La vuelta a la Akane en ochenta Ranmas. Deuxième partie.

¡Plafui!

Las cachetadas de Akanui sonaban así. Como las de un viento azotando una ventana. Leves, rápidas, violentas. Ranmond se pasó la mano por la cara. No estaba muy seguro de ser capaz de aguantar cuatro o cinco cachetadas más de ese calibre. Ni falta que le hacía. Akanui ya enfilaba hacia la carreta aparcada en el exterior.

-Akanui, ¿dónde vas?

-A casa, por supuesto. ¿No pretenderás que me quede los ochenta días esperándote en la línea de meta?

Ranmond se quedó parado en su sitio, con la mirada perdida entre un charco cercano y unas bolas de papel arrugado que revoloteaban sobre sí mismas, impelidas por el viento. Poco de su anterior gallardía y arrojo le acompañaban en aquella pose tan melindrosa.

-¿Es que no vendrás conmigo?

-¿A ser cómplice de semejante y atroz falta de respeto hacia un caballero entre los caballeros? De ninguna manera. Además, ¿para qué me quieres?

-Ya sabes…por la apuesta…las cachetadas. Yo pensaba…

-…¿acaso –le interrumpió- no eres capaz de engatuzar a infinitas fulanitas para que hagan mi trabajo?

-Sí, supongo. Pero no es lo mismo. Yo te quiero a ti…pegándome las cachetadas.

Aquella bendita pausa en las frases se le atragantó en el alma a Akanui. ¿Le quería? De la forma más ridículamente imaginable pero ¿le quería? ¿Realmente no concebía la posibilidad de recibir una cachetada, un acto íntimo y personal que en sus propias palabras hacían a su hombría, de nadie más que de ella?

-Por favor –insistió-, nadie es tan colérica como tú. Contigo a mi lado…tengo media apuesta ganada.

¡Plafui!

-Sacré bleu, Akanui, podías esperarte a llegar a Luxemburgo. ¡Qué falta de sincronización!

¡Plafui!

Ranmond volvió a abrir la boca y luego, en un enorme acto de sentido común, la cerró. A ese ritmo ni daría la vuelta al mundo ni llegaría con vida siquiera a Rennes.

Desde un rincón, el gentleman inglés observaba la escena entera, atónito. O actuaba de forma inmediata o su fortuna se vería amenazada.

-Monsieur -le llamó en francés mientras corría a su lado hasta armonizar sus pasos a los suyos-, no he podido dejar de notar que la jovencita que le acompaña es muy dada a repartir bofetadas sin razón aparente.

-Le aseguro, Mister. Que nada hay de preparado ni artificial en mi apuesta. Bien sabe usted que no existe en este mundo algo como "la cachetada falsa". Habrá matrimonios por conveniencia, hijos por conveniencia, besos de Judas, sonrisas que destilan odio pero…no lo dude, mi amigo, una verdadera bofetada solo puede darse con amor. Es el resultado instintivo de mezclar frutración y amor en un solo envase. Imposible que convivan demasiado tiempo. La vía de escape, una sola. La cachetada.

Phileas Fogg se frenó en seco y le obligó a hacer otro tanto a Ranmond. Siguiendo el protocolo de alta alcurnia, Akanui caminaba bastante más atrás para darles privacidad.

-¿Implica por tanto, usted, que esa jovencita le ama?

-Of course –le devolvió la ironía formal hablándole en inglés-, y yo a ella. Pero no se lo diga. No es de caballeros poner en evidencia a las damas coléricas. Mucho menos, enamorarse de su prometida.

-Monsieur –volvió a insistir Phíleas Fogg-, a mi no me lo parece. Claramente le odia. Por eso le cachetea. Apostaría mi título nobiliario a que sus ensoñaciones no son correspondidas. Jamás le querrá y de hacerlo, nunca como mi Aouda me quiere a mí.

Ranmond le dio una palmada en el hombro.

-Relájese, Mister. Soy un hombre de honor. Jamás formalizaría una apuesta que sé que tengo ganada. El corazón de Akanui es mio pero no tengo la más mínima intención de jugar con sus sentimientos públicamente.

Phileas Fogg esbozó una sonrisa triunfal.

-Está claro, Monsieur, que usted es de los que hablan fuerte pero luego se buscan infinitas excusas para justificar sus fracasos. Rechaza mi oferta –mi título contra el suyo- porque comprende que nunca logrará que aquella jovencita le demuestre amor verdadero. En suma, me envidia. Por eso organizó toda esta pantomima.

