La reunión de los cien Ranmas y las cien Akanes.

Ranma observó de pies a cabeza a Akane. A su Akane. A aquella Akane que llevaba sin ver casi ocho años y con la que había tropezando casualmente en esa convención grotesca. Desde luego los años le habían sentado más que bien. Llevaba un vestido ajustado, un par de brazaletes y un sombrerito bordó diminuto que usualmente le hubiese quedado ridículo en su cuerpo de artista marcial dedicada pero que ahora lucía espléndidamente. No había cambiado demasiado. Solo lo suficiente para minimizar, al andar, sus inclinaciones violentas y aumentar, al mismo tiempo, su gracia natural.

Por su mente se pasaron una y mil imágenes nostálgicas. El día en que la conoció. El primer entrenamiento. Todas las aventuras que pasaron juntos. Todos y cada uno de los sentimientos dichos y no dichos. Y de pronto se le escapó una frase, una que poco tenía que ver con su estado de ánimo. Una que jamás diría ahora que se había convertido en un hombre serio y responsable. Y sin embargo la pronunció. Nostálgica rebeldía de la boca que se negaba a decir lo correcto y optaba por lo menos aconsejable.

-¡Menos mal que no nos hemos casado!

Cuando oyó aquello, el cerebro de Akane atravesó un camino similar solo que de forma más rápida y fulminante. Para ser sinceros no le había reconocido. Ranma estaba prácticamente igual salvo por algunos pequeños detalles que le confundían. El principal, su sobrenatural saber estar. El viejo Ranma, el que recordaba ella, jamás hubiese aguantado más de diez minutos en un sitio así, repleto de gente malintencionada y rica. Mucho menos sería capaz de vestir un traje azul tan sobrio de una manera tan casual. Casi como si estuviera acostumbrado. Solo cuando Ranma abrió la boca y dijo lo que solo un adolescente timorato diría, fue que Akane descubrió que todavía existía algo de niño en el señor con el que se había tropezado y que ese señor, un "Señor" con mayúsculas, era su Ranma. Bueno, Ranma a secas, sin posesivos.

Así pues, se le quedó mirando sin saber bien qué decir o cómo reaccionar hasta que a la postre, asintió con la cabeza.

-Sí, menos mal…

Ambos titubearon un instante. Uno de esos segundos mágicos en los que se adivinaba la próxima confesión que tan a menudo se frustraba en el pasado y luego cada uno siguió por su camino. Ranma pensó en gritar, en destrozar el traje y raptar a su prometida…a esa mujer que ya no era su prometida, que no sabía bien si todavía amaba pero que estaba allí y que no podía negarse, le volvía loco. No lo hizo. El Ranma del pasado jamás se hubiese animado a pasar esa vergüenza en público. El del presente sí, pero era demasiado serio y formal para siquiera intentarlo. De solo pensar en las explicaciones que tendría que dar a los peces gordos de la empresa por su exabrupto, le empezaba a doler la cabeza.

Akane alcanzó a girar el pescuezo para echar un último vistazo fugaz a su exprometido. ¡Elegante! ¡El muy cabrón rezumaba la elegancia propia de un duque o un príncipe melancólico! Le miraba marcharse con esa triste expresión de lord inglés sin mostrar ni el más mínimo signo de la amarga lucha interna que debía de estar librando. El adolescente tonto y maleducado que porfiaba por escapar de esa coraza de madurez para abalanzarse sobre ella y soltarle algún comentario despectivo sobre su vestuario.

A lo mejor -pensó Akane- lo que necesita este engreido es una buena paliza como las de antes. Tampoco lo hizo. La dama coqueta en la que se había convertido jamás haría eso. En realidad sí podía hacerlo, porque de "dama coqueta" poco tenía salvo el disfraz que públicamente se veía obligada a adoptar para cumplir con las convenciones sociales. Las manos le temblaron por primera vez. Sintió como un relámpago recorría buena parte de su cuerpo desde la nuca hasta los brazos y luego volvía en dirección ascendente nuevamente hasta la cabeza. Cerró los puños y se volteó, enceguecida…y volvió a tropezar. Esta vez con un señor mayor.

