Yo he matado a Ranma Saotome, Señor Juez. Tercera parte.
La noche del 20 de diciembre de 1849, un huracán violentísimo se había desatado sobre Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, refugio de terribles piratas, situada en el mar de Malasia, a pocos centenares de millas de las costas occidentales de Borneo.
A unos cuantos pasos del horizonte, en el mar, en plena furia de olas furiosas y vientos huracanados, se podía observar el baile de una cáscara de nuez impulsada hacia arriba y hacia abajo por la fenomenal potencia de la naturaleza desatada. Un poco más lejos, el barco de Ranmakán sufría similares percances. Ante la inmensidad de aquello, nueces, barcos e incluso, ballenas, se veían hermanadas y empequeñecidas en una misma situación de desamparo. Solo existía una cualidad del ser humano que, si se potenciaba lo suficiente, le permitiría salir con bien del temporal y contar el cuento. ¡Las agallas! Y de eso, a Ranmakán le sobraba lo suficiente como para compartirlo con su fiera tripulación. A lo mejor existía algún cobarde entre ellos que contaba con la punta de los dedos los segundos que faltaban para hundirse. Sin embargo, el grupo al completo, merced del liderazgo inalterable de su capitán, navegaba como si nada. Seguros que si Ranmakán no temía, pues no había nada que temer. Ciegos al peligro y sin más ojos que los de su líder, aquel que ordenaba a diestra y siniestra. Nadie oía los truenos. Nadie temía los estruendos de las olas al golpear sobre la popa. Solo la potente voz del capitán llegaba a sus oídos. Los marineros más viejos y sabios solían contar en sus relatos de borrachos, rodeados de jarras vacías de grog y licor, que justo antes de naufragar, se suele oler un penetrante aroma a muerte, una especie de premonición de los sentidos que augura el pésimo final de la aventura. Nada de esto, por supuesto, percibían los marineros de Ranmakán. Solo, el salubre olor a agua salada, algas y aventuras.
Por la mañana el temporal amainó, dando paso al bello cielo despejado que solo se podía admirar en las afueras de Mompracem. Shampianne se había pasado toda la noche oculta en el camarote, conteniendo la respiración e intentando sin éxito no devolver las fresas que habían saqueado especialmente para ella del barco de mercancías de aquel pomposo y estirado inglés que intentó osadamente cruzar las aguas de Mompracem para ganar unas cuantas horas de travesía. Shampianne odiaba la vida de pirata y más aún la eterna estadía sobre las aguas. Sobre todo, no comprendía el por qué de esa obstinación de su amor y capitán en no pisar tierra firme. Ayer mismo, por ejemplo, hubiese sido infinitamente más sencillo soportar la tormenta que sabían que venía, echando el ancla en la costa y guareciéndose en la seguridad de sus refugios terrestres.
-Cariño –le dijo en cuanto le vio entrar en el camarote, extenuado y empapado pero con la expresión firme y satisfecha de quien ha conseguido realizar una hazaña-, ¿bajaremos hoy a tierra?
-Sabes que no me gusta. Soy hombre de mar. Allí me siento como mareado. Además, los hombrecillos de tierra me repugnan. Son todos políticos y abogados, cobardes que intentan torcer los destinos de los demás con palabras falsas. Si algún día tuviera que cruzar el filo de mi espada con el de sus lenguas, voto a Dios que no sé quién ganaría. Así de afiladas las tienen.
Shampianne se colocó detrás de él y comenzó a masajearle el cuello. Estaba duro. Quizá se debiera a su enorme musculatura. Quizá, a que vivía permanentemente tensionado.
-Puedes ir con Dojokán a comprarte algo si quieres. Yo esperaré aquí.
-No, tonto. Yo quiero ir contigo.
Ranmakán se levantó de improviso y como todas las veces que hablaban de ello, le abandonó con la misma promesa que jamás se cumplía.
-Quizás mañana. Cuando halle mi "e". Hoy he vuelto a soñar con ella. Quizás…por aquella letra sí que bajaría a tierra.
Así fue, su Señoría, el primero de los cuatro días en los que observé la nueva vida de Ranma. Mi padre, Anticlímax, llevaba el gesto serio y adusto. Normal. Lo de la "e" no le gustaba nada. Le había salido bien lo de emparejarlo con Shampianne. Pero ahora, los celos de la del cabello morado y su eterna melancolía por no congeniar su delicada femineidad con la rudeza de la vida de pirata, amenazaba con destruir su plan. Si no conseguía que fueran felices, la treta no le había servido de nada. Más importante aún, estaba el temita de la "e".
-¿Qué opinas? –me dijo-. Es raro…sin llegar a la ironía pero raro. Lo normal es que un pirata busque una "X".
