Ranma Saotome, Primer Ministro, se divorcia. Final

Toyama no creía en el amor. Podría creerse por su falsa sonrisa constante que se debía a algún desengaño juvenil o al escepticismo de quien había vivido mucho. En absoluto. Si su mente política juzgaba a toda relación humana como relativa y transitoria, era más por defecto profesional que por algún acontecimiento traumático. Y si bien se convertiría en el gran catalizador de los sucesos románticos por ocurrir, os aseguro que no fue capaz de entender el alcance de ninguno. Lo único que pudo procesar su calculadora mente era que por fin, la cúspide de poder, tan anhelada, se hacía visible.

He de recordar también, que cuando el experimentado lider de la oposición comenzaba a hablar, por allí no volaba ni una mosca. Aquel silencio sepulcral no nacía del miedo o respeto que pudiera infundir en sus subordinados. Tan solo era una consecuencia lógica de su aura de especialista aburrido. Al ratito, cuando comenzaban a escaparse los bostezos de los oyentes más fieles, Toyama esbozaba su mejor sonrisa de político y daba por acabado el discurso. En condiciones normales, una aparición pública de un personaje tan serio y pausado en el hablar, no podía provocar un fenómeno tan inusual como interrumpir el colosal enfrentamiento fraternal. Y sin embargo, eso mismo fue lo que ocurrió. El principal rival de Ranma, en esta ocasión y para variar, pronunciaba un discurso violento y refinado a la vez. Repleto de información que cambiaría la historia de Japón para siempre y al mismo tiempo sin darla del todo.

Nabiki sintió vibrar su smartphone y por pura curiosidad, y a pesar de lo enfadada que estaba, se tomó un momento para echar un vistazo. Fue así que ambas Tendos, la colérica y la manipuladora, oyeron juntas el discurso del viejo zorro de la política japonesa.

He convocado esta rueda de prensa para darle todo mi apoyo a la familia del Primer Ministro, Ranma Saotome, en este momento de dolor. Aunque los pronósticos son pesimistas, la esperanza es lo último que se pierde en estos casos. Y es mi deber, más allá de la rivalidad, ser hoy mismo, el hombre más optimista del mundo. Para ser sinceros, el dolor me embarga de una manera imprevista. Pensaba que a mi edad y dada mi profesión, lo había visto todo, pero…semejante tragedia…se trata de algo para lo que no tengo anticuerpos mentales. La política me ha preparado para sosportar muchas cosas, pero no para algo así.

A si mismo hago un llamado a la población para que mantenga la calma. El equipo de trabajo del Primer Ministro, ha dado ya antes muestras de comportarse de manera eficiente durante ligeras ausencias de su cabeza visible. No hay razón, por tanto, para realizar cambio alguno en el Gobierno ni sugerirlo. Hasta que el Primer Ministro salga del duro trance en el que se encuentra, pueden disfrutar de todo el apoyo que necesiten desde la oposición que represento.

Sin otro particular, me despido, deseando que tan capaces médicos como hay Japón, los mejores del mundo, obren el milagro que esta Nación necesita.

-¡Si será falso, alarmista y ridículo! –exclamó Akane indignada cuando acabó de oir la reproducción radiofónica-. Ranma está perfectamente. Si no fuera así, yo lo sabría antes que él. O tú…

Nabiki meneó la cabeza con tristeza.

-Si Toyama lo dice, habrá que creerle y averiguar qué pasó –sentenció con voz grave y autentica, su verdadera tonalidad que salía a la luz por primera vez en décadas.

Akane sintió que aquella autenticidad en el hablar de parte de nada menos que Nabiki Tendo, la mujer de las mil caras, amenazaba a todo su ser. Que refutar lo irrefutable, le costaría mucho más de lo que habría deseado.

-¿Te estás burlando de mí?

-No, solo estoy siendo objetiva.

-Objetivamente hablando, te burlas de mí –insistió la peliazul que para negar las cosas era un as-. Ranma no está en peligro…-se llevó institivamente las manos a los ojos-. ¡No puede estarlo!

Nabiki se sentó en un sofá de los que adornaban su amplio living comedor e invitó a su hermana a que le imitara. Luego le abrazó.

-Cuando Toyama era joven, estudió psicología. Su tesis de licenciatura fue un experimento extraño y perturbador. Lo conoces, ¿verdad?

-Si el de los monos. Lo que no sé es para qué lo traes a colación ahora.

-No eran monos –prosiguió Nabiki-. Encerró en un cuarto hermético a diez gorilas y en el centro de este, dejó una decena de plátanos. Uno de ellos, unido a un cable electrificado. Cuando uno de los ingenuos primates intentó cogerlo, sufrió una fuerte descarga que asustó a todos. Pasada una semana de hambre, otros dos o tres compañeros lo habían intentado con idéntico resultado hasta que dedujeron que no había forma de hacerse con el delicioso fruto.

-Sí, sí. Ya te dije que conozco la historia –interrumpió Akane-. Entonces, Toyama comenzó a reemplazar uno a uno a los gorilas. El primero en entrar, lógicamente intentó alimentarse sin éxito. Antes de que pudiera siquiera tocar el plátano, todos los demás, se lo impidieron con chillidos, golpes, gruñidos y hasta mostrándole los dientes de forma amenazadora. Lo mismo fue ocurriendo con los nuevos invitados. De esta forma se había formado entre los animales una regla social inalterable: prohibido probar el plátano electrificado.

-¡Exacto! –exclamó Nabiki-. Ocho días después, ya no quedaba ninguno de los especímenes del primer grupo, el que había experimentado la corriente eléctrica en carne propia, pero la regla seguía inalterable. Desde entonces Toyama desconectó el plátano y dejó de alimentarles…¿sabes lo que pasó? ¿Te lo imaginas? Los gorilas prefirieron desfallecer de hambre antes de quebrar una regla social y sin saber por qué.

