La fábula del caballo y la almendra. Segunda parte.

HECHO irrefutable número 1: Las carreras de caballos en Japón eran y son muy populares. HECHO irrefutable número 2: El hipódromo de Nerima se ha tratado desde su inauguración de uno de los más grandes, espaciosos y prestigiosos de toda la zona. HECHO irrefutable número 3: a las keibas (así se llama a las carreras equinas en Japón) ha acudido al menos una vez en su vida todo japonés, ya fuera como espectador o como ludópata. HECHO irrefutable número 4: A Ranma Saotome la popularidad de aquel entretenimiento cruel para con los animales le tenía sin cuidado. HECHO irrefutable número 5: Cuando salió en los noticieros de todo Japón la noticia del caballo humilde que iba en cabeza y había tropezado a metros de la meta de la carrera más importante del año, solo Ranma tuvo la sensibilidad de notar que no se había tratado de un accidente fortuito o debido a la escasa experiencia del animal. No llega al valor de hecho relevante (pues no le había importado a nadie salvo a Ranma y al caballo en cuestión) pero justo en medio de la pista, justo interponiéndose en la trayectoria del veloz animal, había caído una de las almendras más finas y elegantes que pudiera haber imaginado un alma equina jamás. Ranma también solía tropezar a menudo justo antes de conseguir sus mayores ambiciones por culpa de una almendra bella. Al igual que el caballo, ni sentía pena, remordimiento o vergüenza por el tropiezo. Lo correcto, lo que haría cualquier equino noble, era salvar al ser bello y delicado.

Amnar, por el contrario, huía de este tipo de vicisitudes. Sin preocupaciones ni anclas emocionales, era capaz de desempeñarse con la máxima efectividad en cualquier campo. Artes marciales, trabajo, estudios, deportes, poesía. En todas ella brillaba con luz propia. No dudaba al fracturar el fémur de un rival, ni vacilaba en serruchar el piso a sus colegas, ni reparaba en la inmoralidad de copiarse durante los exámenes. Mucho menos, se permitía el lujo de fallar un gol por miedo a lastimar a un oponente o se privaba de recitar versos robados para engatusar a una jovencita ingenua. Solo en un campo no se cumplía este paradigma. En el del amor. Y no precisamente porque fallara o se pusiera nervioso. La razón era otra. Para Amnar el amor simplemente no era un campo. Se trataba más bien de una selva. De una jungla repleta de cazadores y futuros trofeos que colgar en la pared imaginaria de su ego gigantesco. Es en este contexto, en el de un primo fuerte y egoísta y un primo más ingenuo y de sensibilidad poética que se dio el siguiente diálogo.

-Primo, ¿vamos ya de cacería?

Ranma se rascó la cabeza.

-No me gustan las armas de fuego. Además los animales por fuertes que sean, no son dignos oponentes. Sería cruel usar la fuerza contra uno.

Amnar se tomó un tiempo para procesar lo que Ranma le decía. A primera vista le parecía una sarta de estupideces pero quería asegurarse. La mayoría de las veces que lograba manipularle, lo conseguía por seguirle el juego un rato.

-Era una metáfora. En todo caso, si fueras un animal, ¿qué animal serías?

El chico de la coleta esbozó una sonrisa. Por fin, una conversación con su admirado primo sobre un tema interesante.

-Sin duda, un cabal…

-Un león, ¿verdad? -le interrumpió Amnar-. Por supuesto. Somos depredadores. Es nuestro deber merendarnos a esas gacelitas –señaló el primo gigantesco a las compañeras de Ranma que poco a poco avanzaban hacia el instituto.

-Yo veo más a Akane como a una almendra. Ya sabes. Sus ojos…un podría perderse en su profundidad almendrada.

-¿Y esa quién es?

Ranma tomó una buena bocanada de aire y la contuvo un rato en los pulmones, antes de exhalarla con fuerza. De sobra conocía el talante irónico de su primo, único defecto que era capaz de descubrirle.

-Es mi prometida. La mujer de sonrisa enigmática, mirada pulcra y fuerza admirable. Vamos, la que te está golpeando con un mazo desde hace un rato.

-¡Ah! ¡ESO! ¿Es una mujer? Sentía como unas cosquillitas –se palmeó el omóplato-. ¿De verdad se trata de una hembra? Pensaba que era un niño que quería jugar a dar palmaditas.

HECHO irrefutable número 6. Aquellas palabras enfurecieron aún más a Akane que, efectivamente, llevaba más de diez minutos y toda la conversación azotando la espalda de Amnar con su mazo sin que el primo de Ranma atinara siquiera a despeinarse. A lo mejor, las palabras dulces y directas de Ranma hubiesen calmado su ánimo de estar a solas. Pronunciadas junto a Amnar, a Akane le sonaron más o menos así: "¡Muy buena, esa, primo! La marimacho golpea como un niño pequeño". Y por tanto, enceguecida por la furia le pegaba con más y más fuerzas. ¿Cómo era posible que ni siquiera le doliera? Si a Ranma con menos le hacía salir volando. ¿Tanto más fuerte era un primo que el otro?

-No te canses, Akane –se interpuso Ranma con cara de lástima-. Por eso le admiro tanto. Es invulnerable. Si yo fuera como él…

-…rompería ahora mismo nuestro compromiso –le interrumpió Akane-. Y vomitaría del asco.

Amnar que continuaba sentado, apoyando todo el peso del cuerpo sobre un codo, esbozó su sonrisa irónico-pretensiosa en su máxima amplitud y repuso:

-Y luego esta cosa dice que soy yo el que utiliza un lenguaje inapropiado.

-Tiene razón, Akane –volvió a meterse Ranma entre los dos-. Sería mejor que simplemente te rindieras. Lo del vómito estuvo de más. Recuerda que eres la anfitriona y discúlpate.

Akane tragó saliva. Por un instante dirigió toda su furia hacia su prometido, rodeada de unos halos de ki de tonos nunca antes mostrados. Los de la furia verdadera. Luego, se contuvo. No era ese su enemigo.

-Lo siento, Ramna. Te pido disculpas por haberte conocido tan tarde. Aún así –se dirigió a Amnar-. Ranma es mío y su futuro también. ¡No me lo robarás! Se convertirá en el esposo perfecto que yo quiero y nunca en un imbécil como tú. Y una cosa más: ¡ESTO ES LA GUERRA!

HECHO irrefutable número 7: Amnar ni se inmutó desde la sonrisa socarrona para fuera. Por dentro, odiaba que le insultaran y aunque no dijo nada, recogió el guante de palabras con el que le habían abofeteado y aceptó el desafío.


