La vuelta a la Akane en ochenta Ranmas. Quatrième partie.
-¿Cómo ha podido, Monsieur, tirar al suelo el corazón que puse a su cargo y pisotearlo así?
Por la mente de Ranmond se pasaron innumerable cantidad de respuestas poco apropiadas: "estaba pensando en ti al recibir la cacheteada", "si ocurre sin amor no cuenta como tal" o "sentí como si me abofeteara mi hermana". Incluso estuvo a punto de decir: "Con ella no sentí nada, de verdad. ¡Las tuyas, en cambio, me provocan cosquilleos!". Al final se decantó por decir la verdad.
-Podrá parecer que si, pero no la he buscado…-aunque luego lo coronó con la peor frase hecha posible-. Simplemente sucedió así.
Imaginad cuántos casanovas se habrán ganado su merecido "plafui" a lo largo de la historia de la humanidad justo después de ser pillados en la cama con su amante y pronunciar aquella frase vacía. "Simplemente sucedió así". ¿Así cómo? ¿Sin querer? ¿Sin maldad? Obviamente, aquello no se aplicaba a recibir bofetadas ni había sido la intención de nuestro protagonista encubrirse en palabras sin significado real. Y sin embargo, el lector que ha llegado hasta aquí ya conocerá lo suficiente a Akanui como para darse cuenta de que la jovencita se sintió transportada a este tipo exacto de escenas. Por supuesto, este mismo lector recordará, que pese a todo, la francesita de bofetadas sencillas y mirada almendrada, intentaba con todas sus fuerzas actuar como una dama inglesa. Prohibido llorar, aunque llorara y prohibido exteriorizar el dolor de cualquier otra manera, aunque picara la sangre como si un tarro de pimienta se hubiese derramado por su sistema circulatorio. No era muy de dama morderse lo labios hasta hacerlos sangrar ni cerrar los puños a semejanza de un boxeador a punto de realizar su impetuoso ataque final. Obviamente tampoco lo era disfrutar aquella escena, felicitarse por el trabajo bien hecho y sentirse satisfecha en demasía pero así se sentía Aouda. En realidad, probablemente, sí que era de dama sentirse así (siempre y cuando se lograra, como lo hacía la mujer de Phíleas Fogg, no manifestar en absoluto aquellas pasiones de forma física).
-Me permitirás la indiscreción, querida –le susurró el gentleman a Aouda en el oído-, pero tengo que poner la guinda al postre –luego se aproximó hasta la posición de Ranmond con su paso lento y pausado, tan apto para emboscar bisontes con su escopeta como para atacar doncellas incautas (obviamente en un momento y lugar recogido ya que Aouda jamás le perdonaría que cometiera sus infidelidades de forma indiscreta). Finalmente su palma hizo contacto sobre el hombro del galo y dijo:
-¡Ufff, monsieur! Me alegro tanto. ¡Por poco perdemos ambos nuestras apuestas! Usted por escasez de cachetadas y yo, porque la jovencita casi le demuestra cariño en público.
Le dijo todo esto a la inglesa, es decir, haciendo un aparte para que Akanui no escuchara pero pronunciando con la vehemencia suficiente y calculada, para que esta sí lo hiciera. Nadie podía acusarle de indiscreto pero el mal estaba hecho.
"Apostada por su héroe y su prometido". Aquello tenía que ser el detonante. Ninguna Akanui, Akane o Akanenshka que se precie, daba igual la época y la nacionalidad, podía dejar pasar algo así. Se rifaba el `plafui´ definitivo, aquel que daría por finalizada su relación para siempre y Ranmond tenía casi todos los números. Solo uno, por prepotente y manipulador, había caído en manos de otra persona.
¡PLAFUI! Phíleas Fogg se sobó el rostro enrojecido con ambas manos y luego huyó hasta el vagón comedor en busca de una bolsa de hielo mientras vociferaba.
-¡Malditos, bárbaros! ¿Cómo hace el mequetrefe ese para soportar esta agonía a todas horas?
Con la salida teatral del inglés, la cara de Akanui se notaba más relajada. Todo lo contrario de la de Ranmond que se había puesto como un tomate.
-¿Así que ojo por ojo y diente por diente? No sabía que eras de esas.