-Nada de raro –le repuse, nuevamente esperanzada. Ya sabéis, las pro-Akanes nos agarramos a un clavo ardiendo si hace falta-. Y sí que es irónico. A Ranmakán, la encarnación de Ranma en Sandokán, de improviso, le falta una "e": "RANMAKANE". Está muy claro. Así sería su nombre completo.
-A lo mejor -repuso Anticlímax-. Y a lo mejor, me ocupo yo que se casen antes de que la encuentre. Luego, ya sabes. Un "plafui" divino (que suenan "plafotsh") y al otro mundo.
He de reconocer, su Señoría, que si ya de por sí, los dioses manipulan la realidad con asombrosa velocidad y precisión, cuando el temor toma el control de sus almas, lo hacen con la rapidez del rayo. Al día siguiente no era todavía de madrugada cuando ya Dojokán reportaba la rauda aproximación de un pequeño bote remado por un personaje desconocido desde Mompracem. Pañuelo rojo sobre la pelada, un arete dorado en la oreja izquierda y otro plateado, colgado de la izquierda, muy cerca de un loro parlanchín. Su osadía de acercarse solo y desprotegido al sitio más peligroso del mundo, despertaba cierta admiración y algarabía entre la tripulación.
-¿Quién será? ¿A qué viene?
-A lo mejor es Furinkán –farfulló Ranmakán sin dar más datos. Era el único integrante de su tripulación que faltaba. Además acostumbraba a disfrazarse cuando realizaba expediciones por tierra. Se había ausentado hacía un mes por citación expresa del gobierno británico. Inicialmente Ranmakán se había negado a negociar nada pero su subcapitán había insistido. Le garantizaban protección total mientras duraran las negociaciones y nada perdían por escuchar su oferta. A lo mejor se acordaba alguna especie de ruta protegida para sus mercaderes a cambio de dinero. La rechazarían pero en el proceso aprenderían algo: por dónde les gustaría a los ingleses que no les atacaran, valiosa información que bien valía el riesgo de que apresaran a Furinkán. De todo esto, nada sabía el resto de la tripulación que le hacían en el otro extremo del mundo, enterrando parte del último botín.
Efectivamente, cuando ya quedaban pocas brazadas para llegar a destino, Dojokán descubrió bajo los miles de utensilios que le asemejaban al pirata clásico, a su subcapitán, hombre de pocos atavíos que jamás se acercaría a un loro, anillo o pañuelo a la hora de ponerse sus sobrias camisas y pantalones de pirata.
Desde luego el recibimiento fue puro alborozo. Todos sus compañeros, incluida Shampianne, disfrutaban de su amena compañía. Su fuerza, similar a la de tres búfalos y su valentía, le hacían un compañero irrechazable a la hora de atacar al enemigo. De hecho, había quien aseguraba que Furinkán era capaz de aguantar el solito y sin caerse el paso de un huracán por sobre su cabeza.
El buen subalterno subió a la embarcación en un santiamén esbozando una gran sonrisa, abrazó a todos y cada uno de los camaradas que le salieron al paso para darle la bienvenida mientras miraba a uno y otro lado en busca de Ranmakán.
-¡Capitán! ¡Capitán! –exclamó apenas le vio-. ¡Buenas noticias! ¿Qué digo: "buenas"? ¡Buenísimas! Nos han indultado.
-¿Y?
-Pues eso, señor –repitió Furinkán, ignorando el gesto de desprecio de su jefe-. Los británicos ya no nos perseguirán más si abandonamos la piratería.
-¡Airen! –saltó Shampianne sobre Ranmakán y le atrapó entre sus brazos colgándose del cuello-. ¡Por fin! Ahora poder casarnos. Tener hijos. Pasear por los parques…dar la vuelta al mundo si extrañar la aventura, pero por tierra en lugar de por mar. Un mundo de posibilidades.
Furinkán le guiñó el ojo con picardía a la amazona de cabellos morados.
-No solo eso. El perdón es sin condiciones. Podéis quedaros con el tesoro e invertirlo dónde y cómo queráis. Somos todos ricos y libres.