-Ya sabía yo que Toyama era cruel desde joven. No hacía falta que me recordaras tan truculenta historia…

-…además de cruel –apuntillo Nabiki-, maneja la psicología social al dedillo. Si insinúa él, antes que todos, que a Ranma le pasó algo es porque le pasó. Piénsalo; si fuera mentira, se acabaría su vida política en seguida. Le acusaríamos con la misma exacta frase que utilizaste tú de ser falso y alarmista. Y si él tuviera algo que ver con el tema, lo mismo. Nos bastaría con deslizar que él se enteró de todo antes que nadie para implicarle. No es tan torpe. Si lo ha dicho tan pronto y con tanta despreocupación es porque pasó y porque existe un chivo expiatorio que le libra de toda duda.

-No te entiendo. ¿Te refieres a que le han atacado?

-Eso mismo.

Akane se tomó un segundo para pensar.

-Podrás decir lo que quieras, pero Ranma no es un gorila normal. Ese tonto es capaz de electrocutarse mil veces antes de acatar una norma social, darse por vencido ante el plátano diabólico o reconocer que se equivoca.


En la otra punta de Japón, en una sala de interrogatorios de la comisaría especialmente señalada por las autoridades por albergar a los delincuentes más peligrosos, Secretaria Cuatro aguardaba entre grilletes, esposas y unas terrórifcas cámaras que no paraban de apuntarle, a que el Teniente Makoto Hernández acudiera a interrogarle. El Teniente era famoso por sus métodos que rozaban lo legal y su personalidad intimidante. Hijo de madre japonesa y padre español, se le conocía como el Gran Samurai Inquisidor. Ante su luenga capa negra, bigotes densos y lacios y su inescrutable mirada, era mejor no pararse. Todo aquel desdichado que se viera cara a cara con él, impelido por un destino trágico, tenía dos opciones. La mala: ser culpable y sufrir `solamente´ un dolor psicológico y físico feroz hasta escupir toda la verdad incriminatoria de buenas a primeras. La peor: ser inocente, no tener nada que decir… y soportar las peores vejaciones imaginables.

Esto último es lo que temía el acompañante de la jovencita, el vecino del Primer Ministro que les halló, convulsionando, al primero y cuchillo en mano, a la segunda.

La mente de Secretaria Cuatro, desde luego, volaba muy lejos de aquellas amenazas entre nubes de miedo indefinido y culpabilidad extrema. Nada sabía de Hernández ni le importaba. Lo único que le angustiaba entonces, además del recuerdo tatuado en su retina del Primer Ministro envuelto en sangre por su culpa, era la forma de aquellas filosas cámaras que se asemejaban a dos metralletas a punto de disparar.

Al rato un trueno pronunciado por la garganta de un gigante, la de Hernández, le interpeló:

-¿Nombre?

Secretaria.

-¿Apellido?

-Cuatro.

-¿Qué hacía en casa del Primer Ministro?

-Mi trabajo –repuso la jovencita con total ingenuidad.

El rostro de Hernández gélido como un poste de metal en invierno, no invitaba a las tonterías. Se trataba de un burócrata aburrido al que las dilaciones le causaban urticaria pero también se trataba de un psicópata sediento de sangre, que ocupaba un puesto injusto, dada su personalidad y que sin embargo, merced a esa personalidad realizaba su trabajo con precisión. Por todo lo dicho, a nadie extrañó que diera un fuerte puñetazo en la mesa y que acorralara con sus palabras a Secretaria Cuatro antes siquiera de que los vasos de agua derramaran sus líquido hasta el suelo.

-No me venga con rodeos ni evasivas. ¡Describa su trabajo! Y no omita nada. Faltar a la verdad es un lujo que se pierde al traspasar aquella puerta –le señaló tras las ventanas, la de la calle, custodiada por un centenar de oficiales.

-No fue mi intención…

Un segundo puñetazo sobre la mesa, esta vez, casi sobre la posición de Secretaria Cuatro acompañó la onda expansiva del primero que todavía ejercía cierta vibración en el extremo izquierdo de la madera.

-¡AL GRANO!

-De acuerdo –asintió la jovencita acorralada-. Soy enfermera. Ranma Saotome me contrató para que monitoree su salud en cuanto se enteró de que sus problemas de salud volvían a emerger. No tengo ningún tipo de preparación política. Todo lo que hice durante el último mes fue simular tenerla como disfraz para estar siempre cerca de él. Se suponía que nadie debía saberlo.

Hernández, el Gran Samurai Iquisidor, dio un paso para atrás y acudió a una de sus técnicas favoritas, jugar él mismo a ser el policia malo y el bueno. Tono confidencial, sonrisa de medio lado y supresión momentánea de la agresividad.

-¿Sabe? ¿He visto las grabaciones de seguridad? Le he visto actuar por las noches. ¿Sólo para eso le contrató? ¿Solo para cuidar de su salud?

Secretaria Cuatro se puso de pié, furibunda.

-¿Qué insinúa? ¿Que soy una…?

-¡Insinuo que es usted una asesina! –recuperó la agresividad Hernández-. Insinuo también que se enamoró del Primer Ministro y que estamos ante un crimen pasional. Usted es guapa. El Primer Ministro no está mal. Y desde luego no le resulta indiferente…si sigue vivo es por pura casualidad.

En esta ocasión fue Secretaria Cuatro la que golpeó la mesa con todas sus fuerzas. Con tanta que neutralizó la anterior onda expansiva de Hernández, todavía apreciable sobre el agua derramada.

-No lo es. Nada es casualidad en este mundo y menos la vida y la muerte. Sí, tiene razón; le amo.

-¡Ajá! Lo confiesa.

