Capítulo II: El pasado
Los recuerdos es lo único que nos queda del pasado. Y casi siempre esos recuerdos están anegados de lágrimas
Jaime. Crónicas de los Engendros de Baal
Gorion había observado siempre lo que hacían Jaime e Imoen, aunque les daba libertad para desarrollar su propia personalidad. Su única prohibición, había sido la de salir de Candelero, excepto unas apresuradas clases para saber nadar.
Gorion parecía considerar la fortaleza el único lugar seguro, y había una prohibición de salir de allí. También ejercía de profesor para Jaime e Imoen. Les había enseñado grandes cantidades de conocimiento, acerca del mundo en que vivían.
Para empezar, Candelero. Una gran y sólida fortaleza, era en esos momentos además una gran biblioteca, con interminables tomos de libros. Era no solo la más importante biblioteca de toda la Costa de la Espada, sino quizá de todo Faerun. Estudiosos de todas las ciudades de Faerun llegaban allí para estudiar sus tomos. Estaba gobernado por monjes, y protegida por una fuerte guarnición, que se había formado gracias a que los beneficios de las visitas de los estudiosos. Habían creado una población estable dentro de la fortaleza, y de allí había salido unas tropas para la defensa. Aunque las grandes murallas de Candelero, aseguraban su protección más que cualquier ejército.
Candelero estaba situado en el extremo de la orilla oeste del Mar de las Espadas. Una zona muy poblada, con muchas clases de terreno y plantas: Montañas, pantanos, ciénagas, llanuras, ciudades y ruinas. Una zona semi-salvaje, con numerosas islas de civilización. Se había llamado la costa de la Espada, por la gran cantidad de aventureros buenos y malignos que atraía.
La región en la que situaba Candelero, era una zona muy típica de la Costa de la Espada. Por el sur, estaban las Montañas nubosas. Más al sur estaba la poderosa nación de Amn. Una nación comerciante, y rica pero pacífica, gobernada por el Consejo de los Seis. Por el este estaba el bosque de los Dientes Afilados, donde había un gran número de criaturas salvajes y malignas en grandes proporciones. Por el Oeste estaba el Mar de las Espadas. Un mar donde había bastantes piratas, pero también había un gran comercio. Por el norte estaba La Puerta de Baldur, la ciudad más grande y más importante de toda la región. Fundada por el mítico explorador y marino Balduran. Tenía muchos tratos comerciales con todas las regiones de su entorno.
Entre los libros que había leído en la gran biblioteca de Candelero, había unos textos que les interesaron mucho. Eran de Zane Hellar, de Amn, el más famoso cartógrafo de la liga de Mercantes. Una vez había llamado a la costa entre WaterDeep y Amn, "Kilómetros y kilómetros de territorio sin ley, hogar de piratas y huidos de la ley, que acechan a aquellas caravanas y personas que tienen que ir al sur o al norte, usando el mar de Espadas como guía".
Zane había tenido razón, y tampoco habían cambiado tanto las cosas desde entonces. Pero desde su muerte, había habido algunos cambios. Para empezar, en ese territorio, había sido creada una de las más poderosas ciudades de toda la región. La Puerta de Baldur. Un importante centro comercial. Los Duques de Baldur la habían fortificado, para evitar cualquier ataque de los bandidos de la zona.
Además, había una alianza de todos los nombres de la zona y las granjas, llamada el Pacto. Una alianza defensiva, que cubría todo el territorio de la Puerta de Baldur a Amn.
Había un camino seguro y próspero entre la Puerta de Baldur y Amn, protegido por soldados regulares en la parte de Amn, y por mercenarios por la parte cercana a la puerta de Baldur, para ayudar al comercio. Pero a los lados, se extendían bosques y bosques, poco explorados y habitados, donde cazadores tanto ricos como pobres, aprovechaban la peligrosa zona para cazar.
Por otro lado, el peligro acechaba. Bandidos, goblins, kobolds y dopplegangers acechaban en los caminos, siempre dispuestos a atacar a cualquier incauto. Muchos vivían en improvisados campamentos, viviendo de las mercancías y víveres robados. Desde esas bases atacaban caminantes, almacenes y granjas aisladas. Especialmente por la noche y con mal tiempo. Pero la región era floreciente, y las defensas suficientes. La región había prosperado por mucho tiempo...
