Advertencia: En este y el siguiente capítulo se termina la historia de Amnar y Ranma que comenzó en el 108. Además, por ser un especial, reaparecen Ranmond y Akanui, protagonistas de los capítulos 76-80. Intentaré publicar la conclusión esta semana.


Especial 111-112.

La fábula del caballo y la almendra. Final

o

La reunión de los 100 Ranmas y la única, pobre e indefensa Akane.

o

La vuelta al mundo en 80 días II.

-¿Quién ha dicho que quiero conocer otra zorra? ¿O que quiero escapar a mis preciosos genes? –se besó Amnar un bíceps que tensó especialmente para la ocasión-. Ese tinte de superioridad pedante que demostraste contra mi madre me ha gustado. Disfrutaré aplastándolo.

Luego, se abalanzó sobre su presa indefensa que intentaba inútilmente ponerse en guardia.

-¿Te defiendes? Realmente me deleitaré con esto.

De haberse tratado de una película, ambos, villano y heroína frágil, hubiesen sido conscientes desde el vamos que a lo mejor la caballería llegaría a interrumpir la escena incómoda. Tratándose de un fic, sin embargo, Amnar tan solo se relamía mientras se sucedía un largo y humillante forcejeo. En silencio y con lágrimas por parte de Akane. Con chorros mal disimulados de baba por parte del atacante.

De golpe, el famoso mazo con puntas afiladas que con tanto trabajo había preparado la peliazul, se partió en miles de astillas sobre el lomo de Amnar. Este último ni siquiera se molestó en pestañear.

-Perdona, ¿hiciste algo? Sentí como unas cosquillas.

Una nube de aserrín cubrió a ambos contendientes a continuación e impidió a Amnar ver la tierna desesperación de su presa. Quizá, sin ese obstáculo, se hubiese detenido. Cubierto como estaba de una lluvia literal de infinitas astillas, se dejó llevar por la líbido inusualmente alzada de los artistas marciales que no conocían el significado de la palabra "timidez".

Toc-toc.

-Akane…Akane. ¿Puedo entrar? –se oyó la voz de Ranma desde fuera que llegaba convenientemente a tiempo para evitar que cambiara la categoría de esta historia a M. y del malo.

-¡RANMA! ¡RÁPIDO, ENTRA!

Pocas veces en la historia de los triángulos amorosos, un silencio duró tanto tiempo como el que tuvo lugar desde aquel momento hasta que habló por fin Amnar, diez minutos después.

-Ranma, ¿qué haces aquí?

-Me olvidé de pedirle a Akane que me riegue la maceta del almendro. Para que no se seque. ¿Y TÚ?

-Estaba simulando ser su prometido para practicar por si vuelve mi madre.

-¿Y durante la simulación, le has roto parte del vestido y el mazo?

Las palabras de ambos, de Akane y de Amnar, pronunciadas al mismo tiempo, bailotearon por el cerebro de Ranma por dos o tres interminables segundos: "¡HA INTENTADO VIOLARME!", "El mazo y el vestido ya estaban rotos cuando llegué".

Después, unas inverosímiles palabras salieron de los labios de Ranma, dejando a la peliazul, estupefacta y derrotada.

-Sabía que te caía mal, Akane, pero jamás me imaginé que llegarías a inventarte una historia así solo para deshacerte de él. Me has decepcionado.


Aquel mismo día, 115 años atrás, en 1873, un francés perdía una apuesta y ganaba un amor.

Au contraire, my friend. Au contraire. He ganado.

Cuentan los presentes que el beso que se dieron a continuación Akanui y Ranmond fue tan apasionadamente romántico que poco a poco los meros y toscos aplausos de los fans ingleses fueron superados por los infinitos claps de los testigos franceses. Desde entonces, quizá Londres siguiera siendo la ciudad de la revolución industrial pero Calais y luego París pasó a considerarse y para siempre, la ciudad del amor.

Y 365 días después, 114 años atrás, Akanui, engalanada en un precioso traje de novia, caminaba alegremente por un paisaje un tanto exótico, muy alejado de su querido París. A su lado estaba su Ranmond, también preparado para la ocasión con un elegante smoking negro y una flor de lis asomando desde un bolsillo del traje.

-Ranmond, -preguntó de golpe la jovencita- podrías explicarme por qué damos la vuelta al mundo otra vez justo antes de casarnos.

-Porque he caído en la cuenta de que Phileas Fogg la dio dos veces gracias a mí y quiero empatarle.

-¿Y por qué nos acompaña el propio mister Fogg? –agregó una segunda duda la peliazul decimonónica.

-Supongo que por fastidiarme –respondió Ranmond encogiéndose de hombros-. Para cuando yo termine con la segunda, el habrá completado tres vueltas.

Unos pasos después, Akanui señaló una planta:

-¿Y por qué hay una rosa que habla y un niño rubio?

-Porque estamos en el planeta del Principito. Mr. Fogg, aquí presente, ha apostado conmigo a que no lograba darle la vuelta en menos de 8 segundos.

-¿Y por qué está el hijo de Sandro Lensei con nosotros?

-Porque está preparando su tesis doctoral: "¿Qué planeta es más pequeño el de Kaio-sama o el del Principito?".

-Claro, claro. ¿Y yo por qué estoy? ¿Tengo que darte un plafui cuando llegues a meta?

-No, no hace falta. Te pedí que vinieras porque no puedo vivir sin ti.

El corazón de Akanui ignoró la enorme cantidad de datos surrealistas y se plantó sobre la línea de salida.

-Me vale. Preparados, listos, ya.

Y así fue cómo Ranmond y Akanui dieron la vuelta al mundo en 7 segundos y veintitrés milésimas. Luego el gran héroe galo se enteró de que el record del Principito estaba en torno a los seis segundos y medio pero no le importó. Saint-Exupéry era francés después de todo. Solo la secretaria de Lensei puso algún tipo de objeción a la hazaña argumentando algo sobre anacronismos. Aunque, justo es decirlo, también se podía distinguir otra presencia que no parecía muy feliz con el desarrollo de la aventura. En efecto, no muy lejos, en el horizonte (el horizonte en el planeta del Principito se encontraba a unos diez metros), se adivinaba la gallarda figura de un testigo más de la hazaña. Rostro similar al de Ranmond y pose altiva incluso más cuidada. Aguardaba en silencio y en un rincón. Por momentos parecía que nadie le veía salvo Akanui. Su largo sable y su tupida y revuelta barba eran los únicos detalles que le diferenciaban de Ranmond, además de la envergadura corporal mucho mayor y musculosa. ¿Cómo era posible que nadie notara su presencia salvo ella? –se preguntaba la joven gala mientras el corazón incrementaba ligeramente su ritmo.

-Akanui, Akanui –le sacó de su ensimismamiento Ranmond-. Cherié, responde por favor.

-¿Qué? Lo siento. No había oído.

El juez de paz que había aparecido mágicamente junto a ellos se ajustó las gafas y repitió:

-Doña Akanui de Tendui, acepta usted a Ranmond de Saotonnières como su legítimo esposo…?

-S-sí, acepto. Of course.

-¿Y usted? ¿Don Ranmakán, tigre de la Malasia? Acepta a Balsakane como su legítima esposa…?

Akanui se frotó los ojos y luego los oídos. ¿Había oído bien? ¿Ranmakán? ¿Balsakane? ¿Qué estaba ocurriendo? Como siempre que la gala de plafui fácil y sonrisa arrebatadora se sentía atribulada, buscó consuelo y cobijo en los ojos de su casi esposo. ¡No estaba! El hombre que le sostenía la mano desde el principio era Ranmond. No recordaba haberle soltado para nada. Sin embargo, ahora el caballero que le sostenía con fuerza y le hacía perder el aliento era el otro Ranmond, el que había estado observando la escena desde lejos.

-Acepto –dijo este último.

-Entonces, Ranmakán, Balsakane, os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

Unos segundos después, Akanui se despertó pegando un grito. Luego otro, Y después, dos más.

Recién con el quinto, Ranmond que dormía a su lado gruñó:

-¿Otra vez has soñado con ese desconocido? Esto ya pasa de castaño oscuro. Si no querías casarte conmigo, solo tenías que decirlo. Ahora ya es tarde. Llevamos tres felices días de matrimon…

¡PLAFUI!

Ranmond se sobó el cachete con una media sonrisa y volvió a dormirse. Nada mejor que una cachetada recibida en plena madrugada para confirmar que todavía se querían con la misma pasión que antes. A Akanui le costó más conciliar el sueño. Después de todo, era la típica mujer que sospechaba que por las noches el alma se iba a otro sitio a pasear y por tanto los sueños tenían un algo de verdad innegable. ¿Sería real el tal Ranmakán? ¿Por qué soñaba con él? ¿Por qué se parecía tanto a su Ranmond? Aquellos eran vanos interrogantes sin respuesta que le quitaban el sueño.

-Ranmond –le pegó un codazo tierno en la barriga-. ¡Ranmond! –le dio más fuerte en un brazo-. ¡RANMOND DESPIERTA! –le gritó al oído sin lograr que el bello durmiente reaccionara.

¡PLAFUI!

-Ouch –cayó Ranmond al suelo-. Si serás tonta y marimacho. Eso ha dolido.

-¡¿Qué?!

El galo se reincorporó a la cama que había abandonado por culpa de la onda expansiva de la bofetada.

-Perdón, estaba soñando que era un muchacho quejica del futuro que le hablaba a su prometida todo el tiempo así.

Akanui sonrió.

-O sea que no estoy loca. Tú también sueñas a veces que eres otra persona.

Ranmond se encogió de hombros, tic que solía realizar cuando le hablaban de algo que no conocía bien y le aburría.

-Sí, una vez incluso soñé que comía cabezas de una hidra para desayunar. ¿Y? ¿Para preguntarme semejante tontería me despiertas?

¡PLAFUI!

-No es una tontería. A mi me angustian estos sueños.

Ranmond abrió la ventana y se asomó a mirar las estrellas.

-Cuando tengas dudas sobre algo. Piensa en la luna –se la señaló cerca del horizonte-. Ella lo ha visto todo desde allí arriba. Los dinosaurios, los cavernícolas, la Edad Media, a nosotros y también verá el futuro porque ha estado allí desde siempre y, cuando nosotros estemos muertos, ella seguirá allí, siendo testigo de cada historia que la humanidad quiera producir para entretenerla. ¿Qué crees que piensa ella de nosotros? ¿Ella que nos vio crecer peleando desde pequeños? ¿Que nos vio dar la vuelta al mundo? ¿Que observó nuestro beso en Calais? Tú eres tú y yo soy yo. Cuando lo olvides, solo te hace falta ver el reflejo de la verdad en la Luna para recordar quiénes somos.

-¿Y si es de día?

-Bueno…-dudó-. Yo en realidad hace mucho que no necesito mirar al cielo para aclarar las cosas. Me basta con mirarte a los ojos para recordar quiénes somos. Tú eres mi luna.

