Disclamer: Ni los personajes, ni los lugares, ni parte de la trama de esta historia me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo solo escribo para divertirme y entretener a quien quiera leerme, una navidad más

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Nota de la Autora: Este fic de temática navideña contará con 12 capítulos y participa en la #Dinámica_Navideña organizada por las páginas de Facebook "Inuyasha Fanfics" y "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma". Se trata de la dinámica #12_eventos_decembrinos. Gracias por invitarme a participar una vez más. ¡Espero que os guste!

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—Sol Invernal—

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Bola—

Jueves, 1 de diciembre.

¿Qué día es? Preguntó su mente, aún medio dormida ¿Cuánto me falta?

¿Estoy cerca?

¿Cuántos kilómetros, cuantos pueblos de distancia?

¿Qué hora es?

Se removió con pesadez. El frío se posaba en sus hombros, pero la mitad inferior de su cuerpo estaba cálida. Su mano derecha, estirada y un poco retorcida su muñeca, le dolían.

¿Por qué hay tanto silencio?

Ranma se había acostumbrado a dormir en circunstancias imposibles. Sobre el suelo duro de la selva, sobre la arena húmeda de la playa, con frío, con calor, con lluvia bajo las ramas de un frondoso árbol. Sus oídos eran capaces de ignorar los sonidos de los animales nocturnos, las voces de la gente, el fluir del agua cuando esta corría cerca; todo para que pudiera descansar. No era un sueño reparador, pero aprendió a conformarse con eso. Su cerebro, por otro lado, seguía alerta y hablándole todo el tiempo.

¿Dónde estás? ¿Es un lugar seguro?

Esa noche fue el silencio lo que le despertó.

Sus articulaciones, aún cansadas, ronronearon sobre la suavidad de la manta que cubría el tatami cuando todas esas preguntas aterrizaron sobre él. La piel de su cuello y su rostro se erizó avisándole de que faltaba poco para que amaneciera pero al abrir los ojos, a pesar de las mil sombras que llenaban el comedor, reconoció donde estaba y algo afilado le atravesó el pecho.

Estoy en casa pensó, todavía con un poco de miedo. Apretó los párpados, los dientes y volvió a mirar. Anoche, por fin, logré llegar.

Por eso no estaba acurrucado contra un árbol en las montañas, o temblando de frío en el interior de una endeble tienda de campaña. Volvía a estar bajo techo. Era real. Dejó salir el aire atorado en su garganta.

Lo conseguí se dijo, con más confianza.

Era verdad, y no un sueño del que despertaría, solo y hambriento, en mitad de la nada.

Giró sobre sí mismo cuando se cansó de contemplar el techo de madera y la manta del Kotatsu se estiró, todavía un poco cálida sobre su cintura. El comedor se estaba coloreando de una luz grisácea que anunciaba un día nublado, con ese sol triste escondido tras las nubes. Aun así, era suficiente para que él reconociera las siluetas de los muebles, las formas de las paredes, los olores, los recuerdos que colgaban en los rincones y la mitad de su boca dibujó una sonrisa de asombro, de gratitud infinita.

Por fin pensó, abrumado. Gracias.

A su lado, Akane seguía dormida. Sus cuerpos estaban separados pero ella aún sostenía su mano contra su estómago. No te acerques demasiado, pero tampoco te vayas quería decir y él, a gusto por primera vez en mucho tiempo, se dedicó a observar la forma de su espalda, encogida debajo de la manta.

Está más delgada pensó. Fue una de las primeras cosas en que se fijó al verla bajo la lluvia, con la ropa calada y pegada al cuerpo. Una delgadez extraña y excesiva que no le gustó. Le parecía, incluso, que sus hombros eran más pequeños o sería por efecto del pelo; lo llevaba más largo, desparramado sobre su espalda.

Ranma tenía clavada la forma en que ella lo había mirado la noche anterior, con tal asombro e incredulidad dibujados en su semblante, que supo en seguida que ella ya no le esperaba. Por eso no le había sacudido tal y como él creía que haría. Si Akane le hubiera estado esperando no habría tenido problema alguno en liberar su terrible genio al verle, moliéndole a palos sin ninguna consideración.

Pero no había sido así.

Tal vez creía que no volvería a verme. Entornó los ojos, porque a pesar de todo, le molestó que hubiese dudado de él. Después se pasó un dedo por los labios. Por eso me abrazó y me… La vergüenza que llevaba tres años sin atacarle, le explotó en la cara haciéndole fruncir el ceño. Pensaba que a esas alturas ese tipo de cosas ya no le pondrían nervioso. A lo mejor será así el resto de mi vida, siempre y cuando se trate de Akane.

Debía estar contento, como mínimo aliviado, de que hubiesen sido sus labios y no sus puños letales los que le dieran la bienvenida, pero no podía dejar de sentirse culpable.

