De pronto, Torres se vio en la cabina de su Valkirya... pero ya no estaba en el espacio. Volaba a mil metros sobre un verde valle, mientras al fondo se dibujaba una línea de montañas. Sin duda estaba en la Tierra. Volteó. Otra nave estaba a su izquierda, volando en formación con él. Observó, confundido, su radar y vio que el tráfico era el Valkirya 427... Sabía de quien era, y aunque llamó varias veces por el radio, la chica no respondía. Se acercó y pudo ver en la cabina a la piloto, la cual le saludó marcialmente... Nada de esto pintaba bien

De pronto, entre las nubes salió un misil tierra-aire, sin duda disparado por una batería SAM. Torres lo esquivó, pero el misil impactó de lleno en el segundo avión. Los restos iniciaron su descenso. Roberto se lanzó en picada, esperando que la piloto saltara para darle cobertura, una vez en tierra. Llamó en inglés al portaaviones

-¡¡Garibaldi, this is Quetzalcóatl, we have a pilot down, repit, a pilot down!

Nadie respondió. Y su terror llegó al extremo cuando vio que no salía ningún paracaídas del caza... Y de pronto, se estrelló contra el suelo...

-¡¡Sophie!-

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Torres se levantó espantado, bañado en sudor. Miró a su alrededor y se encontró dentro de su camarote. Una sombra de duda vagó por él; aún estaba en Galactica.

-Un mal sueño... – se recostó y comenzó a recordar la anterior etapa de su vida...

Su pensamiento viajó hasta el Colegio del Aire en Zapopan. Era una linda mañana de verano y el joven Sargento Cadete Roberto Torres preparaba su T-33 de escuela para una misión de reconocimiento. Llevaba dos años en el Colegio del Aire y le faltaba uno para graduarse como Piloto Aviador Militar. Había muchas probabilidades que, una vez terminada la carrera, fuera enviado de inmediato a algún escuadrón de pelea. Con la incorporación de México a la OTAN y al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se había disparado la cifra de vacantes en la Fuerza Aérea. De tres escuadrones de pelea originales en el mismo año en que entró, ahora había catorce, diseminados por el país y tres más en las bases de la OTAN en Ramstein, Edwards y Aviano. Entonces recordó que él no era de la Fuerza Aérea. Era el único de su grupo que pertenecía a la Aeronaval. La Armada lo había enviado para ser el primero que se graduara en pilotar cazas a reacción, mientras este año tenían que ingresar los otros 23 cadetes, con el mismo fin. El caso es que la Armada estaba terminando de construir su nuevo portaaviones, el ARM Revillagigedo, y necesitaban pilotos especializados en volar los nuevos cazas, los AEROMEX JP-01 Olmeca, del Sexto Escuadrón Aeronaval de Pelea. Torres, por tanto, sería el primero en graduarse, y aprovechando las ventajas de su incorporación a la ONU, sería enviado al portaaviones inglés HMS Prince of Wales para tomar mayor experiencia en despegues y aterrizajes en el buque, en lo que se graduaban los demás pilotos del escuadrón.

Pero ese día todo iba a cambiar. El Sargento Cadete Torres se preparaba para subir al T-33, cuando una voz femenina lo llamó.

-Cadete Subteniente Torres...- La voz era dulce y firme, por lo que quizá sería alguna Cabo que iba a darle un aviso. Sin embargo desechó la idea: la voz tenía acento extranjero. Y aún no era Subteniente: ese mismo día debía darse su promoción, pero hasta después del vuelo... Todas las secretarias deberían saberlo.

Se dio la vuelta y quedó en una pieza. La joven vestía un uniforme gris y falda negra. Alas doradas colgaban de su cazadora. Llevaba una boina negra, similar a la de los GAFES, pero reconoció las insignias como la de la DEUTSCHE MARINEWAFFE, la Aviación Naval Alemana. De esto se dio cuenta después... Es que la chica era bellísima. Corto pelo castaño que sobresalía un poco de la boina, bajaba a un hermoso rostro triangular coronado con dos bellos ojos, de una tonalidad verde-azulado que nunca había visto. El metro setenta y cinco que mediría fácilmente se mantenía firme, solicitándole entrevista.

No recordó mucho de lo que ocurrió después, solo que ella estaba de intercambio (Dios salve a OTAN) y que sería parte del grupo que el joven encabezaba. Y lo más importante, el nombre que jamás olvidaría: Sophie Schröeder...

