Harry Potter: Una lectura distinta, vol. 5
Por edwinguerrave
Copyright © J.K. Rowling, 1999-2008
El Copyright y la Marca Registrada del nombre y del personaje Harry Potter, de todos los demás nombres propios y personajes, así como de todos los símbolos y elementos relacionados, para su adaptación cinematográfica, son propiedad de Warner Bros, 2000.
La Orden del Fenix
CAPÍTULO 8 La Audiencia
—Y lo que pase puertas adentro lo narrará otra persona —comentó Arthur en el momento en que dejó al pergamino en el atril, el cual se materializó delante del propio profesor Dumbledore.
—Arthur tiene razón, toca conocer lo que ocurrió en La Audiencia. Lo primero, la entrada de Harry al tribunal.
Harry se quedó boquiabierto; no tendría ayuda. La larga mazmorra en la que había entrado le era horriblemente familiar. No solo la había visto antes, había estado allí antes. Era el lugar que había visitado dentro del pensadero de Dumbledore, el lugar donde había visto sentenciar a prisión de por vida en Azkaban.
Las paredes estaban hechas de piedra oscura, débilmente iluminada por antorchas. Había bancos vacíos a los dos lados pero enfrente, en los bancos superiores, había muchas figuras oscuras. Hablaban en voz baja, pero cuando la pesada puerta se cerró detrás de Harry todos guardaron un profundo silencio.
—No me extrañaría —comentó JS sombríamente—, si en el pensadero se describía deprimente, en vivo debe ser peor.
—Sin dudas, Jamie —confirmó Harry.
Una fría voz masculina sonó a través de la sala
—Llegas tarde.
—Lo siento —dijo Harry nervioso–. No sabía que habían cambiado la hora.
—Eso no es culpa del Wizengamont —dijo la voz–. Se te envió una lechuza esta mañana. Toma asiento.
—Pues que recuerde —intervino nuevamente Harry—, esa lechuza nunca llegó.
—Seguramente fue la que enviaron a la casa —comentó Dudley—, y que papá casi mata.
—¿No se supone que la lechuza va hacia la persona y no hacia la dirección? —preguntó Victoire, extrañada.
—Es el deber ser —respondió Hagrid—, a las lechuzas se les entrena para eso, para que busquen a la persona.
Harry inclinó su mirada hacia la silla que estaba en el centro de la habitación, cuyos brazos estaban llenos de cadenas. Había visto esas cadenas elásticas atar a todo aquel que se sentaba en medio de ellas. Sus pasos iban haciendo eco mientras andaba por el suelo de piedra. Cuando se sentó cautelosamente en el borde de la silla, las cadenas tintinearon amenazadoramente, pero no lo ataron. Sintiéndose bastante mareado, miró hacia arriba, a la gente sentada en los bancos superiores.
—No te ataron —comentó Lily, esperanzada.
—Se supone que era una audiencia disciplinaria —ratificó Dumbledore—, no un juicio penal.
Había aproximadamente 50 de ellos, todos, por lo que podía ver, vestían ropas color ciruela con una W bordada en plata en la mano izquierda de la silla y todos apuntaban sus narices hacia él, la mayoría con expresiones austeras aunque otros parecían sinceramente curiosos.
En el centro de la fila, se sentaba Cornelius Fudge, el ministro de Magia. Era un hombre corpulento que normalmente llevaba un sombrero verde lima que hoy se había quitado. Él también estaba preparado, con la sonrisa indulgente que tenía cuando hablaba con Harry. Una bruja de mandíbula cuadrada con el pelo gris muy corto, se sentaba la izquierda de Fudge; llevaba un monóculo y miraba imponente. A la derecha de Fudge otra bruja, pero estaba sentada muy atrás del banco y su rostro quedaba en la sombra.
—¿Quiénes serán esas brujas? —preguntó Hugo, con creciente interés.
—Me parece que la del monóculo era mi tía Amelia —indicó Susan, sonriendo tristemente—. Pero la otra sí que no la ubico.
—Muy bien —dijo Fudge—. El acusado está presente. Podemos empezar. ¿Estas preparado? —preguntó a alguien en la otra parte del banco.
—Si señor —dijo una voz impaciente que Harry conocía. El hermano de Ron, Percy, estaba sentado al final del banco. Harry miró a Percy, buscando alguna señal de reconocimiento hacía él, pero no la hubo. Los ojos de Percy tras sus gafas, estaban fijos en su pergamino y en la elegante pluma de su mano.
Lucy y Molls miraron a su padre, quien sólo encogió los hombros.
—Totalmente entregado a su trabajo —comentó Charlie mordazmente.
—Creo que todos somos así, Charlie —replicó Percy, sin molestarse—, entregados a nuestros trabajos. Si no, imagínate que sería de ti con los dragones.
—Buen punto —admitió el segundo mayor de los hermanos Weasley.
