Harry Potter: Una lectura distinta, vol. 5
Por edwinguerrave
Copyright © J.K. Rowling, 1999-2008
El Copyright y la Marca Registrada del nombre y del personaje Harry Potter, de todos los demás nombres propios y personajes, así como de todos los símbolos y elementos relacionados, para su adaptación cinematográfica, son propiedad de Warner Bros, 2000.
La Orden del Fenix
CAPÍTULO 7 El Ministerio de Magia
—Lo siento, Harry —admitió el profesor Dumbledore, mientras Sirius soltaba el pergamino—, pero recordarás que después lo conversamos.
—Sí, profesor, lo recuerdo perfectamente —reconoció Harry—, y recuerdo cómo me sentía por eso.
Los más jóvenes veían sorprendidos la interacción entre ellos.
—Entiendo —dijo Dumbledore—, y sé que fueron días muy complicados.
—Me alegra que lo entienda —replicó agriamente Harry, sorprendiendo a Lily, quien con un gesto llamó la atención de su hijo. Mientras tanto, Arthur se preparaba para leer el nuevo capítulo.
—Verdad que ese día conociste El Ministerio de Magia —comentó sin mucho ánimo.
La mañana siguiente, Harry se despertó a las cinco y media, tan abrupta y completamente como si alguien hubiera gritado en su oído. Durante unos momentos permaneció inmóvil, la perspectiva de la audiencia disciplinaria llenaba cada diminuta partícula de su cerebro; luego, incapaz de aguantar, saltó de la cama y se puso sus lentes. La señora Weasley había puesto sus pantalones y camiseta recién lavados a los pies de la cama. Harry se vistió apresuradamente. El cuadro vacío de la pared se rió con disimulo.
—¿Por qué ese cuadro estaba vacío? —preguntó Paula, extrañada—. Siempre veo que los cuadros tienen a alguien.
—Ese cuadro es particular, Paula —comentó Sirius—; ahí debería estar uno de mis bisabuelos, pero no está retratado, sólo le impregnaron su esencia mágica, y por eso se ve vacía. Cosas de mi querida familia —concluyó en tono sarcástico.
Ron estaba boca arriba, con la boca totalmente abierta, profundamente dormido. No se enteró cuando Harry cruzó la habitación, saliendo al descansillo y cerrando la puerta detrás de él. Tratando de no pensar que la próxima vez que viese a Ron podrían haber dejado de ser compañeros de Hogwarts, Harry bajó sigilosamente las escaleras, pasó al lado de las cabezas de los antepasados de Kreacher y se dirigió a la cocina.
Esperaba que estuviese vacía, pero cuando alcanzó la puerta oyó el murmullo de las voces en el otro lado. Empujó, abrió y vio al señor y la señora Weasley, Sirius, Lupin y Tonks sentados allí casi como si le estuvieran esperando. Todos estaban vestidos excepto la señora Weasley que llevaba una bata acolchada de color púrpura. Ella dio un respingo en el momento en que Harry entró.
—Me sorprendió verte entrar ya vestido —comento Molly, sonriendo levemente.
—Desayuna —sugirió ella, mientras sacaba su varita y la pasaba rápidamente sobre el fuego.
—Bue… buenos días, Harry —bostezó Tonks. Su pelo era rubio y rizado esta mañana–. ¿Dormiste bien?
—Sí —contestó Harry.
—Mentirooooosoooooo —saltaron los nuevos merodeadores, provocando risas en el grupo de los más jóvenes.
—Yo h-h-he estado levantada toda la noche —dijo ella, con otro estremecedor bostezo—. Ven y siéntate... —Sacó una silla, golpeando sobre uno de sus lados en el proceso.
Tonks miró a Harry con mala cara, y éste reaccionó encogiendo sus hombros en señal de "tú sabes como es".
—¿Qué quieres, Harry? —le preguntó la Señora Weasley—. ¿Gachas? ¿Panecillos? ¿Salmones curados? ¿Tocino y huevos? ¿Tostadas?
—Yo quiero de todo, por favor —saltó Hugo, provocando más risas de parte de los más jóvenes.
—¡Hugo! —saltó Hermione—, ¡acabamos de almorzar!
—Yo sé, mamá —replicó Hugo, para después decir en un susurro mal contenido—, pero igual, quiero de todo.
—Sólo... sólo tostadas, gracias —contestó Harry.
Lupin echó un vistazo a Harry, después se volvió a Tonks,
—¿Qué estabas diciendo sobre Scrimgeour?
—Oh... sí... tenemos que ser un poco más cuidadosos, nos ha estado haciendo a Kingsley y a mi preguntas extrañas...
Harry se sentía vagamente agradecido de que no le pidiesen que participase en la conversación. Sus tripas se retorcían. La señora Weasley puso un par de tostadas y mermelada delante de él; intentó comer, pero era como masticar la alfombra. La señora Weasley se sentó a su lado y comenzó a quejarse de su camiseta, metiendo dentro la etiqueta y alisando los pliegues de sus hombros. Harry deseaba que no lo hiciera...
—Me sentía incómodo —Harry replicó a la mirada extrañada de Molly—; no conocía ese tipo de atenciones maternales.
—Cierto, Harry —acepto Molly, mientras Lily abrazaba a su hijo, emocionada.
—...Y tendré que decirle a Dumbledore que no podré hacer guardia mañana, estoy demasiado c...cansada —terminó Tonks, con otro enorme bostezo.