-Y confieso también que le salvé la vida. Y que con eso me conformo. Nadie me quitará esta felicidad del alma. Sigue vivo gracias a mi.

-Explíquese. ¿Cómo puede salvarle la vida con un cuchillo?

-Tuvo un infarto. De eso estoy segura. No llegué a comprobarlo pero al menos puedo asegurar que se sostenía el corazón con ambas manos. Luego, comenzó a convulsionar. Intenté pararle, contenerle con mi cuerpo pero no pude. Demasiado fuerte para mí. Finalmente, producto de las convulsiones se enganchó la corbata entre unas salientes de una escultura. Cuando comenzó a asfixiarse supe que no podría desatársela con las manos…

-Pero convulsionaba. El riesgo de herirle accidentalmente era enorme.

-Usted no le ha visto. Ya estaba morado cuando tomé la decisión. Fui torpe, arriesgada y poco profesional pero si quería poder mirar a Akane a la cara y devolverle lo que es suyo, tenía que correr el riesgo. Puede verificarlo si quiere. Solo hay dos cortes: uno en el lazo que le ahogaba y otro en la oreja por accidente.

-Lo comprobaremos…Ryu –hizo una seña al exterior-, llévese a la joven a las celdas de mínima vigilancia. Pronto será libre.

El cabo Ryu, ingresó inmediatamente en la sala y cogió del brazo a Secretaria Cuatro. Mientras avanzaba hacia la salida, no pudo más que extrañarse por la actitud clemente del "monstruo" como le llamaba Ryu para sus adentros.

-Señor, ¿está seguro?

-Por supuesto. Dice la verdad. Las mujeres enamoradas nunca mienten para limpiar su nombre. A lo sumo, para inculparse de crímenes que no cometieron.


Más lejos de allí, en Osaka, un hecho climático inusual paralizaba todos los aeropuertos y estaciones de trenes. ¡Nevaba a punta pala! ¡En Osaka! Ciudad de inviernos cálidos de una media de 10 grados y veranos calurosos. En ese mismo ambiente que convertía a la ciudad entera en una ratonera de la que parecía imposible escapar, la mejor cirujana cardíaca de todo Japón y probablemente del mundo recibía la noticia del colapso del Primer Ministro. En estos casos, el segundo colapso en un par de años, se aconsejaba un transplante urgente. Conseguir el corazón, dada la excepcional identidad del paciente no revistiría mayores problemas pero llegar hasta Tokio en cinco horas…imposible. En avión o tren bala, lo lograría en menos de dos horas pero en coche, tardaría al menos seis horas con buen tiempo y así…siete u ocho. Y eso en caso de encontrar un taxista lo suficientemente temerario y ambicioso como para ir rápido por un simple paga extra.

De no lograrlo, se ocuparía el doctor H., médico de Tokio capaz y seguro. Su vida, por tanto no correría riesgos…por el momento. Su mentalidad médica era la de un mecánico que cambia unas piezas por otras. Jamás aprovecharía, a la hora del transplante, la oportunidad de tener el pecho abierto para examinar la zona y tratar de dar con el problema que originó el daño en el primer corazón. Se trataría, en sus propias palabras, de un riesgo innecesario que podría dañar su precioso record postivo de vidas salvadas.

A la mejor doctora de Japón le acompañaba una vieja conocida, su asistente Naoko, la de los pelos azules.

-Doctora, no soy quién para proponer algo así…pero mi ex…trabaja de taxista. Es torpe, mujeriego, malhablado y profundamente idiota pero nadie conduce como él. Si alguien puede lograrlo se trata de él.

La Doctora, una mujer respingada y un poco creída de ojos azules y cabellera larga, enarcó las cejas.

-¿Yuri? ¿El que te hizo llorar tanto que casi tengo que despedirte por inútil? ¿Cómo puedes confiar en él después de lo que te hizo?

-Le amé una vez. Eso es suficiente para saber que si le pones en el momento y lugar adecuado, puede ser un héroe.

-Vaya tontería el amor. No llegué a ser la mejor doctora del mundo perdiendo el tiempo en esas tonterías.

-Quizá no sirva para llegar a ser el mejor en nada, pero hoy verá, cómo sirve para llegar a tiempo a Tokio.

A continuación Naoko marcó el número uno en su teclado de marcación rápida y esperó pacientemente a que le atendieran.

-¿Yuri, puedes llevarme a mi y a la doctora a Tokio en menos de cinco horas?

-¿Eso significa que me perdonas?

-No. Pero te lo agradecería mucho.

-Adios.

Naoko se sonrojó mientras oía el humillante sonido de tono de su movil.

-¡JA! –exclamó la jefa-. El amor no existe. Eres demasiado joven para verlo ahora. Será mejor que vayamos al aeropuerto. Si lo abren a tiempo, podríamos llegar sobre la hora.

Naoko asintió con la cabeza gacha. No le habían roto el corazón. Eso ya le había pasado antes. Pero se sentía desengañada. Una cosa era que Yuri tuviera defectos que le separaban y otra muy distinta, que tampoco fuera poseedor de las virtudes de las que se había enamorado en primer lugar.

La nieve tapaba toda la ciudad con su fina capa blanca, helándolo todo. De la misma forma que la masa blancuzca con las calles pensaba Naoko que el amor le había impedido ver la verdadera esencia de Yuri. El viento, que soplaba de arriba hacia abajo, rebotaba contra el suelo helado y volvía hacia sus cuerpos, frío e implacable. La doctora tiritaba de frio. A Naoko ya todo le daba igual, incluso el seguro resfriado que estaba por contraer. Al doblar la tercera esquina desde el punto de partida, un coche rojo comenzó a ganar terreno a lo lejos. Al principio parecía que casi ni se movía, dada las distancias, luego, descubrieron que se movía tan rápido que solo de milagro lograría frenar a tiempo para no impactar sobre el camión que se encontraba estacionado junto a ellas. Dos segundos y un derrape prodigioso después, el taxi de Yuri estacionó frente a Naoko.

