Tormenta
En ocasiones, durante mi primer año de estancia en aquel sitio, llegaba a la conclusión de que el Dojo Tendo al completo me repelía como a una plaga. No me refiero a sus habitantes, sino a la idea abstracta y general. A la suma de factores. Cada hecho grotesco, cada sinsentido de la familia alocada que vivía en él, me lo confirmaba. El huésped panzón que tenía por padre, el casi suegro que nos exigía a Akane y a mí que diéramos el brazo del orgullo a torcer en favor del negocio familiar, sus paredes que me astillaban los pies en cada entrenamiento. O los enemigos que atraía. Y los "amigos" a los que permitían ingresar en sus entrañas. Todo eso, no cabía duda, se trataba de un intricado plan del destino que se había anclado en aquel sitio para amargarme la vida.
¡Con lo fácil que es enamorarse! ¿Por qué, entonces, tuve que prendarme de alguien tan complicado? Hubiese sido tan sencillo ser yo el difícil únicamente de la pareja. Yo deseaba ser un huracán ronroneante en las placenteras playas de una isla hermosa. Y sin embargo, estaba obsesionado hasta la médula de un tifón –porque Akane era un tifón de emociones incluso más revueltas que las mías-. La sola idea de besarle se me aparecía en la mente como el choque gigantesco de aquellos elementos de la naturaleza. "Pasión" solían llamarlo en mi entorno. "Amor imposible" lo catalogaba yo. Y tenía razón. Incluso los opuestos clásicos más irrencociliables tenían la posibilidad de unirse por unos instantes. Labios de fuego carbonizando su carne contra la delicada mejilla de agua de su amada. Vapor, dolor, imposible…pero al menos un contacto prohibido. Una huída estúpida del taboo que dejaba cicatrices en ambos. ¿Pero lo nuestro? Se me hacía mentalmente imposible imaginar que un huracán se acercara a un tornado sin que ambos se autodestruyeran antes de siquiera aproximarse.
Amor imposible.
O dos posibles cariños confortables. Ukyo y Shampoo.
No, no. Nunca me lo planteaba. Siempre fui ambicioso. Siempre fui a por todas. Aunque estuviese el mundo al entero en mi contra. Aunque abrazarla significara desdibujarme a mi mismo por la fenomenal potencia de sus vientos internos. La quería solo a ella y era feliz. A mi manera. ¿Se trataba de una pasión dificultosa? Vale. Mejor eso que una confluencia de amistades con derecho a roce. Aquello era para perdedores. Lo mio siempre fue lo imposible. Akane Tendo. Perdón, AKANE TENDO. Con mayúsculas y al completo. Ni una sola parte de su alma soplaba con menor intensidad que la otra. Toda ella, endemoniadamente dulce. Deliciosamente inabarcable.
Sin embargo, algo había cambiado en su forma de ser últimamente. Lo noté tarde, cuando me tocó despedirme. Cuando se fue por primera vez con otro sin mayores explicaciones que un lacónico: "me aburrí de esperarte". Fue entonces que de improviso supe que algo no iba del todo bien, más allá del dolor que me causaba. Su expresión solo irradiaba un poder neutro. Una brisa suave y domada por el amor de otra persona. Le faltaba vitalidad. Un angustiante vacío interno se adivinaba tras sus ojos. Aquella carencia de personalidad me lastimaba aún más que su abandono.
-¿Sabes, al menos, que te llevas un viento? –le indagué a modo de despedida al mequetrefe que no había dudado en declararse en el momento y lugar adecuado.
-Me llevo una mujer –me repuso como queriendo dar el debate por cerrado. Y comenzó a marcharse con ella de la mano.
-Un huracán, un tifón –le grité desde mi sitio-, un torbellino y un ciclón. Todo junto con apariencia de mujer.
