Tormenta. Final
Cuando recuperé la consciencia pensé en lo evidente. En que había muerto y regresado a la vida de la misma forma que Akane. Por amor. O sed de venganza. Pero no. Seguía respirando. Y por debajo de mis múltiples vendajes todavía sentía latir mi corazón. Kima estaba en una silla, muy cerca de mi cama.
-Te he dado quince cuchilladas más cuando has perdido el conocimiento. Parecías inmortal
-¿Entonces…?
-No lo eres. El viento te protege. Cada golpe fue desviado y debilitado por él sin que lo notara. Me dio tanta rabia que cogí la daga con ambas manos y me tiré sobre tu pecho.
Me tanteé el cuerpo con cuidado.
-No…no siento una herida así.
Kima señaló más allá de la ventana, en el exterior. Un pequeño torbellino giraba sobre sí mismo arremolinando hojas secas.
-Eso de ahí, lo que te entrena para vencer a Saffrón, me empujó al suelo. Tiene entidad propia. Estoy segura.
Por fin comenzaba a vislumbrar mi final feliz. No sabía quién me había vendado si Kima o algún doctor, ni cómo me sentía tan fuerte a pesar de las heridas pero tenía una ligera certeza sobre la identidad del viento: el alma de Akane. Solo tenía que procurar que se reencontrara con su cuerpo y todo volvería a la normalidad.
Podía haberme quedado a indagar un poco más. ¿Quién me salvó? ¿Cómo? O ¿por qué? Kima tenía todas las respuestas. O podía ir a examinar el viento extraño que según mi acompañante, tenía voluntad propia. Lo primero que noté, cuando opté por la segunda opción, se trataba de algo que ya sospechaba: me encontraba en la consulta de Tofu. Lo segundo era difícil de explicar, sorprendente y extraño. El patio de al lado, estaba cubierto de hojas secas. Tantas y de tan variado tamaño que parecían flotar en el aire, empujadas por el remolino mágico. Solo que no flotaban de forma caótica. Por momentos parecían delinear una figura humana. Antes no lo había notado por su naturaleza invisible, pero con la ayuda de las hojas…no cabía duda. Frente a mi se encontraba la silueta de alguien. ¿Realmente sería Akane? Esta vez no me empujaba ni procuraba taparme el paso. Más bien me guiaba por las buenas. Normal, el entrenamiento para "ser más fuerte que el viento" ya había sido un éxito antes de que Kima me atacara.
Caminé detrás de él durante unos cuantos kilómetros, hasta que comencé a reconocer el paisaje: volvíamos al castillo de Saffrón. Al rato lo avisté en lo alto de una colina. Era de noche. En la puerta, una figura conocida nos esperaba: mi enemigo en persona. Llevaba una especie de túnica morada y un cetro en la mano derecha. Ni siquiera desvió la mirada hacia mí. Su vista, fija en el horizonte, parecía haberse extraviado horas atrás.
-Vengo a ver a Akane.
-Puedes pasar –repuso sin abandonar la vista del mismo punto del paisaje-. Pero eso se queda aquí conmigo. Tenemos un tema que resolver.
Por supuesto que no. "Eso" probablemente era Akane, la verdadera. La necesitaba para completar el puzzle. Si íbamos a separar nuestros caminos, obviamente tenía que ser al revés. Yo me cargaba a Saffrón y Akane aprovechaba la ocasión para reunirse con su otro yo.
-Lo siento pero no va a ser pos…
El resto de la frase ya no llegó a los oídos de Saffrón. Literalmente se lo llevó el viento. O mejor dicho me llevó a mi enterito hacia dentro. Hasta el momento no había experimentado semejante fuerza en las ráfagas. De haber estado preparado, quizá hubiese opuesto algo de resistencia pero viniendo por sorpresa desde mi punto ciego, no pude más que dar una voltereta en el aire y caer de pie en el interior del castillo. Unas pesadas puertas de hierro fueron azotadas también por la ventisca y me cerraron el paso.
