Capítulo III: La horrible verdad
¿Qué hice cuando descubrí que era un Hijo de Baal¿El hijo del monstruo al que temía por las noches¿El hijo del monstruo que se escondía en mi armario o debajo de mi cama? Seguir adelante. No tenía otra opción.
Jaime. Crónicas de los Engendros de Baal
Finalmente todo el inmenso equipo se había dirigido al Sur, a la ciudad de Nashkel donde se cogía gran parte del hierro para la región. Toda la gente culpaba a Amn, y sospechaban que quería provocar una guerra.
El equipo se había introducido en las minas y había descubierto una vasta conspiración para contaminar el hierro que salía de las minas mediante unas pociones degenerativas. El hierro que no era contaminado, era o bien saqueado por los múltiples bandidos que atacaban por todas partes, o bien robado por los kobolds que infestaban las minas. El hierro salía después hacia un destino desconocido.
Tras una épica batalla, y tras vencer a unos magos que dirigían la operación, se habían encontrado con documentos muy interesantes. Efectivamente había una gran conspiración para privar a hierro de la región. Parecía estar relacionado con el Trono de Hierro, una poderosa organización, con múltiples intereses, y cuyo principal objetivo era la obtención de poder.
Habían desbaratado toda la conspiración, aniquilado a los kobolds y sus líderes humanos y avisado a las autoridades.
Yeslick había encontrado allí a los miembros de su familia perdidos, y había dejado el equipo. El asustadizo Garrick se había asustado del sangriento combate que había habido, y también se había ido. Alora había quedado enamorada de todos los cristales y brillantes que había por las minas, y también había abandonado el equipo. Edwin se había enfadado, porque pero al final había seguido con el equipo.
Esa noche, después de la batalla en las minas, Jaime había tenido un extraño sueño. Había tenido una daga, con la que había estado dispuesto a matar a un enemigo, un poderoso hechicero que había intentado matarle.
Jaime había sentido que algo dentro de sí le urgía a matarlo. Pero el hechicero había estado indefenso, Y Jaime había rehusado matarle. Entonces había oído una furiosa voz, que había predicho que aprendería...
Jaime se había despertado entre alaridos.
Desde Nashkel, por recomendación del misterioso mago, que esta vez se había presentado como Elminster, habían subido al norte a investigar la misteriosa conspiración. Durante sus aventuras no habían tardado en conocer y hacer amistad con personas famosas: Por ejemplo el ilustre historiador Volozhamp Geddarm, más conocido como Volo, que les había comentado que su vida parecía interesante para relatar. Pero antes tendrían que ser más famosos.
También habían conocido al legendario guerrero drow Drizzt. Éste último les había comentado que los bandidos no eran bandidos reales. Los humanos llevaban el signo del Talón Oscuro, y los hobgoblins llevaban el signo del Frío Helado. Ambas eran poderosas compañías mercenarias sin escrúpulos. Sin duda habían sido contratadas por alguien más.
En el proceso, habían descubierto más sobre quien estaba detrás de toda la conspiración. La persona que estaba detrás de toda la conspiración, era un hombre llamado Sarevok, hijo adoptivo del máximo responsable del Trono de Hierro de toda la región. Su padre acababa de morir en extrañas circunstancias, algunos decían incluso que había muerto asesinado por su propio hijo.
Por el camino, habían encontrado diversas pruebas que relacionaban a Sarevok con la adoración al Dios caído Baal, señor del Asesinato. Pero también había extrañas pruebas que relacionaban a Jaime con Baal. Para empezar, que ambos llevasen el mismo medallón, símbolo secreto de Baal. Para Jaime, ese medallón había sido la única cosa que tenía de antes de Gorion. El único recuerdo de su pasado...
Jaheira le había ordenado que tirara el medallón. Jaime se había negado. Había explicado que ese medallón, tenía que ser algún regalo de sus padres reales. No le importaba si era un medallón de Baal, Bane o Myrkul. No lo iba a tirar.
Jaheira había repetido la orden, y durante unos segundos toda la tensión que había entre los dos líderes del equipo había estado a punto de explotar. Afortunadamente Imoen y Khalid los habían calmado.
Y fue en verdad afortunado, porque Jaime había sentido la súbita necesidad de coger la espada y acabar con la druida. Había tenido la misma sensación de poder, después de matar a los dos asesinos...
Jaime examinó el cielo desde el palacio ducal de la Puerta de Baldur. Recordó el medallón. Lo había llevado desde su más tierna infancia. Y pese a descubrir la verdad, no se lo había quitado inmediatamente. Baal.
Jaime se movió silenciosamente atravesando la barrera de guardias, y se acercó a la biblioteca personal del Duque. Con dedos acostumbrados a usar libros, Jaime buscó y encontró información, como había hecho docenas de veces, acerca del Dios caído Baal.
Baal, el Señor de los Asesinatos, el dios de la muerte violenta, el dios del puñal por la espalda, el dios de la muerte violenta. Baal era violento, cruel y odioso. Vivía sólo para cazar y asesinar. La presencia de criaturas vivas le llenaba de un irresistible deseo de matar y destruir. Sus aliados y criaturas destruían, devastaban y traían muerte violenta allí donde iban.
Su primera forma Avatar, la manifestación en el Plano Material, era conocido como el Asolador Frío. Parecía como un cadáver humano, con una cara desfigurada, y piel indestructible de marfil. Su segunda forma era un gigante. El Destructor. Medía 30 metros, con tendones largos y duros, una barba suelta, una larga melena. Ojos que brillaban con las llamas de Gehenna o Infierno. Una cara desfigurada en una mueca de odio sobrenatural. Dos cuernos que medían de dos metros, que le surgían de su frente. Su tercera forma era una bestia maligna, con pelo oscuro obsidiana cubriendo el cuerpo y de tres metros y medio de longitud. Tenía enormes manos con forma de garras, que podían atravesar los materiales más fuertes. Dientes casi tan grandes como las garras. Una bestia de destrucción. El Asesino.