-Siento haberte colgado. Conduzco más rápido con las dos manos sobre el volante.

-¿Cómo nos encontraste?

Yuri sacó un brazo por la ventanilla y se señaló a si mismo.

-Quizá no sea el mejor novio del mundo, quizá a veces me guste flirtear inocentemente…

-De inocente nada.

-…inocentemente con otras –continuó Yuri- pero jamás te dejaría sola en algo importante.

-No sé…

-Tranquila, no pediré nada a cambio. Entiendo perfectamente que esto no va sobre nosotros. Además, no creas que no lo sé, ese patán de Ranma Saotome me libró de tener que liarme a puñetazos con cierto descerebrado.

Con aquella frase, la doctora y su asistente se montaron en el taxi. La vida de Ranma Saotome seguía en gravísimo peligro, pero una luz de esperanza en forma de efecto mariposa comenzaba a surgir.


Cuatro horas más tarde, Akane y Nabiki se entrevistaban con el Doctor H. Se trataba del típico hombre que vivía agobiado por tener que ocuparse de un 20% más de cosas de las que realmente podía. Bata arrugada, cabello alborotado, gafas que escondían una mirada extraviada y una seriedad y compostura al andar que minimizaba todos estos detalles descuidados y garantizaba al paciente la máxima responsabilidad al tratar su caso. De un vistazo Nabiki descubrió que no le caía bien. Que no se trataba del personaje adecuado para dar final feliz a ninguna historia de amor y que si le comparáramos con Hernández, casi no habría diferencias que resaltar. Burócrata, cansino, aburrido y por otro lado, sediento de sangre. Personalidad extraña para un médico pero que le convertía en un profesional tremendamente efectivo en su área de experticia.

Y sin embargo, a pesar de su forma de ser tan tercamente recta y circunspecta a unas leyes propias que no podía torcer, esta vez se presentó ante las Tendo, por primera vez en décadas, mostrando una inusual expresión de desconcierto.

-Ya está todo preparado para el transplante… -comenzó a exponer a la Primera Dama- pero ha surgido un contratiempo. En realidad es una buena noticia. Verá…un milagro, más bien. O no. No sabría decirlo. El caso es que el paciente ha recuperado la consciencia.

-¿Podemos verle? –indagó Akane, a quien la nueva buena le hizo olvidar el principio sombrío de la alocución del doctor.

-Sí, sí. De hecho, deberían hablar con él cuanto antes. Verá usted: el paciente se opone a realizar la operación. En condiciones normales bastaría con que alguna de vosotras lo aprobara…pero no se trata de un paciente normal…no podemos pasar por alto la voluntad del Primer Ministro así, como si nada.

Los puños de Akane se tensaron como cuando era adolescente. El aura negra y violenta de toda la vida le rodeó con mayor vigor y fuerza que de costumbre y a falta de un mazo, se materializaron dos entre sus manos.

Nabiki le apoyó una mano sobre el hombro, en el sitio exacto del que emanaba mayor cantidad de ki negativo y presionó suavemente.

-Tranquila, hermanita. Yo también estoy furiosa. Pero por idiota que sea, está enfermo. No puedes destrozarle los huesos hasta después de la operación.

-¡SI NO SE QUIERE OPERAR!

-Por mis ovarios que se opera –volvió a bajar los decibeles Nabiki-. Ahora le manipulo…como todo la vida y luego, cuando esté a salvo, te dejo que lo aplastes, ¿vale?

Akane asintió y con un enorme esfuerzo logró disminuir un 0,01% el tamaño del aura asesina, la mayor demostración de amor hacia su esposo efectuada jamás. Luego ingresaron en la salita del hospital destinada a los pacientes célebres.

Comenzó hablando Nabiki, poniendo los puntos sobre las íes y con un tono agresivo para evitar que Akane se sintiera en la necesidad de demostrar físicamente su enojo porque ella no lo hacía lo suficiente.

-¿De modo que Secretaria Cuatro era tu enfermera? ¡Qué calladito te lo tenías!

Ranma se encontraba sentado sobre una camilla tan ligera que le permitiría recorrer el mundo entero si se lo propusiera…y si no estuviese anclado a aquella pieza por infinidad de máquinas y tubos de plástico unidos a goteros, sueros y demás parafernalia.

-Es verdad –repuso-. Le contraté para que cuide de mi por si…ya sabéis. Es la única que conocía mi condición. Por eso, aunque solo le pedí que me acompañara durante el día, se trasladó al cuarto de Wu-Bei en cuanto pudo. Para monitorear mi corazón por las noches. En el fondo, es una chica muy dedicada.

-¿Entonces la historia de Yuko perdiendo bebés y las pesadillas de Akane también eran mentira?

-Sí, una excusa para que me dejaras tranquilo con tus preguntas. No quería decirle la verdad a Akane, que no quiero tener hijos por esto. Y no quería que lo descubrieras.

El aura asesina akanil descendió a mínimos. La peliazul apenas si lograba contener las lágrimas al verle tan ojeroso y con bata blanca. Le cogió de la mano con suavidad. Le acarició un par de veces con la yema de los dedos y comenzó a responderle.

-`Esto´ tiene solución.

-Quizás…pero sería irresponsable traer niños al mundo sin saber a ciencia cierta que estaré allí para ellos.

-Por regla de tres, te veías tan proclive a renunciar por la misma razón. Por miedo a lo que podría ocurrir. No pareces mi Ranma.

-El futuro me da igual. No puedo confiar en él. Y el presente me aterra. Mejor no pensar en uno ni otro.