Jaime sonrió mientras escuchaba a sus compañeros dormir. Dormían en paz, rodeados por la seguridad que los héroes de la Puerta de Baldur recibían.
Recordó los pesados y polvorientos libros que Gorion hacía leer a él y a Imoen. Solo por esos libros, habían aprendido historias de héroes e imperios, de guerras y calamidades. Por lo menos la teoría. La práctica, había venido con las conversaciones con los aventureros que llegaban a Candelero a descansar, antes de seguir sus aventuras. Desgraciadamente, la práctica real había venido demasiado pronto...
Uno de los acontecimientos más importantes de su vida, había pasado a los doce años. Para entonces, Imoen se había convertido en una pequeña ladronzuela, siempre intentaba robarle algo a Jaime, aunque luego siempre se lo devolvía si tenía éxito. Seguía actuando como si fuera la hermana pequeña de Jaime, aunque tuvieran la misma edad. El hermano mayor había aceptado el papel que le había tocado.
Jaime había decidido convertirse en guerrero, y entrenaba con bastones. No quería quedarse en Candelero y estudiar para convertirse en estudioso. Le aburría demasiado. Él era fuerte y bastante resistente. Además calculaba muy bien en situaciones de tensión la mejor salida. Le había gustado la idea de ser un guerrero, porque así podía sacar la furia que llevaba dentro.
El problema que tenía, era que en los entrenamientos con los chicos de Candelero, niños que habían nacido allí como sus padres, cuando dejaba que la furia le poseyera, golpeaba a compañeros y enemigos por igual. Y aunque se disculpaba una y otra vez, no podía evitarlo. Sentía la sangre que se le agolpaba en la cabeza cuando estaba en el combate. Lo único que veía eran obstáculos, y su bastón golpeaba a todo lo que se le ponía por delante. Cuando no se dejaba llevar por la furia de la batalla, Jaime prefería el análisis de la situación a lanzarse gritando espada en mano. Pero le costaba demasiado controlarse.
Se había hecho famoso entre todos los habitantes de Candelero, por una extraña habilidad que tenía. Si lanzaba una moneda al aire, si se concentraba bien, tenía la habilidad de que siempre salía canto. Pero cuando Gorion se había enterado que presumía de esa habilidad, le había hecho prometer que nunca más presumiría sobre ello, y no se lo diría a nadie más. Especialmente mientras estaban en Candelero. El obediente Jaime había aceptado.
Un año, un humano, con aspecto oriental, había llegado en la ciudad. Venía en busca de un libro de poemas, escrito por alguien que conocía. Había llevado para su admisión otro libro de leyendas orientales. Había llevado dos espadas, pero no armadura. Jaime e Imoen rápidamente se habían puesto a su servicio, a cambio de unas cuantas historias de lejanas batallas y misteriosas tierras
También había un semiorco que había entrado en la ciudad unos días antes. Había venido como refuerzo para los guardias de la ciudad, por lo que no había tenido que poner el libro que era obligatorio para la entrada en Candelero. El semi-orco en cuestión había tenido mucho dinero, con lo que había atraído compañeros rápidamente. El problema, era que también había tenido muchas ganas de pelea.
Cuando el oriental, que decía llamarse Musashi, de Kara-Tur, una zona de Kozakura, había entrado en la posada, el semiorco medio borracho al ver al otro sin ninguna armadura, había sonreído y se había levantado para buscar pelea.
Había lanzado varios insultos al oriental. Al ver que el otro no le contestaba, había sacado su gigantesca espada, y había intentado cortarle el brazo. El oriental, había esquivado con facilidad el ataque del otro. Había sacado sus dos espadas, y le había avisado que sería mejor que se fuera.
El semiorco había reído, y le había atacado con un rápido ataque. Musashi había esquivado con facilidad el ataque del otro, y de una sola finta había derramado la primera sangre. El semiorco, loco de furia, le había atacado con todas sus fuerzas, pero Musashi había acabado con él de un solo certero golpe.
Ese hecho había dejado boquiabierto a toda la ciudad. Había ganado muchos amigos, de toda la gente que estaba harta del semiorco, pero había dejado descontentos a los amigos del semiorco, que habían planeado formar una banda de saqueadores.