-Nada que ver, caballero. El mister se lo ha buscado. De ti me lo esperaba. Esa y muchas más bajezas, ¿pero de un sir inglés? ¿Apostar sobre el comportamiento de la mujer ajena…? ¡Qué descaro!
De todos los matices que tenía aquella tragedia -el amor entre tímidos, el antiquísimo compromiso que por una parte dificultaba las cosas y por otra, sonaba a "destino", la rivalidad anglo-francesa, la curiosa forma de demostrarse cariño con Akanui, la infinita cantidad de nuevos paisajes y personas conocidas, la doble apuesta, etc-, Ranmond solo había retenido los cambios que se daban en un aspecto: Akanui por la razón que fuera se había negado a abofetearle a él y luego había realizado la acción sobre su rival. En el ámbito real, ambas situaciones no se habían dado de forma consecutiva, Akanui no reía a carcajada limpia al abofetear al sir inglés, ni este último había disfrutado de la "caricia" con mirada lasciva. En la mente de Ranmond, sin embargo, esto último, paso por paso, era lo que había ocurrido.
-Vamos, Jhon. Nos volvemos a París. ¡A pie!
Akanui se interpuso entre ambos hombres.
-¿No debería ser yo la que me vuelva? Las damas primero. Dudo que haya alguien en este tren con mayor deseo de dar media vuelta que yo.
El gesto serio de Ranmond tan duro e inmóvil que asustaba, contrastaba con la velocidad con que sus manos revoloteaban tanteándose el traje entero, hasta que por fin, la derecha, se introdujo en el bolsillo correcto y extrajo un papel que entrego a Akanui.
-No puedes volverte. Ayer recibí otro telegrama. Tus padres nos esperan en San Francisco para hablar seriamente con nosotros. De seguro se han enterado de nuestro viaje y lo han tomado como una luna de miel pre-matrimonial. Pensaba darte la sorpresa -y si se daban los acontecimientos, ceder ante sus presiones, pensó-. Ahora da todo igual. Ya se los explicarás tú solita. ¡Adios!
-P-pe…ro. Yo…yo quería…verles…juntos…replantear lo de nuestro estúpido compromiso en pareja. Volveré contigo a París y de allí a San Francisco.
-Mademoiselle –le musitó Jhon palabras disuasorias-, estamos en Calcuta. Llegará más rápido terminando de dar la vuelta al mundo y haciendo escala en Japón, que regresando sobre sus pasos. Además, ya le ha oído. Piensa volver caminando. Mejor dejarle solo por unas semanas.
Ya en el camarote del barco que les llevaba de Calcuta a Hong Kong, Aouda escrutaba el gesto triste de su marido sin animarse a hablar. Las tres bolsas de hielo que le cubrían la cara casi al completo no le impedían detectar cierto desacomodo en su semblante.
-¿Tanto te duele, querido?
-Sí, pero no es eso. ¡No contaba con el dichoso telegrama! Ahora la niña va sola y con una semana de ventaja sobre mi marca. Han perdido la apuesta pero aún así, me podrán en ridículo.
-En ridículo te pones tú solo, marido mío –le repuso Aouda dándole unas caricias en la cabellera, único punto de su cabeza que no le dolía por carecer de células sensitivas-. ¿No te das cuenta de que vamos nosotros con ella? ¿Qué nos impedirá cuando lleguemos, afirmar que el cobarde francés se largó a mitad del viaje y nosotros por pura piedad acompañamos a la dama en apuros hasta completar el trayecto? Ya me imagino el titular en todos los periódicos: "Phileas Fogg y su mujer lo consiguen de nuevo y esta vez, baten su marca". El subtítulo ya daría más detalles del tipo: "con su generosidad habitual, han tenido tiempo de socorrer y llevar hasta su casa de París a la prometida de su rival que le había dejado abandonada ante el primer peligro".
-Sí, tienes razón…aún así…
Y no hizo falta decir más. Aouda conocía de sobra sus "aún así". Aún así, no estaría conforme con aquel desenlace triunfal. Aún así, aún rompiendo el enlace de su rival y quedándose con su fortuna, ahora que nadie le protegía, prefería además, deshacerse de Akanui de la forma más cruel y despiadada para vengarse por la cachetada recibida.
