Capítulo XI: La partida de Aerie
Nunca amé a Aerie. No sé si era porque se parecía demasiado a Imoen, o si por entonces ya estaba enamorado de otra persona. Pero nunca la amé. Afortunadamente me di cuenta antes de que fuera demasiado tarde
Jaime. Crónicas de los Engendros de Baal
Jaime se acercó, pero Aerie rehuyó la conversación, así que caminaron. Korgan y Aerie en silencio. Jaheira y Jaime charlaban entre sí, sobre las cosas menos importantes que se les ocurrían. Pero desgraciadamente su conversación fue cortada por Anomen, que empezó a conversar con todos los demás, lo que era el equivalente a un monólogo Decía que la Orden del Muy Sagrado Corazón era la fuerza más grande y poderosa de todo Faerun, un ejército de caballeros y paladines listos para el combate y para enfrentarse al mal allí donde lo encontraran.
Los caballeros existían para servir, pero no seguían ninguna orden excepto las que sus corazones y sus conciencias les ordenaran. Sin embargo seguían siendo una fuerza de combate temible e invencible. A veces se preguntaba por que no cogían todo el poder en Amn, para hacer un mundo más justo y equitativo.
Jaime contestó que no estaba de acuerdo. Había oído muchas cosas buenas de la Orden del Muy Radiante Sagrado Corazón, pero eso era quizá porque no se metían en política y estaban libres de la corrupción que siempre afectaba a todas las administraciones y gobiernos del mundo.
Anomen se sintió contrariado. Contestó que le parecía que se podía hacer mucho más que simplemente enfrentarse al caos combatiendo a los más malvados más obvios con la espada. El fallo existía en esos que no pensaban de una nueva manera para combatir el caos.
Jaime le contestó que el problema vendría cuando tuvieran que enfrentarse a actividades pequeñas y poco relevantes. Tendrían que tomar decisiones delicadas que no bastaba un corazón puro para tomarlas. Al final iban a producir la aparición de una burocracia, que contaminaría los principios de la Orden.
Pero Anomen estaba demasiado lanzado para atender a razones. Continuó diciendo que sólo tenía que pensar en todos los sufrimientos que el plebeyo normal tenía que sufrir, y entendería las razones por las cuales apoyaba esa idea. Hambre, la injusticia, la inequidad entre ricos y pobres, las rebeliones en el sur, el descontento de la gente con los impuestos... todo relacionado con el caos. Si la Orden, estuviera en control, sería una fuerza de bien y hermandad honesta, puesta para proteger al mundo del caos y del mal.
Jaime contestó que tenía que tener en cuenta que entonces habría mucha gente que entraría en la Orden del Muy Sagrado Corazón, sólo para conseguir más poder. De esta forma se corromperían los mismos principios de la Orden. Los fanatismos podían traer mucho más mal que el que las buenas intenciones intentaban eliminar. Anomen se sintió ofendido por esa afirmación y se calló. Todo el resto del equipo agradeció mentalmente a Jaime que hubiera logrado que se callara.
Horas más tarde Aerie se acercó a Jaime, y le preguntó si pensaba que ellos tenían un destino, escrito por los dioses. Jaime sonrió. Creía en la existencia de los dioses, más que nada por su situación con uno de ellos. Pero lo que los clérigos en varios años no habían podido meterle en la cabeza, Musashi se lo había explicado en sólo quince minutos de conversación. Jaime expresó su opinión: Lo único cierto que había en la existencia eran la vida y la muerte. Todo lo demás, lo que normalmente se llamaba destino, no era más que elecciones, suerte y coincidencias. Aerie lo contempló asombrada, y ya no dijo más.
Al anochecer, acamparon, y Jaime volvió a tener un sueño.
Miró alrededor. Estaba en la habitación de un castillo, totalmente cubierto por la nieve. Había miles de estatuas a su alrededor. Jaime las contempló. Frías estatuas de mármol.
Jaime miró alrededor, esperando que alguien viniera. Estaba claro que ese sueño era otro de esa comunicación telepática que tenía. Todo era demasiado real. Además, él sentía que era real.
Efectivamente Irenicus apareció delante de él. Se miraron. A Jaime le gustaría sacar su espada y atacarle, pero no podía. Este no era su mundo. Irenicus murmuró que la vida era la fuerza, la fuerza que movía el mundo. Eso no se podía contestar, porque era lo lógico. El que vivía afectaba al mundo. Eso era lo que necesitaba. Era diferente a todos en su interior.