—Audición disciplinaria del 20 de Agosto —dijo Fudge con voz tintineante, y Percy comenzó a tomar notas de inmediato–. Dentro del Comité de Delitos del Decreto para la Moderada Limitación de la Brujería en Menores de edad y de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos por Harry James Potter, residente en el numero 4 de Privet Drive, Little Whinging, Surrey. Interrogan: Cornelius Oswald Fudge, ministro de magia; Amelia Susan Bones, directora del Departamento de cumplimiento de la magia; Dolores Jane Umbridge, viceministra y copista del tribunal, Percy Ignatius Weasley...
—Y testigo para la defensa, Albus Percival Wulfric Brian… Dumbledore.
—¡Gracias a Merlín! —suspiró Lily, aliviada—, no vas a estar solo.
Harry sonrió tristemente al recordar lo vivido ese día.
Dumbledore daba zancadas tranquilamente cruzando la sala, vestía una larga túnica azul marino y tenía una expresión de perfecta calma. Su barba y pelo plateados brillaban a la luz de las antorchas cuando llegó a la altura de Harry y miró hacía arriba, donde estaba Fudge a través de sus gafas de media luna, que quedaba a medio camino de su torcida nariz.
Los miembros del Wizengamot se quedaron mudos. Todos los ojos estaban ahora clavados en Dumbledore. Algunos miraban molestos, otros simplemente helados; dos brujas ancianas de la fila de atrás, sin embargo, levantaron sus manos y las agitaron como señal de bienvenida.
—Reconozco que Harry tiene una facilidad pasmosa de detallar todo lo que observa —se interrumpió Dumbledore—, yo no había notado esas reacciones en el tribunal. Creo —reflexionó girando la cabeza en modo pensativo—, y espero no equivocarme, que mi atención estaba puesta en Fudge.
Una poderosa emoción creció en el pecho de Harry al ver a Dumbledore, una fortaleza, un sentimiento esperanzador parecido al que le daba el canto de un fénix. Quería encontrar la mirada de Dumbledore pero Dumbledore no le miraba, tenía su mirada aun en el claramente nervioso Fudge.
—Ah —dijo Fudge, que miraba completamente desconcertado–. Dumbledore, sí. Tu… ehm... recibiste nuestro... ehmm… mensaje de que la hora y… ehmmm… el lugar de la audiencia se había cambiado ¿no?
—Debió haberse perdido —dijo Dumbledore alegremente–, sin embargo, debido a un afortunado error he llegado al ministerio tres horas antes, así que no ha habido daños.
—Para mí —intervino Frank—, que eso de las lechuzas y mensajes perdidos fue algo premeditado.
—Pues, a mi me parece igual —admitió James—, es muy sospechoso.
—¿Tendría que ver con los agentes de Voldemort dentro del Ministerio?
La sugerencia de Naira no pasó descuidada.
—Lo llegué a pensar —confirmó Dumbledore—, pero dejé ese pensamiento apartado al comenzar la audiencia.
—Si, bien, supongo que necesitaremos otra silla. Weasley ¿podrías…?
—No os preocupéis, no os preocupéis —dijo Dumbledore amablemente; sacó su varita, hizo un pequeño remolino y una aplastada silla apareció de la nada cerca de Harry. Dumbledore se sentó, puso las puntas de sus largos dedos juntas y examinó a Fudge por encima con una expresión de cortés interés. El Wizengamont quedó mudo e inquietamente nervioso; solo cuando Fudge habló otra vez se calmaron.
—Sí —dijo Fudge otra vez, barajando sus notas–. Bien, entonces, pues… los cargos, sí —desenredó un trozo de pergamino de un montón a su lado, suspiró profundamente y leyó–. Los cargos contra el acusado son los siguientes: Que deliberadamente y con plena conciencia de la ilegalidad de su acción, habiendo recibido un escrito previo del ministerio de magia con un cargo similar, formuló un hechizo Patronus en un área habitada por muggles, en presencia muggle, el 2 de agosto a las 9 y 23 minutos, lo que constituye un delito registrado en el articulo tercero del Decreto para la moderada Limitación de la Brujería en Menores de edad, 1875, así como en la sección decimotercera de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos. ¿Eres tu Harry James Potter, del numero 4 de Privet Drive, Little Whinging, Surrey? —dijo Fudge mirando airadamente a Harry por encima del pergamino.
—Como si no lo supiera —reclamó Lilu.
—Es para que conste en acta, Lilu —respondió amablemente Hermione.
—Sí, lo soy —dijo Harry.
—Recibiste un aviso oficial del ministerio por usar magia ilegal hace tres años ¿es así?
—Sí pero…
—¿y convocaste un Patronus en la noche del 2 de Agosto? —preguntó Fudge.
—Sí —dijo Harry–, pero…
—¿Sabiendo que no te estaba permitido hacer magia fuera de la escuela mientras tuvieras menos de 17 años?
