Advertencia: en esta capítulo mueren tantas personas como goles ha metido la selección de México ayer.


Yo he matado a Ranma Saotome, Señor Juez.

Señor Juez, no pretendo aburrirle con detalles insignificantes de mi vida ni intentar ablandar su corazón con este llanto. Si le cuento lo que sigue es más por aclarar un poco la secuencia lógica de los hechos que por aspirar a una condena leve. Sobre todo, ha de entender que no falta noche en la que -cuando me siento sola y abandonada- no suela otorgarme el raro lujo de quitarme la careta de manipuladora, echar la vista al pasado y preguntarme, Ibuki, ¿cuándo te volviste tan malvada? Supongo que todo empezó la primera vez que mi padre mató a Ranma Saotome. Es decir, cuando yo tenía tan solo tres años. No lo recuerdo bien pero creo que la aventura entera se desenvolvió durante la noche o eso debía ocurrir pues le había pedido que me contara un cuento. No estoy del todo segura; más que nada porque también confieso que por aquella época, solía treparme sobre las piernas de mi progenitor a todas horas y exigirle que me narrara un cuento del gran héroe de Nerima. Mis preferidos eran "La coleta más heroica del mundo" y "Aplastado a mazazos por amor". Especialmente me agradaba este último porque le daba la oportunidad de caricaturizar durante el clímax -el momento de recibir los bastonazos akanescos- con infinitos golpes amistosos y paternales, casi cosquillas o caricias, sobre mi tripita, cabecita y brazos. Y sin embargo, un día, cuando todavía ni soñaba con cumplir cuatro años, volvió a casa tan abatido y derrotado, con tantos problemas de adultos, de esos que yo entendía perfectamente pero tenía prohibido preguntar, que no osé pedirle nada. Aún así, tuvo el detalle de venir a darme el beso de las buenas noches ya cuando llevaba más de media hora acostada con la luz apagada y simulando dormir…sobre todo, para que mi madre no se enterara de que por las noches yo también solía tener pensamientos maduros como el poco proporcionado aumento del precio del jabón en polvo o el mejor método para calcular las hectáreas cultivables en un campo abandonado.

-Papi –sonreí sin abrir los ojos-, buenas noches.

-Sí, ya…-repuso con voz cadavérica y un tono muy alejado a su galante amabilidad- a lo mejor me duermo…a lo mejor no.

Adornaban sus ojos cristalinos y suaves unas grandes ojeras. No se debía todavía a la privación del sueño. Tan solo se trataba de unos trozos de piel vencidos por el miedo. Apreté los párpados de mis ojitos, más que nada para no verle así, imaginando que pronto se daría por vencido y acudiría a quien realmente podía ayudarle, mamá. Pasados unos minutos, sin embargo, descubrí que todavía estaba allí. Ni hablaba…ni se movía. ¿Por qué? ¿Qué le pasaba? ¿Desde cuándo mamá incumplía su rol de paño limpia-corazones?

-Papi –me compadecí de él-, cuéntame un cuento –si no podía volver a su cama, si temía a los pensamientos que le atacarían por la noche, si mami no le servía de ayuda, yo le distraería. Era lo mínimo que podía hacer por quien en ese entonces era el 50% de todo para mi tierna cabecita infantil.

A partir de ese momento, mi padre divagó sobre la vida, el mundo y las consecuencias de nuestras acciones como siempre…solo que aquella vez lo coronó con un: "entonces Ranma, justo antes de morir, comprendió que había desperdiciado su vida sin hacer nada de provecho. Y esa es la moraleja de hoy: aprovechar el día.".

-Entonces –pregunté intrigada-, ¿volvió el oso violeta, se compadeció de él y le devolvió la pierna que le había medio masticado?

-No, no vino nadie. Simplemente se murió.

-Ya, ya, entiendo…recién después de que muriera volvió la bruja Cuchufleta que había atraído al oso violeta con un conjuro, se compadeció de él y le revivió…

-No, no, termina así. A veces las cosas simplemente salen mal. Sin remedios, magia, ni soluciones inverosímiles de última hora.

Demás está decir que me dormí hecha una furia. ¿Qué demonios le había pasado a ese hombre que se hacía llamar "papá" para matar al héroe de su hija en un cuento de antes de dormir? ¿Tan mezquino era él? ¿O tanto lo era yo que notaba su desgarrador dolor y no hacía nada para ponerle remedio aferrándome a la excusa de mi escasa edad?

Al día siguiente todo volvió a la normalidad. Mi madre, un adulto de verdad, había dado con la raíz del problema y lo había solucionado mientras, yo, pobre ingenua y conejillo de indias, había sufrido miles de pesadillas. Poco me importaron entonces mis bostezos y lo injusto de la situación. Fue verle sonreír al despertar, sentir sus cálidos labios sobre mi frente y perdonarle. Más cuando me dijo entre susurros: "de lo de anoche ni una palabra a tu madre. Será nuestro secreto. Ranma halló un piojo mágico en el Más Allá y este le ayudó a volver a la vida. Fin de la historia".

-¿Un piojo?

-Sí, un piojo. Los piojos también pueden ser románticos. En todo caso…ni una palabra a tu madre.

Final feliz. Me fui al cole pletórica de amor a la vida, a Ranma y a los cuentos de mi padre aunque fueran estrambóticos. El secreto de su paso en falso solo le hacía más heroico a él y a Ranma. Esa horrible posibilidad, la de la derrota y la muerte, le daba más valor a todas sus victorias. Y sin embargo, siempre hay un sin embargo horrible en la vida real, la escena entera volvió a ocurrir. Y en esta ocasión, la segunda vez que mi padre mató a Ranma Saotome, ya no hubo vuelta atrás. Aquello probablemente me convirtió en lo que soy ahora. Desenlace normal, teniendo en cuenta que mamá ya descansaba dos metros bajo tierra desde hacía unos años y me había dejado sola en este mundo sin contarme el gran secreto para hacer feliz a mi padre cuando le atrapaba la nube melancólica.

Fue un día triplemente triste, primero porque por fin ocurrió lo que hacía meses que era un secreto a voces: murió Hachiro. Luego por la conversación que sostuve con mi padre a continuación. Y por último, precisamente porque descubrí por fin lo que era la tristeza. Ya lo sabía en realidad. O más bien lo intuía desde la muerte de mi madre. Pero su ausencia casi me lo tomaba como un paréntesis temporal. Fue recién con el deceso de Hachiro, que las cosas me quedaron bien claras. Los fallecimientos eran inevitables y la muerte, eterna y definitiva. Tres palabras que a los cuatro años no dominaba bien en su amplitud semántica pero que a los siete comprendía sobradamente. Con la expiación del viejo artesano, mi amigo y compañero de cada tarde, tuve que despedirme también de mi madre, de mi querida y sacrificada madre y tuve que asumir también, que lo que me quedaba, mi padre, había involucionado a un ser frío y mecánico, capaz de hacer añicos de un puñetazo todas mis fantasías juveniles.

Todavía hoy me enfurezco cuando recuerdo aquella conversación que tuvimos al lado del cuerpo de Hachiro, el inerte cuerpecito chupado por la enfermedad que hallamos casi flotando sobre su cama. Parecía un ángel dispuesto a regresar al cielo y reencontrarse con todos sus seres queridos. Así, pese al patetismo de ver nuevamente un muerto, estaba yo dispuesta a recordarle. Pero no. Mi padre no me dejó. Por el contrario dijo las siguientes palabras como si se tratara de un veredicto inevitable. Como si la vida del artesano genial valiera tanto como los rastros de aserrín que descansaban entre motas de polvo sobre una mano descascarada por la humedad del último muñeco que estaba reparando.