Luego hizo un gesto, y una estatua de mujer se volvió carne. Explicó que esa era una mujer fuerte. Había perdido a sus padres en la plaga, y a su marido en la guerra. Sin embargo no se había rendido, y había perseverado. Su granja había prosperado. Su nombre había sido respetado. Sus hijos habían estado bien alimentados y a salvo. Había vivido como había creído que debería vivir...
Los ojos de Irenicus volvieron a Jaime. Éste estaba contemplando con respeto a la mujer. Irenicus rió. Hizo un gesto, y una ola de llamas envolvió a la mujer, matándola. Jaime intentó moverse, pero era inútil. Irenicus rió. Dijo que ahora estaba muerta. Su tierra sería dividida, sus hijos se marcharían, todos se olvidarían de ella. Había vivido una buena vida, sí. Pero sin poder. Jaime sintió una profunda pena con pizcas de desprecio atravesarle al contemplar el destino de esa mujer, sin que pudiera responder a esos sentimientos.
Irenicus contempló los restos de la mujer con desprecio. Dijo que era esclava de la muerte. Se volvió. Dijo a Jaime que él era el Hijo del Asesino, la esencia en sí de la vida. Tenía todo el poder si lo deseaba...
Jaime examinó los restos de la mujer. Sintió la esencia de Baal en su interior. Sintió todo el poder que podía conseguir si lo deseaba. No tenía porque ser esclavo de la muerte. Podía ser lo que quisiera. Podía conseguir todo el poder si así lo deseaba. Al fin y al cabo, él era el hijo de Baal... Cerró los ojos, luchando porque esos sentimientos no se impusiesen, y lanzó un grito de negación.
Irenicus rió. Hizo un leve gesto. Relámpagos aparecieron por todas partes, destrozando todas las estatuas. Era un poder extraordinario y todopoderoso. Jaime sintió una punzada de envidia por ese poder, que podría ser tan fácilmente suyo. Su parte oscura quería ese poder, y razonaba con Jaime para que aceptara.
Entonces apareció Imoen. La cara de rabia de Jaime se rompió al ver a su hermana. Irenicus sonrió una sonrisa diabólica. Avisó que sus acciones afectaban tanto a él mismo como a todos los demás. No había otra opción Haría lo que debiera, y sería lo que tuviera que ser, o... otros pagarían por su cobardía.
Irenicus soltó una carcajada mientras de fuego salieron de sus manos, alcanzando a la indefensa Imoen. Jaime rugió de rabia y dolor... mientras sentía la realidad desapareciendo.
Jaime se despertó. Pero no hizo ningún ruido. Silenciosamente se llevó sus manos a la cabeza y la apretó con fuerza casi como intentando destrozarla. Sus pensamientos estaban rugiendo de dolor y rabia. Imoen. Imoen...
Entonces oyó unos ruidos. Era Jaheira otra vez. Jaime suspiró, y se acercó a despertarla. Jaheira abrió los ojos. Estaba otra vez alterada.
Korgan lanzó un gruñido. Ojalá le dejaran una guardia tranquila en vez de esas malditas pesadillas de la abraza-árboles y su apestosamente-demasiado-bondadoso-líder.
Jaime preguntó cuál había sido la visión. Añadió gentilmente que esperaba que no fuera peor que las anteriores.
Jaheira se levantó. Dijo que no, esta no había sido tan cruel. Había visto a Khalid lejos, pero no se acercaba, y ella no podía acercarse a él. Caminaba con ellos, pero a distancia. Sonreía, porque estaba feliz, y en ese sueño ella también lo estaba. Jaime sonrió. Dio su opinión, que al verle viajar en un equipo, seguramente significaba mucho para él. Quería decir que ella seguía viviendo y aferrándose a la vida.
Jaheira le miró, con una mirada sin emociones. Dijo que no era un equipo, sólo eran ellos dos... Sí... Jaime tenía razón... Khalid quería que siguiera viviendo... Pero nunca, nunca jamás le olvidaría... Tenía cosas en que pensar.