Su mente vagó un año después, a su graduación del Colegio del Aire. El General Presidente de la República en persona acudió al evento, procediendo a felicitar tanto al Teniente de Corbeta Piloto Aviador Roberto Torres, como a la Subteniente Sophie Schröeder.

Se habían convertido en los mejores amigos, en parte porque Torres había llevado nociones de alemán en la escuela y porque en realidad era la única mujer que estaba en activo estudiando para Piloto Aviador, aún sin hablar muy buen español. Había aprendido mucho de ella: sus gustos y sus miedos; su afición al fútbol y al Bayern Munich, y cuando éste jugaba contra el TSV 1860, el equipo favorito de Roberto, se daban buenas peleas en las barracas. Ella no hablaba mucho, era de pocas palabras; pero sabía transmitir la información necesaria: una palabra, una sonrisa o un gesto suyo eran suficientes para comunicarle sus sentimientos. Sin saber cómo, con el correr de los meses, Roberto se encontró perdidamente enamorado de esa chica. Sin embargo, lo supo mantener en sí, ya fuera porque no quería broncas con Justicia Naval o porque temía el rechazo por parte de la alemana.

Esa noche fue el banquete en honor a la graduación de la generación de Roberto y Sophie. Había refinados invitados de Zapopan, viejos Jefes, Almirantes y Generales de la Marina y la Fuerza Aérea; el General Presidente estaba presente con su esposa, acompañados del embajador alemán, que se vanagloriaba del desempeño de Sophie. La música instrumental animaba el ambiente. Torres, vestido con su uniforme blanco de Gran Gala de la Armada bromeaba con los demás pilotos graduados, ataviados con el reglamentario azul de la Fuerza Aérea, en una mesa del centro. Entonces, al voltear hacia un murmullo que se levantaba en la puerta, se quedó en una pieza. Sophie ingresaba al baile con un hermoso vestido de noche rojo entallado, que hacia lucir su escultural cuerpo. Todos los hombres a su alrededor estaban absortos en la belleza de la piloto. Roberto reaccionó. O bien se adelantaba hacia su chica o alguien más lo haría por él. El inicial nudo en el estomago dio paso a una determinación que nunca había experimentado en su vida. Ante la vista de sus compañeros, se levantó y solo soltó una conocida frase a sus pilotos.

-Chicos, tengo una misión. Si no vuelvo en una hora...-

-¡¡no envíen un equipo de rescate!- concluyeron divertidos los pilotos, que sabían de memoria lo que su jefe decía cada vez que Sophie aparecía cerca. Torres no estaba al tanto, pero los rumores de que su relación con la piloto alemana eran más que "amistosas" circulaban todos los días por el Colegio del Aire. Ahora, los demás querían ver como terminaría esto, pensando que era el último capítulo de la novela Torres-Schröeder.

Saludó a una sonriente Sophie y la llevó a la pista de baile. Comenzaron a moverse al ritmo de una pieza lenta. A su alrededor, otros compañeros, con sus novias civiles, veían de reojo a los dos pilotos, unos cuchicheando entre sí; otros levantándole el pulgar a Roberto, felicitándolo por su "victoria".

De pronto, fue ella quien comenzó a hablar.

-Sabes Roberto, me da gusto que hayamos terminado el curso- ese acento europeo lo volvía loco. Pero no sabía muy bien de qué estaba hablando. Estaban abrazados en medio de la pista de baile. Y no es que faltaran palabras. El contacto entre ambos lo decía todo. Ella se sentía protegida con él a su lado y él sabía que debía protegerla. Despistadamente volteó a estribor y vio como el Capitán Andrade estaba casi tan rojo como el vestido de Sophie. En varias ocasiones había mostrado el "Capitán Mujeriego", como le conocían por lo bajo, interés por la castaña piloto, pero ella nunca había aceptado proposiciones de citas u otras cosas, defendiéndose en que el reglamento militar lo prohibía. Solo salía a la ciudad con Roberto, porque su español no era muy bueno y Torres lo suplía con su dominio del alemán. Andrade hizo ademán de avanzar y quitarle la pareja de baile. La pieza musical estaba a punto de terminar. Era el momento. No debía echarse para atrás, no esta vez.

-Sophie, hay algo que debo decirte... – La miró a los ojos, esos ojos verde-azules que tanto quería, que tanto deseaba... una tímida sonrisa se formó en la cara de la chica.

