga —ratificó mientras le daba un fuerte abrazo a la castaña. Su amiga hacía que ese vestido cobrara vida en su cuerpo—. ¡Te ves preciosa!
—Kagome, muchas gracias. —Ryūguji apretó con cariño la mano de su amiga en un gesto de agradecimiento sincero hacia sus palabras. Tenerla ahí era todo lo que necesitaba para que su felicidad fuese completa—. Tomen asiento, por favor.
Ambas parejas se sentaron una al lado de la otra. Un mesero llegó con bebidas y una bandeja de aperitivos. Miroku agradeció la amabilidad y, después comenzó a contarles sobre su gusto por el vino. Kōga se veía muy emocionado por la conversación, pues era un tema que le interesaba muchísimo. Hanagaki les comentó sobre un viñedo en el que podían realizar una degustación. Invitándolos a conocerlo un fin de semana.
Sango estaba feliz, ya que nada le agrada más que apreciar a su marido en completa confianza. Por años deseó vivir ese momento y, ahora que lo experimentaba, sentía como si estuviese en un sueño. Kagome se percató del brillo en las pupilas de su amiga y con amor le dedicó una mirada. Ella también estaba complacida por poder tenerla a su lado.
La charla siguió avanzando y los minutos pasando. Estaban tan absortos en su conversación que, no se percataron cuando un mesero llegó escoltando a una nueva pareja de invitados.
—Buenas noches. Disculpen el retraso —dijo InuYasha, quien acababa de llegar a la mesa en compañía de su esposa.
—¡InuYasha, Kikyō! ¡Bienvenidos! —Hanagaki se puso de pie para recibir a sus amigos—. Descuiden, la cena aún no comienza. Siéntense, por favor.
—Gracias —musitó la abogada mientras su esposo la ayudaba a sentarse—. Kōga, Kagome. Qué gusto volver a verlos.
—El gusto es nuestro, Kikyō —expresó Higurashi con sinceridad.
Miroku analizó la situación rápidamente, y se sintió en paz, al percatarse que se encontraban en perfecta calma. Quizá confiar en el destino no era tan descabellado después de todo, pues a sus amigos parecía que les había dado la oportunidad de convivir con tranquilidad, sin importar los eventos del pasado.
Hanagaki besó la mano de su esposa antes de indicarle a un mesero que podían comenzar a servir la cena. Todos sus allegados ya se encontraban presentes, y lo que más deseaba era que esa noche vivieran un momento agradable en la celebración de su aniversario.
La cena había salido perfecta, mejor de lo que hubieran imaginado. Todos habían quedado complacidos con la velada.
Varios de los invitados ya se habían retirado, mientras otros seguían conversando amenamente en el jardín. Los meseros repartían los últimos tragos, y los anfitriones se encontraban compartiendo con sus amigos más cercanos.
Sango le pidió a Kagome y a Kikyō que la acompañaran un momento al interior de la residencia, para mostrarles el regalo tan hermoso que le había obsequiado su marido por su aniversario. Ryūguji se encontraba muy feliz; así que, las dejó un instante a solas mientras se dirigía a su habitación para buscar el presente.
Las mujeres se observaron algunos segundos, luego tomaron asiento en un amplio sillón. Quedando una al lado de la otra.
Kagome contemplaba maravillada la decoración, pues todo dentro de la vivienda era más hermoso de lo esperado. El diseño moderno en la estructura, unido al gusto antiguo de la castaña, hacían una combinación perfecta de elegancia y sofisticación. Detalles que predominaban en su mejor amiga.
—Es muy hermoso, ¿cierto? —inquirió la abogada con su dulce voz para romper un poco el hielo—. Por lo que veo, es la primera vez que visitas esta casa.
—Así es —musitó. El brillo en sus ojos dejaba al descubierto lo impresionada que se encontraba—. Es un hogar preciso, no solo lo digo por la decoración, sino por la calidez que se percibe —confesó con sinceridad.
—Entiendo el sentimiento. Miroku y Sango son un matrimonio envidiable —expresó con una pequeña sonrisa en los labios—. Desde que los conocí, los he visto como la pareja perfecta.
—InuYasha y tú también hacen una hermosa pareja —espetó sintiendo un ardor recorrerle garganta al decir esas palabras. ¿Por qué le supo tan amargo su propio comentario? Él ya era parte de su pasado y, en verdad se alegraba que fuese feliz—. Se ve que están muy enamorados.
—Gracias —sonrió complacida, le agradó mucho el cumplido de la diseñadora—. Ustedes también se ven muy enamorados. Y me alegra que, gracias al trabajo de nuestras parejas, pudiéramos conocernos. Se nota que eres una agradable persona, Kagome.
—Pienso lo mismo, Kikyō. —Un par de semanas atrás, eso habría sido una falacia, pero ahora, realmente estaba tratando de que todo fuera diferente—. Si necesitas algo, lo que sea. No dudes en contactarme.