Se me quedó mirando con cara de estúpido. Normal, Él solo veía la carne. Ahora que lo pienso, quizá por eso Akane optó por él. Porque era capaz de obviar su alma revoltosa. Mejor dicho, porque ignoraba la borrasca, la tempestad que habitaba dentro de ella. Tan solo hacía falta eso para apaciguarla. No soplar en dirección contraria. Recién entonces, lo vi con claridad, cuando ya era tarde. Nuestra relación era como el juguete chino que apresaba ambos pulgares con una muelle de plástico. De nada servía tirar con fuerza hacia fuera. Solo un delicado movimiento hacia dentro y se conseguía el objetivo.
-Te llevas media Akane –declaré irritado-. Solo yo, aunque no me haya servido de nada, conozco a la verdadera. La de los mil aires. ¿De qué vale tener una Akane desapasionada?
No sé si fue una respuesta o si simplemente me ignoraban, pero el caso es que le dio un beso en la oreja y la subió dentro de su coche.
A las dos semanas rompieron y ella volvió al Dojo como si nada. Yo desde luego la recibí sin dedicarle el más mínimo reproche. Seguía amándola. Solo que el vaso que contenía mi amor, destrozado una vez, lucía por fuera unos enormes pegotes emocionales. Y unas resquebrajaduras que mal podían ocultar la cinta adhesiva del perdón. Por dentro, se mantenía su contenido intacto. El tarro lleno hasta el tope de amor. Por fuera, caía de maduro que un golpe más destruiría al contenedor para siempre y ya no habría forma de que se llenase de afecto otra vez.
Por supuesto que intenté negar la situación. Parte de esa negación ha sido no enterarme ni del nombre del robaprometidas ni luchar por ella en primera instancia. En segundo lugar, comencé a cuestionar la veracidad del hecho por las vías acostumbradas: pelliscándome. Estaba despierto. Luego, me hice un análisis psicológico exhaustivo. Sano. Y por último, mandé a Nabiki a que le hiciera todo tipo de preguntas que solo Akane podría responder. Era ella.
¿Qué más quedaba por hacer? ¿Pelear? No, no se podía. Una cosa era discutir por tonterías y otra mucho más seria por algo así. Si ella actuaba como si nada hubiese pasado, a mi me tocaba más de lo mismo. Mi posición era muy clara. No me había ido del Dojo en su ausencia. ¿Por qué quedarme si no había ya compromiso? Porque sabía que volvería. El tema era ella. Sus motivaciones para abadonarme, para volver. El significado de su despedida. ¿Si se había cansado de esperarme y por eso se había ido con otro, ahora me esperaba otra vez? ¿Me importaba saberlo? No, entonces, no. Estaba demasiado dolido. No renunciaba a ella, no dejaba de amarla pero tampoco aceptaba que esas cosas pasaban así sin más y eran normales. No, viniendo de ella. Mientras no me diera una explicación, yo no preguntaría cosas tan vitales como si el compromiso seguia en pie o qué demonios había ocurrido durante esos siete días que yo pasé en el infierno de su ausencia.
Por ese entonces la magnitud del complot que imaginaba en mi cabeza tenía proporciones épicas. Involucraba a familiares, conocidos, extraños e incluso gente que hacía mucho que había abandonado este mundo como mi abuela materna, la que siempre llevaba una blusa azul, que solía decirme de pequeño: "Tienes que ser fuerte. El más fuerte. No para ganarle a los demás. Por el simple y verdadero hecho de que las mujeres belicosas son las mejores. Si aspiras a casarte con una has de ser capaz, primero, de sobrevivir a ella".
Tan amargado debí de haber estado que hasta Ukyo y Shampoo en lugar de aprovechar el momento se mostraban indignadas. Fueron las únicas que levantaron la voz por mi para defender mi causa.
Claro que yo no hice mucho caso. Esa que vivía conmigo ya no era Akane. Más bien parecía un robot. Silenciosa, callada, introvertida, reservada. Como si un agujero negro en su corazón se devorara todos sus aires y su vida. Yo intentaba que aquello me diera igual. Si romper con el otro le había traumatizado tanto hasta convertirla en una modosita chica sin alma, no era de mi incumbiencia. No merecía mi contención. Y sin embargo, aquello era lo que más me fastidiaba. La prefería mil veces en manos de otro pero como siempre, con su irascible ki de lucha dispuesto a despellejar a un mequetrefe que no era yo. Eso mejor que la no-Akane que me habían devuelto.