Me permitirá que parafrasee a mi padre en este punto de la historia, su Señoría. No se trata en este caso de ser repetitiva ni de carencia de un vocabulario más amplio. Por el contrario, si digo que he visto con estos propios ojos a la ironía en estado puro es porque realmente no se puede describir con otra palabra lo que ocurrió a continuación. Los mismos hombres que exponían la vida sin pestañear por su capitán, los mismos hombres que acataban su liderazgo como si se tratara de una ley no escrita, los mismos que se consideraban hermanos en el más amplio y profundo sentido de la palabra, le traicionaron a las primeras de cambio por un poco de dinero. Ni el amor, ni el odio, ni el bien, ni el mal, ni los celos, ni la generosidad. El mayor poder en este mundo, el que más influye en nuestras acciones es, ha sido y lo será por siempre, el asqueroso dinero. Incluso me atrevería a ir más lejos. Si el dinero, Señor Juez, no ha solucionado alguno de sus problemas, es simplemente porque no ha utilizado suficiente de él. Y a la inversa. Si la buena fortuna no le ha traído algún mal es porque simplemente todavía no se ha dado cuenta. Pero tenga por seguro que si dispone de oro, por poco que sea, también dispone de infinitos enemigos invisibles. Que se hagan presentes antes o después es por una simple cuestión de burocracia del destino. Como decía, basto con que Ranmakán se interpusiera entre la vida placentera de su tripulación y ellos para que se planeara un motín fugaz y espontáneo. Ninguno de sus subalternos entendía por qué rechazaba semejante oferta ni por qué les obligaba a invadir alta mar otra vez a jugarse la vida para conseguir más de lo que ya tenían de sobra, el oro, arriesgando lo que ya no necesitaban arriesgar: la vida.
Solo Furinkán intentaba darle un tono psicoanalítico al asunto para ganar tiempo.
-Dicen que el capitán no pisa tierra desde hace diez años. Seguramente de eso se trata todo. Basta con esperar a que junte el coraje. Todo sabemos que no puede tardar mucho.
-¡Da igual lo que piense ese acomplejado! –protestó Dojokán-. Desembarcamos nosotros y listo.
-¡No! La oferta es para Ranmakán y su tripulación. Es él quien tiene que firmar los papeles. Y como vuelvas a llamarle así no respondo de mis actos.
-Pues algo habrá que hacer. Se supone que nos convertimos en piratas para atesorar riquezas y eventualmente gastar el dinero…vivir como reyes. De ninguna manera, por amor al peligro y la aventura. No somos poetas románticos. Somos forajidos.
Furinkán desenvainó su sable y lo depositó lentamente sobre el pecho de Dojokán.
-Somos lo que somos por él. Antes de conocerle no éramos nada.
Como le decía, su Señoría, aunque el asunto parecía zanjado con aquella demostración de lealtad del subcapitán que provocó que toda la tripulación recuperara su cordura entre muestras de vergüenza extrema, la ironía del asunto radica precisamente en que no fuera Dojokán quien a la postre le traicionó sino el mismísimo Furinkán. Ocurrió durante la noche del segundo día, cuando capitán y subcapitán coincidieron en la cubierta del barco en el mismo turno de vigilancia.
-Todo en orden, capitán. Puede descansar si lo desea. Yo continuaré con la vigilancia.
Ranmakán le dio una palmada en el hombro.
-Mi buen Furinkán, no necesito descansar. El trabajo del pirata no acaba nunca…hasta la tumba.
Como recordará, Furinkán odiaba todo tipo de aparejo que adornara su cuerpo. Así pues, bajo la tenue luz de la luna, sin nada que ocultara sus facciones, no le resultó difícil a Ranmakán descubrir una expresión fiera, casi maldita.
-En algún momento habrá un final…digo yo, mi capitán. Después de todo, somos hombres. Fijamos nosotros mismos nuestro destino. Para muchos de nosotros, la piratería no es un medio de vida. Solo un atajo para realizar nuestros propios y extravagantes sueños.
Ranmakán dirigió la mirada a la luna. Imagino que por no verle. Ya sabe; difícilmente exista un paisaje más feo que la mirada de desilusión de quien solía admirarte. Su luenga caballera negra ondeaba, impávida, bajo el frío de la noche. Aún si hubiesen dispuesto de células sensitivas, aquellos pelos no se hubieran quejado del frío, su amigo y mejor compañero de viaje desde pequeño.
-Existen profesiones que son de por vida. Pirata, poeta, censor y recogedor de plimps. Ejercerlas por el botín se trata de un insulto a la más pura esencia de las cosas. ¿Un médico que salva vidas por dinero? Vale; es repugnante aunque lo acepto. ¿Pero arriesgar la vida y pasar miles de calamidades por dinero? Hay que ser idiota. Nuestro trabajo no es enriquecernos. Todo lo contrario. Nuestro objetivo es quitárselo a ellos, los malvados. Repartir el oro. Acabar con la injusticia.
Los ojos de Furinkán relampaguearon.
-Capitán, ¿me está queriendo decir que se cree una especie de Robin Hood de los mares? Lo siento, pero no puedo aceptarlo. Usted se viene ahora mismo conmigo, firma los papeles y luego sigue solo sus ensoñaciones ridículas.
Ranmakán seguía mirando la luna mientras Furinkán desenvainaba nuevamente su espada, esta vez apuntándola hacia quien nunca creyó que lo haría.
-Deja eso, amigo mío. No es propio de "hermanos" arreglar las diferencias con armas.