-Lo…lo siento. Debo de estar muy torpe hoy.

-No te preocupes querida. No ha sido nada.

El viejito se arrastró cojeando hasta una de las muchas butacas que la organización del evento colocó alrededor del escenario. No parecía herido superficialmente pero a la luz de Akane, algo le pasaba. No llegaba a vislumbrar la naturaleza de su herida interior pero algo percibía y, ya sea por educación o simple empatía, le preguntó.

-¿Está seguro de que se encuentra bien? No le habré hecho daño, ¿verdad?

-No. No, querida. Por lo menos no de la manera que te imaginas. La verdad es que te pareces mucho a mi mujer, que en paz descanse, cuando era joven.

-Oh, lo siento. Debe de ser duro.

El viejito llevaba un bastón de madera. La manos, rugosas y ásperas se balanceaban sobre él. A lo mejor temblaba.

-Al principio no tanto. Quedé viudo muy joven, cuando disponía de una excelente memoria. Pero ahora…ya casi ni me acuerdo de cómo era. Las fotos ayudan un poco. Pero sus gestos, su forma de moverse…todo aquello se ha ido perdiendo hasta que te vi. Te juro que eres igual a mi Akane, querida.

Akane se ruborizó al instante y pensó en que el destino era cruel. Que de enterarse el viejito de la casualidad de que ella se llamara igual que su difunta mujer, solo se amargaría más. Y decidió ocultarle el hecho fortuito. Mientras tanto Ranma seguía porfiando en su interior. Por momentos le parecía que estaba por volverse loco. Y loco debía de estar pues, le había parecido ver a otra Akane más de la mano de un Mousse atlético aunque de cutis cadavérico y luego, una tercera incluso, tonteando con un Ryoga esbelto y dicharachero que no paraba de mostrarle las fotos de sus hijos a todo el que quisiera verlos. Una de las fotos, la de su hija más pequeña, era idéntica a la Akane que conservaba en su memoria. La otra Akane, la que le pareció que era la mujer del tipejo parecido a Ryoga, tenía cierto aire Akanil aunque no era ella. Llevaba demasiado maquillaje y una joyas pretensiosas, impropias de una Akane hecha y derecha. Y así posó la vista sobre todas y cada una de las invitadas hasta que descubrió con horror que todas se parecían en algo a Akane. Alguna era más pequeña, otras, mucho más viejas. Y las de más alla se habían convertido en señoronas gordas que no paraban de poner a parir a tal o cual jovenzuela "desvergonzada" a las que señalaban con el dedo y que también se parecían a su exprometida. Las últimas, directamente eran un calco de la original, nada más que parecían tomadas de otros mundos paralelos. Pues sus parejas le parecían también malas copias de sus pasados pretendientes. De hecho, la del fondo, la que no paraba de reirse como una tonta enamorada, iba de la mano de un Kuno tan mediocre como el original pero mucho más culto y refinado.

Ranma cerró los ojos. Respiró profundamente tres veces y los volvió a abrir. Y voila; todo había vuelto a la normalidad. Cada uno de los invitados volvía a tener su aspecto normal. Ni Akanes ni Ryogas ni Kunos, únicamente desconocidos tomándose una copa a la espera del inminente espectáculo. Solo una, la primera de todas, la que tropezó con él hacía unos instantes, seguía siendo Akane.

Debe de ser mi imaginación -pensó Ranma-. Jamás supuse que me afectaría tanto volver a verla. Si tan solo hubiese sido más valiente en el pasado…da igual. Ya es tarde.

Akane por su parte se había sentado al lado del señor mayor y le escuchaba, educadamente, divagar sobre el pasado y el amor.

-La vida es tan efímera y cruel si le dejas, que casi no vale la pena resistirse. Si eres feliz, carpe diem, aprovecha el día. Y si no lo eres, procura serlo. No sabes cuantas oportunidades más tendrás de conseguirlo.

