Advertencia: Hay tres formas de leer esta historia. 1) Perteneces al 3% de mis lectores que sí ha leído los otros 99 capítulos y además eres pro-Ibuki. ¡Enhorabuena! Esta es tu historia. La que vienes esperando desde hace tiempo. 2) Perteneces al otro 6% de mis lectores que ha leído los 99 capítulos anteriores y eres anti-Ibuki. ¡Enhorabuena! Luego de esto no tendrás que volver a soportarla. 3) Eres del 91% restante al que le da igual si a Ibuki le atropella un tren o se gana la lotería. ¡Enhorabuena! Ranma y Akane aparecen…aunque luego de unas escenas introductorias. Tened paciencia.
Ibuki 1/2
Primer Acto: Ibuki Ibuki.
Está es la historia de Ibuki. Mi historia. Una que se repite de generación en generación desde el comienzo de los tiempos con diferentes protagonistas y un mismo resultado. La aventura de apostarlo todo por amor y la desventura de perderlo. El simple y desnudo amor no correspondido que recuerda un poco a la soledad del lector desvelándose a la luz de una vela. Ambos, indudablemente solos, ambos atrapados por un poder más grande -el amor o la literatura- que les atenaza a un asiento y les impide conciliar el sueño. El uno volteando la siguiente página, jurándose a si mismo que es la última y que luego se recostará a despejar la mente de las imágenes fantasiosas de la literatura. El otro exhalando, a su vez, el último suspiro jurándose también que es el último y que luego se recostará a despejar la mente de unas imágenes aún más fantasiosas: las del amor. Yo caí a caballo de unas y otras representaciones. Creyendo que las ensoñaciones del alma que invadían mi juicio eran algo más que meras mentiras que me inventaba para disimular mi tristeza. Por esa época me deleitaba actuando de "niña adolescente perfecta". Niña porque disfrazaba mi juventud por otra más juguetona y rebelde. Adolescente, porque ya empezaban a germinar en algunas llanuras de mi corazón, rosas con largos tallos repletos de espinas. Y perfecta…porque era una Ibuki. Ni se esperaba otra cosa de mí, ni se me toleraría un rendimiento menor a la perfección en ninguna área de apreciación objetiva. Y por supuesto actuaba. Por vocación, por necesidad y por mis ovarios que para eso había nacido yo, para actuar. Si no me consideraba una niña –sufría demasiado para serlo-, ni una adolescente –vivía demasiado poco para considerarme tal-, ni mucho menos una Ibuki, una "doña perfecta", ¿qué otro remedio me quedaba que actuar? Ninguno. Os lo aseguro. En casa de Ibukis no existe peor afrenta que el sonido de un plafui nervioso e impulsivo. Aunque reconozco que mis plafuis nunca llegaron a sonar como tales. "Plfasht" fue lo más cercano que conseguí, aquel día en que el amor tocó a mi puerta, una puerta pomposa y dorada, por cierto, propiedad de la familia más rica y odiada de la ciudad, los Ibukis.
No sabría decir si "rico" y "odiado" fueron siempre palabras sinónimas. Seguramente existirían familias acaudaladas que manejasen mejor su imagen pública. En nuestro caso, probablemente debido a cierto desdén hacia las habladurías…, la bilis y envidia de nuestros semejantes había germinado en una especie de aura de respetuoso rechazo que nos aislaba más y más del mundo a medida que el botín de la caja fuerte iba creciendo. Tampoco sabría decir con exactitud quién de todos mis numerosos tíos políticos había decidido, al ver mis mechones dorados de bebé, que yo debía ser el summum de la ibukez y por tanto la mujer más odiada de la historia pero el caso es que ese mismo tío procuró que se me nombrara como mi apellido, Ibuki Ibuki, y que se me educara para mandar. Ni reina, ni princesa que esas disponían de prestigio. Jefa, guante de hierro, alma de abogado y corazón de amattista. Mi talento natural para el arte y mi bondad eran meros detalles que ya se encargaría la familia de podar hasta conseguir que su niña, aquel bonsái que esculpían a imagen y semejanza del clan, decorara de la mejor manera la gélida sala de estar de los Ibukis. Todo se resumía a ser una sirena que no sabía nadar o aprender a hacerlo, aunque eso significara abandonar todas mis convicciones y cualidades innatas por otras peores. La tercera opción, la que había escogido, consistía en actuar de Ibuki, punto intermedio que conformaba a mis semejantes y me daba la oportunidad de ser yo misma, una actriz indigente en un mundo sin sentimientos.
Y un buen día conocí a Hachiro. Teníamos diez años cada uno. Miento. El tenía once. Aunque parecía de quince. Tan alto, fornido y melancólico. Los Ibukis habían organizado un evento de caridad de esos que les permitía evadir impuestos por un monto muy superior al invertido. En dos salones contiguos se encontraban ambos extremos de la sociedad. Una delgadísima pared separaba a los pobres que accedían por fin a un plato de macarrones y un vaso de agua, de los invitados de mi familia, la alta sociedad de Nerima, que bebía vichyssoise en cuchara de plata sin asquearse por el inmundo contraste de situaciones, ni mucho menos, por el aún más inmundo sabor de sus sopas frías como sus corazones. ¿Habéis leído bien, verdad? MA-CA-RRO-NES, los míticos fideos pequeñitos y huecos. ¿Quién pudiera? Probar algo así. El legendario plato del pueblo. El sabroso manjar que valía solo dos monedas y llenaba el espíritu y el cuerpo de la gente trabajadora. Y pan. El de verdad, con sal, harina y amasado por un panadero de verdad y no por un pomposo repostero vegetariano y dietético que tenía tan poca idea de amasar algo que no fuera su dinero como un elefante de caminar con sigilo.
Obviamente, me escapé. Nadie podría culparme. Bastaba decir que había extraviado el rumbo para ser disculpada. Una oportunidad así…de vivir, de respirar aire puro, de ver caras de verdad, con las expresiones a flor de piel, sin caretas, maquillajes o rocosas ambigüedades de economista…imposible rechazarla.
Mi huída fue sencilla. Me escabullí entre un mar de piernas, bastones y paraguas. Nadie se dignaba a mirarme ni hablarme. En un evento social así, sobraba. Más complicado fue mi ingreso en el reino de lo prohibido, en la supuesta estancia de la carencia. Lo primero que noté, fue ese airecillo cálido que se oponía con tanto vigor al frío mármol del antro de los ricos. En aquel lugar, sin duda, hacía más frío. Ni estufas ni chimeneas ni puertas firmemente cerradas, nos resguardaban de las inclemencias del tiempo. Sin embargo, la calidez humana, las risotadas, las palabras dichas desde la base del estómago y con fuerza en lugar de entre murmullos, calentaban el lugar. Seguramente allí también reinaría la falsedad y la hipocresía, propias de la naturaleza humana, pero de otra manera. Sin adueñarse de las almas y los corazones. Sin llegar a convertirse en la única razón para vivir y actuar. Si allí había algo de desconfianza por el prójimo, era poca, una parte ineludible e ínfima de estar vivos que nos hacía personas pero que no les enfriaba las ideas. Todo esto noté en un instante, lo que tardaron más de diez padres preocupados en rodearme.
-¿Y esta niña? –se preguntaba uno en voz alta.
-Se habrá perdido –le respondía otro.
-Es guapa –razonó el tercero.
-Y va bien vestida. Seguro que es de los Ibukis –dedujo el más avispado-. Habrá que devolverla. No sea cosa que se piensen cosas raras.
Estaba claro. Mi presencia les causaba recelo pero la notaban. Mucho más que los de la otra habitación. Odiaban a mi familia, probablemente con justa razón y sin embargo, nada de su malestar parecía transferirse a mí por pertenecer a ella. El mínimo respeto hacia mi persona de reconocer mi presencia y el mínimo rechazo. La frase despectiva de mi tío George: "los pobres son gente de `mínimos´" adquiría a la luz de los hechos un significado totalmente diferente. Casi agradable.
-Ven conmigo, Ricitos de oro –me dijo de pronto un muchacho-. Yo te llevaré de vuelta a tu sitio. Esto es peligroso. Para ti y para nosotros.
Era alto, de pelo alborotado y sonrisa pícara, más aún entonces que le faltaban dos dientes de leche.
-El único peligro que me acecha hoy es la vichyssoise esa. Aquí estaré mejor.
Una risotada generalizada se extendió por todo el lugar. Como ya dije, cálida, sincera y de gran consistencia, producida por vapores humanos y pensamientos livianos que casi parecía que cobraban vida al salir de sus bocas. Muy diferente del pesado vapor que salía de la boca del tío Jhon cuando sonreía pensando en sus millones. Aquello pesaba casi tanto como el lingote que rememoraba en aquel instante y se deshacía por su propio peso, sin alegrar la sala ni elevar la temperatura glaciar del ambiente.
-¡Tiene razón! ¡Que se quede! –me felicitaban unos y otros-. ¡Que se quede!
Hachiro, (como habréis adivinado ya, aquel muchacho era Hachiro) no volvió a hablarme en casi toda la noche. Una pena. Me caía bien todo de él. Su aparente desprecio hacia mi belleza y al mismo tiempo su incapacidad de ignorarme (todo lo contrario de los Ibukis que alaban mis gracias pero casi ni notaban mi existencia), el apelativo agresivo que me había impuesto: Ricitos de oro, su constante melancolía como extrañando a una imposible exnovia dada su corta edad. Y también sus rasgos de príncipe en los harapos de un chico simple y necesitado. Era brusco y distante pero se había ofrecido a "salvarme" de mi misma emprendiendo la peligrosa aventura de devolverme a mi familia. Lo tenía claro. Cuando la velada terminara le pediría que cumpliera su promesa y al despedirme le sonreiría con tanta gracia y de forma tan deslumbrante, que jamás se olvidaría de mí. Y ya está. Luego solo faltaría reencontrarnos de mayores.
