Sans giro el rostro con tranquilidad, sin embargo, sus ojos estaban algo más afilado. A él albino no le importaba que se metiesen con él, pero con su hermano pequeño, era diferente. Estaba enfadado.
Él sonrió a quien había hablado. Era su vecina.
A contraluz, su figura se asomaba entre las flores del muro que separaban sus casas. Era una chica de casi su misma estatura, con una de sus manos apoyada en su cadera y la barbilla bien alta, orgullosa, como si no mirase más que una piedra en el camino. Sus dientes perlados, sus ojos rojos, brillaban entre toda la penumbra del anochecer.
Sans sintió, cómo nunca antes lo había sentido, que su alma se agitaba agobiada, temblaba de repugnancia. No era como el sentimiento de adrenalina, aquel que le hacía prepararse y tensar los músculos de sus piernas, preparado para huir, no, era más como una tensión global, que vibraba entre las fibras de actina y miosina, de sus músculos, listo para el combate. Los latidos de su corazón bombeaban con fuerza las sangre, ajetreando su organismo con rapidez.
El aire comenzaba a sentirse espeso, no sabía si había mantenido la respiración, si boqueaba, si respiraba pero no cogía el suficiente oxígeno, ya no había brisa marina, la sal desapareció del mismo modo que llegó, repentinamente. Sus glándulas salivares querían ponerse a trabajar tal como un perro rabioso haría, aquellos con espuma en la boca y ojos desorbitados, deseando arrancar cualquier amenaza. Y Sans lo percibió de ese modo, como si ella fuera peligrosa.
Pero él no se iba a sorprender, podría ser lo que ella quisiera, pero había líneas que no se debían cruzar y su hermano estaba en zona prohibida.
En esos segundos en los que estuvieron analizándose, porque era eso, una inspección de pies a cabeza, buscando encontrar los puntos débiles del otro. Ambos habían sentido que la otra persona era alguien no grato, desagradable a más no poder. Fue una química que estalló y radió sus huesos al instante, se odiaban.
Un odio tan profundo como el mar.
Sans guiño, con lentitud y pereza, por un intento de ignorar cualquier cosa que fuera esa emoción.
-Creo que se te olvida que el agua corre, ¿o estás buscando ahogar las planta, chica? Que asesina...
Respondiendo del mismo modo que habló la chica, Sans pronunció esas palabras sarcásticamente, quizás algo más grave de como usualmente lo hacía.
La mujer, sostenía entre sus dedos una larga regadera que serpenteaba al rededor de su jardín, mezclándose entre el verde de su césped. El agua caía al muro lo mojaba volviendo las flores llenas de numerosas gotas que iluminaban por si misma como estrellas en el cielo. El ambiente se volvió más húmedo de lo que ya era. El olor a tierra empapada, a mar salado, a agua dulce, se mezclaban entre sí. Ya no había ni un jardín, ni un mar, ni siquiera un muro, solo estaban ellos dos, solos, irritados por la presencia del vecino.
Pero la chica ni se inmutó antes las diminutas gotas que le salpicaban. Sus ojos relucieron con diversión y su sonrisa, aún más, se pronunció.
La oscuridad del anochecer estaba llegando a su climax, en segundos no se podría dar más de dos pasos sin que hubiera un alto riesgo de tropezarse, sin embargo, ahí estaban ellos, mirándose a los ojos como si sirviesen de puerta para el lugar secreto del enemigo, porque así fue lo que ellos sintieron, rivalidad.
La ojiroja pegó un pequeño pellizco al plástico de la manguera, se dobló en sus dedos y el agua dejó de correr apresuradamente, hasta no ser más que gotas del Rocío en primavera.
Asimismo, ambos dieron un par de pasos inconscientes, acercándose, cada uno, de forma más perezosa o firme, sentían el tirón que los atraía. Claramente, se atraían de forma hostil; Sans puntualizó dentro de su mente.
-¡Hermano! ¡El gran Papyrus ya esta aquí! ¡Y viene después de hacer otra buena obra! ¿Sabes? Ella...
-¡Oh! Pero si es el Descabezado. ¡Greetings!
La chica interrumpió a Papyrus de manera cortante, con palabras frías como cuchillas. Él se dio cuenta de la presencia de la chica, abriendo los ojos de manera desorbitada, que casi se podían ver que caerían de las órbitas de sus ojos, con sus cejas alzadas hasta llegar al nacimiento de su cabello, para, después, pestañear rápidamente, volviendo a sonreír con los ojos cerrados.
-¡Chara! ¡NYE NYE NYE! ¡Hola a ti también! No sabía que estabas aquí. ¿Que...
-Si, si, lo que sea. ¿Por fin encontraste tu cabeza?
Chara sonreía, cortando por segunda vez las palabras de Papyrus, doblaba su cabeza para acércala a uno de sus hombros, en un gesto que muy bien podría pasar por uno de casta curiosidad sino fuese por lo rojo que brillaban sus pupilas, divertidas.
Paps abrió y cerró la boca tal como lo haría un pez fuera del agua, luchaba por entender lo que decía, palmeando su cabeza.