-Y tú mi sol, tonto.

Y fin. Con aquella explicación Akanui logró por fin conciliar el sueño. Nada mejor para una sonámbula por amor que las cálidas palabras de su marido para reconfortarla. Mucho peor le fue a Ranmond que desde entonces tuvo que soportar estoicamente una larga sucesión de pesadillas, muchas de las cuales consistían en descubrir a Akanui en la cama con otro idéntico a él y a esta última defendiéndose con las siguientes palabras: "¡Te juro que solo hemos mantenido relaciones extramatrimoniales! ¡No le he abofeteado!".


HECHO irrefutable número 22. Existen varios tipos de almendros o prunus dulcis como se les llamaba en la antigüedad. Sus hojas, según la subfamilia, pueden alcanzar entre cinco y doce centímetros de largo y su color se mueve entre la gama del ámbar y el verde oscuro. Solo una vez cada cien o ciento cincuenta años, sin embargo, nace un árbol de hojas carmesíes. Se dice que su intenso color rojo se debe a la sangre que tal árbol demanda como alimento y que su nacimiento en una época y lugar determinado profetiza el enfrentamiento desigual entre dos enemigos irreconciliables, el uno fuerte y valiente y el otro, simplemente descomunal y feroz.

HECHO irrefutable número 23. Según la leyenda, el primer árbol de almendras de hojas púrpuras se originó de uno normal que vio sus raíces impregnadas por la sangre caliente de Goliath, recién derrotado por David. Según la enciclopedia británica, el último almendro colorado se manifestó en Génova a fines del siglo XIX.

Y sin embargo (¿qué duda cabe?) lo que veía Ranma a lo lejos desde la azotea del instituto Furinkan en pleno siglo XX japonés, era uno de esos ejemplares. A su lado, su primo Amnar, también contemplaba el hallazgo. Por primera vez en su vida, la cara del siempre arrogante y seguro de Amnar, mostró un calor pálido y apagado. De sobra sabía lo que esa aparición cuasifantasmal presagiaba y rogaba porque el mal estudiante de su primo lo hubiese olvidado. Intentó tragar saliva pero no pudo. La garganta se le había quedado tan reseca por el miedo que la poca agua que logró deslizar por la garganta se quedó allí atrapada.

-¿Para qué me has traído aquí, primo? –preguntó solo cuando logró por fin, ingerir un poco de sake que escondía en una botita de vino.

Ranma ni le miró. Su vista podría parecer perdida en el horizonte y sin embargo, estaba perfectamente dirigida a un punto muy concreto del paisaje. Los músculos tensos y el brillo emocional totalmente perdido.

-Tengo que contarte un secreto; Akane no sabe mentir.

-¿O…sea que le…crees?

Ranma se giró e hizo frente a Amnar por primera vez en la vida. Vistos así y de lejos, parecía un hombre amenazando con la mirada a su propia imagen en un espejo. Ranma vs. Amnar.

-O sea que te voy a destrozar. Solo porque todavía te guardo algo de respeto, simulé comerme tus mentiras. Tu vergüenza para que la mastiques tú solito y en privado. Sin testigos.

Aquello, en otra ocasión, le hubiese hecho mucha gracia al primo fuerte y lo hubiese resuelto con una palmada en la espalda y una fenomenal risotada. En aquel contexto y con aquel maldito árbol pronosticando su lucha a muerte, Amnar solo deseaba escabullirse cuanto antes. Efectivamente, si algo había aprendido en sus ratos libres leyendo libros de artes marciales, era que toda pelea ante un árbol sagrado se saldaba con la muerte de uno de los contendientes. Y más aún, si se trataba nada más y nada menos que de un almendro rojo. Un último acto de fanfarronería se manifestó en forma de un insulto postrero.

-Si todavía eres un niño…y yo un hombre. No me harás ni cosquillas.

Y no dijo más. Antes de volver a inhalar un poco de aire para continuar con sus argumentaciones supuestamente disuasorias, se encontró despatarrado y en el suelo debido a una feroz patada en el pecho.

-Aquí hay un solo niño y no soy yo. Amo a Akane y eso me da fuerzas.


114 años atrás y por la mañana, la parejita feliz se despertó un tanto más ojerosa que de costumbre. Todavía no existía el Libro Guiness de los Records que recién editaría su primera edición en 1951. Sin embargo, más de una decena de gacetas y folletines de venta semanal solían ocuparse de refrendar, narrar o simplemente exponer el tipo de hazaña conseguida por los recién casados. Ese día les esperaba una jornada ardua. Dos entrevistas con sendas revistas decimonónicas de esas que se quedaban a mitad de camino entre un simple panfleto de cuatro carillas y una magazine de las modernas. París seguía siendo su París pero también se había convertido en otra cosa. Una ciudad que les admiraba hasta el hartazgo. Habían pasado del pseudoanonimato de la nobleza menor que ni se juntaba con el pueblo ni se mentaba en las conversaciones cotidianas, a convertirse en una especie de héroes nacionales. Akanui, la nueva Juana de Arco y Ranmond, un Jean-Jacques Rousseau decimonónico. De los dos, especialmente la jovencita renegaba del apodo argumentando que los arcos eran más cosas de Kikynuis que de Akanuis.

Finalmente llegaron a un magnífico pub inglés situado en pleno corazón de París.

-¿No te parece extraño el lugar elegido para la entrevista? –dijo Akanui señalando los cristales ahumados y los carteles que ofrecían "chips and fish" y unas "pintas" a módicos precios.

Ranmond olisqueó el sitió desde unos quince metros de distancia.

-Pues sí. Ahora que lo dices…huele a anglofilia.

-¿Y ahora te das cuenta? ¿El nombre del periódico: "Penny illustrated Paper" no te decía nada? Hazme el favor de comportarte. Si te faltan el respeto, te aguantas o te marchas. Sin destrozos.

Ranmond cruzó los dedos tras la espalda y comenzó a asentir.

¡Plafui!

-¡Ranmond, que te conozco casi desde que nacimos! ¡Ahora somos marido y mujer! No debes mentirme. ¿Haz dicho que yo era tu luna, no? Pues no le mientas a tu luna. Yo estaré junto a ti y te…

Ranmond agachó la cabeza.

-De acuerdo, de acuerdo, Akanui. Tú ganas. Solo usaré el sable un par de veces.

¡Plafui!

-…Quiero decir…el sable invisible.

¡Plafui!

-¿Ese tampoco? ¿Por qué no puedo…?

-¡PLAFUI!

Al final los enamorados entraron en la boca del lobo sin un plan a seguir y a bofetada limpia.

Allí les esperaba una mujer de gafas y bigote. De gafas porque no veía bien (típico mal de los periodistas) y de bigote porque todavía no se había depilado (típico mal de las inglesas según Ranmond).

-¿Todavía siguen con esa tontería de las cachetadas?...-murmuró la inglesa-…digo…es un honor conoceros en persona –hizo una larga reverencia-. Mi nombre es Ibukline, periodista formidable.

Cerca de una veintena de inmigrantes ingleses, tan fornidos y altos como el más temible de los boxeadores de la época, observaban desde lejos el desarrollo de la entrevista. Algunos jugaban al snooker, juego de mesa parecido al billar. Otros a los dardos. Y los de más allá, comían "potato jacket", manjar inglés para pobres. Tanto los unos como los otros, entre tiro y tiro o bocado y bocado, clavaban los ojos en la escena de la última mesa del pub, la que protagonizaban Ibukline y la parejita de galos famosos.

Al principio la entrevista se desarrolló con extraordinaria cortesía y velocidad. Preguntas cortas y respuestas breves. Un tanteo de fuerzas en toda regla que cortaba la respiración a Akanui, que ya se iba temiendo lo peor.

Akanui le dijo al oído: "Por favor, intenta ser diplomático".

-¿Hobbies?

-Esgrima, dar la vuelta al mundo más rápido que Mister Fogg y recibir cachetadas de mi mujer.

Akanui le dio un codazo y volvió a susurrarle: "¿Eso te parece diplomático?"

-Sí –le repuso a su mujer entre murmullos-, no he dicho nada de mis verdaderos hobbies: recortar banderas inglesas y reordenar las tiras azules, rojas y blancas para armas banderitas francesas o acudir al club AntiShakespereano de Lyon…

-¡Dios! ¿CÓMO PUEDES SER ANTISHAKESPEREANO? –exclamó demasiado fuerte Akanui y perdiendo los nervios delante de la periodista.

-Excuse me? –preguntó la inglesita, periodista formidable-. ¿He oído bien? ¿Es usted Antishakespereano?

-Oui, madame. No me gusta el final de Romeo y Julieta. Debieron terminar juntos. Imagino que no soy el único que piensa así. Por lo demás, tiene una exquisita calidad como dramaturgo.

Akanui se sentó, apenada. Tanto temer los exabruptos de Ranmond y al final era él quien salvaba la entrevista de su propia cólera improcedente.

-¿Autor favorito? –recuperó el hilo de la conversación Ibukline.

-Edgard Allan Poe.

-Interesante. ¿Fobias?

-Solo una: los ingleses. Ouch –se quejó Ranmond que acababa de recibir un codazo Akanuisco en la barriga que llegó demasiado tarde.

-¿Así que odia a los ingleses? –elevó la voz la jovencita para que le oyeran desde todas partes del pub, reclamo que consiguió formar una semicírculo amenazador de comprovincianos de Ibukline-. Pues ¿es usted consciente de que la bisabuela de su autor favorito era inglesa?

Akanui miró el local y calculó rápidamente los costes de las reparaciones que habría que hacer luego de la refriega. "Caramba –se quejó para sus adentros-. No llevo suficiente dinero encima. Mejor me voy a casa antes de que esto se ponga feo". Luego se dirigió a Ranmond: Chéri, tengo que irme. Volveré pronto. En mi ausencia intenta no destruir mucho el local. ¿Podrás contenerte por mí?

Ranmond tragó saliva, dio dos o tres estocadas con la espada invisible por la espalda sin que nadie le viera y asintió con la cabeza. Mientras Akanui se marchaba, Ibukline, como toda periodista formidable que había acorralado a su presa, insistió con su pregunta ganadora:

-¿Es usted consciente o no?

Con la tercera palabra, "consciente", el semicírculo se arrimó un poco hasta convertirse en un círculo entero sin vías de escape. Ranmond ni pestañeó. Ni siquiera se sintió en la necesidad de acomodarse en el asiento.

-Lo soy pero la bisabuela de Edgard Allan Poe se fue de Inglaterra. Eso demuestra sentido común. Además se casó con un irlandés. Por tanto los genes irlandeses, una nación oprimida por Inglaterra, compensan y anulan los malos. De hecho, David, el abuelo de Edgard, participó en la guerra de la independencia contra los ingleses y recibió el título honorífico de "general".

El círculo se estrechó aún más. Sin embargo, pese a los insultos se notaban como desorientados. La turba enfurecida se esperaba un exabrupto del galo o una ofensa más física. Ranmond, por el contrario y por mucho que le disgustara, había optado por atacar a la inglesa: solo con palabras.

