Capítulo X: Elegir el menos malo
Cuando era joven pensaba que las únicas elecciones que un aventurero tenía que hacer, era entre el bien o entre el mal. Fue cuando ya había perdido el número de enemigos muertos por mis espadas cuando entendí que a veces la elección es entre el mal menos malo. Lo peor es el miedo a equivocarse
Jaime. Crónicas de los Engendros de Baal
Anomen se sentó y dejó descansar los pies. Horas y horas de preguntas para saber donde estaba la cárcel de los Magos Encapuchados, y seguían igual que al principio. O nadie sabía nada o nadie quería saber nada o nadie quería decir nada.
El resto del equipo estaba igual de cansado. Anomen aprovechó para contemplar al equipo. La misión era justa. Rescatar a una doncella en peligro por los manejos de un mago diabólico. Sin duda una misión digna de él.
Le preocupaba que el equipo no fuera digno. Ese enano era sin duda maligno. No le gustaba la forma que tenía de tocar su hacha y de mirar a los demás. Si fuera él, le echaría del equipo. Y luego estaba la druida. Su búsqueda del equilibrio era demasiado parecida a la defensa del mal. Todo lo que no fuera la defensa del bien era ayudar al mal. El explorador gigante estaba loco. Le había causado buena impresión, hasta que se había puesto a hablar con su hámster. Tener a la joven elfa era un error. Una mujer tan joven no debería estar en el duro camino de las aventuras. Por su parte Jaime era un buen guerrero. Una lástima que no fuera paladín.
Anomen empezó a hablar de sus numerosas hazañas como guerrero clérigo a las órdenes de la Orden del Muy Sagrado Corazón. La Orden había intervenido en muchas luchas y batallas a lo largo de Amn. Él mismo había peleado cuando una horda de orcos que había bajado de las colinas. Tras una gran batalla, la Orden les había derrotado, y él mismo había acabado con cuatro de sus jefes. Jaime contempló fríamente ese guerrero. O era uno de los más poderosos guerreros de todo Amn, y ellos tenían el gran honor de tenerlo a su lado, o estaba exagerando bastante. Sospechaba lo segundo. De todas formas, estuvo escuchando con respeto, porque así relajaba a su ego.
La conversación fue interrumpida por una vampira que se les apareció justo delante como por arte de magia. Todo el equipo se colocó en posición de combate. Pero la vampira no estaba allí para luchar. Dijo llamarse Valen, y les dijo que había oído hablar de ellos, de su búsqueda del hechicero... y de la chica. La impasible cara de Jaime se alteró por un segundo, aunque luego volvió a la de antes. Pero ya era demasiado tarde. La vampira le había visto, y sonrió.
Dijo que su señora quería hablar con él, y que si quería, fuera por la noche al cementerio. Se fue. Pero el equipo aún no había tenido tiempo a reaccionar, cuando apareció un enano con aspecto de sirviente. Les dijo que Gaelen Bayle había tenido noticias que casi habían conseguido todo el dinero, y quería hablar con ellos para realizar un nuevo trato. Jaime meditó rápidamente, que él era el único que sabía cuanto dinero tenían. Ni siquiera sus compañeros lo sabían. Interrogó al sirviente, pero que contestó que él sólo era un mensajero. Mientras se iba, Jaime meditaba que la conversación con esa vampira aparentemente le iba a ahorrar mucho dinero. Seguro que Baelen ya sabía el interés de los vampiros en él.
Entraron otra vez en el bar, y Jaime cogió una copa. Necesitaba pensar. Aceptar la oferta de los vampiros, o de Gaelen Bayle. Gayle hablaba de una misteriosa organización. Las únicas organizaciones en Amn con fuerza suficiente como para oponerse a los Magos Encapuchados eran los Ladrones de las Sombras, los Arpistas y el Consejo de los Seis. El Consejo quedaba descartado, porque sólo tenían que dar la orden para que liberasen a Imoen. Los Arpistas tampoco, porque ellos no se preocupaban de las personas individuales, sino de la sociedad en su conjunto. Además, sus experiencias en la Puerta de Baldur, donde le habían tratado con una mezcla de medio y desprecio, le decía que no le tenían ningún cariño. Sólo quedaban los Ladrones de las Sombras. Envueltos en una guerra con los vampiros, quizá los mismos que ahora le ofrecían una alianza.
