Capítulo IV: Captura

Dentro de su crueldad, el plan de mi enemigo era tan perfecto que escapaba a mi percepción. Desde entonces aprendí que cuando planeas el movimiento del enemigo, no hay que considerar tu propia moralidad. No hay que considerar ninguna moralidad

Jaime. Crónicas de los Engendros de Baal

Jaime examinó a sus amigos. Estaban en el lujoso palacio ducal, huésped de honor del Gran Duque de la Puerta de Baldur. Eran tratados como héroes por la gente de Baldur. La Puerta de Baldur debería ser un lugar seguro y tranquilo para ellos.

Pero había rumores. Había gente que se había preguntado acerca de su misterioso salvador, y había hecho investigaciones. Se preguntaban la razón de la obsesión de Sarevok por Jaime, cuando éste último había estado toda su vida en Candelero.

Todavía nadie sabía la verdad. Por lo menos no el pueblo. Pero Jaime sabía que muy pronto, aquellas personas con auténtico poder e información, se acercarían a la verdad. Elminster y los Arpistas ya lo sabían. Los Arpistas le espiaban, y hasta Elminster no sabía seguro el curso a tomar. Y los rumores se expandirían, y eventualmente, la verdad sería descubierta.

Ahora se enfrentaba a un futuro incierto. Siendo un hijo del Asesino, su linaje hacía que los ignorantes tendieran a temerle, y que los faltos de escrúpulos trataran de sacarle provecho. Además, la esencia de Baal permanecía en su interior, lista para salir a la luz aprovechando sus momentos de mayor debilidad. ¿A qué había de temer más? ¿A perder la vida y avivar el fuego que provocaría la resurrección de Baal o a perder la voluntad y transformarse en él, en el auténtico hijo de Baal, y recobrar el puesto que había sido suyo?

Jaime se sacudió la cabeza. Era inútil pensar en esos términos. Lo que necesitaba ahora era acción. Había estado en La Puerta de Baldur entre algodones todo el invierno. Pero la ciudad se estaba volviendo una brillante jaula de oro. Esa semana ya habían estado en dos celebraciones más. Aparentemente todas las casas nobles de la Puerta de Baldur les habían elegido como la excusa perfecta para fiestas, ceremonias de agradecimiento y demás celebraciones. Dynaheir e Imoen podían estar encantadas, pero Jaheira se estaba volviendo loca. Khalid y Minsc no opinaban, pero habían dicho que estaban listos para salir cuando los demás lo estuvieran. Y las pesadillas estaban empeorando. Tenía que salir de allí, a encontrar su destino. A formar su propio destino.

Había estado leyendo, buscando información. Había leído que a la muerte del hijo de un Dios, su esencia volvía a él. Por eso Sarevok se había disuelto ante sus ojos. Mientras había algunos podían esperar algún tipo de vida después de la muerte, él sólo podía esperar unirse a la nada de su padre. Por eso tenía que vivir la vida al máximo.

Había habido noticias preocupantes. Rumores que circulaban entre las salas de palacio, y que estaban relacionadas con Jaime. Con Jaime y con la muerte.

Se había encontrado el cuerpo de Alora horriblemente destrozado, todo menos la cara que estaba intacta. Como si se quisiera que la gente supiera quien era la víctima. Al principio se había creído que había sido por alguna de sus víctimas que se había enfadado. Pero nuevos acontecimientos habían puesto en duda esa teoría. Eldoth había sido muerto por un misterioso ataque de encapuchados. Skie había sobrevivido por los pelos. Pero de vuelta en la Puerta de Baldur, tras informar de su muerte al equipo, se había ido apagando hasta morir por causas naturales, en todo lo natural que era el amor.

También Edwin estaba desaparecido. Aparentemente había muerto bajo el ataque de unos vampiros. Junto con él habían muerto casi un centenar de Hechiceros Rubís de Thay, que le estaban juzgando por no haber matado a Dynaheir, como le habían ordenado. Minsc se enfureció por ese hecho. Jaime meditó que esa muerte era demasiado espectacular. Hecha sin duda para que llegara a los oídos de mucha gente, incluidos los suyos. Quizá esa matanza había sido por más cosas que problemas políticos de los Hechiceros Rubís de Thay

Pero había sido la confirmación de la muerte de Yeslick lo que le había decidido finalmente a actuar. Toda la familia de Yeslick, y Yeslick mismo, había muerto por un ataque de misteriosos desconocidos. Lo extraño era que el ataque no había sido por saquear, porque apenas habían tocado los bienes. Yeslick acababa de estar fuera tres semanas fuera para ver al equipo, y sólo a su llegada, habían atacado los desconocidos. Luego se había descubierto que los misteriosos atacantes habían estado preguntando por la casa del enano, expresamente interesados en Yeslick.