Dijo todo esto mientras se alejaba en dirección a su camarote. Los ojos de mi padre relampagueaban también. Odiaba tanto a Ranma que había olvidado que no le convenía que muriera entonces. Yo, por mi parte, creo que gritaba. Sí, sí, por supuesto que lo hacía. Las gotas de lluvia se mezclaban con mis plims mientras le vociferaba: "cuidado, Ranma, cuidado. Detrás de ti". Inútil. Jamás me oiría y menos si utilizaba el apelativo equivocado, se trataba de su reencarnación. Así, pues, su Señoría, Furinkán viéndose solo, armado y con su enemigo dándole la espalda, elevó el sable todo lo que pudo y lo dejó descender con energía. Si nada le ponía remedio le rebanaría un brazo. Terrible desenlace que no se produjo, tan solo porque entonces se interpuso un cubo que cayó del mástil mayor. A lo mejor fue debido al viento o por el bravo oleaje, o quizá solo suerte. La cuestión es que el primer golpe de Furinkán no dio en el blanco. Ni el segundo, ni el tercero que nuevamente se vieron desviados por una vela que se desprendió justo a tiempo y por una escoba que casualmente acertó a descansar en el sitio menos conveniente para la trayectoria de ataque que había elegido el subcapitán. El cuarto y último golpe homicida, murió en la puerta de su camarote. Para entonces tanto revuelo se había armado, que ya toda la tripulación presenciaba el ataque y se unía al improvisado motín.
-¡Es extraño! –bramó Dojokán-. No le he oído echar la llave y sin embargo la maldita puerta no se abre.
Mientras tanto en el interior, Shampianne se enteraba de todo.
-¿¡Un motín?! ¡Dios mío, tener que atrancar la puerta, poner una barricada con los muebles.
-No hace falta. Les haré frente. Es mi tripulación después de todo. No debo esconderme.
Shampianne miró, incrédula a la puerta. Por los ruidos del exterior estaba claro que los piratas porfiaban desesperadamente por tirarla abajo. No comprendía muy bien qué clase de embrujo les impedía entrar pero sí, que la batalla sería inminente.
-¿Pensar en vencerlos? Saber que ser muy fuerte pero…
-…no digas tonterías –le interrumpió Ranmakán-. Por supuesto que podría vencerles a todos juntos si quisiera. Pero no pienso mover un dedo en su contra. Serán tontos pero son mis hermanos…como tú.
Shampianne estaba tan aterrada por la situación que tardó en procesar la daga que le había clavado Ranmakán en el corazón con ese apelativo. En ese entonces, solo le importaba salvar el pellejo.
-¿Qué pensar hacer?
-Nada. Así se trata a un hermano furioso. Con paciencia.
Shampianne pegó un puñetazo en la mesa.
-¿Por qué estar furiosos? ¿Qué haberles hecho?
-Poco. Solo, pretender que me quieran más que al dinero.
Shampianne apoyó el oído sobre la puerta mágica que se negaba a permitir que Ranmakán se inmolara tan fácilmente.
-Parece que se han rendido. Ya no la golpean.
En realidad, señor juez, solamente habían cambiado de táctica. ¿Para qué atraparle en alta mar y correr el riesgo de que se escape si podían hacerlo, ya, con el barco anclado en el puerto de Londres? Poco a poco a medida que la embarcación era dirigida a su perdición por los piratas amotinados, el corazón de Shampianne comenzó a relajarse. Todavía tenía un par de días para convencerle. Si jugaba bien sus cartas, Ranmakán firmaría el tratado por voluntad propia, haciendo innecesario el motín y por tanto, tendría su final feliz.
En este punto, su Señoría, hasta mi padre tuvo que rendirse a la evidente fuerza del amor y aceptar que había fracasado al menos en parte. Como habrá podido deducir, Ranmakán se pasó encerrado sin salida posible durante varios días con la despampanante Shampianne quien, dicho sea de paso, utilizó todo tipo de tretas sugerentes para intentar llamar su atención. Y sin embargo, ni cedió en su empeño ni demostró la más mínima atracción por ella. Más bien, se pasaba las horas como ausente, calculando junto a la escotilla el rumbo prefijado. Hasta que finalmente se levantó.
-Mal asunto. El tonto de Furinkán ha escogido la ruta más rápida en lugar de la más segura. Si no intervengo, pronto encallaremos.
Shampianne se arrojó a sus brazos por enésima vez en cuarenta y ocho horas. Solo que en esta ocasión, habló con palabras sinceras.
-No ir. Ellos matarte.
-Tengo que hacerlo. Alguien podría salir herido.
Shampianne observó cada uno de los poros de la frente de su amor. De ninguna de ellos salía la más mínima gota de sudor. Ni dudaba ni mentía.
-¿Airen arriesgar vida por salvar de un potencial daño a uno de los amotinados? No entender. Si a ti convenirte encallar.
-Soy el capitán. Es mi trabajo proteger a mi tripulación, incluso si esta desoye mis órdenes e intenta suicidarse. Además la eslora podría dañarse. No lo permitiré.