Meditó que para empezar, debería averiguar lo que querían los vampiros. Cuando oscureció un poco más, el equipo se acercó al cementerio. Allí los muertos los contemplaban, mientras se aventuraban por el cementerio. Armas desenvainadas, porque allí se respiraba muerte, especialmente de noche.
Una sombra que se movía a una velocidad extraordinaria se les acercó. La débil luz de la luna se iluminó sobre ella, y todos pudieron ver que era una vampira. Estaba sola, pero caminaba como una reina. La misma hierba muerta del cementerio parecía instintivamente alejarse de ella. Se presentó como Bodhi. Jaime poco intimidado, preguntó por que les había citado en el cementerio de noche. Bodhi contestó que esa era una forma de esquivar a los espías de los Ladrones de las Sombras. La noche era más su elemento.
Anomen dijo que se sentía preocupado. Estaba listo para pelear contra el mal si así se lo decían. Bodhi lo miró con desprecio. Señaló que había muchas ventajas de unirse a ella. Para empezar, la misteriosa organización con la que estaban tratando, no eran sino los Ladrones de las Sombras, que estaba buscando conseguir dinero. Ella bajaba el precio de veinte mil de los Ladrones a sólo quince mil. Un dinero que casualmente ya tenían. Si aceptaban, ella les ayudaría a rescatar a Imoen. Además debían ir con ella, porque sino lo podrían lamentar. La guerra la estaban ganando los vampiros. Los Ladrones de las Sombras, aunque todavía retenían gran parte de su poder, se estaban volviendo más y más débiles por momentos. Si trabajaban para ella, tendrían que hacer algunos favores, y dar muestras que realmente estaban de su lado. Jaime preguntó a que se refería con esos favores. Bodhi rió. Explicó que quería quitar el monopolio de los Ladrones de las Sombras, y eso iba a requerir atacar por la espalda. Iba a ser necesario matar y aterrorizar.
Entonces Jaime conseguiría a su querida Imoen... pero Irenicus sería para ella. Jaime se sobresaltó. Bodhi señaló que estaba interesada en Irenicus para sus planes, y que por ello no podría hacerle nada. Jaime contempló a la vampira, mientras se preguntaba que tenía que ver Irenicus en todo eso. También se estaba dando cuenta que Bodhi conocía todo sobre Irenicus e Imoen, además de saber la cantidad de dinero que tenían. Nada de eso le gustaba nada. Nada de nada.
Preguntó cuál era exactamente su plan, y por que los necesitaba a ellos. Los ojos de Bodhi resplandecieron con una luz sobrenatural. Explicó que quería la destrucción de la organización criminal más grande al Sur de las Tierras Profundas Para ello los necesitaba a ellos, para golpearles por la espalda, y así que las muertes fueran más estratégicas, casi artísticas.
Jaime se volvió. Jaheira dijo que a ella no le gustaba nada de eso, y si los Ladrones se enteraban, iban a meterse en muchos problemas. Aerie tuvo un escalofrió. Jaime tomó eso por un no. Minsc dijo que eso no le gustaba nada, pero que tanto él como Bubú harían lo que él quisiera. Korgan dijo que estaba totalmente de acuerdo, porque así lograrían ahorrar mucho oro. Le aconsejó que aceptara la oferta antes que fuera demasiado tarde. Anomen consideró que eso era un pacto con el Diablo, pero sería bueno para debilitar el poder de los Ladrones de las Sombras.
Jaime consideró cuidadosamente la oferta. Irenicus tenía muchos tratos misteriosos con los Vampiros, por eso los Ladrones de las Sombras le habían atacado de esa manera. En todo ese asunto, nadie le estaba diciendo ni la mitad del plan. Pero los vampiros le daban demasiada mala espina. Finalmente indicó a Bodhi que despreciaba a ambos, a los Ladrones de las Sombras y a los Vampiros. Pero si tenía que elegir, elegiría el que él consideraba el menos malo de todos ellos, y esos eran los Ladrones de las Sombras.
Bodhi siseó furiosa. Dijo que la elección era suya, pero acababa de hacer un enemigo temible. Se volverían a ver.
Se escapó corriendo. Jaime la contempló ir a una velocidad extraordinaria. Poco después todos se ponían en movimiento, dirigiéndose hacia el próximo encuentro con los Ladrones de las Sombras.