—Yo te cubriré —propuso el señor Weasley—. Estoy bien y de todas maneras tengo que terminar un informe —El señor Weasley, que no vestía los trajes que habitualmente utilizaban los magos sino un par de pantalones de rayas y una vieja cazadora, desvió su atención de Tonks hacia Harry—. ¿Cómo te sientes?
Harry se encogió de hombros.
—Mejor callar que mentir, buena estrategia —comentó James—, yo llegué a aplicarla muchas veces en la casa.
Lily volteó a ver a su esposo ante las risas de Sirius, los nuevos merodeadores y los más jóvenes. Hasta Remus esbozó una sonrisa.
—En la casa de mis padres, aclaro —replicó James a la mirada de su esposa—, contigo nunca pasó, y sabes que no te miento.
—Eso es verdad —admitió Lily—, nunca has podido mentirme.
—Todo terminará muy pronto –lo animó el Señor Weasley–. En unas pocas horas estarás absuelto.
Harry no dijo nada.
—La audiencia es en mi piso, en la oficina de Amelia Bones. Ella es la Jefa del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica, y quien te interrogará.
—Mi tía —recordó Susan, algo triste. Seamus le tomo la mano, haciéndole suspirar.
—Amelia Bones está bien, Harry —dijo con seriedad Tonks–. Es justa, te escuchará.
—Es verdad —insistió Susan—, yo podría haber hecho algo malo, pero antes de castigarme me escuchaba y me aconsejaba.
Harry asintió con la cabeza, todavía incapaz de pensar en algo que decir.
—No pierdas tu temple —dijo Sirius, abruptamente–. Se cortés y céntrate en los hechos.
Harry asintió con la cabeza nuevamente.
—La ley está de tu lado —apuntó Lupin, reservado–. Incluso los magos menores de edad tienen permitido utilizar la magia en situaciones en las que su vida corra peligro.
—El tema es que lo entendiera de esa manera —reflexionó Frank—, aunque conociendo a Amelia, siempre ha sido como dijo Susan, muy justa.
Algo muy frío goteó en la parte posterior del cuello de Harry; por un momento pensó que alguien le lanzaba un Encantamiento Desilusionador, pero enseguida se dio cuenta que la señora Weasley atacaba su pelo con un peine mojado. Luego presionó con fuerza la parte superior de su cabeza.
—¿Nunca se queda bien peinado? —preguntó desesperada. Harry sacudió la cabeza. El señor Weasley chequeó su reloj y levantó la vista hacia Harry.
—Creo que deberíamos irnos ya –comentó–. Es algo temprano pero creo que estarás mejor en el Ministerio que aquí.
—De acuerdo —aceptó Harry automáticamente, dejando su tostada y poniéndose de pie.
—Otra vez no comiste —criticó Lily.
—Sabes como son estos sacos de nervios —replicó Ginny, haciendo que Lily sonriera y que James, Harry, JS y Al se voltearan a verla extrañados—, tienen alguna situación que los altera y no prueban bocado. Y Lilu no escapa de eso, pero a ella le da por rascarse la oreja, que hasta sangre se ha sacado.
Lilu asintió apenada.
—Te darán la razón, Harry –lo confortó Tonks, acariciándole en el brazo.
—Buena suerte —agregó Lupin–. Estoy seguro que todo irá bien.
—Muy al estilo de Lunático —comentó James—, directo y sin cortapisas.
—No creo que Harry necesitara escuchar algo más —respondió Remus.
—Y si no es así –aseguró Sirius, severo–, yo visitare a Amelia Bones por ti...
Harry sonrió débilmente. La señora Weasley lo abrazó.
En la Sala, Susan volvió a sonreir con tristeza. Extrañaba a su tía, la más cercana a su familia.
—Todos tendremos nuestros dedos cruzados —le aseguró.
—De acuerdo —aceptó Harry–. Entonces...nos veremos más tarde.
Siguió al señor Weasley escaleras arriba y a lo largo del pasillo. Podía oír a la madre de Sirius gruñendo en sueños detrás de las cortinas. El señor Weasley descorrió los cerrojos de la puerta y ambos caminaron hacia afuera en el frío y gris amanecer.
—Usted no va caminando al trabajo habitualmente, ¿verdad? —le preguntó Harry, mientras con paso ligero rodeaban la plaza.
—No, yo generalmente me "aparezco" —contestó el Señor Weasley– pero tú obviamente no puedes, y creo que es preferible que lleguemos de una manera no-mágica... para causar mejor impresión, dado que estás siendo sancionado por…
El señor Weasley metió la mano dentro de su chaqueta mientras caminaban. Harry sabía que estaba apretando su varita. Las calles que recorrían estaban casi desiertas, pero cuando llegaron a la pequeña y miserable estación del subterráneo la encontraron llena de madrugadores viajeros. Como siempre que se encontraba muy cerca de muggles que se dirigían a sus trabajos, al señor Weasley le era difícil contener su entusiasmo.
—Toda la vida —machacó Dom, mirando a su abuelo sonrojarse.
—Igual así te amo —reconoció Molly, dándole un beso en la mejilla y provocando aplausos de parte de la gran familia Weasley.
—Simplemente fabuloso —susurró, indicando las máquinas automáticas de venta de boletos–. Maravillosamente ingenioso.