-¿Dices que tienes miedo? ¿Tan tonta te parezco? Déjate de excusas y mentiras y dime la verdad a la cara. ¿Por qué ocultaste todo? ¿Por qué no te operas?

Ranma relajó la vista. La Akane enamorada que le acariciaba la mano le gustaba pero la Akane furiosa…, solo con esa era capaz de hablar de verdad.

-Es sencillo, mi amor. Con este corazón me enamoré de ti. Fue este mismo pedazo de carne el primero en descubrirte, el primero en darse cuenta de tu excepcional belleza. Fue él quien, tonto, ciego y cabezón, insistió hasta conseguir que la mente cobarde abandonara todos sus "peros". Si no fuera por él, jamás hubiese conocido tanta felicidad. Le debo nada más y nada menos que a ti. No pienso dejarle ahora. Un Ranma entero se enamoró de ti y un Ranma entero hará frente a esto.

-¿Entero dices? –repuso Akane, acalorada-. Al Ranma que se enamoró de mi ya le faltaban seis o siete tornillos cuando le conocí. Nunca tuve el placer de verle entero. Además, ¿solo con el corazón me quieres? ¿Realmente te has creido esa metáfora romántica como verdadera? Tú me quieres entero como dices, con cada célula de tu cuerpo. Lo sé porque es un sentimiento recíproco. Además, con dieciséis años no estaba ciega. No fue tu corazón el primero en advertir que te habían prometido con alguien que te gustaba. Aún si te quitaran el corazón me querrías. Aún sin memorias ni cerebro…

-…tampoco se notaría mucha diferencia –acotó Nabiki.

-¡Oye! Más respeto que estoy convaleciente. Y me da igual lo que digáis. Me he prometido a mi mismo que mientras latiera este corazón te salvaría de lo que fuera al menos cincuenta veces. No sé por qué exactamente cincuenta pero eso es lo que me he prometido de adolescente. Creo y perdonadme la ridiculez, que la cifra me la sopló al oído él mismo.

Akane miró desconcertada a Nabiki y luego regresó la vista hacia su esposo.

-¿Te refieres…al corazón?

-Sí. ¿No hablas tú con el tuyo acaso?

-Bueno, a veces. Pero no tan literalmente.

Nabiki se acercó a Akane y le susurró al oído: "¿De qué estáis hablando? Me he perdido totalmente. ¿Con quién se supone que hizo la promesa?". Akane le dio un ligero empellón con el codo y le contestó también al oído: "con el corazón, esa vocecita que te dice a todas horas que consigas más dinero".

-Ah –exclamó Nabiki-. Ya entiendo por dónde van los tiros. O sea que –se dirigió a Ranma-. Tu "corazón" te ordenó que no te operes hasta que la salves cincuenta veces.

-Eso mismo. No puedo romper esa promesa y menos ahora que solo me falta una para llegar al medio centenar.

-Suponiendo que fuera verdad…¿renunciar a tener hijos, arriesgar la vida, separar a Akane de ti por seis meses con engaños, perder tu puesto de Primer Ministro…todo por si las alucinaciones de tu corazón fueran verdaderas…?

-Exactamente. Lo dicho; si me opero antes de salvarla, algo malo le pasará. Aún a costa de perderlo todo, no puedo romper esta promesa.

-Claro que puedes –retomó la iniciativa Akane-. Las promesas no son más que palabras. Lo que realmente cuenta es el sentimiento que se apoderó de tu alma al pronunciarla. Muerto no podrás protegerme. Vivo, pues puedes volver a prometerle al nuevo corazón que me protegerás otras cincuenta veces.

-Las promesas son más que palabras y lo sabes. Son los pilares sobre los que se deposita la confianza. ¿Cómo podrás confiar en mi, si falto a una tan importante por algo tan insignificante como salvar mi vida?

-¿Alguna vez he hecho caso a alguna de tus palabras, amor mío? ¿Te crees que estaríamos juntos si lo hiciera? Sé que si estoy en peligro me salvarás porque siempre lo haces, y no porque me lo hayas prometido. Sé que me amas desde mucho antes de que me lo dijeras.

-¿De verdad me seguirás queriendo si me opero?

-De verdad.

-¿Y confiarás en mí?

-Sí.

Nabiki abrazó a Akane.

-Tú tranquilo, cuñadito. En tu ausencia yo cuidaré de ella. Mírale la tripa, es solo de comer mucho helado durante medio año sin tí…pero si te operaras e hicieras las cosas bien…podría serlo de otra cosa.

Cuando Ranma entró al quirófano todavía tenía miedo. Para él, traicionar la promesa del corazón y poner en peligro a Akane eran dos sinónimos inseparables. Sin embargo cuando oyó que se ocuparía de él la gran especialista que había viajado desde Osaka en tiempo record especialmente para intervenirle, supo que todo estaría bien. Más cuando notó que la asistente que inyectaba anestesia en su cuerpo, se parecía tanto al amor de su vida.

Una hora después, el pecho de Ranma estaba totalmente expuesto. Su brioso corazón, seguía latiendo con intensidad como si no fuera con él la cosa. El otro, el de reemplazo descansaba muy cerca de allí, esperando su turno para insuflar vida al mejor artista marcial de Japón.

-Naoko, gracias a Dios he llegado a tiempo. El ímbecil de H. hubiese realizado el trabajo sin pestañear…pero nosotras no podemos hacerlo. ¿No notas nada raro?

Naoko registró en su mente cada una de las imágenes de los libros de texto y las trasladó a la realidad que tenía en frente. Luego las comparó una a una.

-No veo nada raro.

-¡Exacto! Este corazón está en perfectas condiciones. De hecho, es el corazón más fuerte y sano que me ha tocado tratar desde que hice mi juramento hipocrático.