Anomen observó que el cementerio era aburrido, porque él se había imaginado que por los cementerios había siempre más peligro. Monstruos dispuestos a lanzarse sobre víctimas inocentes, mientras los caballeros y clérigos guerreros se encargaban de velar por su seguridad.
Todo el equipo rió el chiste, aunque Anomen lo había dicho muy en serio.
Jaheira sonrió, mirando al cielo oscuro de la noche. Comentó que era bueno estar de vuelta en Amn, aunque hubiera preferido que fueran en otras circunstancias más felices. Hubiera preferido que sus captores les hubieran llevado más al sur, a la tierra de Tethyr, la cual no había visto en mucho tiempo. Jaime sonrió. Preguntó por que le gustaría ir allí. Jaheira dijo que era su casa. Hacía ya mucho tiempo, antes que los disturbios acabaran con toda la familia real, y le obligaran a ella a escapar, y a convertirse en la última superviviente de su familia.
Jaime comentó como de pasada que podrían ir allí, cuando todo acabara. Sería un viaje interesante, una especie de vacaciones. Pero el hilo de sus pensamientos fue cortado por la risa de Jaheira. Dijo que sería interesante, pero por otras causas, porque ese era uno de los pocos sitios donde ella crearía más movimiento que él. Allí no les gustaban nada los Arpistas.
Jaime meditó que podía entender ese sentimiento, porque a él tampoco le gustaban nada los Arpistas, exceptuando por supuesto Jaheira. Dijo en voz alta era que pensaba que los Arpistas eran queridos en todas partes.
Jaheira negó con la cabeza. Explicó que todo había pasado hacía una centuria, antes de la destrucción de la casa rea. Siete princesas habían muerto la misma noche, y se había rumoreado que los Arpistas habían colaborado en la muerte. Quizá era cierto. No se había sabido la verdad, pero la gente ya había decidido. Desde entones habían sido perseguidos en Tethyr, y se habían cometido grandes atrocidades contra ellos, su exilio la menor de ellas. La historia no tenía un final feliz. Por mucho que buscaba, no encontraba ninguna moraleja del equilibrio en todo ese asunto.
Jaime notó la vacilación de la voz de Jaheira. Aparentemente la Jaheira práctica y decidida que había conocido cuando se conocieron por primera vez hacía ya tanto tiempo, estaba cambiando. Aún no sabía si para bien o para mal.
Aerie pegó un grito, interrumpiendo los pensamientos de Jaime. Todos los ojos se volvieron a ella. Tenía los ojos fijos en una tumba con tierra recientemente removida. Jaime pidió silencio, y todo el mundo pudo oír unos gemidos que venían de las profundidades. Anomen dijo que eran zombis que salían de las tumbas para hacer que los vivos se les unieran. Debían salir de allí antes de ser atacados. Aerie aconsejo salir de allí pronto, fuera lo que fuera venía de la tierra. Jaime se acercó a la tumba, espada desenvainada. Puso la oreja contra la tumba y escuchó... sí... efectivamente. De allí venían unos sonidos. Como de alguien que hubiera estado encerrado.
Aerie gritó que eran muertos vivientes. Debían salir de allí antes de ser atacados. Anomen insistió que efectivamente, sólo demonios podían venir de allí. Jaime los ordenó callar, mientras buscaba algo que usar. Afortunadamente, el guardián del cementerio había dejado una pala tirada. Quizá dudaba que los muertos se molestasen en robarle. Jaime demandó silencio, mientras escarbaba. Los demás rodearon la tumba. Aerie decía una y otra vez que deberían irse de allí antes de ser atacados. Jaime finalmente se cansó, y le vociferó que se callara. Sería mejor que se preparara por si acaso.
La cara de Aerie se convirtió en el reflejo del dolor a la luz de la luna, al ver a su querido Jaime gritarle. A Jaime también se le partió el corazón, pero ya era demasiado tarde para tragarse las palabras. Siguió excavando, mientras pensaba que Aerie era demasiado inestable, porque él era su único soporte. Llegó hasta la tumba. Había alguien dentro. Alguien vivo o muerto, pero que estaba haciendo mucho ruido.
Tenía algo claro. Si era un muerto, pues lo destrozaría definitivamente. Pero no iba a correr el riesgo de dejar a ninguna persona enterrada viva sólo por un quizás. Empezó a usar la espada para intentar abrirla, pero la tapa estaba clavada muy firmemente.