-¿Está usted insinuando que si un inglés y un cerdo se cayeran a un pozo, usted salvaría al porcino? –volvió al ataque Ibukline que como buena periodista esperaba una respuesta afirmativa de su interlocutor para sacar las cosas de contexto y poner estas palabras en su boca de titular: "héroe local anglófobo considera la vida de un lord inglés menos importante que la de un animal que se revuelca en la mierda".

-Salvaría al inglés, por supuesto. El cerdo encontraría la manera de salir por su propio medio. Son animales muy inteligentes.

Nuevamente el cerco se achicó (tanto que ya todos podían olerse el aliento mutuamente) y nuevamente la turba se quedó pasmada por la lógica insultante y tranquila del supuestamente iracundo francés.

Ante esto, Ibukline se dejó de sutilezas y fue directamente al grano. Un grano imposible de ignorar si eres francés y tienes sangre en las venas.

-La Torre Eiffel está más chueca que la Torre de Pisa. Juana de Arco era una puta. Las Marsellesa suena mejor si desafinas.

-Normal que esté chueca la Torre Eiffel. Estamos en 1874 y no se construirá hasta dentro de quince años para la Exposición Universal de París. Si preferís recordar que una "puta" os pateó el trasero…pues más ignominia para vosotros. Y efectivamente, aún desafinando, la Marsellesa se oye bien. No me extrañaría que pronto la convirtieran en himno francés.

Dichas estas palabras, Ranmond se levantó y dio por concluida la entrevista. Antes tuvo tiempo de desenvainar la espada más débil, la verdadera.

Por fin –pensó Ibukline-. Nadie es tan impasible y menos este mequetrefe. Ya tengo mi titular sensacionalista.

-Allí tenéis una telaraña –señaló un rincón minúsculo del techo, ángulo en donde se unía este con dos paredes-. Permitidme que os ayude con el aseo.

Efectivamente, a unos ocho metros de distancia se podía distinguir a una minúscula araña pendiendo sobre una buena pieza de gruyere que el dueño del pub amontonaba en una estantería alta. La espada de Ranmond zigzagueó en el aire durante dos o tres instantes, lo suficiente para que una potente brisa de aire se formara desde su posición hacia el hogar de la araña y deshiciera las telarañas. Atónitos por su destreza, el círculo pronto se convirtió en semicírculo y luego en semi-nada pues dos o tres matones ya simulaban volver a sus partidas de dardos. Por aquel espacio libre, se retiró nuestro héroe sin que nadie atinara a impedirlo. Solo en el exterior a dos calles del pub, Ranmond se encontró con un obstáculo que sí osaba hacerle frente.

-Ya tengo el dinero, chéri. ¿Cuántos destrozos has ocasionado?

Ranmond meneó la cabeza.

-Ninguno…como me has pedido.

¡Plafui!

-¿Cómo que ninguno? Esos energúmenos te rodearon para intimidarte. Era un insulto intolerable.

-Pero me pediste que lo TOLERARA. Lo hice por ti.

¡Plafui!

-Te dije literalmente que intentaras no destruir "demasiado" el local. Era casi una invitación a que iniciaras una masacre. Estaba implícito que te dejaba y casi te ordenaba que Sí lo destruyeras un poco.

-¿Y como demonios querías que entendiera unas galimatías así? Yo no tengo un diccionario Akanui-francés para interpretar tus "ordenes encriptadas". Soy hombre. No leo la mente.

La discusión continuó mientras ambos enamorados regresaban sobre sus pasos al famoso pub.

-Así tendrías que haberles zurrado –le dio un plafui al primer energúmeno que se le cruzó por el camino.

-Ya te dije que no lo había entendido.

Plafui, plafui, plafui.

-Oye –le paró Ranmond-. Déjame uno para mí.

Plafui, plafui, plafui.

-No, tú ya has tenido tu oportunidad. Ahora son míos.

Plafui, plafui, plafui.

Diez minutos después, solo Ibukline se había salvado de la ira de Akanui. De tan enojados que estaban el uno con el otro, ninguno de los enamorados notó que la reportera formidable se escondía dentro de un barril lleno hasta la mitad de cerveza.

Por la noche, en la mansión de los De Saotonnières, los ánimos seguían exaltados. Ni siquiera los había aplacado la noticia de que el pub se había desplomado al completo, aparentemente por un daño irreparable producido en la estructura del edificio. Según el inspector Clouseau, el desmoronamiento se debió al fallo de una viga que se apoyaba sobre el ángulo en donde guardaban los quesos.

-Te ha salido bien de casualidad. Como todo lo que haces.

-¿O sea que di la vuelta al mundo de casualidad?

-Eso mismo. Todavía no entiendo cómo acabamos en Bombay cuando aquel muchacho se suponía que nos llevaba a Suez.

-¿Y te enamoré de casualidad también?

-Yo no he dicho eso.

-Pero lo piensas. Por eso sueñas con el otro.

¡PLAFUI!


Mientras tanto, en el presente, Amnar asimilaba el golpe y la imposibilidad de escapar de la batalla haciendo hincapié en un hecho evidente.

-Me has tomado de sorpresa pero yo te enseñé todo lo que sabes. ¿Cómo piensas vencerme? –dijo mientras se incorporaba y bloqueaba todos los enérgicos ataques de Ranma.

-He aprendido muchas cosas estos meses –repuso el muchacho furioso-. Por ejemplo, el tonto de Kuno es mucho más débil que yo. Sin embargo cuando empuña un palo así –cogió una que estaba en el suelo-, de pronto cuesta mucho más vencerle. Se llama kendo, creo.

Amnar destrozó el palo de un puñetazo.

-Ja, ¿tú usando armas? Patético.

Nuevamente, Amnar se encontró de golpe y sin aviso besando la superficie de la terraza del Furinkan y sin saber cómo ni por qué.

El palo era una simple distracción para obligarte a atacar y bajar la guardia. Eso que no has visto ni venir y te ha derribado se llama: "truco de las castañas".


-Miss…miss…despierte por favor.

Aquella mañana del siglo XIX, Akanui se sentía especialmente desgraciada y somnolienta. Igual que durante las noches anteriores poco había dormido. Y a diferencia de estas no se debía a las pesadillas. Simplemente se la había pasado llorando. Cuatro días de casada y otras tantas jornadas de disputas y choques. De prometidos forzados, los malentendidos engrasaban la relación. Como marido y mujer, le hacían sentir rechazada y vulnerable. El único momento de paz en media semana había sido aquella horita que se pasaron mirando la luna cuando lo de la segunda pesadilla.

-Mademoiselle, please. Despierte.

Akanui se tapó los ojos enrojecidos con un pañuelo y preguntó a Jhon Latch.

-¿Qué ocurre, Jhon? ¿Dónde está Ranmond?

-Haciendo las maletas. Tiene que detenerle mademoiselle…excuse me…quise decir, Madame.

Akanui sonrió.

-"Mademoiselle" está bien. Ahora estoy casada pero sigo siendo joven. Pronunciado con tu acento británico me hace gracia. ¿Dónde quiere ir ahora? ¿A la Luna? –preguntó entre intrigada e irónica.

-Más o menos, madem…mada…Miss Akanui. Quiere ir a Italia. Está hecho una furia. Solo usted le puede calmar.

La joven gala que oscilaba entre el título de doncella y el de matrona se sentó en la cama y dejó ver a Jhon el rojo de sus ojos.

-No, Jhon. Ya no. Yo solo…le pongo más nervioso. No sé qué ocurre pero mandarme a mi es echar más sal en la herida…que seguramente será ridícula.

Jhon se cubrió los labios con una mano para que no le vieran sonreír.

-Yes, madame. Es ridículo…as always. Un italiano asegura en un periódico local que es descendiente del primer hombre en dar la vuelta al mundo: Cristoforo Colombo, o como lo conocemos nosotros: Cristóbal Colón.

Akanui se pegó un plafui en toda la frente con la palma extendida:

-Pero si solo llegó a América…y además ¿a quién le importa quién dio primero la vuelta al mundo? Desde luego no fue mi Ranmond.

Jhon Latch se rizó el bigote.

-Ya…pero está en juego el "prestigiosísimo" título de mayor aventurero alrededor del mundo. Lo que digo. Si no le detiene ahora, cada vez que algún energúmeno diga en Nepal o donde sea que su tío dio la vuelta mejor que él, me arrastrará hasta allí. Tiene que salvarme. Cortar esto de raíz ahora que es posible.

Efectivamente, Akanui se levantó decidida a cortarlo de raíz. Atravesó todo el largo pasillo que le separaba del salón comedor muy segura de poder cortarlo de raíz. Habló enérgicamente con Ranmond con la clara intención de cortarlo de raíz. Plafui. Siguió insistiendo en el carruaje para cortarlo de raíz. Plafui, plafui, plafui. Y continuó durante todo el viaje hasta Italia cortándolo de raíz. Plafui a la quinta potencia. Incluso cuando llegaron a Génova, Akanui continuaba cortándolo de raíz. Plafui, plafui, plafui, plafui, etceterui.

En la mismísima estación de tren les esperaba la viva imagen de Ranmond, solo que en plan italiano mafioso. Bigote y barba en forma de candado. Sombrero blanco, traje a juego y una rosa roja asomando del bolsillo izquierdo del saco.

-Benvenuto a mi país, graciosa dama –dijo el orgulloso italiano a Akanui ayudándole a bajar el último escalón del vagón-. Mi nombre es Saotonova, Ranmanelli Saotonova. A su servicio, bellezza.

Ya en el hotel, Akanui se entretuvo una horita desarmando las maletas y admirando el paisaje de Génova hasta que por fin, cuando notó que su marido comenzaba a relajarse, se atrevió a sugerir lo evidente.

-Ranmond ¿has notado que el nombre del joven que nos recibió en la estación y su aspecto físico…?

-¡SÍ! –le interrumpió Ranmond-. ¡Lo he notado! ¿A quién se le ocurre usar barba de candado? Está horrible.

Akanui le acarició el duro cachete francés en el sitio exacto en donde solían impactar sus "plafuis".

-Creo que te verías guapo con…

De pronto, la galita se sorprendió protagonizando una escena bizarra. Por primera vez los papeles se invirtieron y a punto estuvo Akanui de recibir su primer "plafui".

-¡Ni se te ocurra volver a insinuar algo así! ¡JAMÁS!

¿Un casi plafui? ¿De él hacia ella? Pero…si solo había…¿Cómo se atrevía? Llevaba varios días entre irracional y nervioso. Concretamente desde que se habían casado. Pero esto era el colmo. ¿Intentar pegarle un "plafui" a ella? Eso sí que no. Eso era una aberración, una inversión de la relación femenino/masculino comparable a que se convirtiera en chica cuando le mojaran con agua fría.

Akanui se puso en guardia.

-Si tanto te apetece darme un plafui. Inténtalo. Si puedes.