En cualquiera de sus formas, el poderoso Baal podía animar o crear cualquier tipo de criatura no-muerta, de forma indefinida, por el simple contacto, y cualquier cosa que ordenar� ellos harían. Por supuesto, siendo el Señor de los Asesinatos, era totalmente inmune a cualquier ataque de cualquier criatura no-muerta.
Era un Dios muy interesante.
Jaime suspiró y dejó el libro en el estante, y mientras buscaba otro libro, volvía a recordar sus aventuras hasta ese momento...
Muy cerca ya de Beregost, mientras continuaban buscando información sobre Sarevok, el equipo había cumplido una misión que había preocupado a Jaime profundamente. A petición de un humano, habían robado a la Liga Mercante la localización de una isla secreta. Habían ido hasta allí para recuperar un tomo mágico. Pero habían naufragado.
Habían encontrado a los descendientes de unos náufragos, y habían accedido a ayudarles a vencer a unos hombres-lobo que los tenían aterrorizados. Hacía ya siglos que habían sido atacados por los hombres-lobo, que habían atacado y quemado el barco dirigido por el mítico Baldurás, mientras los supervivientes se reagrupaban y construían una fortaleza.
Dradeel, un viejo elfo marino de Amn les había confirmado que un poderoso hechicero había maldecido al grupo original del mítico Balduras, fundador de la Puerta de Baldur, que había parado allí para aprovisionarse. La mayor parte de la tripulación se había transformado en hombres-lobo. El resto había quedado encerrada en la isla. Balduras había desaparecido.
Habían acabado con la mayor parte de los hombres-lobo, pero a la vuelta al campamento de los humanos, habían descubierto que éstos no eran humanos. Eran otro clan de hombres-lobo, aunque más inteligentes y civilizados. De todas formas, su verdadera naturaleza seguía siendo la del lobo. Habían acabado con casi todos los hombres-lobo, y habían logrado escapar y volver a la Puerta de Baldur.
Sin embargo, allí habían descubierto que el humano que les había dado la misión era en realidad un hombre-lobo. Su idea había sido que su esposa matara a los humanos y escapara. Pero por precaución había al equipo infectado con una maldición de licantropía maldita. Estarían a sus órdenes transformados en lobos.
A un gesto del hombre-lobo, todo el equipo había empezado a transformarse en lobos, excepto Jaime, que por alguna extraña razón, había podido dominar sin ningún problema la licantropía que le había infectado.
El hombre-lobo se había sorprendido. Había gritado furioso que ningún ser humano normal podía resistir la licantropía. Tras olerle, había afirmado que Jaime en realidad tenía sangre divina.
A Jaime le había preocupado mucho esa revelación, sobre todo porque no tenía ninguna manera de rechazarla. Al fin y al cabo, no sabía nada de sus padres. Y el hombre-lobo parecía muy seguro. Y era una explicación muy adecuada para sus pesadillas. De todas formas, había tenido que luchar y matar al hombre-lobo para liberar al resto del equipo de la licantropía.
Más allá de Beregost, a mitad de camino con la Puerta de Baldur, el equipo se había encontrado con el cuartel general de los bandidos. En realidad eran mercenarios, guiados de forma militar con mano de hierro por un semi-ogro, Tazok. De acuerdo con los documentos encontrados, al servicio del Trono de Hierro.
Se habían introducido en el campamento como si fueran nuevos reclutas. Una vez dentro habían esperado el momento perfecto para atacar.
La guardia personal de Tazok había muerto en una emboscada del equipo, en la que también había muerto Kivan. El equipo restante había enterrado a Kivan, que había quedado vengado. Tazok había logrado huir. Poco más tarde habían provocado un incendio, que había acabado con todo el campamento de bandidos. Los bandidos se habían dispersado en bandas menores, que habían sido cazadas una a una por el equipo. En menos de dos meses, apenas quedaban bandidos con vida. El Puño Llameante, la organización mercenaria que guardaba el orden en la Puerta de Baldur los cazaría a todos en días posteriores.
Entre los restos del campamento habían encontrado la localización de una mina, donde el Trono de Hierro, estaba acumulando grandes cantidades de hierro. Seguramente para venderla aprovechando la terrible escasez. También habían encontrado diversa información acerca de Baal. Información muy interesante...
Jaime se agachó para recoger el libro que se le acababa de caer de las manos. El libro contenía un dibujo de Baal cuando todavía había sido humano. Humano, por supuesto, solo de forma. Cuando todavía había sido un mortal, había sido un asesino temible, disfrutando en las orgías de muerte que organizaba. Sus ojos de color rojo sangre brillaban especialmente entre la sangre. Jaime contempló a su verdadero padre No se le parecía en nada, afortunadamente.
Dejó el libro en el estante, y se acercó a la ventana de la biblioteca personal del Duque. No había nubes, y las estrellas, solitarias y acompañadas parecían burlarse de la pequeñez de los humanos.
Jaime contempló el cielo. Allí entre las estrellas, estaba la respuesta a sus miedos. En la antigua constelación de Jerdal. El antiguo Dios de los Conflictos, Asesinatos y Muerte. Señor del Final Eterno.
Jaime sonrió. Todo había empezado hacía milenios, cuando Jerdal, el antiguo Dios de los Conflictos, Asesinato y Muerte, señor del Final Eterno, reinaba entre todos los dioses, con poderes que ninguno de los otros dioses tenía ninguna posibilidad de igualar, y mucho menos de superar. Sólo Ao era superior a él, pero en ese tiempo ningún mortal sabía de la existencia de Ao, que sólo se había mostrado en la Era de los Trastornos.
Con el paso del tiempo, Jergal se había cansado de reinar supremo sobre todos los seres, porque ser todo equivalía a ser nada. Siglos más tarde, tres aventureros, Bane el tirano, Myrkul el nigromante y Baal el asesino, habían decidido unirse para acabar con él. Tras enormes y épicas batallas habían acabado con uno de los Siete Dioses Perdidos, adquiriendo su esencia divina.
Entonces habían hecho una búsqueda a través de las Llanuras Grises hasta el mismísimo Trono de Huesos, donde reinaba Jerdal, el Dios de la Muerte, Conflictos y Asesinatos.
