Bajo de nuevo a la primera planta. No se molesto en dar pasos rápido, ni siquiera para abrocharse más que el botón del medio de su camisa, puesto que toda la casa era para él.
Estaba en un profundo silencio, sin escuchar el revolotear de ninguna mosca molesta que la calor solía llamar, ni una sucesión de pitidos de coches quejándose por el tráfico, ni jaleo en la calle por el tránsito de personas ocupadas. En su silencio, solo escuchaba las hojas de las palmeras chocarse entre sí, el subir y bajar de las olas a lo lejos. Se podría decir que era un sonido agradable.
Tan agradable que pensó que se quedaría dormido allí mismo, parado al final de las escaleras.
Sonrió divertido. No sería la primera ni la última vez que se quedase dormido recostado en una pared, mas, sería preocupar a Papyrus nada más llegar. Todavía podía elegir echarse en el sofá o en el sillón mismo, ayer sintió en su piel lo cómodo que era este.
Pero la sola idea de quedarse dormido en el salón, le recordaba las veces que se echaba la siesta después de trabajar, con el cansancio recorriendo sus músculos y la soledad de un día gris helada entre sus huesos.
La mirada de Sans recorrió toda la planta baja, aburrida y cansada.
También estaba el cuarto de baño, quizás podría dormir en la bañera.
Levantó los hombros, el movimiento fue tan descuidado que sintió que el mareo lo desequilibraba. Apoyó su cabeza en los muros de azulejos. Esa opción también estaba eliminada, sería como quedarse en las escaleras, Papyrus se inquietaría.
Salió de la casa hacia la terraza cubierta. El sofá que allí había, de una paja marrón y falsa, tan común en los barres que intentaban imitar al estilo hawaiano, no tenía ningún solo cojín en el cual sentarse. Pero miró fuera, allá, sin haber sido movida del lugar que lo dejó ayer, estaba la hamaca.
Todavía con el mareo golpeando su cabeza, se recostó sobre la tela.
Suspiro aliviado, ya había encontrado un sitio para dormir con tranquilidad. Además, Papyrus ni se preocuparía por sus extrañas maneras de pegar una cabezada ni podría reprenderle por estar todo el día dentro de la casa.
Estaba algo cauteloso por la cercanía de las flores, y, no veía por ningún lado a Chara, algo que le inquietaba sorprendentemente. Sans pensó que le inquietaba por su comportamiento hacia Papyrus, todavía no sabía si la chica solo era un perro muy ladrador y poco mordedor o era más parecida a una serpiente, de primero amenazar para después envenenar; no iba, pues, a dejar que su hermano saliese dañado.
Pero todas aquellas precauciones que su corazón advertía sabiamente, tardaron poco en ser ignoradas. Esta vez, Morfeo si había llegado.
Las horas pasaron y pasaron.
Cuando se despertó Sans, las sombras que antes habían cubierto el jardín, habían desaparecido por el movimiento del Sol. Sentía los rayos atravesar su piel, la volvía rosada y cálida. Ahora, los mordiscos de los mosquitos habían dejado de picarle para dejar paso a una débil quemazón por el Sol. Sabía que tardaría poco para que todo su cuerpo comenzará a quejarse por su descuido, mas, no se movió.
Sans luchaba otra vez por quedarse dormido. Quizás había dormido bastante bien, mejor que en mucho tiempo, por lo que cambiarse de lugar, ocultarse entre las sombras que más para allá dejaban las palmeras, era un riesgo para su soñolencia que el no quería permitir.
Volvió a cerrar los ojos. Ignoraba lo que podía haber lo hecho despertar, dado que había podido ser cualquier cosa. Tenía un sueño ligero, sorpresivamente, le costaba mucho dormir tan profundamente como era capaz hacer su hermano. Esos que cuando te despiertan te dejaban el colchón húmedo por la baba, con marcas alrededor de todo la piel debido a las sábanas.
Pero al sentirse menos cansado, Sans admitió que aunque llevaba un par de días agotado como nunca antes, esas horas de sueño habían recargado bastante su energía. Quizás la causa sería del cambio del ambiente por lo que no lo pensó más.
Segundos después, escucho como una voz que reconocía muy bien, realmente bien para los pocos segundos que había sido desgraciado de oír; se quejaba ruidosamente.
Era un refunfuño molestos, continuo. Enfadado como el mar en tormenta.
Un pequeño escalofrío recorrió rápidamente su cuerpo. Casi como si la voz de Chara le hubiera causado algo parecido al miedo.
Pero no era miedo, claro que no.
Aunque Sans no se consideraba una persona valiente, valiente podría ser Papyrus o Undyne cuando se enfrenta a los criminales, Toriel incluso cuando era capaz de hacerle frente a cualquiera que haya faltado el respeto, no era un miedoso; por lo que inquietarse con esos siseos suaves, puso sus defensas en marcha. Para nada le gustaba ese tono.
No abrió los ojos hasta que se relajó, solía ser fácil para él mantener su rostro inexpresivo, pero con Chara necesitaría bastante más paciencia. No quería verla. Había pensado que tendría una mañana tranquila, quizás incluso había pensado que estaría así de tranquilo todas las vacaciones y que encontrarse con ella no hubiera sido más que una molesta coincidencia. Mas, ahí estaba él, otra vez a metros separado de Chara.
Quiso ignorarla, realmente quería ignorarla al igual que lo había hecho con algunos de sus compañeros de trabajo cuando se echaba una cabezada, a varios de sus jefes también, que lo amenazaban con palabras vacías de despedirlo, pero con Chara se volvía todo más complicado. Tanto, que ignorar se volvía más cansino que enfrentarla.
Suspiro mudamente. No sabía que si era cansancio lo que sentía, mas, no tenía ganas de buscar sentido a lo que sentía. Lo que quería era dormir.
Cuando se acostumbró a la luz del día, mediodía quizás, levanto la vista, por encima del bajo muro de zarzas y flores.
Sus ojos azules se abrieron con sorpresa. La atmósfera de peligrosidad que Chara siempre llevaba, seguía allí, la repulsión que él sentía por ella también; mas, se sorprendió por la apariencia de la chica.
Sus ojos rojos, eran mucho más opacos de los que observó por la noche. Eran fríos, oscuros tal como eran las tinieblas que le rodearon cuando se habían conocido, Sans sentía lo mismo que al observar el cielo gris de las ciudades, nubarrones que si no eran por la propia contaminación, advertía de una inminente tormenta. En ese momento, algo es su corazón se estrujó, no supo ni porque ni que era aquello, mas, se sentía incapaz de apartar la vista de ese hipotético sufrimiento.
Como si notase su mirada inquisidora, Chara dio media vuelta, afilando sus ojos en furia listos para odiar a cualquiera. No era la mirada enojada de un perro, que te daba una última oportunidad a salir corriendo por tu vida. No. Era la mirada de una víbora, una serpiente venenosa dejando que sus ojos fuesen el cascabel que advertía su enfado, lista para saltar por su presa, grande o pequeña, daba igual, solo buscando asesinar, (devorar) a quien se hubiese atrevido a incordiarla.
Aunque la chica reconoció a Sans, sus ojos no cambiaron. A mediodía, al igual que hicieron a medianoche, el rojo y el azul se encontraron.
Sendos dudaban que la conversación fuera agradable.