-Es ley de vida –dijo-. Tenía 92 años.

Sí. Claro. Ya lo sabía. Si la Muerte podía llevarse a mamá, ¿por qué no iba a hacer lo mismo con un anciano? No llegué a decir lo que pienso ahora con mi mente de adulto; que la defunción de cualquier ser humano, sea bueno o malo, joven o viejo, deja infinitos cabos sueltos sin resolver en el mundo de los vivos y por tanto son tan trágicas, las unas como las otras. Tan solo señalé al Ranma F134, al que casualmente le faltaba la pierna que mi oso violeta le había arrancado en anteriores juegos e hice hincapié en lo evidente.

-Es el único que sabía arreglarlos.

-A veces las cosas simplemente se acaban.

-No lo entiendes, papá –insistí-. Me lo iba a enseñar. Iba a convertirme en su aprendiz. Nos lo había prometido. A Sayuri y a mí. Con él se ha muerto también el Ranma F134, la Akane IB24U34KI3 y casi me olvido, la Y36UK230 también.

Papá seguía negando la tragedia doble, la muerte del artesano y de sus muñecos, de la misma forma que lo había hecho durante años con mamá: "Ukyo ya no está" o "Ukyo se marchó" y demás frases vacías que salían tenuemente de sus labios y morían heladas a escasos centímetros sin llegar a abrigarse en su inseparable pañuelo aurinegro.

En la puerta me esperaba Sayuri, mi "hermana" en la adversidad y única clienta de Hachiro además de mi. Nos abrazamos en silencio. Con esa fuerza infantil que brota solo en las rencillas y los momentos de separación. No solo perdía a Hachiro y la posibilidad de arreglar los muñecos rotos. No solo tomaba consciencia por fin de que mamá nunca volvería, también me despedía de ella. Ya no teníamos excusa para vernos. Amigas que charlaban sobre las aventuras de Ranma y Akane en la sala de espera del taller como si de un hospital se tratara. Nuestra principal excusa para vernos seguido, acababa de fallecer.

-Toma –me dijo-. Es mi Ranma F134. Quédatelo tú. –intenté negarme pero su gesto serio se correspondía trágicamente con sus siguientes palabras. No había espacio para decir que no-. Fue lo último que me pidió Hachiro ayer. Que te prestara el mío hasta que arreglara el tuyo.

Desde luego el significado de las palabras de Hachiro era otro y estaba claro que ya nunca ella heredaría el mío. Pero nos daba igual. Sin él, ya no nos veríamos tanto. Aquel regalo era una forma de acordarnos de Hachiro y de nuestra amistad. Una promesa silenciosa de crecer separadas pero con memoria. Con siete años, pues, aprendí el significado de la melancolía y de la muerte. Todas las fichas me cayeron juntas al ingresar en casa. Sayuri, mi amiga del alma a la que ya no vería tanto. Hachiro, el último artesano de muñecos que abandonaba este mundo sin pena ni gloria. La permanente ausencia de mamá…y papá; tan triste, solo e incomprendido desde mi óptica infantil. Sin ella, su alma poco a poco se dejaba carcomer por todos los males del mundo sin escudarse en nada. Todos estos sentimientos encontrados se anclaron en el Ranma F134 que me regaló mi amiga. Él sería el héroe que me protegería de un mundo que, ya no podía negarlo, era cruel, feo y deshonesto. Un mundo que se llevaba a los buenos y ensalzaba a los malos. Fue entonces, que papá volvió a matar a Ranma. Y esta vez, como ya dije, también destrozó algo de mi alma de forma definitiva. Nuevamente me encontraba en mi cama, en la más profunda oscuridad de una noche desfalleciente y silenciosa. Solo unas tenues luces alumbraban la oscuridad. La de los dientes de mi padre, sentado junto a mi. Nuevamente no podía dormir y sin embargo sonreía. Me pareció extraño; aquella sonrisa, tan poco adecuada a mi duelo y dolor, no era exactamente la suya. Parecía, más bien maligna y socarrona. Como la de un monstruo. Y sí, confieso que luego de tanta muerte, traumas y dolor, lo normal era tener pesadillas aquella noche. Salvo que lamentablemente, no estaba dormida. Por el contrario. Estaba despierta, muy despierta y ya nunca sabría si volvería a conciliar el sueño en paz a partir de entonces. La risa diabólica que profería el individuo sentado junto a mi en la oscuridad no era la de un monstruo. Se trataba, sin lugar a dudas, de la de mi padre.

Busqué a tientas el interruptor de mi velador. Lo que fuera que le pasaba tenía por fuerza que resolverse a la luz de la verdad. La noche suele engañar los sentimientos y las vaguedades con sus mentiras y confusiones. Daba igual lo que creía ver y oír en esas condiciones de tinieblas. Todo tendría su explicación cuando hallara el maldito interruptor al que perseguía con mis manos nerviosas sin hallar su escondrijo.

Por fin, cuando papá advirtió mis frenéticos temblores de niña asustada, acarició mi mano con la suya, fría y reseca, y susurró entre silbidos de víbora hambrienta:

-¿Buscas esto mi niña?

Efectivamente, había depositado entre mis pequeños dedillos, tan finitos y pequeños como unos palillos chinos, el enorme interruptor rojo de mi velador. Y por fin se hizo la luz.

Lo primero que observé fue el suelo. Estaba cubierto por los ropajes harapientos de mi Ranma F134. Literalmente destrozados. Una de sus piernas colgaba del cable del mismo velador. La otra, se bamboleaba sobre mi almohada. La cabeza hundida desde el mentón hasta la nariz y un brazo depositado de mala manera sobre el pasillo. Mi padre, simplemente, había destripado al muñeco de camino a mi cama.

Entonces junté por fin el valor para mirarle. Si había matado nuevamente a Ranma; mejor dicho, si se había ensañado con él, algo debía de ocurrirle. Por mucho miedo y rencor que tuviera, era mi deber de hija, mirarle a los ojos y descubrirlo.

Al principio me calmé un poco. Sí, era papá y no, no le asomaban colmillos por la boca, ni le salía un humeante vapor por la nariz. Todavía…todavía a pesar de su crueldad, albergaba en mi corazón una esperanza. La vana ilusión de que el mundo de los adultos, aquel que intuía y creía comprender pero me era temporalmente inaccesible, me proveyera de una respuesta que lo explicara todo. No sabía bien cómo. A lo mejor, enterarme de que lo muñecos de plástico explotaban los días veinte de cada mes. O que se había colado el fantasma de un gato en la habitación. Cualquier cosa me valía. Todas las excusas menos que mi padre era cruel y había perdido el juicio. Cualquier cosa menos aceptar que había matado a mi Ranma F134 deliberadamente y con el solo objetivo de hacerme sufrir.

-¿Irónico, verdad? –dijo entre chillidos de ultratumba-. Un padre burlándose y pisoteando los recuerdos preciosos de su hija.

Entonces lo vi. Su semblante y figura eran las mismas pero su aura, no. Le rodeaba una especie de halo divino.

-¿Quién eres tú? ¿Qué le has hecho a mi padre?