Y luego cayó enferma. Nada grave. Un refriado continuo que se negaba a abandonar su cuerpo. Debo de reconocer que por entonces yo también estornudaba bastante. Una brisa voluble se había encaprichado conmigo y me atacaba a todas horas a la altura de la cabeza. A veces cobraba tal vertiginosa velocidad que los zumbidos que percibían mis oídos a su paso parecían voces. Me gustaba. Me recordaba a la otra Akane. La violenta. Solo que no era ella. Si, por una extraña casualidad del destino, a la metáfora de los vientos y su personalidad se le diera por tomar forma física, se asemejaría más a las brutales nubes negras que invadían los cielos de Nerima por ese entonces. De ninguna manera aquella juguetona brisita podía compararsele. Eran densas, rocosas y con muy mala leche. No llovia pero cada tanto chocaban entre sí y se oían truenos de una intensidad nunca antes conocida.
Kasumi se ocupó de antendernos a ambos, cada uno en su propia habitación. En rigor huibese sido más cómodo para ella acomodarnos en el comedor pero no. Nos tenía prohibido acercarnos e interactuar. Utilizaba la excusa de la enfermedad mutua y que contagiándonos unos a otros no nos recuperaríamos nunca. Pero yo me olía otra cosa. Estaba claro que el hecho fortuito le había caído como anillo al dedo. Seguro que sabía algo. Quizá no todo, pero lo suficiente para desear que no habláramos.
¿Mi sexto sentido me llevó a hacer lo lógico y sensato? ¿Hablar con Kasumi? No. ¿Lo menos sensato? ¿Hacer lo propio cara a cara con la dueña de todos los secretos y sus respuestas? Tampoco. Me propuse recuperarla por la via más lógica que se me ocurría. La que me había "funcionado" bien hasta el momento. Antagonizarla con cualquier pretexto. Recuperar un poco la normalidad en nuestra relación como paso previo a desnudar nuestros miedos y reproches. Claro que salir volando por los aires, impulsado por un huracán de violencia solo podía parecerme "normal" a mí.
-Menos mal que estás enferma tú también –le dije-. Una sopa tuya terminaría el trabajo destructivo que los virus comenzaron con mi cuerpo.
Al principio le brillaron los ojos. ¡Bien! Era el preludio de la tormenta. Pronto lloverían mazazos, intensos intercambios de golpes y con un poco de suerte, volvería a interactuar con mi Akane. Luego, ese brillo se hizo más y más opaco hasta apagarse por completo. Parecía un mechero sin gas que apenas si lograba producir unas chispas moribundas. Una lágrima asomó de su ojo izquierdo pero ni siquiera llegó a salir. Tan vacía y desakanizada estaba que ni llorar lograba.
-Ojalá fuera verdad eso –razonó sin amargura ni entonación en la voz-. Me bebería dos o tres de esos potajes mágicos con gusto si me garantizaras que…
-…¡Ranma! –interrumpió Kasumi-. ¡Sal ahora! ¡Es una orden!
Observé perplejo la escena por unos instantes. De un lado, Akane derrotada. Del otro, una Kasumi que le defendía con tanta intensidad que si no se hubiese tratado de una escena tan trágica, hasta hubiese dado gracia. El mundo al revés. La dulce y calmada lucía más amenazante que la malhumorada e inmadura. No por mérito de la primera sino por defecto de la segunda.
-De acuerdo. Pero volveré.
Y volví a los veinte minutos. Hasta allí llegaba mi caballerosa paciencia. Viniendo de mí, no se podía negar que se trataba de un lapso de tiempo enorme. Sobre todo los primeros cuatro segundos me parecieron una eternidad. Solo porque confiaba ciegamente en Kasumi sobre temas del corazón era que había aguardado tanto. Si alguien podía ayudarme a reconducir la situación, se trataba de ella. ¿Por qué no hablé primero con Kasumi, entonces? No fue orgullo; simple atolondramiento.