Meditó que le iba a llevar bastante tiempo lograr abrirlo, cuando oyó los típicos chillidos de Bubú. Antes de poder reaccionar, Minsc le había cogido el hacha a Korgan y había golpeado con ella la esquina de la tapa, rompiéndola en mil pedazos. Korgan cogió malhumorado su hacha mientras Jaime levantaba el resto de la tapa, agradeciendo mentalmente a Bubú su ayuda
Allí había un hombre con cara de asustado. Tras contemplarles unos cuantos segundos, pidió ayuda. Jaime lo ayudó a levantarse. El hombre les agradeció su ayuda. Había sido raptado por unos secuestradores, que habían pedido un rescate a su familia. Pero una vez que habían conseguido el rescate, le habían golpeado. Cuando se había despertado, estaba enterrado vivo.
Jaime contempló aterrorizado el ataúd, pero el que más ruidosamente expresó su furia fue Minsc. A su salvaje mente le parecía que lo más horrible debía ser estar encerrado en una jaula sin posibilidad de salvación. Juró que aquellos que enterraran a personas vivas, serían enterrados por la furia de la justicia. Hasta el pobre hombre se asustó ante la furia de Minsc, mientras éste lamentaba por los que desobedecieran la justicia, porque sentirían sobre sí toda su furia. El hombre intentó alejarse, pero Jaime lo alcanzó. Le preguntó si les podía dar cualquier pista acerca de sus captores. El hombre les dijo que uno de ellos había llevado una túnica de color rubí, de la que incluso había arrancado un pedazo. Y uno de ellos había hablado con una cuarta persona, que creía que era el guardia del cementerio.
Jaime recogió la información, pero también sabía que no tenía tiempo de hacer nada. Tenían prisa. Cogió el pedazo de tela de color rubí que le ofrecía el hombre, el cual dijo que iba a ver a su familia. El equipo también fue por su lado.
Entonces, una sombra fantasmal se acercó a ellos. Todos allí pegaron un grito de miedo. Era un niño, pero su cuerpo no era una sustancia sólida, y todos podían ver a través de él. Lo miraron asustados. El niño los miró, sus ojos confusos y asustados.
Los ojos de Jaime brillaron y por un instante, recordaba haber estado en un sitio. Era una gran y lujosa habitación. No recordaba como había llegado hasta allí, pero sabía que Gorion le había traído.
Por casualidad, se fijó en unas pequeñas huellas de barro, casi invisibles, que llevaban hasta detrás de una cortina. Descorrió la cortina, y se encontró con una niña que le preguntaba enfadada como le había descubierto. Cuando Jaime le señaló las huellas, la niña rió. Dijo que se llamaba Imoen y le preguntó si iban a estar allí mucho tiempo...
Jaime se acercó sin miedo hasta el niño. El niño dio un paso atrás. Llamó a su papá y a su mamá. Jaime le preguntó si podía hacer algo por él. El niño lo miró. Luego dijo que quería su oso de peluche que le habían quitado el hombre malo. Jaime preguntó quien era el hombre malo. El niño contestó que era el que había entrado en su casa de noche, y le había hecho daño. Siempre que se iba a dormir, cogía su osito de peluche porque si él no podía dormir.
Jaime prometió por sus recuerdos que encontraría su osito. Pero el niño llevaba muerto algún tiempo. Y los Ladrones de las Sombras estaban impacientes.
Salieron de allí y esta vez sin que el superpoblado cementerio les molestase, llegaron hasta Gaelen Bayle. Éste dijo que sus señores, habían decidido rebajar el precio, a sólo quince mil, que era casualmente la cantidad que tenían. A Jaime no le llamó la atención que supiese cuanto dinero tenía. Mucho menos que estuviese nervioso, porque los Vampiros habían intentado contactar con él.
Pero descubrió que Gaelen no sabía nada de su encuentro con Bodhi, cuando éste anunció con un gesto melodramático que acababan de contratar los servicios de los poderosos Ladrones de las Sombras. Esperaba gestos de sorpresa y de agradecimiento. Pero todos lo sabían. La única respuesta que obtuvo fue la de un enfadado Anomen que le decía a Jaime que unirse a los Ladrones de las Sombras era una acción impía. No estaba dispuesto a pasar por un deshonor así.