Con cuidado de no despertarla, se soltó de su agarre y se incorporó sobre el suelo. Se fijó entonces en la estrella dorada que había sobre la mesa y se preguntó si no era un poco pronto para navidad, aunque ni siquiera se respondió porque ese viejo adorno le hizo recordar algo.

¡Casi lo olvido!

Se puso en pie y tras arropar mejor a la chica, abandonó el comedor y empezó a deambular por la casa. Intentó no quedarse embobado mirándolo todo aunque una emoción sobrecogedora tiraba de él, de sus ojos que observaban, de sus manos que tocaban. Todo estaba más o menos igual, como si no hubiera pasado tanto tiempo y su ausencia no hubiera cambiado nada.

Todavía le parecía increíble estar de vuelta en esa casa. Su casa, al menos, la única que había conocido en su vida. Había echado de menos esas habitaciones, esos objetos, incluso los sonidos que solían llenarla.

Aunque ahora estaba extremadamente silenciosa.

¿Dónde están los demás? Se preguntó, entonces. Anoche no los había visto y dio por hecho que todos estarían ya dormidos, pero cuando subió al piso superior se fijó en que no se oía ninguna respiración saliendo de las habitaciones de la familia. Las puertas estaban cerradas y había una atmosfera de frío muy intensa.

Ranma fue abriendo, una a una, las puertas con cuidado y asomando el ojo a través de una rendija. Las luces estaban apagadas, las persianas bajadas hasta el límite y no había nadie en su interior.

¡Qué raro!

Sabía que sus padres habían acabado por mudarse a la antigua casa de su madre pero, ¿dónde estaba su tío Soun? ¿Y las hermanas de Akane?

Confundido, regresó a su antigua habitación. También estaba helada, pues nadie la había habitado en un tiempo. Estaba vacía salvo por el armario, una vieja lamparita y la mochila que él mismo había dejado allí la noche anterior. Todo lo que llevaba en ella se había mojado con la lluvia de la tormenta, por suerte su vieja ropa seguía doblada en los cajones y pudo encontrar un pijama que ponerse, aunque le quedaba algo pequeño.

También se reencontró con las cajas que guardaban las escasas pertenencias que dejó allí al marcharse. Al verlas se preguntó si debería sacarlas y colocarlas en su lugar habitual, si debería sacar su viejo futón y extenderlo en el suelo, si debería coger su ropa mojada y sucia del viaje y llevarla a la lavadora. La pregunta, en realidad, era si debía acomodarse en esa casa o no. Aún no estaba seguro, pero si nadie más salvo a Akane vivía ya allí, ¿estaba bien pensar que él podría quedarse?

Quizás tenga que mudarme con mis padres reflexionó, dirigiéndose al baño con ropa limpia para darse una ducha. ¿Qué hace Akane viviendo aquí sola?

Eso tampoco le gustó.

Las cosas habían cambiado más de lo que él esperaba.

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Llevaba tanto tiempo sin darse una ducha decente que Ranma se pasó todo el tiempo sonriendo. Se concentró en la sensación maravillosa del agua caliente recorriendo su cuerpo y desechó los abominables recuerdos de baños helados en estanques, ríos que casi lo derribaban por la fuerza de su corriente, remojones fugaces con la manguera del patio de alguna casa que parecía vacía. Se vistió y salió con el corazón pletórico hasta que estuvo de nuevo en el pasillo silencioso y entonces, notó algo.

Las puertas cerradas, el color de las paredes desvaído y triste. Todo eso lo reconocía pero había algo más, acuciante, que le oprimía la garganta.

¿Sigue siendo mi casa?

Se manejaba con la libertad de siempre y sin embargo, había una extrañeza palpitante que le perseguía. Aquel había sido el único hogar que había conocido y con todo, esa pertenencia de detalles y manías que te une a los sitios se había desdibujado para él. Estaba fuera de lugar, como desorientado.

Finalmente, decidió dejarlo todo como estaba en su habitación y esperar un poco antes de volver a instalarse.

Antes de regresar abajo, caminó de puntillas hasta la puerta de Akane y la abrió, con la misma inquietud que las otras, a pesar de que sabía que esa seguía habitada. Notó que en ese cuarto si flotaba una tenue calidez y eso le animó a entrar. Tampoco lo encontró muy distinto a sus recuerdos, incluso percibía ese desorden nervioso en el modo en que los objetos yacían de lado sobre el suelo o en el escritorio.

Aun así, la extrañeza también estaba allí.

¿Había estado antes allí? ¿En ese mismo cuarto?

¿No era otro distinto al que había conocido tres años atrás?

Era como ver una copia casi perfecta, aunque imposible de confundir con el original.

Se frotó los brazos y avanzó hacia el escritorio para soltar el paquete sobre los trozos de papel y los libros desordenados. Lo había comprado para Akane semanas atrás, en una tienda de trastos antiguos de un pueblecito de China. Aquel día decidió que era hora de emprender el camino de vuelta a casa y confiaba en llegar antes de Navidad.