A mis espaldas una inverosímil escalera se extendía hasta el último piso del castillo y luego continuaba su camino por el cielo hasta donde mi buena vista ya no llegaba a distinguir nubes de pájaros o aviones. El ancho de los escalones era de unos meros veinte centímetros; no había paredes laterales ni barandas. Superados los pisos inciales, comencé a sentir la fuerza de los primeros vientos. A veces me empujaban a uno u otro lado. En otras, cuando menos lo esperaba y tenía todo el peso del cuerpo volcado hacia un lado, me tiraba hacia delante o detrás. Peor aún, a medida que iba dejando atrás la construcción y me adentraba en el cielo abierto, la potencia de los vientos y su caótico e imprevisible furor se hacían cada vez mayores. Entonces entendí el objeto de mi entrenamiento. Oponerse al viento avanzando siempre hacia delante y nunca a los laterales era la única forma de ascender por aquella escalera maldita. Pasada una extunuante hora, divisé la cúspide de aquello. Sobre un altar dorado me esperaba un trono y sentada en él, Akane. Entre ella y yo, quinientos escalones y una tormenta.
A veces el amor se pone difícil. En ocasiones dar un solo paso nos agota todas las fuerzas y al coseguirlo sentimos que nuestra amada se ha alejado cinco más. En otras, nos hayamos a mitad de camino. Sin fuerzas para abandonar –caerme en ese entonces hubiese sido fatal- ni para avanzar más. Muchas parejas suelen optar por mantenerse así, distantes pero a la vista durante años y más años. ¡Como si fuese algo normal! Ni pueden hacer el esfuerzo de reunirse ni ninguno opta por dar media vuelta y marcharse. A los ojos de los demás siguen siendo una pareja. Incluso a los suyos. Pero a la noche, cuando el frio aprieta, cada uno duerme abrigado por sus propias vivencias en la que el otro no participa.
En mi caso, aunque lento y vacilante, yo no me rendía. A lo mejor tardaba quince minutos para cubrir el espacio de tres o cuatro escalones. O incluso en más de una ocasión parecía que caería sin remedio. ¡Pero avanzaba! Lento e inseguro pero sin pausas ni atajos. Así había sido desde que me enamoré de ella. Hablarle, darle la mano, sonreirle, eran pequeñas conquistas, ligeros triunfos, que me permitían avanzar uno o dos peldaños en la escalera de su amor. Pensándolo bien, más que el viento, yo mismo me había entrenado de forma autodidacta para cumplir con semejante hazaña.
Pasadas tres horas y cuarenta y cuatro minutos, me desplomé a sus piés.
Akane no había movido un músculo. Si me espereba o me ignoraba como a una mosca que se coló en su casa, no lo sabría hasta que abriera la boca. Entre ella y yo, no había más que una plataforma de seis metros de diámetro, un manzano y un par de mesas.
-Eso ha sido casi entretenido. Pero mírate. Tanto batallar ¿para qué? ¿Para hablar con una difunta?
¿Muerta? Sí, lo estaba. No olía mal desde luego. Su natural fragancia akanil se podía inhalar todavía si se estaba tan cerca de ella como lo estaba yo entonces. Tampoco había perdido temperatura su cuerpo. La cáscara, la cubierta de Akane, por lo menos, permanecía viva. Lo que sí había mutado era el exterior: un decorado tétrico como una tumba de fondo. Y su mismo interior. No vacío, pero si menguante y desapasionado. Impropio de una verdadera Akane.
-No vine a hablar. Vengo a salvarte. Nos iremos juntos.
Linda concatenación temporal había creado en tres frases. Estaba tan acelerado que no había terminado de establecer mis prioridades en el presente o las razones que me trajeron en el pasado, que ya estaba deseando actuar en el futuro. Akane callaba. Radiante y esbelta, sentada en su trono imperial. Solo aguardaba entre bostezos que yo me fuera, lo intentara por la fuerza o me rindiera. Todo parecía darle igual. Intenté avanzar por donde mayor interés había mostrado. No me gustaba la idea pero si ella quería hablar, no sería yo por enesima vez quien lo evitara. En una situación tan trágica no había lugar para la timidez ni para las dudas.
