Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.

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Nota: Tercera (y última) Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. ¡Espero que os haya gustado!

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Cariño

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Cuando Ranma asomó la cabeza al interior del salón, caída ya la noche, se fijó en que la luz de la luna llena era suficiente para iluminar la tarima de madera del suelo y dibujar los contornos de los cojines y las mesitas que seguían allí esparcidos, en los mismos lugares donde habían estado para la cena. También resaltaba, esa luz, los diminutos trozos de confeti que habían lanzado horas atrás, cuando Akane y él habían regresado de la Colina del Hongo Sagrado. Aun ahora le parecía oír el estallido de las piñatas, el cálido aplauso de su familia, las felicitaciones de los demás por la "boda".

Todo seguía allí, incluso el eco de ese momento, nadie lo había recogido. Relucía aún con un brillo patético.

Levantó los ojos, la luz también daba en los adornos, en la tinta de la pancarta que, descolgada de un lado, todavía se reía de él.

¡Enhorabuena por vuestra boda!

No pudo evitar un bufido al leerlo. Menudo chiste malo, era casi ofensivo y por eso apretó los puños, aunque no los sacó de los bolsillos.

Siguió mirándola un poco más.

Ranma se había despertado hacía un rato, muerto de frío, porque su padre le había robado toda la manta. Su manta. No la compartían, por supuesto, pero ese animal había rodado hacia él, aplastándole un brazo con su orondo y peludo cuerpo y después, le había birlado la prenda. Se frotó el brazo sin darse cuenta, aún le dolía. Un par de segundos más y se lo habría partido como una ramita.

Eso era lo que le había despertado, el dolor de su pobre extremidad. Pero cuando esto pasó y Ranma pudo ubicarse a sí mismo en ese pequeño cuarto de madera sin nada salvo un par de futones, sin ventanas ni luz, con esa puerta corrediza que no cerraba bien y silbaba cuando el aire recorría la casa; ahí fue que todos los recuerdos de lo que había pasado ese día durante el hechizo, volvieron a él.

Cayeron en cascada en su mente, en orden, como una película, solo que la estaba viendo desde la perspectiva del protagonista. No solo pudo verlo, también lo sintió. Todo, con más intensidad de la que habría creído posible.

Empezó recordando aquel penoso ascenso por la colina. Su familia se había intoxicado con algún hongo venenoso y Akane y él habían salido corriendo en busca del hongo sagrado, la medicina que salvaría a todos y que estaba en un Santuario. Hacía calor, recordaba el sudor bañando su espalda y también la angustia en su pecho que nada tenía que ver con el esfuerzo. Oía la respiración agitada de Akane, caminando tras él y tan solo para huir de ese miedo que no comprendía, giró la cabeza para hablarla. No sabía qué diría. Solo la miró y su mano se movió sola hacia ella.

—¿Te ayudo? —Esas fueron sus palabras. Akane alzó los ojos al instante, los abrió todavía más y sonrió, con gran amabilidad y dulzura. Para él.

—Gracias —respondió y tomó su mano sin ninguna vacilación.

Los hondos del amor ya habían empezado a hacer su efecto entonces, se dijo, todavía mirando la pancarta, de otro modo Akane le habría dado un manotazo por insinuar que era demasiado débil como para seguir su ritmo.

Aquella primera vez que se cogieron de la mano tras haber comido las setas, ahí se encendió dentro de él esa alegría absurda, absoluta, cegadora. Por supuesto recordaba seguir preocupado por su padre y los demás, pero también había sentido que esa felicidad estaba por encima de los problemas, de los obstáculos. La dicha por estar con Akane estaba antes que cualquier otra cosa. Era como ver el mundo a través de esa idea maravillosa. No era la realidad, su comprensión tampoco era la verdadera. Todo estaba contaminado por el amor y la alegría desmedida.