Jaime había seguido como un perrito a Musashi, el cual le había hablado de la clase de guerrero que era. Él era un guerrero, pero una clase de guerrero especial. Usaba dos espadas y no usaba armadura. Esa clase de guerreros se les conocía como Kensais, también llamados por algunos, quizá con más burla que admiración, los Santos de la Espada. Era un guerrero, que entrenaba para convertirse en uno con la espada. Estaban entrenados para relajarse y dejar que toda su furia pasase sobre ellos, y saliera fuera, sin que les afectase lo más mínimo. Su técnica consistía en dejar que la relajación le cubriese como una burbuja, que lo aislaba del mundo. Le daba tiempo a calcular todas las circunstancias, y desde la paz interior, escoger el mejor camino. No usaban ninguna armadura, ni siquiera una de cuero, porque eso restringía no sólo los movimientos y la agilidad, sino también la paz interior. Si se enfrentaba al enemigo, lo que importaba era uno mismo y su arma. Una armadura no era más que una molestia que creaba un falso sentimiento de seguridad.
Jaime había escuchado todo lo que decía, y había absorbido como una esponja sus breves enseñanzas.
Cinco días más tarde, Jaime había oído por casualidad a los amigos del semiorco. Habían planeado tender una emboscada a Musashi cuando saliera de Candelero. Había corrido a advertir a Musashi del peligro, y a recomendarle que no saliera de allí.
Musashi había dicho que rehuir el peligro no sería honorable. Había explicado que en ocasiones el honor estaba por encima de todo, incluso de la propia vida.
Se había ido directamente, al lugar donde le habían estado esperando. Jaime, e Imoen le habían seguido, preocupados por su suerte. Habían sido siete contra uno.
Aunque Musashi era un gran luchador, hubiera sin duda muerto, si no fuera porque Jaime e Imoen habían atacado a dos bandidos por sorpresa. Uno de ellos había sido apuñalado por la espalda por Imoen, que se había movido por su espalda como una sombra. Había quedado gravemente, herido, y había muerto pronto. El otro había peleado contra el joven Jaime y su bastón. El más veterano había estado a punto de dar el golpe mortal, cuando Musashi, tras haber eliminado a sus cinco rivales, le había quitado la espada de un golpe.
Para sorpresa de todos, incluyendo el bandido. Le había dado su espada larga a Jaime, y había devuelto la espada al bandido, para que continuaran luchando. Había dicho que esa batalla, era la primera que Jaime tenía. Por eso, tenía que luchar solo. Sería deshonroso por su parte pararles. Imoen había intentado intervenir, pero Musashi la había retenido. Era necesario que pelease solo.
Tras conseguir garantías que le dejarían escapar cuando matara a Jaime, el bandido le había atacado. La batalla había sido difícil, pero milagrosamente, había sido la espada de Jaime la que había cortado el hilo de las Parcas de la vida del otro. Había sido el primer ser que mataba en toda su vida. Pero lo había matado en una pelea justa, ayudando a otro, y donde había estado en desventaja. Había estado bien.
El guerrero Kensai, había curado las heridas a los dos muchachos. A Jaime le había entregado la espada, con la cual había matado a su primer enemigo, en agradecimiento por salvarle la vida. Era una espada de mango de color zafiro, brillante y que parecía tener una larga historia detrás.
Musashi le había dicho que presentía quien era, y su habilidad le había salvado. A partir de ese momento sólo su habilidad le sostendría.
A Imoen le había dado un pequeño recipiente con un ungüento de curación. Le había avisado que era extremadamente fuerte, y sólo podría usarlo una vez. Quizá llegaría la ocasión en que no tendría un clérigo cerca, y tuviera que salvar a alguien, porque en ocasiones había seres que no podían ser resucitados.
Sin querer dar más explicaciones, el kensai oriental había desaparecido. Jaime había tenido pesadillas durante semanas, en la que se veía a sí mismo matando una y otra vez al bandido sin nombre. Lo peor era que se despertaba riendo.
Aparentemente Gorion nunca se había enterado de esa escapada.
Así había sido, como Jaime se había convertido en un Kensai. Un guerrero que usaba la relajación más que la furia bérseker de muchos de los guerreros. Tenía la limitación de que no podía usar armaduras, y si lo usaba su estilo de lucha lo hacía presa fácil de otros guerreros. Pero tampoco era que le hiciera demasiada falta. En los entrenamientos ningún chico había logrado siquiera tocarle.