Se levantó, y se fue a dar un paseo. Jaime no supo que decir. Levantó los ojos al cielo. Una estrella fugaz pasó en ese momento entre la constelación de Ao y la de Mistra. Jaime sonrió. Quizá Khalid había estado allí, intentando hablar con su esposa. Diciéndole que le amaría por siempre, pero que ella debía seguir viviendo. Jaime levantó la mano, despidiéndose de ese cometa. Y por un segundo sintió que tenía a Khalid delante, con su humilde y sincera sonrisa, agradeciéndole que estuviera allí con Jaheira.
Jaime sonrió. Quizá la próxima vez que Jaheira estuviera teniendo una pesadilla, la dejaría descansar en paz. O quizá no. Era mejor estar entre los vivos que entre los muertos.
Al día siguiente, Anomen preguntó a Aerie acerca de su pueblo, los Avariel... Cazados casi hasta la extinción por magos que sólo querían utilizar sus alas. ¿Cómo era que no estaba más indignada por ello? Aerie contestó que creía que era terrible, Pero no podía hacer nada al respecto. Anomen afirmó que sí que podía. Podía defenderlos. Hacer que su misión en la vida fuera oponerse a esa depredación. Al menos algo sería mejor que nada.
Aerie explicó que su gente también estaba desapareciendo porque eran aislacionistas. No sólo porque se les cazara. Y no estaban indefensos... su ayuda sería vana. Dudaba que siquiera aceptaran su ayuda. Ellos... ya no la considerarían una de ellos, porque no tenía alas... Probablemente sería mejor que los evitara por completo. Anomen se disculpó de una forma muy pedante por abrir viejas heridas. A veces era demasiado torpe con sus palabras.
Jaime habría afirmado que siempre era demasiado torpe con sus palabras. Aerie tranquilizó a Anomen, diciendo que probablemente debería aceptar el hecho de que tendría que volver a Faenya-Dail algún día. Para afrontarlos, como mínimo. Pero aún no. Anomen afirmó desdeñosamente que parecía como si estuviera evitando algo desagradable, en vez de afrontar la verdad.
Jaime sintió ganas de sacar su espada y cortar el cuello a ese maldito clérigo. Aerie se sintió mucho peor. Avisó que esas palabras eran crueles por su parte. Si algún día volvía a Faenya-Dail, sería porque estaba preparada. No porque alguien pensara que era necesario empujarla a ello.
Jaime no prestó atención a sus palabras, mientras intentaba calmar ese acceso de rabia que le había atacado por sorpresa. ¿Qué le estaba pasando? Su instinto había sido atacar a Anomen. Si seguía así iba a perder el control
Esa misma noche, como venía siendo habitual, Jaime intentó no dormir, porque temía los enemigos de los sueños de noche más que los enemigos de carne de día. Pero no pudo evitar caer en un ligero sopor, del que se despertó cuando oyó gritos de ayuda. Jaime sacó el arma y corrió a donde venían los gritos de ayuda, una actitud que Korgan calificaba repetidamente de estúpida. Pero era Aerie, que gritaba en sueños.
Se acercó a ella, y la acunó entre sus brazos, mientras le rogaba que se calmase. Todo su cuerpo estaba bañado de sudor. Jaime miró alrededor, ninguno de los demás se habían despertado. El único despierto era Minsc, que debía estar haciendo su turno de guardia. La marcha había sido muy rápida, pero por lo mismo había sido agotadora.
Aerie dijo entre lágrimas que estaba teniendo una pesadilla. ¿Podía sentarse con ella por un momento? ¿Sólo un momento?. Jaime así lo hizo. Aerie entre lágrimas y sollozos dijo que lo había soñado otra vez. Estaba de vuelta en el circo, y el dueño había decidido que sus alas se habían vuelto demasiado enfermas. Le habían arrancado de la jaula, y cortado sus alas con cuchillos en vivo.
Jaime contempló con tristeza la antigua elfa alada. Entre sollozos Aerie relató el dolor que había sufrido. Sobre todo cuando habían usado antorchas para sellar sus heridas.
Jaime la dejó hablar. Mientras intentaba calmar las lágrimas Le estaba haciendo mucho bien decirlo, y por alguna razón él parecía la persona indicada para que todo el mundo se sincerara consigo mismos. Y sabía lo que era tener pesadillas que se repetían una y otra vez.
Pero cuando Aerie murmuró que tenía que resignarse a su destino, Jaime se enfureció. La cogió de las mejillas, y la miró a los ojos, sus caras a pocos centímetros. Le dijo claramente que no debía resignarse a nada. Había perdido las alas, pero no había perdido nada más.