Cuando Shampianne se quedó a solas dada la dócil apertura de la puerta del camarote, perdió los ojos y la vista en el techo y exclamó.
-¡Shampianne envidiarte, barco horrible! A ti te prestarte más atención que a mí.
El recibimiento fue fugaz. Bastó que asomara un pie para que sin que se defendiera realmente, tres de sus ex subordinados le maniataran. Luego le llevaron ante su nuevo capitán.
-Te queda bien el sombrero, Furinkán. Si eso es lo que querías tan solo tenías que pedírmelo.
Como tantas otras veces, el anteriormente subcapitán se sintió desnudo y receloso ante las imprevisibles palabras de Ranmakán. Tanto que tuvo que acomodarse el largo sombrero de capitán tres veces sobre la cabeza hasta asegurarse de que no se caería.
-¿Hubieses resignado la capitanía si te lo hubiera pedido?
-Por supuesto –aseveró el tigre de la Malasia-, por un hermano, por un amigo, todas mis posesiones y más aún. Sin condiciones ni preguntas.
Furinkán clavó su espada en el suelo, muy cerca de las piernas de Ranmakán.
-Entonces, accede a bajar conmigo a tierra y firma el maldito indulto.
-He prometido a mi padre, el panda de la Malasia, en su lecho de muerte, que nunca dejaría de ser un pirata.
Furinkán volvió a coger su sable y esta vez se lo apuntó a su garganta.
-No me dejas otra alternativa. Los ingleses previeron esta ridícula reacción tuya y me han dado otra opción para indultar al resto: la entrega de tu cabeza.
Ranmakán suspiró y luego apoyó la nariz sobre las recias tablas de su barco.
-Eso sí que puedo dártelo, amigo mío. ¿¡Irónico, verdad!? –exclamó Ranmakán-. La cubierta se ha construido con antiquísima madera del árbol del amor y ahora yo voy a mancharla con mi sangre. Corta cuando quieras.
De hecho, a pesar de la curiosa declaración de Ranmakán, mi padre sonreía. Sí, había matado a Akane en el pasado. Pero, nunca se había deshecho del "cuerpo". Tranquilamente podía haberse construido el barco con madera "akanil". Dada su escasa reacción, todo quedó muy claro en mi cabeza, Señor Juez. A Anticlímax ya le daba igual el desenlace amoroso siempre que Ranmakán fuera eliminado sanguinariamente. Yo en cambio, estaba feliz. ¿Qué duda cabía? Akane, la tan querida y esperada Akane, había hecho por fin, acto de presencia. Solo faltaba que se inclinara un poco para que Shampianne cayera por la borda y final feliz. Vale, de acuerdo, extraño y enrevesado, pero final feliz, su Señoría. Ya me los imaginaba al capitán y su barco desapareciendo a solas en el horizonte…¿Y qué decirle sobre lo que pensé, cuando efectivamente, el barco pareció cobrar vida de pronto y provocó nuevamente con sus meneos que un cubo de agua cayera sobre el puño de Furinkán y este soltara el arma? Allí estaba toda la explicación. El por qué no podían abrir la puerta los amotinados o cómo fue que Furinkán no pudo clavarle el sable cuando discutieron dos noches atrás. ¡Akane le protegía! Era tan bonito y romántico…tan…tan…no me salía la palabra…señor Juez, solamente, me sentía como relajada, luego de la enorme tensión de los acontecimientos. Y segura, muy a salvo en aquel instante infinito que duraba desde el punto de máxima tensión de la historia hasta el desenlace…
-…Esa palabra que buscas, hija mía –interrumpió mis pensamientos mi padre-, es "anticlímax", la figura retórica por excelencia, la pausa antes de la tormenta final. Sería irónico que ahora que apareció Akane, yo los mate, ¿verdad?
Me quedé helada, fría y petrificada. Tan absorbida estaba por la tonta historia de piratas que había olvidado que el gran villano de mi relato era Anticlímax y no, Furinkán. Por suerte, no hizo falta que el Dios de la ironía interviniera. Antes, quiso el destino que se cumplieran las advertencias de Ranmakán: el barco que navegaba a la deriva sin que nadie lo manejara, quedó varado entre unas rocas de poca profundidad.
-Parece mi "capitán" –dijo Dojokán con sorna y enfatizando esta última palabra-, que al final tendremos todos que bajar a tierra. Lo quiera o no. La costa no está muy lejos. Los botes han quedado inservibles desde la última tormenta pero si sacamos algunas maderas de aquí y otras de allí –señalaba las partes menos importantes del barco- podremos armar una balsa lo suficientemente fuerte para transportarnos a todos…luego volveremos a por el oro.