Cada vez que visitantes habían llegado a Candelero, siempre buscaba algún visitante con apariencia de guerrero, una o dos espadas, pero ninguna armadura Los guerreros kensai eran muy poco frecuentes en Faerun, aunque había oído que en el Este eran mucho más frecuentes. Cuando tenía suerte negociaba el precio de su ayuda y búsqueda de los mejores precios a cambio sólo de alguna clase práctica con la espada.
Y así había tenido una vida tranquila, hasta que los acontecimientos se habían precipitado...
Jaime se alejó de las ventanas del palacio ducal de la Puerta de Baldur y contempló sus dos espadas. La espada de color zafiro de Musashi y una katana, abandonada por Tamoko cuando Jaime le había perdonado la vida. Recientemente había empezado a entrenarse con dos espadas, aunque su flanco izquierdo al principio había sido un agujero de golpes en los entrenamientos con Khalid. Y sin embargo había sobrevivido por el momento. La espada de Musashi y recientemente la katana de Tamoko habían estado fielmente con él. Habían visto muchos enemigos, trolls, kobolds, lobos, hombres-lobo, goblins... y siempre habían estado allí. Y él estaba aprendiendo. Había logrado fusionarse con las espadas, de forma que juntos eran uno.
Ojalá hubiera sido así cuando seguía en Candelero. Gorion seguiría vivo. Había fallado al intentar salvarle...
Cuando había tenido 21 años, para el mundo exterior había sido el 1368DR. Era un buen luchador. Imoen se había vuelto una ladrona experta, aunque recientemente había estado entrenándose como hechicera. Jaime tenía muchas aptitudes interesantes. Era inteligente, mucho más de lo normal para un guerrero. Pero también era ágil, diestro y resistente. También era un buen líder, dirigiendo la pandilla de jóvenes de Candelero.
Muchas veces había mirado hacia las puertas de Candelero, pensando en convertirse algún día en aventurero. Enfrentarse a todos los diabólicos seres del mundo, en busca de fama y fortuna. Pero le gustaba la vida tranquila y reposada de Candelero. Le había gustado, porque había presentido que tarde o temprano se iría de allí, con un destino incierto. Tenía fama en Candelero de respetar su palabra. Para él, la palabra dada debía tener el máximo valor posible.
Imoen tenía unas opiniones particulares acerca del mundo. Por eso era una ladrona, aunque también tenía grandes habilidades naturales para la magia. Al principio había reído cuando hacía algunos trucos mágicos. Finalmente Gorion le había convencido para que practicara algo más esas habilidades mágicas. Los resultados habían sido impresionantes, pese al poco esfuerzo que Imoen había puesto en ello.
Ambos jóvenes sabían que Gorion había estado complacido cuando veía a Jaime e Imoen ayudar desinteresadamente a la gente.
Sin embargo, esos tiempos eran malos. Jaime e Imoen nunca habían salido de Candelero, pero habían tenido todos los relatos de los preocupados aventureros y comerciantes. Al principio, habían pensado que los primeros viajeros que contaban esas historias, estaban exagerando. Muy pronto habían entendido que no era así.
Toda la costa de la espada estaba en peligro. Amn, el poderoso estado del sur, estaba asediada por numerosos enemigos, como trolls y kobolds por el sur. En el norte, los no-muertos estaban arrasando todo el Alto Páramo.
Pero la zona más cercana había estado mucho peor. Toda la zona alrededor de la Ciudad de Baldur estaba en confusión.
La zona de la ciudad de Baldur había sido originalmente un área afortunada. Era un área rica, con muchos recursos. Nunca había habido hasta ese momento ni catástrofes naturales importantes, ni escasez de comida ni nada importante. Pero por alguna extraña razón, recientemente había surgido un problema: Una paralizadora falta del metal más usado por todo el reino, mucho más que el oro o el platino. Un metal, usado tanto para armas como para herramientas. Hierro. El hierro era la base de toda la vida en un estado.
Cuando el mineral de hierro que llegaba a la región, era fundido, las herramientas y armas de hierro que quedaban, se habían vuelto frágiles y quebradizas. Tanto que se rompían con sencillamente el uso normal. Al principio no había sido más que una curiosidad, cuando las primeras herramientas empezaron a romperse. Luego se había vuelto una molestia. Luego una molestia insoportable. A medida que los problemas se agravaban, se había convertido en una amenaza para toda la región.
