Más romántico que balada de Ranma y Akane. Segunda parte.

Apenas Akane estacionó el coche en el lujoso hotel junto al mar que habían escogido meses atrás para pasar las vacaciones, Ranma chasqueó la lengua y dijo:

-Por favor, repítemelo que no lo entiendo.

-Es fácil. Voy a participar en una carrera de autos en el circuito que construyeron cerca de la playa.

-¿Tú? –insistió el joven de ojos azules y tono sarcástico.

-Yo.

-¿Con Ryoga de copiloto?

-Con Ryoga de copiloto –asintió Akane con la cabeza.

-Ya –se giró Ranma sobre el asiento-. Lo que tú digas…es como pedirle a Happosai ayuda para elegirte el traje de boda…pero tú mandas. Son tus vacaciones después de todo.

-Lo sé…

-Podrías pedirle a Shampoo que haga tu tarea de lengua.

-Que sí. Que lo sé. No hace falta ponerse irónico.

-O a Nabiki ayuda en un acto benéfico…

Akane le cogió la cara con ambas manos y le dio un beso en la nariz. Lo máximo que se animaba a hacer por iniciativa propia desde que habían formalizado su noviazgo en primavera.

-Ya entendí…no quiero ganar…solo divertirme.

-¿Divertirte con Ryoga? Comprendo.

-Comprende lo que quieras pero la razón es bastante clara. Contigo no podría. Tú pretenderías ganar. Al final me quitarías el volante, me darías una patada en el culo y llegarías a meta tú solo.

-Probablemente. Aún así, no lo entiendo. ¿Qué gracia tiene competir sin competir? Además…si tan malo soy, ¿por qué me pides que te ayude a entrenar?

-Lo sabes perfectamente.

-Sí, pero quiero oirlo otra vez. ¿Qué pasó con Ryoga?

-Nadie sabe dónde está.

-¡Ajá! –dio un golpe con el puño cerrado sobre la guantera-. El peor copiloto del mundo y tú lo eliges a él antes que a mi.

-Exacto. Eso te demuestra lo terrible que eres como pareja…

Ranma bajó la cabeza.

-Entiendo…

-Me refiero a…ya sabes…compañero de carreras.

-¡ENTIENDO! –volvió a repetir el joven mientras salía del auto dando un portazo.

Cuando se quedó sola, Akane apoyó la cabeza sobre el volante y suspiró. Vale, eran novios. Pero sí, seguían siendo Ranma y Akane. Imposible que se libraran de los malentendidos por arte de magia. Aquella larga y sentida confesión mutua del pasado, más que romántica, parecía un accidente en su relación, un simple momento de relax del destino que les permitió hablar con el corazón en la mano antes de volver a atacarles con sus ponzoñosas pruebas.

-¿Todavía sigues aquí? –se asomó Ranma con las maletas entre sus manos-. Ya te dije que lo entendía, tonta. Es como pedirle ayuda a Kasumi en una pelea de puños…

-Si tú supieras…

-¿Qué?

-Nada, nada –sonrió Akane, aliviada. Ranma podía seguir siendo infantil y celoso pero como novio también era atento y dócil. Además se veía guapo cuando sonreía. Daba igual que los dos siguieran siendo obstinados…las peleas duraban poco.

-¿Y tus hermanas?

-Adelante, en el hotel. Nabiki tiene los papeles de la reserva. La habitación triple para nosotras y la simple para ti.

-Lo siento, tortolitos –dijo la hermana del medio que justo abría la puerta de entrada del hotel y salía a verlos-. Ha habido un error. Son dos habitaciones dobles.

-¡HERMANA! –gritó Akane-. ¡QUE NO ME CHUPO EL DEDO!

Nabiki les guiñó el ojo.

-¿Qué problema hay? Si estáis comprometidos…sois novios y mayorcitos…

Akane le dio la mano a Ranma y se lo llevó hacia el interior del hotel.

-Vamos, yo arreglaré esto.

-¡Si no hay nada que arreglar…! -exclamó Nabiki-. Recuerda que aunque vuestro compromiso fue decidido por nuestros padres al principio,
inconscientemente, el amor ha crecido
, ¿verdad? ¿Verdad?

Media hora después Akane se tiraba sobre la cama matrimonial, exhausta.

-Mira que pueden llegar a ser burros los de la recepción. Ni una habitación libre. Imposible cambiar de hotel, devolver el dinero o cambiar las fechas. Parecían dos Ranma disfrazados. Decían que no a todo lo que yo quería.

O dos Akanes -pensó Ranma pero no lo dijo. Al fin y al cabo allí la tenía recostada e indefensa. Y encima el basto ventanal daba justo a una playa paradisíaca a escasos metros de distancia. Jamás había saboreado semejante espectáculo. Tenía demasiadas imágenes bellas que procesar como para perder el tiempo peleando.

De pronto Akane le miró con el rostro furibundo y le señaló con el dedo índice.

-Ni sueñes en compartir cama, pervertido. Que ya te veo la intención.

Ranma se mordió los labios.

-¿Por qué lo dices?

-Porque no me estás machacando con tus palabras mordaces. Te conozco…te distrajiste imaginando cosas que no van a pasar.

El muchacho se puso colorado. Le habían pillado en plena ensoñación de clase M. Aún así planeó un contrataque rápido, uno de esos que solo su lengua veloz e incisiva era capaz de producir.

-¿A quién le estás advirtiendo? ¿A mi? ¿O te lo dices a ti misma para autoconvencerte? Ya te lo dije cuando me declaré. Yo no tengo la culpa de ser tan guapo y atraer a tantas mujeres.

Un tono rojizo oscuro cubrió el rostro de la muchacha. Quizá fuera por furia, quizá por vergüenza.

-Cuando hablas así no puedo ni verte a la cara. Eres muy torpe en el amor.

-Y sin embargo, me he quedado con la mejor prometida. Algo sabré del tema. Digo yo…

Akane se acomodó junto al equipaje y empezó a desarmarlo mientras farfullaba.

-Desde que somos novios estás muy creído.

Acto seguido, el muchacho se sentó en terreno camístico prohibido, justo a su lado. No hablaban y sin embargo, las respiraciones, tan agitadas y fuertes que casi parecían gemidos, tenían su propia conversación silenciosa.

-Eso que has dicho, lo de ser muy creído –dijo por fin Ranma-, es porque tú cerraste tus puños bajo tu mentón y chillaste: "Ranma, no te vayas; no puedo vivir sin ti" –imitó su voz con un tono muy agudo y burlón.

Akane se levantó como impulsada por un resorte dejando la valija abierta.

-Yo dije eso, mister engreído, porque tú te pusiste de rodillas y me suplicaste que te perdonara. Y como tardé en contestarte ya te estabas yendo con el rabo entre las piernas. Te acuerdas de lo que te conviene. De nada más.

Ranma iba a volver a imitar a Akane, de hecho ya tenía sus propios puños apoyados bajo su mentón, cuando un hecho singular le llamó la atención. Durmiendo sobre la ropa y primorosamente guardado entre algodones y papel de diario, se encontraba la imagen decorativa del cuarto de Akane.

-Jajaja. ¿Te has traído el patito? Ya sabía yo que sois inseparables…pero esto es demasiado. –lo levantó de la maleta- ¿Te lo llevas también a mear?

Akane se lo arrebató de un manotazo.

-Eso no es de tu incumbencia. ¡IDIOTA!

A continuación, una ráfaga de viento cálido inundó todas las fibras de su ser y provocó que la jovencita temblara un poco en su sitio casi sin poder mantenerse en pie. Luego aflojó todos sus músculos. Ranma había usado el truco de las castañas para posicionarse justo detrás de ella y acariciarle la espalda.

-Estás tensa otra vez. Será mejor que te relajes un poco –presionó con sus nudillos sobre la parte superior de los hombros y parte de la columna vertebral-. En condiciones normales me hubiese enojado contigo…-bajó hasta la cintura- ya sabes…me ha dolido el insulto –pasó a los brazos y descendió hasta los codos- y también el golpe…pero he madurado…-se posó sobre las palmas y lentamente tomó su mano-. Es grandioso cuando estamos juntos pero será mejor que me lleve esto- huyó finalmente con su presa, el indefenso patito, hasta la ventana.

-¡RANMA! ¡DEVUÉLVEMELO!

-No hasta que me pidas perdón por lo de "idiota", el golpe en la mano y ya que estamos…por hacerte la difícil tanto tiempo.

-Yo seré difícil pero tú eres imposible.

-Entiendo; no puedes decir esas palabras aún…si quieres yo te enseño: "lo siento, Ranma. Tenías razón. Eres el mejor".