-¡IRÓNICO! ¡IRÓNICO! –gritó exaltado-. ¡Tan pequeña y tan inteligente! Efectivamente, no soy tu padre. Tan solo tomé su cuerpo prestado. Mi nombre es Anticlímax, Dios de la ironía.


A lo mejor si ese día me hubiese abandonado y se hubiese marchado a realizar sus estúpidas venganzas de Dios egoísta a solas, hoy todavía sería una mujer buena. Quizá no me hubiese convertido en una adicta a interpretar roles de villanos en el gran Teatro de Nerima. ¿Qué puedo decir? Luego de experimentar de tan pequeña aquella escena y la que viene ahora, desarrollé un cierto gusto por lo tétrico. Era eso o enloquecer. Y desde luego, no podía permitirme ceder. Si lo hacía, ese ser inmundo se apoderaría del cuerpo de mi padre para siempre. Debía salvarle…aunque eso significara…matar yo misma a Ranma.

Y sí, lo confieso sin rodeos, Señor Juez. La tercera vez que murió Ranma Saotome fue por mis propias y delicadas manos. He de advertirle, sin embargo y antes de que levante ese pesado y sensato mazo de la justicia, que existen al menos tres atenuantes que explican en parte mi actitud y mis acciones. En primer lugar, acudí al sitio del siniestro como ya dije, contra mi voluntad y obligada por un ser demoníaco mucho más fuerte que yo y que a los ojos de la humanidad conservaba la patria potestad sobre mí. Imposible resistirme. Y en segundo, fue la propia víctima, Ranma Saotome, mi héroe, quien me rogó entre lágrimas -a las que no sé bien por qué se obstinaba en llamar "plimps"-, que le clavara el cuchillo en el pecho.

Por último, también diré en mi defensa que lo hice para salvar a un ser humano singular, Akane Tendo. Quizá, convenga, dado lo extraño de mi argumentación, que me extienda un poco más allá en la descripción de este último punto. Verá usted, su Señoría, el tal Anticlímax haciendo uso de su magia negra de ultratumba invocó una especie de vaporcillo negro que cubrió mi cuarto al completo. Al principio me tapé los ojos y la boca con ambas manitas y contuve la respiración todo lo que pude. Finalmente, cuando ya no pude más, inspiré con todas mis fuerzas aquella nube tóxica solo para descubrir que aquello no me impedía respirar normalmente. Por el contrario me hacía sentir más liviana y ligera. Al rato, pues, merced a semejante sortilegio, volábamos ambos, padre demencial e hija, por los cielos de Nerima en dirección al Dojo Tendo.

En el estanque se encontraban ambos objetivos platicando. Ella con su vestidito azul y el cabello suelto un tanto más largo de lo normal y él, en su pose indiferente que casualmente apuntaba siempre hacia ella. Parecían mucho mayores y maduros que en los cuentos de mi padre. Yo diría, unos diez años más.

-¡Me muero de sueño! –bostezó él.

-Espera un poco. Ya sabes que a mi me cuesta un poco más preparar la cena que a Kasumi. En diez minutos se terminará de hornear la carne.

-Ahora que lo dices, también eso –insistió-. Me muero de hambre.

Desde luego, con cada frase de Ranma, Anticlímax se mordía los labios para no soltar su frase preferida: "!Irónico! ¡Irónico!" pues pretendía que no fuéramos descubiertos por el momento. Sin embargo, con la tercera frase, ya no hubo nada que hacer. En el momento en que Ranma dijo: "¿Ya está listo? Me muero de impaciencia", mi padre descendió veloz como el rayo y le atacó gritando por fin lo que tanto anhelaba y luego agregó: "¡Muere!".

El golpe fue reflectado magníficamente por el muchacho que había mejorado muchísimo su técnica durante los años de ausencia del Dios.

-¿¡Anticlímax!? –exclamó, confundido al reconocer su incofundible muletilla- Pero si te habíamos vencido.

-Irónico, ¿verdad?

Ranma miró para otro lado, como cavilando dentro de su escaso vocabulario la forma exacta de decir algo sin producir algún efecto no deseado.

-Oye, no te ofendas…entiendo perfectamente lo que quieres hacer tomando prestado el cuerpo de Ryoga. Él siempre perdía conmigo…y sí, sería irónico que me ganes usándolo justo a él…pero…ya hemos dejado esos jueguecitos hace años. Akane está casada conmigo. Y Ryoga tiene ya una niña preciosa. No estamos para bromitas…vete a molestar a Happosai o a mi padre. Ellos siguen igual de infantiles.

¿Mi padre, Ryoga? ¿De qué hablaba Ranma? Sí, vale, mi mamá también se llamaba Ukyo y sí, él llevaba un sospechoso pañuelo amarillo y negro sobre el cuello pero no era él. Mi padre se llamaba Ryu.

Entonces no hizo falta que Anticlímax se diera vuelta y me escupiera su muletilla en la cara. Yo misma me di cuenta de lo evidente y les reconocí de inmediato. Ranma era ese Señor tan serio que había acudido al entierro de mi madre casi sin pronunciar palabra. Y Akane era la que de tanto llorar ni siquiera se había bajado del coche. Probablemente les había visto antes pero ya no les recordaba. Y luego…bueno…desde que murió mamá, ya no les vimos. Probablemente los interminables paseos que dábamos eran intentos fallidos de ir a visitarles. Yo tan feliz dando vueltas en círculo sin sospechar que caminábamos a la buena de Dios. "Ryu", por tanto, era un simple sobrenombre cariñoso que seguramente le había puesto mi madre. Y el hombre que estaba abajo batallando con un Dios, mi héroe, era en realidad el mejor amigo de mi padre.

-Irónico, ¿verdad? Rivales en su juventud y sin embargo, tu padre le ha elegido a él como héroe para su hija pequeña.

En ese momento se formó un enorme abismo entre Anticlímax y el santo de mi padre. El segundo, el desenmascarado Ryoga Ibiki, era un hombre paternal que había superado sus traumas de juventud y se permitía el lujo de reírse de ellos con su hija cada noche con un cuento diferente. El primero, sin embargo, Anticlímax, más bien parecía su gemelo malvado.

-¿Lo ves, Anticlímax? –bramó Ranma-. Hasta la niña se aburre de tus tonterías inmaduras.

Justo entonces salió Akane de la cocina con la fuente de carne entre las manos. También había cambiado y ya no se parecía a la de mis historias. Al principio, reaccionó como correspondía, generando una mueca de indescriptible asco. Pero luego, respiro hondo, probablemente porque hacía años que no le veía y le otorgó el beneficio de la duda. Si ella podía casarse y ser feliz, Anticlímax a lo mejor en este tiempo también había cambiado algo.

-La cena está lista. ¿Te gustaría unirte a nosotros? –le invitó con su sonrisa akanil marca registrada.

-Irónico –murmuró-. Todos han madurado menos yo. De acuerdo, pues. Ahora tocaría contaros mi plan maquiavélico como todo villano y daros tiempo para pensar un plan de escape…pero si vosotros habéis optado por burlar vuestras más sagradas máximas y "madurar", creo que yo haré lo mismo: ¡Muere!