Así pues, monté guardia en el exterior y cuando juzgué que la dejaban sola, trepé por los sitios acostumbrados, abrí con suavidad la ventana y me colé en su cuarto. Claro que no esperaba encontrarme con semejante escena. Akane se creía sola y se había abandonado tanto a su dolor que ni notó mi presencia. No lloraba pero manifestaba claros síntomas de agotamiento físico y mental. Se había acomodado en su cama en posición fetal. Parecía que aquello le había ocurrido justo cuando se disponía a tomar un baño porque adivinaba su delgada desnudez bajo su albornoz azul. ¿Le dolería la tripa? ¿Tendría que ver con su malestar físico? ¿O se había acordado de algo que le costaba digerir?
De pronto ya no tuve dudas. Lloraba solo que lo hacía en modo mudo y sin lágrimas. Con la boca abierta, el rostro desencajado. Casi como si se ahogara de tan potente que era el daño interno. Los ojos continuaban vacios. Sin el fenomenal vigor combativo que le caracterizaba.
-Akane. No llores –le puse una palma sobre el hombro-. Y-yo…no sé qué pasó…pero te perdono.
Mis palabras debieron de llegar hasta ella. No la actual. La que se volteó a mirarme inexpresivamente. A la otra. A la de Akane de siempre que se escondía en su interior. La que en condiciones normales me hubiese mandado a volar por introducirme sin permiso en su habitación y sorprenderla en una situación tan íntima. El caso es que me hizo caso y dejó de llorar.
-¿Que me perdonas? –recompuso el rostro y se acomodó la bata-. Despierta Ranma. No hay nada que perdonar. Nunca ha habido nada entre nosotros.
-No digas tonterías –insistí-. No eres tú la que habla. Da igual lo que ha sido. Yo te ayudaré a reencontrarte. Poco me importa si la verdadera Akane se encuentra entre aquellas nubes negras o es esta brisa molesta que no me abandona desde hace casi diez días. Yo os reuniré.
-¿Así lo arreglas todo, no? Negando la realidad. Soy la misma Akane de siempre. Nada mágico ha pasado. Solo me cansé de ti.
¡Bien! Por fin volvíamos al meollo de la cuestión. Esta vez tendría que aclararse. Ningún entrometido me separaría de sus respuestas.
-Y sin embargo, sostengo que no eres tú. Tú eras un viento. Una tormenta. Creabas una fuerza despampanante a cada instante. Ahora se te ve débil. Y agotada. No, no eres tú.
Mi prometida se quedó parada en su sitio unos instantes. Los pies y el torso girando hacia la puerta pero la cara y los ojos apuntando hacia el otro extremo de la habitación, el que ocupaba yo. Deseaba huir. El cuerpo le delataba. Pero no podía. Irónicamente, yo, Ranma Saotome, le había atrapado con mis palabras.
-Hasta el viento más poderoso se agota si nada le alimenta. Yo era el lobo y tu amor, la casa del cerdito práctico. Al final me cansé de soplar intentando derribar lo imposible. Y cuando se agotó la fuerza eólica de mi corazón, dejé de suspirar por ti y de amarte. Así de simple.
-Akane…-le tomé de la mano-. ¿No has dicho al comenzar la conversación que nunca hubo nada entre nosotros? ¿Te parece que un "dejé de amarte" se corresponde con aquella afirmación?
-Por supuesto –se zafó de mi y depositó ambas manos sobre su pecho-. Nunca me has querido. Y el otro solo ha conseguido que vuelva a aborrecer a los hombres.
-Deja de mentirme y mentirte. Bien sabes que te amo. Que siempre me desespero en tu presencia por besar tus labios. Si te has ido con otro ha sido por cobarde –le insulté sin poder contener mi rabia-. Nunca por despecho.