Al pensarlo, Ranma se llevó una mano a la cara y meneó los hombros, abochornado. ¿Cómo podía haber pensado cosas tan cursis? Recordaba esos pensamientos y se veía a sí mismo como un tonto.

¡Maldito hechizo!

¡Menudo truco más retorcido! ¡El amor real no se sentía así, bien lo sabía él!

¿Qué podían saber esos monjes sobre el amor? ¿O ese despistado experto en setas que casi los envenena a todos?

Vaya par de ineptos se quejó, dándose la vuelta para salir de allí.

Tal vez hubiera alguien con una vida tan esplendida, tan falta de problemas, de enemigos, de prometidas pesadas y rivales, que pudiera entregarse a esa falsa alegría tan solo por estar enamorado. O quizás no. Ranma solía pensar que, en verdad, todo el mundo tenía problemas, que así era la vida. La suya era un poco más complicada, por eso nunca se había sentido tan pletórico y despreocupado como lo había estado en el transcurso de esas horas.

Entonces, todo era fantástico. Porque Akane estaba con él, porque se amaban y estaban juntos. Era tan simple, tan sencillo que su corazón estallaba de gozo cada vez que la cogía de la mano o rodeaba sus hombros con el brazo. ¡Y con cuánta seguridad lo hacía! Podía abrazarla cuanto quisiera sin temer recibir un puñetazo o una patada.

¡Estupendo, ¿no es cierto?! Lo había sido, pero ahora ya no podía admitirlo si quiera. Habían vuelto al principio, a lo que eran de verdad. Y qué fácil serían las cosas si todo fuese tan simple como cuando se está hechizado.

Pero no lo era.

Y no pudo contenerse antes de preguntarse a sí mismo, mirando el cielo estrellado y adentrándose en el follaje del bosque que había tras el templo, ¿por qué no era así de fácil siempre?

¿Por qué no podía ser fácil alguna vez?

En cuanto el hechizo se rompió todo volvió a la normalidad. Volvieron los gritos, las peleas, los insultos y también los roces que se ignoraban, las miradas que no se veían. Eso no era suficiente para sentir alegría verdadera. Se dio cuenta de que, en realidad, le tenía un poco de envidia al Ranma cursi y feliz del hechizo. Apenas habían pasado unas horas y ya estaba frustrado y malhumorado de nuevo. Ni siquiera podía quitarse de la boca el asqueroso sabor del hongo sagrado.

Metió las manos en sus bolsillos de nuevo y siguió caminando entre los árboles, con todos esos recuerdos vacíos dándole vueltas en la cabeza. Los senderos que subían por la colina, el tacto de la mano de Akane en su hombro al apoyarse, el imponente santuario de la cima, el rubor extendiéndose por el rostro de la chica cuando le dijo que sí, que se casaría con él. El modo en que le sostuvo, ambos colgando de esa rama, sus lágrimas…

No te soltaré, Ranma. Mi vida sin ti no tendría sentido.

Sacudió la cabeza tan fuerte que sus piernas trastabillaron y tuvo que apoyarse contra el tronco de un árbol. Apretó los dientes. Cuanto antes se deshiciera de esos recuerdos mejor, aunque eran tan…

De repente, a unos metros de donde él estaba, escuchó voces y el sonido de un desgarro.

—¡Oh, no! —Se quejó alguien—. Mi kimono de viaje.

—¿De viaje?

—¡Para cuando duermo fuera de casa!

Ranma identificó la voz de Kasumi entre la maleza, de modo que retrocedió un poco entre las sombras. No le apetecía encontrarse con nadie.

—Te dije que tuvieras cuidado con los arbustos.

—¿Anoche fuimos por aquí? No recuerdo que hubiera tantos.

—Pues claro. Es el único camino hacia las termas.

Las hermanas Tendo iban a darse un baño nocturno antes de dejar el Templo al día siguiente. Ranma echó un vistazo en torno suyo y descubrió que, sin darse cuenta, había seguido la misma dirección hacia el agua.