Al día siguiente Kasumi había recuperado buena parte de su buen humor y dulzura característica. Una larga sesión nocturna de su programa favorito en su salón privado de la reflexión le había servido para recordar que la mejor manera de tratar con necios era ignorarles. Inhaló aire pausada y lentamente durante cinco segundos y luego lo dejó salir de manera aún más paulatina. Si quería dar el ejemplo, sobre todo, debía relajarse al máximo. Tampoco sería tan difícil…la calma era su fuerte.

-¡RANMA! –interrumpió Nabiki su reflexión dando grandes gritos-. ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!

En seguida acudieron Ranma y Akane al comedor, vestidos ya con sus kimonos y rebuscando con la mirada hacia abajo. Si Happosai había vuelto a hacer de las suyas, sería necesaria la cooperación de ambos para detenerle. De pronto, Ranma se sorprendió por el abrazo de Nabiki que lloraba desconsolada sobre su hombro.

-Me lo ha quitado todo…sob…¡TODO MI DINERO! A la…sob…fuerza. Tu primo…es horrible. Además me ha dado una palmada en el culo…pero lo más importante: ¡ME HA QUITADO MI DINERO!

Ranma apartó a Nabiki unos centímetros y le secó las lágrimas. Nunca antes la había visto así. Tan vulnerable y desprotegida.

-Calma –le dijo con tono suave-. Mi primo es muy bromista. Verás como te devuelve todo antes de que pasen diez minutos. Hablaré con él ahora. No te preocupes más.

No hizo falta que Ranma subiera las escaleras porque en ese momento hacia lo propio en dirección contraria Amnar a la voz de: "¡Mesera! ¡El desayuno!".

El mazo de Akane extendido como si fuera la espada del antepasado de Ranma se detuvo justo bajo la barbilla de Amnar.

-Devuelve el dinero a mi hermana. AHORA.

Amnar, evidentemente descolocado, echó un vistazo a su primo. Ranma, que le esperaba cruzado de brazos, asintió con la cabeza y agregó:

-Reírse de Akane no está del todo bien pero es entendible. Robarle a Nabiki ya son palabras mayores, primo. Como le decía ayer a Akane un anfitrión debe tratar bien a sus huéspedes y estos últimos le deben un respeto a sus hospedantes.

Amnar que venía masticando un mondadientes cogió el palillo por un extremo y con el otro hizo presión sobre el mazo hasta apartarlo.

-Yo no he empezado en ninguno de los casos. La cosa esa –señaló a Akane- me insultó primero. Y la gacelita guapa me quitó primero parte de mis yenes con engaños.

Ranma se giró hacia Nabiki con mirada asesina.

-¿Es eso verdad?

-Claro –se encogió de hombros la mediana de las hermanas Tendo-. Es lo que hago siempre.

-¡AJÁ! –exclamó Amnar-. Pues si vosotros os dejáis embaucar es porque sois débiles. Yo no tengo por qué. Cuando le reclamé mi pasta me contestó que era mi culpa haberla perdido. Que lo natural era que el dinero pasara de las manos necias a las fuertes. Así que eso hice. Utilicé mi "fuerza" para que ocurriera lo "natural".

Nabiki se echó a llorar, otra vez, de forma descontrolada.

-Y se llevó todo. Lo suyo y lo mío también.

Unos veinte minutos después las aguas volvieron a sus cauces. Amnar accedió a regañadientes devolver lo robado y Nabiki lo aceptó sin pedir mayores reparaciones. Antes Ranma tuvo que comprometerse a pagar a Nabiki los intereses por el "préstamo" ya que desde su punto de vista con ese dinero en sus manos seguramente hubiese obtenido algún tipo de beneficio. También el pobre muchacho debió prometerle a Amnar que pagaría él solito los gastos de la cita doble que el bueno de su primo había preparado con Shampoo y Ukyo.

En este último sentido, Ranma no se sintió mortificado en lo más mínimo. Antes, cuando estuvieron a solas, presentó el tema a Akane como si fuera un argumento triunfal que lo arreglaba todo.

-¿Has visto? A primeras parece malo porque es tímido y le gusta ahuyentar a la gente con su actitud. En realidad, no hace ni un día entero que está aquí y ya me está ayudando a arreglar las cosas. ¿Para qué crees que es la cita doble? Para darme la oportunidad de decirles las cosas claramente a las dos. Ni Kuno, Ryoga y demás entrometidos se animarán a interrumpirme con él a mi lado.

Akane, la dulce y colérica Akane, ni le escuchaba. Desde hacía unas horas, por pura piedad, había decidido desconectar el cerebro cada vez que Ranma se le ponía a hablar. Mejor eso que oírle de verdad.

-Ya, ya. Amnar es sacrificado y generoso. Y tú no eres un pervertido. Ya lo entendí. Una cita inocente.

-Bien –se levantó Ranma con una gran alegría en el rostro y sin advertir ni una traza de la ironía que cubría cada una de las palabras de su prometida-. ¡Eso es! ¡Qué bueno que lo entendiste!

Luego se marchó sin ver tampoco que bajo la mesa que habían compartido, ligerísimos grumos de aserrín se iban depositando poco a poco en el suelo debido a un pequeño cuchillito (que en manos akaniles) iba tallando sobre su mazo, filosas puntas de madera que multiplicaban la capacidad de dañar de aquella herramienta inocente.


Ironías del destino aparte (los designios divinos más que irónicos acostumbran ser crueles), el lugar elegido por el artista marcial invulnerable para la cita doble fue la misma heladería que Mousse había destrozado al principio de esta historia. Todavía se podían percibir restos del estropicio en forma de marcas ennegrecidas por el humo en la pared y alguna que otra silla tambaleante. El resto, lo más sencillo, había sido reparado o pagado por la bisabuela de Shampoo que, dicho sea de paso, estaba hasta la coronilla de poner dinero de su bolsillo para solventar los destrozos de ambos chinitos. Problema que compartía con el bueno de Soun y de ninguna manera con Genma quien siempre miraba a otro lado en este tipo de ocasiones (y por "mirar a otro lado" me refiero a mojarse accidentalmente con agua fría hasta que pasara el "peligro"). Y, qué duda quedaba, Amnar era familia de Genma. Egoísta, manipulador y fuerte, solo que de una manera mucho más intensa en cada faceta. Si el primero parecía un personaje de caricatura, hasta entrañable por lo ridículo, el segundo, directamente causaba lo que muy bien había descrito Akane párrafos atrás.

HECHO irrefutable número 8: No existe tal cosa como una cita doble. Si ambas parejas se quieren claramente son dos citas independientes que coinciden de forma física pero no mentalmente. Y si no están tan claras las relaciones, se trata de un tumulto en el que se armonizan todos los triángulos amorosos posibles. Este último caso fue el que protagonizaron la amazona y la cocinera cuando advirtieron que Amnar, el muchacho que las había invitado por carta, era como Ranma pero más musculoso y disponible.