-Dicen que China es un país peligroso. Me pregunto qué pasaría si alguien quisiera cruzarlo a pie en lugar de bordear Indochina en barco.
-Incluso si sobreviviera, que lo dudo, -sonrió Phíleas Fogg- le costaría unos veinte días más realizar semejante gesta.
Muy lejos de allí, a pie, y camino a Bombay, nuestro héroe se alejaba acompañado de Jhon Latch y de una nube de mosquitos que revoloteaba sobre sus cabezas sin animarse a insertar sus aguijones sobre el galo y su subordinado. Las hojas de la exuberante jungla, a si mismo, iban cayendo una a una, producto de los vaivenes de su espada invisible, cuyo veloz trayecto despedía corrientes de aire tan fuertes que lo cortaba todo a su paso.
-Monsieur -indagó de improviso el sirviente-, me perdonará el atrevimiento (ya sabe que no me mordería la lengua ni ante usted ni ante el mismísimo rey de Francia) pero es la primera vez que le veo actuar con semejante falta de caballerosidad, ¿no debería yo quedarme con Akanui para protegerle en su ausencia?
-Deberías, desde luego. Pero así le protegeremos mejor. Dejándola sola. Más peligro corre en plan "dama" aunque esté yo a su lado que a solas pero comportándose como siempre.
-No le falta razón en eso…supongo.
Desde luego, Jhon Latch no era del tipo de persona que dejaba caer unos puntos suspensivos y un "supongo" a la ligera. Si lo hacía era por intuición, angloempatía o por un cosquilleo nervioso que le advertía que Akanui les necesitaba. Así, pues, barruntaba y barruntaba para sus adentros sobre el sentido final de su hormigueo interno y pensaba a cada paso si habría una forma de desviar a su amo sin que se diera cuenta.
Quiso la buena fortuna –en toda historia de aventuras al menos se da un encuentro casual dictado por el destino-, que justamente lo que Jhon Latch necesitaba, se aproximara a marcha forzada en dirección contraria. Se trataba de un joven taciturno con la vista extraviada en el cielo. Escrutaba el horizonte con la mano sobre la frente y bajo esta, su característico pañuelo amarillo y negro.
-Monsieur, ¡si es nuestro amigo Ryoger, el guía! ¡De seguro él nos llevará hasta París en un santiamén! –se apresuró en exclamar Jhon y saltó hacia su encuentro si esperar a que Ranmond le diera la orden.
-Amigo, -le dijo Ryoger al ver que le salían al paso-, es usted, sin duda, el esquimal más raro que he conocido jamás. A tono con este paisaje ártico tan peculiar. Se vé que mis colegas exageran sobre la vehemencia del invierno glaciar.
Para hacer corto el cuento solo diré que dos semanas después y merced a los hábiles ardides de Jhon que guiaba al joven sin sentido de la orientación por dónde más le convenía con frases como: "me parece que ese árbol es característico de Viena, ya debemos de estar cerca", la comitiva arribó hasta un sitio sagrado.
-No recuerdo que hubiera tantas fosas en las afueras de Paris –aseveró Ranmond al verlas-. Vamos, Jhon, me apetece bañarme en aquella de signos raros. Llevamos semanas a la intemperie. Ya sabes lo que se dice de los franceses y sus colonias.
A continuación se quitó las vestiduras desde los hombros hasta la cintura, tomó carrerrilla, dio un gran salto hacia la fosa y…¡PLAFUI! Una cachetada salvadora apareció de la nada y le mandó a volar unos cuantos metros fuera de las aguas malditas.
-¡Akanui! –exclamó el galo emocionado, al que se le había pasado el enojo y le parecía de lo más normal un reencuentro así-. ¡Estás aquí!
Akanui, señaló el cartel y explicó con tono didáctico.
-No te metas en la fosa. El letrero dice que aquí se ahogó hace muchos años una mujer pelirroja. Si te hubieses molestado algo en estudiar la mitología china como yo, sabrías que una terrible maldición te espera si te hundes allí.
-Bobadas –repuso su prometido que ansiaba deshacerse del olor a sudor cuanto antes para no pasar vergüenza frente a a su amada-. Siento que es mi destino entrar en la dichosa fosa.
¡PLAFUI!