—Están fuera de servicio —comentó Harry, señalando el letrero.
—En el 3M —intervino Christina, sorprendiendo a varios—, algunas de esas máquinas aparentemente dañadas son las que venden los boletos para usarlo.
—¿3M? —preguntó Frankie.
—Metro Mágico de Madrid —enumeró Christina—, uno de los aportes que han hecho los magos en la movilidad por la ciudad, que es bastante grande.
—¿Nos hablarías de ese "3M"? —preguntó interesado Arthur, pero Molly le cortó la emoción:
—Mejor ahora, en la cena —Christina sonrió al ver el puchero de Arthur, pero asintió gustosa.
—Sí, pero aún así... —afirmó radiante el señor Weasley, sonriéndoles ingenuamente.
Dado que las máquinas estaban paradas, compraron sus boletos a un somnoliento taquillero (Harry se encargó de la compra, ya que el señor Weasley no se manejaba bien con el dinero muggle) y cinco minutos más tarde estaban abordando un subterráneo que les conducía hacia el centro de Londres. El señor Weasley permanecía ansioso, comprobando y recomprobando el mapa del subterráneo ubicado arriba de las ventanas.
—Cuatro paradas más, Harry… Ahora faltan tres paradas… dos paradas para llegar, Harry…
Arthur, a medida que leía sus peripecias por el subterráneo, se iba sonrojando cada vez más, sobre todo por las risas de los más alborotadores.
Se bajaron en una estación en el corazón de Londres, y se alejaron del tren, sumergidos en una marea de hombres y mujeres cargados con portafolios.
Subieron por las escaleras automáticas, pasaron por las barreras (el señor Weasley quedó encantado de cómo se tragaban su boleto), y emergieron en una amplia calle con edificios de líneas imponentes y ya llena de tráfico.
—¿Dónde estamos? —preguntó el señor Weasley sin expresión alguna y durante un instante el corazón de Harry se paró creyendo que se habían equivocado de estación a pesar de las continuas comprobaciones del buen hombre en el mapa, pero un segundo después exclamó–. ¡Ah, si… por aquí, Harry! —y le condujo hasta una calle lateral—. Lo siento –se disculpó–, lo que ocurre es que nunca vengo en tren y todo parece diferente desde la perspectiva de un muggle. De hecho, nunca antes había utilizado la entrada de visitantes.
—Algo va a salir mal —se oyó la voz de Lucy, entre las risitas de sus primos.
—¿Tú crees? —le preguntó Rose.
—Sí, parece que algo sale mal.
Cuanto más lejos caminaban, los edificios se hacían menos imponentes, hasta que al final llegaron a una calle que contenía varias oficinas de aspecto lastimoso y un bar. Harry había esperado un lugar un poco más impresionante para el Ministerio de Magia.
—Ya llegamos —declaró el señor Weasley animado, señalando hacia una vieja cabina de teléfonos roja, a la que le faltaban varios paneles de cristal y se ubicaba delante de una pared llena de graffitis–. Después de ti, Harry.
—¿Esa es la entrada de visitantes del Ministerio? —preguntó Violet, extrañada.
—Era —aclaró Hermione—, después de lo que se vivió, tanto la entrada de visitantes como la del personal se mejoró y adecentó, por decirlo así.
Él abrió la puerta de la cabina de teléfono. Harry entró, preguntándose qué demonios significaba eso. El señor Weasley se plegó al lado de Harry y cerró la puerta. Estaban bastante apretados; Harry estaba encajado contra el aparato de teléfono, el cual colgaba torcido de la pared como si un vándalo hubiera intentado arrancarlo. El señor Weasley alcanzó el receptor.
—Sr. Weasley, creo que esto puede estar fuera de servicio también —indicó Harry.
—No, no, estoy seguro que está bien –afirmó el señor Weasley, sosteniendo el receptor sobre su cabeza y mirando el dial fijamente—. Veamos... seis... —marcó el número–, dos... cuatro... y otro cuatro... y otro dos...
—Interesante —dijo Freddie, sorprendido. Fue la única voz que se escuchó.
Mientras el disco giraba zumbando suavemente al regresar a su lugar, una fresca voz femenina sonó dentro de la cabina telefónica; no partía del receptor que sostenía el señor Weasley, sino que se escuchaba tan alto y claro como si una mujer invisible estuviese con ellos dentro del pequeño espacio.
—Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor indiquen su nombre y ocupación.
—E... —empezó el Señor Weasley, dudando si debía o no hablar al receptor. Optó por colocar el micrófono en su oreja (lo que provocó sonrisas en quienes conocían la tecnología de los teléfonos)–. Arthur Weasley, Oficina Sobre el Uso Incorrecto de los Artefactos Muggle, acompañando a Harry Potter que tiene una audiencia disciplinaria...
—Gracias —dijo la voz femenina–. El visitante tome la insignia y colóquesela en la ropa.
Se percibió un traqueteo y un click, y Harry notó que algo se deslizaba por el tobogán que devolvía habitualmente las monedas. Lo recogió; era una placa cuadrada plateada con la inscripción "Harry Potter, Audiencia Disciplinaria". La enganchó al frente de su camiseta al tiempo que la voz femenina hablaba nuevamente.
—¿Camiseta? —interrumpió Lily, extrañada—, ¿no tenías una chaqueta para ir a esa audiencia?