-Te amo –le dije casi secamente. Sin mucha pasión ni gestos. Tampoco podía reprochármelo. Bastante esfuerzo me había costado que aquellas palabras salieran de mi boca para además adornarlas con florituras innecesarias. Akane seguía sin pestañear. Inexpresiva pero calma. Casi como si estuviera a punto de despertar de un embrujo.
-En el mundo real el amor no existe –repuso por fin.
¡Bien! Me respondía con una evasiva. Ya no me esperaba un "yo también te amo" sino tan solo dejar las cosas bien en claro. Que evitara rechazarme directamente yéndose por la tangente, me pareció el mejor de los triunfos. Así que respondí con cierta vehemencia, casi creyéndomelo.
-Claro que existe el amor, Akane. Abre los ojos. Mira hacia abajo. ¿Te parece que podrían exisitir tantas familias en el mundo? ¿Que tanta gente haya podido equivocarse durante siglos?
La diosa fénix, mi Akane, miró por la ladera de la colina. No muy lejos de allí se avistaban muchas diminutas casas y familias. Niños jugando, hombres y mujeres tomando la fresca y por supuesto, decenas de parejas paseando.
-Esas no son más que uniones para satisfacer necesidades básicas. O por razones económicas. Como mucho para garantizar la reproducción. Ser padre es también una necesidad biológica.
Cógí una de las manzanas del único árbol que adornaba el sitio. Y le di un bocado.
-Ahora estoy satisfaciendo una necesidad natural, alimentarme, pero…¡qué rica está! A veces no tengo hambre y aún así las como. En otras me ofrecen uvas y las rechazo aunque me apriete el estómago. No me gustan.
Esta vez respondió rápido. Para ser un fénix apático, se notaba que el tema le interesaba.
-¡Selección natural! Nada más. Tus genes te llevan a elegir la fruta mejor que garantice que tus hijos sean los más aptos. Y si fuera el último plato sobre la faz de la Tierra, de seguro te zamparías esas uvas igual que procrearías con Kodachi.
Prefería ingerir mil racimos a…daba igual. Tampoco tenía tiempo de andarme por las ramas. Cada frase suya era una nueva oportunidad de vencerla. Yo nunca había destacado por mis cualidades dialécticas pero ella tampoco. A lo mejor, Akane metía la pata antes que yo.
-No existe mayor necesidad natural que vivir –ejemplifiqué haciendo gráficos en el aire-. Y sin embargo hay gente que da la vida por amor…
-…¡No! –me interrumpió decididamente enfadada. Desde luego había dado en el blanco con la elección del debate-. Hay gente que ha sufrido tanto en este mundo que prefiere dejar de vivir a desprenderse de la gran estafa social que le da esperanzas.
-Y sin embargo, tengo una prueba irrefutable de que tú, aún en ese estado, me amas –me puse frente a ella y le tomé de la mano-. Jura por la vida de tu padre y de tus hermanas que no has sido tú la que me puso estas vendas –le obligué a tocarlas con la yema de los dedos.
Titubeó como nunca sin dejar de tocarlas. Su gesto seguía igual de ausente que siempre pero ya no irradiaba esa estúpida confianza de quien se cree superior, esa orgullosa mirada que se oponía tanto a la natural humildad de Akane. Temblaba.
-Y-yo… ¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho Kima? La mataré ya mismo si…
-…lo supe porque están puestas con amor y conocimiento. Rodeando dos veces la sexta costilla que tengo rota desde el mes pasado. Solo tú sabías que estaba así. Solo tú, aunque fuera de forma inconsciente, serías capaz de brindarte así por los demás.
Se soltó y me dio la espalda. A lo mejor ya no le interesaba que hiciera contacto visual con tanta facilidad. Comenzaba a turbarse.
-Ha sido un acto de piedad. Me dio pena que OTRA te rompiera la misma costilla que te rompí yo. Todavía no lo entiendo. Bajar así la guardia cuando entrenábamos. Y solo porque se me soltó un poco el kimono. Tu necesidad básica de proteger la vida tenía que ser mayor que la de procrear.
-En absoluto. Mi única necesidad básica eres tú. Me importas más que a mi mismo.