Le explicó que sus alas estaban rotas, tiradas, destruidas. Pero no podía dejar que su vida muriera con ellas. Tenía que encontrar dentro de ella misma la fuerza para vivir con ello. Aerie contestó llorando que no lo entendía. Para ella y para todos los Avariel las alas eran su orgullo y su razón de ser. Ahora no podía volver junto a ellos. Estaba obligada a caminar entre la tierra como los gusanos. Volar era la última libertad, atravesar las nubes y ser parte del viento. Había sido feliz cuando volaba, y las nubes cantaban con ella. Las nubes siendo un mundo de belleza por el que podía caminar.
Jaime contestó que en la tierra también había belleza, sólo había que buscarla. Ella lloró, y dijo que no podía encontrar la belleza por mucho que la buscara. Jaime dijo que no buscaba lo suficientemente bien, y que tenía que buscar más fuerte. Aerie preguntó el cómo. Jaime la cogió de la mano, y la llevó algo lejos del grupo. La hizo inclinarse sobre el suelo. Le pidió que usara su visión elfa para ver toda la vida que se desarrollaba en él. De la hierba que crecía en la casi yerma tierra, a los múltiples insectos que tenían allí su multiuniverso. Los cielos con toda su majestuosidad, estaban muertos. La tierra, con toda su rudeza y su dureza, rebosaban de vida. Aerie contempló extasiada la tierra, como si fuera la primera vez que la veía. Y en verdad, nunca lo había visto de la manera que decía Jaime. Éste empezó a hablarle, a explicarle cosas acerca de la vida, de las partículas de vida presentes en todo.
Jaime sabía de lo que estaba hablando. Gorion le había explicado todo eso muchas veces. Le había enseñado a admirar la belleza de las pequeñas cosas, los pequeños placeres de la vida, no las grandes causas fanáticas ni el poder absoluto. Jaime había creído que exageraba. Cuando había descubierto su herencia, había entendido que lo había hecho para que aprendiera a dominar su naturaleza oculta, su parte oscura. Ahora él estaba pasando todos sus conocimientos a ella.
Cuando terminó la explicación, que había durado casi dos horas, le explicó que tendría que ser fuerte, y aceptar su destino. Encontrar un modo de coger el destino y usarlo. Todo el mundo tenía que jugar la partida de la vida en la manera que el inmortal destino ponía las cartas sobre la mesa. Uno sólo podía jugar con esa baraja.
Aerie le miró, y sonrió. Dijo que le agradecía toda su amabilidad. Reconoció que siempre se estaba quejando. Debía parecer ridícula y estúpida. Ningún varón la querría nunca. Jaime intentó ayudar su autoestima, diciendo que había muchas razones por las cuales un varón la querría. Una de ellas era sin duda su belleza. Aerie se puso tan colorada que Jaime no necesitó la visión elfa para verlo. Dijo que la estaba adulando demasiado, y que no era cierto. Jaime insistió que era totalmente cierto. Pero Jaime luego pensó que a lo mejor Aerie interpretaba mal lo que estaba diciendo.
Ambos quedaron en silencio. Aerie continuó la visión de la hierba y de la vida de la tierra, mientras Jaime se iba a dormir.
Jaime se tumbó. Ya podían venir Irenicus, Baal y Sarevok juntos a molestarle, que les mandaría al mismísimo Infierno. Allí se sentirían como en casa. Literalmente. Cerró los ojos y quedó dormido inmediatamente.
Todo el día siguiente de trayecto, todo el equipo estuvo en silencio. Aerie no hablaba, sólo contemplaba la vida en el camino, y fuera del camino. Parecía obsesionada con todos los seres vivos y formas de vida de la tierra. Los había visto antes, pero nunca se había fijado específicamente en ellos. En la vida. Minsc estaba preguntándose porque Bubú le había dicho que tenía que ir callado. Anomen y Korgan, aunque por diferentes razones, consideraban una pérdida de tiempo tener que atravesar la mitad de Amn para rescatar un castillo tan lejano, y callaban malhumorados. Jaime iba sumido en sus propios pensamientos sobre Imoen y su propio destino.
Jaheira había visto que al despertarse, la persona que Jaime había buscado había sido Aerie. Estaba preocupada. Jaime era el líder del equipo. Pero esa posición tenía una gran responsabilidad. Si se distraía con esa niña-elfa, la seguridad y estabilidad del equipo podían verse amenazados. Irenicus estaba vivo, y no solo Imoen, sino también la sangre de sus amigos estaba en sus manos. ¡Si su líder no era capaz de aceptar su responsabilidad tendría que ser ella la que dirigiera el equipo!