De común acuerdo (y por "común acuerdo" me refiero al mutuo asentimiento de las dos jovencitas y de Amnar) se decidió degustar los helados en el primer piso de la heladería, el que siempre permanecía desierto.

El gran salón que usualmente se utilizaba para cumpleaños y fiestas, se encontraba efectivamente vacío en aquel momento. Una pared de unos dos metros de alto separaba una y otra sección por la mitad. La izquierda era el sitio reservado para fumadores y la derecha, para los clientes con sentido común. En una de esas mesas, se sentó Ranma. A continuación se dio una serie de tiras y aflojes en forma de indirectas muy directas entre las dos jovencitas por decidir quién se quedaba con quién. Cerca de una veintena de indirectas de las que Ranma no supo o no quiso enterarse. A la postre, fue el mismo Amnar el que rompió el hielo y tomó la iniciativa.

-Primo, eso que tenías que discutir con la chinita hiperdesarrollada era muy importante, ¿verdad?

-Claro –repuso el chico de la coleta.

Amnar guiñó un ojo a Shampoo sin que su primo le viera.

-En tal caso, como me he enterado que siempre te interrumpen cuando quieres hablar seriamente, habrá que tomar medidas drásticas.

A continuación Amnar cerró las ventanas y las cubrió con unas cortinas muy pesadas y densas que no dejaban pasar la luz solar. Luego disminuyó la potencia de las luces para que "nadie de fuera sospechara que había alguien allí" y vació el contenido de una mesa a la que midió palmo a palmo hasta exclamar:

-Despejado. Este es un sitio resistente y amplio para "hablar" o lo que toque.

Luego atrancó la puerta dejándose a sí mismo y a Ukyo del otro lado. La cocinera se despidió de su compañera con una expresión extraña en la cara. Muy lejana a la decepción por ser la segunda. Más bien como si hubiera obtenido el premio mayor.

-Bueno…-dijo Shampoo apoyando ambos codos sobre la mesa desnuda y acercándose a Ranma-. Ya estar a solas. ¿De qué querer hablar?

-Y-yo…estem…¿cómo decirlo…? Akane…almendra…caballo. Su sonrisa.

-Ya, ya. Que querer a Akane y no a mí. Ya haberme dado cuenta alrededor del capítulo 30 del manga y 20 del animé –paseó sus dedos índice y mayor por el brazo de Ranma desde la muñeca hasta el hombro-. Para decir eso no hacer falta traerme a lugar oscuro y a solas. A menos que…

La procaz insinuación se vio interrumpida de la manera más insólita. La pared lateral, una bambalina corrediza que dividía una sala de la heladería de la otra, no llegaba hasta el techo. Y por el hueco libre había caído una blusa idéntica a la que llevaba instantes atrás Ukyo. Los ojos de Shampoo se abrieron como platos.

-Si ser zorra la mosquita muerta.

En seguida Ranma cogió la blusa y la acomodó sobre la mesa mientras doblaba todos sus pliegues para que no se arrugara.

-No pienses mal. Está claro que se ha manchado con el helado y Amnar le ha sugerido que se la quite para que no se resfríe.

-Claro, claro. Y haber caído aquí accidentalmente. Y esos gemidos que oír ahora ser porque Ukyo haberse resfriado, ¿verdad?

-S-sí…eso…es. Y los golpes son…porque Amnar la está abrigando pero por vergüenza cierra los ojos para no verla y tropieza con todo.

A medida que el resfriado de Ukyo iba empeorando y los tropiezos de Amnar se hacían cada vez más violentos y veloces, los muchachos se fueron quedando mudos, pálidos y colorados. Más aún cuando Amnar se contagió del resfriado de su acompañante y comenzaron a "estornudar" los dos. Aquel silencio de la otra mitad de la cita doble duró unos diez minutos más hasta que Shampoo se levantó y se dirigió directamente hasta el dispensador de helados.

-No aguantar más. Mirar, Ranma. Shampoo mancharse con helado –se quitó también la blusa-. Y estar muy resfriada. Ah…ah….ahhhh…ahhhhhhh…..chis. Venir a "abrigarme".

A pesar de haberse quedado duro por la sorpresa, Ranma alcanzó a articular un claro y sonoro:

-No.

-¿Por qué? Todos los hombres hacerlo tarde o temprano. Hasta el protagonista del live action de la Familia Ingalls cayó en la trampa. Además Akane no enterarse jamás.

Ranma se quitó el traje y con el torso desnudo colocó su vestimenta sobre los hombros de la amazona.

-Pero yo sí me enteraría y –señaló un gran recipiente al fondo de la sala- esas almendras también lo harían.

A pesar de su derrota, la china intentó incluir un argumento más. Uno que describía a su parecer, perfectamente la tensa relación que sostenían desde siempre.

-Ranma saber que en el fondo sí querer.

-No, no quiero. Y sabes que tú tampoco. "En el fondo" como has dicho tú los dos sabemos que no eres mala. Jamás podrías estar satisfecha haciendo algo así.

-¿No querer ser como Amnar? –se destapó nuevamente un seno-. Hacer lo mismo que él –se destapó el otro-. ¿No ser él mejor que tú en todo? Pues imitarle y algún día poder alcanzarle.

Ranma abrió la ventana y antes de saltar por ella dijo:

-Creo que no me he expresado bien antes. Amnar no es mejor que yo en absolutamente todo. Yo tengo una Akane y él no. En eso le supero.

HECHO irrefutable número 9. Ranma no mentía.


Horas después Amnar volvía al Dojo de un innegable buen humor. Prueba de aquello era que marchaba haciendo katas en el aire y cantando.

-Me he comido una fresa

muy sabrosa primero.

Y de postre sorpresa,

dos melones chinos.

Al primo de Ranma poco le importaba que el último verso no rimara. Pues al pronunciarlo era el que mejor impacto generaba en su ego. Tampoco parecía molestarle demasiado que la metáfora fuera tan directa que, más que metáfora, pareciera una frase tomada de una película porno. Menos aún le importó la cara de asco que le puso un joven alto y delgado cuando se topó con él por la calle y le oyó recitar el último verso de su improvisación, el que contaba sus planes de forma sutil y velada.

-Ya van dos. Solo queda una.

La acompañante del joven escuálido, que también había observado la escena, se puso en puntas de pie y le susurró al oído:

-Siento pena por ellas.