-Has acertado. Jamás las pronunciaré. Pero puedo decir estas: dámelo o te daré una paliza. Ya sabes que fui yo la que ganó la última pelea.

Ranma le sacó la lengua y saltó al exterior por la ventana.

-Eso fue porque entrenabas contra tu galante novio que solo te protege a ti. Ahora te toca lidiar con "el idiota adolorido".

La batalla que se libró a continuación tuvo tintes épicos. Aunque Akane se cuidaba muy bien de manifestarlo, luchaba por su orgullo de artista marcial. Aquello equilibraba las cosas pues se sumaba al handicap de que Ranma se defendiera con una sola mano y que se sintiera un tanto intimidado por la fiereza de los ataques de su novia. Desde luego, se encontraban muy lejos de Nerima. Los estorbos naturales no aparecían y los pocos que les conocían, Kasumi y Nabiki, ni se molestaban en intervenir. Había que estar enfrascado en aquella guerra de egos para entender lo dificultosa y extenuante que era. Bastaba con que el muchacho se diera por vencido o la jovencita explicara la importancia del objeto inerte para acabar con aquello. La opción restante, vencer a su pareja en feroz disputa marcial, les parecía a ambos el camino más viable.

No fue hasta que ambos cayeron sobre la arena que comenzaron a besarse. Y solo fue cuando cayeron a las aguas, se revolvieron bajo ellas y emergieron empapados, jadeantes y entrelazados, que por causa evidente, se separaron.

-Tonto, engreido. Devuélvemelo ya –dijo Akane, cuando por fin logró despegarse un tanto de su novio.

-¿Que te devuelva qué?

-¡El patito! He esperado ansiosamente desde el principio a que me lo devolvieras. ¿Dónde los escondes? –le tanteó ambas manos para descubrir que las tenía abiertas y apoyando las palmas sobre sitios prohibidos.

Ranma se las llevó a las espaldas.

-L-lo siento. No estaba pensando. No quise tocarte allí…

-¡Idiota! –estalló Akane y le golpeó hasta dejarlo casi inconsciente- Puedes tocarme donde quieras siempre y cuando no pierdas mi patito. ¡ES MUY IMPORTANTE PARA MI!

A continuación, mientras repasaban cada centímetro del inmenso mar con la vista, Ranma oyó de los labios de Akane la trágica historia del crucero y su madre. Cada tanto y mientras hablaban, el nivel del mar iba creciendo, no solo por la tormenta que se avecinaba sino también por las lágrimas de ambos jóvenes que añadían lentamente litros de agua al océano.


Seis años atrás la vida no trataba a Akane de manera tan idílica. Su hermana, su iracunda y poderosa hermana, estaba por fin por heredar el Dojo, su sueño dorado. Solo hacía falta cumplir con un trámite nimio. Que ella y Nabiki perdieran sus patitos de madera. Akane, desde luego, se sentía fatal. Ni deseaba practicar las artes marciales, ni mucho menos, interferir en el sueño de Kasumi a quien idolatraba en silencio. A lo mejor, a una pequeña parte de ella sí que le gustaría ser fuerte pero se sentía incapaz. Y si la joven iracunda, por puro amor, no iba a utilizar la fuerza para resolver lo evidente, era su trabajo como hermana menor el perder el patito. ¿Cuán difícil podía ser? Si, en rigor a la verdad, para sus ojos de niña el crucero era enorme, gigantesco e inabarcable. Más aún teniendo en cuenta su grado de inmadurez que le asemejaba más a una pequeñaja de cinco o seis años que a una preadolescente como Kasumi. En este contexto supongo que no será difícil entender por qué Akane se asomó a la barandilla del barco y decidió testear las capacidades natatorias del patito. Ya fuera que se hundiera en el agua o que cobrara vida y aprovechara el momento de libertad para huir a nado, se quitaría el problema de encima.

Hacía bastante calor. Incluso Akane con lo pequeñita que era, alcanzaba a ver, asomada malamente a la barandilla, el vapor que se elevaba desde las aguas y se iba acumulando poco a poco sobre sus cabezas.

-Pronto habrá tormenta –dijo un marinero a otro al pasar-. Estas temperaturas nunca son buenas.

Bien -pensó Akane-. Me he deshecho del patito y habrá tormenta otra vez. Kasumi estará contenta –luego introdujo la mano en el bolsillito de su vestido para disfrutar de la piruleta que había guardado allí. Desde luego, se la había ganado.

-¿¡Y esto?! –exclamó sorprendida-. ¡Es el dichoso patito!

Me habré confundido y tirado el de Nabiki. Mejor, me libraré de dos pájaros de un solo tiro…-pensó otra vez mientras volvía a tirarlo por la borda, no sin antes comprobar que pusiera "Akane"-. Y ahora sí…a comer la piru…leta.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Aquello no tenía gracia. Ninguna. Si su mamá le había encargado un patito embrujado del más allá que volvía mágicamente a ella, lo mínimo que podía haber hecho era avisarle. Esta vez lo tiró con una mano mientras se tapaba el hueco del bolsillo con la otra. Así mismo, procuró no perderlo de vista. Fuera lo que fuera que ocurría, se enteraría en ese mismo momento.

Y esta vez por fin lo vio. Mejor dicho, lo notó. Una especie de viento veloz y preciso lo cogía antes de que tocara el agua y lo traía de vuelta hasta su posición.

-¡MAMÁ! ¡QUE NO TIENE GRACIA! ¡NO HAGAS TRAMPA!

Kimiko le dio un beso en la frente como hacía siempre que su hijita se encontraba desconcertada y le dijo:

-La que hace trampa eres tú. Perderlo adrede no vale. Da igual cuanto te esfuerces, te prometo que siempre estaré allí para devolvértelo.

Nabiki, que se escondía detrás de su madre, se asomó y agregó:

-Es verdad. A mi también me ha pillado.

-Y si…-le dijo con picardía a su hermana-…tú corres a estribor y yo a babor…

Las pequeñajas se dieron media vuelta en un santiamén y ganaron las respectivas posiciones en un abrir y cerrar de ojos. Cuando ambos patitos sufrieron el abandono simultáneo de sus amas, las dos se echaron a reir. Pronto, una de ellas se habría librado para siempre del problema.

-Bien pensado, chicas. No me hacéis caso, sois tercas…pero por lo menos trabajáis en equipo. Desafío aceptado –dijo Kimiko mientras volvía a guardar los respectivos patitos en los bolsillos de ambas atónitas jovencitas.

-¿Cómo lo has hecho?

-Con amor. Solo con eso se puede conseguir las mejores hazañas.


El resto del día, Kimiko, Akane y Nabiki se la pasaron jugando a las escondidas con los patitos. Actividad recreativa en compañía que el destino les permitió realizar antes de tener que separarse, a modo de despedida. Único testigo de todas estas idas y venidas era el capitán Ibuki, quien les observaba desde su altísimo puesto de mando. No les quitaba ojo de encima. Cada tanto un frio sudor le brotaba desde las sienes y le recorría buena parte de la cara curtida en mil batallas marinas. La más pequeña de todas, Akane, se acercaba demasiado a los botes salvavidas. Como tropezara con uno y los pusiera al descubierto ya podía prepararse para un motín en toda regla. Solo uno de los cuarenta reglamentarios no había sido carcomido por las ratas.

Al final cuando lo inevitable estaba por hacerse realidad, el Capitán Ibuki montó en cólera. La piel bajo la tupida barba volvía a escocerle como cuando joven. Estaba claro. Esa gente no solo amenazaba la paz de su crucero, también le caián mal sin razón aparente. Algo así como amor a primera vista pero a la inversa. Odio instantáneo.

-¡EH! ¡Polizontes! –les dijo luego de bajar ruidosamente las escaleras y encontrarse a una de las niñas montada sobre la luenga tela que cubría uno de los botes-. ¡Alejaos de allí!

Quiso el destino que en aquel momento, fuera Kasumi y no Kimiko quien se encontrara más cerca de las jovencitas.

-Perdón, ¿cómo ha llamado a mis hermanas?

-Polizontes. ¿Algún problema?

-Claro que lo hay. Es un término despectivo totalmente injusto e injustificado.

El señor Ibuki se sacó la gorra de capitán y la colocó sobre su dedo índice. A medida que iba soltando sus preguntas, la balanceaba intentando que girara sobre sí misma.

-¿Tú y tus hermanas estáis en mi barco?

-Sí, claro.

-¿Y habéis pagado?

-N-no…pero…

-…pues eso –interrumpió Ibuki-. Polizontes. Consentidos pero polizontes al fin y al cabo.