-¿Deseas besarme? –repuso con el mismo tono neutro que mantuvo durante toda la conversación-. Adelante. ¿Por qué no? Al fin y al cabo he roto con Saffron por ti. No creo que me repugne demasiado.
-¿¡Saffron?!
Fin de la primera parte.
Historia bonus
El duende de las madrugadas.
Hace un par de años, los Reyes Magos les trajeron a Bulmita y Gohan un juego de esos que parecen superdivertidos en la publicidad pero que luego, como mucho, se juega cuatro o cinco veces y quedan guardados para siempre. Se trata de la lona con puntos de colores que se pone en el suelo y cada participante tiene que tocar un color determinado con la parte del cuerpo correspondiente. Además de la citada lona, el juego traía dos dados gigantes y una valijita con manija para llevarlo donde sea. La cuestión es que el maletín descansa desde el 10 de febrero de 2011 en un sitio preferencial de nuestra biblioteca entre el Poema de Mio Cid y una recopilación de ponencias de un congreso de Málaga de 2003. La manija cuelga en forma de "u" o mejor dicho, de carita sonriente. Los dados asoman como si fueran dos ojos y el resto de la caja delinea el contorno perfecto de una cabeza. Durante el resto del día casi ni le prestamos atención. Como si no existiera. Básicamente porque la tele que está entre el sofa y la biblioteca se encuentra encendida y sintonizada en Disney Channel o Clan, los únicos canales que nuestros hijos nos dejan ver (Gracias a Dios en Disney pasan casi siempre Phineas y Ferb que es bastante entretenido e ingenioso).
A las 6:30 cuando me levanto todas las mañanas y me siento en el sofá a pensar en lo que tengo que hacer durante el día, obviamente la tele está apagada. La distancia con la biblioteca es perfecta. De cerca no se nota el efecto visual, pero a esa distancia no cabe la menor duda. Hay un duende en las estanterías que me sonríe. Antes no lo veía pero por culpa de cierta gente que me enseño a ver "caritas" donde solo se supone que hay letras y signos de puntuación, ahora la veo perfectamente. ¿Cuenta como emoticon? ¿Quiénes son los involuntarios emisarios? ¿Gohan y Bulmita? ¿El destino?
Suelo levantarme de mal humor (no me gusta madrugar tanto) pero aquello surte una especie de hechizo en mi. Se me van todos los malos pensamientos. Nunca soy consciente de su existencia en otro momento. Cada vez que me levanto y me acomodo en el sofa, vuelvo a sorprenderme con aquel duende, cuya existencia había borrado de mi mente durante las últimas veintitrés horas y cincuenta minutos. Sé positivamente que a pesar de escribirlo en una historia bonus entre las 6:32 y las 6:35, mañana volveré a sorprenderme con su presencia.
Su aspecto es más o menos este:
|-0-0-|
|_\_/_|
También soy consciente de que algún día Gohan se acordará del juguete y tendré que despedirme del duende, pues dudosamente volvamos a guardarlo de una mánera tan armoniosa que le dé la increíble apariencia de estar vivo. Es ley de vida. Con la gente me pasa igual. Hay personas que ya no están o que se han ido lejos. Gente que hace siglos que ni me acuerdo de que existen. Y de pronto, les veo. Han vuelto o nos hemos cruzado casualmente. Pero ya no son ellos. La vida les ha cambiado igual que lo hará Gohan con el juguete cuando vuelva a recogerlo. En otros casos, recuerdo a personas que sé que no volveré a ver. El tiempo les ha guardado en un país muy lejano o algún ángel está jugando con ellos en otro sitio. Así de frágiles somos. Lo más sano mentalmente sería tratarles como al duende. Olvidarme totalmente de su existencia hasta que les vuelvo a ver y si no les veo, pues no pasa nada. Pero no se puede, la gente tiene la maldita costumbre de impactar en mayor o menor medida en nuestras vidas. Si compro una sandía me acuerdo de las vacaciones en Uruguay cuando era pequeño y del señor que me sirvió la fruta más sabrosa que probé nunca. Si veo un libro, recuerdo con quién debatí tal o cual sentido de algún párrafo.