Mientras aquellas duras palabras salían de la boca tan bien entrenada por el gentleman para ser dolorosas sin llegar a salirse de la etiqueta, Ranmond, con las manos cruzadas por la espalda dibujaba más y más estocadas utilizando su espada invisible. En esa pose, solo Akanui era muda testigo de la hostilidad que iba invadiendo el cuerpo de Ranmond paso a paso.

-Como he dicho antes, no me gusta aprovecharme de la ingenuidad de mis rivales. Akanui tarde o temprano perderá la timidez. La cuestión es cuándo. Para que la apuesta tenga sentido, deberíamos más bien, decidir en qué momento ella reconocerá con un acto de amor que me quiere. Le propongo lo siguiente, si ocurre antes de terminar la aventura, es mi triunfo. Si ocurre después, es el suyo.

-¡Trato hecho! –exclamó el gentleman-. Supongo que existe una diferencia entre la cultura inglesa y francesa después de todo. Las apuestas están tan integradas en nuestra vida diaria que nosotros, a diferencia suya, no tenemos el menor reparo en "formalizar una apuesta que sabemos que tenemos ganada".


Días después, Aouda, la bella y fiel Aouda, descansaba en el lujoso camerino del tren expreso a Suez. Su vestido sin duda era fino aunque carecía de cualquier tipo de adorno. La sobriedad en el aspecto de una persona humilde mezclada con las finas vestiduras de alguien de su nueva condición. El evidente ascenso social que implicaba su casamiento con Phíleas Fogg le había convertido de la noche a la mañana en una dama con todos los deberes y obligaciones correspondientes. Se trataba en el fondo de un adulto más que aprendía las reglas de la etiqueta demasiado tarde y por tanto se aferraba a ellas con más ahinco del normal. En aquella ocasión le dolía horriblemente la cabeza aunque se cuidaba muy bien de manifestarlo de una forma más elocuente que con unos simplísimos suspiros. La jaqueca se producía a raíz de aquel ruido, aquel monótono y repetitivo ruido (no el que producía el traqueteo del tren, el de las ruedas metálicas resbalando sobre los hilos metálicos de la vía), el otro ruido, el que se oía cada cinco o seis minutos proveniente del camarote de al lado.

¡Plafui!

-Querido, ¿puedes explicármelo otra vez? ¿Por qué nos tomamos tanta prisa en este viaje? ¿No íbamos en esta ocasión –se oyó otro "plafui"- a disfrutarlo como gente distinguida en lugar de correr como aventureros?

-Lo siento, querida –contestó Mr. Fogg intentado disimular el desagrado que le producía escuchar el nuevo y sonoro "plafui" que se había colado en su camarote-. Llevamos poco tiempo de casados asi que no estás acostumbrada. Son cosas de caballeros. El honor ante todo. De todos modos, pronto habrá acabado todo. Esa parejita no entiende de modales ni de clase. En dos o tres días se habrán aburrido.

Aouda asintió con la cabeza. Todavía le retumbaba en la consciencia aquella cadencia cercana a la danza ritual de apareamiento de las tribus del este de África: murmullo ininteligible lejano, plafui, murmullo ininteligible lejano, plafui y así desde hacía cinco horas.

-Entiendo la necesidad de aceptar la apuesta –insistió Aouda abortando un bostezo con la palma de su mano izquierda-. Me hierve la sangre de solo pensar que gente de tan bajos modales pueda manchar nuestro honor con sus estúpidas insinuaciones…pero ¿por qué seguirles?

-Porque la gente de su calaña es tramposa por naturaleza. Han de tener pasaportes falsos preparados y cuatro o cinco testigos de sus hazañas preparados en los sitios de mayor notoriedad geográfica. Nada les impide –si nos comportamos con total confianza-, quedarse en casa todo el trimestre y luego acudir el día señalado a la hora señalada y asegurar que han cumplido con todos los requisitos de la apuesta.

Aouda dejó escapar otra suspiro, este último de alivio.

-Uffff, por un momento se me pasó por la cabeza que les seguías para hacer trampa.