¿Le gustará? Se preguntó, adoptando una mueca. Si ya vuelve a ser ella misma, es probable que ahora sí esté enfadada y me arreé una buena.

O incluso era posible que le echara a patadas de su casa.

Resopló, mirando el paquete que había dejado sobre la mesa. No era solo un regalo, era una promesa que se había hecho a sí mismo. Esos tres años separados no habían sido fáciles y le habían servido para darse cuenta de muchas cosas, también para aprender a controlarse. Había cambiado, no era ese crío temperamental y vergonzoso de antaño y quería que todo por lo que había pasado en su viaje le sirviera para llevar una vida mejor.

Con calma se dijo, girándose hacia la puerta. Sin desperdiciar más tiempo en tonterías.

Había dormido mejor esa noche que ninguna de las de los tres últimos años, si tenía que recibir una tunda de la chica para empezar a compensar su falta, lo soportaría como un hombre. Puede que eso fuera lo que le hacía falta para empezar a sentirse como en casa otra vez.

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Casi había llegado al final de la escalera cuando la oyó trastear en la cocina y dio un respingo.

Se ha despertado. Tragó saliva y torció su cuerpo en esa dirección.

Caminó despacio, sigiloso para no asustarla. Se asomó desde la puerta y vio su figura, más esbelta de lo que recordaba, estirada sobre los fuegos, intentando coger algo de un estante superior. Volvió a llamarle la atención su delgadez, también que sus movimientos se hubiesen vuelto tan silenciosos y cuidadosos. Akane se movía en torno a la encimera como una pequeña hada descalza, levitando sobre el suelo sin hacer el menor ruido, aunque al concentrarse un poco más en sus gestos pudo apreciar algo de su graciosa brusquedad del pasado en el modo en que cerraba los cajones o soltaba las cosas de golpe. Eso le hizo sonreír.

No quería sentirla extraña, a ella no.

Se dedicó a observarla, a reconocerla desde esa distancia porque aún no se había recuperado de la impresión de volver a estar con ella. Era lo que parecía más increíble de todo. Se había resignado a convivir con su recuerdo todo ese tiempo y ahora, al fin, estaba con la Akane real. La tenía ahí mismo, frente a sus ojos, tan cerca. Le abrumaba todavía lo doloroso que había sido pensar en ella cuando estaba a miles de kilómetros de distancia, cuando se fue no tenía ni idea de que sería tan desgarrador, tan devastador no verla, no oír su voz, no saber lo que estaría haciendo.

Ahora estaba a solo unos pasos y todavía sentía ese dolor en lo hondo de su cuerpo.

—¡Oh! —murmuró ella, al darse la vuelta y descubrirle ahí parado. Ranma se irguió de golpe, ella se encorvó y con la mano libre, retiró los mechones de cabello oscuro de su rostro. Silencio. Los ojos rechazaron la mirada del otro—. Buenos días.

—Buenos días.

Más silencio, uno que se volvió ridículo al alargarse varios minutos.

—¿Tienes… hambre? —preguntó ella, al fin. En lugar de responder, su estómago se le adelantó rugiendo con estrepito y ella puso los ojos en blanco—. ¡Qué pregunta tan tonta!

Esa broma le hizo sentir un poco mejor. Sonó tan cercano y familiar.

La ayudó a colocar las cosas sobre la mesa de la cocina mientras por la ventana se iba colando la misma luminosidad apagada e insuficiente del exterior. Ranma se movió para dar la luz y entonces, captó el conocido temblor de la bombilla del techo que, junto al zumbido de la nevera, hicieron que viajara atrás en el tiempo, a cuando se colaba en esa misma cocina antes de la comida para saciar su apetito. Le hizo sentir bien, pero también notó que Akane procuraba no rozarle cuando se cruzaban en el camino de la encimera a la mesa.

Se sentaron frente a frente y empezaron a comer en silencio. Bueno, él empezó a comer y no tardó mucho en notar que Akane solo removía la comida en su cuenco, encogida sobre la silla, y bebía sorbitos de su té.

Quiso preguntarle al instante sobre eso, pero se contuvo fingiendo no darse cuenta.

—Me he fijado en que no hay nadie más —comentó, con curiosidad—. ¿Ahora vives tú sola aquí? —Akane asintió, doblando una pierna sobre el asiento de la silla—. ¿A dónde se han ido todos?

—Tus padres se mudaron a casa de tu madre poco después de que tú te fueras —Le explicó, arrugando la nariz—. Creo que eso te lo conté en una de las cartas —Repitió el gesto de apartarse el cabello y añadió, como si nada—. Cuando aún nos escribíamos.

Ranma no notó auténtico rencor o si quiera irritación en ese comentario, aunque se sintió atacado pues había sido él quien rompió el intercambio de cartas. Dejó de comer y torció la cabeza.