Ranmond hizo un gesto de desprecio con una mano.

-Bah. No digas tonterías.

-Sabes que en el fondo quieres. Solo yo soy suficiente rival para tu soberbia.

A Ranmond le brillaron los ojos.

-¿Realmente crees que estás a mi nivel?

¡Plafui!

-¿Que podrías siquiera tocarme si yo no te lo permitiera?

¡Plafui!

-De acuerdo, ya que insistes…

¡Plafui!

Ranmond se sobó el cachete.

-Wow. Ese ha sido el más fuerte que me has dado nunca. Entonces ¿todos estos años? ¿Te contenías?

-Nunca antes te lo habías ganado como ahora. Nada más. El ímpetu del plafui va en concordancia con el del agravio. En potencia soy la persona más fuerte del universo, dado que tú eres potencialmente el más necio.

Ranmond dejó salir una fenomenal carcajada.

-¿Insinúas que mi capacidad de hacerte enfadar es mayor que mi fuerza? Ese sí que me parece un reto interesante.

¡Plafui!

Como única respuesta, una cálida ráfaga de viento acarició con delicadeza los cabellos de Akanui. Tan fuerte y a la vez tan suave que sus pelos se agitaban en todas direcciones sin atinar a detenerse. El golpe sonaba como su plafui pero al revés ¡Iufalp!

-¿Qué es esto? –preguntó la gala que apenas lograba mantenerse en pie.

-Los cabellos son la única parte del cuerpo que no es sensitiva. Por eso he atacado allí. Una caricia potente que ningún plafui podría detener.

-Ya veo –se recogió el cabello con un lazo Akanui-. Pues tendré que ponerme seria, entonces. Usaré las dos manos.

Cerca del noventa y cinco por ciento de los hombres se mearían encima ante la sola amenaza de un plafui doble. Ranmond pertenecía al otro cinco por ciento.

-Nada me gustaría más que recibir un plafui doble. Te lo juro. Pero quiero que sea especial. No hace falta forzar las cosas. Además, jamás podría pelear seriamente contigo. A la luna simplemente no se le escupe. Te caería el salivazo encima. En todo caso, para que queden claras las cosas…

Ranmond levantó el brazo tan alto como era y luego se infligió un soberano cachetazo a si mismo.

¡PPPPPPPPPPPPPPPLLLLLLLLLLLAAAAAAAAAAAAFFFFFFFFFFUUUUUUUUUIIIIIIIIIIIIIIII!

-Este es mi merecido castigo por haber siquiera pensado en usar mi fuerza contra ti.

¡IMPOSIBLE! –pensó Akanui mientras corría hacia el botiquín y extraía unas gasas y un bote de alcohol-. ¡Está sangrando! ¡El muy imbécil ha conseguido de un solo golpe lo que millones de plafuis no lograron jamás! ¡Traspasar esa coraza de hierro que es su piel facial! Por supuesto que está claro, mi vida. Eres mucho más fuerte que el segundo más fuerte de este siglo. Y eso es un hecho irrefutable.

Esa noche los dos galos durmieron por fin a pierna suelta durante tres o cuatro horas. Después, el insomnio de Ranmond le dio a entender a Akanui que había un cabo muy gordo todavía por atar.

-Chéri, ¿hay algo que quieras contarme?

El espadachín más talentoso de aquella era meneó la cabeza.

-De acuerdo, chéri. Si nada te molesta, ¿podrías decirme por qué estás asomado a la ventana destripando las hojas rojas de aquel árbol del horizonte, una a una?

Ranmond se encogió de hombros.

-Es un hobbie muy normal a una hora muy normal. No deberías preocuparte.

Akanui se levantó y abrazó a Ranmond.

-Nada hay de normal en ti, chéri. Se trata de un hobbie al que solo tú podrías aficionarte y que practicaste antes de dar la vuelta al mundo y antes de casarnos también. ¡Ah, sí! ¡Y cuando se organizaron las jornadas de confraternización anglo-gala en París! Esa madrugada te cargaste un pinar entero. No tengas miedo de decírmelo. Por ridículo que sea (y sé que lo será), esta vez te apoyaré sin reservas.

Ranmond se dejó abrazar por Akanui y por un momento bajó la guardia.

-De acuerdo. Te lo diré. Pero solo porque has insinuado que me ponía nervioso casarme contigo. La razón de mi inquietud antes de la boda fue porque justo esa noche recibí una invitación a esto. A Génova. Mañana será el gran Torneo para dirimir qué aventurero es el mejor de esta era.

-¡Oh! Me habías prometido que no volverías a molestar a Mister Fogg.

Ranmond envainó la espada de un solo movimiento tan veloz que tiró abajo el tronco desnudo del fin del horizonte.

-Ja, ese tonto ni siquiera pasó las preliminares. No, chérie, no. Aquí estamos los mejores. Tú, yo, Ranmanelli…y muchos más…entre ellos, el que se te aparece en sueños: Ranmakán.

Akanui se dio media vuelta en silencio y así, sin decir palabra, se acostó. Tenía mucho que digerir. Lo dulce: que Ranmond la incluyera entre los mejores aventureros y lo otro. Sobre todo, tenía mucho que soñar…solo ella sabía con quién.


En el presente, Amnar llegó a la conclusión de que ya era hora de ponerse serio. Sí, sí, lo de su invulnerabilidad era muy bonito y gustaba a las mujeres pero allí no había testigos. ¿Para qué recibir golpes entonces si podía darlos?

-Prepárate, primo. Esto te va a doler.

Un solo golpe, rápido, veloz y devastador surcó el aire en dirección a Ranma. Por tercera ocasión, la nariz de Amnar comprobó la frialdad del suelo. Antes un fenomenal salto acrobático había esquivado el golpe y un solo dedo le había derribado.

-Así salta Shampoo cuando le atacan y así golpea Ryoga cuando decide atacar en serio. Ahora tengo amigos y tú estás solo. Jamás podrás vencerme.


Todavía en el siglo XIX pero al día siguiente, comenzó el torneo que reunía a los mejores ocho aventureros del mundo (un número tomado al azar y de ninguna manera inspirado en cierto manga de Akira Toriyama). Ranmond, Ranmakán, Akanui, Ranmanelli, Wu-Bei, Balsakane, Shampvíbora y Ramón Saotomez, adelantado cordobés.

El evento tomaba lugar en la residencia de Ranmanelli, castillo medieval, propiedad de su familia durante generaciones.

-Pasad, pasad –invitó el anfitrión a todos sus rivales a un patio rectangular en el interior de la fortaleza-. Sois bienvenidos.

Akanui exploró el nuevo sitio con angustia. La casona era más grande y lujosa que la de Ranmond. Con lo competitivo que era su marido, probablemente se produciría una agria pelea velada sobre el poder adquisitivo de cada uno, lo cual derivaría en una controversia con ella (que si algo odiaba de su posición social, eran las aburridas confrontaciones de hipocresías). Y efectivamente, Ranmanelli cojeaba de ese tipo de pedantería.

-Antes de comenzar, podéis admirar mi piccolo palacete. Data del 1275 aunque desde entonces ha sido ampliado en varias ocasiones. Esa torre que veis allí –señaló una altísima construcción que asomaba desde la otra fachada del palacio- se dice que es una de las más bellas de Europa. Se conoce como la Torre del Popolo o Grimaltina. En 1294 mi familia adquirió el palacio y añadió aquella otra torre de la izquierda, que sin llegar a su nivel de bellezza, también engalana el sitio y alimenta el alma de los visitantes. En el siglo XVI fue restaurado por entero por el gran Andrea Ceresola y en siglo XVII, se incorporaron frescos de Giovanni Battista Carlone y Domenico Fiassella, ambos extraordinarios pintores de aquella época. Durante el siglo pasado sufrió un incendio que obligó a una nueva reconstrucción, ya neoclásica, a cargo de Simone Cantoni. ¿Qué le parece, mi buen colega francés? –se dirigió a Ranmond-. ¿Hay en París algún palacete que le llegue a los tobillos al mío?

-Debo admitir que en París los edificios no tiene tobillos. Y en ese aspecto, he de reconocer que la arquitectura italiana es única. Por lo demás, me parece un desperdicio, algo tan grande para que disfruten tres o cuatro personas, en el supuesto de que desee formar familia en algún momento.

Ranmanelli palmeó dos veces en el aire con ambas manos.

-Se equivoca, mi buen colega. Todas las habitaciones de esta humilde morada están ocupadas en estos momentos. Acudid a mí, mis Akanellas –volvió a aplaudir dos veces elevando sendos brazos.

A continuación, un estruendo de pequeños pacitos multiplicados por más de cien, invadió las escaleras de los pisos superiores y se deslizó por ellas hasta que se abrieron las puertas. Un desfile a escala, solo posible en el país de la moda, comenzó a continuación. Todas y cada una de las doncellas, idéntica a la anterior pero luciendo un espectacular vestido diferente y todas, también idénticas a Akanui.

La galita se sintió de pronto intimidada. Si ya era raro que existiera tanta gente parecida a Ranmond, encontrarse de pronto rodeada de otras como ella pero más guapas y femeninas (mejor dicho un ejército de Akanuis que antes que personas o aventureras se sentían mujeres), era el colmo.

-¿Serías capaz de distinguirme de una de ellas si me arreglara un poco? –preguntó Akanui a su marido entre angustiada y coqueta.

-Claro. Serías la que se puso el sombrero al revés. También la de mirada cálida. Pensamientos profundos y un je-ne-se-quoi de femme fatal. La única con un mundo interior propio. La única que no es una cáscara vacía, adornada con polvos y telas. Y si todo eso falla…

Akanui contuvo la respiración. Si su Ranmond había comenzado mal a levantarle el ánimo, luego le había dado la mano con las palabras y la había ido ayudado a escalar uno a uno los peldaños de la autoestima hasta llegar al último. Solo faltaba coronar su obra con un piropo más, el que había dejado en suspenso para admirar sus serenos ojos de enamorada.

-¿Sí…?

-Y si todo falla…supongo que serías la única que habla en francés.

¡Plafui!

En rigor había dos o tres, entre las Akanellas, que además del italiano, dominaban rudimentos básicos de inglés y francés. Si algo la separaba de ellas como mujer políglota, era precisamente, que ninguna de las Akanellas, hablaba con las palmas ni dominaba el antiquísimo idioma plafuiesco.

-Ah, sí, y eso –dijo Ranmond-. No sé cómo pude olvidarme de los "plafuis". Últimamente son tan suavecitos que ya ni los siento.

¡PLAFUI!

Y así siguieron los "plafuis" por un rato, dado que la dulce y delicada Akanui no hablaba "Ranmondesco" y por tanto no descifraba cada una de sus salidas de tono como un: "tú vales más que todas ellas juntas".