Ranmond se pasó la mano por el rostro. Sus pómulos de hierro por fin, luego de una larguísima espera, volvían a saborear el néctar del merecido "plafui".
-Mi querida Akanui, no creas que no me alegro de volverte a ver y que no te agradezco que me restituyas el derecho a la cachetada. Pero de verdad considero que mi destino me llama.
¡PLAFUI!
Ranmond insistió, más por disfrutar nuevamente de aquello que los acontecimientos le habían privado durante semanas, que por verdadera intención.
-Es mi destino.
Entonces ocurrió lo que no debía ocurrir por nada del mundo. El sol comenzó a iluminarles desde el ángulo exacto en el que más guapo se veía el galo y el viento inició una leve brisa que les acariciaba los ánimos y las mentes. Akanui intentó un nuevo plafui pero este fue detenido por vez primera por su prometido con su fuerte brazo de esgrimista.
-¡Qué guapa eres!
Akanui intentó soltarse como agraviada por aquellas palabras y al no conseguirlo, decidió desenfundar su "plafui derecho" el que nunca antes se había visto en la necesidad de usar. Ambas manos, la derecha de Akanui y la izquierda de Ranmond volaron por los aires como si estuvieran por iniciar un baile de salón hasta entrecruzarse a escasos centímetros de la cara del galán.
-Insisto. Es mi destino.
-¡TU DESTINO ES ENAMORARTE DE MI! –se escurrieron las palabras de la boca mientras intentaba taparsela con ambas manos que seguían presas entre las de su galán-. Yo…-tartumudeó- no lo dije. No lo dije. NO LO DIJE. NO ES VERDAD.
Ranmond sonrió.
-Te he oído muy bien. Mírame a los ojos. Veo que te ruborizas y me ruborizo yo también.
-Por favor, cambia de tema.
-Pero es que…te he oído –le apretó ambas palmas con sus manos cálidas y varoniles y dio un paso más hacia su posición. Se quedaron a escasos centímetros el uno del otro-. Me gusta ese destino que me profetizas.
-Por favor –tembló, quizá de deseo, quizá de miedo-, cambia de tema.
-Todos mis temas son uno solo: Akanui.
-Cambia…
Los labios de ambos jóvenes se juntaron por segunda vez en el viaje. Esta vez de forma más suave y duradera. Todavía de la mano, los alientos se hicieron uno y los ojos, clavados los unos sobre los otros, centelleaban con la misma intensidad con que las bocas presionaban sus carnes contra las del otro.
-…de tema.
-De acuerdo –se alejó Ranmond un poco al ver que su Akanui, ya libre, se tocaba los labios con los dedos pero algunas lagrimillas se le escapaban de los ojos-, será mejor que lo haga. Dime, ¿qué haces aquí?
-Ha sido idea de Aouda…
-…de esa bruja.
-Ranmond, no empieces –le interrumpió la interrupción-. Aouda me sugirió, puesto que habíamos perdido ya la apuesta, que me desvíe por aquí. Es más largo pero los paisajes mucho más bonitos.
-En rigor, -aclaró Jhon-. China es un país muy grande. Con esta bofetada, vamos retrasados en el tiempo pero el requisito de la cachetada nueva por país se mantiene.
Desde entonces la comitiva original de tres se despidió de Ryoger y recomenzó la aventura a marcha forzada. Había perdido mucho tiempo pero no el suficiente para darse por vencidos. Nada les restrasaría a partir de ese momento: ni el calor, ni el hambre, ni la infinita serie de animales exóticos que les salían al paso y que en su gran mayoría eran despachados por la excelsa habilidad esgrimística de Ranmond. Y unas pocas fieras desafortunadas…a plafui limpio. Al décimo día de internarse en los parajes más recónditos de China, se toparon con una aldea.
Akanui extrajo de su bolsito un librito pequeño que describía las grandes maravillas del mundo, las culturas de las diversas áreas conocidas y a sus pobladores.
-Son amazonas. Mejor no entrar.
-¿Por qué? –preguntó Ranmond- Podríamos descansar y alimentarnos. Seguro que son hospitalarias.
-Conmigo, sí. Con vosotros…mejor que no os vean. Pronto volveré con provisiones.