—Ya que lo mencionas y abusando de tu confianza. —Sano clavó sus profundos ojos en la mirada chocolate de Higurashi—. Quisiera pedirte dos cosas. —Kagome asintió con un leve movimiento en su cabeza para que ella prosiguiera con su discurso—. La primera: que me muestres tu nueva colección, después que sea lanzada en París. La segunda y la más importante: que cuides mucho a mi marido. InuYasha puede ser un poco tosco y rudo con su trabajo, pero en el fondo posee un buen corazón.
Kagome la observó con cuidado, dándose cuenta que esa mujer estaba más que enamorada. Kikyō adquirió un brillo peculiar en sus pupilas cuando se refirió a su esposo. Ni el asunto de los vestidos lo había expresado con tanta ilusión.
Higurashi conocía a la perfección al arquitecto y sabía muy bien sobre su comportamiento; sin embargo, era verdad que detrás de ese semblante serio y arrogante, existía un hombre de gran corazón. Con sentimientos profundos que lo hacían entregarse sin condición, como muchas veces se lo demostró a ella.
—No te preocupes, cuidaré muy bien de él —le dijo con una sonrisa en los labios. Cumpliría con esa promesa—. Y con lo que se refiere a la colección —le obsequió una mirada de complicidad—. Qué te parece si te invito a observar los modelos que enviaremos desde aquí hasta París, antes de su lanzamiento. ¿Te gustaría?
—Sería un honor —exclamó agradecida. No habría mujer sobre la tierra que se negara a la invitación de un exclusivo desfile de alta costura—. Gracias, Kagome.
—De nada. Las invitaré a las dos cuando estén listos.
—¿A qué vas a invitarnos? —inquirió Ryūguji, quien venía llegando a la sala con una pequeña caja sobre sus manos—. Cualquier plan que involucre escaparnos un momento del estrés laboral, es bienvenido.
—Entonces, esta propuesta te va a encantar —espetó la azabache siguiendo los movimientos de su confidente con la mirada—. ¿Ese es el obsequio que vas a mostrarnos?
Sango sonrió al ver el rostro de confabulación que le otorgó su amiga. Higurashi movió un poco su cuerpo hacia la orilla del sofá, para que Ryūguji pudiese sentarse en medio del sillón.
La castaña las observó por unos instantes y con un leve movimiento de su cabeza les pidió que se acercaran. Las dos mujeres se pegaron un poco al cuerpo de la administradora, esperando a que ella revelara el contenido de la pequeña caja.
—¡Vean la preciosa joya que me regaló Miroku por nuestro aniversario! —exclamó con algarabía. Sango quería compartir con sus amigas ese especial detalle que tanto le había fascinado—. Mi esposo me hizo recordar con su obsequio momentos preciados de mi pasado.
—Es muy hermosa —comentó Kikyō al apreciar la delicada pulsera—. Y cuéntanos, ¿qué significado tiene el dije?
—Es una postura de un arte marcial, ¿cierto? —Kagome pasó sus dedos por la joya, deteniéndose en el pequeño dije de oro con diamantes incrustados—. Es precioso.
—Correcto. La disciplina se llamada jūjutsu —expresó Sango con orgullo, pues desde que era una niña había ejercitado ese arte—. Cuando me casé, dejé de practicar, pero aún recuerdo esos tiempos con cariño.
—Miroku siempre ha sido un hombre muy especial contigo. Eso lo percibí desde el día en el que los conocí —manifestó Sano con franqueza—. Por cierto, recuerdo que me comentaste que habías conocido a tu esposo en una competencia, pero nunca supe la historia. ¿Podrías contarnos? Creo que Kagome también quisiera conocerla.
La azabache confirmó las palabras de la abogada mientras le pedía a Sango que les relatara su anécdota. Ella conocía muy bien la historia de amor de su mejor amiga y su marido, pero debía disimular y hacerse la interesada con su relato.
Ryūguji les compartió el inicio de su relación con Miroku, y como desde un principio, él se había convertido en un apoyo incondicional para su disciplina. Pasaron algunos minutos conversando en los que, Kagome y Kikyō le hicieron preguntas interesantes. Ella les aclaró con gusto todas sus inquietudes, aunque su confidente conocía cada una de sus respuestas a la perfección. Sin embargo, debían continuar con su actuación para no levantar ninguna sospecha.
Kikyō no sabía que ellas habían sido mejores amigas en el pasado y, al parecer, todo indicaba que nunca iba a enterarse. Quizá eso sería lo mejor, no tenía ningún sentido remover cosas que habían quedado enterradas en el ayer.
—Sango, ¿qué fue lo que tú le regalaste a tu esposo? —inquirió Kagome fingiendo curiosidad.
—Permítanme. —Ryūguji se puso de pie y caminó hasta la enorme repisa que se encontraba cerca de la chimenea eléctrica. Buscó el objeto y lo tomó entre sus manos—. Este fue mi presente.