Aquella idea horrorizó Ranmakán. La simple sugerencia de desmantelar el barco le producía náuseas. Antes prefería mil veces arrojar el dinero por la borda y perder así el suficiente peso para flotar por encima de las rocas. Puesto a elegir entre el bien material inerte y el medio de vida, escogería sin duda el segundo. Luego, se escabulló entre la muchedumbre de piratas sorprendidos, con la agilidad de una gacela y accedió a la sala del tesoro. Solo dos personas tenían la llave. Él mismo y Shampianne. La mitad del trabajo, introducirse en la cámara cerrada y volver a cerrar todo con llave, la ejecutó con inusual presteza y precisión. La segunda, tirar todo por una pequeña escotilla, le demandaría más tiempo. Se trataba de un acto de puro desprendimiento terrenal que solo se podía realizar en soledad. La monedas iban cayendo una a una al agua, deslizándose como granos que caen en el molino.
De pronto, una voz conocida le interpeló.
-¿Qué hacer, Airen?
-Salvar el barco, amiga. Veo que me has leído la mente y has venido a ayudarme. ¡Perfecto! Entre los dos terminaremos antes.
Incluso yo, Señor Juez, una pro-Akane de primera generación (recordad que tengo miles de años y por tanto asistí a la publicación de la primera edición de Ranma 1/2) sentí una enorme desilusión al notar lo que había hecho esa víbora. Puerta abierta, conspiradores o mejor dicho, secuaces a cada lado y una cara de yo no fui que no engañaría a nadie.
-¡SHAMPIANNE! Yo…creía que te caía bien.
-Caerme bien tu dinero. Tu elegir el barco por encima del tesoro y yo al tesoro en lugar de a ti. No odiarme. En el fondo, estar salvándote la vida.
Luego le encerraron en la misma cámara del tesoro, vacío y abandonado. Cada tanto oía la laboriosa tarea de destrucción que se forjaba en la superficie de la embarcación. Estaban llevando a cabo metódicamente la idea de Dojokán.
-¡No! ¡Al barco no! –les gritaba- ¿Qué clase de cobarde ataca a lo que no se puede defender?
-Uno que haberse hartado de aguantarte –le respondía Shampianne.
Entonces el feroz tigre de la Malasia, rugió su peor insulto, uno tan potente y sincero que a pesar de carecer de la magia suficiente para hacerse realidad, a la postre, se cumplió en otras vidas.
-Yo os maldigo. A ti, Shampianne, que jamás serás feliz. Y a vosotros, Furinkán, Dojokán, que nunca volverá a circular sangre por vuestras venas.
Seis días después, Furinkán y su nueva esposa de cabellos morados llegaron a Londres y vendieron la ubicación exacta del barco encallado y su prisionero a la flota inglesa por un puñado más de oro. En el fondo no se trataba de hurgar más en la herida. Para cuando llegaran los ingleses –otros seis días más de viaje en dirección contraria-, ya habría muerto de hambre.
Efectivamente, la puntual fragata británica se encontró con un escenario lamentable. Ambos, el barco desmantelado que yo creía que era la encarnación de Akane, y Ranmakán se encontraban en las últimas. La una, con sus partes flotando a diestra y siniestra por al menos dos kilómetros a la redonda y el otro, débil y sin fuerzas luego de casi dos semanas si comer ni beber nada. El piadoso lord inglés, Mr. Aoudham, que comandaba la fragata no quiso tomar prisioneros ni ensañarse más con ellos. Tan solo dio una orden:
-Fuego.
Desde luego, su Señoría, la puntería de los cañones ingleses era perfecta. Así pues, nadie se ocupo de escarbar en la humareda que se levantó a continuación ni rastrear el cuerpo en aquellas frías aguas. El barco, destruido, y el capitán agonizante merecían perecer a solas. Sin testigos ni molestos espectadores que arruinaran su romántica despedida de este mundo.
El primer en salir a la superficie fue Ranmakán. Aún entonces, en medio de la noche y en condiciones de evidente hipotermia corporal, no temblaba. Eso sí, casi ni tenía fuerzas para nadar.
-Es cuestión de tiempo –disfrutaba de la escena mi padre-. Pronto morirá. Hoy he fracasado pero da igual. Siguen desincronizados. Ambos reencarnarán tan lejos del otro que tengo la victoria asegurada. La próxima vez no seré tan ambicioso. En lugar de la ironía de intentar enamorarlo de una Shampoo, me conformaré con una que se parezca a Akane pero no sea ella. Una Kagome o una Sakura Mamiya me servirán.