—Sí, pero…
—¿Sabiendo que estabas en un área repleta de muggles?
—¿Será que no lo va a dejar hablar? —reclamó Al.
—Estrategia de interrogador —comentó Frank con tono autorizada—, que el acusado responda lo que quieres que te responda, para que se termine incriminando.
—Sí, pero…
—¿Completamente consciente de que estabas cerca de muggles en ese momento?
—Sí —dijo Harry enfadado—, pero solo lo usé porque estaba...
La bruja con el monóculo le cortó con un estallido de voz.
—¿Hiciste un Patronus completo?
—Sí —dijo Harry—, porque…
—¿Un Patronus Corpóreo?
—¿Un que? —preguntó Harry.
Algunas palmas en la frente se escucharon, especialmente del lado de los medoreadores.
—¿Tu Patronus tenía una forma totalmente definida? Quiero decir, ¿era algo más que vapor y humo?
—Sí —dijo Harry sintiéndose impaciente y desesperado–. Era un ciervo, siempre es un ciervo.
—Cornamenta —dijo James con orgullo, siendo secundado por Sirius y Remus.
—¿Siempre? —gruñó Madame Bones–. ¿Habías hecho antes un Patronus?
—Sí —dijo Harry–. Lo estuve haciendo aproximadamente durante un año.
—¿Y tenías 15 años?
—Sí, y…
—¿Lo aprendiste en la escuela?
—Si, el profesor Lupin me lo enseñó en el tercer curso, porque...
—Impresionante —dijo Madame Bones mirándolo–. Un verdadero Patronus a su edad… un hecho muy impresionante.
—Mi tía Amelia quedó tan impresionada —comento Susan, con lágrimas en los ojos—, que creo que fue ese día o al siguiente, que nos visitó, estuvo hablando mucho de eso, de lo impactada que estaba de saber que un niño de 15 años ya supiera hacer un patronus corpóreo.
Seamus abrazó a su esposa, quien suspiró. Aún tenía vivo el recuerdo de su tía.
Muchos de los magos y brujas volvían a murmurar; algunos asentían con la cabeza, pero otros estaban frunciendo el entrecejo y sacudiendo sus cabezas.
—La cuestión no es si es un mago impresionante —dijo Fudge con voz irritada–, de hecho, lo mas impresionante es lo temerario que fue, ¡pues el joven lo hizo a plena vista de muggles!
Aquellos que habían ladeado su cabeza ahora estaban de acuerdo, pero fue un suspiro del beato de Percy lo que hizo que Harry interrumpiese.
—¡Lo hice por los Dementores! —dijo fuertemente, antes de que nadie le interrumpiese.
—Ya era hora que lo dijeras, papá —comentó Lilu, irritada por la actitud de lo que se leía.
Esperaba silencio, pero este fue tan grande que pareció de algún modo aún más denso que antes.
—¿Dementores? —dijo Madame Bones después de un momento, con sus ojos marrones mirando peligrosamente–; ¿qué quieres decir, chico?
—¡Quiero decir que había dos dementores en el callejón y fueron a por mi y a por mi primo!
—Ah —dijo Fudge de nuevo, con una sonrisa complacida mientras miraba al Wizengamot, como si les invitara a compartir la broma–. Sí, sí, creo que ya hemos oído algo como eso.
—¿Dementores en Little Whinging? —dijo Madame Bones con tono de sorpresa–; no lo entiendo.
—¿De verdad, Amelia? —dijo Fudge, aun con la sonrisa—, déjame que te explique. Él ha estado pensando mucho y decidió que los dementores serian una bonita tapadera, muy bonita en efecto. Los muggles no pueden ver a los dementores ¿verdad, chico? Muy conveniente, muy conveniente… pero es solo tu palabra y no tienes testigos…
—Sí, porque papá va a invocar un patronus sólo porque le salga de…
—¡Jamie! —el reclamo de Ginny no dejó que JS terminara su idea, la cual Al apoyó:
—Es verdad, mamá. Papá sabe que si lo hacía por placer lo sancionarían, no es tonto. Lo hizo porque sus almas peligraban.
—Así es —confirmó Dudley—, nuestras almas estaban en peligro.
—¡No estoy mintiendo! —chilló Harry, por encima de todos, arrancando el silencio de la sala—, había dos de ellos, viniendo de los lados opuestos del callejón, todo se volvió oscuro y frio y mi primo los sintió y corrió lejos de ellos...
—¡Es suficiente! —dijo Fudge, con una mirada desdeñosa–. Siento interrumpir lo que estoy seguro será una historia muy bien ensayada.
—Miserable —gruñó JS por lo bajo, aunque no lo suficiente para que no recibiera una caricia algo ruda de parte de Ginny, como reprimenda.