A pocos metros del Dojo una brisa fresca le recordó al honesto joven de la coleta que había huido de la heladería sin su traje y que cuando llegara así a casa, su siempre comprensiva prometida iba a creer cualquier cosa menos que se había comportado como un caballero. Así, con el torso desnudo y la vista anclada en el horizonte, Ranma calculó la distancia entre la copa del árbol más próximo a la ventana de su habitación y esta. HECHO irrefutable número 10: Aunque en los últimos meses había mejorado muchísimo sus habilidades, todavía era incapaz de saltar semejante distancia. HECHO irrefutable número 11: cuando alguna idea se le metía entre ceja y ceja a Ranma, nada le detenía, ni siquiera la certeza de que un hecho irrefutable auguraba su próximo fracaso.

HECHO irrefutable número 12: El ruido que hace Ranma al caer desde una gran altura y torcerse un brazo era más o menos así: CATAPLIMPLUMP.

Como era de suponerse, justo a centímetros del lugar de impacto, Akane le esperaba de brazos cruzados y con mirada fiera. Menos previsible era, desde luego, que tuviera entre sus manos una pequeña maceta con un poco de tierra y un jersey.

-Toma. Para que no te enfermes.

Ranma cogió los atavíos y se los puso en seguida entre miradas gachas y temblores (de miedo más que de frío). La jovencita peliazul apoyó el dedo índice sobre el mentón de Ranma y le obligó a levantar la vista hasta que sus ojos hicieran contacto. El hermoso paisaje almendrado le dijo a continuación:

-Toma, he plantado una semilla en esta maceta. Ahora eres mejor que Amnar por dos razones. Porque tienes una Akane y también un futuro almendro.

-¿M-me has visto?

Akane sonrió.

-Claro. Y también te he oído. Y a las otras. Pero no te hagas ilusiones. Algún día dejaré que me "abrigues" pero no antes del matrimonio.

HECHO irrefutable número 13: Akane no había dicho nada sobre la imposibilidad de besarse sin pasar antes por el altar. De este ligerísimo detalle se aprovechó Ranma para juntar sus labios con los de su prometida a continuación. Aquella intensa escena de amor se dio de forma natural y pausada con un único testigo material: la almendra plantada en una maceta y el murmullo lejano de dos mirlos que acertaron pasar por allí. A lo lejos, un rumor de otras características pronto se convirtió en gritos y altercados.

-¡MESERA! ¡MESERA! ¡AMNAR TENER HAMBRE!

-Se ve que se le ha pegado el acento –rió Akane-. Será mejor que vayas a hablar con tu primo. Me da igual si es más fuerte que Wu-Bei. No querrás ver a Kasumi enfadada de verdad. De paso le explicas claramente lo nuestro para que se deje de conspiraciones…digo…de "ayuditas".

Ranma asintió con la cabeza. Por mucho que admirara a Amnar, la realidad se imponía. Nadie, nadie, nadie, por nada del mundo, quería ver a Kasumi irritada. Y desde luego, las "ayuditas" de Amnar ayudaban menos que acudir a la ridiculísima estrategia de decir la verdad.

Unos minutos después, regresó Ranma con una sonrisa entre los labios.

-¿Lo has arreglado?

-Sí, todo aclarado. Ya no volverá a ser grosero con nadie. A propósito, a partir de mañana será él tu prometido.

-¿¡QUÉÉÉÉÉ?!

Ranma colocó ambas palmas sobre sus hombros.

-Por favor, Solo será por unos días. Ha venido la tía Amneg. Está harta de su vida libertina. Quiere descendencia…en fin que le exige que se case, se comprometa o haga seppuku. Tú mejor que nadie tendrías que entender lo injusta que es su situación.

-Ya…pero YO LO ODIO Y YA ESTOY COMPROMETIDA…¡CONTIGO!

Ranma resopló.

-Venga, almendrita mía. Solo te pido que simules ser su prometida mientras la tía se quede en casa. A mi tampoco me hace gracia pretender que me voy a casar con Nabiki. Me está costando un riñón y todavía no empezamos.

-¿Y por qué yo? ¿No estarían más dispuestas tus otras prometidas? Si no te vale Shampoo que habla mal japonés, Ukyo. Está más que dispuesta y es intachable.

-Amneg no es tonta. Para que sea creíble, mi primo tiene que tener a la mejor y más guapa.

Fin de la segunda parte.


HECHO irrefutable número 14. Cuando Kasumi se resfría va a que la cure el Doctor Tofu.

HECHO irrefutable número 15. El HECHO irrefutable número 14 es el mejor chiste que he pensado en 2014.


Historia bonus: Liderazgo en el deporte.

Esta historia bonus va sobre deportes -básicamente baloncesto-, un poco de historia y casi nada sobre los temas acostumbrados. Aún así, supongo que alguien podría sacarle algo de provecho ya que se puede entender perfectamente y aplicarla a cualquier ámbito de vida sin necesidad de conocer nada sobre ese deporte o tenerle el más mínimo cariño. Por otro lado es demasiado larga. A quien no le interese el tema, simplemente le recomiendo no leerla.

Empecemos por lo más evidente: el baloncesto suele ser aburrido. Más aún si en tu país se juega fatal. De hecho, como la mayoría supondréis, durante años Argentina ha sido una selección de cuarto o quinto nivel mundial en este deporte por una razón que salta a la vista. Los deportistas latinoamericanos más altos suelen ser bajitos en comparación con los de Europa del Este: rusos, lituanos, croatas, etc. Y muy débiles comparados con un jugador NBA que suelen tener una potencia y complexión física de otra categoría. En otros deportes, la diferencia de envergadura no se nota tanto. En el caso del baloncesto, ¿cómo competir contra gente más alta y más fuerte en un deporte que consiste en meter una pelotita en un aro que está puesto a una altura que tu rival llega a tapar con medio brazo y tú ni siquiera a tocar? No se puede. Intentarlo es tan ridículo e improcedente como pretender a estas alturas que Rumiko cambie el final de Ranma ½.

A lo máximo que se puede aspirar es a tirar de lejos ya que una canasta lejana, conseguida a base de puntería y muchísima práctica, vale 3 puntos, mientras que una de cerca, vale 2. Obviamente, el gigante anotará contra ti con cierta facilidad canastas de dos puntos cada vez que quiera y tú, fallarás más de la mitad de las tuyas de 3, pero…si tienes suerte, persistencia y sed de triunfo, terminas perdiendo solo por 15 o 20 puntos. El marcador típico: 100-80 a favor del país de Europa del este y siempre y cuando hiciéramos un gran partido. Si no, la diferencia se estiraba a distancias penosas. 105-70, etc.

Otra opción de ataque sería la de gente elástica como los franceses o alemanes (que también son altos). Amagar con tirar de tres y entrar en carrera hacia el aro, lo que se conoce como una penetración. Al hacer eso, el jugador bajo gana potencia porque va corriendo y salta más alto por el impulso…pero, para lograrlo hace falta una enorme flexibilidad en piernas y manos y talento para pasar la pelota en una centésima de segundo si, de pronto, tu oponente te adivina la intención y sale a marcarte. Durante años, nunca tuvimos un deportista que nos diera esa variante. Y por tanto, nos dedicábamos a la humillante tarea de perder solo por veinte.