Esta vez el golpe fue directo al corazón de Akane. Si Ranma había seguido entrenando y se había vuelto literalmente invulnerable a cualquier ataque, Akane solo había mejorado un poco. A cambio había dominado exitosamente alguna que otra técnica de Kasumi: como tender las camas o barrer y también había conseguido graduarse en Química aplicada a la informática. El golpe fue de tal magnitud que su cuerpo cayó al suelo incluso antes que la fuente. Luego se abrió un hueco en el suelo y la engulló como si se tratara de un apetitoso caramelo sabor carne.

-¡Me cachis! –se lamentó el demonio que había poseído a mi padre-. Esa bruja siempre me intimida. Me parece que me he apresurado y la he mandado al Más Allá antes de que se muriera del todo. Es igual. Poco le queda en el inframundo. Cuando llegue de una pieza y respirando a las puertas del infierno, las almas hambrientas que vagan alrededor del gran portal de entrada olerán la carne fresca -primera ocasión en siglos- y la devorarán.

Entonces fue, Señor Juez, que aquel heroico hombre, se arrodilló a mis pies y me rogó entre "plimps" que le hundiera en el pecho el cuchillo que había caído a sus pies. Su intención era bien clara, llegar al otro mundo antes que Akane y rescatarla, aún a costa de su propia vida Recuerdo que tomé el arma homicida entre temblores nerviosos. De ninguna manera Ranma le hubiese pedido a una niñita como yo algo tan espantoso si hubiese tenido otra opción. Antes, efectivamente lo había intentado todo. Clavárselo él mismo. Imposible. En cuanto entraba en contacto con su piel, se volvía blando y suave como por arte de magia. Si procuraba arrojarse al vacío desde el tejado, aparecía de la nada un colchón que amortiguaba el impacto. Y por supuesto, se oía: "¡Irónico! ¡Irónico!". Solo yo escapaba al embrujo. Único testigo ajeno a la feroz lucha entre el hombre y el Dios y por tanto, única fuerza capaz de darle otro rumbo a los eventos. Cada intento de suicidio fallido de mi héroe le golpeaba, aturdía y agotaba más. Pronto ya ni tendría fuerzas de intentarlo.

De pronto, apreté la empuñadora con fuerza y me mordí los labios. Había tomado mi decisión. Le ayudaría, aunque me destrozara el alma.

-Jajaja, irónico, irónico. ¿Qué se siente, hija? ¿Qué se siente intentar matar a tu propio héroe?

Ranma levantó la vista y la cruzó con la mía. Sus esferas oculares resplandecían con una fiereza nueva. Estaba claro; jamás me volvería a pedir algo así. Si debía morir por Akane, lo haría. Pero no por eso trastocaría sus convicciones arruinándole la vida a una niña inocente. Y así, con esa fiera mirada de artista marcial orgulloso se alejó de mi y del cuchillo. Luego se arrojó sobre una ventana y rompió sus vidrios. Nada. Por mucho que intentaba frotar los cristales que estallaron a continuación contra sus venas, el elemento cortante, simplemente se hacía polvo contra su piel.

Mi padre le dio una palmada en el hombro.

-Eres demasiado fuerte. Es culpa de tu hobby, artista marcial invencible, ¿irónico verdad? Tu fuerza es tu punto débil.

Entonces Ranma sonrió. Algo del plato de Akane seguía descansando en el suelo.

-Olvidas que tengo otro hobby: catador de alimentos…por amor –dijo mientras se engullía casi sin respirar toda el preparado akanil.

-¿Qué pasa? –se seguía burlando mi padre de él sin advertir cómo yo me aproximaba hasta ellos-. ¿Años preparando venenosas meriendas y justo este plato le sabe bien? ¿Irónico verdad?

-Lo único irónico de todo esto –le repuse alzando el cuchillo y hundiéndolo repetidamente en su pecho- es que ya no tengo miedo a nada.

Y tenía razón. El maldito y robusto cuerpo de Ranma aferraba su alma con tanta fuerza que me vi obligada a herirle muchas veces…demasiadas. Cuando por fin, terminé, estaba envuelta en sangre. ¡SU SANGRE! Y el estúpido de Anticlímax me miraba con miedo y sorpresa.

-¡LO HE HECHO! –le grité y un paso hacia atrás dio de puro pavor-. ¿IRÓNICO, VERDAD?


Y eso es todo, Señor Juez. Esa es la historia de cómo yo maté a Ranma Saotome. Eso es todo lo relevante que ocurrió en el mundo de los vivos. Me gustaría decir que aquí se termina todo, que ya no supe nada más ni de Anticlímax ni de Ranma pero sería faltar a la verdad. A menudo suelo mentirme a mi misma y jurarme que ya no supe nada más de esta aventura. Que me convertí en una inverosímil asesina por convicción y que aquellos fantasmas de mis malas acciones con los que me vi obligada a convivir, tarde o temprano se convertirán en vagos sueños y luego ya ni a recuerdos llegarán. Sin embargo, la realidad fue otra. Como dije, en el mundo de los vivos ya no hay nada relevante que reseñar…pero, en el de los muertos…muchas cosas ocurrieron. Lo primero y principal, es que tuve éxito. El alma de Ranma cayó justo a tiempo en una especie de explanada en el exterior del infierno.

Allí le esperaban dos sirvientes de Anticlímax que le apresaron en un santiamén. Desde luego su martirio también estaba previsto. Lo único que había fallado en su plan era mi actitud. De hecho, estaba entre furioso y asustado. De un golpe, temblando ya sea por uno u otro sentimiento, me levantó en el aire y nos teletransportamos al Más Allá, más precisamente a su mansión del Olimpo. Luego me introdujo en una bañera dorada y comenzó a frotar mi cuerpo con una esponja impregnada de ambrosía. Todavía podía sentir al tacto su poderosa furia interna. Estaba asqueado de sí mismo, de mi o simplemente de la escena tétrica. A lo mejor el muy ingenuo nunca había llegado tan lejos antes en sus jueguecitos.

-Caramba, hija –comenzó a explicarse sin por eso dejar de refregar la esponja sobre mi espalda y cabellera-. Este tipo de ironías no me gustan nada. ¿Irónico, verdad? Al Dios de la Ironía no le gustan algunas ironías. A pesar de todo, eres mi hija. De ninguna manera planeaba hacerte sufrir más de lo estrictamente necesario.

-Da igual –le aparté el brazo de mi cabeza con el mío-. Tú no eres mi padre. Y Ranma ya habrá salvado a Akane a estas alturas. He ganado.

Con esta última acción de rechazo, el alma –si es que los dioses realmente poseen una- pareció volverle al cuerpo. Regresábamos a su juego.

-En eso tienes razón, hija. Has ganado. Y con ello también gano yo. ¿Irónico, verdad?

Efectivamente, con un nuevo ademán de manos nos encontrábamos en una especie de sala de justicia muy similar a esta, su Señoría. Solo que aquella era del otro mundo y estaba presidida por un pulpo gigantesco vestido con una peluca blanca de esas que tanto os gustan. A un costado colgaba Akane de una especie de celda hecha con cañas y al otro, un sinfín de calamares hacían de jurado.

-Señor Ranma Saotome –le decía el Juez del inframundo con su boca de pulpo y agitando ocho mazos-, se le acusa del asesinato del ciudadano ejemplar, Ranma Saotome. ¿Cómo se declara?

-Inocente, su Señoría –repuso el joven de la coleta con aplomo y acostumbrado a lidiar con gente iracunda blandiendo mazos amenazantes-. Verá…no es por alardear de cuerdo, que dada mi familia…pero ¿Cómo voy a intentar asesinar a Ranma Saotome si resulta que yo soy él mismo?