—Emmmm, no —Harry se sorprendió por la reacción de su madre—, las que tenía habían sido de Dudley, así que imagínate el tamaño; aparte que eran deportivas. Pero no recuerdo que llevara camiseta solamente, creo que me puse una camisa que me quedaba bastante bien para el tiempo que tenía conmigo.
—Visitante al ministerio, se le solicita que se someta a un reconocimiento y presente su varita para registrarla en el mostrador de seguridad que está situado al final del patio.
El suelo de la cabina de teléfono se estremeció. Se hundían lentamente en la tierra. Harry miraba aprehensivo como el pavimento parecía subir más allá de las ventanas de cristal de la cabina hasta que la oscuridad se cerró sobre sus cabezas. Entonces no pudo ver nada de nada; sólo podía oír el ruido que hacía la cabina atravesando la tierra. Después de un minuto, aunque a él le pareció mucho más tiempo, una rendija de luz dorada iluminó sus pies y, ensanchándose, subió por su cuerpo, hasta que le dio en la cara y tuvo que pestañear para evitar que sus ojos lagrimeasen.
—El Ministerio de la Magia les desea un día agradable —concluyó la voz de la mujer.
Algunos aplausos tímidos se dejaron escuchar en la Sala, pero pronto se extinguieron cuando Arthur siguió la lectura.
La puerta de la cabina de teléfono se abrió de golpe y el señor Weasley caminó fuera, seguido por Harry, quien tenía la boca abierta. Estaban parados en un extremo de un pasillo muy largo y espléndido, con un suelo de madera oscura muy pulida. El techo de azul pavo real tenía destellantes símbolos en oro, que se movían y cambiaban como un enorme tablón de anuncios celestial. Las paredes a cada lado eran de oscura y brillante madera artesonada y tenían muchas chimeneas doradas fijadas en ellas. Cada pocos segundos una bruja o un mago emergían de una de las chimeneas de la izquierda con un suave "whoosh". En el lado derecho, había formadas pequeñas colas delante de cada chimenea esperando para partir.
En el centro del pasillo había una fuente. Un grupo de estatuas de oro, más grandes que el tamaño natural, colocadas en el centro de un estanque circular. La más alta de ellas representaba un mago de aspecto noble con su varita apuntando al aire. Agrupados alrededor de él había una bruja maravillosa, un centauro, un duende y un elfo domestico. Los últimos tres mirando a la bruja y al mago con adoración. Brillantes chorros de agua volaban de las puntas de sus varitas, de la punta de la flecha del centauro, de la parte superior del sombrero del duende y de cada una de las orejas del elfo doméstico, de modo que el tintineante silbido del agua cayendo se unía a los estallidos y cracks de los que se aparecían y al estruendo de la confusión de pasos de cientos de brujas y de magos, la mayoría de ellos luciendo el malhumorado aspecto del inicio de la mañana, que se dirigían a grandes pasos hacia un sistema de puertas doradas en el extremo lejano del pasillo.
Ante la mirada de interés de los más jóvenes, la Sala recreó la combinación de ruidos que se describían, impactando a varios, quienes sorprendidos, miraban a su alrededor buscando el origen de la cacofonía.
—Cosas de magia —le susurró Dennis a CJ, haciéndolo sonreir.
—Por aquí —indicó el señor Weasley.
Se unieron a la muchedumbre, abriéndose paso entre los trabajadores del ministerio, algunos de los cuales llevaban tambaleantes pilas de pergaminos, otros carteras estropeadas; incluso algunos leían el Diario El Profeta mientras caminaban. Al pasar por la fuente Harry vio sickles de plata y knuts de bronce en el fondo del estanque. En un pequeño cartel se podía leer:
TODOS LOS INGRESOS DE LA FUENTE DE LA HERMANDAD MÁGICA SERÁN DONADOS AL HOSPITAL SAN MUNGO PARA ENFERMEDADES Y LESIONES MÁGICAS.
"Si no me expulsan de Hogwarts, pondré diez Galeones", Harry se encontró pensando desesperadamente.
Lily acarició la espalda a su hijo, quien sólo sonrió en silencio.
—Por aquí, Harry —señaló el señor Weasley, y salieron de la corriente de empleados del Ministerio, encaminándose hacia las puertas doradas. Sentado en un escritorio a la izquierda, debajo de un cartel que ponía "Seguridad", un mago mal-afeitado con un traje azul pavo real levantó la vista cuando se acercaron y bajó su ejemplar de El Profeta.
—Estoy escoltando a un visitante —dijo el señor Weasley, señalando a Harry.
—Camina hasta aquí —ordenó el mago con voz aburrida.
—¡Qué ánimo! —soltó Alisu.
—Empleado público —comentó Charlie, mirando con sorna a Percy, quien lo notó y sólo encogió los hombros.
Harry se aproximó y el mago cogió una barra de oro larga, delgada y flexible como una antena de coche, y la pasó arriba y abajo por delante y por detrás de Harry.
—Varita —gruñó el mago de seguridad a Harry, dejando el instrumento de oro y extendiendo su mano. Harry entregó su varita. El mago la metió en un extraño instrumento de cobre, que parecía una pesa pero con un solo plato. Comenzó a vibrar. Una tira estrecha de pergamino salió rápidamente de una ranura de la base. El mago la cortó y leyó lo que estaba escrito en ella.
—Once pulgadas, núcleo de pluma de Fénix, cuatro años de uso. ¿Es correcto?