-Roberto, si me vas a salir con un salmo mareador de que me amas y esas tonterías, ni te tomes la molestia... – Torres sintió que un misil SAM había alcanzado a su corazón, el cual había estado por las nubes. Andrade, lo bastante cerca como para escuchar la conversación, sonrió cínicamente. Era su oportunidad...

Sophie se levantó sobre las puntas de sus zapatillas, para alcanzar a ver a su gigantesco amigo cara a cara. Se acercó hasta que su nariz tocó la de él

-... Lo supe todo el tiempo- El tono sensual de la voz de la alemana tomó desprevenido tanto a Torres como Andrade. Roberto, inconciente y delicadamente, tomó el bellísimo rostro germano y lo atrajo hacia él. Sus labios se rozaron y finalmente se fundieron en un profundo beso. Todos los que no los conocían como una simple pareja "normal" (y que no sabían que ambos eran pilotos de combate) se quedaron con la boca abierta, aunque en realidad llevaban días esperando por aquello. Andrade se retiró, furioso, para pedirle al Presidente de la República, presente en la fiesta, que procediera a una Corte Marcial contra el Teniente de Corbeta Roberto Torres, bajo el cargo de Fraternización. El General Presidente pidió una explicación, y como se la diera la mayoría de los pilotos de la escuadrilla de Roberto, desechó la solicitud; desde esa mañana Schröeder no estaba ya sujeta al reglamento militar mexicano, sino al de la OTAN. De esta manera, como ninguno de los dos estaba en servicio, no había ningún delito que perseguir.

La falta de aire hizo que ambos se separaran. Entonces Roberto se dio cuenta que Sophie tenía sus alas puestas sobre el vestido rojo. No le dio importancia

-Solo me arrepiento de no haberlo dicho antes...- comenzó con un susurro- Ahora te vas y yo todavía me quedo...-

Sophie lo miró con una sonrisa traviesa

-No lo creo amor- se sentía raro que lo llamara así, tras un año de "Señor" o "Subteniente", gracias a la etiqueta militar - porque tú y yo acabamos de ser transferidos al Graff Zeppelín, cortesía de tu General Presidente- Torres se quedó con una boba sonrisa de oreja a oreja. Estar en el mejor portaaviones de la Armada Alemana junto a la mejor piloto, al menos para él, de toda Europa, era casi un sueño...

Y se esfumó. Su mente quedó en negro algunos instantes, mientras el sonido local de Galactica llamaba al Cabo Rickard Paulus al depósito de armas.

Volvió a soñar despierto. Ya no estaba en Zapopan. En su lugar desfilaban fugaces recuerdos de su vida de servicio junto a Sophie. Su momentánea permanencia en el Graff Zeppelín y el traslado de ambos al Giuseppe Garibaldi. Luego la guerra con la Liga Árabe. Las largas misiones de 12 horas que hacían juntos: los ataques a tierra, donde Torres insistía en lanzarse en picada primero, retando a las Baterías Antiaéreas; la interceptación de los Patriot, de la que casi siempre Sophie se encargaba; los combates con los MIG pakistaníes, en los cuales usaban la táctica del 2 contra 1, saliendo las más veces victoriosos... Cómo obtuvo la Cruz de la Victoria, la Medalla de Titanio y luego... luego, la Orden de Guadalupe...

¡¡Claro, como olvidarlo! Se la habían otorgado por rescatar a Sophie en Irán, en una acción que incluso promovió una película con Pierce Brossman y Angelina Jolie y a cuyo estreno en Nueva York los habían invitado tanto a él como a Sophie.