Volvió a mirarme de frente. No estaba seguro pero algunos de los pelos de su cabellera parecían erguirse solos. Parecía a punto de desatar la tormenta de siempre, la que no podía soltar debido a sus vientos extinguidos.
-Al final, todo es instinto. Si yo te prometiera que volveré a ser la de antes si te dejas golpear hasta la muerte sin defenderte, tarde o temprano y a pesar del hechizo de Cupido, te defenderás. Somos animales. Esclavos del instinto.
-Solo veo a una persona esclavizada por algo aquí y eres tú por los celos. ¿Por celos me vendaste, verdad? ¿Porque te asustó que yo me dejara atacar por alguien como Kima, tan parecida a ti? Y ahora me pides que lo repita contigo. Remarcamiento del territorio.
-¡Tonterías! –volvió a ofuscarse. Ya faltaba poco para que explotara-. Te inventas excusas ridículas para no demostrar tu punto.
-Kima me atacó cuando estaba exhausto por el entrenamiento. Por eso no me defendí. Nada más.
-Mentiroso. Le secaste las lágrimas. Perdida una Akane, la selección natural te llevó a buscar a la reemplazante más idónea.
Hasta en modo fénix, Akane era fastidiosamente ridícula. Por muy retorcido que fuera, dejarse golpear por tu amada podía interpretarse como una demostración de amor. ¿Pero una cuchillada de un enemigo?
-Kima me atacó a traición. Tú no necesitas hacerlo. Si sirve para que vuelvas a creer en el amor, no me defenderé. Ataca.
-Mentiroso otra vez.
-Pruébame.
Y me probó. La verdad es que no me lo esperaba. Estaba tan enfrascado en la dialéctica, tan centrado en contar el porcentaje de furia de Akane, más del noventa y ocho, que no medía bien las palabras. Mi próximo golpe, mi próxima frase, sería la de gracia la que le hiciera desatar la tormenta de vida y pasión que todavía habitaba latente en su corazón. Sin embargo, antes que eso, el fénix actuó, fría, desapasionada y directa. Su daga atravesó mi corazón en tres oportunidades consecutivas. Seguía sin pestañear.
-¿Por qué sonríes? –me preguntó de pronto.
Era verdad, pese a todo, reía. Y sabía bien la razón.
-Perdona, no es la mejor forma de reaccionar. Pero es que al final, aunque no fueras tú al cien por ciento, llegué a hablar contigo sobre el amor y mis sentimientos con sinceridad. De alguna manera me siento liberado.
-Estúpido –volvió a darme, solo que esta vez con furia-. ¡Estúpido! –lo repitió más fuerte aún y sin pausas. Los pinchazos cayeron sobre la segunda costilla, la tercera, la cuarta y…un brazo mío se levantó a la velocidad del truco de las castañas e interceptó el último golpe, el que probablemente fuera el definitivo.
-¡Ja! Te lo dije –celebró el fénix iracundo. Despeinada y agitada. ¡Por fin respiraba y sonreía! Quizá por demostrar su punto, quizá porque no llegamos hasta el final.
-L-lo siento…ibas a darme en la sexta costilla. Recuerda que está rota. Podrías hacerte daño con un reborde -le apoyé la mano sobre mi pecho y apunté a la quinta de la derecha-. Mejor aquí…–deslicé su mano por mi torso- o aquí. Sobre la cuarta de la izquierda.
Su mano que involuntariamente me había acariciado instantes atrás, se quedó un segundo demás sobre mi cuerpo. Luego pareció que volvía la de siempre ya que la intensidad de sus ojos superaba el frío de su expresión. Seguía con un gesto serio pero por dentro, sin duda, relampagueaba. Infinidad de rayos y centellas en su interior porfiando por salir y besarme.
-¡Tonterías! –exclamó por fin y me hundió los dedos y la daga sobre la costilla rota.