—¿No crees que deberíamos haber traído también a Akane, Nabiki?

—Está mejor durmiendo, parecía cansada —respondió la mediana.

—Claro, después de subir y bajar esa colina.

—¡Y de amar tan intensamente a Ranma! —Ambas soltaron una risita que hizo que el chico se ofuscara más y se sonrojara por la vergüenza.

Siempre burlándose de todo lo que me pasa pensó.

Las chicas retomaron el paseo, pues escuchó el sonido de sus pies sobre la arena y el ruido de las telas de los kimonos rozarse con la madera de los árboles. Rodeó el tronco que lo ocultaba cuando la luz de la luna iluminó las dos figuras entre las ramas que los separaban. Caminaban como encogidas, apretadas la una contra la otra o cogidas del brazo como un par de ancianitas. Le pareció que se tambaleaban sobre las sandalias de madera. Alcanzó a verlas pasar y después, la blancura de sus nucas alejándose. Llevaban ambas el pelo recogido sobre la parte posterior de sus cabezas y la toalla en sus manos.

—Quizás no hemos debido dejarla sola —opinó Kasumi, una vez más—. Aún dormida, parecía muy agitada.

—Akane estará bien —respondió la otra muy tranquila—. He visto a P-chan correteando por el pasillo hacia nuestro dormitorio.

¡¿Qué?!

—¿P-chan? ¿Akane lo trajo?

—Oye, Kasumi, ¿crees que ese experto me vendería unos cuantos hongos del amor si se lo pido?

. Podría ser un buen negocio.

Ranma no oyó las últimas palabras, pues saltó con todo el sigilo que fue capaz hacia la copa del árbol y sacó la cabeza entre las hojas, como un buceador que se ha quedado sin aire y debe romper la superficie del agua con urgencia.

Maldito cerdo pensó, husmeando el espacio. ¡Ya va a intentar aprovecharse de Akane otra vez! Encontró sin dificultad la dirección que debía seguir hacia el templo, apenas se había alejado un kilómetro. Pegó un nuevo salto, por encima de los árboles. El viento agitó sus ropas y él ahuecó los brazos para darse impulso.

¡Pues no se lo pienso permitir!

Cayó sobre la arenilla del patio trasero, allá donde había estado contando estrellas la noche anterior y salió corriendo hacia el edificio. Lo rodeó a toda velocidad y se coló por la puerta abierta que daba a la sala de meditación. La atravesó y se recordó que debía ser silencioso; no estaba seguro de donde dormía el monje pero había aprendido que ese viejecillo de aspecto entrañable y calmoso atizaba sopapos como un demonio cuando menos te lo esperas. Por suerte, la mayoría de las puertas correderas de ese lugar cerraban mal y estaban entreabiertas, por lo que apenas hizo ruido.

Atravesó la casa, con mucho cuidado y el oído atento a las pisadas del rechoncho cerdito. Quizás P-chan hubiera llegado ya al cuarto de las hermanas Tendo, pero también podía ser (y era mucho más probable) que se hubiera perdido y anduviera por cualquier otro sitio.

Ranma se asomó al pasillo que daba a las habitaciones de los huéspedes. La habitación que compartía con su padre estaba más cerca, sus resoplidos hacían temblar el pasillo. La de las Tendo era la última del corredor y no había ni rastro de P-chan. El chico echó a andar y a medida que avanzaba empezó a oír algo. Se irguió, clavando sus ojos en la primera puerta. Avanzó un poco más y asomó la cabeza. La oscuridad seguía siendo profunda, con suerte podía identificar la descomunal figura del panda panza arriba, con brazos y piernas extendidas y su orondo estómago subiendo y bajando. Tenía las dos mantas atrapadas bajo su espalda peluda.

Iba a darse la vuelta, con vergüenza, cuando volvió a oír algo. Era como un chillido silenciado, falto de aire. Captó un movimiento y entrecerrando sus ojos, se fijó en que algo diminuto se retorcía bajo los kilos de carne y pelo de panda inconsciente.