El puño derecho de Kasumi se estiró como respuesta a aquellas palabras a velocidades nunca antes manejadas. Le perdía la rabia y la impotencia…como siempre pero de manera diferente. Aquel hombre le causaba un rechazo extremo, como si se hubiese estado moldeando un odio hacia aquella persona durante decenas de capítulos de su vida y no solo en aquel preciso momento. Aquella forma de comportarse, aquella ibukez de nacimiento le ponía frenética. Incluso cuando Kimiko se interpuso entre el capitán y ella, el puño se negó a detenerse de una y provocó que la madre retrocediera al menos dos metros hasta que por fin logró reducir a cero toda aquella fortaleza.

-Increíble, hija. Cada día me cuesta más suprimir tu furia. Lástima que como ya te dije miles de veces, esto de las artes marciales va sobre proteger al débil y no sobre apabullar al resto con nuestra destreza.

-Pero, mamá. Ese…ese…infeliz. Nos ha llamado "polizontes". ¿Realmente le protegerías llegado el caso?

Kimiko balanceó la cabeza de arriba abajo.

-Con mi vida, hija. Con mi vida. Y lo mismo espero de vosotras tres.


Por la noche se hicieron realidad ambas profecías. La del marinero que anunciaba una terrible tormenta y la de Kimiko…

Kasumi le despertó de su penúltimo sueño. Del último, del que pasaría a disfrutar a partir de unas pocas horas, ya nadie podría sustraerla.

-Mamá, mamá –le zarandeó-. Algo raro pasa. El barco no se mueve…a pesar de la tormenta.

-Déjame dormir. Ya te dije que podías trasnochar, ya que tanto te gustan estas cosas pero si yo no duermo diez horas no soy persona.

Kasumi volvió a empujarle, esta vez con más fuerza.

-Lo digo en serio, madre. Juraría que no hay nadie en la cabina del capitán. El timón al menos se ve abandonado.

Los ojos de Kimiko, acostumbrados a la acción y lo imprevisto pasaron del modo sueño a "alerta máxima" en un santiamén. Lo que tardó en comprobar que Kasumi tenía razón.

Un breve rastreo a vuelo de pájaro reveló que la cubierta se encontraba desierta. El barco encallado y la cabina del capitán abandonada. Solo en la de marineros, unos cuántos se lamentaban.

-¡El muy cabrón nos ha abandonado! –maldecía uno.

-¡Qué miseria! –se lamentaba otro- ¡Un solo bote para mil personas! ¡Y se lo lleva el capitán!

-Espera a que se enteren los pasajeros… -profetizaba el más inteligente.

Kimiko pegó dos gritos bien fuertes y ejerció de capitán en ausencia de este.

-Marineros, o espabilamos todos juntos o aquí no se salva nadie.

Uno de ellos, el más joven, le dijo:

-Esperaremos al rescate. Es lo que dijo el capitán.

Kimiko señaló el cielo.

-Con los vientos así y las olas tan grandes, no hay rescate que llegue a tiempo. Nosotros mismos somos nuestro rescate. Buscad materiales flexibles, destruid el barco si hace falta y traed cuerda, mucha cuerda. Yo armaré balsas en condiciones.

-Im-po-sible. Haría falta máquinas o la fuerza de diez hombres.

El puñetazo que dio Kimiko sobre una endeble pared que cayó a continuación dio a entender a los escépticos que ella poseía mucho más vigor que diez hombres juntos.

-¡A TRABAJAR!

Poco a poco y por ridículo que pareciera el plan, los náufragos iban abandonando el barco en fuertes balsas que aquella mujer ataba con tal magia y vigor que no se desarmaban por nada del mundo.

Solo su liderazgo y habilidad mantenía en silencio y armonía a la muchedumbre aterrorizada. De no ser por ella, una y mil escenas de pánico hubiesen tirado por la borda todos los esfuerzos de evacuación ordenada.

-Bien, os toca a vosotras, hijas.

-Nos iremos contigo.

-Tengo que terminar con las balsas. Soy la única con el entrenamiento para mantener la calma en una situación así.

-Pues no pienso irme sin ti –dijo Akane-. Y me da igual lo que digas. No hablaré con nadie hasta que lo haga contigo en el puerto.

-Eso –agregó Nabiki- y yo no comeré hasta que vengas con nosotros y me cocines tú.

-¿Kasumi?

-Y-yo…no dejaré que les pase nada a mis hermanas –las cogió con ambas manos-…aunque crea que eres idiota…yo…te quiero mami…vuelve pronto…adiós.

Lo último que recibió Kimiko de sus hijas no fueron palabras si no acciones que valían por miles de ellas. Un objeto contundente impactó en su cabeza y cayó al suelo.

Chica obstinada –pensó Kimiko mientras recogía el patito que Akane le había tirado con tanta puntería.

Más lejos, ya cerca de las aguas, Kasumi interrogó a Akane.

-¿De qué te ries en un momento así?

-De mamá. Ahora no tiene más remedio que volver. Prometió que si lo perdía a propósito, siempre iba a devolvérmelo en persona.

Kasumi susupiró dejando salir con el aire de sus pulmones todo su miedo y dudas. Por fin habían llegado hasta un sitio seguro. Solamente faltaba echar el bote improvisado al agua y rezar porque flotara.

-¡Ayuda! Por favor…-se oyó el lamento de una voz cadavérica.

Kasumi reprimió un grito de frustración. Conocía de sobra aquel tono que venía de bajo un montón de tablas.

-Vamos, Nabiki. Es el capitán Ibuki. Ese cobarde no merece nuestra ayuda.

La niña se asomó pese a todo y examinó la situación.

-Parece herido.

-Pues claro que lo está. Ha huído y le han pillado. De seguro los demás náufragos le han dado una paliza. Como ya dije. Se lo merece.

Akane señaló el punto más alto del barco, en donde estaba todavía Kimiko amarrando botes con sus propias manos.

-Mamá dijo que llegado el caso, le protegiéramos con nuestra vida.

Justo antes de que una enorme ola hiciera volcar los restos del crucero y se llevara la vida de los pocos náufragos que quedaban y la de Kimiko, esta última llegó a observar cómo sus hijas recogían a lo lejos al capitán Ibuki y le salvaban. Cuando por la mañana del día siguiente el Dios de la Muerte recogió por fin su cuerpo sin vida, se rascó su dura calva de calavera.

-Jamás en más de cinco milenios de trabajo he visto a un muerto tan sonriente como este. Son pocos los que se llenan de orgullo por las acciones de sus prójimos justo antes de morir. Menos aún los que lo hacen por sus hijos. ¡Increíble!


Aquella misma noche, el nombre de Kimiko Tendo apareció en todos los noticieros de Japón. "Heroína". "Estrella de la salvación". "Faro de los desprotegidos" y otros apelativos más supo ganarse con su sacrificio. Nada de esto, por supuesto, le importaba a la familia. El viudo que había llegado desde Tokio en tiempo record recorrió el puerto, casi sin reparar en el estado lastimoso de sus hijas, y se subió a un barco que alquiló para lanzarse a realizar su propia y solitaria búsqueda. Mientras tantos las dos más pequeñas cumplían su promesa. La una esperaba sin pronunciar palabra, sentada en el último tablón del puerto y balanceando los pies sobre el agua. Y la otra, con el estómago encogido hacía lo propio a su lado.

Kasumi las miraba sin animarse a intervenir. Hacía mucho tiempo ya que se había mentalizado por si llegaba el fatídico día de la orfandad materna. De sobra sabía que su madre era así: "estúpidamente altruista" en sus propias palabras. No llegaba a entenderlo pero se había esforzado en aceptarlo e incluso, aunque no lo reconocería jamás en voz alta, le admiraba. Para lo que de ninguna manera había hecho el duelo previo era para la reacción de sus hermanas. La una no hablaba. La otra no comía.

-Por favor, Nabiki, que me desesperas –le introdujo una cucharada de sopa a la fuerza hasta el fondo de la garganta unas horas después-. Bastante tengo con la muda de tu hermana. Que yo también he perdido a mamá. No me lo hagas más difícil que no tengo corazón para tanta tontería.

Por única respuesta, Kasumi recibió el contenido de la cuchara, escupida en la cara.

-No me gusta. Si no sabe a comida de mamá, puedes olvidarte de que lo pruebe.

-¿Y tú qué? –se dirigió a Akane mientras se limpiaba los restos de sopa de verduras del pelo-. ¿Te parece bien que tu hermana se muera de hambre por pura obstinación? ¿No piensas decirle nada?

-¡Ja! –la defendió Nabiki-. Ni lo intentes. Solo volverá a hablar cuando mamá le diga algo. Lo hemos prometido. Las dos.

Y aquello fue el límite. Si a Kasumi se le cruzaban los cables con asiduidad, fácil es de comprender que la actitud de Nabiki superaba el límite de su paciencia. Luego, sin cruzar más palabras, comenzó a golpearlas.