-Eso es porque está enamorado.

La doctora I. escéptica por naturaleza, aprovechó la oportunidad de tenerle a pecho descubierto para demostrar su punto desde un punto de vista científico.

-Todo lo contrario, Naoko. Aquí mismo tienes la prueba de que el amor no existe. Míralo. ¿Lo ves? Se trata de un simple músculo hueco y piramidal que se encuentra en la caja toráxica. Nada más.

-¿Nada más? –repuso Naoko-. Es un coloso que reparte vida por todo el sistema circulatorio. Aún científicamente hablando, es poético.

-Tonterías. Lo mismo ocurre en los monos, ratas y demás vertebrados. Si te mostrara el de uno de estos ajustando el zoom adecuadamente, no serías capaz de diferenciar uno de otro.

Desde luego no era momento de perder el tiempo debatiendo sobre la esencia del amor y ninguna de las mujeres en rigor lo hacia, ya que mientras hablaban no paraban de revisar una a una las secciones del principal órgano ranmesco en busca de la sección deteriorada.

-Doctora, tiene razón. Las cuatro cavidades se encuentran en perfectas condiciones. Y sí, sería capaz de diferenciar un corazón humano del de un animal. Si presta suficiente atención, sabrá que ningún corazón late igual que otro. Cada uno con su propio ritmo y cadencia. Es un signo de identificación aún más fiable que las huellas dactilares.

La doctora I se sintió en la necesidad de exponer la teoría evolutiva Darwiniana a su ingenua ayudante paso a paso para dar por concluido el debate pero no tuvo tiempo siquiera de hacerlo: el corazón del Primer Ministro, de forma imprevista y totalmente inexplicable, se paró en seco.

-Doctora, ¿cómo es posible? Aún si hubiera algún daño, jamás he oído de un corazón que se pare solo en un instante…es como si un coche al pisar el freno, se parara en seco sin avanzar más nada…desafiando a la inercia…es como si tuviera voluntad propia.

Y eso mismo parecía. De hecho, la actitud del corazón era tan extraña e imprevisible que incluso la doctora I, mientras veloz como el rayo se ocupaba de cambiar un corazón por otro, llegó a preguntarse si no existiría algo de magia dentro de esas masas de carne huecas. Escepticismo o amor. La doctora I había optado por la primera opción. Infinidad de pruebas había recopilado de la mayor valía de la primera y ninguna de la segunda…hasta ese día. Durante los siguientes veinte minutos se la pasó ajustando y calibrando el cuerpo de Ranma con infinito detalle y amor por la profesión hasta asegurarse de que el nuevo corazón ocupaba su sitio y realizaba las funciones como debía. Sobre el final le costó un poco mantener la concentración, dado el enorme alboroto que se oía en el exterior. Una profesional de su calibre estaba entrenada para no perder la concentración ante nada, pero la falta de profesionalismo de aquel hospital le empezaba a fastidiar.

-¡Akane!

-¿Has dicho algo, Naoko?

-No.

-Desde luego, no ha sido el paciente.

-No, claro…pero yo también lo he oído. Juraría que viene desde la nevera donde guardamos el corazón del Primer Ministro.

-No digas tonterías. En todo caso, ve a ver que ocurre en el exterior. Con tanto ruido nos desconcentramos. Yo le coseré.

La Doctora I. exhaló por fin un largo suspiro cuando se quedó a solas. Delante de Naoko jamás bajaría la guardia pero a solas…podría investigar lo que le carcomía el alma y el raciocinio. Lo había oído perfectamente. El nombre de la Primera Dama pronunciado por alguien en la sala de operaciones y no, no había sido ni Naoko ni el paciente ni ella misma. Se acercó a la nevera con las precauciones y el cuidado que el caso requería para no dañarlo o más bien, temiendo que un fantasma saliera de allí. Luego abrió la tapa y extrajo su contenido sobre una bandeja. Nada raro.

-Obviamente, ¿qué esperaba encontrarme?

Luego regresó hasta la camilla. Quedaba poco para terminar…a menos que ocurriera una nueva intrrupción…

Naoko sabía de sobra que si algo ponía más frenética a la Doctora I. que los misterios no demostrables científicamente, era que alguien rompiera el protocolo médico. Y más aún, si el que lo hacía era ella misma. Estaba terminantemente prohibido ingresar un nuevo paciente antes de terminar con el anterior y esterilizarlo todo.

-Lo siento, lo siento –se disculpó Naoko mientras acarreaba una camilla con el cuerpo inconsciente de Akane-. Es una emergencia. Su corazón…no late.

-¿Y?

-No lo sé. La mejor especialista en enfermedades cardiológicas está aquí y estoy segura que si le preguntáramos, el Primer Ministro estaría de acuerdo con mi decisión. Atenderla a ella antes que a él.

La Doctora I. estuvo a punto de proferir una catarata de insultos y de despedir a su asistente por justificar una decisión tan mala por razones sentimentales pero no lo hizo…todavía reposaba en su mente lo sucedido antes. Casi como si el corazón de Ranma Saotome hubiese profetizado la mala noticia.

-Imposible. Como si yo pudiese aceptar algo así como corazones conectados por la magia del amor…

-Doctora, ¿ha dicho algo?

-Nada, nada. Ayúdame a preparar al nuevo paciente y vigila al Primer Ministro.

Naoko sonrió. Yuri, un héroe y la dama de hielo mostraba sentimientos. Si lograba salvar a ambos pacientes sería el mejor día de su vida.

Treinta minutos después…el pecho de Akane estaba también totalmente expuesto.

-Ahora sí, Naoko, la normalidad. Este corazón está claramente dañado. ¿Ves las laceraciones en el ventrículo derecho? Habrá que trasplantar y rápido. Corre a las oficinas y pide que consigan un corazón compatible con…

-Doctora –le interrumpió Naoko-, el corazón del Primer Ministro está latiendo.