Akane asentía a cada una de las máximas del anciano ladeando suavemente la cabeza de arriba abajo. Alguna que otra sentencia como la anterior le dolían en lo más profundo pero no decía nada. Sobre todo, una chica educada. No volvería a dejar que su mal genio le arrebatase su felicidad.

-Fijese en mi suegro -continuaba el viejito-. Ayer hace exactamente un año que ha pasado a mejor vida. Yo solía decirle: "Vamos, Soun. Sal a pasear" y él, nada de nada, que ya iría mañana que no estaba de humor, etc, etc. Y al final pues ya no hubo más mañanas para él. ¿Me entiende, jovencita? Hay que aprovechar el ahora.

Akane, desde luego no entendía. Desde que oyó que el nombre del padre de la Akane muerta era "Soun" solo se repetía a si misma: "esto ya no puede ser casualidad; no puede serlo".

-¿Qui…quién es usted? -tartamudeó Akane.

-Oh, lo siento. ¡Qué maleducado de mi parte, jovencita! Me llamo Ranma Saotome, ¿y usted?

A lo lejos, el hombre de traje azul, el verdadero Ranma, observó lo nunca visto. Como su Akane se desmayaba en un santiamén al oir las últimas palabras de su extraño acompañante. Y digo que era la nunca visto, porque había caído suavemente sobre la silla sin hacer ruido y en pose recatada, como una señorita. La Akane adolescente de la que se había enamorado difícilmente perdiera el conocimiento de forma tan fácil y femenina y mucho menos por una palabras, fueran cuales fueran. Dos instantes y medios después, Ranma había atravesado el escenario entero llevándose por delante mozos, mesas y demás estorbos y se encontraba arrodillado junto a su amor juvenil. Le tomaba el pulso, le medía la temperatura con la palma de la mano en la frente y hasta vigilaba su respiración y los latidos del corazón, apoyando el oído derecho sobre su pecho.

Al final, comprendió que efectivamente se había desmayado y que nada más tenía, salvo esa momentánea pérdida de lucidez.

-¿Qué le ha hecho, viejo inmudo?

El anciano se levantó con ayuda de su bastón y contestó con una expresión relajada y honesta. Imposible que estuviera mintiendo.

-Le conté algunas anécdotas sobre mi difunta mujer, Akiko y mi suegro, Soma. Por último me presente: soy Ryu Sendo. Y se desmayó…

Akane se incorporó poco a poco.

-Yo…yo oí otra cosa.

Ranma se le echó encima.

-Ya ha oído a la dama, viejo pervertido. No crea que le tendré lástima por su edad.

A su alrededor se había formado un semicírculo de gente que aguardaba expectante la resolución de la batahola. Ranma lo advirtió en seguida y supo de inmediato que luego tendría una gran jaqueca y mucho que explicar pero le daba igual. Mejor dicho: no le daba igual pero ya no podia detenerse. Le cogió de la camisa con un brazo y le elevó unos centímetros del suelo. Seguía siendo un artista marcial impulsivo después de todo.

-Espere, caballero -interrumpieron dos o tres señoras que anteriormente habían estado sentadas junto a Akane y el anciano-. Este señor dice la verdad. Nosotras escuchamos la conversación y nada ofensivo le ha dicho a la jovencita.

La escena violenta se cortó en su momento de mayor climax sin que Akane lograra recuperarse del todo. Un Ranma visiblemente descolocado le dejó caer en la silla, mudo y vacilante. No sabía muy bien qué hacer o qué decir. Llevaba años sin que le hirviera la sangre así. Sin atolondrarse por una tontería. Para ser exactos, llevaba ocho años de "normalidad emocional" si es que puede llamarse "normal" el no exaltarse por nada.

-Lo siento. Yo…

El anciano le dio una palmada en el hombro.

-No es tiempo de disculparse ahora. Será mejor que se ocupe de la jovencita. Todavía le veo aturdida.

No le costó mucho a Ranma tomar una decisión de esas que cambian la vida de cualquiera. Por un lado, el viejo tenía razón: Akane no reaccionaba. Además sentía tanta vergüenza que deseaba que la tierra la tragara cuanto antes. Y atender a Akane, aunque ya no fuese su tarea, le daba la excusa perfecta para huir de allí.