Esta vez no desperté sano y salvo con unos vendajes nuevos. De hecho, no perdí el conocimiento. Tan solo oí a mi prometida alejarse lentamente con mi enemigo en el campo de batalla y al parecer, tambien en el del amor. Como Ryoga. Se trataba de una constante en mi vida. Si quería casarme con Akane, tendría antes que convertirme en el hombre más fuerte del mundo. Motivación suficiente para no darme por vencido. Menos aún cuando les oí hablar.
-Caramba, ese idiota tenía razón. Me he raspado un dedo. Pensaba que me había manchado con su sangre pero no, es mía.
Saffrón le restó importancia con su lógica neutra.
-¿Qué es un rasguño para un fénix inmortal? Ni dolor deberías sentir.
-No, no lo siento…aunque…no sé…parece que el amor sí existe después de todo…aunque sea una soberana gilipollez.
Se alejaron un poco más y se sentaron cerca del extremo de la plataforma.
-Será mejor que te lo vende. No es bueno derramar nuestra sangre. Dicen que tiene propiedades mágicas.
Akane se dejó hacer sin prestarle mucha atención. Quizá fuera por mi vista borrosa de moribundo pero me pareció que no dejaba de mirarme. Hasta que de prontó exclamó:
-Ouch. ¡Ten cuidado! Recuerda que todavía tengo clavada una astilla desde la pelea de Jusenkyo.
-¿Y? Eres un fénix. Ni siquiera vale la pena molestarse en quitártela. ¿Quién es tan endemoniadamente tonto para proteger a un fénix inmortal? Ya sabes lo que siempre dice mi primo, el Dios Kowai,: "Cuidar de un Dios es como temer que se te ahogue la sirena".
-Ese de allí –supongo que señaló en mi dirección- me daría un tanque de oxígeno si fuera una. Incluso un paracaídas si fuera una catarata. O crema solar si fuera arena del desierto. Se me había olvidado. Me gustan los tontos.
-Entonces tendré que matarle. No creo que me cueste más tiempo que lo que me tomó disipar al molesto viento que le acompañaba.
Noté, dichas esas terribles palabras, que se acercaba el desenlace. Por un lado un ser divino, frio e iracundo con sus poderes sobrenaturales y por otro, un humano medio moribundo. A medida que se iba acercando a mi posición, yo repasaba en mi mente una a una mis opciones: todas pasaban por utilizar milagrosamente un objeto o acción mágica. Dejarme morir y renacer como otro fénix. Poco probable. Frotarme el cuerpo con la sangre de fénix que había vertido Akane y aguardar a que aquello me permitiera adquir alguna capacidad nueva. Ridículo. Esperar a que el viento misterioso se repusiera y volviera a salvarme como cuando me atacó Kima. Difícil, según Saffrón, ya no quedaban rastros de él. Además, esperar pacientemente a que me salvaran no estaba dentro de mis capacidades. Quitar la astilla del dedo de Akane. A lo mejor, aquel objeto que tanto desdeñaba mi enemigo era el causante de la extraña actitud de Akane. Al menos coincidía el momento del cambio con el de su aparición. Darle un beso de amor como intentó Kima con Saffrón. Mi mejor opción, aunque difícilmente pudiera llegar hasta ella. Por último, utilizar otra vez el entrenamiento antifénix que me había permitido escalar la construcción hasta la plataforma. En mi estado, poco daño lograría infligirle pero a lo mejor me daría la oportunidad de intentar alguno de los otros planes. Solo había un problema. Me habían acuchillado varias veces por segunda ocasión en un par de días. No me quedaban fuerzas para levantarme. Ni siquiera para resistirme cuando Akane me cogió en sus brazos y me apartó de la trayectoria asesina del ataque de Saffrón.
-¿Qué haces? No deberías se capaz de sentir nada. Eres un fénix. Su destino debería darte igual.
-Cierto pero un hombre capaz de tratar las heridas de un muerto, por definición, no debe morir.
Saffrón levantó un dedo acusador.
-¡Todavía le amas! Jamás en la historia de las aves sagradas se había cometido una falta así.
¡Claro! Porque Akane no era un fénix. Ya se lo había dicho cuando se la llevó la primera vez. Un viento. La verdadera naturaleza de Akane era la de una tormenta huracanada.
-A…kane…bésame.