Pese a todo yo solía mirar todos los partidos. Básicamente porque me ayudaba a estudiar. Los dejaba de fondo. Cuando me cansaba o me aburría de leer, levantaba la vista y miraba un poco del partido. Y luego, como cada jugada es independiente de la anterior, podía perfectamente desentenderme de lo que veía y continuar estudiando. Algo más difícil de hacer con una película o partido de fútbol. En los juegos olímpicos de Atlanta en 1996, me vi por primera vez un partido entero. Nos tocó contra el Dream Team de Estados Unidos (el mejor equipo de la historia) en grupos y aunque perdimos 96-68 (una paliza), hasta la mitad del partido fue parejo. Algo así como que en un mundial de fútbol, Andorra le empate el primer tiempo a Argentina. Precisamente que siempre perdiéramos contra los equipos buenos y medianos era parte del aliciente de estudiar con un partido de baloncesto de fondo. No existía la chance de que me distrajera por el emocionante marcador y dejara de estudiar. Un día sin embargo, cuando comenzaba la copa del mundo de Indianápolis 2002 y nos tocaba contra Rusia (tercera potencia mundial en ese entonces), yo ya era mayor, iba a la facultad en un horario más nocturno y por tanto, tuve que perderme el partido. Lo cual fue muy triste porque quería ver jugar a Pepe Sánchez, un jugador bajito que hacía de base y que había debutado en la NBA hacía poco (el primero o segundo argentino de la historia en conseguirlo). Si él hacía buenos pases y metía muchos triples…podíamos soñar con un final un poco más cerrado que de costumbre. Recuerdo que llegué a casa y miré las estadísticas. ¡Desilusión! Se había dado lo de siempre. 100-81 y me había perdido el juego de Pepe Sánchez. Sin embargo, habíamos hecho un gran partido. Más de 80 frente a una potencia como Rusia era todo un logro. Eso sí: alguien, algún periodista torpe y distraído, había equivocado el orden y en una humorada sin sentido, había asignado los 100 puntos a Argentina. Por supuesto que yo siempre soñaba con un triunfo ante un equipo de élite pero…con un marcador cerrado y bajo: 62-61 por ejemplo. Anotar 100 puntos me parecía simplemente imposible. Mucho menos ganarle por 20 a un equipazo plagado de hombres descomunales que hacían ver a nuestros atletas como pigmeos. Efectivamente cuando miré las estadísticas, noté que se habían equivocado. De hecho, Pepe Sánchez había tenido un partido horrible. Ningún triple. Según el noticiero, solo habíamos anotado de dos en dos y los rusos, la mitad de sus puntos de triples. Como ya dije antes, es el equipo alto el que suele intentar muchos más dobles que triples y el bajo, el que divide casi al 50% entre triples y dobles. Luego, vino el momento de la revelación. El resumen del partido. Allí vi a un tipo con la camiseta de la selección argentina, un tal Nocioni, que saltaba más alto que nadie y atenazaba la pelota en el aire con ambas manos y con la fuerza de todo un NBA. Vi a otro, un tal Ginobili, que hacía las famosas penetraciones que yo soñaba como solución para jugar mejor. Y luego, vi también al pívot, al jugador alto, Scola, que no era muy alto como los rusos pero casi. Más importante aún, que no paraba de meterla desde todos lados. Y claro a Pepe Sánchez y a Monteccia, los jugadores bajitos que hacían funcionar a esos tres monstruos en todo su esplendor. A partir de entonces tuve que acostumbrarme a triunfos, marcadores abultados a nuestro favor y a ganar gracias a un arsenal de recursos que no se limitaban solamente a los triples. Y todo gracias a Ginobili que con sus penetraciones volvía locas a las defensas. Si le marcaban afuera se la pasaba a Scola, el hombre alto, para que anotara solo y si le esperaban cerca de aro rodeando a Scola, entonces penetraba, anotando él o dejaba solo a los bajitos para que hicieran lo de toda la vida, meter un triple. El sueño de ganar una medalla por detrás de Estados Unidos que obviamente ganaría el oro, estaba allí, latente. Solo que en segunda ronda, tuvimos un problema gordo. Nos tocó el grupo de Estados Unidos; por tanto, íbamos a salir segundos y nos enfrentaríamos en el cruce de cuartos contra el tercero del otro grupo, Yugoslavia, el mejor equipo después de Estados Unidos del torneo, pero que por menospreciar algún rival y jugar con suplentes había caído al tercer puesto. Recuerdo que le dije a mi hermano en broma: la única forma que nos queda de evitar a Yugoslavia es ganarle a Estados Unidos (invictos durante más de 30 años). Y nos reímos los dos. El Dream Team de USA no tenía a los mejores jugadores posibles pero sí, figuras de muchísimo reconocimiento que ganaban más dinero en una semana que el plantel completo de nuestra selección en toda su carrera. Se suponía que todavía existía un abismo entre ellos y nuestro jovencísimo equipo. No quiero aburrir al lector con los detalles de la victoria que se dio a nuestro favor. No estoy escribiendo ahora para hacer patriotismo barato. El que sabe algo de baloncesto ya conoce los detalles y el que no, no le interesará en lo más mínimo. Solo decir que fue un triunfo amplio y justo. Un antes y después en la historia del baloncesto. Lo que realmente me interesa contar de estos triunfos y derrotas es cómo ha ido evolucionando mi confianza hacia el equipo para que se entienda mejor el punto al que llegaré más adelante. He de confesar que a partir de entonces, yo, como muchos, pasamos a creer ciegamente en ellos. Más aún, cuando Estados Unidos se descontroló por culpa de tener que jugar en cuartos, la final anticipada con Yugoslavia y por el aluvión de críticas que recibieron. Su inesperada segunda derrota consecutiva, la que sufrieron con Yugoslavia, les dejaba fuera de las medallas y abría la posibilidad histórica a un equipo normal de sacar el oro por primera vez. Entre esos ávidos pretendientes estábamos nosotros. Mientras el torneo seguía, el descontento en Norteamérica era considerable. Rodaron cabezas y antes de que terminara la competición se aseguró que para la próxima cita, los juegos olímpicos de Grecia, acudirían con el mejor plantel imaginable. Así pues, tocaba ganar en Indianápolis u olvidarse de medallas doradas que volverían a su legítimo dueño, el país que poseía entre sus filas a 200 de los mejores 250 jugadores del mundo. Pasaron los cuartos y en semifinales nos tocó una Alemania fortísima que luchó hasta el final. Ganamos pero…como si se tratara de una película, un heroico Ginobili se lesionó mientras gestionaba la jugada del triunfo. Daba igual. Una victoria en semifinales equivalía a una medalla de plata. Sin él no podíamos ganar la dorada pero ya habíamos hecho historia.