Un ejército sin armas ni armaduras de hierro, era un ejército vulnerable, que podía caer muy fácilmente ante cualquier ataque enemigo. El mayor problema lo había tenido la gente normal. Si no podían usar las azadas, herramientas y arados, eso significaba su futura extinción. Si no podían sembrar la cosecha o trabajar en sus oficios, se morirían de frío en invierno.
La desesperación, la paranoia y el miedo habían atravesado la Puerta de Baldur como un fuego en hierba reseca.
Esa escasez de hierro, se había convertido en un reclamo para las caravanas de comerciantes, que venían de todas partes para comerciar en la próspera zona de la puerta de Baldur, a cambio de hierro. Sin embargo, el comercio había estado siendo duramente afectado. Había un ataque constante de bandidos y piratas, que tenían un especial interés en hierro, más que en oro y gemas.
Las tropas de la puerta de Baldur habían buscado a los culpables. Pero éstos se habían escabullido entre las partes inexploradas y salvajes de Baldur, para seguir atacando a todas las caravanas que se acercaban. El precio del hierro entre una cosa y otra, se había puesto por las nubes.
La gente desesperada, había hecho lo que siempre se hacía cuando había cualquier problema. Buscar un culpable: Algunos habían apuntado a la nación Amn, que supuestamente quería debilitarles, para atacarles y declararles la guerra. Otros habían apuntado a los carteles comerciales, que querían subir los precios de los hierros, y así conseguir más dinero. Incluso había bastantes que habían apuntado a los duques de La Puerta de Baldur, para asegurar su dominio sobre toda la región.
Cuando Jaime había preguntado a Gorion que opinaba, Gorion, no le había contestado. Pero le había mirado.
Había tenido la cara más preocupada que Jaime hubiera visto nunca en su normalmente tranquila cara. Solo por esa cara tan preocupada, Jaime había sabido que su futuro iba a ser incierto. Cuando había mirado las sólidas murallas de Candelero, había presentido que esas murallas, que le habían mantenido seguro durante mucho tiempo, se iban a romper pronto.
Imoen y él habían tenido muchas charlas. Habían estado de acuerdo en que en caso de que uno de los dos le pasara, algo, el otro correría a ayudarle. De alguna forma, habían presentido que el futuro era precario.
Habían hecho un juramento de sangre. Y afortunadamente ninguno había contraído ninguna enfermedad en esa ceremonia
Un día cualquiera, normal, sin nada que hiciera prever que pasara algo extraño, un día semi-soleado, con los monjes estudiando, Imoen bromeando y Gorion preocupado, un día cualquiera, sin previo aviso, dos asesinos habían atacado a Jaime y casi lo habían matado.
Jaime había estado paseando tranquilamente para ir a una clase de historia de Faerun, quejándose por el poco tiempo libre que tenía, e intentando silbar para ganar una apuesta con Imoen, cuando al llegar a la habitación del sacerdote había visto las cortinas echadas, y un bulto en la cama.
Pensando que el sacerdote se había dormido, Jaime había retirado las cortinas. La luz que había penetrado le había mostrado una visión pavorosa. El sacerdote descansaba eternamente en la cama, con sangre seca en un agujero del cuello. Dos hombres con mala pinta y con dos espadas cortas le habían cerrado el paso, con intenciones muy claras y al mismo tiempo muy oscuras.
Pese al ataque sorpresa, Jaime había podido vencerles. Había arrebatado el arma de uno haciéndole una llave en la muñeca. Con el arma había rematado al asesino y luego ensartado al otro tras esquivar con facilidad el tosco ataque del segundo asesino.
Él mismo se había sorprendido de la rabia con que había acabado con ellos, destrozando incluso los cadáveres. Como sintiendo placer con esa destrucción. Calmándose, y preocupado por ese ataque de rabia, había ido a informar a Gorion.
Al enterarse del ataque, Gorion había comunicado a Jaime que ese mismo día iban a salir de Candelero, en secreto. Se iban a dirigir a la Taberna del Brazo Amigo, último reducto de la civilización en el camino entre Candelero y la Puerta de Baldur. Tenía unos amigos allí que les iban a ayudar.
Tanto él como Imoen se habían quedado anonadados. Pero Jaime había tenido una obligación con su padre adoptivo. Imoen había dicho que a ella le gustaría ir con ellos. Pero Gorion había sido inflexible. Imoen debía quedarse allí.
Tras despedirse de su mejor amiga y hermana, Jaime le había seguido fielmente.
