Notas Iniciales: Me atacó un pequeño bloqueo con esta serie pero estimo que después de esta actualización recupero el ritmo, después de todo ya estoy trabajando en el tercer capitulo de este threeshot.
Ignoto
V
Parpadeó, intentando perder su atención en cualquier lugar; la silla del patriarca, un adorno en la choza, una mota de polvo en el suelo, lo que fuera con tal de no mirar a la princesa Zelda y a su desagradable escolta, o entretener su vista con la silueta del hyliano que se apreciaba desde su posición junto a la ventana. Revali se esforzó en ignorarle, pero representó una tarea ardua no asquearse por la presencia del único ser vivo en el universo que realmente detestaba. Por eso no prestó real cuidado al discurso de la joven princesa y su inquietud por estudiar a la bestia divina que fue desenterrada en las tierras de Ornitón antes de que el desastre casi pareciera extinguir toda vida habitando los reinos, derrocando hasta los cimientos el mundo que la triste monarca continuaba intentando regenerar.
Por lo tanto fue una sorpresa para él que se despidieran del orni mayor, apresurándose a marchar a donde les urgía ir. Revali apenas pudo reaccionar en acompañarles a la salida, con la intención de guiarles al sitio donde yacía detenida Vah Medoh, la cual le fue entregada unos meses atrás, y que además sugería ser la clave para darle un giro a esta profética guerra contra la calamidad junto a otras máquinas ancestrales, cuyos nombres Revali no se molestó aprender a pesar del tiempo transcurrido. Después de diez años combatiendo ese mal sin haber conseguido siquiera contenerlo, significaba necesario poner en marcha a esos aparentemente muertos artilugios antiguos que se habían mantenido inservibles desde el comienzo.
El poblado entero de había rendido de encender a Vah Medoh, así que Zelda le brindaba su asistencia mientras no estuviera siendo amenazada por la muerte en sus pequeños puestos de resistencia contra la calamidad.
—Lamento haber interrumpido tu rutina de esa forma, Revali —se disculpó la princesa, sólo el sonido de su voz bastó para que la mente del orni dejase de divagar—. Siempre nos anunciamos con anticipo pero las circunstancias lo impidieron esta ocasión.
—Está bien, puedo retomar mi la administración de los arqueros en cualquier momento, de eso no tenga la menor duda, Alteza. Es la ventaja de ser yo —respondió Revali presuntuoso, motivo por el cual Zelda sonrió con mayor comodidad, aunque pareció guardarse una pregunta que el campeón creyó leer en su evasiva mirada azul.
—Entonces, ¿no te importa acompañarme en esta investigación?
—Será un honor —dijo con un gesto solemne.
Con aquello establecido, los hylianos y su princesa fueron escoltados por un grupo selecto de ornis hacia la zona donde residía la renombrada bestia divina, cuya roca sólida estaba relativamente presentable a la vista aunque yacía derrumbada sin pena o gloria en los suelos de ese abismo. Revali jamás comprendió la obsesión de la princesa sin reino sobre hacer funcionar aquella enorme cosa. En su humilde opinión, no había manera de que un objeto tan viejo pudiese ser de utilidad alguna después de que perdieran gran parte del personal que trabajaba en ella, sin mencionar que aún a costa de la infinidad de pruebas nada daba resultado. Para el campeón era más efectivo seguir combatiendo que volcar vanas esperanzas en un trozo de roca mal esculpido.
Zelda puso a trabajar a sus acompañantes bajo la atenta -desdeñosa- mirada de Revali, quien no hizo más que cruzar las alas, reprimiendo el gruñido que cosquilleaba en su garganta. Incluso él se sorprendía de lo paciente que era con aquella humana. Vaya que la estima hacía de tercos, unos corderillos dóciles.
—¿Cuántas veces más perderemos el tiempo de esta manera? —bufó para sí mismo.
—No puede culparla, señor —intervino una voz conocida, sobresaltando a Revali por la inesperada compañía. Nyel avanzó la distancia que le restaba para colocarse al costado del campeón—. Las bestias divinas son lo único que le queda para depositar sus energías. Usted sabe mejor que nadie lo difícil que es comandar a tantas personas, más cuando estas ya no confían en su guía. Es de hecho admirable que no haya abandonado su postura como princesa aún cuando su padre ya no está aquí.
Revali suspiró, dándole la razón al poeta. Todos los súbditos hylianos habían exigido que Zelda tomara el titulo de reina tras la muerte de Roham pero ella se había negado rotundamente. Había sido la mejor elección que había hecho en su vida, pues de haber aceptado esta postura, probablemente sus hombres se habrían motinado y entonces ni la más mínima esperanza habría mantenido unido al destrozado reinado.