Y sin embargo… ¿quién lo hubiera dicho? La final contra Yugoslavia, a pesar de la ausencia de nuestra máxima estrella fue pareja hasta el final. Por momentos incluso pareció que ganábamos. A la postre, más allá de algunas jugadas polémicas en nuestra contra, el hecho es que los jugadores se pusieron nerviosos y se les escurrió entre los dedos la gloria. Derrota amarga. Por estar tan cerca, porque fue sin Ginobili y porque era la última oportunidad. El Dream Team había jurado venganza. Por tanto, en el futuro más que medallas y quiméricos oros nos esperaba tarde o temprano una paliza aleccionadora. En fin, que jugarían con lo mejor y tirando a matar en lugar de subestimarnos. Para colmo, dos años después, justo a una semana de que comenzara los juegos de Atenas, el equipo funcionaba fatal. Habíamos perdido con España, futura campeona mundial pero que en ese entonces se suponía de tercer nivel y con Lituania, en ambos caso por ventajas extremadamente amplias. Y encima, el primer partido era contra…Yugoslavia (entonces ya era Serbia y Montenegro). El partido fue parejo aunque sobre el final parecía que se lo llevaba Serbia. Primero con una ventaja de 3 a falta de muy poco y luego, pese al empate de Argentina, con un tiro libre que le daba un punto de ventaja a 3 segundos del final. No quedaban tiempos muertos y por tanto, Argentina tenía que cruzar la cancha en esos tres segundos y encestar. Misión casi imposible. Y quizá por eso, porque era casi imposible, porque el protagonista de la jugada fue casualmente Ginobili, el que faltó en la final perdida y porque lo consiguió en el último suspiro y cayéndose al suelo desde una posición incomodísima, esos 3 segundos son considerados los más emocionantes de la historia del baloncesto argentino. Una venganza en toda regla. Así empezó la andadura de Argentina en lo que se denominó el grupo de la muerte. Grupo que ganó España (saldría campeona dos años después) y en el que participaba una sorprendente Italia (que llegó a la final), Serbia, la China de Yao Ming (jugador altísimo que en esos momentos era sensación en la NBA) y Argentina.

Al final fue el otro grupo el de la muerte puesto que empataron los tres segundos tras una Lituania intratable: Puerto Rico, Estados Unidos y Grecia (el local). Y en el desempate, Estados Unidos con evidentes problemas para memorizar las reglas de juego diferentes a las de la NBA, quedó cuarto. Le tocó con España en cuartos a la que superó con cierta facilidad. Por otro lado Argentina jugó con los locales que estuvieron al frente durante buena parte del partido hasta que entró Walter Herrmann a reemplazar a Nocioni. Momento de gloria de un jugador sufrido cuya historia merece un párrafo a parte. En 2003 en un accidente de transito murieron su madre, su hermana y su novia. Exactamente un año después, en 2004, justo cuando terminaba de ser la gran figura de Argentina en el sudamericano ganándole el clásico a Brasil, murió su padre de un ataque cardíaco. Aunque no había sido parte del plantel que jugó el campeonato de Indianápolis, con su gran actuación en el sudamericano se ganó un lugar para los juegos olímpicos. Y entonces, cuando peor lo pasaba Argentina, le tocó entrar sobre el final y decidir el encuentro a nuestro favor.

Euforia. Pase a semis. Y a un paso de las medallas…si no fuera por el terrible detalle. Estados Unidos esperaba a las puertas de las medallas para propinarnos la prometida paliza de venganza. Por lo menos eso creía todo el mundo. Si habían tenido alguna duda en grupos porque las reglas de la NBA y de los juegos olímpicos eran diferentes, para ese entonces, se habían acostumbrado perfectamente al nuevo reglamento y se movían con soltura. Prueba de ello era que habían vencido fácilmente a España que venía de ganarnos dos veces seguidas por amplio margen.

La clave de Argentina, la buena defensa, gracias al compañerismo y trabajo en equipo, funcionaba bien contra equipos normales. Contra Estados Unidos, se mostraba al principio como insuficiente. En ataque seguíamos siendo el reverso de nuestra historia. Muchos dobles y ningún triple. Pese a todo, el primero cuarto fue parejo. Sobre todo porque la metíamos bastante. Una muestra de orgullo que en teoría solo dilataba lo inevitable. Bastaba que nos agotáramos y no entraran dos o tres pelotas para que la distancia se hiciera insalvable. No lo vieron así los norteamericanos que esperaban ganar en seguida por quince y viendo que no lo lograban, comenzaron a precipitarse y a fallar. El segundo cuarto terminó con una increíble ventaja de 9 para Argentina. En el medio tiempo, el técnico norteamericano protagonizó una bronca ejemplar sobre sus dirigidos, ajustó sistemas, aprovechó que sus suplentes eran casi tan buenos como los titulares y salió a jugar el tercer cuarto con el objetivo de machacar. Y por momentos lo logró. Por fin se veía la diferencia de nivel físico. Más que nada, entre los suplentes de ellos y los nuestros, lo que obligaba a los titulares a jugar más minutos de los recomendables. Pese a todo y gracias a la diferencia de 9 puntos a nuestro favor el naufragio no fue tal. Ginobili jugó los mejores diez minutos de su vida, anotando tantos puntos que la aplanadora ofensiva norteamericana no alcanzó para machacarnos, ni siquiera para empatar el partido. Por el contrario el punto débil de Argentina de pronto y sin aviso se convirtió en el fuerte. La defensa de Estados Unidos se endureció para parar a Ginobili y dejó libres a los bajitos. Dos triples seguidos, pues, ampliaron la ventaja a 13 ante el desconcierto total del Dream Team. Todo el planeta esperaba la remontada. Los finales, marca registrada de la NBA, era su especialidad. Cualquiera puede jugar bien en el tercer cuarto, decía siempre Jordan. Solo una estrella lo hace en el último cuarto.

De aquel cuarto no recuerdo nada salvo una jugada. Una alley oop de contraataque de Argentina. Esa jugada mítica consiste en hacer un pase muy alto y que otro jugador salte, la coja en el aire y haga un slam dunk (clavarla en el aro) en el mismo movimiento. Normalmente no se suele hacer por arriesgada y dificultosa salvo en exhibiciones, juego de las estrellas o similar. O si un gigante te tapa todas las vías de pase salvo esa. En el caso de Argentina, yo no lo había visto nunca, básicamente por las limitaciones físicas mencionadas anteriormente. Conseguido ese tanto, y a pesar de que todavía faltaba mucho, el partido estuvo emocionalmente ganado. De hecho, el campeonato mismo se definió en ese momento. La otra sorpresa del torneo, Italia que acababa de eliminar a Lituania en la otra semifinal, nada pudo hacer ante un equipo que alcanzaba su máximo nivel de juego histórico. Al día siguiente de la semifinal ganada, el USA Today escribía:

"Los Estados Unidos no tienen más el invencible poderío en baloncesto que una vez tuvieron. Los mejores jugadores del mundo podrán estar en la NBA, pero el mejor equipo, hoy por hoy, es Argentina".