Gorion había explicado que se dirigían a la Taberna del Brazo Amigo. Allí tenía a unos fieles amigos. Les iban a ayudar a encontrar la raíz de todos los problemas de la región, y a eliminarla. Esos peligros, eran chispas al lado de un polvorín. En caso de que explotara, todo Faerun iba a verse terriblemente afectado. Todo estaba relacionado con el hierro.
No habían llegado lejos.
Pese al apresurado paso que había impuesto Gorion, esa misma noche, habían caído en una emboscada. Habían sido rodeados por unos bandidos, guiados por un enorme guerrero con voluminosa armadura repleta de pinchos. Gorion había identificado al guerrero como Sarevok. Éste había dicho que o entregaba a Jaime, o acabaría con ambos.
Gorion ni siquiera había dignado esa amenaza con una respuesta, empezando a recitar palabras arcanas. Gorion había ordenado a Jaime que escapase, mientras relámpagos salían de sus manos hacia sus enemigos.
Jaime había corrido, mientras Gorion le había protegido con sus poderes. Todos los bandidos habían muerto en pocos segundos, pero aún había quedado el misterioso Sarevok, con su risa maligna flanqueado por una asesina y un mago. La lucha no había durado demasiado.
Oculto entre la espesura, Jaime había podido contemplar a Gorion y a Sarevok enfrentarse en un tenaz combate, hasta que al final, Sarevok había acabado brutalmente con Gorion. Sus poderes no le habían servido de nada.
Con casi todos sus guerreros muertos, ese Sarevok había sabido que sería imposible encontrar a un solo hombre, perdido entre la selva de noche con los múltiples escondites que había. Así que se había ido.
Jaime se había acercado al cuerpo del único padre que había conocido. Estaba allí, tumbado. Parecía dormido, si no fuera por la profunda herida, todavía chorreante de sangre.
Jaime se acercó, sintiendo el instinto de sacudirle para que se despertara. Le diría que había tenido una pesadilla. Había soñado que se habían alejado del único hogar que había conocido, y había visto a su familia morir frente a un monstruo directamente venido de las profundidades del abismo. Pero todo estaría bien porque no era más que una pesadilla. ¿Verdad? ¿Verdad?
Jaime se había dejado caer frente al cadáver, mientras el creciente charco de sangre le mojaba las rodillas pegadas al suelo. Había llorado. Pero junto a las lágrimas había una profunda rabia.
Le había abandonado. No se había quedado. No le había ayudado. Le había abandonado. Le había abandonado. Debía haberse quedado y luchar junto a él. Debía haber salido de su escondite al verle caer. Debía haber muerto con él.
Un ruido le alerto, y Jaime divisó entre las sombras una sombra más sólida que se estaba acercando. Jaime había sacado su espada, prometiendo que esa vez no escaparía, mientras sentía un cierto placer por la oportunidad de matar por venganza.
Pero la sombra había sido Imoen. Sus ojos habían estado llorosos. Jaime entendió que también lo había visto todo. No hacía falta palabras.
Su visión había vuelto a relajar a Jaime. Se habían sentado junto a su mentor. En varias ocasiones alguno había abierto la boca, buscando algo que decir, mientras el rocío de la noche cubría con un manto benefactor el cuerpo destrozado de Gorion. Pero efectivamente, no había palabras.
Habían velado su cuerpo toda la noche, y al amanecer habían enterrado su cuerpo.
Jaime ordenó a Imoen que se alejara de él. Había monstruos con forma humana que estaban buscando su sangre. No estaba segura con él. Imoen sonrió tristemente. Dijo que había perdido a la mitad de su familia en una noche. No iba a perder la otra mitad. Además, seguro que Jaime se acababa perdiendo en el bosque sin su ayuda.
Habían pensado en volver a Candelero. Pero Jaime había opinado que Gorion había abandonado el lugar, precisamente por dejar de ser seguro. Dos asesinos ya habían intentado matarle allí. La única solución era llegar a la taberna del Brazo Amigo. Allí estaban los amigos de Gorion. Quizá podrían averiguar lo que Gorion había estado investigando, y encontrar así a su asesino.
Por el camino se habían encontrado con Xzar un cobarde hechicero humano y Montaron, un ladrón. Enviados por un misterioso grupo al sur, a investigar lo que pasaba con el mineral de hierro, habían tenido demasiado miedo, por la presencia de bandidos, y se habían retrasado.