Recordó cada detalle de ese casi fatídico día de octubre. Había despertado a las 0730z, en parte porque no podía dormir de la ansiedad. Sophie llegaría más tarde de una estancia de una semana en la base de avanzada White Mountain, en tierra firme. Sin embargo, tenía un mal presentimiento. A las 0900z, el Olmeca de Sophie se avistó en el radar y diez minutos después aterrizaba con total seguridad en la cubierta del Garibaldi. Torres salió a recibirla vestido con el traje de vuelo, porque estaba a punto de despegar en una larga misión de patrulla. Sin embargo, el Teniente La Hire, que debía acompañarlo y cuyo caza ya estaba listo, despertó con una gastroenteritis aguda, lo que le imposibilitaba subirse al avión. La misión casi se cancela; sería la tercera vez en la semana, puesto que llevaba dos suspensiones por mal clima. Pero Sophie se presentó como voluntaria para acompañar a su novio en la misión. No podía usar su propio caza, tanto porque estaba fuera de servicio tres horas para que el personal de cubierta lo revisara, como porque el de La Hire ya estaba listo en la pista de despegue. El caso es que, volando el Dassault Rafale del piloto francés, Sophie acompañó al Olmeca de Roberto hacia su patrulla. Más hubiera valido que no saliera del buque. A las cuatro horas de vuelo, al pasar sobre la vertical de Isafahan, un misil tierra-aire lanzado por una batería SAM alcanzó el poco maniobrable Rafale y éste comenzó a caer en picada. Sophie se lanzó en paracaídas mientras Torres contestaba el fuego y daba su posición al portaaviones, solicitando cobertura. Sin embargo, Sophie se rompió una pierna al momento de tocar el suelo, como se lo hizo saber a su compañero por la radio. Torres se espantó al ver como una columna del ejército iraní, apoyadas por un viejo T-72, se acercaban por la carretera que conectaba Isafahan con Teherán. Era obvio que los servidores de la batería SAM habían anunciado al ejército que derribaron un caza de las Naciones Unidas y el piloto estaba vivo. Torres aterrizó a toda prisa en la cinta asfáltica, y contestando el fuego de armas cortas de los iraníes con su sub-ametralladora HM-3S, que se le había ocurrido cargar ese día, llegó hasta donde estaba su novia. La levantó en brazos, mientras ella disparaba a los soldados que corrían a su espalda tratando de alcanzarlos, y la subió al caza. El T-72 apareció amenazante frente a ellos, al lado de la cinta asfáltica, y Torres, sin saber si funcionaría, apretó el gatillo, esperando que el cañón de 30mm detuviera al tanque el tiempo justo para que pudieran despegar. Pero en lugar de balas, del ala izquierda salió un MNM-3 Barracuda. El misil naval detectó al tanque como un objetivo marítimo y lo destruyó. Roberto alcanzó a despegar entre una granizada de armas cortas y regresó al portaaviones, volando bajo y rápido. Así no necesitaría mascarilla de oxígeno, ni él ni Sophie, que viajaba en sus piernas. Aterrizó al tiempo que un equipo de Infantes de Marina estaba por despegar en helicópteros para extraer a Schröeder tras las líneas enemigas. Al revisarlo, el Olmeca tenía casi doscientos impactos de armas cortas en el fuselaje y las alas. Por su valor y el acto heroico en salvaguardar a vida de su compañera, fue promovido al empleo de Capitán de Corbeta y condecorado con la medalla de la Orden de Guadalupe, de manos del propio General Presidente de México. Sophie, con el fémur izquierdo hecho añicos, tardó algo de tiempo en recuperarse y volver a volar, pero estuvo lista para cuando, tras la guerra, el escuadrón en que ambos servían fue trasladado a la flota espacial, al Crucero Pesado de Batalla UNS Torricelli. De ahí, ambos pasaron al Acorazado UNS Bonaparte. Y aquí se separaron. Torres fue transferido al UNS Ticonderoga, mientras Sophie tuvo que ir al UNS Bunker Hill. Antes de distanciarse, Torres, frente a todo el escuadrón que les hizo una fiesta de despedida, le propuso matrimonio. Sophie quería aceptar, muy en el fondo, pero dijo que necesitaba pensarlo. Era muy pronto para casarse: apenas llevaban año y medio como pareja formal. A sus 22 años, Sophie y Robert, como le gustaba llamarlo, ya habían sobrevivido, juntos, a una guerra, ganado tres medallas cada uno, vencido en una Corte Marcial por Fraternización ante el Supremo Tribunal de Justicia Militar de Naciones Unidas que el Coronel Andrade logró promover, y fueron los primeros pilotos de la OTAN en recibir los nuevos SAAB AEROMEX JP-130 Valkirya II, los nuevos cazas de la flota espacial. En cuatro meses se volverían a unir, ambos en el UNS Xiuhtecutli, el orgullo de la ingeniería mexicana, al ser el Buque Insignia de toda la flota; por tanto tendría tiempo de sobra para pensar la mejor manera de darle el Sí. Sin embargo, a Torres esto le cayó como balde de agua fría. Sus esperanzas renacieron al despedirse ambos con un efusivo beso... Sabía que no lo iba a rechazar...

Hasta aquí llegaron los pensamientos del Teniente Comandante Torres. Las sirenas de alarma la situaron en la realidad, y tomando su casco de combate de la repisa en que lo había dejado, salió a escape rumbo al Hangar 4