Finalmente fue Anomen el que rompió el silencio. Se acercó a Jaime, y le preguntó por sus aventuras. Jaime podía sentir que podía confiar en él. Le habló de sus aventuras y sus luchas contra Sarevok, aunque omitiendo su propio parentesco con él. Anomen dijo que estaba impresionado por esas hazañas. Jaime era un héroe. Él quería serlo. A veces sentía su deseo de justicia y verdad tan fuerte que le iba a romper el pecho. Sentía que había una furia purificadora en su corazón que no podía controlar. Pero le daba miedo que no fuera capaz de controlar esos impulsos del bien.
El corazón de Jaime quedó helado. Él sabía todo lo que se podía saber acerca de la rabia de dentro del corazón. Había pasado mucho tiempo, años, aprendiendo a controlar esa rabia, aunque a veces no podía. A veces se le escapaba.
Mientras, Anomen seguía hablando. Decía que cuando veía el mal, sentía la necesidad de golpear. Pero incluso mientras golpeaba, el odio y la furia dentro de él seguían creciendo más y más fuertes. También era una furia por su propia debilidad para no ser tan bondadoso y fuerte como a él le gustaría ser.
Jaime tuvo miedo. Estaba hablando con su propia imagen. Pero él había tenido una infancia feliz, ayudada por su buen padre adoptivo Gorion, que le había enseñado a controlarse y conocerse a sí mismo. Él siempre había notado una cierta rabia dentro de sí. Incluso antes de conocer su verdadera naturaleza, ya sentía miedo y respeto por esa rabia que le atacaba a veces, y provocaba en él sentimientos que apenas podía controlar. Su parte oscura. Se mostraba a veces en la furia, a veces en la envidia, a veces en la frustración. Pero siempre estaba allí, oculta, agazapada, esperando...
Esa fue una de las razones por las cuales había escogido el camino del Kensai, mejor que el de paladín. Para así dejar que la calma interior le controlase, más que unos sentimientos de bondad propios de los paladine. Nobles, pero que con el contacto con la realidad podrían romperse fácilmente, y llevar a la frustración, y de allí a la rabia.
Jaime afirmó que todos los que luchaban por el bien se sentían un poco como Anomen, incluso los más nobles paladines sentían furia y odio. Lo que tenía que hacer Anomen era trabajar más duro para conseguir el autocontrol.
Anomen agradeció sus palabras. Reconoció que debía continuar su lucha contra el mal, y al mismo tiempo luchar para conseguir la pureza que otros hablaban. Todo quería probado cuando llegara el examen de acceso a caballero.
Al caer la noche, Montaron campo. Podían ver la hermosura del sol que se estaba poniendo, y las nubes contemplaban desde los cielos las enormes sombras de los árboles.
Aerie alabó la belleza de la puesta de sol, mucho más hermosa que en la ciudad. Jaime rió, y comentó que cuando era niño, escalaba las murallas para ver el sol caer por detrás del mar. Siempre estaban allí él e Imoen. Aerie se le había quedado mirando. Dijo que sus juventudes no habían sido tan distintas.
Jaheira contempló la mirada de Aerie, y volvió la cabeza. Ojalá Khalid estuviera con ella. No podía ver la belleza del sol que se ponía, porque sólo podía ver dolor dentro de su corazón. Se sentía muy sola. Esa niña-elfa con esos ojitos inocentes sólo sabía poner en peligro al equipo y causar dolor.
Era el último día de marcha, y al día siguiente llegarían al castillo de Nalia, y verían lo que allí había. Jaime cerró los ojos, y volvió a tener otro sueño
Estaba otra vez en una habitación totalmente cubierta de nieve. Era el mismo castillo en el que había estado su último sueño. Jaime miró alrededor, esperando a aparecer a Irenicus.
Su enemigo apareció silenciosamente.
Irenicus bromeó sobre su estado de salud ¿Cómo se encontraba? Sabía que Jaime estaba muy cansado. No podía dormir bien por la noche, y el día era una constante lucha y movimiento.