Las carcajadas de Chara aplacaron los delicados sonidos de las hojas por el movimiento del viento, mismo viento que comenzó a desordenar los cabellos de los tres.
-¡No me imaginaba que pudieras a llegar a ser tan idiota, Descabezado! No me digas... La Pacifista ya ha terminado de quitarte la cabeza como lo hizo con tu corazón, ¿y ni cuenta te das? ¿Eh?
Sus dientes se asomaron por debajo de sus labios al mirar el profundo rojo que coloreó las mejillas del aludido.
-¡Chara! ¡Ella no me a quitado nada! Ella es tan..
La ojiroja chistó, demasiado entretenida para tomar en serio las divagaciones de Papyrus, que mezclado entre elogios hacia Frisk, terminó en un monólogo con palabras desordenadas y frases incompletas. Ella se dio la vuelta mientras el chico hablaba.
Con una mirada hacia atrás, achicó sus ojos formando una media luna en sus labios.
-Intenta recuperar tu cabeza, Descabezado, que más imbecil no es que puedas llegar a ser.
Con un pequeño saludo con la mano, se dirigió hacia al interior de su parcela. Llegando a su terraza, volvió sus ojos hacia ellos para guiñar a Sans, después, desapareció tal como llegó.
-¡Comediante! ¡Espero no verte nunca más!
Sans sonrió, sintiendo lo mismo.
Él suspiro divertido y algo enojado, no se cansaba de pensar de que ella era alguien desagrable, como un golpe con una mesilla, esos dolorosos porrazos con el dedo pequeño del pie cuyo color cambia a tonos rojizos y morados, arremetiendo contra la uña hasta adentrarla a lo profundo de la carne. Esos golpes que se colaban y presionaba cada uno de las terminaciones nerviosas, recorriendo con rapidez la espina dorsal, hasta que un entumecimiento incómodo se asentaba en todos los músculos del cuerpo, mientras que los obligaba a encogerse por el dolor. Sin olvidar de las luces parpadeantes en un fondo negro que aparecían milisegundos después, y se quedaban durante todo el día. Era un sentimiento excesivamente amargo para lo cómico que era la situación, un despite fugaz o un mal cálculo de la profundidad de la propia realidad.
Realmente, ¿Chara? Era muy molesta, más incluso de lo que podría aguantar.
Nadie se metía con su hermano, aunque, muy dentro de suyo, le había hecho gracia.
Así que, ¿Paps enamorado de una Don Juan? O la ojiroja exageraba. Tendría que tener unas palabras con la tal Frisk.
Con Papyrus no se jugaba, sino quería pasar un Mal Rato.
Sans giro el rostro con tranquilidad, sin embargo, sus ojos estaban algo más afilado. A él albino no le importaba que se metiesen con él, pero con su hermano pequeño, era diferente. Estaba enfadado.
Él sonrió a quien había hablado. Era su vecina.
A contraluz, su figura se asomaba entre las flores del muro que separaban sus casas. Era una chica de casi su misma estatura, con una de sus manos apoyada en su cadera y la barbilla bien alta, orgullosa, como si no mirase más que una piedra en el camino. Sus dientes perlados, sus ojos rojos, brillaban entre toda la penumbra del anochecer.
Sans sintió, cómo nunca antes lo había sentido, que su alma se agitaba agobiada, temblaba de repugnancia. No era como el sentimiento de adrenalina, aquel que le hacía prepararse y tensar los músculos de sus piernas, preparado para huir, no, era más como una tensión global, que vibraba entre las fibras de actina y miosina, de sus músculos, listo para el combate. Los latidos de su corazón bombeaban con fuerza las sangre, ajetreando su organismo con rapidez.
El aire comenzaba a sentirse espeso, no sabía si había mantenido la respiración, si boqueaba, si respiraba pero no cogía el suficiente oxígeno, ya no había brisa marina, la sal desapareció del mismo modo que llegó, repentinamente. Sus glándulas salivares querían ponerse a trabajar tal como un perro rabioso haría, aquellos con espuma en la boca y ojos desorbitados, deseando arrancar cualquier amenaza. Y Sans lo percibió de ese modo, como si ella fuera peligrosa.
Pero él no se iba a sorprender, podría ser lo que ella quisiera, pero había líneas que no se debían cruzar y su hermano estaba en zona prohibida.
En esos segundos en los que estuvieron analizándose, porque era eso, una inspección de pies a cabeza, buscando encontrar los puntos débiles del otro. Ambos habían sentido que la otra persona era alguien no grato, desagradable a más no poder. Fue una química que estalló y radió sus huesos al instante, se odiaban.
Un odio tan profundo como el mar.
Sans guiño, con lentitud y pereza, por un intento de ignorar cualquier cosa que fuera esa emoción.
-Creo que se te olvida que el agua corre, ¿o estás buscando ahogar las planta, chica? Que asesina...
Respondiendo del mismo modo que habló la chica, Sans pronunció esas palabras sarcásticamente, quizás algo más grave de como usualmente lo hacía.