Ranma le cogió en brazos y atravesó otra vez todo el escenario cargando con ella. Para su mala fortuna, la salida estaba justo en el extremo más lejano del salón. A cada paso sentía las miradas fulminantes de sus socios, de sus futuros socios que probablemente ahora ya no lo serían y sobre todo, de su jefe. Le escuchaba cuchillear a todos y pronto descubrió el embrollo en que se había metido. El hombre al que había agredido, el señor Ryu Sendo, era el mayor pez gordo de la convención. "La ballena" en palabras de su jefe, que debían cazar hoy. En el mejor de los casos, ya podía ir despidiéndose del ascenso prometido. En el peor…prefería ni pensarlo.

-Saotome, si se marcha ahora con esa histérica y sin siquiera disculparse apropiadamente, las consecuencias serán…

Ranma se giró hacia su jefe dispuesto a tartamudear una excusa del tipo "ahora vuelvo" pero no pudo. Su jefe, ya no era su jefe, sino un Genma-panda que sostenía un cartelito rezando la misma consigna con que le había detenido hace instantes.

-Lo sé, señor Kogi. Las consecuencias serán nefastas pero debo irme. Y una cosa más, si vuelve a llamarle "histérica"…no respondo de mis actos.

Y se marchó sin esperar respuesta. A su gran oído de artista marcial entrenado llegaron las palabras que tuvo instantes después el señor Kogi con Takeda, el lameculos que ambicionaba su puesto y su ascenso.

-Se lo dije, señor. Aunque la mona se vista de seda…siempre ha sido un bruto y siempre lo será.

-Tiene razón, Takeda. Por favor, encárguese del asunto.

"Encarguese del asunto". Aquello olía a despido fulminante. Peor aún, el renacuajo de Takeda disfrutaría toda la noche del asqueroso placer de redactar la carta de cese de su rival. ¿Y todo por qué? Por defender a su exprometida de quien, en realidad, no le atacó, Ryu Sendo, y por faltar el respeto a su jefe sin razón. Porque en honor a la verdad, ¿qué tenía de malo que le dijeran "histérica", si él mismo le solía soltar en el pasado entre quince y veinte lindezas por estilo a diario? Si, ahora que lo recordaba bien -y lo mucho que le había costado olvidarlo-, fue ella quien dio por terminada la relación. En el fondo, el mote de "histérica" desde su perspectiva le sentaba de maravilla.

Se paró justo en la puerta de salida por el lado de adentro. En el exterior, una mujer que marchaba dando grandez zancadas, sacó de pronto, un pañuelo de papel del bolsillo, se secó los mocos y lo arrojó sobre una papelera cercana. Luego prosiguió con su camino olvidando sobre la tapa del tacho de basura el sobre con el resto de pañuelos sin usar. Ranma se preguntó si sería capaz de hacer lo mismo. De tirar a la basura metafórica la pesada carga que llevaba entre brazos, puesto que ya no le servía para nada o si al menos, sería posible dejarla olvidada en algún sitio aunque desde un punto de vista objetivo todavía tuviera algún que otro asunto pendiente con ella. Al rato observó volver a la misma mujer y recuperar sus pertenencias, solo que esta vez, llevaba el pelo más corto como el de Akane y los ojos idénticos a los de su exprometida.

Ranma comprendió de inmediato que volvía a alucinar y recurrió nuevamente al mismo remedio de antes: cerrar los ojos y respirar profundamente. Al abrirlos, se encontró con el rostro de Akane; inconscientemente había bajado la mirada y sus ojos se habían posado sobre los de ella. ¡La de veces que habían quedado en la misma pose cuando eran adolescentes! Recuperar aquella sensación, no lo iba a negar, le producía el leve cosquilleo de siempre salvo que esta vez, siendo un hombre hecho y derecho, sabía perfectamente a qué se debía.