Y así fue. Al menos al principio. Con mis primeros bostezos Hachiro volvió a ofrecerme su compañía. Dormirme allí definitivamente les metería en problemas.
Asentí entre ruborizada y halagada, más que nada porque se había tomado la libertad de darme la mano y la estrechaba con tanta fuerza que nadie jamás podría separarnos sin su permiso. Al mismo tiempo lo hacía con tanta suavidad, que aquella fenomenal fuerza no se traducía en el más mínimo daño en mis delicados dedos. Él marchaba en silencio y con cara de desprecio pero lo hacía con galantería. De hecho, se esforzaba claramente en evitar que los pálidos rayos de luna que asomaban por las ventanas llegaran a impactar en mi también pálida carita de casi enamorada. ¿Tan frágil me creía? Si era capaz de cuidarme así del terribilísimo peligro de la insolación lunar, ¿qué no haría por mí en caso de que me atacasen cien gigantes?
-Oye –le dije con suavidad-. Tengo que saberlo. ¿Cómo te llamas?
-Hachiro. Pero puedes decirme "hache". Yo en tu mundo no valgo nada.
-Las haches son fuertes como el hierro, bellas como el hielo y deliciosas como los helados. Un héroe sin hache no sería nada.
Hachiro sonrió por primera y última vez en mi presencia. Esperaba una respuesta más a tono con su personalidad. No sé…, del tipo: "las haches también hieren como un hacha". Pero no. Tan solo, callaba. Hecho que por supuesto terminó de desarmarme.
-Y…tú. ¿C-có..mo te llamas? –balbuceó de golpe, a lo mejor descolocado por mis frases poéticas.
-Ibuki Ibuki…pero puedes decirme…
-Jajajajaja –me interrumpió-. ¡Ibuki Ibuki! ¡Por supuesto! ¡Ese nombre te cae perfecto, Ricitos de Oro! Eres la reina de los presumidos.
¡PLAFOSTY!
Le abofeteé hecha una furia. Mano, intención y enojo se movieron a velocidad de vértigo, mucho más rápido que decoro, vergüenza y sentido común que brillaban por su ausencia. No llegué a disculparme. Antes fuimos descubiertos por el ruido de mi indiscreción.
-¡IBUKI! –la voz de mi tío George atronó todo el recinto-. ¿Ese jovenzuelo te está molestando?
No. Claro que no. Le había cacheteado en un acto de furia infantil pero le seguía considerando el héroe con el que me iba a casar de mayor. En seguida supe, sin embargo, que solo en la ficción, en los cuentos de hadas y en los mundos ajenos a la maldad se permitiría que una Ibuki se enlazara con un Hachiro. Mis cinco tíos del grupo de abogados más poderoso de Nerima le rodearon a continuación. Las manos entrelazadas tras la espaldas, las largas y puntiagudas narices apuntándole y los pasos vacilantes del quinteto girando a su alrededor en dirección horaria.
-¿Qué hacemos, Ringo? ¿Una demanda NH3/II?
-No seas tonto, Stuart. Si no tiene dinero. Se huele a la legua.
Stuart Chas, mi tío más odioso, se ajustó las gafitas sobre el prominente apéndice nasal.
-Pues algo habrá que hacer. Castigar su osadía. Veamos, muchacho –volvió a ajustarse las gafas-. ¿Tienes algo que decir en tu defensa? ¿Nosotros te regalamos comida y tú atacas a nuestra niña? ¿Eso te parece una buena forma de retribuir nuestra bondad?
Hachiro se mantenía firme y sereno. Tan guapo y galante otra vez. No le intimidaban. Ninguno de ellos. Por un momento mi corazón volvió a latir con alegría. Si les despreciaba lo suficiente para no tenerles miedo, todavía podíamos casarnos. Solo faltaba enamorarle en el momento preciso.
-Nada he probado de vuestra "bazoficiencia" –escupió al suelo muy cerca de los pies de Stuart-. Ni lo probaría. Dais asco. Podéis quedaros a Ricitos de Oro. Ella, como vosotros, no merece ni mi lástima.
Corazón roto, destruido, pisoteado y machacado. No pretendía ganarme ya su favor. Pero me indignaba su desprecio. Cierto que me lo merecía por abofetearle en público y meterle en semejante berenjenal pero yo albergaba algo de esperanza. Ese tartamudeo al preguntarme el nombre. Esa sonrisa que se había dado el lujo de dejar escapar frente a mi. En otro mundo y otras circunstancias…quizá. En este, solo podía esperar su natural desprecio. Me giré con inocencia para darle la espalda. Para que no viera como se desplomaban mis plaftshs una a una y a borbotones. Un candelabro que adornaba una de las mesas del fondo alargaba hasta mi posición las sombras de los cinco abogados sin alma y la del gallardo héroe sin voz, una hache social en toda regla. Así, entre llameantes rebordes y oscuras siluetas, podía seguir el curso de los acontecimientos sin mirarles. Las narices ibukenses se agitaban tanto que parecían espadas desenvainadas a punto de clavarse en su pecho. Suele decirse que la sombra de cada uno muestra su verdadero mundo interno. Los seis eran flacos y desnutridos. El uno, por el hambre. Los otros, por la codicia de contar el dinero sin salir nunca a la calle a pasear y hacer ejercicio. Alargadas casi hasta el infinito, sus siluetas dibujaban finas sombras chinas en la pared. Yo jugaba, pues, a adivinar qué animal se escondía en cada una, como cuando pequeña lo hacía con las esponjosas nubes del cielo. Los tres primeros Ibukis se asemejaban a unas arañas. Esas que son puro cuerpo que pende de una ligerísimas y luengas patas. Los otros dos, unas serpientes con sus colmillos, lenguas bífidas y unos movimientos arqueantes. En el centro, amenazado por todas las fieras, juro que vi la silueta perfecta de una hache cursiva. Y luego, los colmillos de uno de sus enemigos se multiplicaron hasta convertirse en cinco apéndices oscuros. ¿Qué era eso? ¿Por qué me causaba tantos escalofríos? ¿Acaso no sería…una…una…? No, no. No podían ser tan cobardes de levantar la mano sobre un niño. Me volví a girar sobre mi misma, espantada. Efectivamente, una cachetada estaba a punto de impactar con fuerza en el rostro de mi Hachiro. Ruines, mezquinos y miserables. No permitiría que aquella afrenta tuviese lugar delante de mí. No, mientras tuviera piernas y convicciones. Eso sí, para llegar hasta allí con la presteza que la situación ameritaba no podía acarrear pesadas mochilas. Si iba a correr más rápido que nunca debía hacerlo desnuda. Sin disfraces, medias mentiras ni caretas. Todas cayeron al suelo y se incrustaron imaginariamente dos metros bajo tierra mientras yo corría. Solo los enamorados saben lo lento que se mueve el resto del mundo cuando ellos corren sin tapujos a interponerse entre el amor de sus vidas y un peligro. El brazo de Stuart se movía tan lento que hasta me pareció que tenía tiempo de empujar a Hachiro fuera de su trayectoria, esconderme detrás del abogado, bajarle los pantalones y huir con mi hache sin que siquiera se dieran cuenta de lo que había pasado. Me equivocaba. Tan solo conseguí el primero de mis objetivos. Una vez que empujé a Hachiro y le salvé del golpe, el tiempo volvió a correr a su velocidad normal. Ya le había salvado. A mí, desde luego, no hubo tiempo de que me salvara nadie. Su huesuda muñeca impactó primero en mi pómulo y luego al caer, también en la frente. Y ya no supe más. Probablemente me dolió. Tenía que hacerlo. O a lo mejor tuve la suerte de desmayarme en seguida y por eso no lo sentí demasiado. Quizá, y creo que realmente fue así, alcancé a ver la expresión de sorpresa de Hachiro antes de perder la consciencia, remedio para mi alma que me hacía olvidar de los malestares corporales.
Desperté media hora después sobre una mesa especialmente despejada para mí. En el exterior se oían los brutales gritos y amenazas de Stuart y de la madre de Hachiro, una mujer rellena de armas tomar que replicaba a todas las amenazas legales del primero con frases soeces del tipo: "te meteré el inciso cuarto por donde te quepa".
A mi lado, se encontraba Hachiro. Seguía con la misma expresión de extrañeza de antes.
-¿Te duele?
Meneé la cabeza.
Una bolsa de hielo reposaba sobre mi pómulo herido sostenida por él. De alguna manera, aunque la feroz batalla social se seguía desatando con truenos y centellas en el exterior, por dentro, un poco de paz rodeaba a los más jóvenes, una tregua que se me antojó eterna mientras duró y efímera a penas tuvimos que separarnos.
-¿Qué pasó? –le pregunté.
Hachiro guardó silencio. No sé si le daba vergüenza confesarme que le había dejado un ojo morado a Stuart de un puñetazo o que lo había hecho por mí. Por suerte en ese entonces no lo supe. De haberlo sabido, me hubiese arrojado a sus brazos y confesado que ya le quería con locura aunque fuéramos niños, aunque viviéramos en mundos irreconciliables. Y digo por suerte, porque como afirmé al principio, yo tan solo construía castillos de naipes en el aire con mis sentimientos.
Al final su silencio se rompió con otra pregunta.
-¿Por qué lo has hecho? Has sido tonta e insensata. Lo opuesto a una Ibuki hecha y derecha.