Estaba claro que todos los amigos y ex-compañeros de Jaime estaban muriendo como moscas. Podía ser una coincidencia, y podía ser que no.

Tras consultarlo con sus amigos, Jaime decidió ir a Candelero. Buscando notas de Gorion. O si no, esperando que alguno de los misteriosos amigos de Gorion acudiera a darle consejo. Por otro lado, eso haría que la atención de la gente de Baldur en ellos, se redujese. Y los misteriosos atacantes, si realmente existían, tendrían que buscarlos, con lo que su atención se distraería sobre sus antiguos camaradas. Candelero era un lugar muy apartado, que podía esconder cosas poderosas. Esa era la razón que Gorion lo hubiese escogido para él

A sus compañeros, les señaló la situación. Les recomendó que siguieran por su camino, porque su herencia podía ser mala compañera. Les explicó todo acerca de sus ataques de rabia, cuando la sangre de Baal reclamaba su cuerpo, y él tenía que oponer a ella toda su calma y concentración. Hasta ahora siempre lo había logrado, pero los ataques de rabia cada vez le atacaban con mayor inteligencia y fiereza. Además, su parte oscura estaba usando otros métodos para romper sus defensas. Incluido la preocupación por sus propios amigos. Era un peligro para todos, por eso debían partir si él y seguir su camino. Con tal que pensaran en él de forma cariñosa de vez en cuando estarían en paz.

Imoen señaló que ellos dos habían estado toda su vida juntos. No pensaba abandonarle cuando más necesitaba amigos. Jaheira, hablando como siempre por ella y por Khalid, indicó que ellos seguían con Jaime, no tanto como guardianes y para honrar la memoria de Gorion, sino como amigos. De esta forma habían hecho mucho bien a la tierra. Minsc gritó que juntos habían logrado épicas hazañas, y que iba a estar con él. Además Bubú le recomendaba que siguiera con él. Tenía que hacer lo que Bubú dijera. Dynaheir comentó que creía que ese camino era el correcto. Jaime era una persona justa, y un buen líder.

Jaime, con los ojos húmedos, abrazó a todos sus amigos a la vez. Los demás se sorprendieron al principio, pero luego también extendieron sus brazos alrededor de los demás. Un gran abrazo colectivo feliz. Fue uno de los momentos más felices de toda su vida.

El camino a Candelero era tranquilo, con hermosas flores saliendo en el camino, y con la primavera surgiendo en todo su esplendor. Quizá la misma hermosura del camino, fue lo que provocó su captura. No estuvieron lo suficientemente alerta.

Surgieron de las sombras, por la noche, cuando se preparaban para dormir. Antes de poder reaccionar, ya los tenían a todos encima. Usaban dardos con flor de loto, para dormirles. No hubo aviso previo. Intentaron luchar, y acabaron con varios de esos sicarios. Pero el ataque había estado bien planeado.

Con todos los demás caídos y casi dormidos, Dynaheir creó una barrera mágica, y los dardos rebotaron en ella. Entonces un Rayo surgió de uno de los atacantes, destrozando la barrera y fulminando la hechicera. Minsc gritó... antes de caer dormido también. La conciencia y el sueño se confundieron, y quedaron en el suelo, indefensos y a merced de los planes de sus captores.

Antes de caer dormido, Jaime tuvo una certeza. Supo que todas las muertes de sus amigos, habían sido realizadas por un enemigo impaciente, que había querido sacarles de la Puerta de Baldur, una ciudad donde contaban con el apoyo de la ciudadanía y de los nobles. El plan había sido llevarles a cielo abierto, para que fueran lo que habían sido. Una presa fácil.

Cuando Jaime despertó, estaba en una jaula, y seguía débil. Una sombra se le acercó. Su dueño era un varón, humano, o quizá elfo. Una máscara cubriéndole el rostro. Pero sus ojos crueles no le quitaban la vista de encima. Tenía pinta de hechicero.