Ni Jaime ni los demás le hicieron caso, y al final Anomen tuvo que seguir prestando atención a las palabras de Gaelen, que les decía que el nombre del auténtico líder de los Ladrones de las Sombras, por encima de Cabellorubio, era Aran Linbai. Éste deseaba hablar con ellos en el edificio de las Sombras. Jaime preguntó si sabía algo de Irenicus. Gaelen contestó sorprendido que debía seguir en la cárcel de los Magos Encapuchados. Jaime lo miró fríamente. Señaló que no estaba seguro que el poderoso Irenicus siguiera ya en la cárcel. Tenía demasiado poder. En la mente de Jaime estaba la forma con que había acabado con todos esos poderosos Magos Encapuchados sin despeinarse. También estaba esa misteriosa visión...
Jaime y los demás salieron de la casa. Se dirigieron hacia el cuartel general de los Ladrones.
Jaime bromeó con Jaheira que todo el mundo parecía estar interesado en él. Jaheira estuvo de acuerdo. Y el primero había sido Irenicus. Jaime se disculpó por no haber podido hacer nada para evitar su captura. Jaheira contestó que había hecho lo que había podido, y con eso debía bastar. Lo que sentía era que Jaime había sido cruelmente torturado. Jaime comentó que pese a todas sus torturas, Irenicus había procurado no matarle en el proceso. Jaheira estuvo de acuerdo. Debía ser porque como todos, Irenicus tenía un interés especial sobre Jaime. No le culpaba. Ella también lo tenía...
Jaime la miró sorprendido. Jaheira añadió rápidamente que ese interés era como Arpista. Por supuesto. Lo quisieran o no, los hijos de Baal llevaban el Caos en su sangre. Un Caos que amenazaba el equilibrio que los Arpistas perseguían... No quería que Jaime pensara... Debían seguir.
Jaime contempló a Jaheira. Parecía que el dolor de Khalid la seguía confundiendo. La antigua Jaheira nunca habría tartamudeado.
En ese momento Anomen empezó a decir orgullosamente que le parecía una pérdida de tiempo estar allí luchando entre plebeyos y mentecatos. Él tenía objetivos mayores en mente. Jaime y Jaheira agradecieron esa interrupción.
Korgan le habría aplastado allí mismo la cabeza, si no fuera porque sintió la helada mirada de Jaime encima de él cuando puso su mano en el hacha. Vaciló un segundo. No le gustaba el noble, pero de todas formas Jaime era mejor líder que Shagbag. Dejó el hacha en su sitio.
Anomen, que no se había dado cuenta de nada, siguió hablando. Dijo que quería ser armado y caballero, para así conseguir mayor respeto por parte de todos. Jaime intervino en el monólogo de Anomen, para preguntarle si no tenía respeto siendo un clérigo guerrero. Anomen le miró desdeñosamente. Dijo que en esos momentos, era poco más que un escudero glorificado, y que él aspiraba a algo más. Aspiraba a ser armado caballero, porque en la orden eso era lo equivalente a ser un paladín. Volvió al monólogo, aunque sin darse cuenta. Su madre había muerto cuando él era muy joven. Desde que pudo entrar en la Orden del Muy Sagrado y Radiante Corazón, se había entregado en cuerpo y alma. Su único objetivo era convertirse en caballero. Siguió hablando de las hazañas que haría cuando se convirtiera en caballero. Pero ya todo el mundo había cerrado la percepción de los oídos. Sus palabras no eran más que un zumbido en sus oídos.
Aerie dijo que ella había estado de viaje por todo Amn con el circo, pero el viaje había sido muy duro porque no tenía alas. Jaheira la miró con sorna y avisó que sus viajes tampoco habían sido paseos de placer. Habían sido duros, y en malas condiciones. Si pensaba que sus viajes habían sido tranquilos, necesitaba urgentemente alguien que le dijera la verdad. Aerie contestó entre lágrimas que ella nunca había dicho que pensara eso. Pero si necesitaba que alguien se lo aclarase, no sería una mujer tan horrorosa como ella. Jaheira aclaró que prefería ser una mujer horrorosa a una niña que miraba a todo con los ojos tan boquiabiertos. El multiuniverso no se revolvía alrededor suyo, aunque no lo creyera. Esperaba que con la experiencia viniera una mejor perspectiva.