El patio interno contenía una fuente en su centro y dos hileras de estatuas que iban de una punta a la otra del monumento. Cada una de ellas, traía a la memoria colectiva la silueta de los antepasados famosos de Saotonova desde el primero y principal, Cristoforo Colombo, alias Cristóbal Colón, hasta su tataranieta que se casó con el duque de Saotonova y luego, todos los duques que fueron heredando la posición de noble número uno de Génova hasta 1874. La última de todas, la de Ranmanelli se encontraba justo frente a la fuente del centro. Desde allí hasta la puerta de entrada habían colocado una enorme plataforma rectangular que seguramente haría de campo de batalla para el torneo y cuatro gradas para el público a su alrededor.

Sobre una tarima, aguardaba pacientemente un hombre pequeño y delgado. Casi encorvado. Los brazos en posición de Tiranosaurio Rex y la mirada, astuta y extraviada. Cuando la cadencia de los plafuis empezó a menguar, aquel hombrecito inició su discurso de bienvenida:

-Bongiorno, mi nombre es Controilclima. Y yo seré vuestro referí. Antes de dar comienzo a este primer Torneo de aventureros alrededor del mundo, será mejor que explique, los méritos y razones que permitieron a cada participante acceder a esta fase final. En primer lugar, el gigante Wu-Bei. Asegura ser inmortal y haber dado la vuelta al mundo en varias ocasiones en el pasado y por tanto, ser el primero en conseguirlo. En segundo y tercer lugar, Ranmond de Saotonnières y Akanui de Tendui, ambos dieron la vuelta al mundo más rápida de la historia el año pasado. En cuarto, Shampvíbora que también asegura ser inmortal y reclama el título de primera mujer en recorrer el planeta de una punta a la otra. En quinto y sexto, Ranmakán y Balsakane que aseguran haber recorrido la distancia desde la Malasia hasta Inglaterra en tiempo record. Y por último, nuestro anfitrión, Ranmanelli de Saotonova y el primer adelantado cordobés, Ramón de Saotomez, ambos descendientes de Colón y Magallanes y que llevan años discutiendo quién fue el ideólogo del concepto de Tierra redonda, si el primero por pensarlo y recorrerla a medias en 1492 o el segundo, por conseguir la primera circunvalación exitosa del mundo en 1522. Todas admirables proezas y todos argumentos muy válidos…pero solo uno podrá coronarse esta semana como el mayor explorador, el que gane el Torneo.

A mitad del largo y aburrido discurso de Controilclima, Akanui se animó a echar un vistazo por primera vez a la competencia. El adelantado cordobés, descendiente del explorador portugués Magallanes, era clavadito a Ranmond. Misma estatura, misma mirada melancólica y un solo detalle que le distinguía: iba sin compañía. El resto, todos más grandes y aparentemente fuertes que su marido. Especialmente Wu-Bei, era un mastodonte descomunal. Y de Ranmakán, mejor ni hablar. Solamente su sable era más largo que Ranmond entero. Su fiereza y cicatrices, por otro lado, hablaban por si solas. Dando la vuelta al mundo quizás fueran parejos; en un duelo mano a mano, su Ranmond no tenía ni la más mínima chance de sobrevivir.

Ranmond, por su parte, observaba a Akanui repasar la musculatura de Ranmakán, con un brillo demoledor en los ojos. Solo unos cuantos años después, un descendiente suyo volvería a sentir semejante rivalidad contra alguien, sobre el techo de un instituto y enfrentando a otro hueso duro de roer como era su primo Amnar. Akanui cerró los ojos de improviso e intentó recordar al Ranmakán de sus sueños. Indudablemente era él…pero tan diferente. El onírico, muy galante y tranquilo. Y el real… parecía capaz y dispuesto a destrozar un batallón de ingleses a cada paso.

Como todo en la vida, lo malo nuevo venía también acompañado de su contrapartida. Al enorme y peligroso rival, se sumaba también un nuevo amigo. Ramón de Saotomez y Ranmond pronto hicieron buenas migas. Claro que armaron una amistad de la única manera que un Saotome (cualquiera sea su nacionalidad), es capaz de entablar: peleando. Al punto de que Ramón, más que un Ranma español, parecía un Ryoga con zezeo.

-Zaludos, colega francéz. Mi nombre ez Ramón Saotomez Tú haz matado a mi mazcota. Prepárate a morir.

Entre los dos hombres se interpuso Akanui que como hobbie tenía enmendar los desastres de su marido antes de que este los empeorara.

-¿Qué has hecho ahora?

-Chérie, se refiere al árbol de anoche. Para que veas que no soy el hombre más "ridículo" de este mundo como te gusta llamarme.

Akanui se giró hacia Saotomez.

-¿Es eso verdad? ¿Tenías de mascota un almendro de hojas rojas? ¡Qué sensible!

Ramón se puso colorado al escuchar aquel adjetivo y lo tomó como un halago.

-Zí, incluzo le eztaba amaeztrando para que haga trucoz.

Entonces, fue Ranmond quien se interpuso entre ambos.

-Vamos a ver si lo he entendido, Akanui. Si hago yo algo raro, soy ridículo. ¿Y si lo hace otro es "sensible"? –dijo el galo y antes de que Akanui pudiera responderle se dirigió al español y le dijo-. Monsieur, he matado a su mascota. Peleemos.

En realidad, la "mascota" no estaba muerta. El bueno de Saotomez había replantado el tronco por la noche y mágicamente, las hojas coloradas habían recuperado su vigor y textura en unas pocas horas. Si ambos había decido cruzar espadas era más bien por divertimento. El almendro rojo presagiaba una lucha fratricida y desigual pero no entre ellos. Por el contrario, la batalla que se dio a continuación arranco más de seis o siete bostezos a la siempre paciente Akanui. Estaban nivelados en todo. Fuerza, destreza, recursos y alegría. Ambos disfrutaban tanto de encontrar por fin a alguien de su nivel que si por ventura, alguno perdía momentáneamente el equilibrio, el otro aguardaba caballerosamente a que lo recuperara. Ganar una pelea así de bonita por un accidente se les antojaba un pecado intolerable. El duelo de esgrima duró toda la mañana hasta que se saldó con un empate de mutuo acuerdo, puesto que ambos debían descansar para el Torneo que comenzaría mañana.

Por la tarde, Controilclima convocó a todos los participantes y les mostró su tesoro: una especie de rueda de la fortuna con el nombre de todos.

-Esta flecha –señaló una hojita de metal en el medio que terminaba en punta- decidirá vuestro futuro y los emparejamientos de cuartos. Ranmond aguardaba con serenidad. Salvo a Akanui, a quien deseaba enfrentar solo en la final, Balsakane y Shampvíbora (que le parecían débiles), no deseaba evitar a nadie. Todos los demás, Saotomez, Saotonova, Ranmakán o Wu-Bei le parecían enemigos formidables y le daba igual quién le tocara. Akanui, por su parte, sí que tenía bien en claro a quiénes deseaba evitar a toda costa, a los malayos. Tanto el uno como la otra, le resultarían formidablemente incómodos. Shampvíbora le causaba algo de recelo también pero la toleraba. Demasiado tarde se acordó de que había otro concursante al que deseaba evitar: al encantador de Akanellas. Y digo demasiado tarde porque, lamentablemente para ella, así quedaron formados los enfrentamientos de cuartos: Ranmanelli vs. Akanui, Wu-Bei vs. Ranmond. Shampvíbora vs. Balsakane y Saotomez vs. Ranmakán.


Por enésima ocasión Amnar recuperó la posición vertical e intentó demostrar con palabras que su victoria era inminente ya que no podía hacerlo con hechos.

-¿Eso es todo lo que tienes? ¿Malas copias de las técnicas de tus amigos?

-No, también tengo okonomiyakis y piñas explosivas de Ukyo y del principal Kuno y bombas de Mousse y Happosai.

Una densa humareda se levantó producto de los impactos.

-¡LO DICHO! –bramó Amnar-. Trucos baratos y ajenos.

Por cuarta vez y ya iba siendo una costumbre, el primo gigantesco cayó al suelo.

-No, Amnar. No son trucos baratos. Si ninguno de los dos ve nada, ganará el más valiente: yo mismo.

-Tonterías –se levantó y comenzó a dar puñetazos al aire-. ¡YO NO TEMO A NADA!

-¿En serio? ¿Y por qué te oigo tirar golpes en falso? ¿A qué temes? Yo solo he atacado cuando supe que mi golpe impactaría contigo. Solo con el objetivo de ganar el combate. Tú, en cambio, estás asustado. Le pegas al aire por miedo a encontrarme allí.


Veinticuatro horas más tarde pero 114 años atrás, la rueda de la ironía, singular aparatejo que sostenía Controilclima allí dónde fuera, comenzó a funcionar. La flecha del medio se movía a velocidad de vértigo mientras los participantes aguardaban a que se detuviera en una de las cuarenta y ocho modalidades de combate posible.

-No os preocupéis…siempre sale el tipo de combate más irónico posible según la personalidad de los contendientes.

Los ojos de Akanui, pese a la advertencia, muy pronto no podían dar crédito a lo que veían. Había imaginado todo tipo de enfrentamientos; con armas, sin ellas, sobre una cascada o un puente colgante…incluso, había llegado a pensar en competencias estrafalarias como una carrera con obstáculos…pero ni aún así, se había preparado mentalmente para lo que indicaba la flechita irónica.

-¡Duelo de regalos!

Luego fue el turno de Balsakane y Shampvíbora que les tocó: salto en alto, Ranmakán y Ramón, duelo de esgrima y por último…Ranmond y Wu-Bei: Duelo muerte.

-Disculpad, disculpad. Debe de estar rota. ¿Duelo a muerte? ¡Qué tontería! ¡Qué puede haber de irónico en un duelo a muerte! –dijo Controilclima mirando a sus dos últimos participantes y tiró de nuevo-. ¡Caramba! ¿Otra vez? Ahora sí que está confirmado. No funciona este cacharro. Y eso que mi padre decía que era irrompible. ¿Ironico, giusto?

Akanui se acercó hasta la tarima y le habló con dulzura al árbitro. ¡Tan pequeño e indefenso parecía a los ojos de la galita! Seguro que sería comprensivo. Y por esa razón le hablaba con suavidad, casi como a un niño pequeño.

-En realidad es muy irónico e inaceptable. Wu-Bei es inmortal. Pedir un duelo a muerte entre un humano normal y otro que no puede perecer es cruel y no lo permitiré.

-Querida –le replicó el italiano escuálido-, la ironía è sempre crudele.

-¡Pues yo odio la crueldad y la injusticia!

¡Plafui!

Controilclima pestañeó tres veces, incrédulo. Luego, miró los restos de su querida máquina irrompible, hecha pedazos y sospechó que aquella chica era una bruja destinada a amargarle esta vida o la siguiente. Había pasado en un santiamén de temer participar en la competencia por pura vergüenza a destruir de un manotazo un aparato literalmente divino.

-Caramba, Akanui –intervino Ranmond-. ¿Es que tú todo lo resuelves con cachetadas?

-Ironico, ¿giusto?

El hombrecito aprovechó la intromisión del galo para recuperar parte de la compostura y extraer otro aparato igual al primero.