-Por supuesto, ¿acaso lo dudabas? Soy una doctora magnífica.

-No, me refiero al otro, al original.

-No digas tonterías, Naoko –exclamó la Doctora I. mientras seguía tratando las laceraciones de su segunda paciente-. ¿Cómo va a latir un corazón solo? Si ni siquiera tiene sangre.

-Pues lo está haciendo.

-¡Es imposible!

-No me lo diga a mí. Dígaselo a él.

Efectivamente el corazón orginal de Ranma latía solo sobre la bandeja de plata y entre cubitos de hielo.

A continuación, la doctora I. hizo una incisión en el cuerpo de Akane.

-¿Qué hace? Si todavía no le trajeron ningún corazón compatible.

-No sé tú, Naoko, y negaré cuando hayamos salido de aquí que he dicho esto, pero para mi está muy clara la voluntad de ese corazón que late solo. De alguna forma supo que le ocurría algo a su par en el cuerpo de la Primera Dama y por eso simuló su enfermedad…para estar listo y en posición para salvarle cuando fuera necesario.

-¿El corazón de un hombre en el cuerpo de una mujer? Se me ocurren tantas cosas que pueden salir mal. El tamaño es diferente, el tipo de sangre, no sabemos si coincide.

-Pero vamos a ver, Naoko. ¿Quién es la escéptica aquí? ¿Tú o yo?

-Usted.

-Pues eso, a callar.

Luego de una extenuante sesión quirúrgica a duo, por fin la Doctora I. logró resolver le puzzle y encajar sin rechazos ni mayores problemas el corazón rebelde en el pecho de su amada.

Tuc-tum. Tuc-tum.

-Ya late solo. Puedes desconectar el tubo.

-Es usted genial.

Tuc-tum. Tuc-tum. Tuc-go. Tuc-Tum. Tuc-Juu. Tuc-Tum.

-¿Lo has oído?

Naoko asintió con la cabeza. Por supuesto que lo había oído "Gojuu". Cincuenta en japonés.

Por la tarde, la doctora I. descubrió que no había, por increíble que pudiera parecer, ningún corazón compatible con el de la Primera Dama, en más de doscientos kilómetros a la redonda. Y por la noche… se entrevistó con ambos pacientes que ya habían recuperado la consciencia.

-Muchas gracias, no sé que me ha pasado.

-Literalmente le ha estallado parte del corazón. ¿Cómo se siente?

-Rara, como si alguien me acariciara por dentro con cada latido. Es placentero.

-Será un efecto de la anestesia…-repuso en voz alta pero agregó para sus adentros- aunque no me extrañaría que le durara toda la vida.

Luego se marchó sin molestarse siquiera en comprobar el estado de su otro paciente. Eran las veintidos horas y cinco minutos. ¡Tenía cosas más importantes que hacer! El doctor H. sería mal médico y algo mezquino en sus apreciaciones pero… -¿quién podría negarlo?- también era muy guapo. Desde hacía tres años cada vez que le tocaba visitar Tokio por razones médicas, él le esperaba en la puerta del hospital siempre, siempre, a las veintidós y diez y le invitaba a salir. A lo mejor, hoy no le rechazaría.

Fin de Ranma, Primer Ministro, se divorcia.


Dedicado a Massy13 que sugirió en el capítulo anterior que había muchos elementos telenovelescos en este fic y me dio la idea de un final bien bien bien de telenovela.


Cabos sueltos

Ranma perdió el móvil y llegó a manos de Toyama. De esa manera se filtró la conversación falsa de Nabiki y de esa manera también, el político se enteró de todo antes que nadie cuando le llegó un sms confirmando la detención de Secretaria Cuatro.

Yuri y Naoko se casaron y fueron felices.

Toyama perdió las elecciones dos meses después contra una sorprendente mujer de cabellos rojos con un discurso y carisma similar al del anterior Primer Ministro.

Ranma y Akane tuvieron siete hijos: Sabio Saotome, Gruñón Saotome, Mudito Saotome, Dormilón Saotome, Tímido Saotome, Tontín Saotome y Bonachón Saotome.

La Doctora I. y el Doctor H. terminaron juntos. Secretaria Cuatro y Doctor Cuatro también. Y Hernández con el director Makino. Pero esas ya son otras historias.

A Minefine7 le gusta la serie House, de ahí que los nombres Doctora I. y Doctor H. pasaran la censura…

Bueno sí, han ido otra vez al hospital…pero esta vez plenamente justificado…sobre todo lo de Akane se veía venir.


Historia bonus

Mi primer cuento y mi primer fic.

Cuando estaba en primer año de secundaria, me sentía un adolescente poderoso y capaz de ejecutar cualquier hazaña, aunque en realidad todavía me encontraba en edad de no conocer suficientes cosas del mundo. De hecho, solía asombrarme todavía por las cosas sencillas y maravillosas como cualquier niño. Fue así, que cuando mi nuevo compañero de clases, de origen koreano se puso a doblar un papel sobre si mismo infinita cantidad de veces hasta conseguir mágicamente que apareciera una grulla, algo se despertó dentro de mi mente. Un gozo fenomenal por la nueva y sencilla forma de generar arte. Recuerdo que nos ocurrió a todos los compañeros por igual. Insistimos uno a uno para que nos iniciara en ese curioso arte pero este, vanidoso poseedor de un saber que nos era inaccesible, se negaba, sonriéndonos con sus grandes dientes blancos. Alguno que otro intentaba deducir el truco a partir de la observación, incluso hubo uno que intentó obtener por la fuerza un modelo al que destripar y estudiar…idea carente de sentido, teniendo en cuenta que Kim media un metro noventa y cuatro y nostros como mucho, un metro y medio.