Unos días después llegaría la medalla dorada en baloncesto y también en fútbol. A pesar de jugarse el mismo día y de ser un país futbolero, ningún argentino recuerda nada del partido de fútbol. Solo la medalla dorada de baloncesto.

Cuatro años después en Pekín 2008 ocurrió la jugada que motivó esta larga introducción. El equipo ya envejecido solo había tenido un recambio de jerarquía. Delfino que jugaba en el mismo puesto que Ginobili y que metía muchos puntos, había logrado entrar en la NBA. Los demás, los mismos pero ya en los últimos años de sus carreras. Lo suficiente para seguir en la élite -Ginobili y Scola todavía juegan en la NBA- pero no, para considerarse favoritos. Más aún cuando se repitió la historia del pasado. En el torneo amistoso preparatorio, Lituania nos destrozó. Jasikevicius el mejor jugador de su historia luego del legendario Sabonis, imponía respeto. ¿Por qué? Su selección, semifinalista en las últimas presentaciones, tenía una particularidad intimidante: hombres muy altos pero especialistas en meter triples. Lo mejor de ambos mundos. Y por tanto aspirante eterno a enfrentar de tú a tú a Estados Unidos en una instancia decisiva. Algo que nunca logró pues en unas ocasiones Argentina y en otras España, le superaron justo antes de llegar a esas instancias definitivas. Su único defecto, ser un poco pecho frío, lo compensaba magníficamente Jasikevicius, jugador de temperamento muy fuerte. Era tan terrible que cuando él se enojaba, se enojaba el plantel al completo. Si Jasikevicius le ordenaba a un compañero que metiera una canasta, más le valía meterla. Si pedía que defendieran a muerte luego de una defensa un tanto suave, sus compañeros sufrían instantáneamente una transformación al mejor estilo Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. Un líder en todos los sentidos. Su contrapartida en Argentina nunca fue Ginobili si no Scola, el gran capitán. Con un estilo totalmente diferente, sin gritos ni salidas de tono, siempre encarnó todos los méritos de la selección. Sacrificio, trabajo, solidaridad, talento, táctica, valentía y compromiso con la selección. Un ejemplo para todos los demás y termómetro del equipo. Son muchas las veces que él solito se cargó al hombro el equipo cuando la cosa se ponía fea. En la final con Yugoslavia sin Ginobili, por ejemplo, fue gracias a su gran actuación que casi ganamos. Aquel día del amistoso, sin embargo, Jasikevicius aplastó a Scola de dos maneras. Primero como jugador, impidiéndole anotar y haciendo muchos puntos él mismo. Y segundo, como líder. Argentina se desmoronó al notar que superaban a su capitán y los lituanos levantaron mucho el nivel por los gritos del suyo. A mitad de partido ya llevaban como 30 puntos de ventaja. Pese a estas diferencias ambos equipos llegaron a semifinales del torneo. Luego Lituania perdió con España (campeón mundial de 2006) y Argentina nuevamente se las vio con Estados Unidos que había convocado nada más y nada menos que a Kobe Bryant, el mejor jugador del momento. El partido se dio al principio como habían soñado los norteamericanos hacía cuatro años. En poco tiempo sacaron una ventaja de 20. Luego Argentina logró remontar esa diferencia jugando como nunca…hasta que se repitió la historia de Yugoslavia. A mitad de partido, Ginobili se lesionó. Luego, victoria fácil para el Dream Team reforzado. Por tanto el choque por la medalla de bronce (que tratándose de un juego olímpico, no se podía considerar ni mucho menos un premio consuelo), fue contra Lituania, la que nos había aplastado una semana atrás y sin Ginobili. Liderazgo temperamental de Jasikevicius contra liderazgo ejemplar de Scola.