Éste sencillamente se había retirado, dejándoles todo el poder. Ya sólo quería descansar. Tras un juego de azar, para decidir que cartera tendría cada uno, Bane, se había convertido en Dios de los Conflictos. El tirano definitivo. Myrkul, se había convertido en el Dios de la Muerte, y se había reído de Bane. Podía acabar con él cuando quisiera, y eventualmente todos morirían. Baal se había convertido en el Dios de los Asesinatos y se había reído de ambos, porque podía acabar con Bane cuando quisiera, y podía dejar el reino de Myrkul vació cuando quisiera.
Pero el acontecimiento más importante en la vida de los Dioses, había sido cuando Myrkul y Bane habían robado las Tablas del Destino del Señor Ao, el suprapoder de los Reinos Olvidados. Como castigo por ese crimen, Ao había desterrado a todos los dioses de sus dominios de los otros planos. Los dioses se habían visto obligados a adoptar la forma de Avatares mortales, y a caminar por la tierra entre sus seguidores. Hasta que hubo terminado la Era de los Trastornos, momento en que las Tablas habían sido devueltas a su legítimo dueño. Durante esa crisis algunos dioses habían sido muertos, como Myrkul, Dios de los Muertos, Mystra, diosa de la magia, y Bane, Dios de los Conflictos. Otros dioses habían desaparecido, como Waukin, diosa del comercio.
El poderoso Baal, Señor de los Asesinatos, se había enfrentado a un humano llamado Cyric, que había acabado ya con Myrkul, Dios de la Muerte. En una contienda de proporciones épicas, Cyric había acabado también con Baal, el Señor del Asesinato, con la ayuda de una daga que era en realidad el Avatar de Mascara, el Dios de los Ladrones, y le había arrebatado su dominio.
Cuando todo hubo acabado, Cyric, que reunía sobre sí la Muerte y el Asesinato, y pronto los Conflictos, había ascendido convertido en una nueva divinidad. No tardaría en convertirse en también el Dios de las Mentiras y las Ilusiones al matar a Leira, la Diosa del Engaño, y Dios de la Intriga, al acabar con el Avatar de Mascara, Dios de la Intriga. Kelemvor le había arrebatado la cartera de Dios de la Muerte, pero aún así seguía siendo quizá el Dios del Mal más poderoso de todos.
Todo había pasado en el año 1356 DR, es decir, hacía apenas doce años...
Jaime suspiró y se alejó de la ventana. Era tarde y tenía que dormir.
Pero pese a todo, los recuerdos de sus aventuras en su lucha contra Sarevok volvieron...
La información encontrada sobre Baal en el campamento de los bandidos creaba muchas preguntas. ¿Qué hacía toda esa información sobre Baal en el campamento de Sarevok¿Por qué estaba guardada bajo llave?
Esa noche, después de la destrucción del último grupo de bandidos importante, Jaime había tenido otro sueño. Estaba otra vez en el campo de los bandidos. Pero súbitamente la tierra había cedido y Jaime había sido tragado por ella. Se había encontrado en una enorme caverna, donde también había una estatua de piedra alta y poderosa.
Una voz le había avisado que ese orgullo no era merecido. Aunque era un depredador, todo su ser era prestado. De la misma forma que estaba hecho, así podía ser roto.
Una daga había salido disparada hacia la estatua, y la había atravesado. Jaime había sentido el equivalente al dolor si él hubiera estado en el lugar de la estatua. Y mientras sangre salía de su cuerpo por heridas invisibles, Jaime había lanzado un alarido de dolor.
Se había despertado con un escalofrío.
Finalmente habían llegado hasta la mina del Trono de Hierro, protegido por una fortaleza. Habían logrado introducirse en la fortaleza sin ser vistos, y luego habían atacado con gran energía sorprendiendo a los defensores. Tras tres horas de combate, la fortaleza había quedado destruida, los esclavos liberados y la mina inundada.
Habían encontrado mucha información en los documentos encontrados entre las ruinas. Parecían hablar de una conspiración, para reunir todo el hierro posible, para así aparecen ante la Puerta de Baldur como salvadores. Aparentemente, Sarevok planeaba así conseguir favores políticos y lograr vender el hierro por precios exorbitantes. Después de eso lograría llegar a convertirse en Dictador en la Puerta de Baldur y extender su poder. Un plan diabólico.
Sin embargo, Jaime sospechaba que había algo más en todo ese asunto. Lo podía sentir, casi tocar con las manos. Una sensación que le penetraba en la mente, y no le dejaba en paz.
Había tenido un sueño esa noche. Un sueño de sangre. No sangre de la espada, o sangre en sus manos, sino un río de sangre, que atravesaba todos los Reinos, derribando todo aquello que se le ponía en miedo. Bosques y ciudades caían ante ese torrente de sangre. Un océano que amenazaba con arrasar el mundo y caer al vacío
Esa sangre era poderosa, una masiva fuerza de poder, un monstruo que no podía ser detenido. Pero no era una fuerza uniforme. Había corrientes, remolinos y mareas. Había bolsas de calma donde se podía respirar, y violentos torbellinos que amenazan con la destrucción total. Era una invencible fuerza, que no estaba dirigida, le faltaba una fuerza para conducirlo, una voluntad para decidir el camino.
Jaime había usado toda su voluntad para reconducir la sangre hacia donde él quería. Para evitar la destrucción absoluta. La fuerza de la sangre era omnipotente, pero mucho más era su propia voluntad. Mientras enfrentaba su voluntad, Jaime había sabido que todavía había opciones abiertas, elecciones que había que hacer. La determinación era lo que Jaime necesitaba para sobrevivir
Había despertado sudoroso y cansado, sin entender el sueño. Aunque había sentido al mismo tiempo dentro de sí una extraña rabia y una extraña calma por esa voluntad de controlar su vida en el sueño. Como si hubiera dos personas dentro de él. Su parte normal, la que estaba en control, y una parte oscura.