Irenicus movió la cabeza con un triste movimiento. Le miró. Sus ojos eran pozos de sabiduría Todo ese dolor, cansancio y sufrimiento nunca terminaría hasta que reconociera lo que era. Estaba caminando como un simple mortal, sin aprovechar su poderosa herencia, la dote más íntima de la persona.
Su mirada de pena se cambió a una mirada de desprecio. Señaló que muchos simples seres humanos eran mejores que él. Caminaba entre bestias menores, sin pensar en lo fácil que era morir.
Mientras hablaba, Jaime sentía la oscuridad oculta de su corazón, intentar salir a la luz, pese a todos sus esfuerzos. Irenicus hizo un gesto, y Jaime se sintió transportado allí, todo su cuerpo, excepto ese poder oculto que intentaba que siguiera secreto. Se encontró frente a un poderoso Dragón. El dragón lo miró, el pequeño Jaime contra el todopoderoso ser. El Dragón cogió aire, y lanzó una bocanada de fuego, que lo envolvió y lo quemó vivo. Jame lanzó un grito de dolor, pero se encontró otra vez enfrente de Irenicus. La cara del hechicero una mezcla de tristeza, burla y menosprecio. Le preguntó por que se sometía a la carne, cuando la muerte se engendraba entre sus huesos. Si aceptaba su poder, su dominio de la carne, entonces su dominio sobre los demás seres también sería absoluto.
Jaime sintió una profunda conmoción. Sentía que su oscuro corazón lo envolvía, y dominaba su cuerpo y su mente. Su conciencia quedó en lo más profundo de su cerebro. Contempló su parte oscura rodeada por múltiples enemigos, dragones incluidos. Pero su parte oscura sólo se rió. De sus manos salían conjuros que se llevaban a docenas de enemigos. Las ridículas armas y poderes de sus enemigos le rebotaban en su invencible cuerpo, que no era un cuerpo normal.
Jaime sintió envidia y admiración de esos poderes, poderes que eran suyos... Jaime luchó para controlar esos pensamientos que le atacaban a traición. Con una suprema manifestación de voluntad, logró reconquistar el control de su propio cuerpo, mente y alma.
Irenicus seguía delante de él, interesado en esa lucha. Le rogó que le acompañara, que le siguiera, y que aceptara el regalo que le pertenecía por su sangre. Aunque solo fuera para proteger a los débiles Otra vez apareció Imoen, Jaime extendió una mano para ayudarla, pero no podía moverse. Un Fuego Solar salió de las manos de Irenicus e impactó en Imoen.
Jaime se despertó bruscamente entre jadeos. Se llevó las manos a la cabeza, y tuvo que contener un sollozo. Todo el equipo seguía durmiendo, excepto Aerie, que le miraba fijamente. Jaime hizo un gesto de saludo, pero Aerie se levantó y se sentó junto a él.
Por su mirada en los ojos, Jaime supo que debía hacer lo imposible por no dormirse en esa conversación. Debía olvidar la pesadilla que había tenido para concentrarse en la tarea que tenía delante.
Aerie le dijo que había estado pensando, y Jaime tenía toda la razón. Jaime había peleado, había visto y oído cosas y experiencias únicas, había experimentado plenamente la vida, tanto para bien como para mal. Ella deseaba deshacerse de sus dudas y sacar todo lo que podía de la vida que tenía.
Jaime dijo que sonaba extraño oírla decir esas cosas. Aerie sonrió, pero no se sonrojó. Dijo que lo que quería era experimentar la vida al máximo. Quería sentir la emoción y el miedo del combate. Quería ser sorprendida y aterrorizada. Quería sufrir y disfrutar. Preguntó si sonaba extraño. Jaime contestó que no más extraño que la mayoría de la gente. Estaba feliz por ese cambio. Aerie sonrió. Dijo que se sentía feliz por viajar, feliz por estar moviéndose. Se sentía feliz por ser libre. Aunque no tuviera las alas, seguía teniendo todo lo demás, su vida, su tío Quayle, gente que se preocupaba por ella... y a Jaime
Jaime sintió que se estaba moviendo arenas movedizas. Pero estaba demasiado cerca de las brasas del fuego, justo a su espalda, para echarse para atrás cuando Aerie se le acercó. Ésta demandó que le dijera si realmente lo que había dicho que era hermosa, lo pensaba realmente. Si sentía todo eso realmente acerca de ella.