—¿Y tus hermanas?

—Nabiki se fue a estudiar a la Universidad de Tokio —Explicó con sencillez, sin entrar en detalles—. Vive en una residencia femenina cerca del campus, aunque a veces viene por vacaciones, algún fin de semana.

. Imagino que vendrá por Navidad.

—¿Y Kasumi? —preguntó, tras una nueva pausa. ¿Acaso Akane le estaba compartiendo la información de un modo tan lento para desquiciarle?

—Hace dos años y medio un joven dentista abrió su consulta en el barrio y Kasumi y él se hicieron amigos —Relató ella—. Después empezaron a salir y, casi por sorpresa, se casaron hace seis meses.

. Ahora viven en el centro de Nerima, cerca de la consulta.

—¿En serio? —preguntó él, asombrado—. ¡Vaya!

—¿Por qué te sorprende tanto?

—¡No sé! —respondió, sonriendo por las buenas noticias—. Como todo fue tan lento entre Tofu y ella, me sorprende que esta vez haya sido tan rápido.

—Quizás fue justo por eso que esta vez Kasumi no quiso esperar —Akane se puso a jugar con el mantel de la mesa, su mirada se perdió en los dibujos de este cuando sonrió—. Lo más curioso es que el dentista abrió su consulta en el mismo lugar donde estaba la de Tofu.

—¡Menuda coincidencia! —Se rascó la cabeza y después de más silencio, preguntó—. ¿Y el tío Soun?

Esta vez la chica calló un poco más, con sus ojillos bajos y los hombros caídos. Ranma, nervioso, soltó los palillos. Sus manos se agarraron al borde de la mesa, conteniendo el aliento hasta que ella se animó a responder.

—Hace un año que se fue —respondió.

—¿Se fue? —La voz se le atragantó, temiéndose lo peor—. ¿Te refieres a qué…?

Akane frunció el ceño, hizo un mohín difícil de interpretar y soltó.

—Ahora vive con tus padres.

Ranma parpadeó, el estómago le dio un sonoro vuelco quitándole las ganas de seguir comiendo. Estaba tan convencido de lo que iba a oír que pensó que no la había entendido.

—¿Cómo?

—No paraba de quejarse de que se sentía muy solo sin su amigo Genma, que le echaba mucho de menos y por lo visto, a tu padre le pasaba igual —Le explicó de manera más resuelta y tranquila—. Al final, tía Nodoka, que también estaba harta de las quejas de su marido, lo preparó todo para que mi padre se mudara con ellos.

. Los tres viven en armonía y bastante felices.

Ranma resopló, aliviado, y comprobó que tenía los nudillos blancos a causa de la fuerza que había ejercido contra el tablero.

—Pero… ¡¿Cómo lo dices así?! —gruñó, molesto, haciendo que Akane levantara la cabeza, perpleja—. ¡Te has puesto tan seria que por un momento he pensado que el tío había muerto!

—¿Qué dices? ¿Estás loco?

—¡Pues cuenta las cosas como se deben contar! ¡Parecía que fueras a soltar una tragedia!

—¡Es que fue una tragedia! —protestó ella, ofendida—. ¿Tienes idea de lo terrible que fue soportar los cotilleos del barrio después de aquello?

—¿Qué cotilleos?

Akane bufó, moviendo la cabeza de un lado para otro.

—¡Los de todos! —Plantó las manos sobre la mesa, con la misma furia con que solía hacerlo antes—. A todo el mundo le pareció muy extraño que mi padre se fuera a vivir con un matrimonio teniendo su propia casa. ¡Y empezaron a decir cosas raras!

. ¡Fue un suplicio contestar a sus preguntas o ignorar sus miradas cada vez que iba a comprar o paseaba por la calle!

La verdad era que, bien mirado, sí que resultaba extraño. Para alguien ajeno a la familia y que no conociera las rarezas de su tío y la profunda amistad que lo unía con el patán de su padre, podía resultar insólito que Soun hubiera dejado su dojo y a sus hijas para irse a vivir con los Saotome.

Entendía que Akane estuviera molesta, al final era ella la que seguía allí y tenía que soportar a los vecinos.

La realidad era que todos se habían ido marchando de la casa. Primero él, sus padres, sus hermanas, luego Soun… Todos se habían ido y solo Akane se había quedado en el dojo.

Era como si todos la hubieran abandonado allí.

Me pregunto si es así como lo ve ella y por eso actúa tan extraño.

—Así que vives aquí sola —retomó él, tratando de llegar a lo que le interesaba de verdad—. ¿Y te gusta?

¿Eres feliz? Eso era lo que quería saber, aunque no se atrevió a preguntarlo a las claras.

—Ni me gusta, ni me disgusta —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Cuando acabé el instituto no estaba segura de lo que quería hacer, así que decidí tomarme un tiempo para pensarlo —Habló con calma, sin pizca de arrepentimiento o desilusión en su voz—. Todavía intento decidirme por una carrera, sé que quiero estudiar algo relacionado con Fisioterapia.

