7 horas. 7 malditas horas de patrulla, dando vueltas una y otra y otra vez alrededor de la flota colonial. No es que estuviera molesto con Lee por asignarle una endosa misión como esta, sino que tenía mucho tiempo sin hacer una patrulla tan larga. Torres recordó aquellos tiempos en que servía en el portaaviones Giuseppe Garibaldi, en el Golfo Pérsico. En ese entonces Naciones Unidas estaba en guerra con la Liga Árabe, constituida por Irán, Irak, Afganistán y Pakistán. Como era necesario dar apoyo a las fuerzas terrestres inglesas y americanas que avanzaban hacia Islamabad, Torres y su escuadrón hacían recorridos de 12 horas continuas para vigilar los territorios conquistados, interceptar misiles Patriot II que los islámicos lanzaban contra la flota de mar o entendérselas con cualquier MIG que despegaba para atacar a los lentos B-52, en sus continuas misiones de "Bombardeo de Presición" sobre la capital pakistaní.
Después de la guerra, el escuadrón de Torres había sido transferido a la flota espacial, primero al Crucero Pesado de Batalla UNS Torricelli, luego al Acorazado UNS Bonaparte y de él al UNS Ticonderoga. Ahí hacía felices patrullas de 3 horas en tríos de cazas, en el que se cargaban solo 1 de combustible en los tanques. La idea era que si se cargaba combustible suficiente para la patrulla, en caso de encontrarse con enemigos, los cazas tendrán más agilidad en el combate, en lo que llegan las demás naves de apoyo.
Pero ahora le tocaban patrullas de 7 horas cada tercer día. Acompañaba a dos Vipers que se rolaban cada tres horas, porque los cazas coloniales no tenían la autonomía de volar las siete horas seguidas. Al final de la misión, el Valkirya solo había gastado 4 de su tanque, y el medidor marcó 81.
Torres estaba fastidiado. Había olvidado como pasar el tiempo sin dormirse a bordo del caza. Las primeras tres horas se fueron rápidamente. A la cuarta empezaba a cabecear y a la quinta ya dormitaba por momentos, solo lo mantenía despierto el sonido de la radio de los otros cazas y del CIC y los servidores de las piezas antiaéreas de Galactica.
Sin embargo, al husmear debajo de su sillón encontró algo que llevaba días buscando: su reproductor de MP3 Ipod, perdido hacía varias semanas. Como aún tenía batería se le hizo más llevadera la última hora de patrulla. Se recordó que al aterrizar cargaría más música en el Ipod. Al menos podría escuchar música de la Tierra en sus patrullas, amén de mostrárselas a los demás.
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-Caray, ¿qué no tenías otro uniforme que ponerte?...-
El comentario de Lee no le había gustado nada a Torres... ¿Qué tenía de malo el uniforme?, este se usaba con motivos fúnebres, además de lo usual para el uniforme de gala blanco de la Armada. Pantalón y Cazadora bien planchados, con los galones en las hombreras y el quepis dispuesto para Funerala, como rezaba el reglamento. Sin embargo, todos los demás oficiales y tropas que se encontraba en el hangar 1 para dar parte a la ceremonia religiosa iban con el reglamentario traje negro. "No importa, yo le pedí permiso a Adama y él estuvo de acuerdo". Pensó mientras Hello y Kat lo veían y cuchicheaban entre sí. Finalmente dio comienzo la ceremonia. Con las banderas de las doce colonias al fondo, el Comandante Adama y Tigh en primera fila, junto a Apollo y Starbuck, Torres sobresalía del resto por su altura y por su pulcro uniforme blanco. Kara, en descanso a su derecha, volteaba de cuando en cuando para observar las medallas que Torres lucía, quizá demasiado orgulloso, de su pecho: la Medalla de Titanio, la Cruz de la Victoria, la Legión de Honor y la Orden de Guadalupe. Recordó como había conseguido cada una de ellas, todas por actos valerosos en servicio, en especial la última, al salvarle la vida a ella... Prometió mostrarlas una a una a todos los pilotos para que se murieran de la envidia... Sí, era demasiado egocéntrico, no había duda de ello...
-... y a Zeus... Se lo pedimos todos- Finalizó el sacerdote
-¡Se lo pedimos todos!- contestó la mayoría. Torres se mantuvo en silencio. Luego bajaron la cabeza, para implorar a los dioses el eterno descanso de los cuatro pilotos que murieron en cumplimiento de su deber. Por primera vez en diez años, Torres declamó el padrenuestro en voz baja... aunque ahora no sabía cual de las dos religiones era la verdadera...
-El Teniente Comandante Torres nos dirá algunas palabras- el sacerdote le hizo una seña al joven, el cual se puso delante de toda la multitud. La Presidenta Roslin también veía con curiosidad lo que pasaba
-Bueno... a manera de homenaje quisiera hacer algo que acostumbramos en la Tierra... – tomó la corneta de infantería que llevaba bajo el brazo – es un toque que se llama Funerala, y se usa para presentar los respetos a los oficiales caídos en cumplimiento de su deber... –
Y comenzó con el toque. Era parecido a Silencio, pero aún más sombrío. Las notas salían de su alma, él lo sentía. Quería presentarles sus respetos a los pilotos que murieron en el combate. Era lo menos que podía hacer por ellos. Todo el tiempo se detuvo cuando incluyó, inconcientemente, notas de la Marcha Dragona. Sin embargo pudo corregir y terminó el toque. En silencio saludo marcialmente los cascos de los caídos y volvió a la fila. Tras unas palabras de Adama, se rompieron filas. Muchos suboficiales se acercaron a Torres y le pedían les enseñara a tocar ese extraño instrumento que había usado. De no ser por Starbuck, que ordenó a los jóvenes que se retiraran a sus trabajos y que además lo jaló del cuello, se hubiera asfixiado en esa masa de casacas negras.
-Para la otra te mando una escolta de Marines... – Dijo sonriendo Kara, mientras se encaminaban a Prevuelo. Quizá, al menos por ahora, era más conocido por los demás miembros de la tripulación y a partir de ese día ya no lo verían con tan malos ojos.