—Organizaré una fiesta de bienvenida a la realidad —dijo el joven orni con ironía, una oración que hizo a Nyel dedicarle una mirada reprobatoria, más no se atrevió comentar nada, sabía cuándo valía la pena hacerlo después de todo y no era un buen momento.
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El día se transformó en noche, así que los visitantes improvistos se encontraron en la necesidad de ocupar un espacio en el poblado rito, apelando a una ardua tarea al día siguiente que se extendería por más tiempo del que Revali hubiese considerado conveniente. Aún así se tragó su creciente desagrado a la situación, ofreciendo su mejor asistencia a la monarca que le concedió el título de campeón. Sin embargo, las horas que perdía en vigilancia pronto causaron estragos a su psiquis, así que asignó a Teba para ocupar su lugar mientras despejaba su cabeza, sin alejarse demasiado de su deber como anfitrión principal. Revali se permitió deambular los alrededores teniendo un encuentro nada grato con el dueño de su verdadero problema: Link, quien -desde la perspectiva de Revali- sólo estaba perdiendo el tiempo admirando el paisaje sentado en los afueras del abismo.
Normalmente Revali se acercaría a él e intentaría pavonearse de la excelente contribución que estaba ejerciendo en la protección de la princesa con la intención de reducir al silencioso rubio de su labor pero, por extraño que resultara, su primer deseo al verlo fue apuñalarle la cabeza con una flecha. El sentimiento fue desconocido para el orni, por lo que se sorprendió deteniéndose en seco de su camino.
Su relación como compañeros campeones nunca fue el mejor, pues Revali esperó reconocimiento a sus habilidades de parte del caballero de la princesa, en lugar de esas largas miradas sin respuesta a sus siguientes provocaciones, por ello le aterró que de pronto quisiera realizar un impacto tan directo, a traición. Tras considerarlo, decidió que simplemente no se encontraba en condiciones de interactuar con el elegido por la espada, culpando a un posible ataque de estrés, así que intentó girarse con intenciones de volver. Para su mala fortuna, Link lo había visto antes de que concretara sus movimientos. Y ya que no quería que pensara de él como un cobarde-esquivo, se obligó cortar la distancia entre ellos, conservando su característico y majestuoso porte al andar.
—¿No crees que te tomas a la ligera tu trabajo, Link? Me halaga que creas que mi presencia basta para ahuyentar los improvistos pero eso no sugiere que tengas la libertad de abandonar tu puesto tan fácilmente. —Revali miró al rubio en espera de una expresión apenada, o al menos un asentimiento pero como siempre Link sólo lo mantuvo presa de esas pupilas profundas. Revali gruñó por lo bajo, más se esforzó guardar compostura, algo que le pareció excesivamente complicado entonces—. ¿Acaso hay algo que necesites? Ya que yo estoy a cargo, debo asegurarme que todos estén complacidos con mi guía.
Link rodó los ojos y empezó a caminar lejos de Revali en silencio y esto fue, de nuevo, algo que al orni no le agradó. Los pulgares extendidos de sus alas no tardaron en cerrarse, más la fuerza con la que lo hicieron fue el triple de lo que alguna vez fue consciente. No supo en qué momento fue que estos mismos puños se habían cerrado en su arco y en la flecha que de un rápido movimiento apuntaba directo a la nuca de Link, así que la sorpresa de esto congeló la llamarada de furia que acababa de golpearlo. Bajó el arco con la misma velocidad.
¿Qué pasaba con él? Lo peor que podía hacer era asesinar al caballero personal de la princesa Zelda. Suficiente tenía su gente combatiendo a la calamidad que guiaba sus ejercitos con la intención de exterminarlos, un nuevo enemigo arruinaría todos sus planes futuros.
«Hyrule está acabado de todas formas. ¿Qué pueden hacer unos cuantos diablos contra un poblado completo de diestros arqueros con la capacidad de volar?»
Revali agitó la cabeza tratando de alejar esos pensamientos. En consecuencia un repentino dolor lo hizo perder enfoque, tambaleándose hasta posar un hombro contra el muro más cercano. Respiró profundo y trató de regular los latidos de su corazón. Quizás necesitaba descansar. Aquella mañana se había exigido levantarse más temprano de lo acostumbrado para entrenar por lo menos tres horas antes de que los hylianos decidieran iniciar sus actividades. Después de dormir un poco estaría como nuevo, trató convencerse.