. Mientras tanto doy clases en el dojo para niños.

Clases de artes marciales en el dojo…

De modo que Akane había tomado las riendas de la escuela y estaba manteniendo el legado familiar por sí misma. Algo que, se suponía, él debería estar haciendo con ella. Se sorprendió del modo tan despegado y sereno en que hablaba, no era típico de ella. Apenas se había comportado como ella misma en casi ningún aspecto y eso le preocupaba. No dejaba de mirarla pero, en realidad, no sabía lo que buscaba que pudiera ofrecerle una explicación satisfactoria.

El tiempo se dijo. Eso era lo que había pasado y lo que hacía que todo cambiara. Con una sensación amarga tuvo que admitir que no la veía feliz, como lo era antes de su marcha. Puede que no le gustara vivir sola en esa casa, de la que todos (incluso su padre) se habían marchado. Ahora mejor que nunca él comprendía los estragos que hace la soledad prolongada en el ánimo de una persona. Y lamentó que Akane hubiese tenido que padecerla también.

—Anoche estaba lloviendo —señaló ella, de pronto. Ranma alzó la mirada y se encontró con sus ojos, entrecerrados y fijos en él—. Y seguías siendo un chico —Bajó las manos, las hundió en su regazo por debajo de la mesa, aunque siguió mirándole—. Eso significa que lo has logrado.

. Conseguiste romper la maldición.

Dio un fuerte respingo al darse cuenta de que no se lo había contado aún.

¡¿Cómo es que eso no había sido lo primero que le había dicho nada más verla?!

La razón por la cual se había marchado, lo que le había tenido lejos por tres años. Pero es que al volver a verla, al sentirla otra vez entre sus brazos, todo lo demás se había borrado.

—Sí —confirmó con una leve sonrisa—. Lo hice.

No obstante, Akane desvió la mirada asintiendo con lentitud y no se mostró demasiado entusiasmada por la noticia.

—Me alegro mucho, Ranma —agarró su taza para llevársela a los labios y aunque hizo el gesto de tragar, él pensó que lo había fingido—. Sé lo importante que era para ti.

El chico apretó los puños.

—Por eso me fui —Respiró hondo, había llegado el momento de hablar claro—. Sé que he tardado un poco más de lo que te dije…

—Dos años más.

—Sí —convino. Un nudo empezó a formarse en su garganta—. Es que... todo se complicó.

—En tus últimas cartas dijiste que las pozas de Jusenkyo habían desaparecido —recordó Akane, echando su cuerpo hacia delante—. Y que el guía ya no vivía allí.

. Dijiste que ibas a buscar otro modo de romper la maldición pero para eso tenías que quedarte.

Porque Ranma sabía que su cura debía estar en China, el país donde se originó la maldición. Todas esas veces que había creído encontrar la solución en Japón se le antojaban ahora ridiculeces de la niñez, pero entonces no sabía nada de lo que ahora sí sabía.

Creía que podía encontrar un remedio sin más, buscando y persiguiendo destinos misteriosos. No se le había ocurrido pensar que tendría que merecerlo para poder obtenerlo.

—Seguí todo tipo de rumores y leyendas en busca de una magia que me curara —Explicó él—. Al final, oí hablar de un viejo sabio que vivía en algún lugar de la jungla que obraba milagros a quienes demostraban su honor ante él.

. Tardé mucho en encontrarle y cuando lo hice, quise convencerle de que me ayudara.

—Y lo hizo —entendió Akane—. Fue él quien te curó, ¿no?

Pensó en el largo año que pasó conviviendo con ese hombre, aprendiendo de él sus enseñanzas y valores, enderezando sus defectos a base de duras pruebas, conquistando retos que ni comprendía para que ese hombrecillo le concediera su favor. Lo hizo todo, hasta el límite de sus fuerzas.

—No exactamente —trató de responder—. Pero sí fue gracias a él que me curé a mí mismo.

Lo había hecho todo porque no podía volver a casa hasta haber logrado su objetivo. Cuando halló al anciano ya llevaba dos años fuera, había perdido el contacto con su familia y no sabía que estaría pensando Akane de él, de modo que si regresaba debía hacerlo habiendo tenido éxito en su misión o tanto sufrimiento habría sido en vano.

¿Y cómo podría aspirar a su perdón entonces?

Todo el tiempo deseó volver con ella, con todas sus fuerzas, pero debía hacerlo siendo un hombre completo.

—Hice todo lo que pude por curarme —Le repitió, porque quería que ella comprendiera ese punto. Que cada instante que habían pasado separados había sido solo para lograr arrancarse la maldición, que no había perdido el tiempo, ni dedicado un solo minuto a nada que no fuera eso—. Para poder volver a casa.

Akane meditó en ello pero su expresión se ensombreció un poco.