Aerie gritó que no quería su experiencia. Estaba preguntando a Jaime, nada más. Jaime intervino para calmar la conversación mientras lanzaba un suspiro interno. Jaheira sería una buena líder si no fuera porque era demasiado severa consigo mismo y con los demás. Por eso habían perdido a la mitad del equipo cerca de la Puerta de Baldur.
Dijo que había viajado mucho desde que había partido de Candelero. Aerie dijo que ella también había viajado mucho. Había estado en el lejano sur. Hasta Eshpurta y Murann. Pero en todos los sitios era igual. La gente se burlaba de ella cuando estaba en una jaula y todavía tenía las alas. Por lo menos ahora estaba viajando libre, aunque fuera en el suelo. Jaime sonrió, y dijo que Aerie se estaba probando como una parte esencial del equipo. Luchaba con valor, y lograba mantener los espíritus en alto. Sin ella quizá todos estarían muertos.
Aerie se puso colorada y agradeció las palabras mientras se camuflaba en la imponente forma de Minsc.
Con un símbolo que les había dado Gaelen, entraron en la zona restringida de los Ladrones. Se encontraron con unos ladrones que estaban hablando de lo dura que era Pelanna, la instructora. También pasaron por una sala de torturas, donde un torturador decía con aire de intelectual lo difícil que era hacer que no se desmayaran los prisioneros mientras les torturaba. Aerie dijo que tenía miedo. Minsc se acercó a ella y prometió que nadie le haría nada malo. Finalmente llegaron hasta una mujer a la cual se le llamaba educadamente cortesana, formalmente prostituta, y normalmente puta. Dijo llamarse Tarsa, y que Aran les estaba esperando.
Aran era un guerrero alto, no tan robusto como Cabellorubio, pero daba toda la pinta de ser mucho más inteligente. Aran les agradeció que hubieran venido, y que no tuvieran miedo ni escrúpulos de acercarse a los Ladrones de las Sombras. Anomen contestó que no se acercarían si no fuese porque sabían porque sabían que sus actos estaban motivados por las necesidades más extremas. Aran lo examinó confundido. Luego sugirió que como compensación por el oro, iban a conseguir varios objetos mágicos. Anomen contestó orgullosamente que cualquier objeto mágico que les dieran no sería más que baratijas que hubieran podido comprar por mucho menos de esa cantidad. Jaime advirtió que no querían objetos mágicos sino que cumplieran el trato, para el cual habían pagado una elevada cantidad de dinero.
Aran indicó que los Ladrones de las Sombras siempre cumplían su promesa, pero que actualmente necesitaban algún tiempo para el reparto de fondos. Mientras tanto le rogaban que les hiciera algunos "favores"
Jaheira advirtió que no tenían tiempo para perderlo con juegos, porque amigos debían ser o rescatados o vengados. Jaime contestó que no tenía por que hacerlo, a menos que se le dijese la verdad. Aran enseñó sus cartas. Dijo que la guerra contra la Cofradía de los Vampiros les estaban dejando agotados, y que si caían, nunca podrían ayudarle a rescatar a Imoen.
Jaime consintió en ayudarles. Anomen lanzó un gruñido de insatisfacción. Aran le dijo que estaban teniendo problemas en el puerto, porque muchos pedidos estaban desapareciendo misteriosamente. Les rogaba que reforzase la guarnición. Jaime rió. Comentó que si incluso en el puerto, justo al lado de su cuartel general, tenían problemas, la situación parecía bastante mala. Aran le espetó que aunque ellos ladrones, tenían ciertos límites, mientras que si los Vampiros lograban su poder y posición, nadie sabía hasta donde llegaría su poder. Jaime asintió. Sabía que estaba eligiendo al diablo menos malo, aunque eso no fuera la opción más segura.
Salió de allí. Se dirigieron al puerto. Allí charlaron con la encargada del puerto, Muk. Ella se burló de ellos, diciendo que esa guardia parecía una misión muy aburrida para unos grandes héroes como ellos. Jaime contestó con educación que sólo era una parte del camino hasta una gran heroicidad. Muk gruñó y les avisó que había visto a una persona acercarse varias veces. Aunque cambiaba de forma, era la misma. Se lo decía su instinto. Pero ahora que ellos estaban allí para reforzar la guarnición, no tendría ningún problema en acercarse.
