Y quizás tuvo razón, bastante razón.

La chica tardó poco en terminar de recoger todos los trozos de cristal del césped. El blanco, decorado con el rojo de la sangre, se manchaba de verde y marrón, pequeños tallos de césped, hojas y pétalos de la Verbena se pegaban junto a la húmeda tierra a lo que antes había sido un hermoso macetero. Ahora solo era una mezcla de colores.

Chara miró esa amalgama con algo parecido al asco. Odiaba esa maceta, pero aún más odiaba que sus preciosas flores terminasen siendo ella víctima de sus arrebatos. Para ella, las plantas no tenían culpa de nada, él y solo él, el causante de su furia debería ser quien tendría que terminar así.

Mas, él no estaba aquí, y por sus seguridad, esperaba que nunca volviera a aparecer, sino, Chara no sabría lo que sería capaz de hacer... Después de todo, ella era una mala persona... ¿no?

Pego un pequeño zapatazo al suelo. No tenía ningún problema de que su calzado se manchase. Era menos molesto de limpiar la tierra, aunque se secase, que la sangre.

La chica giró su vista hacia la parcela de la odiosa pareja de hermanos que tenía por vecinos. Papyrus ya había llegado al lado del Comediante, con una gran sonrisa de imbecil. Aunque en los primeros momentos de su mudanza le había llamado la atención, ella tenía un límite para aguantar tonterías, y, pues, aquel chico era capaz de traspasarlo con creces.

No pudo contener el silbido de sorpresa que escapó de sus labios.
No solo el Descabezado había llegado a su casa, saliendo de un coche rojo, Undyne seguía su paso acaramelada con, quien ella recordaba, era su novia.

-¡Pero mira! ¿Que tenemos aquí?

Con rápidos pasos se acercó al muro de Trompetas doradas. Ando siempre con cuidado, podría aborrecer las cosas que fueran lindas, pero sus flores eran diferentes. Su vida y su muerte estaba entre esos pétalos amarillos.

-...Si es la mayor parte del circo de tontos, bueno... ¡Del circo de monstruos!

Vio con alegría cuando Undyne la pareció reconocer, aunque intento mantenerse firme, no sirvió para nada, sus puños se apretaron con fuerza mientras que sus ojos la miraron con fiereza. Y no era ella única, a su lado, el mismísimo Comediante del show, la vigilaba de igual modo.

Dos pájaros de un tiro... ¡Que diversion!

-Chara.

-¡Undyne! ¡Cuanto tiempo!

Las dos se saludaron. La de cabellos rojos estaba estática, casi sin mover sus labios, la saludo cortantemente.

Sans miró con una ceja alzada toda la interacción.

Undyne no solía perder las maneras, siempre con una cortesía y firmeza digna de un oficial. Palabras seguras, no llegando a ser inexpresivas, pero capaces de hacer temblar a cualquiera que estuviese comportándose de mala manera. En ese grupo podría entrar desde agentes de seguridad, civiles y en su mayoría, delincuentes. Mas, ahora parecía que se había adentrado de lleno en una pesadilla. Con las pupilas bien encogidas, brillando como si delante no hubiera una persona, no era alguien para proteger, al contrario, parecía que sola la presencia de ella fuera como encontrarse con un asesino.

Cogiendo una pequeña bocanada de aire, paulatinamente, ella recuperó su compostura.

-No. La he estado pasando muy bien... Desconocía que estabas aquí, junto a Papyrus.

Chara sonrió. Como un niño que ha cometido una travesura, escondió sus brazos detrás de su espalda mientras se balanceaba divertida.

-Eso veo. Sin embargo, creo que lo de marcharte de las calles no funcionó ¡Para nada! ¡Te metiste de lleno!

-Es mi trabajo.

La ojiroja se rio con ganas. Pero, Sans se dio cuenta de que aquellas carcajadas no eran iguales a las que momentos antes compartieron. No. Eran sus risas, si, con la misma voz y tono, pero no se sentían de la misma manera. Quizás eran más frías, más cortantes..., o quizás era su imaginación que se inventaba esas diferencias.