-Eso mismo quiero ser yo. Lo opuesto. Mi único deseo en este mundo es ser querida y respetada por mis semejantes. No pido amor, lujos ni dinero. Tan solo no sentir la mirada horrible de todo el mundo, ese triste rechazo que congela mis juegos y ahoga mis palpitaciones. Solo quiero ser feliz. Como todos. ¿Es tanto pedir?
-Ahora lo entiendo –me repuso con la voz trémula-. Tú también eres, a tu manera, una hache, Ricitos de Oro.
Y eso fue lo último que le oí decir en cinco años. Lo que tardó el destino en volver a cruzar nuestros caminos.
¿He mencionado ya que soy una pobre y desolada huerfanita? Me parece que no. Algo seguramente se intuiría por la presencia dominante de mis tíos, por la forma de educarme, por la forma de no estar para mi salvo para cerrarme puertas y caminos. No es por justificarme pero el caso es que crecí en estricta ausencia de abrazos. Sin tener derecho a ser cargada en brazos paternos cuando tenía sueño o limpiarme los mocos en la falda de mi madre o hacerle una rabieta a un padre ausente, muerto de la forma más ignominiosa posible según mis tíos, tratando de salvar a la "plebeya". Ya imaginaréis de quién se trataba. Sí, sí, esa. La causante de que mis cabellos fueran de tono áureo y mi alma ardorosa como la de un volcán. En fin, la que "se cargó" con su belleza al hermano mayor de los Ibukis. Sospecho que nunca me perdonaron. Si me aceptaron, si me educaron, si me prepararon para ser la heredera, era por simple necesidad. Solo yo disponía de sangre pura Ibuki en la familia y un futuro. De tan avaros que eran mis tíos jamás se habían acercado una mujer, fuente pecaminosa de posibles divorcios y separación de bienes. Los otros potenciales herederos eran primos lejanos de muy dudosa filiación. Antes que abandonar su imperio a un Ibuki desconocido con un 10% de sangre "azul", preferían podarme a mí que poseía un 50% de ibukez -aunque mi otro 50% fuera tan exótico, vehemente y sincero-.
De todos los misterios en Nerima, probablemente el más singular y protegido era el de nuestro destino. ¿Cómo volver a cruzarnos? ¿Cuándo? ¿A qué aguardaba? ¿A organizar yo misma una cena benéfica y toparme con el hijo de Hachiro que se había colado en "el vagón de primera clase" en el que cenábamos los organizadores bien protegidos de los beneficiados? Demasiado tarde. Si quería que volviera a mi vida, antes tenía que romper con la línea de mi destino, abrazarme bien fuerte a esa línea recta y tirar más fuerte aún en cualquier dirección hasta que se doblara. El problema era ¿en cuál? De acuerdo, debía evitar a toda costa convertirme en la Ibuki al 100% que tanto deseaban mis tíos pero en su lugar…¿en qué Ibuki deseaba convertirme yo? ¿Cómo luchar con uñas y dientes contra lo impuesto desde siempre sin tener esa respuesta?
Es curioso cómo funcionan los recuerdos de la gente. Ni la fecha aproximada, ni el día exacto sabrán decirte de casi ningún acontecimiento de sus vidas…¿pero la estación? Eso siempre. En el fondo somos todos poetas. Todos nuestros recuerdos comienzan igual: "era un bonito día de primavera", "caían las hojas otoñales cuando…", "el invierno había congelado buena parte de la acera el día en que…", etc. En mi caso, el día en que conocí a Akane destacaba especialmente por el denso calor reinante. De los techos de las casas emanaba todo tipo de vapores y humaredas.
La abuela Yuko Ono y yo caminábamos por un centro comercial grande. Por primera vez en meses, había logrado salir de casa y escapar a las infinitas lecciones particulares, gracias al favor de la abuela, única integrante de la familia que rehuía del apellido "Ibuki" y me trataba, quizá por esa razón, como a una persona. Dio igual la cantidad de cartas legales amenazantes recibidas por parte de mis tíos que se acumulaban entre la puerta de salida y nosotras. Ella tan solo les dio una patada para abrirse paso, sin leerlas. Luego nos marchamos.
-La niña necesita ropa nueva. Será una Ibuki pero también es mujer. Que no se os olvide, patancitos míos.
Efectivamente de eso mismo iba la lucha de fuerzas. Era la primera Ibuki mujer de la historia. Siempre, nacían hijos varones, siempre buscaban mujeres en otras familias que agregaban un nuevo eslabón masculino en forma de bebé a la línea sucesoria. La abuela Yuko era una de tantas. Pero yo, había roto con el hechizo. Por primera vez una "plebeya" había osado parir a una hembra. En voz alta ninguno se atrevió a insinuar infidelidad ni a decir con todas las letras que "el gen masculino de los Ibukis es tan poderoso que jamás sería vencido por el de una damisela". Tan solo se limitaron a hacer las pruebas pertinentes, mero protocolo en familias ricas, y luego a tirarse de los pelos y las barbas. Yo era una Ibuki genuina. ¿Qué ganaría entonces en mi alma? ¿Mi corazón de mujer o su odio de abogados? ¿Ibuki machacadébiles o mujer compasiva? Probablemente la primera opción, dado que no se me permitía tratar con el mundo. Si no fuera por la abuela…si no fuera por esa momentánea huida…creo que me hubiese convertido en aquella villana de película que tanto deseaban mis tíos. Pero no. Yuko podría no ser una Ibuki pero aún así era algo más difícil de controlar para ellos; su madre.
-Cuando vuelva, quiero todo limpio. Especialmente eso –señaló la pila de citaciones judiciales de los hijos para su madre- será mejor que haya desaparecido.
En fin, para hacer corto el cuento, ese día de verano en que por primera vez visitaba un centro comercial me topé con Akane. Se encontraba en la calle Massy, No 13 entre la Av. Luyyig y la peatonal Chikibell.
-Rayos, Akane –se quejaba el señor que marchaba a su lado y al que le rodeaba una nube de fans enloquecidas-. ¿Por qué tengo que firmar yo todos los autógrafos?
-Porque eres el protagonista. La serie no se llama "Akane ½". Tanto las niñas enamoradizas como los niños enamoradizos sueñan con su Ranma/Ranko. Por lo menos la mayoría.
El hombre de mediana edad frunció el ceño y dejó caer la libretita de una de sus fans que llevaba entre las manos.
-Eso no es verdad y los sabes. Tienes tantos fans como yo.
En seguida el círculo de jovenzuelas que les rodeaba, amplió su radio un metro. Había que dejarles espacio. Empezaba el show.
Ambos tendrían unos treinta años. Sus respectivos anillos y la familiaridad en el trato no dejaban lugar a duda. Eran marido y mujer. Especialmente la tal Akane, tan madura y serena que parecía en su trato normal, de pronto se transformó en otra cosa. De improviso parecía una niña de dieciséis años, con el vigor y la inocencia de una adolescente. Se enfadaba con el muchacho de las maneras más grotescas y divertidas y siempre sin dejar de dedicarle intensas miradas de amor. En fin, una actriz formidable. Mucho mejor que yo. Tanto que me sentí por un instante realizada. Existía en el campo de la actuación un abismo entre mis buenas interpretaciones y el techo al que debía aspirar. El hombre, debo reconocer que tampoco lo hacía mal. Seguramente le favorecía el hecho de ser tan guapo pero la clave de aquella química que provocaba risas y suspiros por igual estaba en la excepcional actuación de ella. Sus reacciones tiernas y agresivas a las provocaciones infantiles del otro, solo se podían disfrutar como algo delicado y bonito en manos de una gran actriz. El menor desliz en la actuación provocaría una escena bizarra, aburrida y grotesca. Desde que le vi en persona en aquel centro comercial me prometí a mi misma que ya no sería ni jefa ni abogada. ¡Actriz! ¡Eso mismo quería ser! ¡Como Akane! Por aquel entonces volvieron a mi mente las últimas palabras que le dije a Hachiro cuando le conocí: "Deseo que me quieran". ¡Qué mejor forma de conseguirlo que actuando! Sería tan buena, bella y simpática que por fuerza me darían siempre papeles como el de Akane. La protagonista buena. El público amaría a mis personajes y por regla de tres, Nerima, a su Ibuki prodiga.
Y esa fue la primera vez que conocí a Akane. La segunda, luego de dos intensos años de entrenamiento secreto en el arte de la actuación por mi parte, ya no era ella. Me explico; se trataba de Akane pero no la de la familia Tendo. Otra Akane. Débil de cuerpo y carácter, espectacularmente femenina; tanto que convertía en moda cualquier harapo que se pusiera. Y muy inteligente; demasiado. Vivía torturada por un trauma familiar que le asfixiaba…en fin; mi alma gemela. Una chica que podría entender mis problemas y a quien solo yo llegaba a comprender con perfección. Mi primera y única amiga.
Ocurrió como en las telenovelas. Cada pieza del puzzle acarreando sus propios y estrambóticos "casis" que les angustiaban los sentidos y pisoteaban las mentes y de pronto, al reunirse todos en un mismo sitio y ocasión, tomamos consciencia de que el destino, por fin, había decido ponerse a armar nuestro rompecabezas particular. Yo tenía exactamente dieciséis años y acababa de ser literalmente abandonada por mis tíos en un colegio internado de señoritas ricas. Pasaba de la soledad más absoluta y desconocimiento del mundo a…un microcosmos social nuevo con gente de mi edad pero de SU forma de ser y comprender el mundo, es decir, creídas, orgullosas y con la mente cerrada. Niñas ricas de papá que valoraban la grandeza de su persona según el color de la tarjeta de su padre. ¡Y guay del que no tuviera tarjeta o en mi caso…no tuviera padre!