Cuando volvió a aparecer la persona, Muk se acercó y preguntó quien era. La misteriosa forma dijo llamarse Lassai, y aconsejó a Muk que se uniese a la Cofradía de los Vampiros. Muk le mandó al Infierno. Lassai rió una risa irónica, mientras le partía el cuello a Muk de un solo golpe. Todo el equipo salió disparado a por él. Pero el vampiro con un simple hechizo, se volvió una nube de humo, que escapó de allí sin que se le pudiese parar.
Le siguieron, pero fueron detenidos cuando un Ladrón de Sombras se les acercó suplicando ayuda porque unos vampiros le estaban atacando. Acabaron con ellos, y el Ladrón se lo agradeció. Pero gracias a la pelea Lassai se había escapado. Se volverían a ver tarde o temprano.
Volvieron al cuartel General de los Ladrones a informar de la situación Aran se sintió preocupado cuando se lo contaron. Mandó llamar a Renal, mientras ordenaba al equipo que esperasen, hasta que tuviera una nueva misión para ellos.
Al día siguiente, un mensajero se les acercó en la Corona de Cobre, donde el equipo había ido a descansar después de esa agotadora noche. Era una carta de Quayle. Les pedía que fueran a verle. Aerie suplicó a Jaime que fueran a verle, porque temía que estuviera en problemas. Jame meditó. Hacer esperar a la más poderosa organización criminal de todo Faerun, o hacer esperar a una buena persona. La solución no ofrecía dudas.
Se apresuraron a moverse hacia el circo. Mientras, Aerie hablaba de su tío Quayle, al cual estaba muy unido. Se había opuesto frontalmente a que estuviera encerrada. Durante todos esos días, le había ofrecido su amistad y había sido su único amigo. Cuando había comprado el circo, lo primero que había hecho había sido liberarla. Jaime sugirió que quizá debería volver al circo, pero Aerie contestó que tenía que encontrar su propio camino. Eso le recordaba que había sido su tío quien le había introducido en el culto a Barervan, el dios de los gnomos, también conocido como el viajero indómito. Ese Dios le había devuelto la fe, por eso le era fiel.
Jaime meditó que un Dios gnomo era una curiosa elección para un elfa alada, pero quizá al haber perdido sus alas, era la mejor opción.
Llegaron allí, pero todo parecía estar bien. Quayle les agradeció que se apresuraran tanto, pero no era nada importante. Sólo que una vieja amiga que había conocido hacía tiempo le había comentado que tenía problemas. Les agradecería que fueran a ayudarla cuando pudieran. Pero no tenían porque apresurarse.
Se quedaron allí para ver la representación del circo. Fue sensacional. Jaime deseó que Imoen estuviera allí. Se habría pasado toda la función riendo. La única persona que se lo perdió fue Jaheira, que desapareció al comenzar la función, y volvió cuando estaba a punto de terminar. No dijo adonde había ido, y tampoco nadie preguntó.
Pero apenas el equipo salía del circo, cuando llegó otro mensajero con otra carta. Era de Nalia.
Era una carta desesperada. Relataba que sus enemigos habían logrado penetrar las defensas del castillo De'Arnise, y la batalla en el patio había terminado mal para ellos. Habían perdido el castillo, pese a una desesperada resistencia metro a metro. Todos los mercenarios contratados habían muerto en el combate. Los últimos supervivientes de la guardia se habían reunido con ella, fuera del castillo. Iban a esperar por ellos unos de días más. Si no, iban a lanzar un último ataque desesperado porque su padre y su tía seguían dentro. Tenían que arriesgarse para rescatarlos, aún a riesgo de su vida. Dado que siempre había ayudado a los pobres, pedía ayuda al equipo, cuya fama empezaba a extenderse por sus hazañas contra los esclavistas. Sin ellos, no tenían ninguna duda que morirían todos.
Jaime estrujó la carta entre sus manos. No podía llegar a Imoen con las manos manchadas de sangre por no haber hecho nada para ayudar a una persona que necesitaba ayuda. Dio la orden de movimiento. Salían de allí. Ya.
Se acercaron a las puertas de la ciudad. Un chico que anunciaba problemas, o lo que es lo mismo, noticias, dio novedades de problemas en Nuevo Amn, con disturbios en el Nuevo mundo. Luchas en ciudades lejanas entre Amn y flotas de Aguas Profundas. Guerra entre Amn y el imperio Sytsibino. Jaime no pudo evitar un escalofrío. Guerras, guerras, guerras. ¿Acaso era lo único que la gente hacía? ¿Peleas, luchas?, ¿Acaso no era por eso por lo que Baal, el Señor de los Asesinatos, había tenido tanto poder? ¿Más aún que Bane, Señor de los Conflictos y que Myrkul, Señor de la Muerte?