-Que mamá está muerta –le dio una patada a Akane- Aceptadlo –le propinó la siguiente a Nabiki-. No la esperéis que no volverá a hablarnos, cocinarnos, abrazarnos ni sermonearnos con sus tonterías de artista marcial sacrificada.

-Pues yo no volveré a comer. Con ella se ha muerto mi apetito y su voz –repuso Nabiki conteniendo malamanente las lágrimas. Akane ni eso llegó a exteriorizar. Le habían revoleado como a un saco de patatas. Sin embargo, su rostro inexpresivo seguía anclado en las nubes y el horizonte, fijo en el punto exacto por donde quizá imaginaba que volvería el fantasma materno. Peor aún, ni lloraba ni parecía estar haciendo esfuerzo alguno para contener las lágrimas. Vacíada por la tragedia de alma, corazón y personalidad.

-Reacciona –le abofeteó Kasumi con todas sus fuerzas.

Nada. La iracunda jovencita volvió a levantar el brazo. Esta vez, sin embargo, fue detenida por alguien fuerte y gentil. Kasumi pestañeó, sorprendida. Nunca antes nadie le había logrado detener cuando el temperamento le perdía. Y encima, esa calidez en la forma de sujetarle. Esa galantería. ¿Cómo podía existir alguien tan fuerte y bueno a la vez?

-Esto es grave –dijo el desconocido sin dejar de cogerle la mano e inclinándose para examinar el rostro inerte de la niña-. Está vacía. Da igual lo que hagas. Aquí dentro no hay nada. Ni una chispa de vida. Jamás había visto algo así.

Kasumi poseída por la bronca descomunal que le provocaba aquel diagnóstico, se zafó y le propinó una buena patada en el cuello. El hombre acusó el impacto con serenidad y balanceó la cabeza de un lado a otro hasta que la columna hizo un ruido seco, señal de que los huesos se habían reacomodado.

-N-no lo entiendo. Tendría que haberte dañado con ese último golpe. ¿Eres brujo? ¿O qué?

-Algo parecido –se recolocó también el brazo luxado en su sitio-. Soy médico. No puedo evitar tus golpes pero sí curarme a mi mismo los daños. Si tienes que desahogarte –abrió los brazos-. Siéntete libre de hacerlo conmigo. Puedo aguantarlo todo. Tus hermanas no.

Kasumi sintió que le hervía la sangre. ¿Quién se creía que era ese cretino pero hablarle con aquel tonito condescendiente? Por supuesto que le haría papilla si lo deseaba. Por muy guapo que fuera, y por muy versado que estuviera en el arte de la medicina, bastaban tres o cuatro manotazos bien dado para que implorara clemencia de rodillas en el suelo.

Un aura negra cubrió el cuerpo de Kasumi y se elevó hasta tres metros por encima de su cabeza.

-Será mejor que no me hayas mentido. No pienso contenerme.

Diez minutos después Kasumi cayó exhausta sobre el cuerpo de su rival. La mayoría de los golpes no habían llegado a destino y los que sí, tan solo habían causado daños menores.

-¿Tu nombre? –le dio un último golpecito en el pecho, más cercano a una caricia que a un verdadero intento de asesinato-. No soy una amazona. No intentaré casarme contigo. Pero tengo que saber el nombre del hombre que me venció.

-Doctor Tofu, para servirte.

Luego se desmayó.

-¡Pobrecitas! –le cogió en brazos el buen doctor-. Lo que habréis debido de pasar.


Unas horas después Kasumi se despertó en un improvisado campamento que Tofu había fabricado con permiso de todos los marineros del puerto. Había una tienda con camillas, frazadas y todo lo necesario para sobrevivir por una temporada.

-¿Qué es esto?

-Tus hermanas se niegan a moverse hasta que vuelva tu madre. Si los pacientes no van a la consulta, la consulta va a los pacientes.

-Mi madre no volverá. Está muerta.

-Lo sé –le acarició el cabello- y lo siento. Aún así, será mejor tratar el daño psicológico en el lugar que han elegido ellas.

Y-yo…esto es demasiado…por unos desconocidos.

-No somos desconocidos. Soy el hombre que te ha vencido, ¿no? Y tú –agregó en silencio- la que ha vencido a mi corazón solitario con su belleza.

Desde entonces, Kasumi y Tofu resolvieron ocuparse del mal de las pequeñas juntos. Cada noche se turnaban para velar por el sueño de las niñas. Cada tarde, porfiaba uno con Nabiki por introducirle alimentos en la dieta mientras el otro, se aseguraba que Akane tragara el contenido de su plato sin atragantarse. Y mientras tanto, el cada vez más melenudo de Soun se despedía para realizar la rutinaria búsqueda en barco. Probablemente era el padre quien más ayuda necesitaba para digerir lo indigerible. Probablemente, si Kasumi hubiese sabido que más que buscarle, se iba a alta mar para llorar durante todo el día en soledad, se hubiese ocupado también de él. Pero sabiendo lo que sabía, tan solo se sentía huérfana de ambos padres. Y Tofu, por supuesto, era el único en el que podía confiar. Un hombre gentil y fuerte que sin pedir nada a cambio se había convertido casi en parte de la familia. Más aún, en el pilar de esta. El único elemento cuerdo, que impedía que volviera a perder los nervios.

-Lo de Akane es sin duda gravísimo –le dijo al segundo día-. Pero lo importante ahora es resolver lo urgente: Nabiki. Si se pasa una semana más comiendo solo de la mermelada artesanal que dejó preparada tu madre antes del crucero, podría sufrir daños irreversibles.

-No sé qué más pudiéramos hacer.

Tofu le sonrió con aquella boca que ya empezaba a ablandarle el corazón y licuar sus furias internas.

-Darse por vencido. Hay veces en que hay que rendirse a la evidencia de que el paciente tiene la razón. ¿No tendría tu madre un libro de cocina?

-S-sí…amo a Nabiki…haría cualquier cosa por ella…pero es mucho pedir. Bastante que me he rebajado a aprender lo básico para alimentarlas.

El doctor se quitó las gafas. Sus ojos serenos decían todo con la mirada.

-O sufres tú o sufre ella. Decidas lo que decidas, yo estaré a tu lado.

Kasumi se pasó las siguientes seis horas reflexionando. ¿Dejar de lado su propio yo para convertirse en otra por amor? ¿Ejercer las artes marciales sin ayudar a los seres queridos o ayudar a los seres queridos abandonando la práctica efectiva de sus katas? La segunda opción, por dura que pareciera, era la única que se amoldaba a la definición de su madre: proteger. Desde entonces y durante los siguientes tres días el Doctor Tofu, medicamentos digestivos y antídotos para los venenos más comunes en mano, accedió a hacer de conejillo de Indias de Kasumi, cocinera por amor. Las recetas no eran complicadas. Algunas incluso solo ponían: "huevo frito: calentar sobre aceite caliente por dos minutos". Eso sí, todas terminaban con la misma sentencia repetitiva: "servir con una sonrisa".

¿Cómo se supone que sonría yo? –se machacaba internamente mientras se paseaba por el muelle desierto-. Si estoy viviendo una tragedia horrible sola y sin más ayuda que la de un galante desconocido.

Sobre el final del tercero, cuando Kasumi sirvió un té y una porción de torta de chocolate, un poco de su valentía habitual se transfiguró en unas palabras osadas.

-¿Doctor Tofu, está usted casado?

-No.

-¿Tendrá novia al menos? Alguien que le escuche las penas…

-Bueno –se volvió a quitar las gafas, acción que le provocaba una ruborización inmediata-. De eso último sí que hay. Se llama Betty. Ya te la presentaré cuando logres cocinarme un okonomiyaki sin que se te queme.

Claro –se consoló a si misma en silencio-. ¡Por supuesto! –pateó tres barriles de cerveza que descansaban en las afueras del bar portuario-. ¡Claro que tiene novia! ¡Estúpida de mi! ¿Quién es tan tonto para enamorarse de una huérfana colérica?

Y aún así, por puro orgullo, despecho y tristeza, Kasumi se pasó toda la noche destrozando recetas hasta que por fin y por la mañana logró preparar un okonomiyaki más o menos decente. Se le había quemado solo un poco. Pero lo había resuelto desprendiendo la zona afectada con infinita paciencia. Y lo había probado. No sabía del todo mal. Al menos, no tanto como para rechazarlo si se tenía hambre.

-Jajajaja –sonrió Tofu al día siguiente y se puso a bailar con su esqueleto preferido, Betty, mientras aplaudía-. Es el mejor que he probado en mi vida. Fantástico. ¡Fantástico!