Sans dudo algunos instantes. Notaba como su presión arterial aumentaba. Como géiseres de agua hirviendo, realmente sintió un ferviente deseo de que las risas reales fueran las que compartieron juntos.

Mas, él quizás y muy quizás, estaba celoso de Undyne. Ella había conseguido, en segundos, que la chica de ojos rojos se riera estruendosamente, e incluso, ellas se habían conocido tiempo atrás, habían compartido más que casi dos días como era en el caso de Sans.

Él pensó un instante, quizás era curiosidad lo que percibía, tendría más sentido que celos. Era, pues, imposible estar celoso de un Pescadito y su relación con una Genocida... No eran celos. ¿No?

-Trabajo... Si, solo trabajo... ¡Lo creo tanto...! ¡Excusas! ¡Excusas!

-No son excusas. Tu bien lo sabes, Demonio.

A la inflexibilidad de la chica, Chara bufo. Más divertida que molesta, hizo movimientos exagerados con sus brazos.

Demonio, Demonio, ¡Demonio...!
¡Le encantaba ese apodo!

-¡Vá! ¿Ahora si me llamas Demonio? Cuando nos vimos no me llamaste así... Era algo como: ¡Manos arriba, Chara...

-¡Ya! ¡El Gran Papyrus os pide que paréis ya! No puedes burlarte así de la policía Chara. Casi puede ser atentado contra las fuerzas de la seguridad, y eso es malo..., ¡un delito!

Los brazos de Chara dejaron de reposar entre las hiedras del bajo muro, para alzarse. Con burla, levantaba los brazos como si hubiera sido emboscada por los dos policías.

Sans no dijo ni una palabra durante toda la situación. Estaba quizás algo enojado. Chara no paraba de burlarse de Undyne, y aunque eso poco le molestaba, sabía que el siguiente sería su hermano. Papyrus no se quedaba callado cuando alguien faltaba el respeto, en parte, ambos guardia civiles y Toriel se parecían mucho en ello, por lo que tardó más de lo que él pensó en reaccionar ante Chara.

El más bajo de los albinos, sabía que iba a durar demasiado esta pelea verbal. Ni Undyne ni Papyrus retrocedían, y por lo que sentía, Chara tampoco lo haría.

Estaba agotado.

-¡Si! Lo que tú digas señor oficial Sin Cabeza.

Como si hubiera recordado un buen chiste, la chica amplió sus sonrisa. Era una copia idéntica a la sonrisa de Cheshire, sus dientes afilados aparecieron a la vista de todos, blancos como la espuma de mar.

Chara se movió gesticulando como si dudara en decir algo. Era una mentira que se esforzó poco en hacerla creíble. Después de todo, aquella no era la intención.

Sus ojos afilados y semicerrados miraban a los cuatro con diversión.
Entre tanta discusión no se ha había parado mucho a ver como sus palabras molestaban a los demás, y eso era parte del entretenimiento de irritar a los demás.

Undyne seguía firme, con la espalda demasiado recta de lo que se consideraría sano, con los puños todavía en puños que se notaba que dejarían las marcas de sus uñas en sus palmas. Sería un recuerdo más de sus acalorados encuentros. Papyrus en cambio, tenía las manos bien sujetas a sus caderas, con las piernas abiertas en una zancada amplia como si estuviera listo para el combate. Era patético en si. No podría contra Chara. Mas, los ojos azules de Sans es lo que le llamo la atención, como se le había notado. Sans solo reaccionaba cuando su hermano estaba de por medio. No reaccionaba, pero si se enfadaba. Podría estar todo lo tranquilo que el quisiera, con las manos en los bolsillos y los hombros caídos, pero sus ojos brillaban con la fuerza del mar furioso. Era increíble ver esa pizca de emoción en una persona tan inexpresiva. Y era eso lo que ella buscaba.

-Bueno... Si queréis. En cualquier caso, prefiero que me encadenen por algo mejor que desacato... Quizás asesinato... ¡Ah! ¡No! ¡Es verdad! ¡Eso lo intentasteis ya!