Dumbledore se aclaró la garganta. El Wizengamot guardó silencio de nuevo.
—Realmente tenemos un testigo de la presencia de los dementores en el callejón —dijo—; otro aparte de Dudley Dursley, quiero decir.
La redonda cara de Fudge parecía floja, como si todo el mundo hubiera sacado aire de ella. Miró fijamente a Dumbledore por un momento o dos, entonces, con la apariencia de un hombre que se retira dijo:
—No tenemos tiempo para escuchar más tonterías, lo siento, Dumbledore. Quiero acabar con esto cuanto antes.
—Puedo estar equivocado —dijo amablemente Dumbledore–. Pero estoy seguro se que bajo el capitulo de derechos del Wizengamot, el acusado puede presentar un testigo para su caso. ¿No es esa la política del Departamento de Cumplimiento de la Ley Mágica, Madame Bones? —Continuó dirigiéndose a la bruja del monóculo.
—Cierto —dijo Madame Bones–. Completamente cierto.
—Como lo dijeron —insistió Susan—, mi tía podría ser estricta, pero también era justa y sabía que no podía sobrepasar la justicia.
—Es correcto, señora Finnigan —reconoció Dumbledore, haciendo sonreir nuevamente a Susan.
—Oh, muy bien, muy bien —soltó Fudge–. ¿Dónde está el testigo?
—La he traído conmigo —dijo Dumbledore–. Está justo detrás de la puerta ¿puedo ir a...?
—No. Weasley, ve tu —dijo Fudge a Percy, que se levanto rápidamente, bajó las escaleras del balcón de jueces y corrió pasando a Dumbledore y Harry sin mirarlos siquiera.
Percy sólo levantó las manos, pidiendo callar los comentarios que estaban a punto de salir de parte de varios de los Weasley.
Un momento más tarde, Percy volvió, seguido por la Sra. Figg. Parecía asustada y mucho más chiflada que nunca.
—Malas perspectivas —comentó Frankie—, si la señora Figg parece más chiflada de lo normal.
Dumbledore se levantó y dejó su silla a la Sra. Figg, haciendo aparecer otra para él.
—¿Nombre completo? —dijo Fudge cuando la Sra. Figg se sentó nerviosamente el borde de su asiento.
—Arabella Doreen Figg —dijo con su voz temblorosa.
—¿Y quién es usted exactamente? —pregunto Fudge, con voz aburrida.
—Soy una residente de Little Whinging, cerca de donde vive Harry Potter —dijo la Sra. Figg.
—No recuerdo que ningún mago o bruja viva en Little Whinging, aparte de Harry Potter —dijo Madame Bones–. Ese lugar ha estado siempre controlado, dados... dados los hechos del pasado.
—Soy una squib —dijo la Sra. Figg–. Así que no puedo estar en el registro ¿no es así?
—Tiene lógica —comentó Alice—, los registros tienden a obviar a los squibs.
—Algo que también se ha corregido en el Ministerio —mencionó Percy, orgulloso—, gracias a las gestiones que ha llevado a cabo gente como Hermione.
Los demás Weasley se quedaron extrañados al ver que Percy había terminado su comentario.
—¿Conque una squib?—dijo Fudge mirándola fijamente–. Tendremos que comprobarlo. Deberá dar los detalles de sus antepasados a mi asistente Weasley. A propósito ¿pueden los squibs ver a los dementores? —añadió mirando a derecha e izquierda del banco.
—¡Por supuesto que podemos! —dijo la Sra. Figg indignada.
Fudge miró hacia abajo con sus ojos marrones.
—Muy bien —dijo reservadamente–, ¿cuál es su historia?
—Había salido a comprar comida para gatos a la tienda de la esquina de Wisteria Walk, alrededor de las nueve en punto de la tarde del 2 de agosto —dijo la Sra. Figg de carrerilla, de manera que parecía que había aprendido lo que tenia que decir de memoria–. Cuando oí un ruido en el callejón entre Magnolia Crescent y Wisteria Walk. Al acercarme al callejón vi a los dementores corriendo...
—¿Corriendo? —preguntó Rose, extrañada—, pensaba que los dementores flotaban. Al menos es lo que he leído, y lo que se ha leído.
—Así es, Rose —replicó Harry.
—¿Corriendo? —dijo Madame Bones bruscamente–. Los dementores no corren, se deslizan.
—Es lo que quería decir —dijo la Sra. Figg rápidamente, sonrojándose al instante—. Deslizándose por el callejón hacia lo que parecían dos niños.
—¿Cómo eran ellos? —dijo Madame Bones, estrechando los ojos hasta que el final del monóculo desapareció dentro de su carne.
—Pues… uno era grande y el otro bastante delgado...
—No, no —dijo impaciente la Sra. Bones–. Los dementores… descríbalos.
Algunas risitas se escucharon, pero en general, la tensión estaba latente en la Sala.