Phíleas Fogg escrutó el rostro de su mujer. Extraña y temeraria insinuación. Más aún proviniendo nada más y nada menos que de su esposa. De sobra sabía ella que un inglés distinguido como él podía, llegado el caso, hacer uso de tácticas mundanas sin que nada ni nadie pudiera detectar su mala fe. Manifestar aquella posibilidad abiertamente y tan temprano en el viaje solo podía significar una cosa: estaba enojada.

-Querida, esto no lo hago por mi. Pensaba mantenerlo como una sorpresa pero con el dinero que embolsemos tenía proyectado realizar un viaje el doble de largo. Un viaje alrededor del mundo en 365 días. ¿A que suena bonito?

A Aouda le brillaron los ojos.

-¿Y me comprarás un tapado de pieles en cada país?

-Y te compraré dos tapados de pieles en cada país. Incluso en los que no existen. Mandaré a hacerlos especialmente para ti.

En el camarote de al lado las aguas también volvían a sus cauces.

-¿Y me dejarás que te abofetee dos o más veces por país si lo considero necesario?

-Y te dejaré que me cachetees el resto de nuestras vidas si te apetece.

-Tonto –se sonrojó Akanui-. Ya sabes que nuestro compromiso es solo formal. No tienes que decir esas cosas para quedar bien.

Ranmond apretó los dientes. A punto estuvo de contestar: "¿Cuándo en mi vida he dicho algo para quedar bien, cegata mía? Cásate conmigo". Justo entonces se le pasó por la mente la risa diabólica de Mr. Fogg -en la imagen mental que conservaba de su rival, este tenía esa naturaleza- y se contuvo. Para que nadie le acusara de hacer trampas en la apuesta que realmente le interesaba ganar, debía de ser Akanui quien diera el primer paso.

-Perdón por haber insinuado siete veces que serías un estorbo en nuestra aventura.

-Perdón por cachetearte ocho veces. Lo de "estás muy guapa vestida de viajera me ha sonado irónico".

No lo era, mi bella Akanui. No lo era –pensó Ranmond mientras oteaba el horizonte por la ventanilla. Pronto, luego de atravesar en tren media Europa, llegarían al puerto desde donde navegarían hasta Suez, la primera escala de su viaje y en tiempo record. Las cosas por el momento no podían marchar de mejor manera.


Ya en tierra las cosas comenzaron a torcerse poco a poco para nuestros protagonistas. En teoría no tenían pérdida posible. El tren les dejaba muy cerca del puerto y habían llegado a tiempo. Bastaba con hacer un sencillo trasbordo para tomarse el siguiente barco a Suez atravesando el mar mediterraneo. Es decir, para abandonar Europa e inciar la parte más peligrosa de la aventura. Sin embargo, un grito de admiración de Akanui, una sincera demostración de alegría, bastó para que todo el tiempo ganado y por ganar se les diluyera entre las manos.

-Mira, Ranmond. Allí está nuestro barco. Es el Mongolia. El mismo que transportó a Mister Fogg el año pasado.

-Pues si es SU barco, no es el NUESTRO.

-¿Por qué? –elevó la mano Akanui.

-Porque está contaminado por las aventuritas baratas inglesas. Imagínate cuando los juglares canten mi gesta…

-…Claro. Me lo imagino –repuso Akanui mientras bajaba el brazo. Ranmond, a si mismo, elevaba el suyo para imitar la pose de los supuestos poetas que recitarían su épica aventura.

-"Y el joven y brioso Ranmond emuló al torpe de Fogg, montando en el mismo barco…". No sé, me parece que no quedará muy bien.

Más allá, ya sobre el Mongolia, Phíleas Fogg se emulaba a si mismo 365 días después.

-Parece que no montan, querido –aseveró Aouda que apoyaba sus extremidades sobre la barandilla-. Tendremos que bajar.

-No hace falta. Ya he ganado.

Aouda enarcó una ceja.

-¿Por qué? ¿Qué has hecho?

-¿Yo? Nada. Solo he contratado un guía con un pésimo sentido de la orientación para ellos.

-Eso es trampa.

-Claro que no. El chico no lo hace a propósito. Es despistado por propia naturaleza. No hay la más mínima mala fe de su parte y no le estoy obligando a contratarle. Solo un idiota lo haría.