Jaheira y Khalid habían interrumpido la misión, y habían dicho que ciertos... conocidos les habían pedido un favor importantísimo. Debían rescatar una reliquia, porque un grupo maligno planeaba usarlo con fines maléficos. No habían querido decir más
Aunque ese secretismo era preocupante, Jaime no podía negarse a una petición de sus amigos que le habían ayudado tanto. Esa misión había sido la más difícil hasta ese momento.
Habían penetrado en una torre, para recuperar una daga. La torre había sido construida por un valeroso enano llamado Durlag. El héroe se había vuelto loco cuando dopplegangers, seres con la habilidad de adoptar cualquier forma habían matado y reemplazado a su familia.
Durlag había tenido que matar a monstruos con las imágenes de las personas que él amaba. Después de eso se había encerrado en la Torre hasta morir.
La misma torre parecía un ser inteligente, que seguía los deseos del enano enloquecido y ya muerto de acabar con todos los aventureros que penetrasen en la torre. Hasta habían tenido que jugar a una maligna partida de ajedrez, con ellos de piezas.
Después de largas pruebas, llegaron hasta el dueño del juego. La torre estaba en manos de un caballero demonio, que usaba un espejo mágico, para reflejar todos los aventureros, creando copias malignas para así acabar con ellos.
Sin embargo, por alguna razón, cuando el espejo se había reflejado en Jaime, se había partido en mil pedazos. El demonio no sabía lo que había pasado, pero había sido presa fácil del equipo. Jaime había quedado realmente preocupado. Y no necesitaba sentir las miradas de Khalid y Jaheira clavadas en su espalda para saber que había algo extraño en él. Sólo con sentir los pensamientos que le venían sin previo aviso hubiera tenido suficiente. A veces cuando veía a sus amigos, tenía violentos impulsos. Coger su arma y matarlos a todos. A todos...
Habían recuperado la daga, pero ésta había sido robada por un diabólico culto. Un bardo, amigo de Jaheira y Khalid, les había explicado que dentro de esa daga había un poderoso ser: Un tana'ri, un demonio de otro plano, capturado por el mismísimo Durlag. El culto planeaba resucitar al ser, y liberar toda su maldad sobre la tierra.
El equipo había atacado al culto, y se había enfrentado al tana'ri, que cogía su poder de los fanáticos del culto. Mientras Jaime, Minsc y Jaheira se enfrentaban al demonio, el resto del equipo había acabado con los cultistas. Luego se habían concentrado en el tana'ri, acabando con su poder.
Jaime había seguido extrañándose de su propio cuerpo. La rabia no le atacaba en medio del combate, porque entonces el entrenamiento de Kensai actuaba. Pero cuando no estaba en la lucha, a veces tenía pensamientos extraños de muerte y destrucción. Una parte de él quería matar a todos sus amigos. No tenía sentido, pero era así.
La destrucción del espejo le había llenado de miedo, porque no sabía que imagen iba a ser su opuesta.
El equipo subió al Norte. A Candelero. Los guardias habían dejado pasar al antiguo hijo adoptivo de Gorion. Siguiendo las pistas de Gorion, habían estado investigando lo que había pasado con Baal, y su relación con Jaime.
Habían encontrado a unos monjes, que habían estado comentando acerca de, Jaime cuando no era más que un pequeño niño. No dejaba de gritar y de llorar todo el día, y andaba desnudo por todos los tejados de la fortaleza. Imoen se había reído de Jaime y Jaheira le había tratado con gran burlona deferencia.
Pero las risas habían cesado cuando empezaron a encontrar datos acerca de Jaime y de Gorion. Lo que habían encontrado, había llenado de preocupación a todo el equipo, excepto a los dos arpistas que parecían estar debatiéndose entre dudas.
Las anotaciones de Gorion, basadas en las profecías de Alaundo, parecían indicar que Gorion había llegado a la conclusión que Baal ya había predicho su propia muerte años antes que pasara. Había tomado medidas para asegurar su resurrección. Al saber los planes de sus antiguos compañeros humanos contra Ao, unos años antes había caminado por la tierra. Había dejado a su paso unos descendientes mortales, proclives a conquistar y gobernar. Esa progenie mortal estaba destinada el caos a la Tierra, y provocar su reencarnación.
De acuerdo con Gorion, el plan no era que fueran sus sucesores, sino la base para su renacimiento. Los héroes se alzarían para combatir a esos tiranos, cuya maldad iría a parar a su padre cuando les llegara la muerte. Un plan de muerte. Una maldición para la progenie del Dios...
Jaime llegó finalmente a su habitación. Se tumbó en la cama durante unos minutos, pero era inútil. El sueño no venía. Quizá podría unirse a Dynaheir y pasear a la luz de la luna por las murallas de la puerta de Baldur.
Jaime sonrió mientras recordaba todas las quejas de su amiga sobre su incapacidad de dormir. Dynaheir tenía mucha suerte. Ella no dormía. No tenía pesadillas. Y la pesadilla más larga de toda su vida había sido cuando había leído del puño y letra de Gorion la horrible verdad de quien era él realmente...
En Candelero, el equipo había encontrado unas breves anotaciones de Gorion, que confirmaban lo que Jaime había estado sospechando y temiendo al mismo tiempo. Su pasado era casi tan incierto como su futuro. Todo aquello que parecía ser un hecho se mostraba ahora como un producto de la fantasía. Y al revés también era cierto.
Por improbable que pudiera parecer, la sangre de una deidad corría por sus venas. Jaime también era hijo de Baal, como lo era su hermano Sarevok. Él era el hijo del Asesino, del Dios de los Asesinatos. Tenía sangre divina corriéndole por sus venas. Tenía el mal en su interior, escondido y oculto, pero siempre presente. Jaime entendió bruscamente todo lo que le estaba pasando. Y las pistas, pensamientos e insinuaciones que había recibido. También había entendido los sueños.
Khalid y Jaheira habían confirmado las palabras escritas de Gorion. Confesaron que ellos eran en realidad miembros de los Arpistas, una organización que buscaba el equilibrio en el mundo. Gorion había estado cuidando a Jaime para que su sangre no le dominara. No se lo habían dicho porque habían tenido miedo de su reacción.