Jaime se fijó que la máscara estaba cosida a la carne, pero se adaptaba de forma tan natural que parecía la cara real. Intentó hablar, pero las palabras no le salían de los labios.

El supuesto hechicero comentó que por fin el hijo de Baal había despertado. Jaime no pudo evitar que un escalofrío sacudiera su cuerpo. Lo sabía. Escalofrío que se repitió cuando su misterioso enemigo dijo que era hora de continuar los experimentos. Ante los ojos de Jaime, su captor creó una bola de fuego, y la lanzó hacia él. Jaime sintió el fuego devorarle, consumirle, y cayó inconsciente.

Abrió los ojos. Allí estaba otra vez el hechicero. Comentó que seguramente sobreviviría la siguiente descarga, y lanzó unos orbes, que impactaron de pleno a Jaime.

Abrió los ojos otra vez. Allí estaba otra vez su verdugo. El hechicero le contempló, como quien contempla un objeto de interés. Comentó que tenía mucho poder y potencial sin aprovechar. Lanzó otro Proyectil Necrófago, que le hizo tanto o más daño que nunca.

Sentía todo su cuerpo dolorido. Sus sentidos le decían que estaba a punto de morir, señal inequívoca que estaba despierto. Ya no podía recordar cuantas veces le había torturado. Su mente estaba drogada y confusa. Sacudió confuso la cabeza. El hechicero lo contempló, y dijo que no era consciente de su potencial. Jaime intentó concentrarse y relajarse, para intentar escapar de la jaula.

En ese instante, un gólem de arcilla se acercó, y avisó al hechicero que unos intrusos habían entrado en la instalación. El hechicero se enfureció. Gritó que no esperaba que atacaran tan pronto. Pero no habría ningún problema.

Lanzó un hechizo y desapareció. A los ojos de Jaime, llegaron ruidos de batalla, y pudo ver la puerta ser derribada, por un guerrero encapuchado. Pero hasta el confuso Jaime podía notar que el guerrero estaba herido, y que no movía uno de los brazos. Entonces un impacto le alcanzó por la espalda, y cayó al suelo, muerto.

Poco a poco, Jaime pudo sentir el cansancio de los ojos alcanzarle, y devolverle al sueño. Entonces oyó un ruido, y vio a Imoen abrir la puerta de su jaula.

Jaime aún estaba confuso, aunque el ver a su querida hermana le había reanimado bastante. Pero ante sus primeras palabras confusas, Imoen entendió. Dijo que a ella también le habían torturado, no físicamente, sino mentalmente. Pero no quería recordarlo. Tenía un dolor interior, como si tuviera una daga entre los huesos.

Pero ante la mirada de preocupación de Jaime, sonrió, y dijo que no se preocupara, de eso. Lo importante, era que había unos atacantes, y que había habido una batalla. Le habían dado tiempo suficiente para abrir la puerta de su jaula.

No dijo más, pero a los oídos de Jaime llegaron los sonidos de una batalla, aunque estaba demasiado débil para entender si eran sonidos cercanos o lejanos, y si eran de esos momentos, o sonidos de hacía algún tiempo.

Jaime salió vacilando de forma vacilante de la jaula, pero cayó al suelo, antes de que Imoen pudiera recogerle. Tambaleándose, Jaime fue guiado por Imoen a las jaulas de Minsc y Jaheira. Khalid y Dynaheir no estaban a la vista.

Ver la cabeza calva y pintada de Minsc fue un alivio para Jaime. Minsc estaba furioso. Furioso por haberse dejado coger, y furioso porque le habían dejado preso.

Mientras Imoen buscaba la forma de abrir, Jaime comentó que debía de serle estresante estar en una jaula tan pequeña. Minsc estuvo de acuerdo. Iban a llover porrazos a aquel que le había encerrado así.

Mientras Jaime contemplaba la jaula, preguntó dónde estaba Dynaheir. Entonces Minsc se puso a llorar como un niño. Lloró que el hechicero había matado a Dynaheir delante de sus ojos. Conseguiría venganza, porque había prometido protegerla, y había fracasado. Ahora su espíritu estaba en una jaula, una jaula, creada por su propio fracaso.

Imoen dijo que sentía muchísimo su pérdida. Minsc agradeció su compasión, pero no iba a llorar. Las lágrimas que fuera a llorar, serían por la furia de rectitud. Iba a hacer pagar al hechicero su maldad. Hasta los bardos iban a secar sus plumas al relatar sus hazañas.