Vaya, vaya pensó. Sonriente, se cruzó de brazos. Si es el pequeño P-chan.

Por lo visto, el cerdito se había equivocado de habitación y por desgracia, había terminado atrapado bajo el peso de su padre. El animalillo se agitaba desesperado para intentar escapar mas no lo conseguía. Sería por el esfuerzo o porque algo le cortaba la respiración pero tampoco lograba chillar, solo leves gruñidos escapaban de su hocico. Entonces, el cerdito le vio. Sus ojillos se abrieron, le pidieron ayuda y Ranma, con malévola lentitud se estiró, miró a los lados y se señaló a sí mismo con el dedo.

—¿Yo? —murmuró, divertido—. ¿Quieres que te ayude a salir de ahí? —El cerdito gruñó con más ahínco y el chico, se agachó para mirarle desde la distancia—. ¿Para qué? ¿Para que vayas corriendo a meterte en la cama de Akane? —P-Chan le mostró una mueca de horror, que para un cerdo era sobre todo una mirada intensa de pavor y el arrugamiento de su hocico. Intentó mover su cabeza para negar tal acusación—. ¿Ah, no? ¿Y para qué has venido hasta aquí si no?

. ¡Ah, espera! ¡Ya lo sé! Para molestar y entrometerte como siempre.

P-chan, furioso como solo Ryoga sabía enfurecerse, pataleó con sus patitas delanteras, arañando el tatami. Gimió e hizo todo tipo de sonidos extraños y desagradables.

—Lo siento P-chan, no entiendo qué me quieres decir —Ranma se puso en pie, encogiéndose de hombros. Se sacudió los pantalones y agarró la puerta—. Cuando seas humano de nuevo hablamos de lo quieras —Deslizó la puerta, el cerdo chilló. Su último resquicio de fuerzas para un sonido que se extinguió y nadie escuchó—. Buenas noches.

Cerró la puerta y sonrió triunfante.

Ahora tendría que buscarse otro lugar para dormir, pero valía la pena solo por lo que había pasado.

Le está bien empleado se dijo. Podía esperar que Kuno y Mousse les persiguieran para atacarles, como los dementes que eran, mientras Akane y él estaban hechizados, pero había sido una bajeza por parte de Ryoga. Se supone que es mi amigo, y que se preocupa por Akane.

Al menos podría pasar tranquilo la noche sin pensar en él.

Antes de dejar el pasillo, lanzó una mirada hacia la puerta del fondo. Kasumi había dicho que Akane estaba agitada, se preguntó qué significaba eso en realidad. Decidió que no pasaba nada por acercarse y echar un vistazo.

¡No iba a entrar, claro!

Si su prometida estaba durmiendo, se marcharía sin más. No era necesario que pusiera un pie en la habitación.

Aquella estancia sí tenía una ventana, así que la luz blanca de la luna iluminaba a la perfección el lugar. Observó los dos futones vacíos, cerca de una pared, y también las mochilas preparadas para el viaje apostadas junto a la puerta. Akane dormía al otro lado, como separada de sus hermanas. Le pareció raro pero no pensó en nada. Se balanceó sobre el umbral, de puntillas. No podía verle la cara aunque parecía estar tranquila.

Está bien se dijo, despreocupado. Probablemente ella siempre duerma agitada, igual que cuando está despierta. Le pareció razonable, pese a que era algo que sus hermanas deberían haber sabido. Siguió balanceándose sobre la punta de sus pies. La ventana estaba abierta. Es decir que, si se le ocurriera entrar… ¡Que no lo haría, porque no había ninguna razón para ello! Pero si lo hiciera, al estar la ventana abierta y dar al bosque, oiría a las Tendo acercándose al Templo con tiempo de sobra para escabullirse. Las hermanas de Akane tendrían que rodear la casa para entrar, atravesarla, recorrer el pasillo en la oscuridad; vamos, que él tendría tiempo de sobra de saltar por la ventana y alejarse antes de que le vieran.