Esa misma tarde Kasumi se acomodó junto a Akane, aprovechando que Tofu lidiaba con Nabiki. Entre bostezos y bostezos, miraba el cielo despejado que hacía compañía a todas horas a su hermana.

-Es hermoso.

-…

-Hermana…

-…

-Perdona que te moleste. Es que ya no sé con quién hablarlo. Aún de estar viva, madre era una negada para estos temas. Yo misma lo soy –se cubrió la cabeza entre las rodillas-. Papá ni se acuerda de nosotras. Y Nabiki…no sé, pareciera que me echa la culpa de todo a mi.

-…

-En el fondo tiene razón. Yo la obligué a irse. Le salvé la vida. Aunque ella no lo vé así. No. Seguro que piensa que maté a mamá. Que era nuestro deber quedarnos. A veces yo también lo pienso. Igual no te preocupes. No me arrepiento. Mi prioridad siempre habéis sido vosotras dos…

-…

-¿Te acuerdas de Tofu? ¿El médico guapo? Dice que estás en estado vegetativo. Que no te enteras de nada. Supongo que la ciencia es terminante en estas cosas…yo no lo sé aún. Te conozco. Sé que te enteras de todo…sé que algún día volverás…

-…

-¿Te acuerdas, verdad? De Tofu. Estaba tan varonil y guapo cuando se inmiscuyó en nuestras vidas. Tan seguro de si mismo y arrogante. Y míralo ahora. Tartamudea, confunde recetas, personas y lugares. Tira todo al suelo con movimientos torpes. Nabiki dice que solo pasa cuando aparezco yo…

-…

-No soy tonta. Está claro que le gusto. Y la verdad…es que me gusta también. Yo…-le tembló la voz-, yo…soy tan egoísta…con papá, Nabiki y tú así. Con mamá muerta…¿tengo derecho a ser tan feliz? ¿A sentir que se me acelera el corazón con cada una de sus torpezas? ¿A contar cuántos frascos tira hoy para deducir si me quieres más o menos que ayer? Yo…me siento una basura…una…

El cuerpo todavía inerte e inexpresivo de Akane se giró hacia su hermana. Seguía vacío. Reseco de tanto llorar por dentro. No pestañeaba. De hecho no se notaba ni que respirara de tan suave y bajito que lo hacía. Aún así, aquella muerta en vida se aproximó hasta la frente de su hermana y le dio un beso. Misma acción rutinaria que realizaba su madre con ellas cuando estaban confundidas. Luego, volvió a su sitio. La mirada perdida otra vez en el infinito y el alma desecha en miles de despojos de dolor.

-Gracias, hermana. Tu bendición significa mucho para mí.

-…


Aquella misma tarde Kasumi corrió a casa como alma que lleva el diablo y cocinó por fin con una sonrisa tatuada en la cara. Confiaba en Akane. Sabía que se desataba una lentísima batalla interna de la que tarde o temprano saldría victoriosa. Solo faltaba una cosa para poder dar vuelta a la página más negra de su vida. Conseguir que Nabiki reaccionara. Y si lo que hacía falta era aprender a cocinar con alegría. Pues lo haría.

Por el camino tropezó con el fantasma de Soun. Lo único que le diferenciaba de Akane es que esta última se limitaba a reposar en silencio mientras que él vagaba por los amplios mares sin descanso. Ninguno había aceptado su muerte. Ninguna hablaba o mostraba algo más de humanidad que pausados pestañeos cada tres o cuatro minutos.

A Kasumi le dio igual. Desde luego sentía piedad por su padre pero iba último en el orden de importancia. Primero Nabiki. Luego Akane y por último...Soun. Mejor dicho, en tercer lugar su padre y finalmente, cuando todos estuvieran bien, ella misma, que también cargaba con lo suyo.

Pasadas las tres de la tarde del noveno día después del accidente, Nabiki probó un plato cocinado por la suave, dulce y sonriente de Kasumi. La viva imagen de su madre.

-¿Qué has hecho, Kasumi? –preguntó sorprendida Nabiki mientras devoraba su ración cocinada con amor.

-Aprender a cocinar como mamá…por ti…aunque duela.

-No es lo mismo –engulló el último bocado-. Nunca lo será. Pero me vale.

Desde entonces, el velo de la tristeza se fue diluyendo poco a poco del alma de Nabiki hasta que unos o dos meses después, advirtió que ya estaba en condiciones de ayudar en lugar de ser ayudada. El panorama era levemente mejor. Ya había hecho el duelo y Kasumi parecía ser otra, más madura y serena gracias a Tofu. Pero todavía quedaban dos huesos duros de roer. Akane realizaba todas sus actividades corporales correspondientes sin mayores complicaciones: comer, dormir, evacuar fluidos, etc. Y solo eso la diferenciaba de una planta. Parecía por momentos que el huracán había impulsado con su fenomenal cólera una semilla de Akane que había caído en el puerto y echado raices. Si en algún momento se terminaría por marchitar o daría como fruto una mujer nueva, era algo que solo el destino podía dilucidar. Nabiki, la generosa y observadora de Nabiki, advertía un hecho evidente. Que el doctor, la máxima autoridad en el tema, era partidario de la primera opción y que si mantenía tantos meses después el campamento en el puerto era por Kasumi y de ninguna manera por albergar esperanza alguna en la recuperación de su hermanita pequeña.

Sobre el tercer mes de estadia portuaria, Nabiki se había devanado los sesos en vano, intentando hacer reaccionar a Akane. Era su deber. Así como Nabiki había obrado el milagro con ella, el siguiente eslabón de la cadena Tendo debía ser reanimado por la del medio, ella misma. Lo que de ninguna manera se esperaba y le tomó totalmente por sorpresa, dada su alma generosa y sencilla, era lo que estaba por ocurrir, es decir, que fuera Kasumi la hermana en apuros a la que tuviera que retribuir el favor.

-¿Solo arroz, hoy? –le preguntó ese día, un tanto incrédula. La costumbre, desde su milagrosa recuperación era que los platos ganaran día a día en sofisticación y sabor.

-Lo siento –le contestó Kasumi secamente-. No hay dinero.

Nabiki elevó la vista para encontrarse con un panorama descorazonador. La hermana que sostenía el plato frente a ella, se parecía nuevamente a la del pasado. El gesto amargado. La pose, incómoda. Y un no saber estar que delataba un problema gordo.

-¿Es por papá, verdad? Lleva tres meses sin trabajar.

-Es por los cretinos de Abogados Ibuki S. A. Nos han demandado por escasez de actividad. Al parecer si nadie trabaja en el Dojo, pueden declararlo negocio disuelto y asignar la explotación a otra familia. Ya sabes, en el fondo el terreno y las instalaciones no son nuestras. Y la baja por luto solo dura tres meses…

-¿O sea que esos cretinos de Abogados Ibuki S. A. quieren expropiarnos?

-No. Ellos son NUESTROS abogados. Cuando me lo explicaron, estallé…no pude evitarlo…he hecho un par de destrozos…me pareció que estaban confabulados con la familia Ibuki de artistas marciales que pretenden ocupar nuestro lugar. Más que nada por la coincidencia en el apellido. Al final me equivocaba y no pude librarme de pagar la factura por los muebles rotos. ¡Más de siete mil yens!

-Tranquila, hermana. Iré a hablar con ellos. Seguro que encontramos una solución que satisfaga a todos. ¿Cuán malo puede ser un abogado?

Kasumi ya no tenía fuerzas de sonreir. Mucho menos de alegrarse de que su hermanita fuera todavía y a pesar de la tragedia tan inocente.

-Has lo que quieras…tarde o temprano tendrás que madurar de todos modos.

Por la izquierda de Akane, momificada sobre sí misma, pasó Nabiki, la inocente, a las dos y media exactas de la tarde. A las cuatro de ese mismo día pasó, de regreso y por la derecha, la Nabiki que todos conocemos con un fajo de billetes bajo un brazo y un contrato de explotación del Dojo de por vida bajo el otro.

-Aquí hay más dinero del que había pagado…¿qué…qué has hecho?

-Proteger a mi hermana…a ti…aunque duela.


Desde entonces Nabiki se tomó como algo personal manipular la ingenuidad de Akane para traerla de regreso. Primero probó imitando la voz de Kimiko; luego incluso, se disfrazó de ella. Daba igual si personificar a su madre le cargaba de un innecesario dolor extra. Más le angustiaba ver a la más pequeña de la casa muerta en vida, esperando a la nada. A un fantasma que jamás iba a volver.