Jaime cerró los ojos, y rezó una oración por el alma de Dynaheir, la hechicera a la cual Minsc había jurado lealtad.

Jaime examinó con cara de preocupación, la puerta de la cárcel de Minsc. Allí no había ninguna cerradura que usar, porque los barrotes estaban soldados. Cuando Jaime le preguntó, Minsc sonrió orgulloso, y dijo que sus enemigos le temían tanto, que habían cerrado así la puerta.

Cuando Jaime le recordó que no iban a poder abrir la puerta, Minsc sonrió confiado. Dijo que Jaime era un héroe. Sus viajes eran tema de leyenda. Sus victorias, temas de canciones. Los héroes nunca se rendían. Jaime no iba a desistir. Iba a ayudar a su amigo, e iba a abrir la puerta.

Jaime suspiró. Intentar razonar con Minsc es como intentar parar el océano. Intentó explicarle que tenía que dejarle allí, porque iba a buscar una palanca. Minsc se lo tomó mal. Gritó que el traidor Jaime iba a abandonarle.

Cogió dos de los barrotes, y empezó a hacer fuerza. Jaime intentó razonar con él, pero se calló cuando vio los barrotes doblándose ante la extraordinaria presión de los músculos de Minsc. Antes de que su cerebro registrara el peligro, Minsc había doblado los barrotes soldados, y se había lanzado sobre él cogiéndole del cuello como si fuera un muñeco.

Al principio Jaime intentó hablar, pero no pudo porque se estaba quedando rápidamente sin aire. Entonces Bubú hizo unos ruidillos, y Minsc dejó de hacer fuerza. Jaime se dejó caer en el suelo, más muerto que vivo.

Minsc se disculpó. Bubú se lo había explicado. Jaime le había estado enfureciendo, para que así lograra abrir sus barrotes.

Jaime, incapaz de hablar, hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Minsc lo cogió, y le dio un dulce abrazo, mientras decía que sus enemigos serían manchas bajo sus pies. Dulce según el estándar de Minsc, porque Jaime oyó crujir a más de una vértebra.

Jaime se dejó caer al suelo. Contempló al hámster, que le miraba fijamente. Podía no ser más que un estúpido animal, y Minsc no ser más que un loco. Pero por si acaso, no sería mala idea tener buenas relaciones con el hámster. Sólo por si acaso.

Minsc presumió que aunque otros exploradores prefirieran otros animales más fieros como lobos o osos, él prefería la sutilidad de su hámster. La unión de él y su hámster acabarían con todos los enemigos.

Imoen sonrió. Minsc tenía la virtud de elevar los espíritus, aún en las más difíciles situaciones.

Llegaron a la celda de Jaheira. Después de quejarse que estar con Jaime era cualquier cosa menos aburrido, y añadir que su verdadera herencia era la capacidad de atraer la aventura, exigió que le abriesen la puerta. Tenían que encontrar a Khalid y salir de allí. Después hablarían del fallo de Jaime por no prever un ataque sobre el equipo.

Jaime no pudo evitar sonreír. Si, Jaheira estaba bien.

Había una cerradura mágica. Una desesperada Jaheira, dijo que no podía estar en ese sitio donde no se podía ver la luz del sol. Tenían que buscar una forma de sacarla de allí.

Salieron de allí, y empezaron a caminar, buscando la llave de la puerta de Jaheira. Llegaron así hasta una puerta semiabierta. Cuando Imoen miró sigilosamente por la puerta, vio a un gólem de arcilla inmóvil.

Jaime pensó un plan. Había unas cuantas armas en la mesa, y él era el más ágil de todos. Podría fácilmente coger las armas y lanzarse al combate, mientras los demás, más lentos, recogían sus armas, y le ayudaban.

Pero Jaime estaba demasiado cansado, así que volvieron junto a Jaheira, y mientras todos hacían breves turnos de guardia, Jaime descansó en paz por una hora.

Ya recuperado, charlaron unos momentos, antes de ir a cumplir la misión. Imoen comentó que no podía creer que pudiera dormir en un sitio así. Jaime respondió que necesitaba descansar. Había estado demasiado cansado. Él era un guerrero, y los guerreros podían dormir en cualquier sitio. Imoen bromeó que entonces en la siguiente posada que encontraran, él podría dormir en el suelo mientras ella dormía en dos camas a la vez.