-Este es el de repuesto que me regaló mi padre. Pensaba que era una ironía más de las suyas. Ya sabéis. Un repuesto para algo irrompible…en fin…como iba diciendo: duelo a muerte.

Akanui volvió a desenfundar su "plafui" a la velocidad del rayo pero esta vez cayó al suelo. Por alguna razón se había topado por el camino con una enorme montaña. Más raro aún le dolía la mano. Extraño a decir verdad. Desde luego, existían algunas rocas que no podía romper a la primera bofetada. En esos casos, ambos objetos (mano y piedra) retumbaban un poco en un justo empate y ya está. Nunca antes, Akanui había golpeado un objeto que le causara dolor. Ni siquiera la cara de Ranmond.

-Lo siento, princesa –dijo el mastodonte y le ayudó a levantarse-. No le he visto pasar. A mi tampoco me gustan las injusticias. Le prometo que si logra hacerme sentir dolor, abandonaré.

Akanui le miró a la cara. Primitivo pero gentil. Y sobre todo sincero. Por tanto, se abría una imprevista vía de victoria para Ranmond…luego, se miró a la mano temblorosa, ocultó como pudo el hilillo de sangre que brotaba con rebeldía para que Ranmond no flipara en colores y se dijo a sí misma entre murmullos: "¿Causarle dolor a este mastodonte? Será más fácil matarle. Irónico, ¿giusto?"


En el presente, Ranma, última encarnación del anglófobo número uno del siglo XIX, también se enfrentaba a su mastodonte particular.

-Muy bien, primo, muy bien. Vas ganado unos veinte golpes a cero. Bravo. A propósito, no me has hecho el más mínimo daño.

Quiso la mala suerte, o la buena de los villanos (todo depende del color del cristal con que se mira), que uno de los manotazos que seguía tirando Amnar a ciegas, impactara en el brazo de Ranma por casualidad.

-Ouch, primo. Eso sonó a hueso roto. Lo siento –le dio una patada que le arrojó volando varios metros y le dejó aturdido fuera de la neblina de polvo-. No era mi intención mermar tu capacidad de ataque a la mitad. Solo…¿cómo habías dicho?...ah, sí, solamente me defendía como un cobarde. ¡QUÉ PENA!

HECHO irrefutable número 24. Ranma observó la expresión socarrona y arrogante de Amnar desde el suelo y comprendió por fin lo evidente: que su primo carecía de cerebro, moralidad y corazón. ¡NO PODÍA DEJARSE PERDER ANTE ALGUIEN ASÍ!


114 años atrás, los duelos de cuartos de final habían comenzado. En primer lugar y por orden de ironía, se desarrollaba el plato fuerte de la jornada: Ranmanelli contra Akanui…o mejor dicho dada la temática. Akanui vs. las Akanellas. Controilclima depositó en el medio del ring una balanza que se llamaba, obviamente, la balanza de la ironía.

Luego hizo su presentación la primer Akanella engalanada con un espectacular vestido de seda y depositó en ella, un ramo de rosas.

-Ranmanelli me regaló estas flores el 1 de enero del año pasado.

A continuación, fue le turno de Akanui, que esperaba apaciblemente sentada en el otro extremo de la tarima. Bostezaba.

-A mi Ranmond el 1 de enero de 1873 no me regaló nada.

Poco después, ingresaron tres Akanellas más, vestidas de rojo, blanco y verde (la bandera italiana) y generaron una gran ovación en el público.

-El 2, 3 y 4 de enero del año pasado, Ranmanelli nos regaló estos ramos de flores características de Génova: Ciclamino, Bella di Giorno y papavero.

-Esos días tampoco recibí regalos de Ranmond.

El desfile continuó durante varias horas hasta completar 354 Akanellas.

Durante todos esos días, las distintas jovencitas italianas aseguraron haber recibido hermosos ramos de unos u otros ejemplares autóctonos de Lombardía, y alrededores. Durante ese mismo lapso de tiempo Akanui solo reconoció haber recibido una bonita flor de lis el 6 enero con una "A" rotulada bajo su tallo, supuestamente ofrendada por los Reyes Magos, y de ninguna manera por Ranmond.

Finalmente pasó la última Akanella que depositó el ramo más grande, bonito y caro de la colección sobre una balanza que ya no aguantaba más peso. Contenía casualmente o no, una flor de cada uno de los otros 354 ramos. En cierta forma y de manera muy rebuscada, venía a significar que ella era la elegida, la que valía por todas las demás.

-Ranmanelli me dio este ramo el día de nuestro compromiso, el 21 de diciembre del año pasado.

Una lluvia de aplausos cayó estrepitosamente sobre el estadio. Su hijo prodigo, el casanova que amenazaba dejar sin heredero a una larga estirpe de nobles, por fin había decidido sentar cabeza. Imposible que lo superase Ranmond con sus cero regalos en casi un año.

Y sin embargo…Akanui se levantó y cogió un sobrecito de su bolsillo derecho.

-El 21 de diciembre de 1873 Ranmond tampoco me regaló nada pero terminó de dar la vuelta al mundo por mí y me hizo más feliz de lo que serán todas estas zagalitas juntas en toda su vida. Guardo de ese día una flor marchita que cogimos entre los dos como recuerdo –la extrajo del sobre-. No sé si califique como regalo pero esto es lo que tengo.

Y la dejó caer sobre la pesa de la ironía que automáticamente dio un brusco vuelco sobre sí misma. El público enmudeció ante semejante prodigio, el de una sola flor marchita pesando más que infinitos ramos, un espectáculo nunca antes visto…

-Maldita afortunada –farfulló Controilclima-, no hay nada más irónico que un mismo truco utilizado otra vez en otro contexto totalmente diferente. Imposible que mi dulce maquinita no recuerde la historia del especial de navidad –luego levantó la voz-. Ganadora por KO irónico; Akanui.

En este tipo de ocasiones, cuando el local pierde en una instancia decisiva y creyendo durante buena parte del encuentro que lo tiene controlado, la expresión de derrota en el público y participantes suele ser una mezcla de depresión, agonía y melancolía por el triunfo que nunca obtuvieron. En el caso de Ranmanelli nada de esto se pudo ver tatuado en su cara. Más aún, como todo buen anfitrión, se acercó a Ranmond y le dio un efusivo abrazo.

-Prefiero perder así, amico mio, sabiendo que esa joven disfruta de un verdadero amor correspondido a ganar como parecía al principio. Porque la descuidaban. Y hablando de "descuidarse"…attenti con Wu-Bei. Non importa se è immortale. Solo necesita encajarte un buen golpe para que no cuentes el cuento.


Mismo panorama sufría Ranma 114 años en el futuro. Con una diferencia importante. Aquel famoso impacto que le dejaría fuera de combate ya lo había sufrido y por duplicado. Peor aún, Amnar ya se arrojaba sobre él a la velocidad del rayo y con sed de sangre. O juntaba fuerzas de flaquezas y esquivaba el ataque o como bien le había dicho Ranmanelli a Ranmond en el pasado, "no contaría el cuento". Claro que nuestro héroe y por algo era un héroe, no necesitó más que la décima de segundo que tardó Amnar en llegar hasta su posición, para darse cuenta de que su ánimo estaba calmo como el hielo y el de su adversario, enrabietado como un volcán en erupción. Si para algo habían servido todos los golpes anteriores, era para que la partida de ajedrez que jugaban generara el escenario más beneficioso para él. Solo por eso, porque por fin veía una posibilidad de triunfar utilizando su famoso dragón volador, Ranma se levantó.


Lo propio hizo Ranmond en el pasado cuando de buenas a primeras recibió un violento y feroz puñetazo de Wu-Bei en toda la cara. Le había pillado aparentemente distraído o quizá le había sorprendido su excepcional velocidad, impropia de un gigante descerebrado. El caso es que, fuera por la razón que fuera, la profecía de Ranmanelli se había cristalizado en el primer segundo de combate.

-¡Ja! –se congratuló el mastodonte-. Soy más alto, más rápido, más fuerte y también inmortal.

-¡Y yo soy francés! –respondió el galo mientras se incorporaba, aparentemente sin daño alguno en la cara-. Me vengo entrenando para esto desde el día que conocí a Akanui. Mi buen amigo Ranmanelli puede quedarse muy tranquilo. Este rostro ha recibido golpes más fuertes y siempre ha contado el cuento.

Aquellas palabras provocaron diversas reacciones encontradas en el público, expectación, asombro, sorpresa, pero sobre todo alteró irremediablemente el ánimo de dos personas.

-Si será idiota. Se dejó golpear a propósito solo porque Ranmanelli sugirió que no sería capaz de soportar un solo puñetazo de Wu-Bei –explicó Akanui a Ramón que miraba la pelea al lado de la galita.

-Jajajajajajajajajaja –se partía de la risa Controilclima en el otro extremo del área de combate-. "Yo soy inmortal", "Y yo, francés". Jajajajajajaajajajajaja. ¡Irónico, irónico!

Cuatro puñetazos en la cara después, Wu-Bei notó una sensación extraña en sus dedos. No era dolor, no. Pero se trataba sin duda de algo nuevo: frustración. Alguna vez, se habría topado con algún rival que soportara más de uno o dos golpes suyos pero a cambio quedaba totalmente destrozado, herido y agonizante. ¿Cómo era posible que ese diminuto hombrecito fuera capaz de aguantar tanto y mantener la compostura como si nada?

-Creo que ya es mi turno de probar la supuesta invulnerabilidad del mastodonte –dijo Ranmond desenfundando la espada invisible-. Toma esto.

La muñeca derecha del valiente francés se movía tan rápido que parecía un ninja generando sus sellos en el aire. Pero no, no se trataba de eso. Pronto, unas violentas ráfagas de aire rodearon a Wu-Bei y aunque parecía que se deslizaban de forma anárquica, pronto golpearon en todos sus puntos vitales desde infinitos ángulos. Fuerza y precisión. Más importante aún, imposible de esquivar o bloquear. Un ataque perfecto que pronto derribaría al mastodonte. Claro que mientras esto ocurría, Wu-Bei aprovechaba la ocasión para lanzarse sobre Ranmond e intentar golpearle otra vez. Una feroz lucha contra el tiempo. ¿Qué pasaría antes? ¿La feroz embestida del búfalo inmortal aplastaría al ágil galo o los fuertes vientos terminarían de domarlo? Pronto pareció que ocurría esto último puesto que de improviso Wu-Bei cayó al suelo.

-Ya te dije que soy inmortal –se disculpó poco después mientras se levantaba sin aparente daño.

-¡Y yo que soy francés! ¡Mírate las rodillas! Sangras. No es grave pero he reducido tu velocidad en…

El corazón de Akanui se estremeció de miedo. Aquella pausa no era buena. Aunque su marido carecía del gen de la arrogancia de los nobles, sí que le gustaba lucirse en las batallas. Jamás de los jamases interrumpiría su discurso triunfal a menos que…No, no quería ni pensarlo. Tan solo se levantó y corrió hacia él tan rápido como pudo hasta que nuevamente volvió a chocar con una montaña que no había visto: Ranmakán en persona que le detenía.