Un ojeador del ejército se acercó a Anomen. Le halagó diciendo que parecía un gran caballero. ¿Querría unirse al ejército? Anomen lo miró con desprecio. Le contestó que él sólo lucharía por su sagrada orden. Si quisiera unirse a una milicia de opulentos y avaros mercaderes abandonaría su Orden.
El pobre ojeador quedó algo asustado. Se fijo en el musculoso Minsc, y se acercó a él para hacerle la misma pregunta. Minsc contestó que él solo lucharía contra el mal, contra las fuerzas malignas, contra monstruos y dragones, contra aquellos seres que sólo pensaban en la destrucción y la muerte, no en luchas sin sentido. El asustado ojeador entendiendo que no eran más que un grupo de locos y se alejó a toda prisa.
El guardia les advirtió que tuvieran cuidado. Amn estaba en guerra contra el imperio Sytsibino, aunque muy al Este. No creía que hubiera problemas.
Antes de poder salir, fueron interpelados por unos guardias, que les preguntaron si sabían algo de Aylava y Tiiro. Cuando el equipo negó saber nada, los guardias lanzaron una maldición, y se pusieron a seguir buscando. Llevados de una irresistible curiosidad, se acercaron a la taberna. El punto principal donde enterarse de cualquier cosa que pasara por allí y en cualquier sitio. Un par de copas, un par de chistes, y todo el equipo sabía exactamente lo que estaba pasando. Las poderosas familias de Montenco y Capuleto, enemistadas desde hacía ya mucho tiempo, tenían dos hijos, Aylava y Tiiro, que se habían enamorado. Pero las dos familias se habían unido en la oposición a ese amor, porque se comportaban de una manera loca y salvaje cuando estaban juntos.
Interesante, pero tenían prisa. Salieron de la ciudad de Amn, y contemplaron el hermoso paisaje. Pero aún no se habían alejado demasiado, cuando oyeron dos personas juntas en el camino. Se acercaron, y vieron a dos jóvenes, que estaban abrazados, mientras se hablaban. Estaban tan encandilados el uno con el otro que ni siquiera se dieron cuenta que el equipo se acercaba. Jaime no pudo por menos pensar que esa era una actitud muy peligrosa, porque al estar lejos de la ciudad, podían ser atacados por bandidos o algo peor en cualquier momento
Estaban hablando que no sabían que hacer porque sus familias se oponían a ese amor. Cuando finalmente se dieron cuenta de la presencia del equipo, que ya estaba ni a dos metros, les pidieron que les dejasen en paz. Jaime intervino, preguntando si ellos eran Aylava y Tiiro. Ellos dijeron que sí. Jaime les preguntó que iban a hacer.
Los jóvenes dijeron que no lo sabían. Sus padres se oponían a su relación, porque cuando estaban juntos no podían controlarse. Ambos padres pensaban que el otro era una mala influencia. Aylava se quejó que pese a que intentaban ir juntos, siempre había guardias siguiéndoles. Tiiro le recordó una vez que habían logrado escabullirse en una ocasión, y el granero de un viejo amigo nunca había vuelto a ser el mismo. Aylava bromeó que cuando estaban juntos, sentían como si estuvieran volando libres por el cielo.
En la mente de Jaime aparecieron las palabras "Frase equivocada". Efectivamente Aerie había saltado. De estar detrás de todo, se había puesto en primera línea. Empezó a decirles que la vida era muy corta, y que tenían que aprovecharla al máximo. No podían saber lo que les iba a traer el futuro Podían morir al día siguiente. No debían desperdiciar la belleza de la vida que tenían. No debían desperdiciar su oportunidad de volar. Tiiro y Aylava dijeron que Aerie tenía razón. Le agradecieron su apoyo. Les había ayudado a entender realmente lo que tenían que hacer. Ambos volvieron juntos a Athkatla.
Aerie repitió para sí que no permitieran que nada les quitara la capacidad de volar, porque una vez que se perdía, no se volvía a recuperar, nunca. Nunca. Nunca Jamás.