Imoen y Jaime bromearon cuando ambos recordaron su pasado, en Candelero. Lugares y tiempos más felices, antes que la vida dependiera de la habilidad con el arma.

Jaime contempló a Imoen. Su sonrisa y su forma divertida de ver la vida, siempre habían sido dos de las más normales características de Imoen, manteniéndola inmune a los dolores del mundo. Sin embargo, sospechaba que los horrores del lugar donde se encontraban y la dureza y oscuridad que se respiraba en la cárcel habían definitivamente cobrado un peaje

Jaheira también intervino en la conversación. Recordaba su juventud algo más movida que la de los otros. Había nacido en Tethyr, una región leal al régimen del Rey Alexander. Pero en la guerra civil, cuando el rey había sido asesinado, todos los nobles leales al Rey habían sido atacados por furiosas multitudes de plebeyos. Ella misma sólo había sobrevivido porque una sirviente la había rescatado de las llamas del castillo, y la había llevado a un enclave de druidas en el bosque de Tethyr. Era terrible que el mundo de una niña pudiera ser destruido de esa manera. Desde entonces, siempre había creído que el único modo de proteger la naturaleza era tener un activo rol en el mundo. Aunque últimamente ese peso en sus hombros había estado dejando su mente cansada.

Jaime la miró. Jaheira siempre había sido fuerte y resistente, la segunda del equipo por méritos propios y porque nadie había sido tan valiente, o loco, para oponerse a ella. Pero había sido la más afectada por la muerte de sus compañeros como Branwen. Había llorado amargamente su muerte, y sólo la ayuda de su marido la había sostenido. Después de eso, había una cierta mirada de duda en sus ojos, cuando hablaba de los sacrificios que había que hacer por el equilibrio...

Jaime cerró los ojos furioso. Por supuesto que el ver a amigos morir afectaba. Sólo a los monstruos o a los Dioses no les afectaban la pérdida de vidas en el equipo. Y él no era ni una cosa ni la otra. No era un monstruo ni un Dios. No era ningún Dios.

Imoen afirmó que no aguantaba más ese lugar. Estaba asustada. Aunque Gorion les había tratado igual, la verdad es que Jaime y ella eran distintos. Jaime era mucho más valiente. Jaime sonrió y avisó que lo que él siempre recordaba, era que en cualquier momento que hubiera necesitado ayuda, allí había estado ella. Imoen, dijo que era cierto. Pero ella había aprendido...

No dijo nada más Jaime, respetando su silencio, cambió de tema. Dijo que Gorion decía que había veces en que había que meterse de cabeza en los líos.

Imoen meditó en voz alta que pese a haber vivido tanto tiempo juntos, la verdad era que conocía muy poco de Gorion. Hasta Jaheira los conocía mejor que ellos dos. Jaheira reconoció que lo conocía poco. Lo único que tenían era amigos comunes. Imoen aventuró que debía ser un hechicero importante. En una ocasión el famoso mago Khelbern bastón-oscuro, uno de los más poderosos hechiceros del mundo, había ido a verle, y le había hablado como un igual... Ya estaba bien de hablar. Debían actuar pronto, porque quería salir de ese sitio.

Jaime estuvo de acuerdo. Se fueron hasta la puerta, y un ágil Jaime saltó sobre la mesa, cogió dos espadas largas, y atacó con todas sus fuerzas al Gólem, mientras los demás le seguían. Pero hubo dos sorpresas. La primera, era que todos los golpes de las espadas y demás armas, hacían poco daño en la sólida piel de arcilla del gólem. Por otro lado, El gólem no reaccionaba al verles. Le rompieron los brazos y ni aún así reaccionó.

Imoen les recordó que los Gólems sólo hacían lo que sus amos les pedían. Seguramente el hechicero que les había torturado no había dejado instrucciones. Quizá le podían sacar información.

Mientras Imoen registraba la habitación, buscando la llave para Jaheira, Jaime intentó inútilmente sacar algo de información al gólem. Pero era inútil. Lo único que decía, era que el amo no les había permitido salir, y que tenían que volver a las celdas. De lo contrario, el guardián iría a por ellos. No podía decir que era ese guardián, porque no podía hablar con prisioneros.