—¿Es un báculo? —preguntó Kikyō con asombro. La miniatura se veía muy delicada.
—¿Puedes explicarnos su significado? —Kagome seguía interpretando su papel a la perfección.
—Kagome, tú no lo sabes, pero la familia de Miroku es muy espiritual —explicó siguiendo su propio juego—. Esto es un Shakujō. Es la insignia de la familia Hanagaki, pues los antepasados de mi esposo fueron en su mayoría monjes. Mi suegro me contó que un báculo igual a este, se hereda de generación en generación cuando la cabeza de la familia muere. Es por ello que, quise honrar la traición de mi marido con algo que fuese muy especial e importante.
—Y te lo agradezco mucho —esbozó Miroku, quien venía entrando a la sala en compañía de sus colegas—. Ha sido uno de mis mejores regalos, aunque nada se compara con el privilegio de tenerte.
Hanagaki se acercó a su esposa y con ternura le dio un profundo beso en los labios. El matrimonio se sentía en completa confianza para expresarse su amor frente a sus amigos.
Kōga e InuYasha se ubicaron al lado de sus respectivas parejas, mientras contemplaban en silencio al feliz matrimonio. Matsuno rodeó con su mano la cintura de novia para atraerla hasta su pecho. Taishō buscó la mano de su esposa para entrelazar sus dedos.
Cada pareja estaba con la persona que había elegido como compañera para el resto de sus vidas.
—Me alegra que pudieran compartir con nosotros este día —expresó Miroku en agradecimiento, luego de separarse un poco de su esposa—. Esta es su casa. Siéntense en la confianza de venir cada vez que lo deseen —fijó sus ojos en los de Kagome. Ella comprendió el mensaje, respondiendo con un parpadeó—. Siempre serán bienvenidos.
—Gracias por la confianza y la amabilidad. —Kōga se sentía verdaderamente feliz. Por primera vez pertenecía a un magnífico grupo de amigos—. Todos nos han aceptado y recibido con cariño en su círculo social. Se los agradecemos.
—Es un placer. Además —Hanagaki vio rápidamente a todos los presentes—, nada es más valioso que la amistad. Es un lazo que no se puede romper.
—Tienes toda la razón —expuso InuYasha, quien comenzó a acercarse a cada uno para despedirse—. Creo que ya es hora de retirarnos. Fue un gusto acompañarlos.
—Gracias por todo. —Miroku palmeó con cariño el hombro de su mejor amigo—. Que tengan una buena noche.
—Ustedes también —acotó—. Kikyō, vamos a nuestra casa —dijo antes de abrazar a su mujer para comenzar a retirarse.
«¡Kagome, estás lista! Vamos a nuestra casa…».
Escucharlo decir esa frase le recordó un momento importante de su pasado. ¿Por qué? ¿Por qué algo tan simple tenía que hacerla estragos? ¡Era tan estúpido! Que se recriminó internamente por lo absurdo de sus pensamientos. Ella ya tenía a su lado al hombre más maravilloso del mundo, el cual la llenaba de amor y pasión a cada instante. No tenía nada qué envidiarle.
Esos juegos mentales no la iban a sacar de su perfecta vida de cuento de hadas.
Continuará…
Dato cultural.
Jūjutsu(el arte de suavidad): es un arte marcial del Japón clásico. Que abarca una variedad amplia de sistemas de combate modernos, basados en la defensa "sin armas" de uno o más agresores, tanto armados como desarmados. Estas técnicas se originan en métodos de batalla de los bushi (guerreros japoneses clásicos), para hacer frente a otros guerreros samurái con armadura (de ahí su énfasis en atacar con luxaciones, lanzamientos y estrangulaciones, más que fomentar el uso de golpes y patadas). Estos se desarrollaron a lo largo de dos milenios.
Shakujō: es un bastón de metal con un amuleto de oro circular en su punta. El amuleto es un círculo con patrones en el centro de sus esferas y dobles crecientes. En cada lado del círculo hay tres aros finos de oro. Sirve para destruir a los yōkai a causa de sus propiedades sagradas, aunque tiene la apariencia de una lanza o de un hacha, y corta a cualquier demonio que tome contacto con él.
¡Hola!
¿Cómo están?
Llegamos la fiesta de aniversario y creo que pudimos apreciar ciertos datos interesantes. Además, esta es la primera vez que Kagome y Kikyō hablan un momento a solas. Al parecer, ambas se cayeron muy bien.
Como siempre, muchísimas gracias por todos sus reviews y sus teorías. En verdad me llenan de vida. Los quiero con el alma.
Gracias a las páginas Mundo Fanfics InuYasha y Ranma e InuYasha Fanfics por la promoción. Son muy importantes para mí.
Nos leemos pronto.
Con amor.
GabyJA