Solo era una suposición, porque no iba a entrar.

¿Para qué?

Qué tontería pensó, al tiempo que su pierna se estiraba hacia el interior del cuarto. Sus mejillas se encendieron pero el apretó la mandíbula. Entró de un salto y cerró la puerta tras él, con un resoplido de derrota.

Caminó aún de puntillas sobre el tatami, esquivando los bultos del suelo y se plantó al lado de la chica. Se agachó en silencio y observó su rostro con cierta sorpresa.

Sí que parece agitada.

Sin hacer ruido, Akane sufría ligeros espasmos dentro de su futón. Tenía la cara un poco brillante por el sudor y el flequillo desordenado. Ranma arqueó una ceja, husmeando entre los pliegues se dio cuenta de que tenía los brazos atrapados entre el revoltijo de sabanas y no podía moverlos. Quizás por eso parecía tan agobiada.

—A ver… —susurró para sí. Alargó sus manos, con los dedos separados y frunció el ceño. Antes que nada, miró la cara de la durmiente y susurró—. Voy a liberarte los brazos pero no quiero golpes, ¿entendido, marimacho? —Por supuesto ella no respondió. Ranma desprendió una esquina de la manta superior y la apartó un poco, para hacer espacio. Cogió aire y metió las manos por debajo de las sabanas. Sintió un tirón en el estómago y un vuelco en su corazón cuando rozó las muñecas de Akane, pero apretó los dientes y las liberó—. Ya está.

Su prometida, ya libre, se puso a mover los brazos y él se apartó, cayendo al suelo. Se calmó enseguida y giró su cuerpo hacia él, todavía dormida. La miró, y también se miró las manos, le ardían como si hubiera tocado el fuego de una hoguera.

Esa sensación atrajo, una vez más, los recuerdos de ese día. Los recuerdos del hechizo, a pesar de que él ya había decidido que lo olvidaría todo.

Tal vez no sea necesario que lo olvide toda esta noche.

Se quedó sentado, donde estaba, preguntándose si ella también lo recordaría al despertar. Iba a ser una situación muy incómoda, tendrían que hablar y prometer que jamás se lo contarían a nadie. Y después…

Nada se dijo, convencido. Volveremos a lo mismo.

Si bien podía rememorar con exactitud todo lo que había pasado, Ranma se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar lo que había sentido. Además tenía frío, un frío terrible de repente, y por eso se encogió sobre sí mismo, echándose sobre el suelo junto al futón de la chica.

La miró fijamente pero el frío no terminaba de irse.

Akane también tembló entre las sabanas. Él alargó la mano hacia su rostro, en un impulso incomprensible, pero la retiró a tiempo y la ocultó bajó su estómago. Ya no podía hacer eso. No podía tocarla solo porque le apeteciera hacerlo, ya no se amaban de esa manera. Eso era lo que tenía que recordar. El espacio que había entre ambos ahora era la distancia que siempre había habido hasta que se comieron esos hongos, un espacio imposible de salvar, aunque la magia de las setas lo hubiera hecho desaparecer con facilidad.

El tatami estaba frío debajo de él, había una corriente de aire que silbaba al pasar por debajo de la puerta y se perdía en la agonía del bosque, al otro lado de la ventana. Empezaron a escocerle los dedos, a congelársele los pies descalzos, era hora de que se marchara y buscara un lugar donde dormir.