—Sí —contestó Harry, nervioso.
—Yo guardaré esto —declaró el mago, clavando el trozo de pergamino en un pequeño punto de cobre amarillo–. Te devuelvo esto —añadió, empujando la varita hacia Harry.
—Gracias.
—Espera… —pidió el mago lentamente.
—Le va a ver la cicatriz —pronosticó JS, con tono aburrido.
—¿Tú crees? —preguntó Frankie, esperando la apuesta.
—Está cantado, Frankie, no vale la pena apostar.
Sus ojos fueron desde la placa de plata del pecho de Harry hasta su frente.
—Gracias, Eric —dijo el señor Weasley con firmeza y, agarrando a Harry por los hombros, lo encaminó lejos del escritorio, adentrándose nuevamente en la corriente de magos y brujas que caminaban a través de las puertas de oro.
—Hasta a Eric lo interrumpen —sentenció gravemente Hugo, lo que provocó risas.
Empujado levemente por la multitud, Harry siguió al señor Weasley a través de las puertas, penetrando en un pasillo más pequeño, en el cual había por lo menos veinte ascensores detrás de unas parrillas de oro labradas. Harry y el señor Weasley se unieron a la gente que se apiñaba alrededor de uno de ellos. Cerca de allí, se encontraba parado un mago con una larga barba, sosteniendo una gran caja de cartón que emitía ásperos ruidos.
—¿Todo bien, Arthur? —preguntó el mago, inclinando la cabeza hacia el señor Weasley.
—¿Qué tienes ahí, Bob? —preguntó éste, mirando la caja.
—No estamos seguros —contestó el mago con seriedad–. Pensamos que era un gallo de pantano común hasta que empezó a escupir fuego. Me parece una clara violación de la Prohibición de Crianza Experimental.
—Hagrid…
—No, Sirius —replicó el guardabosques—, no tuve nada que ver ahí.
Enseguida los bromistas soltaron la carcajada.
Con un discordante traqueteo el ascensor descendió enfrente de ellos; las verjas doradas se deslizaron y Harry y el señor Weasley penetraron con el resto de la muchedumbre que empujaban de tal modo que Harry se encontró aplastado contra la pared del fondo. Varias brujas y magos le miraban con curiosidad; él miró fijamente a sus pies para evitar las miradas, encogiéndose todo lo que podía. Las verjas se deslizaron con un "crash" y el ascensor subió lentamente, con un repiquetear de cadenas, mientras que la voz femenina que Harry había oído en la cabina de teléfonos se escuchó nuevamente.
—Nivel Siete, Departamento de Juegos y Deportes Mágicos, incluidos los Cuarteles Generales de las Ligas Británica e Irlandesa de Quidditch, el Club Oficial de Gobstones y la Oficina de Patentes Absurdas.
Las puertas de ascensor se abrieron. Harry vislumbró un corredor de aspecto desaliñado, con varios carteles de equipos de Quidditch clavados con chinchetas en las paredes. Uno de los magos del ascensor, que estaba transportando una brazada de palos de escoba, salió con dificultad y desapareció por el corredor. Las puertas se cerraron, el ascensor siguió subiendo y la voz de la mujer anunció:
—Nivel seis, Sección de Transporte Mágico, incluyendo la Autoridad de Redes de Polvos Floo, Control Regulador de Escobas, Oficina de Llaves y Centro de Pruebas de Apariciones.
Una vez más las puertas del ascensor se abrieron y cuatro o cinco brujas y magos salieron; al mismo tiempo, varios aviones de papel se precipitaron dentro del ascensor. Harry los miró fijamente cuando revolotearon ociosamente alrededor de su cabeza; eran de color violeta pálido y se podía ver el sello del Ministerio de Magia a lo largo del borde de sus alas.
—¿Aviones de papel? —preguntó Paula, con dudas en su mirada.
—Ya lo explico, Paulita —respondió Arthur, levantando ligeramente el pergamino.
—Sólo son memorándums inter-departamentales —murmuró el Señor Weasley—. Solíamos utilizar búhos, pero el enredo era increíble... dejaban excrementos en todos los escritorios...
Los más jóvenes soltaron la risa, y Paula asintió con una gran sonrisa.
Mientras subían nuevamente, los memorandums aleteaban alrededor de la lámpara balanceándose desde el techo del ascensor.
—Nivel Cinco, Sección de Cooperación Mágica Internacional, incluyendo el Cuerpo de Normas de Comercio Mágico Internacional, la Oficina Internacional de Leyes Mágicas y la Confederación Internacional de Magos, Sede Británica.
Cuando las puertas se abrieron, dos de los mensajes zumbaron fuera acompañando a unos cuantos brujas y magos, pero nuevos memorandum entraron zumbando, así que la luz de la lámpara parpadeó y brilló sobre sus cabezas cuando ellos se lanzaron a su alrededor.
—Nivel Cuatro, Sección para la Regulación y el Control de las Criaturas Mágicas, incluidas las Divisiones de Bestias, Seres y Espíritus, Oficina de Enlace de los Duendes y Agencia de Consultas sobre Plagas.
—Disculpe —dijo el mago que lleva el pollo que respiraba fuego y abandonó el ascensor seguido por una pequeña bandada de mensajes. Las puertas volvieron a sonar al cerrarse otra vez.