-No nos decepciones.
Eso solo me había dicho el tío Ringo al dejarme en la puerta de Malcriadas y petulantes High School, sitio en el que mi intuición me decía que no me sentiría muy a gusto. Entonces…¿por qué me parecía de pronto que me salían alas en la espalda y comenzaba a dar ligeros saltitos de hada sobre unas nubes? ¿A qué se debía esa alegría soberbia que llenaba de golpe el frasco vacío de mis sentimientos desalojándolo de tristeza? ¿Qué había captado del entorno mi subconsciente antes que siquiera llegara a mi mente para que lo decodificara? Juro que me brotaban lágrimas de emoción y no sabía por qué. Miré al frente: nada, solo la gran escalera de entrada al frío instituto que habían elegido mis tíos, de una gelidez conocida, la que me acompañaba en casa Ibuki desde siempre. Arriba tampoco había nada que ameritara tanto sonrojo. Sí, las nubes se habían esforzado en lucir sus mejores galas, como si ellas también fueran formidables actrices capaces de interpretar, ora un villano, ora una flor, ora un grupo emblemático de música en el papel de procuradores…pero no era eso. No era la bella densidad nívea del cielo lo que me conmovía. Se trataba de lo que se encontraba a mis espaldas. ¡El teatro! Me acerqué sedienta de información. Si conseguía los horarios y luego me concedían permiso en Malcriadas y petulantes High School para asistir a las representaciones, a lo mejor mi estancia en aquella nueva cárcel me sería más llevadera, casi deseable. En la puerta de entrada, me topé por fin, con la segunda pieza del puzzle de mi vida. Sayuri. ¡La eterna mejor amiga de Akane estaba allí, en carne y hueso! Solo que en papel de madre. Ni pensaba actuar esa noche ni le tocaba hacerlo allí. Le hablaba a una jovencita de mi edad, la Akane de la que os hablé antes. Normal después de todo. Si le había puesto el nombre de la protagonista de la obra en la que trabajaba desde siempre era porque en la vida real también serían amigas íntimas…o a lo mejor era todo lo contrario. Quizá se trataba de una ironía que pondría patas arriba mi mundo y me reuniría con Hachiro. Efectivamente, las cosas iban por el segundo camino posible.
-¡Akane, hija mía, tú serás Akane! ¡Serás la nueva Akane, Akane! ¿Está claro? –le gritaba Sayuri a la hija-. Vas obtener el papel que esa malcriada le arrebató a tu madre en la audición de hace veinte años.
-Pedo, mami –lloriqueaba mi futura amiga-. A mi no me gudta adtuar. No pronudcio bien ni tedgo taledto. Yo quiero ser abogada. Cambiad el muddo defebdiebdo a los pobdes.
Sayuri por ese entonces echaba literalmente espuma por la boca.
-¡Me da igual si no tienes talento o vocación! ¿O te crees tú que esa patichueca sabe hacer algo bien? ¡Esa vive de los efectos especiales, las sesiones interminables de grabación hasta que le sale una toma bien y de sus infinitas dobles que actúan las escenas de riesgo, el 98% de las que hay que filmar! Te aseguro que hay días que aún siendo una Sayuri secundaria digo más líneas yo que ella.
Puerca mentira pues yo le había visto actuar en vivo y en directo y desde luego Akane Tendo rezumaba talento hasta por los poros. Claramente le podía la envidia. ¡Qué triste! Más aún cuando descargaba su violencia y sueños frustrados sobre su delicada hija que lloraba a lágrima "tendida".
-Tú no vuelves a casa hasta que consigas el papel que te pido. Y no hay nada más que hablar.
Por unos cuantos instantes me ganó la perplejidad. La madre le abandonaba de verdad, lagrimeante y derrotada. Aquello rompía con todos mis esquemas preconcebidos. Sabía perfectamente lo que era la crueldad pero se la achacaba en exclusiva a los Ibukis. Maldecía día sí, día también, mi infortunio de haber nacido allí. Jamás se me había pasado por la cabeza que el mundo realmente fuera así de cruel, mis tíos unas personas normales y yo, un bicho raro por desear el bien al prójimo. Y en todo caso, ¿de qué audición hablaban? ¿Cómo iba a convertirse en la nueva Akane? Es curioso como el mundo además de cruel es dado a los contrastes. Por un lado, el tristísimo espectáculo de ver llorar a alguien que me caía bien y por otro, ese cartel detrás de ella, ese que explicaba muy bien la escena que acababa de presenciar y me dejaba sin aliento:
"Escuela de Ranmas y Akanes; inscripción y audiciones en el primer piso".
Tenía lógica que crearan una escuela. Si dada la popularidad del programa, se representaban infinitud de copias, tributos, propagandas y hasta una serie de anime habían filmado. Además, por muy buena actriz que fuera la original…cada vez se notaba más que le duplicaba la edad a su personaje.
Como dije antes, la escena entera destilaba ironía. Una Sayuri deseando a toda costa que su hija sea Akane. Una Akane queriendo ser abogada y una futura abogada, yo misma, deseando ingresar en aquella escuela.
Me acerqué con suavidad, intentando no intimidarla con mi presencia ni ahuyentarla. Ya demasiado tenía con su vida para agobiarla con mis problemas. Me senté a su lado y me quedé un rato mirando el entorno. El Malcriadas y petulantes High School que seguía a la espera de devorar mis sueños con sus puertas más fuertes que las fauces de un león, el teatro, la escuelita anexa y el vestidito azul y blanco de Akane que llevaba puesto…otra Akane. Entonces se me ocurrió una idea genial, de esas que apabullan a los monstruos y da fuerzas a los mosquitos.
¿Has leído Príncipe y Mendigo? –le dije, sonriendo.
-Sí –me miró con esa cara astuta que tan bién le identificaba; estaba claro que había adivinado mi plan en un segundo-. Imadgino por el sitio del que vienes y tu fodma de vedtir –corroboró mi teoría sobre su excepcional inteligencia- que tú tienes el prodlema exadtamedte contrario al mío…pero no es tan fácil –se enjugó las lágrimas con un pañuelito-. Yo podría ocupar tu lugar en la edcuela de derecho pero no tedgo dinero para edtrar en esta escuela que tadbién es de ricachonas creídas. Si quieres ocupar mi sitio teddrás que ganadte el puesto en las pruebas de hoy. Hay veidte plazas ya otodgadas gracias al bolsillo de padres iludtres. Pero se otorga una beca para chica y otra para chico. A esa audición quiede mi madre que me presente ahora.
-No hay problema le repuse, otra vez sonriendo.
-¿Seguda?
-Me presento –hice una reverencia-. Mi nombre es Ibuki, actriz formidable.
-El mío Akane Mamoru, abogada incipiedte –me devolvió la reverencia.
Y volvimos a sonreír sin levantar la vista del suelo y al hacerlo, sentí aquel calorcillo de cuando comparé la "Hache" de Hachiro con la de un "héroe". La desbordante alegría de no sentirme sola en el mundo. La amistad…la amistad no llenaba tanto como el amor pero era más permanente, fiel y sacrificada. Para alguien como yo, era tan necesario beber de una como de otra fuente.
-¿Has intentado ir a una fonoaudióloga?
-Sí, pedo no sé. No funciona nada. Es todo chan-Mizturioso.
Estaba decidido. A partir de entonces, Akane, la hija de Sayuri, mi nueva amiga, actuaría de Ibuki en la Malcriadas y petulantes High School para hacer su sueño de ser abogada, realidad. Y yo haría lo propio con el mío, en la escuela de Ranmas y Akanes. Con lo frías y distantes que eran nuestras familias, no averiguarían el cambiazo en años.
-Doña Ibuki Ibuki –le di mi ficha de inscripción-. Me despido de usted. Un placer conocerla.
-Doña Akane Mamoru –me entregó su primorosa solicitud de inscripción-. Mucha mierda, como se suede decid en edte mundillo.
Akyfin-aliza el primer acto.
Segundo acto: Ibuki Potter.
Según los luchadores expertos no es tan grave el primer golpe como el segundo. Aunque este último sea de menor intensidad su efecto aditivo es devastador. Bajada la guardia por culpa del primer impacto, todo lo siguiente se nos cuela entre nuestras defensas sin que podamos asimilarlo. En el caso de las emociones, aquel efecto se vuelve demoledor. Acaba de atravesar las puertas del teatro centenario con el ánimo en alza. Una nueva amiga, un futuro diferente y la posibilidad de enlazarlo con mi admirada Akane. Para colmo, la coincidencia en el nombre le daba a todo un toque singular, una vuelta de tuerca que no esperaba y que me llenaba de ímpetu. Y hasta allí llegaba el vigor de mis puntos a favor. Talento me sobraba pero…debía enfrentarme a fantasmas que no conocía. Miles de aspirantes, un público burlón que esperaba el chiste del actor para reírse o el error para descargar una carcajada similar pero hiriente. Y la adrenalina de competir por primera vez contra otros. En el fondo para aquello me habían preparado mis tíos, para machacar rivales. ¿Sería capaz? Aún ignorando la férrea resistencia de los demás, gente que se había preparado con los mejores profesores en el arte de la actuación, quedaba el otro tema, el del público. Como ya expliqué en numerosas ocasiones, en toda mi vida no había tratado con más de quince o veinte personas y de una en una. Aquella marea humana era simplemente eso: "mareante".
Precisamente cuando comenzaron a temblarme las piernas, cuando empezaba a dudar de mi misma y de mis capacidades sociales para sortear el gran enemigo de toda actriz, la indiferencia del público, me cayó por sorpresa y sin previo aviso, el segundo golpe, el devastador.