—Oh, yo… —dijo la Sra. Figg poniéndose de nuevo colorada–. Eran bastante grandes. Grandes y... llevaban capas.
Harry sintió un horrible agujero en la boca del estómago. Cualquiera podía decir aquello, sonaba a lo mismo que hubiera dicho alguien que viera un cuadro de un Dementor, y una pintura nunca podría comunicar las cosas que eran reales: su misteriosa manera de moverse, deslizándose palmo a palmo sobre el suelo; o el olor a podrido que desprendían; o el ruido que hacían al aspirar el aire…
En la segunda fila, un mago anciano con un bigote largo y negro se apoyó para susurrar al oído de su vecina, una bruja morena. Ella sonrió y asintió con la cabeza.
—Grandes y con capas —Repitió feamente Madame Bones, mientras Fudge soplaba burlonamente–. Ya veo ¿Alguna cosa más?
—Sí —dijo la Sra. Figg–. Yo los sentí. Todo se volvió frió, y era una noche de verano muuyy calurosa. Y yo sentí… como si toda la felicidad se hubiera ido del mundo… y recordé... cosas terribles… —su voz se agitó y apagó.
Los ojos de Madame Bones se abrieron de par en par. Harry pudo ver marcas rojas en la ceja, en el lugar donde había estado el monóculo.
—Recuerdo que esas marcas le duraron varios días —intervino Susan.
—¿Qué hicieron los dementores? —preguntó, y Harry sintió de nuevo esperanza.
—Fueron hacía los chicos —dijo la Sra. Figg, su voz era ahora más fuerte y segura, y el rosa había desaparecido de su cara–. Uno de ellos se cayó. El otro siguió adelante tratando de repeler al dementor. Ese fue Harry. Intentó hacerlo dos veces, pero solo salía un vapor plateado. A la tercera vez, el creó un Patronus, que cargó contra el primer Dementor, y luego, con gran valor echó al segundo que estaba con su primo. Eso fue lo que pasó.
—Sí, en esencia fue lo que leímos en el primer capítulo —comentó Rose—, pero desde el punto de vista de la señora Figg.
Madame Bones miró a la Sra. Figg en silencio, Fudge no la miraba, pero estaba poniéndose nervioso y no hacia más que mover sus papeles. Finalmente, dijo bastante agresivamente:
—¿Eso es lo que usted vio?
—Eso es lo que pasó —repitió la Sra. Figg.
—Muy bien —dijo Fudge–. Puede marcharse.
La señora Figg lanzó una mirada fría a Fudge, y luego se levantó y se arrastró hacia la puerta. Harry oyó como se cerraba a su espalda.
—No es un testigo muy convincente —dijo Fudge prepotentemente.
—No me extraña que pensara eso, el muy puritano ese —dijo Sirius, después de un gruñido mal contenido—, cortado con la misma tijera de Barty Crouch.
—A mí me parece que está imponiendo su cargo de ministro para avalar su opinión —comentó Remus, lo que Dumbledore admitió con un leve movimiento de cabeza antes de seguir leyendo.
—Oh, no lo se —dijo la Sra. Bones, con su voz atronadora–. Ella describió muy bien los efectos del ataque de un dementor. Y no puedo imaginar porque habría de decir que estaba allí si no lo estaba…
—Pero... ¿dementores paseándose por un barrio muggle y justo se van a topar con un mago? —dijo Fudge enojado–. Las cosas son muy extrañas. Ni siquiera Bagman apostaría por ello.
—Oh, creo que ninguno de nosotros piensa que el hecho de que hubiera dementores fuera una coincidencia —dijo Dumbledore.
La bruja que se sentaba a la derecha de Fudge, con su cara en la sombra, se movió ligeramente. Pero todos los demás estaban quietos y en silencio.
—¿Que se supone que quieres decir? —dijo Fudge fríamente.
—¿Y todavía lo pregunta? —interrumpió James—, está claro que esos dementores estaban allí no porque se hubieran perdido, o estuvieran de vacaciones en esa región. Alguien los mandó, y con instrucciones muy precisas.
—Quiero decir que pienso que se les ordenó ir allí —dijo Dumbledore.
—¡Tendríamos un informe si alguien hubiese enviado un par de dementores a pasearse por Little Whanging! —chilló Fudge.
—No si los dementores recibieran ordenes de otra persona que no fuera del Ministerio de Magia, por esos días —dijo Dumbledore tranquilamente–. Ya te di mi punto de vista sobre el asunto, Cornelius…
—Sí, lo hiciste —dijo Fudge enérgicamente–. Y yo no tengo razones para creer que tu punto de vista no es más que una tontería, Dumbledore. Los dementores están en sus puestos de Azkaban y aun hacen todo lo que yo les pido…
—Entonces —dijo en voz baja pero audible Dumbledore–, debemos preguntarnos si alguien, con el permiso del ministro, ordenó a los dementores ir a ese callejón el 2 de agosto.