Tiax se había ido inmediatamente del equipo, asustado de estar luchando al lado del hijo de Baal, el Dios el cual Cyric había derrotado en una épica contienda.
Jaime había leído más anotaciones de Alaundo, el mítico profeta, las cuales abundaban en la gran biblioteca de Candelero.
Alaundo decía que los hijos de Baal, algunos heroicos, otros diabólicos, pero todos portadores del caos, llegarían a recibir su herencia a través de muerte y sangre. Su padre esperaba que sólo uno quedara vivo, para heredar su herencia. Los niños de Baal se matarían en una espantosa masacre. Uno de ellos se elevaría por encima de los demás. Reuniría todas las esencias para decidir sobre el legado de su padre. Ese heredero determinaría la historia de la costa de la Espada por los siglos...
En ese momento todo el equipo había sido arrestado por los guardias de Candelero. Estaban acusados de asesinar a varios monjes, así como a varios invitados. Y había bastantes testigos.
Jaime pidió a sus compañeros que no pelearan. Solucionarían ese malentendido... de una forma u otra.
Les habían encerrado en las catacumbas de Candelero, en los lugares que Jaime e Imoen conocían como la palma de su mano por haber jugado por esos pasadizos por años.
Habían escapado de allí con facilidad. Estaba claro que les habían tendido una trampa. Imoen había dicho que debían volver a entrar en Candelero. Tenían que descubrir que era lo que estaba pasando. Jaheira había avisado que era demasiado peligroso, pero Jaime había contestado agriamente que era curioso que diera consejos, cuando habían sabido desde el principio que tenía sangre divina corriendo por sus venas, y nunca habían tenido la "delicadeza" de decírselo
Habían vuelto a entrar en Candelero en secreto, y habían descubierto que numerosos monjes habían sido suplantados por dopplegangers. Tras un mortal juego del gato y del ratón, acabaron co todos los dopplegangers sin matar a un solo monje.
La clave, de acuerdo con un humano que estaba dirigiendo la infiltración, como siempre estaba en el Trono de Hierro. En el Trono de Hierro y en su líder, Sarevok, aparentemente decidido a provocar una guerra.
Asustado por las consecuencias de su descubrimiento, pero decidido a ayudar a evitar una guerra para evitar sufrimientos a las gentes de la región, Jaime, seguido del resto del equipo, se había dirigido a la Puerta de Baldur.
Jaime estaba confuso, actuando como una especie de zombi, y su confusión había debilitado la cohesión del equipo.
Jaheira había tratado muy severamente a Jaime, exigiéndole que aceptara sus responsabilidades como líder del equipo. La seguridad de todos dependía en gran parte del líder. Sin embargo, Jaime había sido incapaz. Incapaz no sólo de seguir siendo el líder, sino de preocuparse de cualquier cosa.
Jaheira había asumido el liderazgo. Pero no tenía el carisma de Jaime. Su actitud mandona y prepotente sólo había dado aumentado los problemas.
Edwin había dicho que no le gustaba comportarse de forma tan honorable, y se había marchado. Xzar y Montaron habían tenido miedo. También se habían ido, con la excusa que no querían relacionarse con Arpistas, porque en realidad trabajaban para los Zhentarim. Ajantis quería quedarse, pero le habían llamado de la Orden del Muy Sagrado Corazón para que fuera al sur. Eldoth y Skie se habían ido porque en la Puerta de Baldur estaba el padre de Skie, que desaprobaba su relación. Coran y Safana también se habían enamorado y abandonado el equipo. Jaheira había comentado mordazmente que esa relación duraría hasta que Safana se encontrara con otro varón, fuera de la raza que fuera.
Faldorn y Jaheira habían tenido una violenta discusión, que había estado a punto de llegar a las manos sobre las soluciones que se podía dar a los ataques contra la naturaleza. Finalmente Faldorn se había ido.
Kagain había aceptado una suculenta oferta de Sarevok, e había intentado matar a Jaime. Había fracasado y pagado su fracaso con la vida.
Pero había sido cuando unos asesinos enviados por la diosa Lolth habían atacado a Viconia, su amante, cuando finalmente Jaime había despertado de su letargo, y retomado el liderazgo del reducido equipo. Había dicho que aunque tuviera la sangre de Baal en su interior, seguía controlando su propia vida. No iba a dejar que la sangre de Baal le venciera y le dominara.
Sin embargo Viconia se había despedido Ella había explicado que era un peligro para el equipo. La diosa drow Lolth quería su sangre, porque era una drow renegada. Tarde o temprano moriría. Pero al estar allí ponía en peligro también a Jaime, la persona por la que más se preocupaba.
Jaime no había podido retenerla.
El reducido equipo de valientes, había entrado en la Puerta de Baldur. Allí se habían encontrado con que la conspiración era aún mayor de lo que pensaban. Había numerosos generales y nobles que querían nombrar al influyente Sarevok noble de la ciudad, y Defensor de la Puerta de Baldur. Jaime había entendido. Si Sarevok se hacía con el control del ejército, no habría nadie capaz de detenerlo.
Se habían encontrado encontraron con Elminster, que le había dado unos cuantos consejos, y personas a las cuales recurrir. Habían charlado de Gorion, y Elminster había hablado sobre sus aventuras como Arpista, hasta que Gorion había decidido instalarse con Jaime. Había decidido que una infancia segura y estable prepararía a Jaime mejor para la dura vida que le esperaba. Jaime tenía una mala sangre en su interior. Esa sangre no se iba a rendir sin luchar. Todo el mundo tenía una parte oscura, lo importante era la fuerza que se le permitía que tuviera.
Habían contactado con los Siete Soles y la Liga Mercante, organizaciones comerciales con intereses opuestos al Trono de Hierro, y que quizá podían ayudarles contra Sarevok. Pero habían descubierto que sus líderes habían estado extrañamente quietos mientras el Trono de Hierro conseguía apoderarse de todo el comercio de la ciudad. Incluso, en secreto habían estado ayudando a Sarevok a llegar al control. Todo el comercio de hierro estaba ya en manos del Trono de Hierro, y los beneficios estaban siendo empleados por el misterioso Sarevok para sus planes de poder. Además, tras la muerte del Gran Duque Eltan, uno de los cuatro puestos de Gran Duque había quedado vacante. Se rumoreaba que Sarevok tenía todas las papeletas para ser nombrado uno de los cuatro Grandes Duques de la Puerta de Baldur, y así, el máximo poder de la ciudad.