¿Su Señoría, usted cree en el amor? No me refiero al simple y normal, al amor en el que cree toda persona simple a la hora de casarse y que carece de toda trascendencia. Ni al fantasioso y poco realista de la gente enamoradiza que luego se diluye en la nada. Estoy hablando del de verdad. El que es mágico pero gracias al arduo trabajo de los dos componentes de la relación. El que se construye peldaño tras peldaño de forma infatigable para llegar hasta la luna. El que no se rompe porque lleva raíces tan profundas de comprensión y atracción que soporta cualquier golpe. Ese amor que solo existe en este mundo a cuentagotas. ¿Cree en él? ¿Cree que sea posible aunque sea una vez pegarle una bofetada en la cara al Dios de la ironía? ¿Un plafui cósmico? Yo más que creerlo, lo sé. Lo he visto con mis propios ojos.
Cada tanto el voraz océano escupía a la superficie algún que otro resto de la embarcación: botellas de ron, cuerdas como lombrices que se enroscaban y desenroscaban según el influjo fluctuante de las mareas y un sinfín de pertenencias de los piratas. Ya estaba por hundirse el bueno y valiente de Ranmakán cuando salió a flote una última tabla, la del respaldo de su cama. Allí había tallado durante sucesivas noches la imagen de la mujer con la que soñaba. Era, sin lugar a dudas Akane. Más aún, acudía a salvarle justo cuando las fuerzas ya no daban más. Agonizante y extenuado se subió sobre ella y le miró por fin.
-Desde que vi el curioso diseño de las anillas de la madera con la que confeccionaron mi cama, te noté en seguida –le susurraba al respaldo con dulzura-. Delineaban la silueta de la mujer más hermosa que he visto jamás. Pronto comencé a darle forma humana en mi imaginación y a soñar contigo hasta que no pude contenerme más y tallé con mi espada lo que el dibujo de la madera me dictaba. No fue difícil…era como si te conociera desde siempre y las finas líneas del respaldo tan solo me recordaran lo que ya conocía. No tienes nombre pero te he puesto "E". No sé por qué…supongo que intuyo que eres lo que me falta. Algún día te hallaré, a la versión tuya de carne y hueso. Te prometo que no te dejaré ir cuando eso ocurra.
Luego cayó exhausto sobre ella y cerró los ojos. La abrazaba con fuerzas, por miedo a caerse a las aguas o más probablemente por puro amor. Sus labios casi rozaban los de la Akane de madera cuando mi padre estalló como nunca lo había visto. Faltaban algunos instantes para que se besaran o el corazón de Ranmakán produjera su último latido. La tensión entre ambos desenlaces posibles me impidió verle levantar su brazo izquierdo, el que utilizaba para invocar rayos. Por esa misma razón, su Señoría, por pura distracción, no me di cuenta que venía el rayo hasta que ya había perforado el pecho del pirata y partido en dos la cara tallada de Akane.
Fin de la tercera parte.
Historia Bonus
El cambio de Bulmita.
Luego de pasarse horas, días, meses y años, llorando a diestra y siniestra, ayer Bulmita decidió dejar de derramar plimps por un día entero, gran proeza que no había sido capaz de realizar exitosamente ni en una sola ocasión desde que tengo uso de razón. Todo comenzo el día anterior, punto de inflexión en los que sus llantos matutinos por no hallar un vestidito que combinara con su gorra llegaron a tal extremo que Minefine7 optó por sugerirle que se fuera a freir espáragos. Al salir del cole la escalada de dolor se mantuvo in crescendo ya que desde su punto de vista "la excluíamos de la familia" por no preguntarle primero a ella cómo le fue en clase (Gohan había salido antes). A la hora de comer, las plimps seguían resbalando por su rostro debido a un ligerísimo desacuerdo sobre lo que ella pretendía comer y los que Minefine7 había cocinado. Y así todo el día.
Por la noche, estábamos por llegar a nuestro límite de paciencia, cuando se me ocurrió la brillante idea de insinuarle que no era capaz de pasárselo bien sin llorar.
-Claro que puedo...pero no quiero.
-No puedes.
-Sí puedo.
-No puedes.
-¡Buahhhhhh!
Y así se fue a dormir (irónicamente llorando porque le parecía injusto que le dijéramos que le gustaba llorar), exhausta y lagrimeante, envuelta en plimps de bronca y dispuesta a demostrar que me equivocaba. Efectivamente, al día siguiente amaneció un sol de dulzura que por poco encadila nuestros ojos con la potencia de su sonrisa y alegría de vivir. Locuaz, feliz, generosa, mimosa y sociable. Y sobre todo, inmune a las provocaciones de Gohan que, como todo hermano mayor, se tomó como un reto personal arruinarle el día con golpes, hurtos y frases agresivas...NADA, todo acto negativo de Gohan, la vida o el mundo rebotaba en su dulzura y enorme capacidad de consensuación. Por la tarde ya se había hinchado bien de elogios y por la noche se encontraba más radiante que nunca y satisfecha. Incluso Gohan había ya enterrado el hacha de guerra y aceptado que había perdido. A eso de las 21hs vino a visitarla su mejor amiga y compañera de Gohan, Yajiroba. Alborozo, emoción, suspenso, juegos de niñas, cuidar al bebecito oso enfermo, escribir cartitas con rotulador y corretear por los pasillos...hasta que de pronto...¡paaaaf! Bulmita tropezó y cayó sobre ambas rodillas que amortiguaron el impacto al precio de pasparse bien. Bulmita se mordió un labio, luego otro. Faltaría una media hora para que se cumpiera el plazo y lo sabía. Se tapó los ojos con ambas manos y...se largó a llorar. ¿Irónico, verdad?. Igual lagrimeó poco. Muy poco. Lo suficiente para desahogarse mientras el doctor sensei jugaba a que le desatornillaba la rodilla y le encajaba una nueva de repuesto.