-Alto, jovencita. Si intervienes, le descalificarán.

El malayo, efectivamente le había cogido de la mano justo antes de que ingresara en le tatami y se la sostenía con gentileza y al mismo tiempo con tal potencia que jamás podría zafarse por la fuerza. Detrás de su escultural cuerpo y escondida tras siete u ocho cicatrices se adivinaba idéntica gallardía a la de Ranmond. Dos hombres idénticos nacidos en una misma era y que solo se distinguían por las vivencias que les habían hecho madurar y crecer de forma dispar.

Por suerte, nada de esto vio Ranmond que en ese momento les daba la espalda. Un río de sangre caía desde sus costillas.

-Nunca subestimes a un gigante –dijo Wu-Bei-. Has dicho que te vienes entrenando desde que conociste a la chica. Recuerda que eres famoso y todos conocemos tu historia. No ha sido difícil darme cuenta que la única parte de tu cuerpo que has entrenado a consciencia es la cara. El resto comparte la normal fragilidad de cualquier humano corriente. Yo seré más lento pero tú harías bien en abandonar e ir a curarte esas heridas.

Oídas estas palabras, Ranmond se desplomó.

-Soy franc…és.

Controilclima se aproximó hasta el cuerpo yaciente y le examinó. Y mientras lo hacía, Akanui gritaba desde el límite entre los actores y el público:

-Por favor, cheri, no te levantes.

Aquello, los repetidos ruegos de Akanui era lo único que llegaba hasta la consciencia de Ranmond, sumergida en una especie de limbo onírico. ¿Qué no se levantara? ¿Es que acaso realmente le creía ella capaz de hacerlo? ¿Y si lo creía, no era su deber demostrar que efectivamente lo era? Peor aún, ¿por qué no quería que realizara semejante proeza? ¿Acaso esa tonta de Akanui pensaba que si seguía peleando expondría su vida? ¿Solamente porque se enfrentaba a alguien más alto, fuerte e inmortal? ¡Pero si él era francés! Por supuesto, que podría ganarle sin importar las dificultades.

Cuando Ranmond apoyó la planta de su pie izquierdo sobre el suelo e intentó incorporarse, haciendo presión sobre su rodilla erguida, supo perfectamente que no sería capaz de lograrlo. Fue entonces, sin embargo, que un público conmovido por su media hazaña comenzó a cantar. En rigor, si ya sonaba bastante rara esa canción con acento italiano, su inicio con acento español y zezeoso lo fue aún más.

-Allons, enfants de la patrie. Le jour de glorie est arrivé.

Akanui dejó caer unas lágrimas y se giró para no mirar.

-Solo el tonto de mi marido es capaz de hacer cantar la Marsellesa a unos italianos.

Mientras eso murmuraba Akanui, Ranmakán continuaba sujetándola de la mano como en sus sueños. En ese momento más por contenerla en su dolor que para impedirle intervenir. Más allá, todavía de espaldas, Ranmond lograba ponerse de pie.

-Parece que por un momento se me olvidó que era francés. No se volverá a repetir.


-Parece que por un momento se me olvidó que luchaba por Akane. No se volverá a repetir.

Efectivamente el golpe de Amnar dio en el suelo. Si los impactos anteriores le habían causado algún daño, pronto la mente lo olvidó. Y puesto que la mente lo olvidaba, aunque el cuerpo seguía sintiendo dolor, el cerebro no se enteraba de nada. Así, pues, por increíble que pareciera, Ranma se movía con una agilidad cuasi-felina, al punto que de haberse visto en un espejo, probablemente hubiese sentido algo de miedo.


Controilclima pegó dos saltitos de satisfacción en el aire y unió ambas palmas repetidamente generando unos pobres golpes secos.

-Excelente, excelente. Estaba casi muerto y ahora…¡viva la ironía!

Wu-Bei, por su parte, ni se inmutó. Aunque, siendo sinceros, un poco de pena por el frágil humano sí que llegó a experimentar. Conocido su punto débil no le costaría demasiado trabajo acabar con él. Tan solo le bastaba con atacar a cualquier otra parte del cuerpo que no fuera la cara. Las rodillas por ejemplo, para equilibrar las velocidades. Un buen plan que puso en práctica casi en seguida. Solo se esperó un poco a que su rival recuperara el aliento porque, pese a todo, pese a ser un gigante sin mucha educación, también era un hombre de honor. El mastodonte calculó trayectorias velocidades propias y ajenas, vías de escape y la inclinación del terreno. Luego, inició una carga fuerte y zigzagueante, asegurándose en todo momento que su presa tuviera poco espacio para huir. A mitad de camino, sin embargo, Wu-Bei notó que no necesitaba ser tan cuidadoso. Ranmond simplemente no se movía.

De acuerdo –pensó-. Demasiado débil para escapar y no se rinde. Por tanto, piensa intercambiar golpes. Necio, valiente y ridículo. Obviamente no podrá dañarme. Y aún si oculta algo, no me hará más daño del que yo a él.

Como todo gigante inteligente, Wu-Bei decidió desproteger su barriga, su zona más fuerte, para dirigir los ataques rivales hacia allí. Por otra parte, cuando ya estuvo muy cerca de Ranmond, dejó caer todo el peso del cuerpo sobre una pierna y apunto hacia las rodillas rivales conteniendo la respiración. Aguantaría el golpe al estómago que seguramente recibiría y luego culminaría su obra aplastándole las piernas.

Sin embargo, no fue su espesa barriga la que recibió un impacto tan duro como chocar con una pila de acero. Sus huesos más pequeños, específicamente las falanges de su dedo índice y mayor, se encontraron con un obstáculo impensado a esas alturas y rebotaron hacia atrás.

Akanui observó la escena entera entre histérica, nerviosa y rabiosa. Su mano derecha, la que sostenía Ranmakán supuestamente de forma definitiva, se zafó de pronto de su prisión y se movió directamente hacia su sien haciendo un gesto más que elocuente.

-¡Está loco! ¡Mi estúpido marido está loco! ¡Ha parado un golpe a las rodillas con la cara!

Entre Ranmakán que miraba atónito vociferar a Akanui y la jovencita se apareció de pronto Controilclima.

-Una débil mujer ha superado la fuerza del hombre más fuerte de la historia por un instante. Interesante e irónico. Debe de ser la famosa fuerza de la necedad que mencionaba antes. La que le daba fuerzas ilimitadas.

Akanui nada oía de todo lo que decía el referí. Antes gritaba y maldecía ante cada golpe interceptado por la cara de su marido (que, a propósito, ya eran unos cuántos).

-¡El mastodonte me va a desfigurar a mi caradura!

-Jajajajajaja. Le dijo "caradura". Jajajajajajaja. Chicos, sois geniales.

Tres horas después, ya cuando Akanui había gastado toda su saliva insultando a Ranmond, Wu-Bei notó por fin que con cada ataque interceptado, Ranmond contraatacaba con un golpe que no llegaba nunca. Solo entonces decidió levantar la vista y observó sobre su cabeza, una violenta corriente de aire que giraba sobre sí misma preparada para atacar y que crecía a cada instante. Una Genki-Dama a la francesa en toda regla, la temible y única Notre-Genki-Dame. Wu-Bei la descubrí demasiado tarde. Ya el impacto de millones de vientos acumulados durante horas caía sobre su cabeza y le hundía varios metros bajo el suelo.

-No es posible –se lamentó Wu-Bei antes de desmayarse-. Si soy inmortal.

Entonces sí, Akanui respiró aliviada. Ya llegaban a sus oídos las fanfarronas palabras de victoria del valiente de su marido.

-Francia 1, Inmortalidad 0.

Controilclima aplaudió con efusividad mientras se seguía partiendo de la risa.

-Gran exhibición. Ha valido la pena continuar mirando tres horas después de que terminara el combate.

-¿Disculpe? –le encaró Akanui-. ¿A qué se refiere con que el combate terminó hace tres horas?

-Cara ragazza, el combate lo ganó Ranmond por "Knockout irónico" cuando al "yo soy inmortal" de Wu-Bei contestó; "Y yo, francés".

A lo mejor en otra ocasión le hubiese partido la cara de un plafui. Como estaban las cosas a Akanui le bastó que le recordaran lo innecesaria que había sido la lucha a muerte, para correr hasta su marido e intentar llevárselo a su cuarto.

-Tranquila, cherié –le dijo un tambaleante Ranmond-. Sé que es mucho pedir pero te necesito aquí. Quiero que veas los demás combates en mi ausencia y me cuentes cómo se desarrollaron.

-Pero…

Ranmond le dio una caricia en el rostro, acto que ambos sabían que la desarmaba.

-Por favor, confío en ti. De todos modos me presentaré en semifinales. Puedo hacerlo a ciegas o con tus consejos.

Y así se quedó Akanui, desarmada, triste y observando a su marido yendo por su propio pié a curar sus heridas. Era obvio que se trataba de una excusa. Si necesitaba intimidad para tratarlas, mejor ni mirar.

Y sin embargo, a los pocos minutos Akanui regresó a la habitación reservada. Envuelta en lágrimas y con una consigna que repetía una y otra vez.

-¡No te presentarás a semifinales! ¡No lo harás! Ranmakán es un monstruo. A punto estuvo de matar a Ramón.

-Caramba, Akanui –se quejó Ranmond-. Que estas heridas no son nada. ¿Cómo salió el duelo?

-Gano Ranmakán. Ya te lo dije. Fue horr…

-Ese no me interesa. Me refiero al de Shampvíbora y Balsakane.

Akanui pestañeó tres veces.

-¿¡Qué?!

-Vamos, Akanui, por favor. Un duelo de saltos entre una tabla y una víbora. Eso es el no va más. Controilclima es un genio.

-Ganó Balsakane.

-Sí, sí. Pero, ¿cómo? Una no se puede mover y la otra no tiene pies.

-Muy fácil…oye, no me cambies de tema. No vas a presentarte a semifinales. Ranmakán es un monstruo. Ramón era parejo contigo. Lo he visto con mis propios ojos durante toda una mañana y ese…animal…lo ha destrozado de un solo golpe. Por eso he vuelto tan rápido. Porque los cuartos de final restantes duraron diez segundos

-En realidad, mi tonta Akanui, pensaba abandonar –dijo Ranmond-. Nadie en su sano juicio seguiría con esto teniendo las heridas casi mortales que me infligió Wu-Bei. Luego de oír palabras tan amargas saliendo de tus labios, comprende que simplemente esa posibilidad ha desaparecido.

Lamentablemente para Akanui la posibilidad de darle su merecido ella misma y en persona también se esfumó a continuación ya que el galo de necedad astronómica no tuvo mejor idea que perder el conocimiento en ese instante.