La mujer, sostenía entre sus dedos una larga regadera que serpenteaba al rededor de su jardín, mezclándose entre el verde de su césped. El agua caía al muro lo mojaba volviendo las flores llenas de numerosas gotas que iluminaban por si misma como estrellas en el cielo. El ambiente se volvió más húmedo de lo que ya era. El olor a tierra empapada, a mar salado, a agua dulce, se mezclaban entre sí. Ya no había ni un jardín, ni un mar, ni siquiera un muro, solo estaban ellos dos, solos, irritados por la presencia del vecino.
Pero la chica ni se inmutó antes las diminutas gotas que le salpicaban. Sus ojos relucieron con diversión y su sonrisa, aún más, se pronunció.
La oscuridad del anochecer estaba llegando a su climax, en segundos no se podría dar más de dos pasos sin que hubiera un alto riesgo de tropezarse, sin embargo, ahí estaban ellos, mirándose a los ojos como si sirviesen de puerta para el lugar secreto del enemigo, porque así fue lo que ellos sintieron, rivalidad.
La ojiroja pegó un pequeño pellizco al plástico de la manguera, se dobló en sus dedos y el agua dejó de correr apresuradamente, hasta no ser más que gotas del Rocío en primavera.
Asimismo, ambos dieron un par de pasos inconscientes, acercándose, cada uno, de forma más perezosa o firme, sentían el tirón que los atraía. Claramente, se atraían de forma hostil; Sans puntualizó dentro de su mente.
-¡Hermano! ¡El gran Papyrus ya esta aquí! ¡Y viene después de hacer otra buena obra! ¿Sabes? Ella...
-¡Oh! Pero si es el Descabezado. ¡Greetings!
La chica interrumpió a Papyrus de manera cortante, con palabras frías como cuchillas. Él se dio cuenta de la presencia de la chica, abriendo los ojos de manera desorbitada, que casi se podían ver que caerían de las órbitas de sus ojos, con sus cejas alzadas hasta llegar al nacimiento de su cabello, para, después, pestañear rápidamente, volviendo a sonreír con los ojos cerrados.
-¡Chara! ¡NYE NYE NYE! ¡Hola a ti también! No sabía que estabas aquí. ¿Que...
-Si, si, lo que sea. ¿Por fin encontraste tu cabeza?
Chara sonreía, cortando por segunda vez las palabras de Papyrus, doblaba su cabeza para acércala a uno de sus hombros, en un gesto que muy bien podría pasar por uno de casta curiosidad sino fuese por lo rojo que brillaban sus pupilas, divertidas.
Paps abrió y cerró la boca tal como lo haría un pez fuera del agua, luchaba por entender lo que decía, palmeando su cabeza.
Las carcajadas de Chara aplacaron los delicados sonidos de las hojas por el movimiento del viento, mismo viento que comenzó a desordenar los cabellos de los tres.
-¡No me imaginaba que pudieras a llegar a ser tan idiota, Descabezado! No me digas... La Pacifista ya ha terminado de quitarte la cabeza como lo hizo con tu corazón, ¿y ni cuenta te das? ¿Eh?
Sus dientes se asomaron por debajo de sus labios al mirar el profundo rojo que coloreó las mejillas del aludido.
-¡Chara! ¡Ella no me a quitado nada! Ella es tan..
La ojiroja chistó, demasiado entretenida para tomar en serio las divagaciones de Papyrus, que mezclado entre elogios hacia Frisk, terminó en un monólogo con palabras desordenadas y frases incompletas. Ella se dio la vuelta mientras el chico hablaba.
Con una mirada hacia atrás, achicó sus ojos formando una media luna en sus labios.
-Intenta recuperar tu cabeza, Descabezado, que más imbecil no es que puedas llegar a ser.
Con un pequeño saludo con la mano, se dirigió hacia al interior de su parcela. Llegando a su terraza, volvió sus ojos hacia ellos para guiñar a Sans, después, desapareció tal como llegó.
-¡Comediante! ¡Espero no verte nunca más!
Sans sonrió, sintiendo lo mismo.
Él suspiro divertido y algo enojado, no se cansaba de pensar de que ella era alguien desagrable, como un golpe con una mesilla, esos dolorosos porrazos con el dedo pequeño del pie cuyo color cambia a tonos rojizos y morados, arremetiendo contra la uña hasta adentrarla a lo profundo de la carne. Esos golpes que se colaban y presionaba cada uno de las terminaciones nerviosas, recorriendo con rapidez la espina dorsal, hasta que un entumecimiento incómodo se asentaba en todos los músculos del cuerpo, mientras que los obligaba a encogerse por el dolor. Sin olvidar de las luces parpadeantes en un fondo negro que aparecían milisegundos después, y se quedaban durante todo el día. Era un sentimiento excesivamente amargo para lo cómico que era la situación, un despite fugaz o un mal cálculo de la profundidad de la propia realidad.
Realmente, ¿Chara? Era muy molesta, más incluso de lo que podría aguantar.
Nadie se metía con su hermano, aunque, muy dentro de suyo, le había hecho gracia.
Así que, ¿Paps enamorado de una Don Juan? O la ojiroja exageraba. Tendría que tener unas palabras con la tal Frisk.
Con Papyrus no se jugaba, sino quería pasar un Mal Rato.