—Nivel Tres, la Sección de Accidentes y Catástrofes Mágicas, incluyendo la Escuadra de Inversión de Magia Accidental, Oficina Principal de "Olvidacion" y Comité de Excusas Dignas de muggles.
Todos los presentes dejaron el ascensor en este piso, excepto el Señor Weasley, Harry y una bruja que estaba leyendo un pergamino larguísimo que arrastraba por el suelo. Los mensajes que quedaban continuaron volando alrededor de la lámpara cuando el ascensor subió otra vez, hasta que se abrieron las puertas y la voz anunció.
—Nivel dos, Sección de Entrada en vigor de Leyes Mágicas, incluyendo la Oficina del Uso Incorrecto de la Magia, Cuartel General de los Aurores y Servicios de Administración de los Pergaminos.
—Éste es el nuestro, Harry —indicó el señor Weasley, y siguieron a la bruja, saliendo del ascensor hacia un pasillo con una hilera de puertas–. Mi oficina está en el otro extremo del piso.
—Señor Weasley —dijo Harry cuando ellos pasaron delante de una ventana por la que entraba la luz del sol– ¿No estamos todavía bajo tierra?
—Sí, lo estamos —contestó el aludido–. Aquéllas son ventanas encantadas. Los de Mantenimiento Mágico deciden qué tiempo tendremos cada día. Tuvimos dos meses de huracanes la última vez que estuvieron negociando un aumento de sueldo... Justo a la vuelta de la esquina, Harry.
Nuevas risas se escucharon en la Sala, aunque la concentración por la descripción de los distintos departamentos del Ministerio hacía silenciar a los más jóvenes.
Torcieron una esquina, atravesaron un par de pesadas puertas de roble y aparecieron en una desordenada área abierta, dividida en cubículos que estaban zumbando con charlas y risas. Memorándums entraban y salían verticalmente de los cubículos, como cohetes en miniatura. En un cartel desvencijado en el cubículo más cercano se leía: Cuartel General de los Aurores.
Mientras pasaban, Harry miró subrepticiamente a través de las puertas. Los Aurores habían cubierto las paredes de sus oficinas con todo tipo de cuadros de magos queridos y fotografías de sus familias, carteles de sus equipos favoritos de quidditch y artículos de El Profeta. Un hombre vestido con un traje escarlata y luciendo una coleta más larga que la de Bill, estaba sentado con sus botas sobre el escritorio, dictando un informe a su pluma.
—Scrimgeour —aclaró Tonks, con mala onda.
Un poco más lejos, una bruja con un parche en uno de sus ojos estaba hablando por encima del muro que dividía los espacios con Kingsley Shacklebolt.
—Buenos días, Weasley —saludó Kingsley despreocupadamente cuando ellos se acercaron—. Llevo tiempo queriendo hablar contigo, ¿tienes un segundo?
—Sí, si realmente es un segundo —replicó el Señor Weasley–. Tengo muchísima prisa.
Hablaban como si apenas se conocieran y cuando Harry abrió su boca para saludar a Kingsley, el señor Weasley le pisó. Siguieron al Auror a lo largo de la hilera y entraron en el último cubículo. Harry recibió un ligero impacto; por todas partes estaba la cara de Sirius. Recortes del periódico y fotografías viejas, incluso una en la que Sirius era el padrino de boda de los Potter, empapelaban las paredes. El único espacio libre de Sirius era un mapa del mundo en el que pequeños alfileres rojos brillaban como joyas.
—Como siempre —soltó Ron, sorprendiendo a Harry—, reaccionando tarde.
—Toda la vida —completó Ginny, provocando risas.
—¡Ah! ¿Tú también? —reclamó Harry a su esposa, la cual se reía con una risa muy cantarina.
—Aquí —le dijo Kingsley bruscamente al señor Weasley, empujando un haz de pergaminos con la mano–. Necesito tanta información como sea posible sobre vehículos voladores de muggles vistos en los últimos doce meses. Nosotros hemos recibido información que Black podría estar usando todavía su vieja motocicleta. —Kingsley se inclinó hacia Harry y guiñándole exageradamente un ojo agregó, en un susurro–. Dale la revista, podría encontrarlo interesante –luego continuó en tono normal–, y no tardes demasiado, Weasley, el retraso en ese informe del "piernas de fuego" alargó nuestra investigación durante un mes.
—Si hubieras leído mi informe sabrías que el término es armas de fuego –aclaró el Señor Weasley fríamente–. No me preocupa que tengas que esperar por la información sobre motocicletas; nosotros estamos sumamente ocupados por el momento —bajó la voz y agregó–. Si puedes escaparte antes de las siete, Molly está haciendo albóndigas.
—Una invitación que no se puede rechazar fácilmente —reconoció Frank—, recuerdo las veces que Molly nos invitó a su casa, recién casados, y disfrutábamos de su arte culinario.
—¡Ay, Frank! ¡Gracias! —Molly se emocionó hasta el sonrojo, y más con los aplausos de sus nietos.
Llamó por señas a Harry y lo condujo fuera del cubículo de Kingsley, a través de un segundo grupo de puertas de roble, introduciéndolo en otro pasadizo; giraron a la izquierda, marcharon a lo largo de otro corredor, giraron a la derecha hacia un corredor distinto, débilmente iluminado y claramente destartalado, y finalmente llegaron a un punto sin salida, donde una puerta a la izquierda permanecía entreabierta, revelando un armario para guardar escobas, y en la puerta de la derecha se distinguía una placa de latón en la que se podía leer: Mal uso de Artefactos Muggle.