Cerré los ojos esperanzado. Lo último que había visto era sus ojos no-pestañeantes aproximarse a los míos. A continuación hicimos contacto. Solo que no resultó como lo esperaba. Sus labios se encontraban frios y resecos. Sin vida. Y su interior tan duro que por mucho que soplara, nada de mi aire lograba acceder a su interior. La decepcionante realidad no dejaba lugar a dudas. La muerte tenía más fuerza que el amor. Luego de juntar sus labios con los míos me arrojó al vacío con desdén.
Aterricé muy cerca de la puerta de entrada, destrozado. Donde se suponía que había tenido lugar la batalla entre Saffrón y el viento misterioso. No quedaban rastros de él. Ninguna de las flores que adornaban el sitio parecía ponerse a danzar impelida por una ventisca traviesa.
Yo seguía vivo de milagro pero tan magullado que ni siquiera hacía falta darme el golpe de gracia. Al rato pasaron los dos casi sin mirarme. Se marchaban. Saffrón por delante y Akane siguiéndole a distancia prudencial
-¿Has aprendido la lección? Unos labios muertos no pueden saborear la vida.
-Sí, tenías razón. El amor no existe y de hacerlo, desde luego, no supera a la muerte. No sé qué me pasó. Supongo que llevo poco tiempo siendo así. La próxima vez que fallezca, me gustaría reencarnar en alguien que no le conozca ni le recuerde.
-Ya da igual. Le has rematado bien. En el fondo somos piadosos. No valía la pena seguir prolongando su sufrimiento.
Akane se giró para dedicarme una última mirada melancólica. Semejante tristeza no podía nacer del corazón congelado de una fénix. A lo mejor me había tirado así para protegerme de Saffrón. Para engañarle dándome por muerto. Prefería creer eso a aceptar la aparente realidad. Kima les aguardaba junto al auto que les transportaría lejos de allí.
-¿Puedo rematarle ya? ¿O seguiremos jugando mucho más tiempo?
¡Maldición! El cabrón de Saffrón no comía vidrio. No sabía bien cómo había sobrevivido a semejante caída pero ahora sí, se había acabado todo.
-No, me será más fácil olvidarle si le abandono así. Todavía me cuesta aceptar que mi primer y último beso ha sido tan desabrido.
-De acuerdo –pegó un puñetazo sobre el capó del coche-. Pero yo necesitó matar a alguien. A cualquiera.
Akane seguía despidiéndose con la mirada. Tan distraída estaba en hacerlo que no llegó a darse cuenta. Ni ella ni Kima. Fue un golpe veloz, seco, duro. Suficiente para matar a un continente entero de Amazonas. Totalmente innecesario. Y más aún, tratándose de una subordinada. Durante los primeros instantes, Kima logró mantener la posición vertical, luego se desplomó sin fuerzas, seca y agotada por la voracidad criminal de Saffrón.
Fue entonces que se desató la tormenta. La que venía presintiendo desde que comenzó la historia. Siempre había sospechado que sería Akane la protagonista pero semejante maldad no podía ser tolerada y entonces lo supe, ¡Yo también era un viento! En rigor era tarde, una vez destruida la Akane falsa, solo tardaría un segundo en recuperar la compostura y repetir su ataque sobre la Akane verdadera. Y me daba igual si era un fénix o no. Debía protegerla. En cuestión de instantes estuve frente a él y tapándole el paso. Akane había quedado detrás de mí, intentando estúpidamente reanimar a Kima. Como si todo el mundo en este planeta tuviese la capacidad de revivir como un fénix. A mi me salían vientos por los ojos y el cuello. Los cabellos encrespados y una mirada que debía de ser tan furibunda que hasta el mismísimo Saffrón, un ser que se autodefinía como insensitivo, ensayó una mueca de miedo. Y más aterrorizado se vio cuando al chasquear la lengua, se pudo ver perfectamente como dos diminutas chispas revoloteaban dispuestas a salir de mi boca. De mis dedos, otra decena de rayos aguardaban un solo gesto mío para fulminar al miserable.