—¿Y tan ocupado estuviste que no podías llamar ni una sola vez? —Le preguntó después de mucho pensar y apretar los labios—. Ni siquiera para decir que estabas bien o… vivo.

—En la mayoría de las aldeas en las que estuve no había teléfono.

—Podrías haber enviado una carta —Se removió y sus mejillas adquirieron algo de color—. Dejaste de dar señales de vida hace dos años.

—Lo sé.

—Pero te dio igual.

—¡Claro que no! —negó él, inclinándose hacia delante.

—¡¿Tienes idea de lo preocupada que estaba… tu madre?! —Le chilló, enfadada. Se cruzó de brazos y frunció el ceño—. ¡Podía haberte pasado cualquier cosa y no teníamos ni idea!

—¿Tú también estabas preocupada por mí?

—¡Solo al principio! —respondió, con el rostro cada vez más acalorado—. Después ya no.

Ranma supo que mentía pero no lo mencionó.

—Intenté escribirte —confesó—. Te mandaba una carta y cuando llegaba a la siguiente población me encontraba con que el servicio de correos se había parado y la carta me era devuelta.

. Lo intenté muchas veces pero nunca resultó.

—¿Cuántas veces lo intentaste? ¿Una? ¿Dos?

—Más bien cincuenta —respondió él que, pese a todo, empezaba a molestarse también. Y más cuando Akane sonrió porque no se creía una palabra.

—¿Esperas que me crea que escribiste cincuenta cartas que nunca llegaron?

—Puedes creer lo que quieras, es la verdad —Apretó los dientes y meneó la cabeza cediendo al calor de su propia ira—. Sabía que estarías enfadada, y que no querrías escucharme.

—Te equivocas, el enfado se me pasó hace mucho tiempo —respondió ella. Y se puso en pie de un salto, cogió los tazones y los llevó hasta la pila, donde los soltó con gran estrepito, con la misma violencia que él recordaba.

No sé yo si esto es mejor o peor pensó.

Ranma esperaba que la preocupación y la conmoción de la noche anterior pasarían, antes o después, y que entonces vendría esto: furia, violencia, desconfianza, rechazo. Lo sabía porque la conocía y aunque ella hubiese cambiado en ese tiempo, hay ciertas huellas del carácter de una persona que jamás se borran. Y no importaba, realmente, cuánto lo hubiese esperado o si se sentía un poquito orgulloso por haberlo imaginado con tanta claridad, le dolió esa desconfianza, ese rechazo… y la manera en que ella le daba la espalda y le alejaba de su mirada con desprecio.

¡Lo entendía! Él no se había comportado bien al prolongar su ausencia a sabiendas de que no podía comunicarse con ella. A ella le importaban un rábano sus razones, también lo sabía.

Respiró hondo, imaginando el rostro arrugado de su maestro, trató de imaginar lo que le diría en esa situación. Le recordaría que había hecho una promesa y que, ninguna emoción, por intensa que sea, se queda con nosotros más de unos pocos segundos a no ser que nos aferremos a ella.

Se levantó despacio de la mesa, dejando ir su enfado y se colocó tras ella para hablarla con calma.

—Tienes derecho a estar enfadada conmigo —le dijo, en primer lugar—. Cuando nos despedimos te dije que estaría fuera como mucho un año y no he podido cumplir mi palabra.

Akane estiró el cuello, su cabello se balanceó, sedoso, sobre sus hombros y su voz estrangulada sonó como si estuviera lejos.

—Me pregunto si, en realidad, querías cumplirlo.

—Te aseguro que sí —contestó él a toda prisa. Volvió a respirar hondo—. Pero no puedo obligarte a creerme —Apretó los labios aunque no pudo contenerse—. Siempre has sido más cabezota que una mula.

—Serás idiota…

Ranma cabeceó, decepcionado consigo mismo. Se repitió las palabras de su maestro, trató de calmarse.

—Es obvio que mi presencia aquí te incomoda —soltó él, frotándose un brazo—. Puedo irme a casa de mis padres.

Akane se tensó todavía más, tanto que su pequeño y menguado cuerpo tembló. De su garganta salió un sonido ahogado, como una risa forzada sin alma.

—¡Así que te vas otra vez!

—Si tú quieres que me vaya, lo haré —Esperó, pero ella no dijo nada. No me gustan estos nuevos silencios tuyos, marimacho—. Akane —Le tocó en el hombro y ella se revolvió un poco, pero Ranma la instó a girarse y la miró a la cara—. ¿Quieres que me quede en el dojo o me voy?

Ella mantuvo sus ojos bajos, molestos, repletos de rencor y de miedo. Bufó y los levantó hacia él, estos cambiaron de repente y Ranma creyó, por un solo segundo, que volvería a lanzarse a sus brazos como la noche anterior. Deseó que lo hiciera pero mantuvo sus manos quietas.