Un adivino había dicho a Jaime que él era una luz que entraba en la oscuridad, un buscador de la verdad. Sabía el miedo que le devoraba, el miedo a convertirse en algo que no podría dominar. Pronto tendría que buscar por la oscuridad para encontrar la luz. Era un Dios hecho de hierro, pero la tormenta se abatiría sobre él, y le rompería en mil pedazos. Su muerte había sido planeada por los dioses. Cuando Jaime había preguntado por Sarevok, el adivino había predicho que le había encontrado ya una vez, y le encontraría cinco veces antes del final.
Habían visitado el cuartel general del Trono de Hierro. Un guardia había murmurado que todos los líderes que visitaban ese edificio, al salir parecían iguales, pero al mismo tiempo eran distintos...
También habían encontrado a Tamoko, una asesina de Kara-Tur enamorada de Sarevok, que les había hablado de sus planes.
Sarevok había descubierto que tenía sangre de Dios corriendo por sus venas, y había aceptado con alegría su oscuro origen, decidido a sacarle provecho para convertirse en el nuevo Señor de los Asesinatos. Su plan era llevar la guerra y el caos a toda la región, causando gran mortandad. Provocaría una guerra de sacrificios que probara que era un digno sucesor al trono de su padre.
Tamoko quería que destruyeran sus planes, y le derrotaran totalmente, pero no le mataran. Ella le ayudaría a vivir la vida como una persona, no como el Dios que él creía ser. Jaime había contestado que Sarevok había matado a su padre. Quería era venganza
Tamoko lo había mirado con tristeza. Había dicho a Jaime que como él, Sarevok, había sentido la llamada del poder. La llamada de la rabia. La llamada de su parte oscura. La llamada de su sangre. Le había hablado, y le había ofrecido poder. Sarevok, un huérfano que había vivido en las calles hasta ser adoptado por su padre a los catorce años debido a su habilidad como guerrero. Para él, la promesa de poder absoluto y venganza había sido demasiado tentadora. Se había dejado convencer, y se había unido a su parte oscura.
Sin embargo, Jaime había resistido gracias en gran parte a la ayuda de Gorion y su recuerdo. Sarevok nunca había tenido a nadie, y había aceptado el poder que se le ofrecía. Merecía una redención, como lo merecería él mismo, si alguna vez decidía seguir el camino de Sarevok.
Jaime había contemplado a Tamoko, la mujer que se había enamorado de un monstruo, y que había estado dispuesta a dar su vida por su redención. Había prometido intentar no matarle. Jaheira se había sorprendido de esa salida, pero Jaime había contestado que Tamoko tenía razón. En el fondo, Sarevok era su misma imagen, sólo ligerísimamente distorsionada.
Habían ido a ver al General del ejército del Puño Llameante, recomendados por Elminster. Habían trazado un plan para arrestar a Sarevok. Pero entonces por alguna razón, el General les había detenido. Así se probó que la traición había hecho mella en el equipo desde el primero momento. Shar-Teel les había traicionado, delatándolos a Sarevok. Rodeados y sorprendidos, el equipo no había sido capaz de ofrecer resistencia. Xan, el único que se había resistido, había sido asesinado por su antigua compañera.
Habían logrado escapar de las prisiones y del verdugo, gracias a la ayuda de un enano, Neb, sentenciado a morir por asesino de niños.
Pero pronto descubrieron que en realidad esa liberación había sido una trampa de Sarevok para acabar con ellos rápidamente y sin juicios.
Sarevok había trazado un plan para acabar con ellos tanto física como mentalmente. Formas idénticas a antiguos conocidos y amigos de la Puerta de Baldur se habían abalanzado sobre el equipo. Habían tenido que luchar y matar para sobrevivir. Al morir, los cadáveres desaparecían. No entendían que estaba pasando allí.
Finalmente, había aparecido Gorion, quien le había dicho que en realidad no había muerto frente a Sarevok. Había quedado en animación suspendida hasta que Elminster le había devuelto a la vida. Jaime, deseoso de aceptar cualquier explicación había confiado en él, y caído en la trampa. Varias docenas de monstruos les habían rodeado en silencio.
Pero Jaime había notado algo extraño en Gorion. Un brillo vacío. Un brillo vacío casi imperceptible, pero que sólo estaba en los ojos de los muertos. Había reaccionado a tiempo, avisando a los compañeros y logrando todos esquivar las flechas.
Después se habían visto asaltados por enemigos, pero el equipo había luchado con la tranquilidad que daba saber que no estaban luchando contra amigos. Estaban en medio de una trampa, solo eso. Habían escapado con vida.
El equipo se había introducido en el edificio del Trono de Hierro. Jaime había estado furioso. Su rabia oculta le había vuelto a dominar. Si la única forma que tenían de arreglar todo eso, era aniquilar a todo el Trono de Hierro soldado por soldado, así lo haría. El resto del equipo desaprobaba una opción tan violenta, pero habían seguido a su líder. Se habían encontrado con todo el mundo huyendo del edificio
Un líder menor del Trono de Hierro se había reído cuando Jaime le había avisado que estaban allí para acabar con ellos. Había reído porque Sarevok ya se había encargado de ello. Desde que se había hecho con el poder supremo en la organización regional del Trono de Hierro, Sarevok había estado usando todos los recursos de la organización para su propio interés. Toda la organización había quedado finalmente confusa y desorganizada, porque a Sarevok no le importaba nada el Trono de Hierro. Los había usado para sus propios intereses, y los había descartado una vez que le había sacado toda su savia. Lo más probable era que persiguiera a la organización una vez que consiguiera el poder para demostrar a la población quien mandaba allí.