Al final, de tanto insistirle, Kim accedió a mis ruegos.

-Si logras hacer una bien tú solo, te enseñaré el resto –me dijo.

Esa promesa es igual que nada –pensé-. Si supiera hacer una, ya no le necesitaría. Deduciría el resto yo solito…

Fue así que se me ocurrió que quizá el primero que inventó aquel juego, se divertía más que el resto, meros imitadores. Que crear una grulla que te sabías de memoria estaba muy bien y equivalía a leer. Pero diseñarla tú mismo, infinitamente más difícil, se equiparaba directamente a la escritura misma. Luego, me pasé semanas avanzando formas sobre la base mental que ya tenía preparada, el barquito de papel, hasta que poco a poco fui adquiriendo las técnicas necesarias. No soy capaz de imaginar cuántos errores de ortografía cometía en ese entonces con los pliegues ni cuán deformes quedaban luego de tantas idas y vueltas, lo que sí puedo deciros, es que llegó el momento en que ya no veía rapidos e indescifrables movimientos de manos en mi amigo cuando las armaba. Más bien, podía distinguir una secuencia de pliegues perfectamente reconocibles: Thompson, Juarez, otra vez Thompson (abandonado a mi propia suerte, les ponía nombres ridículos). Y por fin, lo que parecía imposible de imitar, se convirtió, gracias al estudio privado y a la observación luego de realizar aquel estudio, en algo accesible. Así aprendí papiroflexia y así también aprendí a escribir. Ese proceso repetido incanzable cantidad de veces es la clave para progresar en cualquier tipo de arte. Si Kim me dio la clave para crear cosas por infinita sabiduría o se trataba de una excusa para no enseñarme que le salió mal, es algo que nunca sabré. Y da igual. Desde entonces la papiroflexia se convirtió en un pasatiempos al que solía recurrir de buena gana cuando estaba aburrido. Una buena forma de darle vida a una hoja en blanco sin necesidad de escribir palabras. Aquella flor medio marchita y de pétalos deformes que creé en soledad fue mi primer cuento y aquella ranita hecha de papel, que saltaba cuando presionabas sobre su lomo, imitación de la de Kim, mi primer fic.

Fin de la Historia Bonus.


Comentarios.

Estimada Ai. ¿Qué tal estás? ¿Mejor? Cuídate mucho.

Pobre S4, ella cuidando de Ranma y vosotras pensando mal de ella...igual un poco resbalosa sí que es. Por eso la emparejé con Doctor Cuatro. Naoko es parte del efecto mariposa que le salva y que él mismo provoca con su discurso. Por eso le di tanto protagonismo en el capítulo pasado.

¿Ukyo? No, no me gusta ese personaje mucho. Ya habrás notado que casi ni la uso. Con Shampoo de rival me sobra. Y si no, siempre está Ib...Kodachi. Eso, Kodachi.

PS: He decidido publicar ahora por respeto a tu buen padre que merece dormir cómo se debe sin que la hija le despierte a altas horas de la madrugada.

Estimada Akyfin02 (cap. 58). Teatro, creación literaria. Lo mismo da.

Estimada Akyfin02 (cap. 60). !Bieeen! !Otra a la que le gustó lo de los piojos! Ya pensaba que Ai era la única. Sobre los one-shots...puede ser. En el fondo las historias largas las escribo como una concatenación de pequeños one-shots o escenas.

Estimada Akyfin02 (cap. 61). Se me ocurren tantas palabrotas en 512 caracteres que tu excusa del límite del teléfono no me es creíble. Además siempre puedes desconectarte y dejar más reviews con otro nombre.

Estimada Akyfin02 (cap. 62). Aún hoy, sigue verificando si alguien más le comentó.

Estimada Massy13. ¿Telenovela mexicana? No, no, que va. Solo hay escenas de casi sexo innecesarias, infartos, traiciones, identidades cambiantes, amnesias, encarcelaciones, nada más.

Estimada Akyfin02 (cap. 63). Espero la sorpresa y deberías contarle a tu familia lo que haces por una simple razón: porque lo hace bien.

Estimada Akyfin02 (cap. 64). Bienvenida de vuelta. Mientras vayas leyendo, comentar o no, es lo de menos. Aunque recibir tantos comentarios juntos es una linda sorpresa.

Estimada Akyfin02 (cap. 65). La intuición masculina, desde luego, es uno de mis preferidos.

Estimada Akyfin02 (cap. 66). Hablando de "casis", casi te vas a dormir.

Estimada Akyfin02 (cap. 68). No me preocupa a mi. Más bien me preocupa Minefine7. Sin material para leer en proporciones industriales que aplaquen sus ánimos, anda algo alterable al estilo Akane.

Estimado LuyyiAVG (cap. 73 y Sirena que no sabía nadar). Los M y casi M como este, se escriben para gente con imaginación gráfica...

A mi no me aterra la pubertad de Bulmita. No va a pasar. Va a permanecer siendo niña hasta los 47 y luego consentiré que se case.

Muchísimas gracias por leer y comentar el cuento. Es una de las historias en la que más me he esforzado y que más aprecio le tengo.

Estimada Akyfin02 (cap. 69). Espero no haberte espantado entonces con la historia de Secretaria Cuatro. Prometo que no volverá a repetirse.

Estimada Akyfin02 (cap. 70). Claro que me gustan y me acuerdo de tus reviews. Es parte importante de cada capítulo. Si no fuera así, publicaría cada one-shot por separado y ni me molestaría en responder.

Estimada Minefine7. Gracias, gracias, gracias, por censurar este capítulo.

Un saludo a Rowcinzia que me ha agregado a followers y otro a Akyfin que hizo lo propio en favoritos.