-Ohh, intento de asesinato con el agravante del vínculo familiar. Eso son al menos mil años de condena en el mar de los finales abiertos.

-Oiga…-protestó Ranma- que yo…de acuerdo, intenté suicidarme pero…

-Ajá, confesión. Asesino y encima chivato. Odiamos a los chivatos. Le condeno a cincuenta mil años de…

De pronto, Anticlímax irrumpió en la sala y se situó junto al pulpo, digo…al Juez.

-Alto, alto. Parad esta parodia que eso es potestad de mi primo Parodix –luego le señaló-. ¿Es que realmente no le reconocéis? Es el emperador de China Ran-ma-chang, el que murió por amor a manos de A-kan-su para salvar a su prometida Sham-ser-piente.

A Ranma desde luego poco le importó semejante revelación. Tampoco le dio mucha importancia al hecho sorprendente de que todos los presentes, incluidos el socarrón de Anticlímax, se arrodillaran y le llamaran: "Señor". Ni siquiera se extrañó de que los calamares hembras le miraran con expresiones insinuantes y le aclamaran como el Dios del amor. Tan solo aprovechó el momento de libertad para destrozar de una patada la celda de Akane e intentar abrazarla.

¡Plafui!

La bofetada de Akane le atravesó toda su esencia fantasmal –en rigor, Ranma estaba muerto- y aún así, de tan intensa que fue, llegó a empujarle al suelo infernal solo por la fuerza del viento huracanado que se desplazó a continuación.

-Demonios, Akane –dijo el muchacho, intrigado-. Sueles ser violenta e irreflexiva pero nunca en estos casos. Acabo de sacrificar literalmente mi vida por ti.

Usualmente Anticlímax hubiese reído a pata suelta, dada la escena, sin embargo, adoptaba una pose mucho más humilde, la de lacayo.

-Señor, ha de entender que usted ya no es un humano. De regreso a la muerte, puede olvidarse de sus ataduras terrenales y ocupar su trono, el de Rey y Dios de los enamorados, hijo de Afrodita, la de la gran katana.

Justo a su lado, había un gran mural de fondo que adornaba la sala. Se trataba ni más ni menos que el gráfico de reencarnaciones de Ranma y sus respectivas historias de amor. Todas co-protagonizadas por una mujer de luengos cabellos morados. Debajo de cada ilustración de la pareja, modelo máximo del amor más puro de cada época, un escueto epígrafe explicaba el nombre de las respectivas encarnaciones. En el Edén habían sido, Adanma y Shampúlebra, en China, Hayaku y Cologne, en la aldea de los pieles roja, Coletín-egocéntrico y Larga-Cabellera-Morada. En Inglaterra, Ranmeo y Shampieta. Y por último y más reciente estaban los franceses, Ranmond y Shampui.

-¿Así que Shampúlebra, eh? ¡Pervertido!

-Oye, a mi me da igual lo que diga esta gente que pude o no pude hacer en otra vida. En esta jamás te he faltado a mi palabra de amor. Estamos casados, ¿recuerdas?

-¡Ohhh qué romántico! –les brillaron los ojos a los calamares hembra del jurado-. Exactamente lo mismo que le dijo Ranmeo Saotomesco a Shampieta Amazoneleto.

Con esta última provocación, no sabría decir si preparada o no, el ánimo de Akane retrocedió al de su adolescencia insegura. El mentón, tantas veces altivo, volvió a relajarse y la expresión confiada dio paso a una repleta de inseguridades.

-Vamos, Ryoga. Acompáñame al Dojo. No tenemos nada que hacer aquí.

¿Ryoga? Si sabía que mi padre ahora era Anticlímax. El Dios manipulador me guiñó el ojo y susurró al oído.

-¿Irónico, verdad? Al atravesar el mundo de los vivos y de los muertos sin fallecer, lo ha olvidado todo. No recuerda cómo llegó ni le importa. Solo marcharse con alguien de confianza.

Por supuesto, Ranma intentó impedirlo...pero sin éxito. El de la coleta heroica cargo con fuerza protegiendo su esencia fantasmal por el flanco izquierdo, el único por el que le podía atacar Anticlímax. Sin embargo, recibió un mazazo akanesco por la derecha que, desprovisto de masa corporal, lo mandó a volar muy lejos.

Instantes después ya mi padre nos había teletransportado a su casa del Olimpo y ¡Dios mio! Había activado nuevamente la carnicería. Un ataque artero y a traición derivó en un golpe directo al corazón con un pequeño cuchillo y esta vez sí que fue definitivo.

-¿¡La has matado!? –balbuceé, horrorizada, tapándome los oídos para no oír su estúpida excusa repetitiva. Tanto esfuerzo y tanto sacrificio para nada. Finalmente su falta de comunicación les había matado a ambos.

-Sí –repuso- La he matado. ¿Y qué problema hay? Ya reencarnará en otra cosa. En este mundo loco nada se pierde. Todo se transforma. Por tanto, no existen consecuencias para nuestras acciones. Llorar por la muerte de nuestros seres queridos es ridículo. Un asesino serial no es tan malo y dañino. Es un hombre que ha tomado consciencia de la verdadera naturaleza de la realidad. Reencarnamos eternamente. Sin consecuencias, nada tiene sentido ni valor. ¿Para qué esforzarse? ¿Para qué vivir?

Entre lágrimas y temblores nerviosos respondí sin osar a mirar a mi padre.

-Por amor. Hay que vivir por amor. Lo que importa es el aquí y ahora. ¿Acaso no querías tú a mi madre?

Del cuchillo caían una a una las gotas de sangre de Akane. Curiosamente sonaban como las lágrimas de Ranma. Plimp. Plimp. El filo se elevó poco a poco hasta depositarse sobre mi cuello y descansó sobre él mientras me respondía.

-No. Nunca la quise.

Luego presionó. Caí al suelo, inexpresiva. No podía imaginar un hecho más triste que morir a manos de mi propio padre y sin embargo, mientras mis plimps se reunían con las de Akane y se me nublaba la vista, he de confesar, Señor Juez, que no sentía nada. Su rostro, también inexpresivo, se mantenía calmamente anclado en mi cuerpo.

-Adios, papá. A pesar de todo, te quiero.

Las últimas palabras que oí antes de fallecer, tan previsibles como hirientes, fueron las siguientes.

-¿Irónico, verdad?

Fin de la primera parte.


Historia bonus: las escenas más vergonzosas de mi vida. Tanto que hay dos que nunca se las conté a Minefine7.

Por pedido de Ai paso a relatar las 9 historias que completan el top10 de escenas vergonzosas de mi vida.

1) ¿Qué tienes en la mano, Sensei? 1

2) ¿Qué tienes en la mano, Sensei? 2

3) El examen doble.

4) Trepando contra el reloj.

5) ¿Este banco no te gusta, papá?

6) Atención, atención, callaos todos que mi papá va a hablar.

7) El viaje en el autobús escolar.

8) Minefine7 y el Monopoly.

9) Gohan y el juego del Escritorio.


Antes de empezar, supongo que algún lector se preguntará el por qué de la ausencia de Bulmita en este raconto. Es obvio; si llego a contar algo de ella, me mata. Le tengo miedo. En rigor, sin censura, la historia vergonzosa número uno es en realidad la número 23.