La barra del buffet estaba vacía. A lo mejor sería una buena idea llevarla allí y servirle un café. ¿Cuánto tiempo más podría seguir desmayada un chica fuerte como ella? Luego, se despediría sin contarle nada de los problemas que le había ocasionado, por supuesto. Y mañana ya sería otro día. Uno que vislumbraba muy bien. Hoy imprimiría unos cuantos currículum y por la mañana se entretendría repartiéndolos. Si tenía suerte, conseguiría trabajo antes de que le llegara la carta de despido. Japan Tech y MegaFlynn se había mostrado muy interesadas en contar con sus servicios en las últimas convenciones.

-No me faltarán "novias"…-murmuró.

-Normal. Siendo tú…-contestó Akane que empezaba a abrir los ojos-. Seguro que te sobran pretendientas, prometidas y demás.

A Ranma se le ocurrieron al menos cinco respuestas crueles, tres divertidas por lo irónicas y dos, directamente bordes. Pero no pronunció ninguna de ellas. La madurez le había enseñado nuevas formas de escarmentar a los tontos que malinterpretaban las cosas. Simplemente extendió ambos brazos y le dejó caer.

Akane se sorprendió un poco aunque aguantó el impacto con naturalidad. Había caído de culo. Nada realmente de qué quejarse. Tampoco se sentía en posición o autoridad moral suficiente como para reprocharle nada. Aquella era la dinámica correcta entre dos adultos. Me tratas bien, te trato bien. Me atacas, dejo de cuidarte. En el fondo, la fábula del escorpión y la tortuga cruzando el río. El mensaje, sobre todo, era claro. El Ranma que en algunas ocasiones ponía la otra mejilla había muerto hace ocho años cuando ella rompió el compromiso.

Ranma lo expresó aún mejor.

-¡Menos mal que no nos casamos! -repitió. Y en esta ocasión sí que los pensamientos y las palabras iban de la mano. Akane se incorporó con toda la dignidad que pudo.

-Ha pasado mucho tiempo. No me guardes rencor. Ni tú eres el inmaduro que parecía que coqueteaba con todas sin decidirse ni yo la idiota que no aguantó más la situación. Somos otras personas.

-Cierto -repuso Ranma-. Somos unos desconocidos. No debí haberte ayudado. Adios.

Y se fue. Akane trató de centrarse en todo lo que había ocurrido. Sabía que se había desmayado y que Ranma le habia ayudado. También creía recordar que todo había sido un malentendido. Que el anciano solo pronunciaba nombres parecidos a los de su familia y que ella, probablemente le había malintepretado por el estado de shock que le había producido toparse con Ranma. Lo que no entendía muy bien era el por qué de su actitud entre agria y galante. ¿Todavía le quería? ¿Le despreciaba? ¿Ambas cosas a la vez? Se dejó caer, mejor dicho, se desplomó sobre un asiento del buffet, agotada.

-¿Qué desea?

-Un café.

Akane contestó bajito casi suspirando y sin prestarle la más mínima atención. Todos sus sentidos estaban centrados en el hombre del traje azul que se alejaba poco a poco.

-Aquí tienes, histérica.

Akane se volteó, espantada.

El mozo sostenía la taza y le miraba sin pestañear. Actuaba como si no hubiese dicho nada inapropiado. Desde luego no se parecia a Ranma en nada aunque tenía una coleta idéntica a la de su exprometido y la misma sonrisa socarrona que solía utilizar este cuando en otra época de su vida mejor, le acariciaba con improperios constantes.

-¿Qué…qué ha dicho?

-He dicho histérica o si lo prefiere, pechoplano, marimacho, bruta, ingrata, traidora, egoista, ¿sigo?

El Ranma del traje azul se había alejado unos veinte metros intentando esconder las lágrimas cuando oyó el incofundible sonido de un cuerpo cayendo al suelo.

-¿Será posible? ¿Otra vez?

Efectivamente, Akane había vuelto a desmayarse. Esta vez le rodeaba una gran cantidad de gente. Un desmayo en una mujer bonita se suele tomar casi como natural. Pero dos…

-¿Caballero, su mujer no estará embarazada?

La respuesta de Ranma comenzó con tono desafiante pero se fue desdibujando a medida que tartamudeaba.