Habían decidido ir juntos. Curiosamente, habían dejado a Jaime liderar el equipo. Montaron siempre prometía cada día que se iba a ir enseguida. Y Xzar se ponía a nervioso y asustadizo con cualquier cosa. Sin embargo habían seguido con el nuevo equipo.
En la Taberna del Camino se habían encontrado con un hechicero asesino a las puertas que había estado a punto de matarlos a todos. Sólo la ayuda de dos desconocidos les había salvado la vida. Esos desconocidos resultaron ser Jaheira, druida semielfa, y su esposo Khalid, un guerrero elfo. Viejos amigos de Gorion. Cuando se habían enterado de su muerte, habían jurado honrar memoria de su viejo amigo, y se habían unido al equipo.
Jaime había recordado que Gorion había estado muy preocupado por los problemas de hierro en la región de la Puerta de Baldur. Y dado que tanto Xzar como Montaron, por orden de su misterioso patrón, como Jaheira y Khalid, querían investigar lo que le pasaba al hierro, todos habían estado de acuerdo. La misión del equipo, sería la vieja misión de Gorion: Descubrir quien estaba detrás del caos en toda la Puerta de Baldur.
Jaime e Imoen pronto habían aprendido como eran sus nuevos amigos. La personalidad de Jaheira era extremadamente enérgica, aparentemente acostumbrada a mandar. Khalid era justo lo contrario. Donde una era enérgica, el otro era conciliador. Donde una era mandona, Khalid se limitaba a sugerir, la mayor parte de las veces de forma afortunada, o así se había dado cuenta Jaime después de sufrir diversos percances.
Al día siguiente apenas despertado, Jaheira había preguntado súbitamente a Jaime si sabía que esa posada había sido una antigua fortaleza del dios Baal. Jaime había contestado que no, extrañado por la penetrante mirada que Jaheira estaba usando, como intentando leerle la mente.
Jaheira lo había mirado a los ojos unos segundos, y luego se había alejado
Poco después se habían encontrado con un Mago, de extrañas ropas y aspecto descuidado. Dijo ser amigo de Gorion. Había deseado a Jaime suerte en su vida. Iba a tener un gran impacto en toda la costa de la Espada. Si para bien o para mal, se tenía que ver. Él no iba a intervenir.
Esa noche, Jaime había tenido un sueño. No podía volver a Candelero, y estaba yendo por el mundo, dispuesto a enfrentarse a cualquier peligro. Pero una voz, poderosa y al mismo tiempo conocida y desconocida, le había prometido que aprendería...
La mañana siguiente empezó de forma agitada, porque un asesino se había acercado al campamento del pequeño equipo, con intenciones homicidas. Solo el grito de Imoen les había salvado a todos de una muerte segura.
Lo más aterrador del ataque, había sido que ese asesino había llevado una nota pública. En ella el autor, seguramente Sarevok, prometía una sustanciosa recompensa para el que trajera la cabeza de Jaime de Candelero, pupilo e hijo adoptivo de Gorion.
Jaheira opinó que la intención de Sarevok era que todos los caza-recompensas por toda la Costa de la Espada fueran a por la cabeza del hijo adoptivo de Gorion. No tenían más remedio que poner guardias y estar siempre alerta.
Lo había conseguido. Por el camino, habían surgido docenas de asesinos a sueldo, atraídos por la inmensa recompensa. Pero se habían encontrado con un equipo demasiado bueno. Jaime era un buen luchador. Los poderes de Xzar e Imoen se complementaban bien. Montaron era letal con su espada corta. Khalid y Jaheira actuaban como una sola persona, cada uno supliendo los fallos en la defensa o en el ataque del otro.
Había acabado convirtiéndose en un chiste leer los mensajes de Sarevok que llevaban encima los asesinos muertos. Ofrecía recompensas por Jaime, y los precios subían constantemente. Al final de sus aventuras, la oferta por la muerte de Jaime había subido a cien mil monedas de oro.
También habían encontrado otros aliados: Aventureros solitarios, atraídos por la fama que para bien y para mal estaba atrayendo sobre sí el equipo.
Por ejemplo Minsc, un valeroso guerrero, al servicio de una hechicera llamada Dynaheir. Un buen hombre, aunque algo retrasado mentalmente. Adoraba a un pequeño hámster que llevaba encima, llamado Bubú, al cual presentaba como una versión en miniatura de un poderoso y sabio hámster del espacio. Pese a su locura, Minsc era un buen amigo.