Desde luego, "que no os vean" se podía interpretar de dos maneras. La primera: esconderse y no hacer ruido. La segunda: pasearse nerviosamente por los extramuros de la aldea dando voces de este tipo: "Akanui, Akanui, apúrate que tengo hambre" hasta toparse con una jovencita parada sobre un bastón a las que todas sus compañeras amazonas respetaban y conocían con el nombre de Cologne.
-Muchacho, parece que te has perdido. Has de saber que si das un paso más adelante…
-¿…así? –interrumpió Ranmond al mismo tiempo que efectuaba el paso sugerido.
-Sí, así –repuso Cologne y le mandó a volar de un bastonazo jungla dentro. Cinco saltos después se encontraba sobre la espalda de Ranmond, quien había caído boca abajo.
-Bruja. Pelea limpio.
-Eso hago, muchacho guapo. Si te hubiese dejado seguir en tu error, mis conciudadanas se hubiesen visto en la obligación de matarte. Así es nuestra ley.
Ranmond se zafó de la toma con un fuerte movimiento de cintura y recupero la posición vertical, aprovechando que Cologne tomaba otra vez su distancia con una voltereta hacia atrás.
-¿Y cómo piensan tus conciudadanas realizar semejante hazaña frente al mejor esgrimista sobre la faz de la tierra?
Cologne miró a izquierda y a derecha. Luego de arriba abajo, deteniendo la vista durante algunos instantes en sus músculos y abdomen.
-¿El mejor esgrimista del mundo? ¿Y tu espada?
-Jamás usaría una de verdad con una dama. Con mis manos me basta.
Dicho esto, comenzó a agitar los brazos con tanta fuerza, precisión y velocidad que el aire comenzó a salir despedido a altas velocidades cortándolo todo a su paso. Como al inicio de esta etapa del viaje, todas las malezas caían a su paso. Cologne intentaba vanamente esquivar los golpes con su plasticidad y reflejos felinos pero pronto se vio acorralada y sin salida. En cuestión de instantes le llegaría el golpe definitivo.
¡PLAFUI!
-¡Si serás tonto! –exclamó Akanui que regresaba justo a tiempo-. Has estado a punto de vencer a una amazona.
-¿Y?
-Que si le ganas, ella se verá en la obligación de casarse contigo. No me quiero ni imaginar lo que sería tu vida si yo no estuviera contigo.
-¿Qué estás insinuando? –repuso Ranmond encogiéndose de hombros- ¿Que sin ti me convertiría en chica al mojarme con agua fria y tendría a una molesta amazona agobiándome para que me case con ella? Nadie es tan torpe. Me hubiese librado de ambos peligros perfectamente sin tu ayuda.
-Si me permitís la interrupción -dijo la amazona-. Creo que existe una forma más civilizada de resolver este malentedido. Excepcionalmente permitimos que hombres entren en la aldea si son, estos, comerciantes. Así pues, vendedme algo y asunto arreglado.
Jhon Latch depositó su pesada mochila sobre el suelo y tiró de una de las tiras hasta abrirla de par en par.
-¿Le parece bien esto? Es muy valioso por nuestro país.
-¿Shampoo? No sé que sea pero me gusta el nombre. De acuerdo. Tomad. Es mi posesión más valiosa. Esta pócima sirve para curar cualquier enfermedad. Pero os advierto…solo puede usarse una vez.
Luego se retiró con su frasquito entre las manos y murmurando: por poco y me vence ¡Qué velocidad! ¡Qué precisión! Creo que le llamaré "el truco de las castañas calientes".
El día cuarenta y uno desde que salieron de París arribaron a Hong Kong, cinco días más tarde que Phileas Fogg en su primera travesía. Aún así, a pesar de perder los días de ventaja y llevar un buen retraso, nadie en la comitiva se rendía. Menos aún Ranmond, cuando se reencontró con Mr. Fogg y Aouda, sentados en un bar y revisando la sección fúnebre del periódico local en busca de nuevas buenas. Desde el segundo beso con su prometido, no era que Akanui hubiese aclarado del todo sus sentimientos ni que hubiese desarrollado hormonas anti-Aouda pero, por lo menos, se había aceptado a si misma y ya no intentaba imitarle. Cambio suficiente para girarse sobre si misma en el mismo momento en que les vio y regalarle un sonoro plafui a su prometido delante de la calle entera.