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Llegó el día en que los hylianos se marcharon con gratificantes resultados para todos sus aliados. En un lapso de varias semanas, Vah Medoh volvió a la vida gracias al trabajo de todos los que apoyaron este objetivo, en consecuencia Zelda anunció que visitaría al resto de las bestias divinas para encenderlas y así retomar los planes que se quedaron estancados con la llegada de la calamidad. Rebosantes de alegría, ellos se despidieron asegurando enviarían un mensajero en el instante que su misión culminara, entonces convocarían una reunión donde decidirían cuándo atacar para darle fin a esta guerra de más de diez años. Revali y su grupo los vio alejarse del poblado, hasta que finalmente decidieron darse la vuelta para seguir con su rutina pero el campeón permaneció, mirando fijamente la espalda de Zelda antes de desviar su atención en Link. La calma en sus ojos menguando hasta transmitir el espeso odio en toda su expresión. Y tal fue la intensidad que su ala derecha terminó por notarlo.
—¿Te encuentras bien, Revali? —El aludido pareció recomponerse ante el sonido de su voz.
—Si... es un ligero dolor de cabeza, ya pasará.
—¿Quieres que traiga un remedio casero?
—No es necesario —espetó con un bufido—. Estaré bien después de un breve descanso. Que el escuadrón asegure el perímetro en mi ausencia.
—A la orden.
Teba vio al campeón caminar con desgana por los escalones de la villa, sujetándose la frente ocasionalmente. La actitud de su superior siempre fue complicada pero el orni blanco percibió ligeras anormalidades en su comportamiento usual y esta vez casi creyó que Revali dispararía contra Link si se hubiese marchado al mismo tiempo que los demás. El guerrero no estaba seguro de dónde provenían esos presentimientos pero era obvio que algo malo estaba pasando con el campeón, aunque tiró esas corazonadas al suelo al considerar que estaba exagerando. Revali jamás haría algo que afectara la armonía del poblado.
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Ojalá Teba no se hubiese confiado nunca, pues debió haberse mantenido en guardia desde ese entonces, antes de que el mundo que todos conocían se torciera tan repentinamente. El comportamiento de Revali fue cambiando a medida que transcurrían los días, y la señal más evidente se manifestó en su comando sobre las fuerzas del poblado. Revali comenzó a ordenar que atacaran a cualquier especie sospechosa que intentase acercarse a los dominios de su tribu, aún sin la aprobación de su patriarca. Empezó a realizar patrullas durante la noche, sintiéndose paranoico sobre enemigos importantes que según él amenazaban con derribarles, atreviéndose a eliminarlos incluso con sus propias manos.
Varias ocasiones, Teba tuvo que intervenir para que no atravesara con sus flechas algún mensajero que se hubiese presentado para informarles sobre los avances que la princesa Zelda estaba teniendo, así que los presuntos hylianos comenzaron a temer quedarse a solas con el campeón orni, ya que Revali sugería estar completamente fuera de control. Pronto su conducta dejó de limitarse a los turistas o invasores, pues los propios orni bajo su mando fueron agregados en su lista negra cuando no obedecían un mandato, recibiendo amenazas terminantes antes de que sus palabras mutaran a severos castigos si continuaban señalando su autoridad como nefasta.
Teba observó desde la distancia la forma en que la personalidad del campeón era alterada por el miedo, el poder y la sed de sangre, vio cómo sus ojos orgullosos pero dóciles cambiaban a miradas que cortaban hasta la más indefensa vida cerca de su alcance. Y aquella noche había estado a punto de romperle el cuello a un orni que se había atrevido a contradecirlo y además enfrentarlo a mano limpia. El salvajismo de aquella pelea había conseguido que los arqueros se desplegaran antes de intentar detener semejante locura, dejando al orni marrón derrotado y sin aliento mientras que Revali aún parecía tener energías de insultarle para darse la vuelta y escapar de la escena como si hubiera vuelto de un trance devastador.
Teba fue el único que se atrevió a seguirlo después de que les pidiera a todos guardar esto en secreto hasta que resolviera el asunto personalmente, así que se apresuró ir en busca del campeón sin poder entender qué estaba sucediendo. Cuando lo encontró, ni toda su determinación lo preparó para presenciar esa imagen de Revali golpeando el muro rocoso con las alas mientras lloraba de pura impotencia, tratando de luchar contra algo invisible que era incapaz de tocar, algo que fallaba en sacar de su mente. Roto y con demasiada desesperación Revali continuó llorando sin sospechar que Teba lo observaba, inseguro sobre cómo acercarse después de comprender cuan herido el campeón se encontraba.
—Esto no está pasándome, esto no está pasándome. Diosa, ¿qué es esto? ¿Qué es? —jadeó, arrodillándose en el instante que las fuerzas de sus piernas fallaron. Teba se ocultó al reconocerse impotente, no pudiendo hacer más que quedarse en las sombras mientras Revali descargaba toda su frustración en ese frío rincón de Ornitón.
Continuará...