Aouda intentó sonreir con su esposo. Le había salvado la vida en su viaje anterior y le había tratado como a una dama a pesar de sus orígenes desde entonces. Imposible no amarle. Sin embargo, le importunaba aquella tendencia suya a conseguir las cosas por las malas sin darle la oportunidad a las buenas de intentarlo. Por un momento pensó en bajar a intervenir. Ya sea, a convencerles de viajar con ellos o al menos, alejarles de la trampa. Luego tuvo que resignarse. El barco zarpaba sin ellos. No había tiempo de remediar lo irremediable.

Desde el puerto y a pesar de la distancia, Akanui distinguió el aire tristón de la dama que acompañaba a Mr. Fogg y lo confundió con la típica melancolía de la mujer realizada al compartir escenas hermosas con su pareja. Aquello le sumió en una indefinida sensación de frustración. Comparada con Aouda, Akanui se sentía ínfima, pequeña, vacía. Sin amor, aventura, cariño ni respeto.

¡PLAFUUUUI!

-Gracias, Akanui –le miró Ranmond luego de recibir la cachetada más fuerte que le hubieran dado jamás-. Todavía me faltaba recibir una aquí. Pero si no la provoco yo, no vale. No deseo ganar con trampas.

Un tono seco y agrio en la respuesta de Akanui le dio a entender al joven galo que aún sin hablar, se la había ganado.

-Hemos perdido el Mongolia. ¿Y ahora qué hacemos?

-Le pediré indicaciones a ese hombre de pañuelo amarillo y negro. Seguro que me sabrá guiar. Me lo dice mi intuición.

A fines del siglo XIX y por muy independiente que fuera Akanui, las trativas comerciales solo podía realizarlas el hombre cabeza de familia y, a lo sumo, y como rara excepción, el criado. Se trataba en estas ocasiones de que interactuaran los de una misma clase social a fin de que el "noble" no se "ensuciara las manos". Idea carente de sentido para un hombre de mundo como Ranmond, que solo juzgaba a la gente por su valía y no por sus condiciones de nacimiento. Si hasta el momento, Jhon Latch, su criado, se había mantenido en estricto segundo plano, se debía más al inmenso protagonismo de Akanui en su atención y no a un desprecio explícito de sus capacidades.

Cuando Akanui vio negociar a su prometido con el hombre de pañuelo amarillo y negro, le hizo una seña a Latch.

-Jhon, please. Ayúdale. Ya sabes lo ingenuo que es.

-Oui, madame –sonrió el muchacho. Le encantaba que sus amos fueran tan buenos. Uno, le trataba como un igual y la otra, hasta le llamaba por el nombre de pila. Luego dejó en el suelo un montón de bártulos que llevaba encima (la tercera parte del equipaje total) y se acercó a su joven amo como quien no quiere la cosa. Al rato se volvió meneando ostensiblemente la cabeza y sin animarse a dar más razones a Akanui.

Delante del criado avanzaba triunfal el héroe de esta historia.

-Todo arreglado, Akanui. Mi intuición nunca falla. El hombre del pañuelo amarillo es guía de profesión. Nos llevará por tierra hasta Suez.

-Ranmond, ¿quieres que te cachetee otra vez? Es imposible llegar por tierra. Cualquiera que haya leído dos libros de geografía sabe eso. No puedo creer que pretendas hacerle sombra al gran Phileas Fogg con ese nivel de conocimientos del mundo.

Ranmond hizo un gesto de desprecio con las manos.

-Pufff, otra vez hablando de libros. Ya te he dicho que si no son de geología no me interesan. Y también creo haber dejado en claro que es poco femenino, por lo menos en este siglo, leer libros científicos.

¡Plafui!

-Y yo creo haber dejado bien en claro que si era necesario te abofetearía más de una vez por país.


Veinte días después, luego de llegar a Suez y bordear Egipto y Arabia Saudita atravesando el Mar Rojo, el Mongolia dejó a Mr. Fogg y Aouda en Bombay, India.

-Hoy estás inusualmente generoso, querido –admiró Aouda su nuevo juego de tazas de porcelana.

-No es nada, mi vida. Solo estoy invirtiendo por adelantado unos dinerillos que creo haberme ganado con facilidad.

-Aún así –Aouda levantó una y la admiró por unos instantes-. Es tan fina y rica. Tan delicada. Solo un gentleman tendría tan buen gusto. Soy muy feliz contigo.

Luego apoyó la cabeza sobre el hombro de su marido. Aguardaba el típico e infaltable: "yo también soy muy feliz contigo". Algo, sin embargo, no iba del todo bien. Mr. Fogg se había quedado duro como una estaca, entre silencioso y aosmbrado. Más aún cuando una concatenación de efectos especiales hizo eclosión a continuación.