-Ranma…
Estaba demasiado furioso para ecuchar o entender. Mis brazos y pies se movían como un torbellino. Saffrón a duras penas si lograba evador alguno de mis golpes mientras el resto caían implacables sobre su rostro.
-RANMA.
Seguía pegándole puñetazos ensordecedores como truenos. Los rayos salían despedidos en todas direcciones. Daba igual. Nerima había sufrido tormentas peores. Los ciudadanos sabían de sobra qué hacer para protegerse.
-¡RANMA!
Saffrón ya no se defendía. Creo que cada uno de mis golpes le dañaba irremediablemente pues su aspecto se iba asemejando cada vez más al de un anciano.
-¡RANMA, POR FAVOR!
Volábamos muy alto. Desde el cielo, el generoso incendio que había provocado y que carcomía buena parte del bosque que rodeaba al castillo me parecía diminuto e insignificante.
-¡DETENTE! ¡RANMA! ¡MI AMOR!
Todo mi cuerpo se sentía frío y vacío. Despojado de vida y sentimiento. ¿Así se habría sentido Akane? ¿Ajena al mundo e incapaz de enterarse de lo que le rodeaba?
-¡TÚ NO ERES ASÍ! ¡RANMA!
Noté que poco a poco, a medida que los vientos incrementaban su velocidad, la temperatura de mi cuerpo disminuía a bajos cero. Me estaba trasmutando en un viento de verdad. ¡Mejor! Era justo lo que necesitaba para vengarme. Los dientes dejaron de castañear cuando las piernas se congelaron. La sangre ya casi ni circulaba. Solo una pequeña parte de mi cuerpo, a la altura de la cintura se mantenía cálida.
-TRANQUILO, AMOR. ¡ESTOY JUNTO A TI!
Sus labios contra los míos, esta vez, cálidos y suaves, interrumpieron la tormenta justo en su climax. Y por fin pude ver de vuelta. El punto cálido de mi cuerpo era el brazo de Akane. Desde el mismo momento en que había estallado se había aferrado a mi y no me había soltado. Sus piernas congeladas con las mías se entrecruzaban formando una ese a mi alrededor. Saffrón hacía rato que había sido derrotado y reposaba agonizante junto a Kima. El fuego de mis rayos había quemado todo a su paso en un radio de diez kilómetros.
-¿Estás bien? –pregunté.
-Sí, sí. Pero lo has arruinado. Tenía que engañarle. Atraparle desprevenido y besarle. Solo así podría recuperar mi energía vital. Aspirándosela a un ser inmortal. Si tú me besarás más de un segundo…lo perderías todo.
-Tonta –le dije- perderlo todo sería permitir que beses a otro hombre. Todo nuestro pre-noviazgo ha durado tanto que, más que unos meses, me han parecido más de dos décadas. A veces siento que llevo con la misma edad desde siempre. Dudo que regalarte un par de años me afecte.
En el suelo otra pareja aclaraba también sus cómo y por qués. La fenomenal tormenta que había creado, había reanimado al misterioso viento que me había ayudado anteriormente. Saffrón y Kima platicaban agonizantes sobre él.
-Mi amo, por favor…aproveche la oportunidad. Si lo toca…
-Si lo toco me salvaré. Lo mismo te ocurrirá a ti si haces lo propio antes.
Kima sonrió.
-No imagino mejor forma de morir que renunciando a salvarme por amor.
De los ojos de Saffrón comenzaron a salir lágrimas, hecho que por supuesto no se apreciaba en centurias.
-¿De verdad me quieres tanto? He sido yo quien te dejó así. ¿Y a pesar de todo, pretendes sacrificarte por mí?
-Le amo. No le pido que me corresponda. Solo que lo entienda y moriré feliz.
Saffrón tragó saliva. Por única vez en aquel milenio se deslizó algo de líquido por su garganta.
-Lo entiendo.
Primero pensé que seguía tratándose del mismo niño engreído y egoísta de siempre, pues tocaba al viento primero. Pero luego, lo entendí todo. Aquel viento no era el alma de Akane. Era la suya. La original que había perdido cuando murió por primera vez. El Saffrón humano y generoso original era el que me había ayudado a vencerle. Y ahora les tocaba volver a ser uno solo.