Jaime deseó tener sus viejas armas, y no esas estúpidas espadas largas. Pero dadas las circunstancias, tampoco podía quejarse demasiado. Tras desactivar unas trampas, Imoen encontró la llave, y lograron liberar a Jaheira.

Una vez armados y preparados, salieron al encuentro del guardián. Resultó ser una poderosa ofyugh mutante. Una especie de pulpo gigante. Quizá poderoso contra prisioneros asustados y débiles. Pero no era nada contra un poderoso equipo bien armado y preparado para el combate.

Intentaron salir de allí. Se encontraron con los restos de una gran batalla. Cuerpos de Memphits, una especie de vampiros mágicos, junto con numerosos cuerpos de encapuchados. Alrededor de veinte cadáveres en cada bando. Parecía que había habido una gran batalla, y los sonidos de fondo, decían que aún no habían terminado.

Jaime examinó los cadáveres. Todos los humanos llevaban grabado en el pecho una máscara de seda oscura atravesada por la hoja de un punzón. Conocía ese signo. Muchos asesinos que usaban ese signo, habían intentando conseguir la recompensa de Sarevok. Los Ladrones de las Sombras. Expertos asesinos y ladrones. Se había introducido en la organización en la Puerta de Baldur, para descubrir quien había ordenado su muerte, cuando aún casi no conocían nada de Sarevok. Pero la organización no lo sabía. No habían dado ninguna orden para acabar con Jaime. Los asesinos habían actuado por su propia iniciativa. Ya tranquilo, el equipo había acabado secretamente con la organización de La Puerta de Baldur, para así lograr una entrevista con el general de la guarnición de la ciudad. Su nombre no había trascendido.

Los asesinos tenían su cuartel general en Athkatla, la capital de Amn. En toda la región de Baldur apenas debían quedar Ladrones de las Sombras, y los que quedaban se tenían que esconder. La batalla, era una prueba que ya no estaban en la región de Baldur. Incluso quizá estaban en Amn, la zona donde ellos eran más fuertes, y donde podían reunir un ejército para cualquier propósito.

Se acercaron cuidadosamente. Aparentemente, los memphits habían ganado la batalla, y no le apetecía morir como ellos. Se encontraron con una extraña máquina, que despedía descargas de electricidad. Jaime contempló asombrado la elevadísima tecnología que debía ser necesaria para crear una máquina así. Pero la contemplación fue interrumpida cuando un relámpago salió de la máquina, impactó en la pared, y de allí apareció un memphit. Con un grito, todo el equipo se lanzó sobre el memphit, y acabó con él. Entonces la máquina lanzó otro rayo, y volvió a surgir un memphit, y luego otro, y otro.

Jaheira lanzando un grito de batalla, y gritando un "Viva" a la naturaleza, golpeó con todas sus fuerzas la máquina. Una descarga eléctrica la derribó al suelo. Mientras Minsc en estado bérseker golpeaba a todas partes, llevándose a un Memphit por golpe, e Imoen lanzaba hechizos cubriéndole. Jaime, sabiendo que era inútil una batalla contra un número interminable de Memphis, contempló la máquina.

Se parecía activar con una palanca, al otro extremo de la habitación. Moviéndose con una habilidad asesina, matando a todos los memphits del camino, atravesó una barrera de memphits, y con la espada escarlata movió la palanca.

Súbitamente, todos los Memphits de la habitación desaparecieron. Una dolorida Jaheira dijo que eso era lo que pasaba cuando la tecnología se imponía sobre la naturaleza.

Llegaron a una gran sala de mineral, donde se respiraba un gran poder. Jaime comentó que le parecía que esto le parecía una caverna natural, rica en depósitos de mineral y cristales. Sin duda, el desconocido hechicero había creado su prisión alrededor de la caverna. Quizá para aprovechar su poder.

Se encontraron con un genio de aire. Dijo llamarse Aataquah. Jaime preguntó si era él quien les había aprisionado. Pero el genio rió. Dijo que él y aquellos que le observaban, le habían contemplado, mientras actuaba torpemente en la Puerta de Baldur. Les había preocupado que le atraparan. La línea de la vida de Jaime era brillante. Pero había numerosos finales oscuros e inconclusos en su vida. Aquellos que le habían convocado allí no le permitían decir más. Jaime sintió una pequeña preocupación, al pensar que había algunos que sabían mucho más que él de su propio destino.

