Incluso si ambos sintieron que se ahogaban en el mar, tan frío que sintieron congelarse en el lugar, tanto Chara como Sans observaban al contrario, juzgando.

Sans fue capaz de ver con claridad a la mujer, no sólo sus ojos y el perfil de sus labios a la luz de la luna. A pleno Sol, reparó en sus castaños cabellos, nada revueltos como eran los suyos, sino lisos como la madera recién pulida, sin imperfecciones. Era un castaño oscuro que advirtió que a contraluz se volvía de tonos caobas.
Su piel era pálida, no llegando a ser como la de una perla, pues en sus mejillas, en los hombros, y en sus nudillos, un suave rosado le daba algo de vida.
En su boca, ni siquiera era perceptible algún color que no fuese un rosa más oscuro, quizás tan parecido al de una rosa marchita que contrastaba con el sano ambiente del jardín.

Sans se dio cuenta que no era una chica baja, podría medir casi a su altura, con el rostro algo afilado que aparentaba ser la de una adulta joven, poco tiempo después de alcanzar la mayoría de edad.

Se fijó en su camisa, un verde apagado que dejaba sin cubrir uno des sus hombros, con largas mangas ser algunos centímetros más largos que sus brazos y manos. Opaco en la mayoría del tejido, dejaba translucir una camisa corta de un solo tirante, amarillo como las flores que plantaba.

Sans sonrió divertido. Chara no solo quería convivir con ese tipo de flores, sino que debía llevárselo puesto.

Mas, el silencio en que ambos se había sumergido fue roto por unas estruendosas carcajadas.

El enojado gesto de Chara no había durado demasiado, se reía con diversión.

-¿Eh?

Sans estuvo tentado a agachar la mirada y verse a si mismo. No iba vestido para una boda, pero no creía ir mal. Su apariencia era una de las cosas que solía preocuparse poco, que por la pereza de estar más tiempo de pie, no se echaba acondicionador en el pelo, ni se untaba con las cientos de cremas que Papyrus solía tener. Llegaba a tales extremos que habían semanas que ni siquiera se peinaba.

Se apartó de la frente algunos mechones rebeldes. Supuso que se burlaba de su largo cabello, Undyne y Papyrus la mayoría de veces se reían de eso, de lo descuidado que estaba y que necesitaría más de un buen corte.

No se molestaba con los comentarios de sus amigos, pero la risa casi a trompicones de Chara, lo estaba fastidiando. Porque era fastidio lo que sentía, no era alivio. Para nada.

Con cuidado de no estropear ninguna de las hojas, Chara recostó uno de sus brazos sobre el muro de zarzas mientras que fingía esconder sus carcajadas sobre el dorso de su mano libre.

-Casi es un sacrilegio que tengas así la ropa, Comediante.

La chica señaló con gracia la camisa de Sans, que estando mal abotonada el único botón que tenía enlazado, le daba una apariencia aun más descuidada. Era una camisa celeste, tan clara como la espuma de mar, que estaba decorada por grandes hojas azules.

Sans la miró sin entender. Casi contagiado por las risas burlonas de la chica.
¿Que se esperaba? Era una camisa playera, idónea para las vacaciones al lado de la mar.

-...La Costilla de Adán quizás no sea muy conocida, pero desequilibrada no es.

El chico le guiñó. Le desagradaba menos ver aquellos ojos rojos así de afilados, divertidos -y con tonos de superioridad, ya que Chara sabía que él otro, por mucho que intentase aparentar, no había terminado de entenderla- que verlos huracanados.

Sans levanto los hombros despreocupado.

-Creo que comienzas a dejarte arrastrar por la marea, Genocida.

-¿Ah? ¿De verdad? Eres tú quien ve sin mirar. ¿Necesitas que te ayuden a vestirte, basura sonriente?
Ya sabía yo que el descabezado tenía que venir tonto de familia.

Sans se acercó.

Una brisa algo más fuerte que las demás, azotó todas las plantas que les rodeaban. Secas por la calor, algunas hojas de las palmeras se volvían amarillas, hasta que trozos de estas cayeron, bailaron al son del viento para poder morir marchitas en el suelo.

Él quiso suspirar, nunca se había molestado en cuidar otra planta que no fuese un cactus, necesitaban pues, pocos cuidados que incluso Sans fue capaz de dar. Mas, ahora, viendo que las únicas hojas muertas crecían en su propiedad, sentía que perdía un estupido reto contra Chara.

La chica suspiro de manera exagerada, sonriendo de manera desafiante. El albino estaba a escaso metros de ella, tan tranquilo, tenía un gesto inexpresivo como quien nunca se hubiera molestado por nada. Pensó que sacarle de su zona de confort, desordenarlo hasta que su rostro tuviese una expresión tan descolocada como su camisa, sería todo un placer.

-Ese es nuevo...¿basura sonriente?

Sans alzo una de sus cejas, entretenido. ¿Recién se conocían y ya le estaba poniendo apodos?
Un sentimiento cálido estremeció sus músculos. Lo sintió desde el fondo de su corazón, con tanta fuerza, que le sorprendió que ella no lo hubiera visto temblar.

-¿Prefieres saco de huesos?

-Creo que no te callarías incluso si me negara, Demonio.

Chara le respondió con una sonrisa. Le divertía muchísimo aquel sobrenombre. Pero al oírlo de él no lo sentía de la misma manera que con otros lo había hecho.

Demonio, un apodo que desde hace años llevaba encima, no supo quien lo comenzó, mas, se imaginaba los porqués. Quizás hubiera sido culpable sus ojos inyectados en sangre, su personalidad torcida o lo bien que se lo pasaba cuando podía dañar a otros. Odiaba a la mayoría de los humanos, lista que aumentaba cada día,¿porque esconderlo?

Mas, los demás lo decían con rabia, sabiendo que perdían cada vez que se enfrentaban a ella. Mientras que al escucharlo de Sans, en cambio, parecía que me trataba de igual, con la misma repulsión y diversión que ambos sentían por el otro. Un intercambio de semejantes. Apodo por apodo.

Chara pensó que quizás Sans estaba tan marchito como ella. Escondido entre sonrisas, lo más seguro que su personalidad cruel aguardaba a salir. Su sonrisa se afiló. Amaba los juegos.

¿Cuanto tiempo tardarás antes de que te desmorones, Comediante?

Después de todo, ella ya conocía cual sería uno de los blancos para atacar. Sans podría ser perezoso, pero parecía que con todo lo relacionado con su hermano, él cambiaba. Además, ya sabía quien podría ser de mucha ayuda, un cómplice sin notarlo.

-¡Exacto!

Las carcajadas de Chara salieron de sus labios, tintadlas de crueldad.
Separándose de entre las zarzas, y sin ninguna herida a la vista, dio algunos pasos hacia atrás hasta tener un buen espacio de margen.

Con una amplia sonrisa burlona, hizo una pequeña reverencia.

-Greetings, mi nombre es Chara. El demonio de ojos rojos, Chara, es un desagradable placer conocerte Saco de huesos.

Fueron movimientos exagerados, exagerados y amplios, creados con el solo propósito de llamar la atención. Y lo consiguieron. Sans vio casi ensimismado como la gesticulación de la chica, permitió que sus cabellos y ropajes danzasen a su son. Sus ojos rojos brillaban con tanta luz propia, que perdió el sentido por segundos.

Si Sans alguna vez había comparado la casa con la mansión de un villano Victoriano, ahora, sabía que tenía en frente a la antagonista de la película.