En el completo silencio con el que fueron acogidas esas palabras, la bruja de la derecha de Fudge se inclinó y Harry pudo verla por primera vez. Pensó que parecía un gran y pálido sapo. Estaba bastante encogida, tenía una ancha y flácida cara, un pequeño cuello semejante al del Tío Vernon y una gran boca. Sus ojos eran grandes, redondos y ligeramente saltones. Incluso el pequeño lazo negro de terciopelo que llevaba en lo alto de su pelo corto le recordaba a una mosca que estuviera a punto de ser cogida por una lengua pegajosa.
—La presidenta del reconocimiento, Dolores Jane Umbridge, viceministra del ministerio —dijo Fudge.
Un par de ruidosos suspiros, además de varios gestos de agitación, confundieron a los más jóvenes, quienes miraban extrañados a sus padres.
—Aquí hay algo raro —comentó Paula, para después cruzar sus brazos, mientras paseaba su mirada por sus padres y los de Amelia.
—Estoy contigo, Paulita —dijo Alisu, acariciando la cabellera de su hermana menor—. Pareciera que hubieran nombrado a lo peor de lo peor.
—Pero —preguntó Will, igualmente extrañado—, ¿ese no era Voldemort?
—Ya van a ver de quien se trata —comentó Neville, intentando calmar el interés de los más jóvenes, aunque convencido que no lo iba a lograr.
La bruja habló con una voz agitada y aguda, como de niña pequeña, que desconcertó a Harry, que casi esperaba que croase.
—Estoy segura de que le he entendido mal, Profesor Dumbledore —dijo ella, con un tono que hizo que sus redondos ojos parecieran muy fríos–. Seré tonta, ¡pero eso ha sonado por un momento como si estuviera sugiriendo que el Ministerio de Magia había ordenado un ataque sobre este chico! —Se rió de una manera que hizo que los pelos de la parte trasera del cuello de Harry se levantaran. Algunos de los miembros de Wizengamot rieron con ella. No era tan sencillo y ninguno de ellos estaba realmente divertido.
—Si es cierto que los Dementores solo reciben ordenes del ministro, y también es cierto que dos dementores atacaron a Harry y a su primo hace unas semanas, eso nos lleva lógicamente a que alguien en el ministerio debe haber ordenado los ataques —dijo Dumbledore–. Aunque, por supuesto, esos dementores quizás estuvieran fuera del control del ministerio…
—¡No hay dementores fuera del control del ministerio! —chillo Fudge, que se había puesto totalmente rojo.
—Lo que siempre quería pensar —comentó Roxanne—, que todo se mantenía bajo su control.
Dumbledore inclinó su cabeza en una pequeña reverencia.
—Entonces indudablemente, el ministerio debería hacer un completo cuestionamiento sobre porque dos dementores estaban tan lejos de Azkaban y porque atacaron sin autorización…
—¡No es cosa tuya decidir lo que hace o deja de hacer el ministerio, Dumbledore! —gritó Fudge que ahora tenia un matiz magenta del que el tío Vernon estaría orgulloso.
Algunas risas explotaron en la Sala, incluyendo a Dudley, lo que sorprendió a Harry y a sus hijos.
—¿Qué? —replicó Dudley—, ¡tiene razón!
—Por supuesto que no lo es —dijo Dumbledore apaciblemente–. Solo estaba exponiendo mi opinión sobre el problema.
Le echó un vistazo a Madame Bones que reajustaba su monóculo y le miraba, y fruncía el ceño.
—Quiero recordar a todo el mundo que el comportamiento de esos dementores, si realmente no son invenciones de la mente de este chico, ¡no es cosa suya! —dijo Fudge–. ¡Estamos aquí para juzgar el delito de Harry Potter contra el Decreto para la Moderada Limitación de la Brujería en Menores de edad!
—Desde luego que es por eso —dijo Dumbledore–, pero la presencia de dementores en el callejón es fuertemente relevante. La cláusula siete del Decreto dice que la magia puede ser usada ante muggles en excepcionales circunstancias, y esas circunstancias incluyen situaciones que pongan en peligro la vida del mago o la bruja mismo, o de cualquier otro mago, bruja o muggle presente en el momento en que…
—Claro —ratificó Hermione—, se hace relevante porque sin la presencia de los dementores, Harry no se hubiera visto obligado a invocar el Patronus. Es relevante sin lugar a dudas.
—Conocemos la Cláusula siete, ¡muchas gracias! —dijo Fudge enojado.
—Sé que la conocen —dijo educadamente Dumbledore–. Entonces ¿Estamos de acuerdo en que Harry usó el encantamiento Patronus en esas circunstancias que son precisamente la categoría de circunstancias que describe la cláusula?