Luego el genio le lanzó un enigma. Si respondía les daría la clave para salir de allí. Jaime pidió saber por que le quería hacer esa pregunta. El genio sonrió y dijo que su vida se dividía en cientos de ramas, que a su vez se dividían en cientos de ramas menores, con lo que al final no podía saber nada de su futuro. Por eso quería entenderle mejor

A Jaime no le gustó esa pretensión, pero por otro lado, estaba interesado él mismo en saber más de su propio futuro. El genio le presentó una situación hipotética. Él y su hermano habían sido atrapados por un diabólico hechicero, que les había encerrado en dos celdas separadas. Había un botón para pulsar. Si su hermano lo pulsaba, él moriría, y Jaime quedaría libre. Si Jaime lo pulsaba, Jaime moriría, y su hermano quedaría libre. Si ninguno de los dos lo pulsaba, ambos morirían. ¿Qué haría Jaime?

Minsc aulló que era una tontería. Lo que tendría que hacer era romper los dos botones, y a fuerza de puñetazos salir de allí.

Los ojos de Jaime buscaron el cuerpo de la única hermana que había conocido en su vida. Su auténtico hermano, Sarevok, había intentado matarle. Pero eso no quería decir que no podría haber algún hermano o hermana, que como él, sólo buscase liberarse de la maldición de su sangre. No podía condenar a un hermano sin saber más de él. Dijo sin dudar un segundo, que pulsaría el botón.

El genio asintió. Dijo que aparentemente, Jaime estaba preparado para las consecuencias de sus actos... Debía buscar a Rielev. Él les daría la liberación que ansiaban. Así conseguirían el propósito de su viaje. Desapareció.

Mientras los demás se miraban entre sí, sorprendidos, Minsc miró al estanque. El estanque parecía normal, pero si miraba fijamente, podía ver otras cosas. Podía ver distintos multiuniversos. Podía ver allí un mundo sostenido en la destrucción y en la miseria. Allí otro mundo, donde hileras interminables de soldados desfilaban, al grito de "Hail Hitler". Luego otro mundo, donde había gigantescos edificios brillantes, hechos de hierro y cristal, que se elevaban hasta las nubes. Donde había extraños carruajes mágicos que movían a las personas. Enormes ciudades de metal y cristal se alzaban por toda la tierra...

Entonces miró a otro estanque. Un vacío se abrió de golpe, y Minsc pudo sentir su conciencia que se sentía atraída hacia el vacío. Se sentía atraída con una hipnosis poderosa, mientras una voz de sirena cantaba para que se dejara caer al estanque...

Un sonido de Bubú, le alertó. Minsc miró a su hámster que hizo unos ruidos. Minsc dijo que de acuerdo. No había que distraerse con fantasías.

Siguió al grupo. Llegaron a otra extraña máquina, a la cual había conectadas numerosas burbujas de cristal llenas de agua. Imoen se acercó a una de esas burbujas, y lanzó un grito de terror. Dentro de esa burbuja, había una persona muerta.

Contemplaron todas las burbujas. La mayoría de ella, tenía a cadáveres en descomposición. Pero había algunas, que tenían a gente todavía viva. Imoen intentó hablar con las personas. Podían hablar, a través de los extraños tubos a los que estaban sujetos, pero no podían oír nada. Sólo suplicaban perdón al amo, o pedían que por favor les dejara salir. Uno de ellos hasta pedía perdón por haber entrado en la habitación de la ama.

Era horrible. Imoen se puso a llorar. Dijo que todos ellos una vez habían sido personas. Ella había estado allí antes, igual que Jaime. El hechicero los había traído allí, para intentar sacar el poder interior de ambos... Ellos mismos podían haber acabado allí. Jaime meditó que eso era cierto. Pero era un pensamiento inquietante. También estaba claro, que alguien estaba intentando conseguir poder a través de él

Examinando las burbujas con los vivos y los muertos, llegó a la conclusión de que de alguna forma, la máquina, les daba energía a los cuerpos, que estaban como en coma profundo. Cuando la máquina se había desconectado, quizá por la batalla, los cuerpos habían empezado a morir.