-Vamos, querido, la apuesta sigue en pie –dijo la jovencita iracunda procurando que el viento llevara sus palabras hasta todos los oídos presentes.
-Akanui, ¿desde cuándo eres tan…? ¿Cómo podría llamarlo? ¿"francesa"? –preguntó el galo-. Pensaba que les admirabas.
-Y les admiro. Pero en Jusenkyo entendí que tus estupideces son mis estupideces…hasta el fin del mundo y le pese a quien le pese.
Solo te falta una cosa para ser perfecta: querer a nuestro París tanto como me quieres a mi. –pensó Ranmond y suprimió la tentación de besarla delante de Fogg. No necesitaba restregarle por la cara que había ganado la estúpida segunda apuesta. El amor de Akanui era un premio mucho más dulce que un simple titulillo de pacotilla sin utilidad alguna en el mundo real.
-A propósito, mademoiselle, monsieur –dijo Jhon Latch-. Me han dicho recién que si tomamos un barco transoceánico nuevo que parte desde aquí mismo en Hong Kong con dirección a San Francisco podríamos ganar dos días. Habría que saltarse la escala japonesa pero creo que vale la pena.
-¿Te parece bien, Akanui? –preguntó Ranmond a su media naranja.
-Shttt, querido –le cerró los labios con el dedo índice-. Pasar por Japón sí que es tu destino. No lo dudes. ¿Acaso no me has dicho siempre y hasta el hartazgo que dar la vuelta al mundo consiste en ir de París a Yokohama y de Yokohama a París?
Más atrás, mientras Ranmond asentía con la cabeza y confiaba ciegamente en su futura esposa, Mister Fogg se tiraba de los pelos.
-¿Cómo es posible que se reencontraran? ¿Cómo es posible que sobrevivieran? Pero sobre todo…¿Cómo es posible que supieran lo del trayecto falso que me inventé? Soy inglés después de todo; cuando los demás se quedan inmóviles y patidifusos ante las sorpresas, nosotros nos metemos las manos en los bolsillos y pagamos al primer pícaro que veamos para tender la nueva trampa.
Aouda frunció el entrecejo.
-¿No lo has entendido todavía? Son idiotas, muy idiotas y te aseguro que no se han dado cuenta. Tan solo han rechazado la oportunidad de recuperar tiempo por razones ajenas a la apuesta.
El viaje hasta el puerto más importante de Japón, Yokohama, se realizó sin percance alguno. Comparado con la terrible tormenta que tuvo que eludir Phileas Fogg un año atrás, aquello fue un juego de niños que les hizo recuperar uno de los cinco días perdidos. La enorme ciudad costera, en plena era Meiji, ya no destilaba tanta sangre como en el pasado pero tampoco merecía el título de "segura". En rigor, no corrían mucho riesgo, ya que el trasbordo a San Francisco les demandaría muy poca espera. Tan solo media hora.
Pese a todo no se encontraban solos en la estación portuaria. Sobre unas tablas, un harapiento japonecito de no más de quince años sostenía un caballete y una veintena de pliegos cuyas maderillas en su extremos, o según el caso, unos tubillos de hueso, le permitían plegarlos y desplegarlos, con suma facilidad. Se le notaba hambriento.
-Ranmond, por favor…
-Claro, querida.
Ante la primera seña del galo, el muchacho se aproximó a los saltos, tropezando con buena parte de su propio equipaje y envuelto en una alegría galopante. Seguramente serían sus primeros clientes en semanas. Dado el quinto paso de los veintitantos que tenía que dar para llegar a destino, un grupo de oficiales del gobierno ingresó el puerto completando su periódica patrulla. Su mera presencia ensombreció el rostro del crío que se quedó quieto en su sitio sin animarse del todo a huir de ellos dado que por fin tenía un cliente ni a acercarse más.
-¿Qué pasa, chico? –preguntó Akanui-. ¿Tienes algún problema?
-Perdón, señorita. Antes que nada me llamo Makoto.
Akanui le sonrió.
-Pues dime, Makoto. ¿Qué ocurre?