—Si había dementores, cosa que dudo…
—Ya ha oído la declaración de un testigo ocular —interrumpió Dumbledore–. Si aun tiene alguna duda sobre los hechos llamen a la testigo y pregúntenle de nuevo. Estoy seguro de que no se negará.
—No —bramó Fudge, moviendo los papeles–. Esto es... ¡quiero acabar con esto hoy, Dumbledore!
—¡Por eso tanto apuro! —rugió Lily, asustando a James—, ¡quería acabar con eso de una vez, no juzgar como correspondía!
—Pero naturalmente, puede no preocuparte cuanto tiempo pierdas con un testigo, si la alternativa es un serio error judicial —dijo Dumbledore.
—¿Un serio error judicial? —dijo Fudge a plena voz–. ¿Te has preocupado alguna vez de sumar el número de mentiras que este chico nos ha contado tratando de ocultar su escandaloso abuso de poder fuera de la escuela, Dumbledore? Supongo que habrás olvidado el hechizo levitatorio que usó hace tres años.
—¡No fui yo! ¡Fue un elfo domestico! —dijo Harry.
—¿LO VES? —rugió Fudge, señalando escandalosamente hacia Harry–. ¡Un elfo domestico! ¡En una casa muggle!
—El elfo domestico en cuestión es ahora empleado de la Escuela Hogwarts —dijo Dumbledore–. Yo puedo convocarlo aquí al instante para que declare, si quieres…
—No... ¡No tengo tiempo para escuchar a elfos domésticos! De todas formas no es la única vez. Hinchó a su tía ¡Por las barbas de Merlín! —chilló Fudge, golpeando su puño contra el banco y tirando una botella de tinta.
—Y tú, muy amablemente, no presentaste cargos en esa ocasión, aceptando que ni los mejores magos pueden siempre controlar sus emociones —dijo tranquilamente Dumbledore, mientras Fudge intentaba quitar las manchas de tinta de sus papeles.
—Aparte que en esos días estaba el tema de la fuga de Sirius, acá presente —recordó Rose—, y que por lo tanto la prioridad era proteger a Harry antes que exponerlo a que Sirius lo encontrara.
—Y ni siquiera he empezado con lo que hizo en la escuela.
—El ministerio no tiene autoridad para castigar a los estudiantes de Hogwarts por sus fechorías en la escuela. El comportamiento de Harry no es relevante en esta audiencia —dijo Dumbledore, mas educadamente que nunca, pero con un ligero tono de frialdad en sus palabras.
—¡Oho! —dijo Fudge–. No es cosa nuestra lo que él haga en la escuela ¿no? ¿Eso piensas?
—El ministerio no tiene poder para expulsar a los alumnos de Hogwarts, Cornelius, como te recordé la noche del dos de agosto —dijo Dumbledore–. Ni tampoco tiene el derecho de confiscar varitas sin cargos que hallan sido debidamente probados; de nuevo, como te recordé la noche del dos de agosto. Con tu admirable prisa por asegurar que se sostenga la ley, por descuido, estoy seguro, has cambiado algunas leyes por ti mismo.
—Las leyes pueden ser cambiadas —dijo Fudge salvajemente.
—El gran riesgo es cambiarlas no para mejorar la vida de todos, sino para favorecer a algunos —el comentario de Hermione hizo asentir a muchos en la sala, incluyendo a Draco.
—Por supuesto que pueden —dijo Dumbledore, inclinando su cabeza–, y pareces dispuesto a hacer muchos cambios, Cornelius. ¿Por qué, en las pocas semanas, desde que fui invitado a dejar el Wizengamot, ¡ha vuelto la costumbre de mantener un completo proceso criminal para tratar un simple problema de magia con menores de edad!?
—¡¿Así se hacía antes?! —exclamó Lucy, más que preguntar.
—Hasta la época de mis comienzos como director de Hogwarts —respondió calmadamente Dumbledore—. Fue una de los cambios que promulgué cuando entré como Jefe Warlock del Wizengamot.
Unos cuantos magos por encima de ellos se movieron en su sitio incómodamente. La bruja con cara de sapo, simplemente miró fijamente a Dumbledore, sin ninguna expresión en el rostro.
—Soy consciente —continuó Dumbledore– de que no hay aún ninguna ley que diga que el trabajo de este consejo sea castigar a Harry por cada conjuro de magia que haya realizado. Él ha sido acusado de un delito específico y ya ha presentado su defensa. Todo lo que podemos hacer él y yo ahora es esperar su veredicto…
Dumbledore volvió a juntar sus dedos de nuevo y no dijo nada más. Fudge lo miró airada y evidentemente enfurecido. Harry dio un vistazo a Dumbledore, sintiéndose más tranquilo; no estaba del todo seguro de que Dumbledore hubiera hecho lo correcto hablando así al Wizengamot, efectivamente, ellos aun estaban a tiempo de tomar una decisión. De nuevo, sin embargo, Dumbledore parecía no darse cuenta de las tentativas de Harry para encontrar su mirada. Él continuaba mirando hacia arriba, a los bancos donde la totalidad el Wizengamot había caído en cuchicheadas y urgentes conversaciones.