1) Esto ocurrió en un campamento cuando tenía alrededor de diez años (sí, iba mucho de campamento por esa época). Por entonces, ya lo sabéis, era antisocial a niveles de Bulmita e ingenuo a niveles de Gohan. Nada sospechaba de lo malos que podían llegar a ser mis semejantes ni imaginaba que existía gente que "disfrutaba" de la "crueldad", conceptos que yo asociaba como antónimos en mi sistema de valores infantiles. En todo caso, había una chica, vamos a llamarle Aouda, que me gustaba. Ella tenía doce años (dos más que yo) y era la típica niña coqueta y marimandona. Solía organizar todos los líos y travesuras del campamento y luego se disculpaba ante el Sensei (el evento lo organizaba el profesor de Yudo) entornando los ojos y soltando dulces mentiras que nadie se creía pero que, por la razón que fuera, eran imposibles de rebatir. Algunos de los chicos mayores jugaban a hacerla enfadar en plan Ranma, cosa que ni yo ni mis compañeritos de diez entendíamos bien y por tanto, considerábamos nuestro deber defenderla. Y claro, Aouda más feliz que Happosai con braguita robada nueva. Sucedió al segundo o tercer día que uno de los mayores optó por cambiar de estrategia y ventilar a los cuatro vientos que Pepito de los pequeños estaba enamorado de Aouda, luego Luisito y por último, me tocó a mi el turno. Todos pensaréis que he aquí mi escena vergonzosa. Que me puse colorado y todos se rieron de mi durante el resto del campamento. Y sí, en parte eso pasó. Aunque obviamente, algo así no ameritaba por muy tierno e inocente que fuera mi aguante emocional de entonces, ocupar ahora el primer puesto en esta lista.

El problema, más allá de la burla generalizada, radicaba en que Aouda se enteró del tema. Ya sabéis cómo son las chicas creídas para estas cosas. Durante un par de días logré escabullirme del tema, caminando más lento o más rápido que ella y los molestos niñatos que le adulaban en las infinitas excursiones que el Sensei nos obligaba a realizar para aprovechar la naturaleza en su máximo esplendor. En el fondo, ya con diez años era un especialista en el perfil bajo y en evitar a las masas.

Al tercer día de decidir por mi cuenta si debía abrigarme más o menos (acción que solía normalmente realizar mi sabia madre y ahora realiza Minefine7, atchuuus), me resfrié. Al parecer, dicen los que saben, no es muy saludable ir en camiseta y pantalones cortos cuando hace frío. Puestos a elegir entre comprar pañuelos descartables en la única tienda en cinco kilómetros a la redonda o un regalo a Aouda que nunca le daría, escogí lo menos conveniente. Total, tenía entre mis pertenencias un pañuelo de tela que seguro que sabría lavar cuando se agotaran los espacios vacantes para sonarme la nariz. A las dos horas descubrí con horror que las telas no se secan espontáneamente y que sonarme la nariz con un pañuelo mojado solo empeora el resfriado.

No pasa nada -pensé- hasta que se seque, tendré que limpiarme a la antigua.

Es decir, hurgarme la nariz disimuladamente y dejar el moco en una hojita como cuando era pequeño. Tampoco era tan grave. Si me pasa todo el día a solas esquivando a la gente. ¿Y si alguien me veía? ¡Qué demonios! Éramos críos. Todos lo hacían. Incluso Aouda.

Dejé pues el pañuelo limpio y mojado colgando al sol en un sitio medio oculto y me pasé toda la mañana admirando como poco a poco se iba evaporando toda su humedad. Cada tanto realizaba las pertinentes limpiezas nasales con disimulo aprovechando una gran hoja verde que había arrancado de un árbol cercano. Casi como si fuera un pañuelo natural.

Lo que yo desde luego no sabía era que se había corrido la voz de que el solitario Leandro-Sensei había sido visto comprando un paquete de chicles morados, los preferidos de Aouda.

Pasados unos tres cuartos de hora, sospeché que el pañuelo se había secado y me aproximé a mi presa, ávido de limpieza. La hoja, pobrecita, ya no daba más de sí embebida en mis fluidos nasales de los últimos cuarenta y cinco minutos. Entonces cometí mi gran error. La secuencia lógica de acción era deshacerme del material asqueroso y luego coger el pañuelo. Yo opté por la acción inversa y fui interceptado a mitad de camino por una sonriente Aouda.

-¿Qué tienes en la mano, Leandro? –me preguntó con su inconfundible vocecita nasal de niña presumida que tanto se parecía a la mía de entonces de tímido resfriado.

Repasé desesperadamente todos los datos en mi cabeza y comprendí que probablemente un malentendido a niveles cósmicos me estaba por hacer pasar la escena más bochornosa imaginable y por tanto, contesté sin miedos. Mejor dicho, temiendo más a la escena que había imaginado en mi cabeza que a mis sentimientos.

-Aouda, la verdad es que me gustas y sé que lo sabes. También sé que sabes que te compré un regalo, unos chicles. Pero no es eso lo que tengo ahora en la mano.

Luego le explique todo el tema de los mocos, etc, etc, etc.

Durante toda la explicación noté como iba sonriendo más y más. Con picardía, burla y disfrutando cada una de mis confesiones vergonzosas.

-En fin- concluí- que en la mano solo tengo una hoja repleta de mocos.

-Lo sé –me contestó-. Te he visto.

Entonces por fin sucedió lo que no esperaba, lo que se convertiría en una sorpresa mayúscula de la que creo recién ahora me recupero. Existía la maldad por la maldad misma y había gente como Aouda que simplemente era así. Si ya bastante humillante era toda la escena, imaginad cómo me sentí cuando me agarró del brazo una chica, la que me gustaba, y me obligó a mostrarle la hoja. Una chica era más fuerte que yo. Bueno, tenía dos años más. Aún así era humillante. Mientras me resistía con todas mi energías me juraba y perjuraba que como Aouda lograra ver aquella asquerosidad ya nunca más confiaría en nadie y dejaría de quererla. Incluso creo que se lo dije. Su risa al oír aquello solo fue superada por la que soltó cuando por fin hizo valer su ventaja física.

Escena más humillante de mi vida. Eso sí, los chicles morados estaban buenísimos.


2) Unos ocho años después me anoté para cursar el CBC seis materias troncales previas a ingresar a la facultad de Filosofía y Letras. La inscripción la realicé en la Facultad de Arquitectura que me quedaba más cerca. Allí acudían alumnos de todas las carreras a anotarse como yo en sus respectivas materias troncales. Llevaba junto a mi un cuaderno de anotaciones en el que apuntaba los horarios en las páginas iniciales y escribía mis historias en las finales.

Entonces la volví a ver. Claramente estudiaba economía y se había puesto, cómo decirlo suavemente, fea. A lo mejor seguía igual pero yo ya juzgaba la hermosura de una persona incluyendo datos como las expresiones y la forma de moverse. Le acompañaba un muchacho concheto o pijo (no sé cómo se llamaran en México) de esos que usan un jersey rosa y se lo colocan como capa sobre los hombros. Intenté huir y creí haberlo conseguido cuando, de pronto, otra vez su inconfundible voz nasal me detuvo.

-¿Qué tienes en la mano, Leandro?

¿En serio, Aouda? –pensé- ¿Ocho años después sigues igual de socarrona?