-No es mi pareja y no está embarazada que yo sepa…bueno, no lo sé. Hace ocho años que no le veo. Quizá si lo esté…

Desde luego podría estarlo -comenzó a pensar en silencio mientras se acercaba a examinarle otra vez-. Las chances de que alguien tan guapa esté disponible son de…da igual, si no está embarazada, estará enferma. En ambos casos, solo queda una cosa por hacer, llevarla a un hospital.

Una vez tomada la decisión, la boca de Ranma como en los viejos tiempos volvió a trabajar a un más rápido que la mente. Pronto se encontró dando órdenes a diestra y siniestra para prepar un viaje confortable de la paciente al hospital. A unos les pedía que trajeran una botella de agua del buffet por si se despertaba. Y a otros, unas toallitas húmedas y un abrigo en condiciones puesto que no sabía dónde había quedado el suyo. De pronto, un hombre se acercó hasta él y le interrumpió.

-Yo le llevo. Soy doctor.

La muchedumbre exhaló un suspiro unánime de relajación: "por fin, un profesional se hará cargo".

-Ni de coña.

-¿Cómo dice, joven? Le he oído perfectamente. Llevan ocho años sin verse. Yo soy médico y usted no. Esta situación ni le compete ni es el más indicado para manejarla. Deme una buena razón para negarse.

-Le doy tres. Que le asoma del bolsillo del saco un pañuelo amarillo y negro. Que huele a cerdo y que la salida está por el otro lado.

Por ese entonces Ranma ya estaba totalmente desquiciado, vociferando como un loco y sudando a mares. El traje azul ya no le quedaba tan bien. De hecho, le pesaba. La impecable corbata roja que completaba el exquisito juego de etiqueta le asfixiaba también. El recinto entero daba vueltas a su alrededor mientras huía con su presa. Una Akane preciosa que a pesar del ruido ni se inmutaba. El papel de bella durmiente lo representaba a la perfección.

Solo en el exterior, y una vez que cogió una buena bocanada de aire, Ranma tomó consciencia de que el panda al que había empujado por el camino era su jefe y el cerdo que había pisoteado tres veces, Takeda.

No importaba. Ya nada importaba realmente. Tan solo llegar hasta su auto y depositar su preciosa carga en el asiento del acompañante.

A mitad de camino, sin embargo, Ranma sintió como si un rayo le partiera en dos. Aún tardó unos cuatro segundos en asimilar lo que había oído. Un hombre, bueno, un rival, un asqueroso e inmundo entrometido pronunciaba las palabras que no quería oir.

-¿Qué hace usted con mi esposa?

-¿Su esposa? Yo…yo la llevo al hospital. Se ha desmayado.

-Ay, pobrecita. El primer trimestre es el peor de todos. Ya me ocupo yo. Muchas gracias, señor…

-Saotome. Ranma Saotome.

-¿Saotome? ¿En serio? ¿No será usted por casualidad el…? ¿cómo le llama siempre? ¿el idiota engreido?

-Ese mismo. Lamento conocerle en una situación así. Por favor, no se vaya a creer que aquí ocurría algo raro. Le aseguro que no le veo desde hace ocho años. Ha sido todo una fenomenal coincidencia.

El hombre largó una carcajada fenomenal.

-Pero mi amigo. ¿Cómo ponerme celoso de usted? Si justamente usted le ha tenido servida en bandeja de plata tanto tiempo y no la ha aprovechado. Debe de ser el hombre más inofensivo del planeta. Bueno, no se ofenda. Pero es la verdad.

Unos veinte minutos después de que se marcharan, Ranma seguía vagando por la ciudad.

Buena las has hecho, Ranma, esta noche -pensaba-. Akane casada y embarazada y tú, idiota, engreído, inofensivo y sin trabajo. Ya no puedes caer más bajo. Y encima con alucinaciones sin pies ni cabeza. A lo mejor me estoy volviendo loco de verdad.

Se quitó el traje y la corbata y los arrojó bien lejos.

Ocho años tirados a la basura. Otra vez la pierdo sin decirle lo que siento. Como si fuera posible declararse a una embarazada de otro hombre.