No sabría explicarlo. No sé cómo ni por qué. Pero desde hace un par de horas tengo la extraña sensación de que me encontraré con alguien que hace mucho que no veo y no sé quién es. Probablemente, no será cara a cara. De seguro tendré que utilizar algo que me enseñó alguien cuando era pequeño y le recuerde así. O quizá sea todo un poco de nostalgia sin voz ni nombre. La cuestión es que sospecho que toda persona, como todo objeto, tiene su lugar ideal en este mundo. Sin importar quién o qué sea, siempre habrá alguien que le vea en "su" sitio y le recuerde así por siempre. Como si viviera eternamente en una foto mental. ¿Hay alguna diferencia en mis recuerdos entre el duende de la biblioteca y señore sole comiendo en el restaurante? Casi ninguna. Son dos fotos que tomé azarosamente en un momento de mi vida y que me niego a olvidar por las connotaciones subjetivas que yo mismo les aplico.
Fin de la historia bonus.
Comentarios
Estimado hikarus. Me alegro que te hayan gustado todas las historias del último capítulo. Sospechaba que tendría pocos lectores que sobrevivieran a más de una pero me equivoqué.
Estimada angelikitap4emmet. Ya, ya. Hubo demasiados personajes con nombres poco afortunados. Temáticas extrañas y poca consideración para los lectores. Digamos que me tomé un capítulo sabático. No lo volveré a repetir a la brevedad.
Estimada RosemaryAlejandra. Honestamente yo tampoco lo imagino con piojos. Por eso me he divertido escribiendo eso.
Estimado Lu4AVG. Fue a propósito. Ranma se queda "sin palabras" de la impresión y por tanto no puede contar nada de lo que ocurrió. Y no pasó la censura porque: "no contar la historia es burlarse de los lectores".
Me has dejado pasmado con el ser con cabeza de Ibuki, Hachiro y Yuko. Seguro que te robo la idea para el especial 70.
Estimada Shiroki-San. De acuerdo. El final de Maison Ikkoku es el que Rumiko se negó a darnos con Ranma y Akane.
Estimada Minefine7. Yo no fui. Fue mi hermano gemelo maligno que se sabe mi contraseña de fancfiction.
Estimada Ai. Hoy te has lucido. Se nota que te tomaste en serio lo del mensaje largo. Genial.
Veamos por donde empiezo a responderte. Por los piojos claro está. Final del fic: Anticlímax le lava la cabeza a Ranma. Luego dice: He asesinado a los piojos pro-Shampoo con un shampoo antipiojos. ¿Irónico, verdad?
Sobre la historia de la vesícula…eso mismo digo yo. Se casan y tienen un hijo. Tendría que haber pasado la censura. Por los pelos pero pasada.
En "Ibuki y medio", si algún día lo escribo solo aparecerán Ranma y Akane y será super-romántico. Al final podré decir: "nunca juzguéis a una historia por su nombre".
Los muñecos de Ranma y Akane B-762-GF ya no se fabrican. Los pocos ejemplares que todavía quedan son objeto de la avidez de ambiciosos coleccionistas sin escrúpulos. Pero eso ya es otra historia.
No conozco el libro pero ya me pondré manos a la obra.
Sobre los motes, no te imagino en plan graciosa, cruel y malvada. Como mucho, graciosa, ácida y sarcástica.
Me alegro muchísimo de tus avances en un tema tan delicado como la salud. Imagino que no extrañarás el catéter pero aún así despídete de él como corresponde. Ha estado junto a ti demasiado tiempo. Y cuídate mucho.
Un saludo a ti y a todos los demás que me han leído estos sesenta y un capítulos.
También una mención especial a zabdiiiii-62 y a hikarus que me han agregado a favoritos. A este ritmo todavía llego a cien capítulos antes que a cien favoritos pero quién sabe.