Sarevok había estado consiguiendo mucho apoyo entre la gente y los nobles, porque estaba pidiendo la guerra contra Amn. Había creado todo el caos que había podido, y finalmente había buscado la guerra. Aparentemente, lo único que buscaba era un baño de sangre. Y la gente lo creía, porque ofrecía estabilidad, y parecía ser capaz de darla. Eso era más que cualquier otro les había podido ofrecer.
Tras vencer a una poderosa hechicera que planeaba traicionar a Sarevok por sus propios intereses, habían hallado un diario de Sarevok, en el que decía que había leído una profecía de Alaundo. "Las muertes que los hijos de Baal traerán despertarán al padre". Había entendido que eso quería decir que cuantas más muertes provocaran los hijos de Baal, más rápidamente despertaría Baal. Planeaba convertirse en el Señor del Asesinato, y para ello había decidido demostrar que la muerte había sido su verdadera naturaleza. Provocaría grandes guerras y exterminios con ese fin.
El equipo había ido al cuartel general del ejército, y tras introducirse en los cuarteles, habían matado al general. Pero para su sorpresa, el general se había transformado en un doppleganger.
Lo habían entendido todo. Los nobles que apoyaban a Sarevok, y las extrañas actividades de la mayoría de los líderes de la ciudad. Todo había encajado. El astuto Sarevok, había estado eliminando opositores a su poder, y luego reemplazándolos por fieles dopplegangers, con el propósito final de conseguir todo el poder en la ciudad.
El equipo sabía que iba a haber una ceremonia en que Sarevok iba a ser nombrado Gran Duque y comandante en jefe del ejército, y donde el Consejo de La Puerta de Baldur iba a decidir si declaraban la guerra a Amn. De los cuatro Grandes Duques originales, uno estaba muerto, otro muy enfermo. Sólo quedaban dos obstáculos, dos grandes duques. Y Sarevok ya iba a ser nombrado Gran Duque. De acuerdo con el diario, las fuerzas de Sarevok iban a atacar y a matar a los dos Duques restantes. Después, Sarevok iba a anunciar que los atacantes eran agentes de Amn, y se iba a proclamar a sí mismo dictador de la ciudad. Con la mayor parte de los miembros del Consejo sustituidos por dopplegangers, su victoria estaba casi garantizada. Si Sarevok declaraba la guerra, ya nada podría detenerle.
Decididos a jugársela el todo por el todo, el equipo había esperado entre el público la ceremonia en que Sarevok iba a conseguir todo el poder. Habían tenido que aguantar el grito unánime de sorpresa cuando habían visto por primera vez a Sarevok sin casco. Su parecido con Jaime era impresionante. Sarevok era calvo, tenía la tez mucho más morena, era más musculoso, y una delgada cicatriz le cruzaba toda la parte izquierda de la cara, incluyendo el ojo izquierdo. Pero aparte de eso su parecido era extraordinario.
Finalmente el sorprendido equipo había reaccionado. No había tiempo que perder. Habían atacado.
Todos los dopplegangers de la multitud, de la guardia y del Consejo, al verse descubiertos, se habían metamorfoseado en su verdadera forma, y habían atacado. Mientras los verdaderos nobles huían de la sala, los guardias fieles y el equipo se habían enfrentado contra los dopplegangers y Sarevok. El combate había sido feroz, y se había extendido por todo el palacio ducal e incluso por los alrededores. Los dopplegangers mezclados entre la multitud, habían atacado a los guardias de todo el distrito.
Todos los dopplegangers de la ciudad habían estado allí, y al principio, habían superado numéricamente claramente al equipo y a los guardias. Pero no peleaban solamente por el dominio de una ciudad. Se habían estado enfrentando por el futuro de los Hijos de Baal. Sarevok representaba todo el mal, mientras Jaime la esperanza de redención. Shar-Teel se había enfrentado contra Jaime, pero el odio que ésta tenía a los varones no había servido frente a la mayor habilidad de Jaime. Había caído frente a sus golpes y así Xan había quedado vengado. Pero había sido una batalla perdida. La inferioridad numérica era sencillamente excesiva.
Mientras Jaime se enfrentaba contra seis dopplegangers, Sarevok le había golpeado una estocada salvaje por detrás, que le había dejado más muerto que vivo. Jaime se había dado la vuelta, sangrando abundantemente, y había parado como podía los golpes de Sarevok. Pero había estado luchando por permanecer consciente. Habría muerto, sin no fuera porque sus compañeros y amigos, se habían lanzado sobre Sarevok, para alejarlo así de Jaime.
La ofensiva para salvar a su amigo y líder había sido valiente. Pero habían estado casi todos demasiado lejos. Toda la vida de Jaime hubiera acabado allí mismo, si no hubiera sido porque Branwen, la impetuosa clérigo, se había interpuesto con su propio cuerpo, su bastón roto en pedazos en una pelea anterior. Había muerto a manos de Sarevok. Jaime se había levantado caminando casi como un zombi, y había acabado en estado trance con todos los dopplegangers que le habían rodeado. Iba a por Sarevok...
Jaime suspiró al recordar a Branwen. Había sido una amiga fiel. Y había muerto por salvarle la vida. Por su culpa. Así había muerto demasiada gente, empezando por Gorion...
Pese a la resistencia del equipo, habían seguido estando en una tremenda inferioridad numérica. Habrían finalmente muerto todos, sino hubiera sido porque el ayudante del General del ejército, tras haber confirmado la existencia de la conspiración, había acudido con sus tropas. La batalla se había inclinado de forma decisiva sobre el lado del equipo de Jaime.
Al verse en inferioridad numérica, Sarevok había escapado. Imoen había usado el ungüento que Musashi le había dado hacía ya tanto tiempo, y Jaime había vuelto de las brumas de la muerte. Jaime y los demás habían cogido las armas más valiosas de los guerreros caídos, y las habían puesto encima del cadáver de la druida. Jaheira había cantado una oración y rezado para que se uniera a la tierra. Habían entregado el diario de Sarevok a las autoridades, para destrozar definitivamente el poder del hermano maligno de Jaime. Después habían ido a por Sarevok.