Jaime intentó esquivar la respuesta, diciendo que se preocupaba acerca de ella, y no dejaría que le pasase nada malo. Aerie sonrió una sonrisa de gracias y de amor, y Jaime supo que había escogido las palabras equivocadas para lo que quería decir. Debía haber usado la típica frase "Me gustas como amigo/a", pero ya era tarde. Sentía que si se atrevía a decir la verdad, podía romper en mil pedazos los sentimientos de Aerie.
Ella le miró a los ojos, e interpretando equivocadamente el ligero temblor de Jaime, le dijo que él la había ayudado a descubrir que no necesitaba alas para volar. Podía volar sin alas. No sabía muchas cosas acerca del amor, pero ahora estaba impaciente por descubrir y experimentar cosas, y ahora quería experimentar el amor verdadero.
Se arrimó a Jaime y le dio un beso apasionado. Jaime empezó instintivamente a devolverlo, pero sus labios se volvieron de piedra cuando supo que no podía hacer eso. Aerie siguió besando, pero Jaime no devolvía los besos. Tanto su mente como su cuerpo estaban fríos como el mármol. No estaba enamorada de ella, sólo sentía cariño por ella, nada más. Eso estaba mal desde cualquier punto de vista. Y tenía que detenerlo antes que fuera demasiado tarde.
Aerie empezó a quitarse la túnica, pero Jaime la contuvo. Dijo que ese no era el momento adecuado. Aerie la miró ingenuamente sorprendida. Preguntó si no había dicho que era preciosa. Jaime explicó que era la hembra más hermosa que había conocido. Se sentiría muy feliz de amarla, pero no así. Lo sentía, pero sencillamente no le amaba. Ella vaciló unos segundos, y le pidió que se recostaran juntos, y que la agarrara fuerte, para darle su fuerza para enfrentarse a la vida.
Jaime hizo lo que le pedían, pero con todo cuidado. Se sentía como un padre incestuoso sólo por hacer eso. Examinó sus sentimientos con cuidado. No la amaba. Todo sería más fácil si no fuera por ese sencillo pensamiento. Había visto a un pequeño capullo crecer hasta formar a una hembra elfa. Pero esa misma experiencia hacia que no sintiera la más mínima atracción física por esa hembra que ahora yacía entre sus brazos, buscando confort. Lo único que tenía era como un cariño de hermano mayor o incluso de padre, algo parecido a lo que tenía con Imoen. Y como con ella, no podía amarla como se aman un varón y una hembra. Sencillamente no podía.
Suspiró. No recordaba haber sido tan puritano cuando Branwen había querido agradecerle que le hubiera salvado la vida contra un ogro y se le había echado encima. Y tampoco con Safana cuando se había acercado a su lecho después que Khalid la hubiera rechazado. Y mejor no hablar de Viconia. Si bien las circunstancias eran muy distintas. Aerie era demasiado inocente. No tenía experiencia en el amor.
Jaime intentó dormir, sabiendo que tarde o temprano rompería su corazón, pero tenía que hacerlo. Aerie lloraría, pero seguiría adelante con su vida libre. Quizá, quizá se enamoraría de alguien más. Alguien cuya sangre fuera normal, no mezclada con la de un Dios, y alguien cuya vida y esencia no dependiera de un férreo autocontrol, que podía perder en cualquier momento Toda su vida era demasiado inestable para una chica que acababa de nacer a la vida real
Tenía que hacer que se fuera del equipo. No era una aventurera adecuada para la terrible misión que tenía que efectuar. Pero temía echarla, porque casi sería más misericordioso cortarla el cuello, aprovechando que dormía en paz. Por otro lado, la niña porque aunque tuviera unos treinta años, era una niña, era demasiado sensible. Estaba demasiado unida a él. Eso era peligroso para todos. Tampoco estaba acostumbrada a la vida real. No estaba acostumbrada a las auténticas durezas de la vida. Y su vida era demasiado peligrosa. No era una vida normal. El resto de sus compañeros habían experimentado más de la vida. Pero Aerie no. Por eso tenía que hacer que se fuera.
Cerró los ojos mientras preocupados pensamientos le cruzaban la mente y así entró en el reino de los sueños, donde la vida era al menos tan confusa que el mundo real.
Jaime despertó al mismo tiempo que los demás. Tras un agradecimiento mental a todos los Dioses por no haber tenido otro sueño esa noche, sus ojos buscaron otra vez a Aerie, y la vio empaquetando su equipo. Sintió una punzada del orgullo paternal o de hermano mayor, porque había sido él quien la había enseñado a empaquetar el equipo.