Una hora después los pasos de su brutal autoreprimenda le trajeron sin darse cuenta hasta la misma sala de convenciones. Todavía quedaba algo de gente. Ranma se asomó con miedo. No pintaba mucho allí pero al menos, si algo salía bien en aquel nefasto día, tendría la posibilidad de disculparse con Ryu Sendo. No imploraría por su perdón ni por su trabajo, tan solo se limitaría a hacer lo correcto. Reconocer que se había comportado como un idiota y aguantar el largo y seguro sermón. Estaba de suerte. El anciano todavía se encontraba entre el público y ya nadie se preocupaba en hacerle la pelota.

-Señor Sendo…vengo a disculparme. Siento mucho lo que dije e hice y siento también mi retraso en volver.

Sendo sonrió.

-Yo también estuve enamorado cuando era joven. Ser impulsivo es parte del amor y la juventud. En realidad, le envidio, ¿sabe?. Yo he perdido ambas cosas. A propósito, ¿cómo se encuentra la joven?

-Bien. Solo ha sido una bajada de tensión. ¿Puedo hacer algo por usted? ¿Para compensarle por lo de antes?

-Claro que puede. Dígale a esa mujer con las palabras correctas lo que me dijo a mi con las acciones equivocadas: que le quiere tanto que haría cualquier tontería por ella.

-Pide demasiado. Es imposible.

-Imposible es que se lo diga yo a mi Akiko que lleva muerta cincuenta años. Lo suyo solo es muy difícil. Yo mataría por estar en su lugar.

-No lo entiende -insistió Ranma-. Está casada y embarazada. Por eso se desmayó.

Ryu Sendo frunció el entrecejo.

-No me mienta, joven. La chiquilla me ha confesado que lleva ocho años esperando a que el amor de su vida le perdone. Ni tiene pareja ni mucho menos está embarazada. Esa jovencita jamás se inventaría una historia así. No parece ser de esas, por lo menos.

Pues si no miente ella -pensó Ranma-, ¡entonces miente él!

-O mientes tú -escuchó resonar una voz en su cabeza-. Piensa, Ranma. ¿Realmente llevas ocho años sin Akane o solo ocho horas? ¿Existen Takeda, Ryu y los demás? ¿O son todas alucinaciones?

Ranma ni tiempo tuvo de contestar o pensar porque efectivamente el anciano delante suyo se convirtió de pronto en un panda, luego en Kuno y finalmente en Ryoga. De fondo, la convención comenzó a latir al completo como si se encontraran dentro de un corazón gigantesco y finalmente…Ranma despertó en una camilla. Llevaba una bata de hospital y unas ojeras terribles. Tenía nuevamente dieciseis años.

Akane, una Akane de diecisesis años, le abrazó de inmediato.

-Gracias a Dios, Ranma. Estaba tan preocupada.

-Pero si dijiste que ya no éramos prometidos…-balbuceó el paciente.

-Claro, tonto. Como cuando tú dices que no volverás a hablarme y luego no te aguantas ni una hora en silencio. No lo decía en serio, desde luego.

Kasumi le dio una palmada en el hombro.

-Dice el doctor Tofu que te has pasado vagando por todo Nerima sin pegar un ojo por cuarenta y ocho horas hasta caer rendido. No tienes nada. Solo cansancio extremo.

Ranma acercó el oído de Akane a su boca.

-Prométeme algo…-le dijo y le susurró palabras dulces durante unos cuantos minutos. Kasumi vio pasar el blanco del cutis de su hermana al rojo y luego al bermellón sin entender. Cinco minutos después se marcharon para dejarle descansar.

-¿Qué te ha pedido?

Akane guardó silencio.

-Vamos, Akane. No me dejes con la intriga.

-De acuerdo pero debo de haber oído mal porque juraría que me pidió que nunca más vuelva a hablar de rupturas ni en broma y que…

-¿Qué?

-Y que solamente tenga hijos con él.

FIN.


Un saludo a todos los que me leyeron y comentaron. Salvo sorpresa, el próximo one-shot será un especial de San Valentín. Se aceptan sugerencias.