También estaban Dynaheir, la hechicera a la cual Minsc había prometido proteger; Edwin, un diabólico mago, interesado sólo en sus propios intereses, miembro de los Hechiceros Rubís de Thay; Viconia, una Drow, un auténtico miembro de la maldita y temida raza de los elfos oscuros. Había huido de las profundidades de la Infraoscuridad, debido a problemas políticos. Mantendría una complicada relación con Jaime
Luego estaban Ajantis, un valeroso paladín seguidor de los ideales de la Orden del Muy Sagrado Corazón; Eldoth un calculador pero encantador bardo enamorado de Skie, una niña rica noble y ladrona, también enamorada de Eldoth; la propia Skie; Faldorn, una druida miembro de los Druidas sombríos, una secta que usaba métodos cuestionables y violentos para proteger la naturaleza, con lo que mantenía constantes conflictos con Jaheira; Garrick, un joven bardo novato y despistado; Kagain, un enano bastante egoísta, interesado sólo en su dinero; Kivan, un silencioso montaraz en una silenciosa búsqueda de venganza contra unos bandidos manchados con la sangre de su amada; Alora, una mediana excesivamente curiosa; Coran, un ladronzuelo de gran habilidad; Safana, una ambiciosa ladrona con gran habilidad para mentir, contar historias y atraer varones a su cama; Shar-Teel, una guerrera con un profundo odio a los varones; Tiax, un diabólico gnomo, adorador de Cyric con un ego insoportable, ferviente creyente que Cyric lo había elegido para ser dueño del mundo; Xan, un hechicero elfo, enviado por los elfos a investigar la situación en la Puerta de Baldur; Yeslick, un silencioso guerrero en una búsqueda de venganza por la muerte de toda su familia ante el Trono de Hierro, y Branwen, una clérigo del norte. Ésta última buscaba encontrar su lugar en el mundo, y había encontrado en Jaime al líder ideal.
Al final habían acabado pareciendo más una banda de mercenarios que un grupo de aventureros. Todos los miembros del equipo habían tenido diferentes razones para viajar, o para vivir. Pero al entrar en el equipo, acababan aceptando el indiscutible liderazgo del joven Jaime.
Por alguna extraña razón, él era el único capaz de hacer trabajar juntos al diabólico Edwin y al bondadoso Minsc; a la cruel drow Viconia, y al noble Ajantis; a la habladora Alora y al silencioso Kivan; a la diabólica Shar-Teel y la voluptuosa Branwen
Incluso la mandona y orgullosa Jaheira había seguido fielmente las órdenes de Jaime. Al principio, había dejado claro que las estaba aceptando sólo porque quería ver como actuaba el protegido de Gorion. Muy pronto pensaba reclamar su puesto como líder.
Pero pese a sus continuas críticas y presiones en Jaime, nunca había reclamado el puesto, limitándose a actuar como segunda del equipo.
Mientras cumplían la misión de investigar lo que pasaba con el hierro de la Puerta de Baldur, habían tenido muchas aventuras, porque todos entendían que necesitaban dinero para mejores armas y armaduras, y sobre todo experiencia de combate: Un capitán que se había vuelto loco por una espada maldita; unos caballeros fantasmas, condenados porque habían prometido que juntos lucharían y juntos morirían, pero uno de ellos los había traicionado; Un hechicero que había traicionado a su familia, y después había asesinado a personas inocentes para revivir sus esqueletos; Una banda de kobolds que había aterrorizado un pueblo de medianos; Un escultor que había robado y asesinado sólo para terminar una gran escultura de la mujer de la que se había enamorado pero a la que no se había atrevido a hablar; un draco que estaba aterrorizando a los temerosos aldeanos que pensaban que era un dragón; un choque con un poderoso grupo de Druidas sombríos, un grupo violento que protegía la naturaleza por métodos violentos, aunque lo lograron arreglar sin luchar...
Habían liberado a una driada de la cual un poderoso hechicero se había enamorado locamente, pero la tenía encerrada por amor; Habían ayudado a una pequeña niña, sacerdotisa de la reina de las mareas, y en agradecimiento ella les había ayudado a devolver el cuerpo de un ladrón a su padre; habían ido a una isla-trampa, donde nadie podía escapar, si no era trabajando en equipo, y donde todos los magos individualistas y egoístas habían acabado muertos...