-Ocurre que el gobierno ha puesto todo patas arriba. Antes se estilaba pintar a la japonesa y punto. Pero desde la restauración…se está intentando ampliar horizontes y existe una intensa campaña gubernamental para introducir técnicas y temas occidentales. No está mal salvo…por un detalle. No todo el mundo está conforme. Muchos artistas han reaccionado a la inversa y propugnan un arte anclado en lo tradicional. Y han organizado patrullas para vigilar a los artistas callejeros como yo. Según quién me toque, me acusan de pertenecer a uno u otro bando y no me dejan trabajar.
-Tranquilo, Makoto, tu problema creo que tiene fácil solución. Haznos dos retratos. Uno a la japonesa y otro occidental. Luego si nos interrumpen, les muestras uno u otro.
-Tú tranquilo –agregó Ranmond-. Te pagaremos los dos.
Quince minutos después, ambos retratos, el de Akanui abofeteando a Ranmond y el de Akanui dándole con un gigantesco mazo, se habían completado.
Antes de subir al barco que les llevaría a San Francisco, Ranmond plegó el retrato a la japonesa en cuatro partes y se lo colocó en el bolsillo a Makoto.
-Yo me llevo el otro. Tú quédate este. Jamás volverás a ver una chica tan guapa como la que acabas de pintar.
Unas horas después cuando todavía se veía en el horizonte al barco de vapor que partía hacia San Francisco, Makoto Takahashi –así era su nombre entero-, pensó que gracias a aquella generosa gente podría por fin dedicarse al arte que tanto le gustaba y que pasara lo que pasara jamás se desprendería de aquel dibujo. Por el contrario, si algún día cumplía su sueño, colgaría su primer cuadro bien remunerado en la pared mejor iluminada de su casa y daría orden a sus descendientes de que jamás lo quitaran.
Pasada la madrugada del día sesenta y cuatro, el mismo en que arribó al nuevo continente Phileas Fogg, Jhon Latch se asomó a su escotilla por quinta vez en el día y avistó tierra. Nuevamente, la clemencia del tiempo les había permitido recuperar terreno de forma tan veloz como mágica. En el puerto de San Francisco casi no había gente esperando al barco de pasajeros, dada la hora de llegada. Un par de marineros borrachos, se balanceaban abrazados cerca del muelle. Otros tres dormitaban en el suelo, a escasos metros de una taberna a punto de cerrar. Y seis perros, medio salvajes, medio adoptados por los dueños de la cantina, aguardaban a que estos arrojaran las sobras de la cocina al generoso bote de la basura del callejón adyacente. Solo una carroza ricamente ornamentada delataba la presencia de gente de alta alcurnia. En su interior, los padres de Akanui esperaban pacientemente el desembarco de los pasajeros, a su hija y al diputado de París, forma distante con la que solían denominar al prometido de su hija. El hombre, de unos cincuenta años, de complexión fuerte y amplia pero no muy alto, adornaba su cara con unos luengos bigotes negros que terminaban en punta y una cicatriz ganada en pasadas guerras de las que prefería no hablar. Madame de Tendui llevaba una cabellera larga, muy poco a la moda, que solo se rendía en su intento de llegar al suelo, al borde de la cintura. Cada mano transportaba unas ligerísimas pulseras de oro y poco más. Con aquello le bastaba para demostrar su nobleza y poder. Otro tipo de ornamentación, en sus propias palabras "solo le estorbarían". Aguardaban en silencio. Unos cuarenta interminables minutos después, Akanui se abrazaba con su madre y el señor de Tendui se rizaba el bigote con el gesto serio y unas ojeras que le llegaban casi hasta la nariz.
-Akanui, Ranmond, dada la gravedad de la situación, os lo diré sin rodeos: vuestro compromiso queda formalmente cancelado.
Fin de la quatrième partie.
Capítulo dedicado con tardanza a Ai que cumplió años este lunes. Imagino que México es un país muy especial en donde se acostumbra que los cumpleañeros, en lugar de recibir regalos, los den. O a lo mejor es que la misma Ai es la especial. En todo caso, aprovecho este espacio para agradecerle el estupendo regalo que me ha hecho durante la semana.
Historia bonus
El regreso de Videl.
Y un buen día volvió de las vacaciones en la playa Videl.
-Gohaaaan. Gohaaaan.