-Pensaba que ibas a llorar más. Que te iba a dar tanta pena no poder cumplir con el plan que ibas a estar inconsolable.
-Ya...aprendí la lección. El objetivo no es llorar. Es ser feliz.
-¿Entonces mañana no vas a...?
-MAÑANA SERÁ OTRO DÍA Y PASARÁ LO QUE TENGA QUE PASAR.
Fin de la historia bonus.
Comentarios
Estimada Akyfin02. Levanto la mano y digo: "Akyfin no ha aprendido a hacer vueltas de tuerca leyendo mis fics", ya salió así de fábrica.
No culpo a Gohan...por eso sigue vivo. Es culpa mía por no amordazarlo en medio de un evento social.
De esas de perderme en el autobús me han pasado muchísimas a lo largo de mi vida. La que conté fue la primera y más traumática. Pero tengo muchas otras. En casa ya estaban tan acostumbrados a que ni siquiera supiera decir por dónde estuve perdido que ni preguntaban. Es el gen Ryoga que todos llevamos dentro.
Viendo que nadie acertó, daré la respuesta al acertijo: El Devorador de Almas se llama "César".
Estimada Daia. En realidad este fic se me ocurrió hace mucho, cuando redactaba "A la deriva en el Más allá". Tenía planeado que Ranma reencarnara y se enfrentara en sucesivas encarnaciones a un Dios que hiciera de villano pero al final opté por desarrollar lo de Wu-Bei. La semana pasada tomé consciencia de que ahora sí tenía ya delineado un personaje que casualmente era un Dios y era maligno y aproveché para reciclar la idea. ¿Irónico, verdad?
Estimada Yuchyram (cap. 45). Gracias.
Estimada Yuchyram (cap. 49). Sí, en este caso me he repetido. En todo caso, mi intuición masculina me dice que no soy de repetirme mucho: plimp, plafui, Ibuki.
Estimado hikarus (cap. 90). Escálibur y referencia al fic de Ai. Sí, pobre Kuno aunque de seguro terminó cumpliendo los deseos de Nabiki, gustoso.
Estimado hikarus (cap. 91). Las respuestas nunca son las correctas. Da igual lo que respondas, lo importante es hacerlo. Jamás de los jamases debes callar. El castigo por intentar escabullirte suele ser peor que pasar por la misma trituradora dos veces seguidas.
Estimado hikarus (cap. 92). Efectivamente al final vamos a saber por qué es malvada Ibuki pero no en este fic, en el especial 100.
Estimada minefine7. Si más adelante, Bulmita quiere crecer y tener novios a la corta edad de veintisiete años, no puedo impedírselo pero procuraré retrasarlo, ¿vale?
La historia del monopoly fue tal cual como la cuento. Lo que tú crees recordar es de otra historia que por pura vergüenza no pienso narrar.
Estimada Ai. Pregúntale a tu padre si quiere que crezcas y luego hablamos.
Era fáaaaacil. Reencarnan sin cesar hasta que venga el Devorador de Ilusiones y lo arruine todo. La canción de 31 minutos dice casi lo mismo (bailan sin cesar) pero lo remata con un: "hasta que venga César y lo arruine todo".
Era Corbin Bleu.
No recuerdo del todo bien nada de mi propia vida actual de antes de hace un mes...menos me voy a acordar de vidas pasadas.
Es lo bueno de las escenas vergonzosas, una vez pasada la vergüenza uno las recuerda con cariño y si sirven para hacer feliz a otra gente, pues ha valido la pena el sofoco.
¿Ibuki la hija de Sayuri? No me acuerdo. Creo que la niña se llamaba Ibuki luego crecía y tenía una hija que se llamaba Sayuri. Aunque también creo recordar que me hice bolas en algún momento de la redacción y empecé a nombrar a Sayuri con el nombre de Ibuki, error que me dio mucha pereza subsanar.
¡Los piojos! Ya aparecerán.
Sería lindo que lo hicieras para el 100.
¡ME ENCANTAN LAS FERIAS DEL LIBRO! Siempre voy sin dinero para comprarme pocas cosas y aún así vuelvo cargado. Será magia.