El primer cuarto fue sorprendentemente parejo. Debido, sobre todo, a una sorpresa. Delfino, el suplente de gran nivel de Ginobili, jugó el partido de su vida aprovechando su oportunidad de lucir. Por el contrario Scola, siguió en la misma dinámica. Perdiendo con el capitán rival. Y el resto del equipo igual. Fallando mucho e intimidado por el desempeño de los contrarios. A mitad del segundo cuarto, solo seguíamos vivos gracias a las penetraciones de Delfino. Entonces el partido se calentó innecesariamente. Jasikevicius saltó junto con Nocioni (nuestro jugador más fuerte) y cayeron los dos al suelo. El resultado, un corte en la frente del lituano que no le impedía jugar para nada…pero según el árbitro, debía esperar fuera hasta que los médicos se aseguraran que el sangrado se detuviese. Las imágenes de la televisión se olvidaron del partido y se anclaron en un intenso y largo primer plano de la estrella lituana mascando bronca y profiriendo todo tipo de amenazas que por suerte pronunciaba en un idioma ininteligible. Al igual que durante el amistoso anterior, el resto del equipo reaccionó ante la bronca del capitán elevando el nivel al máximo. En cuanto terminaran de vendarle y volviera al campo, se desataría una tempestad que ya se había iniciado. Dos triples seguidos de los lituanos y un robo le daban una luz de ventaja. Ante eso, como toda la noche, solo Delfino mantuvo el nivel y respondió con sendas canastas. De momento la sangría no era grave pero si empezábamos a ceder sin su estrella en cancha…¿qué pasaría en dos minutos cuando reingresase? El técnico rival olió en ese instante la situación y con gran acierto ordenó una táctica supuestamente suicida: marcar con más gente a Delfino. Idea brillante pues bloqueaba nuestro único recurso que funcionaba y suicida, porque dejaba libre por fin a Scola. Cuando este último recibió la pelota cerca del aro, sin el aliento de Jasikevicius incordiándole y sin estar rodeado de muchos lituanos altos, se deshizo con un amago de su único marcador y realizó una bandeja sencilla, de esas que metía siempre casi con los ojos cerrados. La pelota se paseó por todo el aro antes de caer fuera en manos del pívot rival. Mala noche para el capitán. Sobre todo, porque la sorpresa fue tal en el equipo argentino que cuando dos lituanos salieron corriendo hacia nuestro aro y recibieron el pase largo del que había atrapado el rebote defensivo, solo Delfino les marcaba y desde atrás. Canasta segura y, aunque faltaba mucho, final del partido desde el punto de vista anímico. El equipo sin Ginobili, ausente por lesión y sin Scola que no se encontraba a sí mismo, simplemente no funcionaba. Entonces ocurrió algo curioso. Scola, todavía parado junto al aro de los lituanos, miró enérgicamente a Delfino y le señaló un punto cerca del aro nuestro. La indicación era clara. Que fuera allí y esperara en ese mismo lugar el rebote. Desde luego, tenía gracia. Un lituano alto, jugador de élite, sin ningún tipo de defensa, que fallara un tiro así de fácil se antojaba imposible. Más aún teniendo en cuenta la dinámica del partido. Además, seguían siendo dos contra uno y ellos más altos y por delante de él. Para alcanzar el rebote, tenía que de darse el milagro de que la pelota no entrara pero también debía cumplirse la profecía del capitán argentino. La pelota tenía que caer justo en ese punto. Si rebotaba a cualquier otro lado, los lituanos simplemente la recuperarían. Y además estaba latente el otro tema. Era una orden ridícula dada por el peor jugador argentino de ese momento al mejor. ¿Qué razones podría tener Delfino para hacerle caso? Si se hubiese detenido aunque fuera una décima de segundo a dudar como lo hacía yo desde mi casa, no hubiese llegado a tiempo. Pero Delfino no dudó. Si su capitán, la personificación de un equipo que había vencido dos veces seguidas a Estados Unidos, le daba una instrucción extraña, ya tendría tiempo después de analizar el valor positivo o negativo de esta. La confianza, de hecho, de Delfino no se detuvo allí. No solo fue a ese punto y recogió insólitamente el rebote de la canasta que acababan de fallar los lituanos, además se giró y se la devolvió a Scola que seguía esperando bajo el aro rival. Extraño otra vez. En esta ocasión le rodeaban tres rivales bien posicionados. Si en la jugada anterior el pase había tenido sentido pues le dejaba casi solo, ahora simplemente le metía en el compromiso de intentar una canasta imposible. Claro que el que recibió el pase ya era otro Scola. El de siempre, el hombre que se había ganado durante muchos años y torneos la confianza ciega de sus compañeros y seguidores. A nadie extrañó pues que uno de sus brazos se colara entre los seis de los tres lituanos y que la pelota entrara con elegancia en el aro. En la jugada siguiente, despertó Nocioni que de pronto volvía a saltar más alto y más fuerte que nadie y de nada importó ya el regreso de Jasikevicius y que se descosiera a gritos y amenazas hacia sus compañeros y rivales. El liderazgo de Scola había dado vuelta la tortilla irremediablemente. Aquí pues viene la reflexión y punto a debatir de esta historia bonus. ¿Cuándo ganó Scola el partido? ¿En el momento en que supo que el contraataque lituano fallaría? ¿O cuándo adivinó el sitio exacto en donde debía posicionarse Delfino? Ni en uno ni en otro momento; mucha gente en alguna ocasión de su vida tiene una revelación pero luego no es capaz de sacarle provecho. Scola ganó el partido cuando obtuvo la confianza de Delfino. Es decir, durante más de diez años de trayectoria, actuaciones convincentes y ejerciendo de líder, capitán y modelo a seguir. Poco importaba en la cabeza de Delfino que su capitán tuviera una mala noche, comparada con todas las buenas que había acumulado antes. Aplicado a otros ámbitos de la vida, esta ley funciona igual. El trabajo bien hecho y continuo sedimenta y a la larga se convierte en una herramienta que nos ayudará cuando las cosas no nos salgan. Algunas de esas actuaciones buenas y convincentes del pasado han sido derrotas. Pero esas derrotas afrontadas como corresponde y dando el máximo abrieron el camino de una victoria posterior. Hacerle caso a un líder porque te intimida es de cobardes y solo te lleva a una subida de nivel artificial. Hacerlo con uno que se ha ganado tu respeto, es de sentido común y puede llevarte a superarte a ti mismo. Y por supuesto, la confianza va en los dos sentidos. Si Scola le dio una orden tan rara a Delfino era porque confiaba en que él le hiciera caso.

En mi caso, más de una vez me he topado con un inicio malo o aburrido de un cuento o novela escrito por algún autor que me gusta y al igual que Delfino, he seguido leyendo y me he dejado guiar hacia donde el escritor quería llevarme. Daba igual que mi sexto sentido de lector me dijera que en este caso mi autor preferido simplemente había tenido una mala performance. Yo seguía leyendo. Al igual que Scola se había ganado mi respeto y por tanto, se merecía mi obediencia. No siempre me ha salido bien la cosa. Pero a veces sí. En el deporte como la lectura, la paciencia hacia los clásicos es una virtud que no debe faltar.

Fin de la historia bonus.


Comentarios.

Dear Kikko. Hope you enjoyed this chaper too. By the way, you should read the special 100-101. As a gift for my readers, I put some of them in the story as characters, streets, etc. You appear in the middle of the 101 as a student.

Estimada Akyfin02. No ha sido cansador. Me divertí cambiándo los nombres casi tanto como inventándomelos. Enaka, Amneg...lo mismo, ¿no? Y no puse más porque...porque...no sé por qué. Ya veremos que pasa en el final.

A lo mejor Amnar no es malo. Solamente un Oído de Ranma.

Estimada evanmychem (cap. 99). Muy bien, ahora sí te veo con fuerzas para llegar hasta la cresta de la ola. Aunque el 101 es especialmente largo. Leer en el metro. Me encantaba. Lástima que el viaje solo me duraba diez minutos. Ahora que me acuerdo, hubo una época de mi vida en que desarrollé la capacidad de leer caminando, sin caerme, sin perderme y sin chocar con nadie. Solía hacerlo desde que me bajaba de la estación hasta que llegaba al colegio.

Estimada evanmychem (cap. 100). Te lo agradezco. en ese capítulo y en el siguiente me esforcé mucho. Casi un mes redactando y tres planificando.

Estimada minefine7. ¿Existe alguien que no le haga caso ciégamente a su primo mayor? Es casi como una ley universal. Bueno ,también le hace caso porque a mi me conviene para tensar las cosas.

Vale, la próxima vez que me burle de ti, procuraré que no te des cuenta.

Estimada evanmychem (cap. 98). ¿Profesor de japonés? ¿Tienes profesor de japonés? ¡Qué guay! Yo también quiero uno. De acuerdo contigo. Happosai no es malo. Más bien, un niño pequeño caprichoso y fuerte, pero no es malo.

Estimada Guest. Estamos en época de exámenes en buena parte de latinoamérica y...oh, casualidad, la mayoría de los lectores y escritores son estudiantes latinoamericanos. En un mes seguro que se reactiva todo. Y si no, siempre se puede releer cosas antiguas.