-¿Otra vez te has perdido, Ricitos de Oro? –me interpeló una voz desconocida pero que solo podía pertenecer a Hachiro dado el apelativo elegido-. Tú no necesitas de una beca para estudiar aquí.
Reconozco que me costó habituarme a la idea pero así era. Ese hombre –no un niño, un hombre- que me hablaba con aquella voz tan masculina y musical, era el Hachiro adolescente al que yo soñaba encontrar en una vida futura. Mucho más alto y fuerte de lo que lo imaginaba. Un portento físico comparando con los demás aspirantes a Ranma. Se había desprendido de buena parte de su mal humor aunque seguía luciendo reservado y misterioso. Y distante. De su rostro mejor ni hablar. Tan guapo como antes pero con un nuevo aire de galán proporcionado por esa eterna melancolía de la que no podía desprenderse.
-¿Me has oído? –insistió- Estas becas son para gente que no puede acceder por otros medios a esta educación. Tú simplemente no la necesitas.
-Tampoco necesito recurrir al dinero para demostrar mi talento. Con él solito me alcanza para superar esta prueba –mentí alevosamente. Su acusación me dolía ya que en el fondo tenía razón (de tan contenta que había entrado no había caído en la cuenta de que yo era una joven rica que le estaba intentando quitar el puesto a alguien que lo necesitaba de verdad).
-¡Ja! Los ricos sabéis actuar muy bien. Os es necesario para vuestras estafas. Pero el verdadero arte nace de la sinceridad y de la ingenuidad del juego. De ser capaz de situarse en la posición del otro. Y eso, Ricitos de Oro, no existe ricachón que sea capaz de hacerlo. Vosotros miráis solo por vuestro ombligo.
-Muy bien –le respondí, ofuscada-. Me marcho entonces. Tienes razón. Soy horrible. ¿Contento de machacarme?
Se quedó parado otra vez…en silencio…como hacía seis años. Evidentemente descolocado por mi forma de pensar y comportarme. Nuevamente no cumplía con sus estereotipos sobre las ricas malcriadas. ¡Y tan rica que era que jamás me habían regalado un juguete! ¡Tan coqueta que en mi armario solo había un par de vestidos formales y otros tantos para andar por casa! ¡Tan creída que creía en él y en el amor y en la posibilidad de enamorarnos!
-…Espe…ra –comenzó a tartamudear de forma patética-. ¿Qué…haces aquí? ¿No ibas…a ser…abogada? Se lo oí a tus tíos cuando discutían con mi madre.
-Sí, eso mismo –le respondí sin dejar de marcharme-. Ahora si me disculpas tengo que ir a romper el sueño de una chica pobre que deseaba ser abogada.
-Espera…-me siguió hasta tomarme del brazo-. No te vayas todavía. Odio cuando no escuchas lo que te digo.
Me solté con un movimiento brusco.
-Y yo detesto que creas que tus palabras valen más que mis sentimientos, idiota.
La puerta parecía cerca. Aunque había extraviado algo el camino puesto que recordaba una gran verja metálica y esta era de madera y pequeñita. Di dos pasos más hasta que volví a sentir su gentil y violento abrazo sujetando mi muñeca.
-Los de tu clase no tienen sentimientos. Pregúntales a mis hermanos hambrientos si se han esperado más de tres horas para desalojarnos.
¿Desalojados? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cómo demonios se las arreglaba para hacerme sentir para la mierda con cada frase que soltaba?
-Sabes de sobra que me siento mejor entre los tuyos que con los míos.
-Lo sé. Yo…
Y no pudo decir más. Un ensordecedor aplauso nos cubrió en un instante. ¡Dios mío! ¡Estábamos en el escenario! ¡Peleando delante de todos!
-Enhorabuena, chicos. Está claro que sois el Ranma y la Akane que estamos buscando. Se acabaron las pruebas.
La persona que decía todo esto era nada más y nada menos que Ranma Saotome en persona. Vestía un excelente smoking negro y llevaba un micrófono en la mano derecha. Nadie más nos acompañaba en el escenario desnudo.
-Pe..pero…-protesté-. Si no hemos actuado. Solo nos limitamos a pelear.
-¡Ajá! Y mientras lo hacíais, nadie os escuchaba del público. Todos, incluido yo mismo, estábamos esperando el momento en que os ibais a besar. Si podéis trasladar esa chispa y emoción a un libreto seréis los mejores Ranma y Akane de la historia.
Tenía muchísimos argumentos con los que podría haberle refutado, varios vacíos en su explicación que explotar, ciertos tecnicismos que objetar pero la abogada que todavía vivía en mi dejó paso a la otra, la actriz, y luego esta, a la mujer. Estaba rodeada de mucha gente convencida de nuestro profundo y mutuo amor, un público acostumbrado a descifrar cualquier rencilla entre personas de diferente sexo como una declaración de amor encubierta. Además a mi izquierda se encontraba por fin mi guapo amor de la infancia y a la derecha, el protagonista de mi serie preferida que tampoco estaba mal. Más allá aún, entre el jurado que me había elegido, me sonreía impasible, Akane Tendo, la actriz excepcional que había logrado con su gracia y perfección que la serie y personaje llevaran su mismo nombre: Las Aventuras de Ranma y Akane (era la serie de anime, la mal llamada Ranma ½), hazaña solo conseguida por Carly en Icarly y pocas más. La escena al completo, por tanto, solo daba para una actitud posible: agachar la cabeza, aceptar mi destino en silencio y escaparme cuanto antes de esa muchedumbre asfixiante. Plan que realicé con bastante diligencia unos veinte minutos después, luego de firmar autógrafos recibir un portafolio con toda la información sobre la academia, un certificado de becaria honorífica y las llaves de mi habitación. En ese entonces no sabía si la realidad era efectivamente así de intensa siempre o simplemente me había metido en una aventura gigantesca justo después de salir del cascarón. Lo que sí tenía en claro, mientras respiraba agitada en el balcón de mi habitación, era que tenía un problema gordo para actuar: terror al público.
-¡Caramba Ricitos de Oro! ¡Eres la primera ricachona que veo alegrarse por quedarse a solas! A vosotras os suele gustar las adulaciones, las falsas sonrisas…
Levanté la cabeza exhausta, harta del apelativo, sus constantes agresiones verbales y que se me apareciera de la nada y sin avisar. Allí estaba, efectivamente, en el balcón de enfrente, asomado en su propia habitación, sufriendo probablemente el mismo proceso que yo. Otro punto en común que nos unía y que probablemente ninguno aceptaría padecer delante del otro.
-Solo estoy tomando el aire.
-De acuerdo –sonrió-, igual no era mi intención molestarte. Solo quería darte las gracias. Has salvado a mis hermanitos. Con esta beca podré dedicarme a lo que me gusta y pagarles un techo mientras tanto. Solo tengo que ahorrar todo lo que pueda y me alcanzará. Estas mensualidades de jóvenes ricachones quintuplican un sueldo de persona normal. Te debo una...bueno…dos.
¿Me debía? ¿A qué se refería? ¿Aceptaba él también que habíamos ganado gracias a nuestra "química" secreta? ¿Daba por sentado él también que nos amábamos? ¿Y por qué por dos? ¿Contaba también lo de cuando pequeños?
-Oye, Hachiro…¿Por qué has venido aquí? ¿Desde cuando eres actor?
-¿Yo, actor? ¡Por favor…! No tengo ni idea del Yeispeir ese. Vine a reconquistar a mi exnovia. Estudia aquí, ¿sabes? Se llama Musa.
¿Sorprendidos, eh? Pues yo también lo estaba, claro. Era el tipo de golpe bajo que solía recibir la Akane de Ranma y Akane, la telenovela. El programa solía empezar más o menos así:
-¡Por Dios!, Ranma Evaristo Tadeo Morález Saotome, ¿cómo has podido mentirme así? ¿Esa perra resbalosa te parece más mujer que yo?
-Lo siento, Akane Celeste de las Nieves Pérez Tendo. Ya sabes que Shampoo… es la hija del primo del vecino de mi jefe. Me ha pillado desprevenido mientras intentaba rememorar algunos recuerdos todavía bloqueados por la amnesia que sufrí en el capítulo anterior. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que provocara un escándalo justo cuando nuestras familias están por fusionar las empresas ganaderas que tanto nos costó fortalecer? El negocio familiar está muy por encima de las apetencias personales.
-Pues no te ha costado nada a ti provocar un escándalo más que mayúsculo cuando el porquero Ryoga se me insinuó…etc.
Luego, la Akane de aquel spinoff oficial de la serie original se la pasaba llorando desgarradoramente toda la noche. No me avergüenza decir que yo también lloré. Como en las telenovelas. Con temblores, mocos y tristeza infinita. Un llanto sobreactuado y sin embargo, real y doloroso.
¿Queréis saber, pues, quién era la dichosa "Musa"? Muy fácil: mi némesis y mi rival en el escenario y en el amor, una "nueva ricachona" presumida que desde que su padre se ganó la lotería, abandonó al pobre (en los dos sentidos) de Hachiro con el corazón roto y se dedicó a justificar su nueva riqueza como si fuera una chica de sangre azul. Su método para mantenerse en la cúspide social era pisotear cabezas y su blanco predilecto, los infortunados que asistían a la escuela sin merecerlo, los becados.
El primer día de clases noté ya su fijación en mi persona, su odio y su bajeza. No aburriré al lector relatándole cada una de sus afrentas y mis humillaciones. Solo que las completaba con su muletilla de siempre: "Desentonas entre ricos". ¿Irónico, verdad? Yo que era la más rica de Nerima, teniendo que aguantar bullying. ¡Yo! ¡Una Ibuki!