Encontraron a Rielev. Estaba en una burbuja, alimentada por su propia energía interna. Jaime habló con él. Rielev dijo que era un servidor del amo. Pero su amo había sido expulsado. Jaime le preguntó de donde. Rielev confesó que no se acordaba. El amo había muerto, pero ahora estaba no-muerto. La recompensa que su amo le había dado por servirle fielmente era conectarle a la máquina. El amo estaba buscando la vida eterna con esas máquinas. Hablaba con una gran emoción, pero dentro de esa emoción, había un dolor. Jaheira interrumpió, preguntándole si quería que cerrar la unidad, y que así acabaran con ese simulacro de vida. Rielev se quedó mudo, pero luego pidió que lo hicieran. El amo le había abandonado, porque ya no podía obtener nada más de él.

Jaime lo contempló unos instantes, la creación de un ser que estaba jugando a ser Dios, pero no por métodos mágicos, sino científicos. Desconectó la máquina. Rielev murió con un suspiro, pero antes de que sus ojos se apagaran, Jaime pudo ver lo que había en los ojos... Era gratitud.

Imoen se estremeció. Dijo que tenía miedo a la muerte. Conocía el sonido de la muerte, porque el hechicero se lo había mostrado, y había tenido miedo. El hechicero pensaba que la muerte era hermosa. Ella no entendía por que pensaba así. Jaime la abrazó. Comentó que no había que temer a la muerte. A él no le gustaría vivir para siempre. Imoen aún temblaba. Murmuró que ellos mismos podían haber estado dentro de esas burbujas. ¿Quién era ese ser, que los capturaba con tanta facilidad, y quería ser Dios?

Jaheira expresó el sentir general, al decir que sentía la necesidad de alejarse de allí. Alejarse de ese lugar de pesadilla. Imoen añadió que a ella no le preocupaba ese supuesto potencial, o esos poderes que podía sacar. No le importaba si la podía hacer tan fuerte como varios gigantes. Todo lo que quería era salir de allí. Aún le dolía la cabeza...

Minsc dijo que le parecía horrible estar encerrado en una botella, y no le importaba el tamaño de la botella. Siguieron explorando la zona. Había numerosos goblins por todas partes, pero los goblins no eran rivales serios. Así llegaron hasta una gran biblioteca. Jaime e Imoen recordaron casi al unísono Candelero. Libros y más libros, en estanterías repletas.

A Imoen casi le saltaban las lágrimas. Exclamó que quería morir en su hogar. Quería un lugar al que pudiera llamar hogar, como lo había sido Candelero una vez. Jaime dijo que desde la muerte de Gorion, no había ya demasiado que los uniera allí. Imoen lo contradijo, cuando les recordó a todos los amigos que habían dejado allí.

Jaime sonrió tristemente. Cuando se había enfrentado a Sarevok, en el templo de su padre. Mientras las espadas chocaban, mientras cada uno buscaba el corazón del otro, allí había entendido cuanto se había alejado de su juventud en Candelero. Si al día siguiente, perdiera la sangre de Baal, no volvería a Candelero. Seguiría por los caminos, luchando para el bien, y esperando algún día escapar de toda la lucha. Candelero ya no era más que un hermoso recuerdo. Hermoso, pero recuerdo al fin y al cabo.

Echó un rápido vistazo a los libros, por si había alguno con notas personales. Un diario sería demasiado pedir. Encontró un libro acerca de la magia de las monedas. Lo cogió de un momento, y le echó un vistazo. Y por casualidad o por destino, encontró un capítulo acerca de cuando las monedas caen en canto. Jaime lo leyó concentrado. Decía que cuando un ser nace, se lanzaba una moneda al aire, para decidir si esa ser se inclinaría hacia el bien o hacia el mal. Normalmente caía o en bien o en mal. Pero había algunos casos extrañísimos, en que la moneda caía en canto. Esos seres con libertad para escoger entre el bien o el mal, eran temidos incluso por los Dioses. Esos seres tenían libertad para escoger su propio camino. Jaime cerró el libro con cuidado, y lo puso en su sitio. Quería pensar que realmente tenía elección, que no era una simple marioneta de fuerzas más poderosas.

Siguieron explorando. Se encontraron con unas driadas, espíritus de los árboles, que se acercaron rápidamente al grupo. Les dijeron que Irenicus les tenía presas.

Jaime saboreó la información. Finalmente el equipo sabía el nombre del hechicero.

Jaime les pidió información. Una driada explicó que Irenicus era la encarnación de la fealdad y la muerte. Imoen susurró que no era la encarnación de la muerte, porque ella había oído la muerte, y sabía como era su sonido.