Fue en ese breve instante de vacilación que Ranma pudo verla como había sido antes, con mayor claridad y de pronto, también, se dio cuenta de cuánto había cambiado. La niña de la que se despidió hacía tres años ya no estaba, en su lugar había una joven que casi aparentaba ser una mujer.

—Puedes quedarte por ahora —concedió tras pensárselo. Ranma se quedó sin fuerzas, porque no había estado seguro de lo que iba a decirle y se habría marchado, por supuesto, si ella se lo hubiese pedido—. ¡Pero no me creo eso de las cincuenta cartas!

Se apartó de él y salió de la cocina, pisando con esa fuerza mezclada con furia que la caracterizaba.

Ranma pestañeó, incrédulo. Después sonrió y suspiró.

Ya te lo creerás pensó, aliviado, girándose para terminar de recoger la mesa. No te quedará más remedio.

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Casi taladró la madera de los escalones con la fuerza de sus pisadas mientras ascendía hasta el piso superior. Atravesó el pasillo siseando para sí y se metió en su habitación. Cerró de un portazo, golpeó la puerta con la espalda al apoyarse y bajó la cabeza, dejando que su cabello la ocultara.

El corazón le golpeaba en el pecho, la respiración silbaba a través de sus labios entreabiertos y sentía un cosquilleo ardiente en las palmas de sus manos. Tenía ganas de gritar y dar puñetazos contra algo, lo que fuera.

Akane alzó la cabeza para apoyarla en la puerta y sonrió.

Hacía tanto tiempo que no se sentía así de enfadada, así de enrabietada y agitada. No es que hubiese estado viviendo dormida los últimos tres años, movía y ejercitaba su cuerpo gracias a sus clases en el dojo, pero esa quemazón que notaba en sus músculos tensionados, ese calor en la sangre que iba y venía, eso no se conseguía corriendo o partiendo bloques de piedra.

Esa agitación emocional era otra cosa y resulta que la había echado de menos. Sus emociones sí que habían estado dormidas y ahora de pronto, estaban despertando con fuerza.

Por supuesto, se dijo. Si Ranma anda cerca es imposible no enfadarse con él.

—Cincuenta cartas —repitió con sorna—. ¿Puedes creerlo? ¡Porque yo no! —Se dirigió a alguno de los objetos que tenía sobre la cama, no necesitó elegir uno en concreto—. ¿De verdad ese bobo espera que me crea que se tomó tanto trabajo por mí? —Su sonrisa se hizo mayor. ¿Cuánto hacía que no hablaba de él en voz alta? ¿Cuánto desde la última vez que lo criticó sin sentir esa pena terrible por lo que le echaba de menos?—. ¡Si en el instituto se inventaba mil escusas para no hacer los deberes! —Empezó a moverse por el centro de la habitación, gesticulando con las manos—. ¡Con esa letra horrible que tiene! —Se le escapó una risita nerviosa, casi frenética—. Aunque fuera cierto, no habría entendido una palabra.

Se dejó caer en el borde de la cama, lanzó una mirada circular a todo cuanto la rodeaba, todo lo que la escuchaba. Siguió mirando, en busca de un interlocutor mejor y se centró en su escritorio.

—Es una tontería, ¿no crees? ¡Lo es! —Cualquiera le habría dado la razón pero entonces se fijó en el paquete que había sobre la mesa. Se levantó de un salto y se quedó mirando su forma extraña y el papel marón, lleno de manchas, que lo envolvía—. ¿Y esto qué es? —Se preguntó. Lo cogió y lo giró hasta encontrar su nombre escrito a un lado. Frunció el ceño—. ¡Será posible que no lleva aquí ni un día y ya se ha atrevido a entrar a mi cuarto sin permiso!

Chasqueó la lengua y rasgó el papel para ver que contenía. Metió la mano por la abertura y encontró algo frío, redondo y pesado. No adivinó lo que era hasta que lo tuvo ante los ojos.

—Una bola de navidad —susurró. Una enorme bola roja, brillante, con un dragón chino dibujado en dorado. Pesaba tanto que no parecía posible que fuera sostenerse en la rama de un árbol. No obstante, a ella le encantaban las bolas de Navidad y tenía que reconocer que esta era una de las más bonitas que jamás había visto—. ¿Me la ha traído desde China? —Se la acercó a la cara y arrugó la nariz—. ¿Tú qué eres? ¿Un soborno para que le perdone o para que no le eche de mi casa? —La bola calló, no quería meterse en medio de algo así—. ¿Te ha traído para que sepa que deseaba pasar aquí la navidad?

¿Conmigo?

Esta vez le pareció que el dragón pintado se agitaba, como asintiendo a esa posibilidad.

—Bueno, pues no es suficiente —Le respondió, enfurruñada—. He estado muy preocupada por ese tonto.

La bola entendía pero, ¿qué podía hacer ella?