Todas las noches lloraba en el balcón. Y todas las noches me consolaba Hachiro entre susurros sin saber que la causante de tales afrentas era precisamente su Musa.
-Diles que eres rica. Groseramente rica. Tanto que ellas al lado tuyo son más pobres que yo.
-No puedo. Vengo en contra de la voluntad de mi familia. Si se enteraran…
Hachiro asentía con la cabeza. Jamás lo aceptaría con palabras pero admiraba mi decisión, casi al punto de no considerarme un enemigo rico. Luego me tocaba a mi escucharle sus penas, más específicamente, la descripción precisa y detallada de la "belleza y bondad" de Musa. Y lo malo que era el padre que les había separado. Creo que ya lo he dicho: ¿Irónico, verdad? Para la cuarta noche ya me había aficionado tanto a la muletilla mía, la de la ironía, como a la de Musa. Efectivamente Hachiro y yo desentonábamos allí y no solo por el temita del dinero, si no por el otro, el de la preparación. No sabíamos actuar como los demás.
Hasta que un día, creo que fue el cuarto…no, no, perdón. Fue el quinto. Durante el quinto día de becada me animé a preguntarle por los detalles del desalojo. Según recordaba, su padre era pobre pero buen trabajador y apreciado en su entorno. No había razones para que su situación financiera se hubiera deteriorado tanto. Lo cierto es que Hachiro se resistió un poco a contestar, me cambió de tema, atacó mi pomposa y falsa femineidad como "una máscara vacía que utilizaba para ocultarme del mundo", simuló padecer un resfriado y finalmente me lo soltó todo de sopetón. Un dolor que le costaba tanto ocultar como digerir o compartir. La tristeza de tomar decisiones difíciles sin nadie que compartiera la pesada carga de elegir.
-Tienen que operarle, ¿vale? De los ojos. Por el momento vivíamos de un subsidio por incapacidad que no alcanzaba para nada. La medicina privada es muy cara y la pública muy lenta. O nos esperamos dos años a que le operen o pagamos ahora una fortuna.
-¿No habéis pedido ayuda para afrontar el costo? Un subsidio como el que mencionas o un préstamo al banco. Solucionado el problema de salud, podrá garantizar los pagos con su trabajo.
Hachiro me miró intensamente a los ojos. Un sentimiento brutal porfiaba por salir de su boca sin lograrlo. Algo ocultaba.
-Suéltalo ya –le repetí-. Que te estás poniendo morado.
-De acuerdo, de acuerdo. Mi mamá lo intentó pero mi padre no quiere saber de nada. Dice que tolera el subsidio porque no hay más remedio pero desde…ya sabes…no aceptará más beneficencia de los ricos. A saber cuántos pobres han machacado para darle el dinero que necesita.
De acuerdo, Señor Destino, me lo merecía por insistir. Estaba claro que dentro del corazón de Hachiro solo habitaba amargura y que cada intento de que se abriera solo provocaría dolor en mi alma. Todo era mi culpa. El "ya sabes" se refería a la escenita de mis tíos atosigándole. Y a pesar de eso…a pesar de haber perdido salud, trabajo, casa y novia y no poder recuperarlos por aquel incidente…no me culpaba a mí. Solo a los "ricos" como ente genérico. Su generosidad y comprensión dolía tanto como su situación.
-Yo…lo siento mucho…no sabía…nada…podría hablar con mis tíos…pero tienes razón; imposible que lo acepte. ¿Y si…consiguiera dinero limpio…ganado con mi propio sudor…tú crees que viniendo de mi…?
-Déjalo, Ricitos de Oro –se dio media vuelta y comenzó a cerrar la ventana-. No creo que cortándote el pelo puedas conseguir mucha pasta. En realidad lo de "oro" es una simple metáfora visual. Y no veo cómo podría una niña rica conseguir dinero limpio de otra manera.
Desde entonces me propuse ahorrar como él. El dinero de mi beca se había obtenido en buena ley. Si él vivía con lo mínimo necesario y le sobraba para pagar alquiler y comida de sus hermanos yo podría, imitándole, reunir una suma interesante a fin de año. Por supuesto que no contaba con un detalle ínfimo…lo duro que es vivir con menos de lo indispensable. Sobre todo si te agobia una niña insolente que cree que sus gramitos de oro, que no alcanzaría para llenar ni una de las seis millones de cajas fuertes de los Ibukis, conforman la montaña de dinero más grande de Nerima y por tanto, todos deben obedecerle. La primera de muchísimas calamidades se produjo esa misma noche.
-Ups –me dijo en el comedor al tropezar "accidentalmente conmigo y mancharme el vestido-. Ha sido un accidente. Está tan lleno de gente que hay poco espacio para maniobrar.
Estúpida ironía que venía a recalcar que lo había hecho a propósito, dado que la cafetería en ese momento estaba desierta. Su risotada kodachiesca y su pomposo andar al marcharse sincronizaban muy bien con su vestimenta de niña rica obsesionada por el "buen gusto". La ropa más cara de mercado en tonos pálidos y apagados. Celestes desteñidos, rosas lavanda y mucho blanco. Lo justo para que la gente no se distrajera con la forma y color de la ropa y prestara mucha atención al modelo y la marca. No pretendía ser guapa por la belleza misma. No aspiraba a tal cosa. Solo deseaba que le envidiaran el dinero. Que la gente que tenía en la cabeza la siguiente ecuación: "a más caro, más bonito" la viera como una reina y los que no tenían el ojo entrenado ni se enteraran del detalle, motivo suficiente para burlarse de ellos en privado.
Volví a mi habitación con cierta alegría. El incidente había ocurrido después de clases. Era verdad que solo disponía de ese vestido –los demás le llegaban a Akane Mamoru en el colegio internado- y que no deseaba gastarme dinero en lavanderías o en uno nuevo pero disponía de toda una tarde para lavarla por mis propios medios. ¿Cuán difícil podría ser quitar una mancha de chocolate? Al día siguiente, cuando lo supe, ya era tarde. Mi vestido simplemente se había encogido.
Ese día Musa llevaba su cabellera castaña recogida por detrás con dos finísimos alfileres de plata. Sus pecas al descubierto resaltaban enormemente a la luz de su cadavérica palidez, muy de moda entre niñas ricas que les gustaba lucir "enfermas" (que es sinónimo de "no apto para trabajar" y que por derivación, también es sinónimo de "rico" si se acompaña con adornos caros).
De su naricita de cereza nacía una voz pretensiosa, nasal y seseante. Con aquel tono me espetó su primer insulto del día.
-Anda, si se nos ha colado un intruso en clase.
-Oye -le repuse-. Que he ganado una beca. Tengo tanto derecho a estudiar aquí como tú.
Sonrió. De alguna manera había caído en la trampa.
-Sí, claro, claro. Yo lo decía porque pareces una Shampoo con esa ropa ajustada. La escuela de Shampooes se encuentra cinco calles hacia el norte. No tiene pérdida.
Con aquella "bromita", aunque mi nombre era Ibuki y el de mi amiga, Akane Mamoru, comenzaron a llamarme "Shampoo". Primero fue solo Musa. Luego, su grupo de amigas y al final, hasta los profesores y directivos.
Por supuesto, Musa no era la única persona del instituto que me odiaba. También estaba la maestra Kodachi. "¿En serio? ¿Kodachi enseñando cómo ser una Akane?" –os preguntaréis- "¡Qué ridículo!". Pues eso mismo dije yo cuando la vi sin darme cuenta que lo decía demasiado fuerte.
-Por eso mismo –repuso-. ¿Quieres ser una Akane entre las Akanes? Pues vete acostumbrando. Cuanto más ridícula sea una escena de tu vida más cerca estarás de la original a la que aspiras emular.
Desde ese día me puso entre ceja y ceja. Siempre me tocaban los ejercicios más complicados y siempre las peores notas. Malo. Muy malo. Si seguía así y reprobaba el primer examen me quitarían la beca. Demasiada presión para mí y también para Hachiro. A los demás les daba igual. No dependían de su rendimiento académico para continuar, solo de la billetera de sus papis. Si hasta el momento había odiado el poder del dinero desde dentro, ahora que lo sufría desde fuera comprendía perfectamente el rencor de Hachiro. Yo también me odiaría. De hecho me odiaba. Tanto soñar con el amor y la libertad de actuar…¿para esto? ¿Para hacerlo así de mal en ambos campos? Como Musa volviera a sacarse un diez y yo un cuatro no esperaría al examen de final de mes, me iría ya mismo. Y eso hice. Bastó que Kodachi calificara mi improvisación genial como: "campechana y de nula sofisticación" y que agregara: "cada día desentonas más con los demás", con mirada cómplice hacia Musa, para que me marchara hecha una furia sin siquiera pararme a buscar mis cosas o despedirme de Hachiro que todavía permanecía en la clase de los chicos.
De quien sí me acordé era de Akane Mamoru. Tenía que avisarle que su amiga era un desastre que se volvía a casa con el rabo entre las piernas. La encontré en su habitación…bueno, en mi habitación, tirada sobre su…mi…bueno, sobre la cama, estudiando. Cuando me vio entrar dio un gran salto de alegría y me abrazó.
-¡Amiga! ¡Edes madavillosa! Te daia uno y mil abrazos. He aprendido tadto edtos días…-me miró-…¿qué te pasa? Te ves fatal.
¡Claro! Me había olvidado totalmente de ella. Se suponía que éramos amigas, ¿no? ¿Por qué no? ¿Por qué no hacer lo que hacen todas las amigas del mundo sin importar la condición social, país o época? Me desahogué durante horas contándole todos mis problemas. La pobreza temporal, los agravios orales de Hachiro, las agresiones físicas de Musa, la crueldad de Kodachi, mis dificultades para actuar, etc.