Sarevok había ido a las profundidades. A un gran templo a Baal, donde buscaba reorganizar sus fuerzas. Jaime había sentido la rabia por los camaradas caídos dominarle. Aunque quizá esa rabia estaba mal, no había podido dominarla. La otra cara del espejo había estado nutriéndose de esa misma sangre de los camaradas caídos para vencerle.
Un poderoso mago se les había aparecido. Se había presentado como Winski. Había servido durante mucho tiempo al sádico de Rieltar, el padre adoptivo de Sarevok. Después había visto la mancha dentro de Sarevok y se lo había dicho. Había trabajado durante mucho tiempo para lograr que su nombre fuera reconocido como el arquitecto que había llevado Sarevok a convertirse en Dios. Sabía que al final, el mal y el caos dominarían los hijos de Baal.
Jaime había saltado sobre el mago, mientras éste le esperaba con los brazos abiertos. Winski había esperado recibir el golpe mortal de otro de los hijos de Baal, y así probar su naturaleza. Jaime había sentido su naturaleza oculta intentar manifestarse, para acabar con él, con Sarevok, y con todos aquellos que le habían intentado dominar, incluyendo sus compañeros.
Pero la visión de Imoen había interrumpido su ataque. Su hermana. Junto con ella había recordado a Gorion. Y a Candelero. Y a sus compañeros y amigos. Jaime se había enfrentado con su rabia, y tras una dura batalla, la había dominado. Había dicho que iba a vencer a Sarevok, pero no iba a matarle. El mago había dicho que Jaime había elegido un camino distinto al de Sarevok¿Importaría algo al final?
También se habían encontrado con Tamoko. Les había avisado que Sarevok sabía su traición. Le había ordenado que se enfrentara al equipo, y que muriera contra ellos. Les iba a decir la verdad. Había sido ella quien había seguido a Gorion y a Jaime cuando habían salido de Candelero. Había sido ella quien había conducido a Sarevok contra ellos. Ella era también responsable de la muerte de Gorion
Jaime había sentido una vez más toda la rabia de su sangre atacarle. El dolor por la muerte de Gorion le había explotado desde el interior. Se había acercado sobre Tamoko con las espadas desenvainadas. En esos momentos, Jaime había sido el monstruo que todo el mundo decía que era. El kobold del cual todos se burlaban. El ogro al cual los niños temían. El dragón que quemaba ciudades. El populacho se le echaba encima, con odio, insultos y antorchas. La parte oscura había estado otra vez totalmente en control
Jaime había sentido una voz hablándole. Le había hablado de destino y de naturaleza, y del mal que había en su carne. La muerte y el asesinato corrían por su corazón. Si lo aceptara, conseguiría poder. La esencia de Baal en su interior no podía ser ignorada.
Jaime no la había ignorado. Pero tampoco la había aceptado. Se había enfrentado a ella con todas sus fuerzas. Con toda su energía. Con toda su propia esencia. Se había enfrentado a la sangre que corría con sus venas. Aunque había nacido del mal, se había rehecho a su propia imagen.
Las voces habían continuado hablando, pero al intentar penetrar en sus dudas, se habían dado cuenta que Jaime no tenía ninguna. Entonces habían reído. Había dicho que habría otros que escucharían, otros que aceptarían su naturaleza, y que provocarían su muerte. Se habían ido...
Jaime había abierto los ojos. Su espíritu y su corazón en calma. Había dicho a Tamoko que no iba a matarla. Si quería matarse, no le hacía falta su ayuda. Tamoko había dicho que aparentemente había algo más que la sangre lo que le hacía ser como era. Ojalá Sarevok lo hubiera entendido. Pero era tarde...
Les había deseado suerte, y se había ido. Jaime también había llorado, al pensar que Sarevok había perdido quizá la última posibilidad de redención que le quedaba.
Allí se habían encontrado para la batalla final. Jaime, Jaheira, Khalid, Imoen, Minsc y Dynaheir, contra Sarevok y su numerosa guardia de honor, incluyendo a Tazok. Sarevok había reído. No le importaba haber perdido la Puerta de Baldur. Si lograba acabar con Jaime, estaría más cerca de su objetivo de ser el último hijo de Baal. Había matado con mucha facilidad a Gorion. Había sentido mucho placer quitándole la vida con sus propias manos.
La rabia había atacado otra vez, usando las palabras de Sarevok como ariete. Pero esa vez Jaime había estado perfectamente sereno. El examen había sido contra Tamoko. Había sido capaz de controlarse sin problemas.
Jaime había rogado a Sarevok que no se enfrentara a él. Debía enfrentarse al mal de su interior. Sarevok había reído. Aunque Baal estuviera muerto, sus poderes seguían allí, solo esperando a alguien con la voluntad para cogerlos. Jaime era débil por rechazar su poder. El había aceptado y el poder y lo estaba usando. Todo iba a acabar allí, de un modo u otro.
En un épico combate, mientras los guerreros de Sarevok se habían enfrentado a los compañeros de Jaime, Sarevok y Jaime se habían enfrentado el uno contra el otro, en una batalla que había durado horas. La Espada de Sarevok, la legendaria Espada del Caos contra las dos espadas de Jaime. La enorme y voluminosa armadura de Sarevok frente al pecho desnudo de Jaime. La fuerza bruta estaba del lado de Sarevok. La agilidad del lado de Jaime.
Al final, había sido Jaime quien había dado muerte al aprendiz de Dios. Sarevok se había tambaleado, herido de muerte. Había reído. Había dicho que no temía la muerte ¿Temía Jaime la muerte?
Había caído al suelo. Su piel, sus huesos, sus músculos, sus órganos... todo su cuerpo se había disuelto ante los ojos de Jaime. Su corrupción y su esencia habían vuelto a Baal.
Jaime había cogido el medallón de Baal, que todavía colgaba de su cuello, y lo había tirado al suelo, renunciando así a todas las ventajas, sugerencias y deseos que su linaje le concedían.
Aquello había sido una especie de victoria...
En fin, dado que acabo de recibir un review, no tengo más remedio que continuar la historia que tenía casi olvidada. Un saludo desde España a la amable persona que me envió ese review ;)