Plafui, crash, Plafui, Boing, Plafui, Sprtrt.

Un grito de horror se atragantó en la misma garganta de Miss Fogg –una dama jamás debía proferirlo- y se convirtió en una mueca angustiosa que no abandonaba su cara. "Sprtrt" como todo el mundo sabe es el ruido que hacen las tazas de porcelana a romperse.

-Lo siento –se disculpó el joven galo que había caído sobre el tesoro, esquivando bofetadas de su prometida-. Yo se las pagaré. Me alegro de verles otra vez en Suez.

-Estamos en Bombay, Monsieur –intervino Mr. Fogg. ¡EN BOMBAY!

-Te lo dije –volvió a abofetearle Akanui-. Estábamos perdidos. Es imposible llegar por tierra a Suez desde Europa, so burro. Ese tipejo nos ha estafado.

A continuación la batalla premarital se propagó por el resto de Bombay.

-Increible –murmuraba Fogg-. Se pierden y llegan igual a destino.

Aouda que todavía conservaba la cabeza sobre el pecho de su marido y pudo oir muy bien su triste lamentar, echó un vistazo a los restos de sus tazas esparcidos por el suelo de la tienda en la que se encontraban y luego le respondió.

-Déjamelos a mi, querido. Esto es un trabajo para una mujer furiosa.

Fin de la deuxième partie.


Historia bonus

Me encantaría contaros una historia bonus como siempre. Pero hoy no será posible. Me explico: no es que no quiera o que no lo considere necesario. Se trata de otra cosa. Es difícil de explicar o de creer pero el caso es que me secuestraron. Sí, sí, como leéis. Estoy secuestrado...en otro fic, obra de Akyfin02 que se ha publicado ayer mismo: "¿Escritores de fanfiction secuestrados?". Todavía no sé muy bien por qué estoy preso en una isla paradisíaca pero, obviamente me da igual. Ya que estoy, trataré de pasarlo bien y de ignorar al tigre que cierra el paso a la única salida. Dudo que me salve Ranma. Si le tiene miedo a los gatos, ¿qué le causará un felino de los grandotes? ¿Será Minefine7? ¿O Gohan? Espero por le bien del minino que no sea Bulmita.


Comentarios

Estimada Akyfin02. Sí, sí, muy bien. Te gustó el capítulo...pero me secuestraste! ¿Cómo esperas que termine esta historia si estoy preso? Menos mal que Minefine7 me lee la mente y va escribiendo lo que le dicto.

Estimada Ai. Ya, tardé cinco días...no es mi culpa. Fui censurado al tercer día y tuve que empezar de cero. Creo que la Cologne de joven, Warui y todos tus personajes serán medio contemporáneos y a Ranmond y Akanui les toca pasar por China...

Es buena idea la de estirarme hasta el capítulo 80. Igual no creo. Ya tengo el final redactado y cuando eso ocurre me entran unas ganas locas de terminarlo cuanto antes. Yo creo que no pasa del 78 o 79.

La historia bonus es nueva en fanfiction pero ya la tenía redactada. De cuando fue el día de la madre.

Sí, esas pelis valen.

Estimado LuyyiAVG. Espérate a que lleguemos a China y Japón. Igual creo que este capítulo es mas Ranmakanesco que el anterior. Un saludo.

Estimada sofiaflores1. Si te sirve de consuelo, sé perfectamente qué Saben los que saben, cosa que al comenzar no tenía decidido. En el fondo, tener la certeza de cómo termina es lo que me impide finalizarlo. sobre este fic, gracias por tus comentarios. Trato de variar aunque a veces cuesta.

Estimada Minefine7 Amelie y Harry. No cuela.

Estimada Massy13. Te extrañaba. Como le comentaba a Ai, no sé cuantos capítulos serán pero lo más seguro es que termine a principios de la semana que viene.

Estimado hikarus. Sí, los Au son más fáciles de escribir proque tienes más libertad aunque este me está costando. Tengo que documentarme todo el tiempo sobre los sitios y costumbres de la época. Por ejemplo, si la torre Eiffel ya estaba en 1874 o no, etc.

Un saludos a todos,

Leandro-Sensei, el secuestrado. Mis alumnos estarán felices.