-¿Qué opinas?
-Opino que edes tonta.
¿Tonta? Bueno, sí, un poco. Pero ¿por qué exactamente? No hizo falta preguntar. Ella misma me lo dijo punto por punto.
-En primed lugad, somos amigas. Yo no puedo salid a visitadte. Estoy en un intednado pero tú puedes venir cuando quiedas. Y mucho te has tardado. Dos: dices que edes mala adtriz pero…en dos semanas, ¿alguien se ha enterado de que no edes yo?
-No, nadie. Ni siquiera Hachiro. Cree que me hago llamar "Akane" todo el tiempo para meterme mejor en el papel.
-Es decid que llevas adtuando las veidticuatro hodas del día de otra pedsona y en quidce jodnadas ningún profesod de adtuación lo ha notado. Yo llamadía a esa capacidad adtoral, edcedcional. Tercedo. Hachido está enamodado de ti. Es obvio. Quizá le odsesione la otra pedo en los hombres manda la ley de la cebolla y tú estás quitando, poco a poco, noche a noche, cada una de las capas que edconden su codazón. Pod cada minuto que se pasa con ella, compadte hodas contigo.
A lo mejor. Daba igual. Kodachi me odiaba. No pensaba volver.
-Cuadto –continuó sermoneándome-. Si te vas ahoda se acaba el sueño de sed abogada pada mí, el de adtriz para ti y la posibilidad de salvad al padre de Hachido. Solo pod esto último debedías vodver. Quinto, ¿Kodachi te odia? Por supuedto, eres la protegida de Akane y su herededa. Clado que te odia, tanto como a la orginal. Sedto: no estás sola. Pide ayuda. Sedá una familia hoddible pero es la tuya. Si edcoges las palabras adecuadas…te dadán la mano que necesitas.
Y me regresé. No hay nada que no pueda la amistad. A veces, más que favores, beneficios o ayudas, un buen consejo dado por un amigo sirve para solucionar los problemas más difíciles. En mi caso, me bastó con ver las cosas claras desde la óptica neutral de Akane Mamoru para entender quién era yo, dónde estaba y qué debía hacer por el bien de todos. Luego me paré en la cabina telefónica de la esquina y marqué el teléfono de emergencia del tío George.
-¡Niña! ¡Qué sorpresa! ¿Te han dejado salir?
-Solo hasta la edquina…digo…esquina, tío. Para pedirte un favor. ¿Podrías enviarme algo de dinero?
-Ja. ¿Para qué puedes necesitar dinero en un internado que dispone de todas las comodidades imaginables?
-Para destrozar a mi enemiga.
De pronto oí como del otro lado de la línea caía el tubo al suelo e impactaba contra el mosaico de la cocina. Luego los pasos presurosos de tío George y sus gritos de alborozo: "Hermanos, hermanos, Ringo, Paul, Jhon, Stuart Chas, aleluya, por fin, por fin la niña ha entendido para qué sirve el dinero".
Un rato después Jhon cogió el tubo y preguntó:
-Ahora que ya sabes que todo lo que necesitas es dinero, solo queda una pregunta por hacer: ¿Únicamente quieres machacar o también deseas dejar heridas que perduren?
-¿Existe otra forma de machacar?
-¡Esa es nuestra niña! –exclamó Jhon-. Pide en recepción la tarjeta de emergencia a la señorita Minefine7. Tienes crédito "forever". Ai, sí, me olvidaba. La contraseña es: "Maxhikal Mystery Hiwatour".
Pasé la noche con Akane Mamoru y al día siguiente me presenté en la escuela de Ranmas y Akanes vistiendo una bota marrón en la pierna izquierda y una celeste en la derecha. También, lucía una camiseta dorada que llevaba anudada una capa rosa por detrás que me llegaba hasta la cintura, una falda morada y un enorme sombrero rojo con un pluma azul. Me recibió Hachiro con una gran sonrisa que no lograban esconder las ojeras. Desde luego, no había dormido en toda la noche preocupado por mi ausencia.
-Ricitos de Oro…no te lo tomes a mal pero…estás… ¡Horrible!
-Horrible, no –le corregí-. Espantosa. Lo más grotesco que la imaginación humana podría imaginar pero cada centímetro de cada prenda vale más que mil vestidos de las que me molestan. Sé que no te gusta que sea así pero hay una parte de mi que necesita hacer esto.
-Tú misma, Ricitos…en lucha entre mujeres ni me meto ni opino.
Pero ya lo había hecho. Se había acortado mi apelativo de "Ricitos de Oro" a "Ricitos". Por tanto, aunque lo disfrazara con sonrisas, me odiaba. Daba igual, ya utilizaría el poder del dinero para atraerle nuevamente con alguna donación no tan anónima para la operación de su padre. Ahora lo realmente importante era cobrar mi venganza sobre Musa.
Me la encontré en el estudio de grabación, practicando con los efectos de sonido para el nuevo anuncio de jabón en polvo "Lambada Rama lavanda" para el que pretendía ser la nueva voz de Akane.
El recibimiento fue especialmente gratificante. Llevaba los cascos puestos y una serie de implementos que le tapaban buena parte de la cara pero podía olerme.
-Snifff, sniffff. ¡Madre! Solo tú tendrías la ocurrencia de mezclar los cuatro perfumes más caros de París, Candy, Rosemary, Isakura y SofiaFlores, en una sola loción para venir a verme. Es el desperdicio de dinero más chic y snob que has imaginado este año…-dijo todo esto hasta que terminó de liberar su cabeza de los artilugios que modulaban su voz, luego se quedó congelada en su sitio, observando a la verdadera Ibuki, la que había ninguneado durante tantos días. En el fondo igual que Hachiro de niños pero al revés. Al segundo creyéndome insensible se le había momificado el cuerpo cuando me oyó hablar y a esta se le momificó el alma cuando descubrió que de quererlo, a presumida no me llegaba ni a los talones.
-Que te quede claro. Esto es una exhibición gratuita de lo que tú deseas ser y no puedes. Pero que yo puedo y no deseo. Como vuelvas a meterte conmigo me ocuparé de que la empresita de exportación de tu padre se quede sin proveedores permanentemente. Con una Ibuki no se juega.
-U…u-una…Ibuki. ¿¡Eres una Ibuki?! Soy enemiga de una…AHHHHHHHH –se agarró de los pelos-. Los ricos deberíamos tener una seña de identidad más clara. Un…no sé…un apellido común…eso es…"mill" o "trill", como si fuéramos hermanos. Si te…llamas "Eva", pues "Evanmychem". Si eres "Majo", pues "Majomich". A-a…sí n-no pa…sarían e-estas co…sas…
-Tranquila –le miré con desdén-. Mientras te quedes quietita y guardes mi secreto, no me veré obligada a gastar parte de mi mensualidad en boicotear permanentemente las exportaciones de tu padre.
-Y-yo y-y-y-yo l-lo siento –tartamudeaba mientras un nuevo sentimiento iba creciendo dentro de mí. Odio admitirlo pero me gustaba. Su miedo, su terror infinito al descubrir la realidad, el patetismo de sus "y" arrastradas sin poder articularse correctamente, me llenaba el alma de cierto bienestar. No era felicidad pero se sentía bien. Mucho mejor que la tristeza que me había agobiado tontamente durante las semanas anteriores. Juro que estuve a punto de volverme una Ibuki hecha y derecha…casi…el despacho del director estaba tan cerca…era tan sencillo mandar a Kodachi a Alaska por dos años en un programa de intercambio de profesores inventado para la ocasión…pero no, justo entonces, cuando avanzaba hacia la puerta entreabierta de su oficina…Hachiro me interrumpió.
-Apúrate, Rizos. Que ya va a empezar la clase. ¿No querrás seguir mostrándote así en público?
¿Así? Si con esa ropa podía pagar seiscientas operaciones de las que necesitaba. ¿Y encima, "Rizos"? ¿Otra vez degradada? ¿Cómo me llamaría después? ¿Riz? No podía soportarlo. Sería patética, ridícula y enamoradiza. Pero bastó su persistencia en aminorar la carga agresiva en la forma de llamarme para que corriera a mi habitación y me pusiera mi uniforme mugriento y mal lavado. Más tonta aún, fue regresarme a la clase y oírle decir esto para que casi se me cayeran las bragas: "Así estás mejor, Ricitos de Oro".
Y todo bien, salvo que Kodachi me tenía servidita en bandeja de plata para merendarme. Había huido de clase el día anterior sin dar explicaciones y entonces…justo entonces, pasaba Akane Tendo en persona, la dueña del local e ideóloga del proyecto al completo a verificar los progresos de sus aspirantes. Un paso en falso de los que acostumbraba a dar muchos y pum, para afuera.
Estábamos todos. Los futuros Ranmas y las futuras Akanes.
-Estoy nervioso, Ricitos de Oro –me susurró Hachiro-. No se me da bien actuar bajo presión. Además soy el único que se la juega hoy. Tú solo arriesgas una oportunidad de hacer lo que te gusta, los demás pagan la cuota. Yo…si lo hago mal…lo pierdo todo, pasado, presente y futuro.
-No te preocupes, hache. Yo estoy contigo.
¿Por qué le llamé así? ¿Por qué sonó tan melancólico, íntimo y personal? No lo sé. Pero le gustó. Al menos dejaba de temblar.
Akane Tendo dio un paso al frente. Se la veía seria. Preocupada.