Nos damos vuelta y la vemos dos calles atrás gritándole a mi hijo y saludándole con la mano extendida. Gohan hace lo propio y reinicia la marcha a casa.
-¿Quieres que nos regresemos a saludarla?
-No hace falta.
Dos horas después no volvemos a topar con ella. Y a los quince minutos. Y otra vez más por la noche.
-¿Ves que no hacía falta, papá?
-Tenías razón, será el destino.
-Y que vivimos a una calle de distancia.
-Sí, eso también influye.
Fin de la historia bonus.
¿Eso es todo? ¿Ya está? Os diría que lo romántico si breve, dos veces romántico pero sería mentira. La verdad es que he sido apabullado por una carga de trabajo extra durante esta semana como nunca antes había tenido y tengo miedo de no llegar a publicar este finde si me extiendo demasiado en la historia bonus.
Para recompesaros por vuestra paciencia otra historia bonus brevísima.
Gareth Bale.
Cómo habéis notado, en buena parte de esta historia recrimino la hipocresía inglesa como un defecto bastante desdeñable. En realidad, no es que considere que los británicos sean hipócritas ni mucho menos. Hipocresía hay en todos lados. Pero sin duda la falsedad a la inglesa es mucho más refinada que cualquier otra. Os doy un ejemplo, el citado jugador de futbol, Gareth Bale, galés de nacimiento, ha sido fichado hace pocos días por el Real Madrid por una suma astronómica: 91 millones de euros según unos, 100 millones según otros. Y con un sueldo anual de 10 millones. Es decir, una verdadera barbaridad, dada la crisis económica mundial. ¿Qué ha dicho en el momento de su presentación? Que habría fichado por el Madrid por solo un céntimo.
Sí, es verdad. Puede ser. Casi seguro. Si tienes que elegir entre un club de segunda línea y uno de primera, pues el de primera. Nadie podría reprocharle nada ni desmentirle. Pero…cobra diez millones de euros al año.
Este procedimiento, el de decir la verdad –que es irrefutable porque es verdad- pero con fines poco éticos y por tanto, con un componente de manipulación intrínseco, es el que utilizan Phileas Fogg y Aouda a cada paso en la historia.
Fin de la segunda historia bonus.
Comentarios
Estimada sofiaflores1. Ojalá me diera cachetadas. Minefine7 es más de poner caritas y decir: "no, no pasa nada". A veces tardo dos horas en enterarme de qué narices hice mal. Preferiría mil veces un buen plafui directo.
Estimada cumpleañera comentarista oscura. Intuición de "Ai". Interesante concepto. Puede que aparezca en el futuro. Y ya vale de comentar el comentario. Vamos a lo importante: ¿de qué era la tarta? ¿Qué te regalaron? ¿Cómo lo pasaste en tu cumple aiesco? !Bien, soy el primero en usar el nuevo adjetivo!
Ahora sí volvamos al fic. Ya está decidido y es evidente. El final integrado en el especial 80. !Qué remedio! ¿A quién se le ocurre que es posible dar la vuelta al mundo en 3 capítulos? Todavía ni sé como llegué a San Francisco en 4.
PS: Espero la historia de los 6 patitos
Estimado LuyyiAVG. Has notado que se acercaba el especial 80 y has decidido por las dudas dejarme uno de tus párrafos filosóficos para citarlo. Bien pensado y bien expresado. No todas las mujeres leen pero todas las mujeres tienen su puntito "rudo". Será cuestión de buscarle mejor las cosquillas...si te atreves.
Estimada minefine7. ¿Te acordás de cuando te tiré los palitos a la basura?
Estimada Massy13. Las cachetadas son romáticas ¿irónico, verdad?
Estimada Akyfin02. El capítulo de hoy sospecho que arregla las cosas. ¿Lástima el final, no? Puedes mandarme a los tigres que quieras que no les tengo miedo. Ahora mis pesadillas son con salchichas y chihuahuas.
Estimado hikarus. Y sigo debiéndote una lectura. Tenme un poco de paciencia. Si supieras la semanita que tuve...y la que me espera. En fin, muchas gracias por comentar. Concuerdo contigo. Describir con palabras la relación amor-odio de Ranma y Akane es complicadísimo.