La oscura oficina del Señor Weasley parecía ser ligeramente más pequeña que el armario de las escobas. Dos escritorios habían sido embutidos dentro y apenas había espacio para moverse a su alrededor, debido a todos los armarios llenos hasta desbordarse que se alineaban en las paredes, encima de los cuales había tambaleantes montones de archivos. El pequeño espacio de pared disponible era testigo de las obsesiones del Señor Weasley: varios carteles de automóviles, incluyendo uno de un artefacto desmantelado, dos ilustraciones de buzones de correos que parecían haber sido recortadas de libros de niños muggle, y un diagrama que mostraba cómo instalar una bujía.
Todos los jóvenes Weasley estaban impactados y miraban sorprendidos a Arthur, quien sonreía recordando su vieja oficina.
Sentado encima de la inundada bandeja del Señor Weasley, un viejo tostador hipaba de manera desconsolada y un par de guantes de cuero vacíos estaban jugando con sus dedos pulgares. Una fotografía de la familia Weasley estaba de pie al lado de la bandeja. Harry notó que Percy parecía haber salido de ella.
—¿Seguimos apreciando la capacidad de observación de Harry, o no ha quedado suficientemente clara?
El comentario de Seamus provocó algunas risas.
—Nosotros no tenemos ventana –comentó el señor Weasley, disculpándose; se quitó la chaqueta y la acomodó en el espaldar de la silla—. Las hemos pedido, pero no creen que nosotros las necesitemos. Siéntate Harry, al parecer Perkins no ha llegado todavía.
Harry se acurrucó en la silla tras el escritorio de Perkins mientras el señor Weasley hurgaba entre el haz de pergaminos que Kingsley Shacklebolt le había dado.
—¡Ah! —exclamó, sonriendo abiertamente, cuando sacó una copia de una revista llamada The Quibbler de entremedio–. Sí... –dijo hojeándola—. Sí, él tiene razón, estoy seguro que Sirius encontrará esto muy divertido... ¡Dios Mío!, ¿qué pasará ahora?
—¿Qué publicaron en el pasquín del loco de Lovegood? —preguntó James—. Recuerdo que desde Hogwarts quería hacerse editor de su propia revista, porque nadie le quería publicar sus locuras, y siempre comentaba que le quería llamar así.
Un memorándum acababa de entrar zumbando a través de la puerta abierta y descansaba temblando sobre el tostador con hipo. El señor Weasley lo desplegó y lo leyó en voz alta.
"Tercer retrete público regurgitador reportado en Bethnal Green, se agradece investigar de inmediato".
—Esto se está volviendo ridículo...
—¿Un retrete regurgitando?
—Los bromistas Anti-muggle –explicó el Señor Weasley frunciendo el entrecejo–. Tuvimos dos la última semana, uno en Wimbledon y otro en Elephant and Castle. Los muggles tiran de la cadena y en lugar de que desaparezca todo... bien, ya te imaginas. Los pobres se ven precisados a llamar a esos plumeros, creo que se llaman así, tú sabes, los que arreglan cañerías y esas cosas.
—¿Plomeros?
—Exactamente, sí, pero por supuesto ellos están desconcertados. Sólo espero poder coger a quienquiera que lo esté haciendo.
—Labor complicada —comentó JS—, si son buenos, no dejarán huellas ni nada que los delate.
—Exactamente —admitió Teddy.
—¿Serán Aurores los que les detengan?
—Oh no, esto es demasiado trivial para los Aurores, será la Patrulla de Entrada en Vigor de Ley Mágica ordinaria... ah, Harry, éste es Perkins.
Un mago viejo y encorvado, de aspecto tímido y con un esponjoso pelo blanco, acababa de entrar en el cuarto, jadeando.
—¡Oh, Arthur! —exclamó desesperadamente, sin mirar a Harry—. ¡Gracias a Dios!, no sabía qué era mejor, si esperar por ti aquí o no. Acabo de mandarte una lechuza a tu casa pero es obvio que no la has recibido... hace diez minutos llegó un mensaje urgente.
—Ya sé, lo del retrete regurgitador —dijo el señor Weasley.
—No, no, no es el retrete, es la audiencia del muchacho Potter. Han cambiado la hora y el lugar; empieza ahora a las ocho y es en la Vieja Sala del Tribunal número Diez.
—¡Lo sabía! —saltó Lucy—. ¡Sabía que algo iba a salir mal!
—¡Felicidades! —replicó Freddie—. ¡Eres una profeta!
Los bromistas estallaron nuevamente en risas, pero los mayores se tensaron, por lo que implicaba un retraso en llegar a la audiencia.
El señor Weasley miró su reloj, soltó un grito y saltó de su silla.
—¡Rápido, Harry, deberíamos haber estado allí hace cinco minutos!
—¡¿Quééééé?! —exclamó Lily, al borde de los nervios. James miraba alternativamente a Harry y a Arthur, quienes mantenían una extraña actitud calmada.
Perkins se aplastó contra los armarios cuando el señor Weasley dejó la oficina a la carrera, con Harry pisándole los talones.