Sobre el décimo mes del trauma, Nabiki como todas las tardes se topó con su padre y le robó una moneda del bolsillo. Esta vez Soun regresaba a casa más relajado que de costumbre. El exquisito paisaje marítimo y el observar el hundimiento ficticio del sol bajo las aguas, había apaciguado por fin un poco de su revolución interna. Fue entonces que notó por primera vez que a sus hijas les pasaba algo raro. La colérica cocinaba, la ingenua manipulaba a los vecinos por unas monedas y la pequeña no estaba.

-¿Y Akane?

La respuesta amarga de Kasumi: "está donde la dejaste hace diez meses" le dejó tan descolocado y culpable que pronto cayó rendido en una silla.

-Y-yo…no sé que decir…no…¿cuánto tiempo dices que pasó?

-Diez meses.

-Ay-yer. Yo me enteré ayer…de lo…de Kimiko…tu madre. Fue ayer…

Kasumi le abrazó.

-Tranquilo, papá. Ha pasado más tiempo pero te creo. Para ti ha sido solo un día.

-No, no, no. Soy un pésimo padre –se tapó la cara con las manos-. No volveré a poner un pie fuera del Dojo. A partir de ahora me toca compensaros.

Kasumi volvió a abrazarle.

-Es bueno tenerte de regreso pero antes tienes que hablar con ella…en el puerto. Inténtalo al menos. Sois tal para cual.

Cuando por fin el padre vio cinco o seis sacos de patatas desparramados entre los tablones del muelle y descubrió que el cuarto, era su hija, comprendió que akane sufría de su mismo mal. Ensoñaba los días como si fueran minutos y los minutos como si fueran segundos. El último hurto de Nabiki le había hecho reaccionar a él. ¿Y a ella? ¿Qué tenía que ocurrirle a ella, para que el reloj de su alma volviera a ponerse en movimiento?

-Akane.

-…

-Se ha ido. ¿Lo sabes?

-…

-Sí, yo tampoco me lo creo todavía…era perfecta…¿qué digo perfecta? Excedía la perfección por tanto, que a su lado, todo parecía imperfecto.

-…

-La vida no es justa…y me parte el corazón. Pero ya no te dejaré sola. Mañana por las buenas o por las malas, vendrás conmigo a tu hogar. El verdadero. Despídete de las gaviotas.

-…

-Pareces una mariposa a punto de salir de su capullo…

-…

-A propósito, buscando a tu madre, encontré esto ayer flotando al sol. Es un patito con tu nombre. ¿Curioso, no? Por un momento sentí que me lo mandaba ella especialmente para que te lo diera.

Soun se lo depositó en la mano y le movió los dedos hasta sentir que Akane lo apretaba con fuerza.

-Ahora, voy a hablar con Nabiki. Mañana vendré a por ti.


Esa misma noche, Kasumi y Soun tuvieron una disputa verbal descomunal. La hija mayor ya no daba golpes ni patadas pero tampoco le parecía bien que luego de tanto abandono, Soun tomara decisiones contrarias a los consejos de Tofu.

-Akane ya no es tuya. Es mía. Nuestra. De Nabiki y mía. Las que la cuidamos todo este tiempo.

-No ha pasado ni un solo momento, aunque no fuera capaz de ver lo que ocurría, que haya dejado de pensar en vosotras –se defendió Soun.

-Es igual –se encogió de hombros Kasumi-. No digo que no nos quieras. Digo que has perdido el derecho a tomar decisiones.

La disputa sobre el futuro de Akane se vio interrumpida por un portazo. Nabiki, Soun y Kasumi giraron sus respectivos pescuezos envueltos en un mar de dudas. ¿Sería posible? ¿Realmente estaba ocurriendo? ¿Y que otra opción tenían que creerle a la engañosa vista, por más que se tratara de un imposible espejismo? Efectivamente, Patito en mano, Akane avanzaba en silencio hasta reunirse con su familia.

-Por favor -dijo-, dejad de pelear. Si mamá me ha mandado esto, es para que volvamos a ser una familia.

-E-es un…milagro…-alcanzó a articular Kasumi mientras le abrazaba, emocionada.

Nabiki se llevó una mano a la frente y también le abrazó. ¡El patito! –pensó- ¿Cómo no se me ocurrió antes? Solo existe alguien que manipula las almas mejor que yo…el destino.

Soun se arrastró lentamente hasta el círculo de Tendos reunidas sin saber si le permitirían participar en él. Poco a poco los brazos de sus pequeñas se entrelazaron con los suyos y le llenaron del calor que tanto necesitaba.

-¿Quieres comer, hermana? Todavía queda algo en el horno.

-Ahora no. Primero tengo que ir al gimnasio…a entrenar…aunque duela.


Cuando la joven prometida terminó su relató, sintió como si se hubiera quitado una piedra muy grande de sus espaldas. No era un secreto pero sí una parte importantísima de su pasado que le había ocultado a la persona más importante de su nueva vida. No se podía catalogar aquello como una mentira ya que la causa de tanto silencio radicaba en el simple y llano dolor, pero tampoco era lo correcto. Ranma tenía derecho a saber, al menos, que en algún momento ella fue una debilucha y en otro, una zombie destrozada por la ausencia maternal.

-Mira, allá lo veo –exlamó de pronto su novio-. Está flotando cerca del horizonte.

-¿Tan lejos? –protestó Akane-. ¿Cómo logras verlo?

-No lo hago. Pero es evidente. Ese punto en el que el sol rebota constantemente. Eso tiene que ser un objeto sólido flotando. Ya vuelvo…

-…No vayas –le interrumpió-. Tengo un mal presentimiento. Además…ya no lo necesito. Tú eres más importante que un recuerdo.

-Y tú que unos tontos presentimientos. Si no soy capaz de recuperarlo, ¿cómo podré volverte a ver a los ojos? Y yo necesito mirarlos; son demasiado bonitos para renunciar a ellos.

Fue un estúpido momento de debilidad. Aquella frase la había literalmente desarmado. Se sintió desnuda como nunca antes lo había estado. Un piropo directo y sin pausas. Demasiado para asimilar en un segundo. Instante de vacilación que aprovechó Ranma para darle un beso en la mejilla y huir.

-De verdad, ya vuelvo.

Akane no llegó a sentir el famoso nudo en la garganta que ataca a toda mujer enamorada cuando presiente que su amor está en peligro. Antes que eso, sufrió el efecto exactamente contrario. No solo no se ahogaba sino que además respiraba muy rápido. Casi, jadeante. Como si habitara en su pecho un fuelle que inhalaba aire en lugar de los pulmones y solamente fuese capaz de exhalar hipos nerviosos. De hecho, hiperventilaba. Peor aún, el oxígeno se negaba a permanecer en su cuerpo más allá de unos meros instantes y por mucho que intentara presionar con la garganta o incluso tapar la boca con las manos, al final se colaba todo al exterior. Simplemente no podía contenerlo. Así de frenética era su respiración. Así de frenéticos también eran sus pensamientos. Pronto reconoció aquel estado que había olvidado y se asustó. Se trataba de una experiencia que ya había vivido. Los mismos síntomas que presagiaron una vez la feroz batalla con Saffron, presagiaban ahora un enfrentamiento contra el clima que claramente no podrían ganar.

¿Por qué? –se preguntó Akane, angustiada- ¿Por qué ahora que soy fuerte y puedo proteger a los que quiero, se interpone un mar entre mi ser querido y yo? ¿De qué sirvió entrenar tanto para que no se repitiera lo de mamá? ¿Por qué el destino es tan cruel? Antes nada podía hacer y ahora que soy capaz de casi todo, ¿la prueba consiste en nadar…?

Pronto se sorprendió llorando y corriendo a por Kasumi como cuando pequeña. Solo en su hermana mayor podía confiar.

¡Qué patética que soy! –se dijo para sus adentros-. En seis años nada ha cambiado.

-¡KASUMI! ¡POR DIOS, KASUMI! ¡VEN PRONTO QUE ME PARTO DE DOLOR!

La antigua Kasumi, la colérica y fuerte Kasumi, la que todavía vivía dentro de la dulce y delicada del presente, oyó los detalles de la nueva situación asomada a la ventana de su habitación. Akane parecía tan pequeña desde esa altura. Tan indefensa como entonces. Lo justo y heroico, lo que se había prometido desde que dio su primera patada de entrenamiento, era recuperar instantáneamente la fortaleza muscular y espiritual del pasado. Por muy cruel que fuera el destino, ¿no era acaso ese tipo de milagros los que esperan todos los hermanos menores de sus mayores? ¿No era ese su deber? ¿Reconventirse en la Akane que supo ser? ¿Una que a diferencia de su hermanita, sí sabía nadar?

-Y-yo…lo siento…ya no soy así…si entro al mar…no llegaré tan lejos…tendrás que salvar a dos en lugar de a uno…Deberás confiar en él.