Kima apenas si respiraba pero aún así, con el poco aliento que le quedaba, recibió los labios de su amor en silencio. Pensaba que se traba de una simple y sabrosa despedida pero no. Saffrón sopló dentro de ella al menos por cincuenta segundos.
-Kima, podré ser malo y egoísta pero, en el fondo, a mi también me gustan los finales felices.
Y mientras tanto arriba, todo mi ser se había calmado. Si seguíamos volando era porque Akane seguía en modo fénix. Solo que con cada beso que le daba, la altura iba descendiendo poco a poco. Unas tres horas después tocamos el suelo, juntos. Su vista ya relampagueaba como siempre. Despojada definitivamente de la apatía y los poderes mágicos de levitación.
-Acepté a regañadientes que te desdijeras de tus palabras de Jusenkyo –me dijo- porque no era yo. Como intentes hacer lo mismo con este beso, no tendrás tanta suerte.
-Desde hoy pienso vivir sin remordimientos. Especialmente amarte es una cosa de la que nunca me arrepentiré.
Volvimos a darnos otro beso sin que ninguno le quitara años al otro. Como debe ser cuando el amor es mutuo y correspondido.
Fin.
PS: Cuando le quité la astilla a Akane, le dolió tanto que me echó a volar. Nabiki, por su parte, se hizo rica vendiendo botellitas de sangre mágica de fénix. Si se trataba de una estafa o no, nunca lo supimos.
Historia Bonus
Una historia repetida.
Hoy aprendió Bulmita a nadar en tiempo record de dos horas. A las 13:00 se metió en la pisicina clavándome las uñas como siempre. A las 13:10 aceptó ponerse manguitos. A las 13:30 aceptó nadar con manguitos. A las 14:00 aceptó que yo la empujara sin manguitos desde un metro de distancia hasta el borde. A las 14:10 aceptó tirarse haciendo "la bomba" conmigo. A las 14:20 aceptó tirarse sola con manguitos. A las 14:30 hacerlo sin manguitos hasta donde estaba yo. Y a las 14:40 cuando estaba superentretenida, notó que luego de hacer la bomba y caer en mis brazos, yo la había tirado con poca fuerza hacia la pared. Optó por llegar nadando hasta el borde y en lugar de irse llorando, volvió a tirarse y vino nadando hasta mí. ¿Milagro? ¿Mutación de la personalidad por influencia del agua? Digamos que ayer su mejor amiga le dijo: "cobardica, no sabes nadar". ¿Os suena de algo?
Fin de la historia bonus.
Comentarios
Dear znta. Yes, he did. Luckily they ended together.
Estimada D-Uzumaki. Akane joven con Ranma viejo. Tomo nota. Algún día lo haré.
Estimada Ai. Hubo una devolución de gentilezas por la mitad del capítulo. Supongo que la habrás notado.
Hasta cuando dices que lloras, se te nota alegre en el tono del comentario. Eso es muy bueno. Hacer catarsis y seguir adelante.
Perdona pero me puede la curiosidad: ¿Qué frases pones en facebook?
Estimada angelikitap4emmet. No lo tenía muy en claro el final pero por "recomendación tuya" los dejé a los dos con diecisiete años.
Estimada Massy13. Final feliz entregado. Qué tengas buen viaje.
Estimado hikarus. No, Ranma no puede morir. Creo que ya he matado a Akane como diez veces y a Ranma nunca. ¿Curioso, no?
Estimada Minefine7. Desde que te conocí ya nada es real en mi vida. Solo un sueño que por suerte no se termina nunca.
Estimado Lu4AVG. ¡Vivir un mes sin Internet! Sé fuerte. Sé que se puede. De hecho, la gente de las cavernas lo conseguía. Te agradezco el esfuerzo de comentarme por triplicado y a altas horas. Si no me extiendo más es porque eres el último y si no publico ya, ya no me dará tiempo hasta mañana a la noche.
Un saludo a todos.
Leandro-Sensei, padre orgulloso de dos niños que saben nadar.