-Siento informaros que por exigencias de la Academia central de Teatro, debemos tomaros ya un examen de actuación. Quien no lo supere no podrá seguir estudiando aquí. Son normas generales que al parecer, mis asesores no habían entendido del todo bien a la hora de organizar las asignaturas y los horarios. Sé que es duro pediros algo así sin aviso previo ni preparación y me disculpo en nombre de Takahashi Corp, la organizadora del programa. Para compensaros os pediremos algo muy sencillo. Tan solo que os pongáis en parejas de dos. Una dará una cachetada y el otro deberá soltar una lágrima. Nada más. ¿Podréis hacerlo?
No, no podía. El temita de los "plafuis" se me daba fatal. Daba igual. Si hacía falta, ya tenía dinero para pagar la inscripción. Lo importante era que pasara el examen Hachiro.
-Adelante, Ranmas –dijo Kodachi-, escoged a vuestras Akanes.
Perfecto. Hachiro elegiría a Musa y sanseacabó. Ella dominaba la "plafuidad" perfectamente. Lo hacía con tanta precisión que las "plimps" de sus Ranmas caían sin necesidad de mayor esfuerzo de estos últimos.
-Ricitos de Oro –se arrodilló como si fuera un caballero y yo su princesa-, ¿querrías ser mi Akane?
-N-no…soy muy mala en esto –le dije en voz baja-. Vete con Musa. Ella te salvará.
-Contigo gané esta oportunidad. Si tengo que volver a jugármela, tiene que ser contigo también. Por favor, Ricitos de oro puro. Antes has dicho que estarías junto a mí. Tengo miedo. No me hagas implorarte.
No, no, no. Eso no valía. ¿Cómo se le ocurrió pedirme algo así usando ese apelativo nuevo? El muy tonto me desarmó. Tanto que iba como adormecida de su mano hasta la doble hilera de Ranmas y Akanes enfrentados. Luego comenzó el examen. Éramos los quintos.
1. Plafui-Plimp. 2. Plafui-Plimp. 3. Plafui-Plimp. 4. Plafui-Plimp. 5. Plafosty-Plest
-Ja. –saboreó nuestro fallo Kodachi-. Muy mal. Aplazada.
-Disculpe –me defendió Hachiro-. Yo también lo he hecho mal. Es un aplazo conjunto.
-Ni hablar. Tu "plimp" sonó mal por culpa de su cachetada horrorosa.
Tenía razón. Era mi culpa aunque no me sentía del todo mal. Quizá no hubiese sido mi mejor cachetada pero dada en la cara de Hachiro sonaba bien. Casi como si nuestra forma fuese tan correcta como cualquier otra. Eso mismo debió de entender Akane que interrumpió el baile triunfal de Kodachi.
-No tiene que imitarme. Cada una debe encontrar a su propia Akane interior. Esta chica es diferente a mí pero tiene talento. Me gusta. Si este diamante en bruto no triunfa será más por demerito de los profesores que por su culpa.
Es difícil para mí describir el silencio que ganó protagonismo a continuación. Tenso, cargado de voltaje. Cada una de las dos, a su manera, echaba chispas sin animarse a decir más. Un delicado equilibrio que por piedad rompí yo.
-Gracias, maestras. Tendré en cuenta ambas valoraciones para mejorar.
El resto del examen se realizó en el mismo riguroso silencio. Cada plafui de mis compañeras, cada plimp de los Ranmas podía oírse a kilómetros de distancia.
Y final feliz del segundo episodio de mi gran aventura…Hachiro seguía conmigo. Musa había sido neutralizada y Kodachi no podía tocarme un pelo sin condenarse. Solo me quedaba pues disfrutar. No quedaban más enemigos libres…salvo uno, el peor de todos, yo misma. No la dulce y tímida Ricitos de Oro con talento. La otra, la Ibuki. Un fantasma que nació en el mismísimo instante en que pedí la ayuda de mis tíos y que poco a poco se iba apoderando de mí. Solo necesitaba de la provocación adecuada para surgir nuevamente y devorarme. No fue en seguida, no. Me dio casi un mes de tregua. Pero…nada es eterno y mucho menos la felicidad.
Mientras tanto Musa simulaba tranquilidad y simulaba también hacerme la pelota con miedo…pero no. No se había dado por vencida y esta vez, estaba bastante clara la razón de su odio hacia mi persona. Competíamos por lo mismo. Por Hachiro. ¿Se lo merecía la estúpida de Musa? No, le había tenido y le había rechazado. Mis ojos no me mentían: seguía queriéndole, seguía coladita por su galantería y su espectacular gallardía. ¿Cómo ser mujer y no suspirar por un hombre así? Cada día se hacía más evidente. Si se había desprendido de él, era solo para poder disfrutar de su nueva vida de rica. Y entonces, por fin, se arrepentía. Pero claro, yo estaba en el medio. Si Hachiro había asistido a la escuela de teatro tan solo para recuperarla, ahora parecía haber olvidado aquella motivación inicial. Trabajaba duro y bien, al punto de convertirse de lejos en el mejor y más apuesto Ranma. Un gran actor con un gran papel. Pronto, no solo yo y Musa suspirábamos por él. Lo hacía el instituto al completo. Un solo momento que me descuidara y ya tenía a tres o cuatro pretendientas rodeándole con sus tonterías, hecho que poco a poco fue haciendo crecer mi demonio interno. Ya no me preocupaba Musa. Me angustiaba por todas.
Por las noches seguíamos hablando desde nuestros respetivos balcones. Musa ya ni era mentada en nuestras conversaciones. Solo platicábamos de teatro, el método Stanislavski y de Rumiko. En esos momentos mi alma se tranquilizaba pero lo que su gracia destejía por las noches, los celos lo tejían durante el día. Comenzaban las clases y nuevamente tenía que aguantar los ríos de babas de mis compañeras agobiándole y agobiándome. Fue al trigésimo cuarto día de empezar a estudiar teatro que todo explotó. Me topé casualmente por el pasillo con dos figuras conocidas conspirando a mis espaldas. Kodachi y Musa. Las dos, escondidas en el cuarto de limpieza.
-Tía, tienes que deshacerte de ella. Yo no puedo. Me amenaza.
-Tranquila, Musa. Ya encontraré la oportunidad. Tengo que atraparla in fraganti en un fallo imperdonable. Algo que no pueda pasar por alto ni siquiera la estúpida de Akane Tendo. Sorprenderla copiándose o faltando a una audición importante. Si no se equivoca, ya habrá oportunidad de tenderle una trampa. Tú no te preocupes.
¿Tía? ¿Musa era sobrina de Kodachi? Suficiente. Con el mapa de situación completo, simplemente perdí la cabeza. Se me puso todo rojo. Rojo Ibuki para ser más precisa. Cólera pura que reaccionaba ante la injusticia siendo aún más injusta. Castigando con el ostracismo eterno a los ridículos mosquitos que habían osado picar a un elefante. Tampoco fui muy cruel. A Kodachi la mandé a París a entrenar Ranmonds y Akanuis. Si de crueldad hablamos habrá sido para con los pobres aspirantes francesitos. Y al padre de Musa no le dejé en la calle. Únicamente reduje sus negocios e inversiones en la medida suficiente para que no pueda volver a considerarse rico, tan solo clase media-alta. De hecho, les alcanzaba perfectamente para seguir pagando la cuota de la academia. Comparado con lo que hubiese hecho cualquier otro en mi lugar con mi poder, yo todavía era buena. Mientras tuviera la fuerza de voluntad de no pasarme ¿qué tenía de malo si abusaba un poco de la herencia que me había ganado sin el sudor de mi frente? No me había pasado al lado oscuro. Solo utilizaba un poco de su poder para hacer más brillante el lado de la luz. Así me autoconvencía de la bondad de mis acciones camino a mi cuarto. Inocente y totalmente ignorante del huracán que yo misma había desatado en mi contra.
El destino me esperaba allí, en mi habitación. Más precisamente en el balcón, con las ventanas abiertas y tomando la forma de mi amado Hachiro. El corazón me latió con fuerza apenas le ví. Siempre era yo la primera en salir. Si estaba allí antes era porque me esperaba y si me esperaba era porque quería contarme un secreto. ¿Se confesaría por fin? ¿Diría con palabras lo que las acciones y las miradas ya decían?
-Gracias por todo, Ibuki. Por escuchar tan pacientemente mis tristezas –me dijo antes de que siquiera pudiera acomodar mi larga cabellera sobre la baranda.
¿Ibuki? ¿Había oído bien? ¿Ibuki? ¿Qué demonios pasó con "Ricitos de Oro"?
-¿Sabes? –continuó sin darse cuenta de mi sorpresa-. Al final han dado sus frutos estas sesiones de mutuo psicoanálisis nocturno. A ti ya no te molestan y Musa y yo hemos vuelto a salir. Al parecer su padre ha perdido mucho dinero en las últimas horas y vuelvo a parecerle de "su clase". Es asqueroso pero me da igual. Sé que Musa nunca dejó de quererme y eso es lo importante.
IBUKI. Claro que era una Ibuki. En eso mismo me había transformado el dinero. En una cruel y malvada Ibuki. Como durante los últimos cien episodios de mi vida. Y entonces, por fin, aprendía que el dinero, como la perla de Shikón, tenía un lado oscuro. Podías pedirle el deseo que quisieras pero no manejabas las consecuencias nefastas que tus decisiones acarreaban. Yo misma les había vuelto a unir eliminando el único abismo que les separaba. Ayer, todos mis problemas parecían tan lejanos, ahora los veía y estaban aquí para quedarse. ¿Irónico, verdad?
Akyfin-aliza el segundo acto.
El tercer acto, las respuestas a los comentarios y la historia bonus en el capítulo 101.
PS: ¿Habéis pillado todas las referencias musicales? Grinch de la música 1- Minefine7 0