—¿En serio no quería cruzar miradas con papá, profesor?
La pregunta de Lilu, con malestar en la voz, hizo que ambos la miraran interesados. Se había levantado y parado delante del estrado en el que los profesores se ubicaban.
—No quisiera sonar grosero, señorita Potter —respondió Dumbledore después de ver sus manos unos segundos—, pero como ha sido la dinámica con los anteriores libros, creo que me reservaré la respuesta hasta el momento que sea revelada la razón.
Lilu volteó a ver a su padre, con la decepción reflejándose en su rostro. Sólo señaló a Dumbledore, sin poder expresar palabra.
—Tiene razón, mi princesa —le respondió Harry, llamándola a que se acercara. Cuando se paró frente a él, la atrajo en un abrazo y le dijo—. Entiendo como te sientes, pero tiene razón. Si te lo dice en este momento, se perdería la idea de que conozcan los detalles como yo los vivi.
Lilu suspiró, aún molesta, pero se volvió a acomodar entre sus padres.
Harry miró sus pies. Su corazón, que parecía haberse hinchado a un tamaño antinatural, estaba latiendo fuertemente bajo sus costillas. Había esperado una audiencia más larga. No estaba del todo seguro de haber causado una buena impresión. Realmente no había dicho mucho. Debería haber explicado más ampliamente lo de los dementores, como se les habían echado encima, como los dos, Dudley y él habían estado a punto de ser besados...
Dos veces había mirado a Fudge y había abierto la boca para hablar, pero su corazón hinchado estaba ahora apretando el paso del aire y las dos veces él simplemente suspiró profundamente, y miró abajo hacia sus zapatos
Entonces los cuchicheos pararon. Harry quiso mirar a los jueces, pero decidió que era realmente muchísimo más fácil seguir mirando sus cordones.
La tensión se había reinstalado en la Sala. Sólo la voz del profesor Dumbledore leyendo se escuchaba en el ambiente.
—¿Quien está a favor de que el acusado quede limpio de cargos? —Dijo Madame Bones. La cabeza de Harry se elevó. Había manos en el aire, bastantes… ¡más de la mitad! Con el corazón disparado intentó contarlas, pero antes de que pudiera acabar, Madame Bones dijo–. ¿y quien a favor de la condena?
Fudge alzó su mano, como media docena más, incluida la bruja de su derecha, el mago bigotudo y la bruja de la segunda fila.
Fudge miró a todos los presentes, como si tuviera algo atravesado en la garganta, entonces bajó su propia mano. Dio dos largos suspiros y dijo, con la voz deformada por la rabia:
—Muy bien, muy bien... quedas limpio de todos los cargos…
—Excelente —dijo Dumbledore enérgicamente, saltando sobre sus pies, alzando su varita y haciendo que las dos sillas desaparecieran–. Bien, hemos progresado. Tengan todos un buen día —y sin mirar a Harry salió de la mazmorra.
Los vítores y aplausos de parte de la mayoría de los más jóvenes aliviaron un poco la tensión, pero Lilu aún no estaba convencida. Harry la vio cruzar los brazos, molesta.
—¿Qué pasa, mi niña?
—Que no comprendo por qué él no quiere si quiera mirarte —señaló ásperamente a Dumbledore.
—Espera, Lily, y haz lo que dice tu padre, vamos a esperar —le dijo Ginny, al notar que el atril se había materializado delante de ella, con un nuevo pergamino por leer.
Buenas tardes desde San Diego, Venezuela! Un nuevo capítulo nos encuentra, nos reúne ante esta "aventura astral de tres generaciones y ocho libros", y en este capítulo se narra las vivencias de Harry en la audiencia disciplinaria devenida a juicio penal por lo ocurrido al inicio de este quinto año, su encuentro junto a Dudley con los dementores. Por supuesto, la presencia del profesor Dumbledore como defensor se hace importante, a pesar de su empeño de no cruzar miradas con Harry, lo que incluso molesta a la pequeña Lilu, que no oculta su disgusto por lo que ocurre. Lo que este loco aventurero no puede ocultar es su agradecimiento a todos ustedes, mis lectores, por mantenerse activos y atentos a cada capítulo, con sus visitas, alertas, marcas de favoritos y comentarios, como el de creativo (Seguramente lo aprovechó Kingsley para despistar a los aurores por unos días). Como es usual en estos tiempos, mi solicitud es a que se cuiden, protéjanse a ustedes mismos y a su familia, tomando todas las medidas de prevención necesarias en estos tiempos de variantes y vacunación. Salud y bendiciones!