Akane se volteó sin llegar a advertir el desgarrador sentimiento de culpa que atenazaba el corazón de Kasumi y que le provocaba temblores en las rodillas.

-¡NABIKI! ¡NABIKI! ¡MANIPÚLALE! ¡TÚ SÍ QUE ERES ASÍ! –gritó tirándose de los pelos y pateando a las pobres e insensibles piedras que poco podían hacer por ella salvo compartir mudamente su pena-. ¡YO SÉ QUE PUEDES CONVENCERLE DE VOLVER!

Nabiki, que ya se había asomado al balcón y repasaba el horizonte junto a Kasumi, sacó una calculadora de su bolsillo y con rápidos movimientos de dedos completo cinco o seis ecuaciones con los datos que la situación le proporcionaba.

-Imposible, hermanita. Mi voz no es tan fuerte. Solo tú tienes la energía.

El rostro de Akane se vació de color a velocidad de vértigo. Palidez de alma a tono con el blanco mental que le aquejaba. Intentaba pensar con palabras pero solo conseguía centrarse en imágenes inconexas. Su madre sonriendo. La sonrisa socarrona del capitán Ibuki. El patito. Los miles de entrenamientos. Las nubes que contempló en silencio durante casi un año. A Ranma en el día en que por fin habló con el corazón y no con el cerebro. Y finalmente cuando le pareció que aquella imagen se difuminaba en el olvido, oyó algo, la voz de su madre repitiendo aquellas palabras dulces y verdaderas: "entrenas para proteger, nunca para hacerte más fuerte". Quizás seguía siendo igual de débil que seis años atrás, dado el tipo de obstáculo al que se enfrentaba. Y sin embargo, seguía conservando ese mismo poder que solo su madre podía ver: un corazón de oro.

Así, pues, Akane nadó y nadó. Lógicamente no lo hizo bien. Esas cosas solo ocurren en los cuentos de hadas. Pero no se rindió. Daba igual si se hundía o si las olas le empujaban al principio, el lecho marino no estaba muy profundo y lo aprovechaba para impulsarse a la superficie. Le faltaba técnica pero le sobraba fuerza y amor.

-¡Ranma!

En cuanto el muchacho se dio cuenta de que le seguían lo vio todo negro. La piel que ya tenía de gallina por el frio del mar se le puso aún más rispida y la respiración que poco a poco empezaba a fallarle por el esfuerzo, se aceleró un poco más. Solo entonces, cuando intentó regresarse para salvar a Akane, notó que la corriente le empujaba violentamente hacia el fondo del mar. Instintivamente supo que si hasta el momento había estado bien solo se debía a que nadaba en la misma dirección en que la marea empujaba. Levantó la cabeza al cielo y entonces las vio. Nubes negras y amenazantes que se habían transportando como por arte de magia desde el lejano horizonte hasta su posición. Llovía. Y mucho. Difícil de darse cuenta si estaba ya rodeado de agua, pero detalle vital que valía la pena tener en cuenta precisamente porque estaba rodeado de agua.

-¡Akane!

-¡Ranma!

Ambos muchachos nadaron con furia en la dirección en la que se encontraba el otro. El joven de la coleta apenas si lograba recuperar meros centímetros por cada dos metros que perdía en su lucha particular con los vientos y los mares. Y la jovencita terca más avanzaba por acción de la fenomenal fuerza marítima que por sus propios medios.

¡Qué importa que la naturaleza sea más fuerte que yo! –pensaba Ranma-. ¡Si Akane puede nadar, yo puedo superar esto!

-¡Ranma!

-¡Akane!

Entonces, se acordó de que el agua estaba fría y que se había transformado en chica. ¡Por eso le costaba tanto avanzar! Una idea fría y horrible atravezó la cabeza del joven artista marcial de Nerima a continuación. Que si Akane llegaba hasta donde no hacía pie antes de que él regresara hasta ella, ya no tendría suficientes fuerzas para volver con ella a cuestas. Luego, desesperado y fatigado, nadó con todas sus fuerzas. Daba igual si el mar poco a poco le iba desgarrando los músculos -igual que solía hacerlo con las piedras- o que su destino fuera terminar convertido en arena de Ranma, lo único que importaba entonces era superar la línea roja que había cruzado con tanta imprudencia antes que la belleza en estado puro hiciera lo propio. Y si no lo conseguía –también pensó-, más le valía dejarse llevar por la marea antes que seguir atrayéndola a un final trágico.

-¡Ranma!

-¡AKANE!

-¡Ranma!

-¡AKANEEEE!

-¡RANMA!

-AKAGLUBBBBB.


Fin de la segunda parte.

Valeeee, no es romántico. Más bien entre paródico y trágico. He perdido la apuesta con Minefine7. Y por eso mismo he recuperado a Ibuki. Para poder echarle la culpa a ella. Mucho me temo que tendré que dejar lo del romanticismo extremo para el especial 90. ¿Alguna idea?


Historia bonus

El mundo silencioso

Minefine7 y yo nos miramos instantáneamente temiendo lo peor. Se trataba de ese tipo de comunicación gestual que solo se podía gestar luego de años de complicidad y convivencia. No hacía falta organizarse ni dar órdenes o recomendaciones. Cada uno sabía perfectamente lo que le tocaba hacer. A continuación posé la mano sobre la frente de Gohan mientras la silueta de Minefine7 se perdía más allá del pasillo: iba a chequear el botiquín.

Extraño –pensé-. No parece tener fiebre.

Le revisé luego los dientes –es propenso a tener caries y eso que es tan cuadrado que se lava los dientes siete veces al día porque el dentista le dijo que cuantas más veces mejor-. Nada. El fin de la inspección ocular reveló algún que otro chichón sin mayor importancia.

-Jolin, papá. Que solo he dicho que me apetecía leer un libro.

-Ya, ya…¿Qué tal estás del estómago?

-¡QUE ESTOY BIEN!

-Perdón –me disculpé avergonzado-. ¿Qué pasó con el Gohan que aseguraba que leer es una pérdida de tiempo?

Bajó la cabeza y se puso colorado como Ranma ante sonrisa de Akane. La punta del pie haciendo círculos sobre el suelo y los brazos cruzados por la espalda.

-Es que…hoy he leído en clase…y no sé…me leí toda una hoja en un santiamén. Como si de pronto no me costara nada…quería probar si había sido casualidad…

Obviamente le abracé y le hice upa.

-Entiendo, Gohan. Esto es como aprender a nadar o andar en bicicleta. Llega un momento en que acumulas tanta experiencia que sientes como si algo en tu cabeza hiciera "click" y ya nada vuelve a ser igual. Todo se reacomoda en su posición exacta y ya eres capaz de realizar la actividad complicada sin problemas.

-¿Podemos ir a leer al parque? Aquí Bulmita me molesta con la tele aunque me vaya a otra habitación. Y ya sabes lo que pasa si la mandamos apagar o bajar el volumen.

-Cierto –le repuse-. Normalmente sería la mejor opción marcharse pero…hoy es la carrera de Motogp de Motorland. Desde hace diez horas no paran de pasar motos por la carretera. Habrá mucho ruido sin importar el sitio del pueblo que elijamos.

Dos minutos después, cuando Bulmita se vio en la obligación de demostrar que sus gritos eran más ruidosos que el motor de veinte motos acelerando, partimos hacia el parque, libro de cuentos de la biblioteca en mano.

Nos acomodamos sobre un amplio banco de madera. En rigor Gohan no necesitaba de mi presencia. Ya sabía leer; lento, pero bien. Yo iba en calidad de colega lector con el que podía compartir sus impresiones sobre la lectura. No hacía frio pero sí que soplaba un viento fuerte que nos traía el constante piar de los pajaritos, los "cri-cri" de los grillos y las pisadas de los transeúntes. No fue hasta que Gohan abrió el libro y leyó la primera línea, que la brisa nos trajo también la inconfundible onomatopeya de una moto acelerando: "Brummmmm".

Cinco o seis intentos después, exclamé:

-¡Te lo dije, Gohan! Parecemos la Pantera Rosa. En el momento en que cierras el libro hay silencio y cuando lo abres, pasa una moto.

Gohan que, desde luego algún tipo de malestar tenía, se recostó sobre el asiento y miró el cielo.

-Sería genial que me salieran alas y pudiera irme a leer sobre esas nubes, ¿no papá?

-¿Qué te salgan alas? Dirás que aprendas a moldear tu ki lo suficiente para volar como Goku.

-No sé…-se quedó observando las nubes con la vista perdida en vaya uno a saber qué grumo que le parecía hermoso-. Lo de volar con alas me parece más bonito. ¿Se puede respirar encima de las nubes?