—¿Por qué han cambiado la hora? —preguntó Harry jadeante, cuando ellos pasaron volando los cubículos de los Aurores; la gente asomaba sus cabezas y les miraban fijamente mientras ellos pasaban como un rayo. Harry se sentía como si hubiera dejado sus tripas detrás, en el escritorio de Perkins.
—¡No tengo ni idea, pero da gracias a Merlín de que llegásemos tan temprano, si no apareces podría haber sido catastrófico! —El señor Weasley derrapó al lado de los ascensores y pisó con impaciencia el botón de bajada—. ¡Vamos!
El ascensor traqueteo ante su vista y ellos entraron rápidamente. Cada vez que se detenía el señor Weasley maldecía furiosamente, apretando el botón número nueve.
—Cualquiera —dijo Dudley—, hasta yo mismo en estos tiempos me pondría en ese predicamento.
Molly veía con sorpresa a su esposo, aunque entendió la gravedad de la situación.
—Esas salas del tribunal no se han usado en años —comentó el Señor Weasley enojado—. No entiendo por qué están haciéndolo allí abajo... a menos que... pero no...
Una bruja gorda que llevaba una copa humeante entraba en el ascensor en ese momento, pero el señor Weasley la ignoró.
—El Atrio —dijo la conocida voz femenina y las verjas doradas se deslizaron, mostrándole a Harry una vista distante de las estatuas doradas. La bruja gorda consiguió salir y un mago con piel amarillenta y cara fúnebre entró.
—Buenos días, Arthur –saludó con una voz sepulcral cuando el ascensor empezó a descender—. No se te ve a menudo por aquí abajo.
—Negocios urgentes, Bode —comentó el señor Weasley, que estaba botando sobre sus pies y lanzaba ansiosas miradas hacia Harry.
—Ah, sí —dijo Bode, inspeccionando a Harry sin parpadear—. Por supuesto.
A Harry apenas le sobraba emoción para gastar con Bode, pero su decidida mirada no le hacía sentirse más cómodo.
—Me imagino —comentó Hermione gravemente.
—Departamento de Misterios —dijo la voz femenina, y salieron.
—Rápido, Harry —lo apresuró el señor Weasley en cuanto las puertas del ascensor se abrieron, y ambos echaron a correr por un pasillo que era bastante diferente de los anteriores. Las paredes estaban desnudas; no había ninguna ventana y ni puertas con excepción de una totalmente negra al final del corredor. Harry pensó que pasarían a través de ella, pero en lugar de eso el señor Weasley lo sujetó por el brazo y lo arrastró a la izquierda, donde pudo distinguir una abertura que conducía a una escalinata (Padma se sorprendió con la descripción de ese pasillo)—. Aquí abajo, aquí abajo —jadeó el señor Weasley, descendiendo los escalones de dos en dos—. El ascensor ni siquiera llega tan lejos... ¿por qué están haciéndolo allí abajo, yo...?
Llegaron al fondo y aún tuvieron que correr por otro pasillo que tenía un gran parecido con el que llevaba al calabozo de Snape en Hogwarts, con paredes de piedra ásperas y antorchas en anaqueles. Las puertas que pasaban eran de madera fuerte con cerrojos y cerraduras de hierro.
—Eso es lo que me tiene extrañado —mencionó James, cruzándose de brazos—, si es una audiencia por uso indebido de magia por un menor de edad, ¿por qué hacerla en una sala de tribunal, sobre todo en esas que son las de delitos penales?
—Ya seguro se contestará esa pregunta —dijo Harry, viendo al profesor Dumbledore.
—La sala del tribunal... Diez... creo... que estamos cerca... sí —el señor Weasley dio un traspié, se detuvo al lado de una oscura y mugrienta puerta con una inmensa cerradura de hierro y se apoyó contra la pared, sintiendo una punzada en su pecho—. Sigue —jadeó, apuntando con su dedo pulgar a la puerta—. Entra allí.
—¿No... No viene conmigo?
—No, no, no me está permitido. ¡Buena suerte!
—Para completar —gruñó JS—, papá va solo a la audiencia.
Harry vio a su hijo y sonrió enigmáticamente, aunque éste no lo vio.
El corazón de Harry pego un golpe violento contra su nuez de Adán. Tragó duro, giro el picaporte de la puerta y caminó dentro de la sala del tribunal.
—Y lo que pase puertas adentro lo narrará otra persona —comentó Arthur en el momento en que dejó al pergamino en el atril, el cual se materializó delante del propio profesor Dumbledore.
Buenas noches desde San Diego, Venezuela! Por mi madre que no es que se me olvidó, es que literalmente estoy en "tiempo real" con este volumen de esta "aventura astral de tres generaciones y ocho libros", y sobre todo con este capítulo en particular, en el cual Harry conoce una buena parte del Ministerio de Magia y su burocracia, con muchos elementos particulares, intervenciones y suspenso, lo que espero haya quedado bien reflejado. Lo que siempre reflejo es mi agradecimiento a todos ustedes, mis lectores, quienes me acompañan semana a semana, con sus vistas, sus alertas, sus favoritos y sus comentarios, especialmente de parte de Eugre (tranquila, yo estoy casi en las mismas; tienes razón en ambos sentidos) y creativo (ah, así sí, y sí, Mamá Dorea y Papá Charlus son los abuelos ideales; también es cierto eso de Kreacher). Para no hacer más largo el asunto, por favor, vamos a cuidarnos en estos tiempos de variantes y vacunas! Saludos y bendiciones!