Me volteé entre colorado de la vergüenza por repetir la escena otra vez y furioso. Como se le ocurriera arrebatarme el cuaderno y leer lo que había escrito en las páginas finales…de pronto me sentí transportado al pasado. La tinta adquiría consistencia mocosa. El cuaderno se hacía más delgado y suave el tacto como el de una hoja verde. Mi nivel de inseguridad sobre la calidad estética de lo escrito bajó a mínimos. Al punto de considerar las palabras que había impregnado en el cuaderno como unos simples pegotes mocosos producidos por un cuerpo enfermo de la vanidad de creerse escritor. Y a pesar de llevarle unos veinte centímetros de altura todavía me sentía más débil que ella. Incluso ni siquiera se me pasó por la cabeza preguntarme por qué una persona dos años mayor que yo estaba recién iniciando el CBC.

-Es mi cuaderno de anotaciones –expliqué al final-. Voy a cursar letras. Me gusta escribir.

-Oh, a mi…me hubiese gustado cursar letras. Buena suerte. Adiós.

Y se volvió a su mundo de ricos economistas y jerseys rosas. Al día de hoy sigo sin entender la escena. ¿Si tanto había madurado para decir algo así, por qué había repetido antes la exacta misma frase? Supongo que es la magia del CBC, momento en que se reúnen personas de lo más variopintas justo antes de elegir definitivamente su camino en la vida. En todo caso, escena vergonzosa por donde se la mire.


3) Segundo grado de primaria. Compartía clase con mi maestra favorita de todos los tiempos y unos compañeros que sin exagerar eran todos, todos, retrasados mentales. Más de la mitad eran repetidores y la otra mitad, los de mi edad, estaban a punto de abandonarme precisamente por lo mismo, por quedarse anclados en un curso que no lograban superar.

Sucedió un día que la profesora nos pidió a todos "silencio" y nos pidió que le escucháramos. Que tenía que contarnos algo importante. Al día siguiente vendría la vicedirectora, una ancianita de casi noventa años a controlar cómo nos iba, en un examen. Todos mis compañeros menos yo se quejaron por el incremento injusto y precipitado de tarea. No es que a mi, ya a tan temprana edad, me gustara especialmente estudiar de más pero había notado algo. La profesora estaba triste. Más bien, angustiada. Dicho de otra manera, el resultado de los exámenes de mañana solo acarrearía consecuencias positivas o negativas para ella. Lógicamente me preparé a consciencia. Y rendí un examen de diez. A diferencia de mis compañeritos que solo contestaron una línea por pregunta, yo me esforcé hasta completar un folio entero por los dos lados y un párrafo más en el siguiente. Tenía que defender a mi profe preferida que seguramente sería sermoneada por el escaso nivel de mis compañeros. Tenía que darle la posibilidad de defenderse diciendo: "hay alumnos que sí aprenden".

Al día siguiente la profesora, más aliviada, entregó los resultados a todos menos a mi. Todos tenían un salomónico "Bien". Prueba superada para la profe y para mis compañeros…

-¿Y el mío? –pregunté.

-Estem…no sé. Da igual.

Con toda la ingenuidad del mundo, argumenté diciendo la verdad.

-Yo…supongo que sí…pero me esforcé tanto. Para que la vicedirectora viera que usted enseña bien…

Cuando la profesora me oyó y comprendió mis motivaciones, soltó un largo y sentido suspiro y luego sacó el examen de su portafolios. Tenía un "bien menos". Mejor dicho, tenía dos "bien menos". La vicedirectora me había corregido el control como si fuéramos dos personas diferentes que habían completado medio examen cada una.

-Lo siento. Ha sido un mal entendido. Está muy viejita.

Así fue cómo por mi culpa le bajé el promedio no una sino dos veces a mi profesora preferida. Herida que no cicatrizó del todo hasta que mi papá me enseñó a entregar los exámenes doblando las hojas de tal manera que no se rompieran ni se separaran accidentalmente. Aún hoy, mecánicamente me siento más propenso a subirle la nota total en un examen al que me entrega más de un folio.


4) Dos años después. Ni rastros de la profesora buena ni de los pocos compañeros de mi edad. Casi todos habían repetido alguna vez y el curso se completaba con los que habían hecho lo propio en cursos superiores. En el recreo, salíamos a un patio propio que daba al exterior. Lo único que nos separaba de la salida era una alta reja verde sobre la que todos se solían montar y jugar a que escapaban del cole. Acción que, por supuesto, ponía histérica a mi profesora que ya de por sí era una histérica de mucho cuidado. Este hecho, que la histérica se ponía más histérica ante la peligrosa travesura, solo motivaba más a mis compañeros. Yo no lo intentaba. Por un lado porque no me parecía gracioso que me gritaran y segundo porque no me sentía capaz. Al fin y al cabo, si los demás lo conseguían era porque me llevaban uno, dos o tres años de edad y varios centímetros. Y por supuesto, era objeto de mofa y presión social por tal motivo.

Un día llegaba tarde, tan tarde que la clase ya había empezado y yo veía desde fuera a mis compañeros sentados estudiando y a la profesora dictando clases. De pronto, uno de ellos me hizo señas. Si trepaba la verja, llegaría mucho antes. No tendría que dar la vuelta entera al edificio, subir las escaleras y volver a recorrer por dentro toda la edificación en dirección opuesta. Obviamente, la profe histérica me amenazó de todas las maneras posibles…pero…se juntaba la presión social…a la oportunidad perfecta. No estaba haciendo una travesura…lo hacía para no perder tiempo de clase…sí, ya…hice mal…pero bueno, la cuestión es que trepé y salté la valla verde ante la algarabía generalizada. Y luego, para mi sorpresa (sí, vale, me sorprendí) me mandaron a dirección a contarle mi hazaña a la directora. ¡A mí! ¡Al único que nunca antes había ido! Así pues, recorrí el camino que había evitado antes envuelto en lágrimas. Sí, ya, con lo de Aouda no lloré y con esto sí. Ya sabéis cuáles eran mis prioridades de pequeño.

Cuando la directora me vio, llorando y se enteró del por qué, le entró la risa floja. Odiaba a la histérica. Y me mandó de vuelta a clase sin retarme. Antes me dijo:

-Yo hubiese hecho lo mismo.


5) Hace un mes fui al banco con Gohan.

Nos sentamos a esperar que nos atendieran y Gohan comenzó.

-Este banco no te gusta, ¿verdad papá?

Por supuesto dicho a los gritos y a escasos metros del gerente de la sucursal.

-¿¡Por?!

-Porque en el otro banco tienen mejores caramelos.

Respiré aliviado. Me estaba haciendo pasar vergüenza con su falta de tacto pero por lo menos me dejaba más o menos bien parado. Así que me puse en plan padre educador… ¡GRAN ERROR!

-Gohan, lo importante en toda empresa es la calidad de los servicios. Los regalos a veces disfrazan deficiencias en otros aspectos.

-¡AH, CLARO! ¡TE GUSTA MÁS ESTE BANCO PORQUE EN EL OTRO TE COBRAN MUY CARO! ¡LO QUE NO HAS PENSADO, PAPÁ, ES QUE UTILIZAN ESE DINERO QUE COBRAN DE MÁS PARA COMPRAR CARAMELOS MEJORES!