La soltó sobre la mesa y se dedicó a mirarla, la luz de la lámpara del techo resbalaba sobre su superficie lisa y lanzaba reflejos parpadeantes sobre el oscuro papel medio roto del paquete.

—¿Qué? —Le preguntó Akane, poniéndose en pie otra vez—. ¿Hay algo más ahí dentro?

Al cogerlo comprobó que este aún pesaba. Volvió a meter la mano y palpó algo grueso, estirado, con forma rectangular. Tuvo que romper el resto del papel para sacarlo, y perpleja, se encontró con un fajo de viejas cartas atadas con cuerda. El papel estaba amarillo, arrugado, un poco mohoso por las esquinas. Todas estaban a su nombre y selladas, a un lado tenían un extraño símbolo con algo escrito en chino que no comprendió.

¿Quizás… devolver al remitente?

—No lo puedo creer —murmuró, deshaciendo el nudo para contarlas a toda velocidad—. ¡Cincuenta y seis cartas! —Todas para ella, de Ranma—. Ese tonto decía la verdad.

Miró la bola, solo un segundo, pues esta se reía en voz baja de ella.

Las abrió todas y las colocó sobre la cama, frente a sí, ordenadas por fecha. Contempló los folios arrugados por los dobleces con cierta inquietud, sin saber qué se encontraría ahí.

¿Por qué se las daba ahora?

¿Por qué no me dice lo que sea a la cara?

Akane, que jamás habría creído posible que pudiera darle miedo un trozo de papel, se descubrió más asustada que intrigada cuando se disponía a empezar. Las manos le temblaron al coger la primera, también le ocurrió con la segunda, y un poco menos con la tercera.

Con la décima rompió a reír a carcajadas hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas felices y se permitió rodar sobre la cama.

Pero con la número diecinueve se encontró rechinando los dientes de pura indignación.

Con la carta número treinta sintió auténtica desesperación, aunque fue con la número cuarenta con la que estuvo a punto de dejar de leer.

Al llegar a la cincuenta y dos volvió a sonreír y su corazón se ablandó.

Con la última, la carta número cincuenta y seis, Akane rompió a llorar pues era una despedida y lo más increíble fue darse cuenta de que esta no tenía sello, ni marcas de ningún tipo pues no había sido enviada.

Ranma la había escrito cuando ya sabía que volvería y podría dársela en mano.

Porque él sí sabía que volveríamos a vernos adivinó, enjugándose los ojos con el puño. Respiró hondo tratando de contener una emoción apabullante, no era solo tristeza por tanto sufrimiento sino también algo dulce y tierno que la ahogaba y se hacía mayor cada vez que captaba un sonido del piso inferior y sabía que era él.

Está aquí otra vez se dijo, como si hasta ese momento no se hubiera convencido del todo.

Ranma sí había vuelto. Y le había escrito todas esas cartas. Y le había traído una bola preciosa para su árbol porque recordaba que le gustaban. Había vuelto justo antes de navidad. ¡Maldición! Seguía enfadada, pero también…

Mi tonto pensó, apretando las cartas contra su pecho. Quiso llorar de nuevo pero se contuvo para no estropearlas más con sus lágrimas. Has vuelto de verdad.

De repente, Akane se estiró sobre sus piernas, experimentando un hambre atroz.

No pensaba perdonarle tan fácilmente (¡Desde luego que no!) pero le dejaría quedarse en casa un poco más.

—Podéis quedaros un par de días —Le dijo a la bola, mientras se acomodaba sobre la almohada. Todo ese asunto no se había resuelto ni mucho menos, pero Akane se sentía un poco mejor, menos rígida, más ligera. Recolocó las cartas y se dispuso a releerlas de forma más lenta y sosegada. Bebería de esas palabras hasta tener la sensación de que había estado con él recorriendo China esos tres años.

Entonces recordó de golpe que ya era uno de diciembre. Habían entrado oficialmente en el mes de la navidad pero con todo lo que le había traído la tormenta, casi ni se da cuenta.

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Hola a todos y a todas,

Aquí está el segundo capítulo; un nuevo día y un nuevo adorno =)

¿Qué os ha parecido? Estoy deseando saber vuestra opinión *_*

Tengo que decir que hasta aquí tengo escrito por ahora, jeje. Cuando se me ocurrió la idea para esta historia y me convencí a participar en la dinámica, me puse a escribir y según escogí los días, tenía que publicar rápido. Estos dos días van seguidos porque era necesario para la trama, pero a partir de ahora las actualizaciones se espaciarán un poco (necesito tiempo para seguir avanzando, jeje).

Espero que os guste ^^ no suelo empezar a publicar capítulos hasta que no tengo la historia acabada, así que me siento algo insegura por no tener más en la recamara esta vez .

¡Aunque lo tengo planeado todo en mi cabeza!

Nos vemos en el próximo capítulo, gracias a todos y a todas las que habéis leído el capítulo anterior y ya seguís esta historia.

¡Besotes!

-EroLady-