—Ah… —Los labios de Akane se separaron para dejar ir una exhalación que arrastró un sonido. Un sonido frágil y suplicante. Volvió a moverse, parecía a punto de resbalar por el borde del futón. Ranma volvió a alargar el brazo para pararla, la empujó con delicadeza para devolverla a su lugar. Ella retrocedió, obediente. Él retiró la mano despacio, pero se inclinó un poco, hasta que el brazo que apoyaba en el suelo rozó el futón. La chica volvió a separar los labios, iba a decir algo—. Ran…ma

Se tambaleó sobre su codo pero mantuvo el equilibro, con el rostro encendido. Dejó que todo el peso de su cuerpo cayera sobre el tatami, mucho más cerca y entonces Akane se acercó. Fue hacia él, se acurrucó contra su cuerpo tirando de la sabana y dejó de temblar.

Suspiró, él pudo notar su aliento sobre la piel de su cuello. Se mantuvo quieto, observando la pared que flotaba por encima del hombro de ella. El cuerpo de su prometida había rodado sobre su brazo extendido pero apenas le hizo daño. Con pánico porque despertara, Ranma lo movió y lo enroscó en torno a su cintura. Dejó que su otro brazo quedara en equilibrio sobre su cuerpo pero también resbaló hasta el de Akane. Aguantó sin respirar unos segundos, sin moverse.

Cariño.

Entonces, dio un respingo, nervioso. Akane seguía dormida, le había llamado así mientras estuvo bajo los efectos de los hongos y ahora, porque estaba dormida. Ni siquiera se había dado cuenta de que él estaba allí.

Cariño pensó él, haciendo una mueca.

M-mi a-amor —La avergüenza le azotó nada más decirlo. ¿Por qué lo había hecho? Quizás porque nadie podía oírle. Ni verle. Estrechó un poco el agarre, adaptando sus brazos, que parecían un par de barras de metal, a las curvas de la chica y su barbilla rozó los pelillos del flequillo de Akane.

Ya no tenía frío. Y su corazón, nervioso, empezaba a palpitar más rápido, más entusiasmado. Ranma sintió en su cuerpo esa alegría absurda, sin sentido ni motivo que había experimentado ese mismo día y que él había atribuido solo a los hongos. Ahora no estaba hechizado, ¿verdad? Tampoco era del todo igual, porque se sintió incómodo unos instantes, por la vergüenza, por el miedo a que alguien pudiera verle; pero sí estaba contento.

Había una inconfundible felicidad creciendo en su interior y extendiéndose por todo él, algo inexplicable, aunque real. Porque Akane estaba en sus brazos.

Se dio cuenta de que, más allá de los hechizos, una genuina alegría sí era posible. Quizás no siempre. Pero podía haber momentos, pequeños, que sin duda hacen que todo lo demás valga la pena.

Ranma respiró tranquilo, cerró los ojos y se dedicó a flotar en esa felicidad auténtica. Con suerte, duraría un poco más. Incluso cuando hubiesen vuelto a casa, a sus vidas normales.

Ojala quede algo de esto para más adelante pensó justo antes de quedarse dormido.

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-Fin de la Trilogía-

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¡Hasta aquí hemos llegado!

Un último vistazo a los pensamientos de Ranma, justo después de despertar del hechizo. Un salto atrás en el tiempo antes de la parte dos de la trilogía que puede dar alguna pista porque, ¿no os parece que ese último pensamiento es interesante? Casi parece que él deseara que esos hongos tuvieran efectos secundarios en él, después de todo.

Espero que hayáis disfrutado de esta trilogía, como yo disfruté (la mayor parte del tiempo) escribiéndola, jajaja. El capítulo del Templo de los Hongos es uno de mis favoritos por lo mucho que me rio con él, no importa cuántas veces lo vea, y siempre quise hacerle un homenaje.

Gracias a todos y a todas los que habéis llegado hasta aquí, por vuestro apoyo a lo largo de este mes y todos vuestros mensajes. Me lo he pasado genial respondiéndoos a todos e interactuando por Facebook, jeje. ¡Gracias de corazón por tanto!

Y esta trilogía llega a su fin, pero la navidad está ya a la vuelta de la esquina así que quizás nos volvamos a ver pronto ;)

¡Besotes!

-EroLady -