Desde luego el momento vergonzoso no fue ese. A estas cosas ya estoy, lamentablemente, acostumbrado. La vergüenza llegó al día siguiente cuando comprobé que en mi banco "casualmente" habían cambiado los caramelos "cutres" por unos mejores.

La otra mitad de esta lista la dejo para el capítulo 93.


Comentarios

Estimada Isakura Tendo (cap. 89). "Jajaja. Mori de risa con la canción de la chinita". Mala elección de verbo luego de taaanta carnicería en el capítulo de hoy.

Estimada Isakura Tendo (cap. 2). Sí, terminaré el fic de Ranma psicoanalista durante los próximos meses.

Lo de la venganza futbolística es broma. De hecho, la camiseta de México me gusta mucho. Ayer me he alegrado con vuestra casi segura clasificación para el mundial.

Estimada Isakura Tendo (cap. 5). Ranma como amigo en la vida real sí que cuenta. Poco, pero cuenta. A mi también me gusta esta historia. Me divertí bastante redactándola.

Estimada Isakura Tendo (cap. 65). ¿Final rosa, yo? No, no, que va. Jamás escribiría un final rosa...solo unas 90 veces.

Estimada Isakura Tendo (cap. 91). Las confesiones al final siempre funcionan. El problema es cuando son al principio de la historia. Allí el lector debería preguntarse cuando vendrá el golpe bajo. Luego está Rumiko que nos da confesiones en el falso final y luego le da tiempo de encajarnos el golpe bajo igual.

Estimada Isakura Tendo (cap. 8). ¡Qué recuerdos! Este one-shot es de cuando pensaba que iba a aparecer Mousse más seguido...es culpa de Ibuki. Ella acapara todos los protagónicos de villanos.

Estimada Isakura Tendo (cap. 11). Este es formalmente el primer fic en el que empiezo a jugar con la identidad de los personajes y su situación real. Técnica que luego usé muuuuuy poco.

Estimada Isakura Tendo (cap. 13). El amor existe. El probelma no está allí. Lo grave es que también existen los celos, las rupturas, los malentendidos, desencuentros y demás calamidades. Enamorarse es fácil. El tema es acertar y mantener.

Estimada Akyfin02. No es que parezca mayor Bulmita que Gohan; es que lo desea. Si ella fuera la hermana mayor sería la mujer más feliz del mundo. En Misterios en Nerima le encajé dos hijos a Ranma y Akane: Ranma Jr y Mayura. El primero es el mayor y es clavado a Gohan y la segunda...es la menor pero se las ingenia para convertirse en la mayor. Ese fic es gracioso proque como entonces no acostumbraba poner historias bonus, las iba integrando en la historia misma.

Estimada Candy. ¿Cómo puedo decir que Bulmita es una bruja? Porque la quiero mucho. Es mi hija, después de todo. Si supieras las cosas que dice ella de mí...

Estimado LuyyiAVG. Ya nadie cae en mis trampas. Tendré que estrujarme más el cerebro.

¿Y si el pensador no sabe nadar?

Ya nos reimos ahora. No hay nada que les guste más a Gohan y Bulmita que les cuente historias de cuando eran más pequeños. A medida que crecen vamos integrando más y más al corpus.

Estimada Massy13. Si quieres, claro que puedes ofenderte en nombre del género aunque mi único propósito al escribir cosas sobre "mujeres" es hacer rabiar a Minefine7. Lo demás es un efecto colateral no deseado.

Veo que has sabido entender mis sutiles "recomendaciones". Vivimos para leer. El resto de cosas de la vida como comer, dormir, trabajar o estudiar solo sirven para garantizar que podamos seguir leyendo.

Estimada Daia. Si, de verdad pasó eso y punto por punto. ¿Qué sentido tiene exagerar una historia vergonzosa? Antes le he quitado algún que otro detalle que la hace aún mááááás vergonzosa. Me ha gustado verte pasar por el club de Ai. Todo lo que dices de ellas es 100% verdadero.

Estimada Evanmycherm (cap. 40). Y yo. Un mundo de caramelo. ¿Quién pudiera vivir allí? Aunque en el fondo y por circunstancias del destino, vivo en algo muy parecido a un mundo azucarado.

Estimada Evanmycherm (cap. 41). Y así viví precisamente mi historia con Minefine7. Como si fuera un manga japonés por entregas. Cada día un nuevo capítulo y cada paso adelante, un poco menos que faltaba para llegar al final feliz.

Estimada Evanmycherm (cap. 42). Sí, es lindo. Antes de conocerla, pensaba que era algo pasajero y efímero. Y probablemente seguiría pensando igual si no se hubiese cruzado en mi camino.

Estimada Evanmycherm (cap. 43). A Minefine7 le ha gustado tu comentario. Ahora cada vez que hago algo que le gusta me dice que "soy una ternura con ella" y si hago algo que no le gusta me lo repite en tono irónico.

Estimada Evanmycherm (cap. 44). Este tipo de chiste es de mis preferidos. Juego de palabras sencillo. Procuraré contárselo a alguien a la brevedad.

Estimada Evanmycherm (cap. 45). Enhorabuena. Has llegado a la mitad del recorrido. Ojalá llegues a la cresta de la ola antes del 100.

Estimado/a Fa. Me alegro de que hayas comentado. Siempre es bueno saberlo. Que hay gente que lee todo aunque no siempre tenga tiempo de dar su opinión. Es lo que ayuda a darnos cuenta que no estamos perdiendo el tiempo.

Estimada Minefine7. Si, claaaaro. Y mucho más de lo que te imaginás. A veces hasta me pongo colorado y todo platicándole de ti a otras personas.

Respuesta insensata: No sé. Hace tanto que te conozco que ya ni me acuerdo cómo se hace para sobrevivir sin Minefine7.

Respuesta sensata: Todo lo que dijo Ranma en el fic pasado.

Estimada Ai. ¿De dónde crees? He superado ese cuestionario al menos diez veces al año durante otros tantos años.

Eso es lo que piensan las amigas de Akane. Yo creo que basta para ser una mujer hecha y derecha con sospechar que, si se insiste mucho, algún día saldrá la confesión de Ranma en un interrogatorio.

¿Ibuki, sospechosa? ¿Alguna vez te he dado motivos para que sospeches de la presencia casual de Ibuki?

Si me das a elegir entre el mundo de caramelo que menciona Evanmychem y el dominado por Bulmita que mencionas tú...me voy al de caramelo.

No, Gohan no terminó con Inuyasha pero confio en su sentido común...

Yo andaba también tildado con Bailan sin César e Insensato pero como ya habrás adivinado, ahora ando repitiendo otra fracesita todo el tiempo.

Estimada Evanmycherm (cap. 49). Sólo diré una palabra acerca de tu comentario: gracias.

Estimada Evanmycherm (cap. 50). Ibuki es así. Sale seguido en publicidades.

Estimada Evanmycherm (cap. 51). Me ha encantado esta versión de la canción. ¿No la conocía! Y no la había visto por internet tampoco.

Estimada RosemaryAlejandra (cap. 76). Me alegro de leerte de vuelta. Ya te extrañaba. Y ahora creo que te atrapé porque la historia de Ranmond y Akanui dura cinco capítulos. Si ya has leído dos, no te queda más remedio que leer tres más.

Estimada RosemaryAlejandra (cap. 77). Nunca hay que subestimar a Ranmond y menos a Akanui. Espero que sigas bien y cuídate.

Un saludo a todos,

Leandro-Sensei.