-Sí, claro. Mientras no subas tanto que salgas al espacio o te acerques tanto al sol que se te derrita la cera de las alas como a Ícaro…estarás bien.

A continuación me vi obligado a relatar la historia clásica con lujo de detalles, omitiendo detalles que le parecían feos como el final espantoso e inventándome otros para rellenar los espacios (igual que en la historia kafkeana de Maxhika). Al final Gohan cogió otra vez el libro y se lo leyó entero durante media hora. Al finalizar, me dijo:

-¡Hostia, papá! ¡Qué suerte! Han dejado de pasar las motos.

-No, Gohan. Han pasado muchísimas durante estos treinta minutos. Solo que tú no las escuchabas porque te has ido aún más lejos que sobre esas nubes. Ese sitio es el que te quería mostrar desde que naciste. Solo llegas cuando una historia te atrapa tanto que el resto del mundo desaparece. Solo estás tú, los personajes y los escenarios que has recreado en tu imaginación. En ese momento la fantasía es más real que la realidad.

-¡Bien! –se llevó el dedo índice y mayor a la frente-. Me teletransporté como Goku. ¡Ya soy un Super Saiyan!

Sonreí aliviado. Gohan, por fin, ya se sentía mejor. Probablemente fuera por tomar un poco de aire fresco. Pero ¿quién me quita de la cabeza a mí que fue por viajar por vez primera al mundo maravilloso de la literatura? Nadie.

Fin de la historia bonus


Ps: Esto ocurrió el domingo. Fue redactado el lunes y hoy miércoles, Gohan ha amanecido con problemas estomacales. ¿Quién me quita la idea de la cabeza? El doctor.


Comentarios

Estimada sofiaflores1. Sí, comí mucho pastel. Era de chocolate. Preparado por Bulmita y Minefine7. Puedes ver una foto en el club de fans que administra Ai.

Gran historia. Todo el mundo debería comprometerse así.

No sé si Ibuki sepa algo de Los que Saben. Pero seguro que piensa que sabe más que ellos. Ya sabes lo creída que es.

Estimado LuyyiAVG. Yo tampoco soy muy experto en el Agente 86…pero hay que hacerlo. Son cosas ineludibles. Igual no pensaba que te acordaras de un detalle insignifcante y menor como que mi censora probablemente odie esa idea.

Cambiando de tema (como sabiamente me has enseñado) el nombre de la madre de Akane no se sabe. Nunca lo dijo Rumiko. Es tradición en el fandom, sin embargo, llamarla Kimiko. No es invento mío.

Estimado LuyyiAVG (comentario de Ibuki). Muy bien, felicita por el cumpleaños al negrero de mi jefe. Espero que me saludes por mi cumple a mi también cuando toque...estem…yo nací…estem…en el capítulo 29. ¡Eso! En el 29. Desprometidos. Segunda parte….estem… ¿Alguien se acuerda cuándo fue eso? Premio para el que me diga la fecha exacta de mi cumple.

Estimada Majomich. Sí, lo pasé muy bien. Aunque al final hubo tarta de chocolate y no lemon pie. Cosas de Bulmita que es la que manda.

Ups, pues un poco triste sí que me salió esta segunda parte. No te preocupes: en el próximo ya no hay tragedia. Solo se muere Ranma…es broma.

Algo leí sobre los huracanes. Siempre hay inclemencias del tiempo fuertes por estas fechas. Me acuerdo que el huracán Katrina fue justo para el cumple de Bulmita.

¿Si pensamos en tener más hijos? Algo. Básicamente por verle la cara de circunstancias a Bulmita cuando se enterara de que ya no era la menor. Pero no. La naturaleza nos da dos manos. Tener más de dos hijos es científicamente estresante. A lo mejor dentro de unos cuantos años, cambiamos de idea.

Estimada Daia (cap. 82). Enhorabuena, has llegado hasta la cresta de la ola. Ahora te toca esperar pacientemente nuevos capítulos.

Estimada Daia (cap. 60). Suele pasar. Aunque lo lindo es estudiar poco a poco. Lo de dejarlo para el final sirve, porque se activa la memoria a corto plazo, peeero…es poco fiable.

Estimada Akyfin02. No hice trampa. Internet es así, chismoso. Yo no le pedí que me dijera la respuesta. Fue él quien me hipnotizó con sus encantos y me obligó a googlear ciertas preguntas. Lo siento, no he superado la prueba. Al final me pudo la vena dramática. Aunque tampoco…en fin, ha sido un capítulo raro.

Sobre la crisis. Obviamente, Argentina cuando no está en crisis está peor que España en crisis. Y en México no será tan así porque es mucho más fuerte económicamente que Argentina pero la sensación debe de ser similar.

Estimada Ai. No me parece tan misógino el chico que cuentas en tu historia bonus. Si te da el triple de trabajo es porque intuye que vales el triple que él…y si no te escucha es por vergüenza. Y…vale hasta aquí llega la empatía masculina. Si será hijo de su madre. Cuando veo que pasa algo así en clase, desarmo los equipos y junto a los alumnos trabajadores con los trabajadores. Y si por un casual el nuevo equipo trabajador rinde mcuho mejor que el nuevo equipo de vagos, les quito la buena nota anterior a estos últimos.

Estimada Ai (comentario de Ibuki). ¿Qué el sensei y yo hacemos el mejor qué…? –patea cinco paredes y destroza una vajilla de porcelana que casualmente se encuentra por el camino-…yo…no puedo enojarme contigo…pero que sea la última vez que insinúas algo así…sobre la historia te contestaría a tus preguntas pero creo que mi espléndida doble actuación de hoy ya ha hablando bastante por mi.

Estimada Daia (cap. 65). Mensaje leído por Gohan. Te lo agradece y promete volver a publicar pronto…esta vez sobre Ranma ½.

Estimada Daia (cap. 66). Casi me dejaste con la intriga. Ya me contarás la historia.

Estimada Daia (cap. 68). Sí, la historia de la abuela y los chicos fingiendo la tengo pendiente. Es que se me ocurrió en un día con pocas ganas de escribir. Podríamos decir que esa la censuré yo para más adelante.

Estimada Daia (cap. 69). O sea que si escribo el "Capítulo 96, como no podía ser de otra manera, otro lemon"…¿tampoco caerás?

Estimada Daia (cap. 70). Minefine7 suele tener razón…salvo cuando su razón es diferente de la mía, en cuyo caso se equivoca.

Estimada Daia (cap. 70 bis). Me había dado cuenta. Gracias igual por aclarar.

Estimada minefine7. No, no llega todavía la super mega escena romántica. Ya estarás acostumbrada. Digo…eres fan…de Rumiko…

Estimada minefine7, alias yo (comentario de Ibuki). ¿Te la sudo yo, la buena de Ibuki? Pues, mucho tendrás que sudar para llegar a mi nivel artístico.

Estimada Daia (cap. 75). Y yo me morí de risa escribiéndolo.

Estimada Massy13. Soy perfectamente consciente de que hay lectores que hacen eso de prepararse mentalmente antes. Y sí. Lo de insertar escenas cómicas lo hago con toda la mala leche del mundo. Me enseñó Rumiko.

Estimada Massy13 (no comentario a Ibuki). Queridísima y estimadísima Massy13, tienes que revisar un poquito tus prioridades. ¿Qué es más importante? ¿Dejarme mi merecido review ibukesko? ¿O hacerle caso a tu hermana?

Estimada RosemaryAlejandra (cap. 75). ¡Qué alegría verte por aquí otra vez! Tranquila, ya te esperaré. Los estudios son lo primero.

Estimada Daia (cap. 80). Tengo un libro escrito pero no tiene nada que ver con esto que escribo ahora. Es más del estilo rimbombante con el que me describe Minefine7. Muchas gracias por el comentario. Me ha levantado el ánimo.

Estimada Daia (cap. 81). Puedes ir a ver la peli de Dragon Ball. Obviamente, como todas las pelis, tiene pocas escenas de pelea y estas no le llegan ni a los talones a lo que estamos acostumbrados (treinta capítulos seguidos luchando hasta que llegue Goku y otros treinta hasta que gana). La peli solo dura ochenta minutos. Pero ¡ojo! Puesto que eres fan de Ranma, te aclaro que el final es un tanto abierto. Como prometiendo una continuación que no se sabe si habrá.

Estimada desconocida (comentario de Ibuki). No te confundas. El sensei además de mi jefe es mi manager. Está obligado por contrato a conseguirme otros papeles. Me enojaría con él si me ofreciera para trabajos de poco nivel que no es el caso.

Otra cosa. Mi intuición femenina es mucho más aguda que la masculina del sensei. Así que…sé quien eres, Rumiko. Te ha delatado tu risa malvada.