Jaheira captó esa mirada, y la malinterpretó. Lanzó una maldición. Por un momento le recordó a Khalid... ¡No! Tenía que concentrarse en lo que era importante. Esa niña-elfa seguía amenazando la seguridad del equipo. Nadie la había despertado. Eso quería decir que Aerie se había dormido en su guardia. Iba a echarle una buena bronca. Aerie estaba poniendo en peligro la seguridad de todo el equipo. ¿Por qué tenían ellos que aguantar una aficionada como ella?
Aerie se levantó, y le pidió a Jaime que se alejaran un momento. Eso hizo, mientras Korgan bromeaba que los tortolitos iban a decirse más tonterías. Anomen meditó que no parecían apropiadas esas muestras de afecto. Jaheira apretó con tanta fuerza su bastón que estuvo a punto de romperlo.
Ya lejos, Aerie le explicó que había estado pensado acerca de la otra noche, y que había entendido que tenía razón, que estaba tan ansiosa de experimentar todo lo nuevo que sabía, que no pensó. Agradecía que la respetara. Lo amaba más que cualquier cosa que pudiera decir, y sólo le podía agradecer lo que le había hecho.
Pero las cosas tenían que calmarse, porque tenía tanta emoción, y quería experimentar tantas cosas tan rápidamente, que se sentía abrumada. Por eso... había decidido marcharse. Abandonar el equipo.
Jaime la miró sorprendida. Preguntó si estaba segura. Aerie contestó que lo había estado pensando toda la noche. No había dormido. Pero ya estaba totalmente segura. Necesitaba aprender más de sí misma, antes de unirse a otra persona, o a un grupo de gente. Jaime dijo que lo entendía mientras lanzaba un rezo de alivio al aire. Aerie continuó diciendo que necesitaba familiarizarse con todo y experimentar con todo, pero lentamente, y con Jaime eso nunca sería lento.
Jaime preguntó a Aerie si planeaba volver a los Avariel. Aerie predijo que ya nunca podría volver con los elfos alados, porque había perdido sus alas. Jaime le recordó que era una poderosa maga y clérigo. Podría conseguir respeto si se lo proponía. Aerie agradeció a Jaime sus palabras, pero sencillamente creía que su auténtico lugar estaba en la tierra.
Jaime estuvo de acuerdo, pero añadió algo. Añadió que debía vivir la vida, sin preocuparse de él, porque nunca sabía lo que el futuro traería. Quizá él muriera, o se olvidara de ella. Podía recordarle con cariño, pero hacer su vida como si nunca volviera. Aerie sonrió, con los ojos brillantes de emoción. Prometió que le echaría de menos. Siempre tendría un rincón en el corazón muy querido, donde estaría él. Esperaba que algún día se encontrasen, y que el encuentro trajera alegría a sus corazones.
Luego Aerie se acercó a los demás miembros del grupo, y les comunicó su decisión, que había decidido marcharse, para encontrar su propio camino en el mundo, lejos no sólo del circo que había sido su vida, sino también de sus amigos que le habían abierto los ojos de cómo era el mundo.
Korgan empezó a alejarse diciendo que cuando terminaran con las lágrimas le avisasen y podrían seguir adelante. Pero Aerie saltó a él y le abrazó cariñosamente. Korgan lanzó un gruñido, pero no la rechazó. Luego se volvió a Anomen, y le deseó suerte para convertirse en caballero. Éste sacó su espada y la puso a los pies de Aerie. Minsc estaba llorando. Aerie le abrazó, y le dijo que había cumplido su Dejemma, porque la había protegido y salvado la vida. Cuando quisiese podría volver a su Rashemen natal, para unirse a la hermandad del Dragón de Hielo. Así vería otra vez las nieves, que debían de ser tan hermosas como las nubes que ella veía cuando volaba.
Finalmente quedó frente a Jaheira. Entre ellas siempre había habido cierta hostilidad, y todo el equipo tenía curiosidad por ver cual sería la reacción. Las caras de ambas eran de piedra. Aerie fue la primera en sonreír, y Jaheira no pudo evitar la sonrisa contagiosa de la otra. Se dieron un fuerte abrazo.
Poco después, Aerie y el resto del equipo partían por caminos opuestos. Y todos los que allí caminaban, excepto Minsc, pensaban que era la mejor solución.