En el presente, las cosas iban mejor para nuestro primer protagonista. El dragón volador había comenzado su danza en espiral sin que Amnar lo notara. Aquella frase del principio: "yo te enseñé todo lo que sabes" le estaba llevando a la derrota. En rigor, durante su estancia en Nerima, Ranma había aprendido más técnicas de combate que durante toda su vida. ¿Por qué? ¿Acaso Nerima era un lugar más peligroso que China, por ejemplo? El muchacho de la coleta sabía de sobra la respuesta. Por Akane. Desde que ella ingresó en su vida, la posibilidad de huir de los retos había desaparecido. Por ella enfrentaba cualquier peligro y por ella, también, los vencía. El "soy francés" de Ranmond pero a la japonesa y por amor. Y aquella certeza le mantenía calmo. Un aura fría y azulada cada vez más intensa emanaba de sus hombros a medida que la espiral iba achicando su diámetro. Por contrapartida, la fenomenal rabia de Amnar sumada su también fenomenal potencia jugaba de contrapeso perfecto. Cuando llegaron al centro del semicírculo decreciente y Ranma golpeó con todas sus fuerzas en el mentón de su primo, se generó el más prodigioso dragón volador que se haya visto jamás.


Esa misma noche en 1874, Akanui comprobó las heridas de Ranmond, las enjuagó y le cambió las vendas. Buena parte del tórax lo llevaba hundido. Producto de múltiples fracturas y a saber qué daño interno tendría. Por el momento ni escupía sangre ni había levantado temperatura. Buena señal. Estado suficiente para sobrevivir si guardaba suficiente reposo. Totalmente exiguo para librar un combate desigual. Por la cabeza de Akanui se paseaban tres posibles soluciones. Todas humillantes, todas muy difíciles de conseguir. Raptar a Ranmond a la fuerza y llevárselo a puro plafui si hiciera falta hasta París. Dos, convencer a través del diálogo y la persuasión a su marido de que abandone. No hacía falta que estuviera allí presente Controilclima recitando su muletilla para darse cuenta de lo imposible que era conseguir cualquiera de aquellas opciones. La última, la más humillante, era la única de éxito posible.

Bajo la luz de la luna en el mismo escenario de la gran batalla del día siguiente, dos enamorados miraban las estrellas. Ranmakán, tigre de la Malasia, recostado sobre uno de los pilares de la grada de espectadores y Balsakane, apoyada sobre su hombro.

-Buenas noches, Akanui. Te esperábamos.


En el presente, el cuerpo de Amnar salió volando por los aires hasta convertirse en un diminuto punto en el cielo y luego desapareció. Tres minutos después a unas calles del instituto un tremendo estruendo indicó al Ranma el lugar del impacto. El cuerpo inerte de su primo había tropezado en su caída con varias ramas de un árbol y había caído envuelto en astillas y sangre. Un brazo dislocado, unas cuantas costillas rotas y ningún órgano vital herido.

Menos mal –pensó Ranma cuando terminó de examinarle-. Le llevaré con Tofu.

El viaje se desarrolló en estricto silencio –Amnar continuaba desmayado- y con pasmosa lentitud. Ranma había gastado todas sus fuerzas realizado la última técnica y su rival, recostado sobre su espalda, simplemente pesaba demasiado.

Seis minutos después, llegaron palabras cálidas a sus oídos.

-Lo siento, primo. Tú eres el más fuerte, tienes la mejor madre y la mejor prometida. Yo no tengo nada.

Ranma sonrió. El árbol de almendras rojo había desaparecido ya del horizonte. A lo mejor había sido una alucinación. A lo mejor había nacido de su maceta.

-Eres fuerte y decidido. Si quieres cosas solo tienes que buscarlas. Habla con la tía. Corteja una chica respetándola y entrena.

Amnar asintió con la cabeza.

-¿Dónde vamos?

-A lo de Tofu. Él te dejará como nuevo.

-Gracias, primo.

-Es lo mínimo que puedo hacer. Al fin y al cabo soy yo el culpable de tus heridas.

-No, primo. Gracias por dejarme descansar y darme la espalda. Hay que ser idiota.

Un brutal codazo en la clavícula desprotegida del artista marcial más fuerte de Nerima le derribó como a un saco de patatas.

Amnar se abalanzo sobre su presa y le golpeó con todas sus fuerzas durante varios minutos hasta que el cuerpo de su primo dejó de resistirse. Luego una expresión de horror apareció en el rostro del traidor.

-Mierda -le tocó con dos dedos la muñeca-. Creo que lo he matado. Será mejor que vaya a eliminar a los posibles testigos. Creo que empezaré con Akane.


En el siglo XIX, Ranmakán y Balsakane oyeron una a una las argumentaciones de Akanui sobre por qué debían abandonar tan bárbara costumbre y sobre lo civilizado que era el mundo en plena era industrial.

Como única respuesta, Akanui recibió la gentil y enorme mano de Ranmakán sobre sus cabellos. Mientras este último le acariciaba con infinita ternura, le contestaba.

-Imposible. Ranmond y yo pelearemos mañana y si es necesario le mataré. Por ti.

Akanui dio dos pasos hacia atrás, espantada.

-¿¡Por mí?!

-Lo sé todo. Que Balsakane es de otra época. Y que tú eres su encarnación. La que nació en la misma era que yo. Tú eres la que estaba destinada a mí y no ella.

-¿Cómo puedes decir eso delante de Balsakane?

Ranmakán se encogió de hombros.

-No le ofendo. Ella lo sabe mejor que yo. De hecho, fue Balsakane la que me abrió los ojos y me explicó lo de las reencarnaciones. Llevo una semana soñando contigo sin haberte visto nunca…

-…

-Veo que callas. Tomaré ese silencio como un "yo también sueño contigo". Supongo que entenderás muy bien cómo me sentí noche tras noche hasta que al borde de la locura, se lo confesé. Mi sabia y vieja Balsakane me lo explicó entonces: soñamos el uno con el otro porque estamos destinados. Mírale. Sois igualitas. Me enamoré de ella porque su cara me recordaba a la tuya que todavía no conocía.

-No, no, no –agitó la galita enamorada la cabeza de derecha a izquierda-. No sé bien de qué hablas pero Ranmond es mi amor destinado. ¡Nadie más!

-Entiendo que seas escéptica pero aquí hay dos farsantes y se demostrará mañana. Solo hay una manera de desenmascarar a los impostores y es enfrentándolos a los verdaderos. Mañana ambos venceremos y lo verás todo más claro.


Fin de la primera parte del especial 111-112. Dentro de poco, la conclusión de la conclusión.


Minihistoria bonus 1: Un elefante con sombrero.

No sé si ya lo conté o no, pero cuando les mostré el dibujo del Principito a mis hijos, Gohan vio un elefante metido dentro de una bolsa gigante y Bulmita, un sombrero. Luego les leí el primer capítulo y cuando a Bulmita empezaron a caerle algunas lágrimas de rabia por "haber perdido", Gohan consensuó: "¿y cómo sabemos que el elefante de dentro de la boa no tiene un sombrero?". Habría que preguntarle a Saint-Exupéry.

Fin de la minihistoria bonus 1.


Mini historia bonus 2: La hipotesía.

Hace unos días, Bulmita me contó muy emocionada que en el cole estaban haciendo "hipotesías" sobre un tema y luego comprobando si las "hipotesías" eran correctas o no. Por un momento, estuve a punto de corregirle y explicarle que la palabra que ella estaba tratando de decir, se pronuncia: "Hipótesis". Pero luego pensé…¿Y si la profesora tiene la hermosa delicadeza de inventarse un nuevo término para clasificar dos tipos de hipótesis diferentes? ¿Las pensadas con la cabeza que serían las normales y las sentidas por el corazón, que aunque raras podrían ser posibles? ¿No sería bonito que hubiese llamado a estas últimas "hipotesías"? ¿Una mezcla genuina entre razonamiento científico y poesía? ¿No es acaso una hipotesía la que da marcha a un nuevo invento o concepción del mundo? ¿No era para Colón una hipotesía que la Tierra fuera redonda más que una hipótesis? ¿O para Newton que existiera una fuerza misteriosa que atrajera todo hacia la tierra? ¿O para Galileo Galilei que la Tierra girara alrededor del Sol? Más hipótesis formuladas por almas poéticas. Eso mismo necesita ahora este mundo.

Poco después, mientras mi niña seguía insistiendo con el nuevo término que habíamos acuñado, llegué a la conclusión más realista de que todas mis preguntas anteriores se debían a una hipotesía falsa. Que la profesora seguramente había dicho "hipótesis" y Bulmita recordaba mal. Así que tuve que explicárselo. Desde entonces, cada tanto, me vuelve la escena a la cabeza en forma de recuerdo amargo. Llevo demasiados años sabiendo que el mundo no es perfecto. Aún así, siempre me deprimo un poco cuando compruebo que no es así. La solución para pasar el mal momento siempre es la misma: recordar a Julio Verne, ¿no es acaso la novela "De la Tierra a la Luna" una genial y brillante hipotesía, una premonición científica en toda regla? ¿Imaginar en pleno siglo XIX que con un enorme cañón se puede enviar un proyectil tripulado hacia la Luna? ¿Una auténtica nave espacial? Y en el fondo y para terminar: ¿la apuesta de Phileas Fogg no es en realidad la de un hombre que cree en las hipotesías contra el que cree en las hipótesis? En definitiva, una hipotesía no ha de ser imposible o rara. Su magia radica en que es posible pero navega entre los límites de lo imaginable y comprobable. Bastaba que Phileas Fogg decidiera no dar la Vuelta al mundo en ese momento, para que su hipotesía se mantuviera sin comprobar durante seguramente varias décadas.

Fin de la minihistoria bonus 2.


Minihistoria bonus 3 Cantinflas y la vuelta al mundo.

Al día siguiente de redactar la minihistoria bonus 2 me ocurrió algo bastante gracioso. Bulmita ya se había merendado los 26 capítulos de la Vuelta al mundo de Willy Fogg, una serie animada que ya tiene unos cuantos añitos y me pedía más. Mi primer impulso fue ponerle la última película que recuerdo sobre le tema. Esa en la que Jackie Chan hace de Passepartout pero luego me enteré de que existía una en la que Cantinflas interpretaba el mismo papel que el actor cómico marcial y me pareció divertido compararlos. He de reconocer que el principio de la peli me sorprendió gratamente. Un especialista en Julio Verne se la pasa divagando sobre la obra literaria del autor de la Vuelta al mundo en 80 días y luego invitaba al espectador a ver nada más y nada menos que el corto de Méliès, Viaje a la luna de 1902 que exponía a continuación. He de recordar en este punto que en 1902 el cine recién estaba dando sus primerísimos pasos y Méliès pasó precisamente a la historia por ser unos de los primeros en realizar efectos especiales y el que mejor lo hizo en su época. Especialmente famosa es su escena de la luna con cara y el cohete clavado accidentalmente en uno de sus ojos. Si ya es curioso que tengamos un caso de metapelícula, pues se incluye buena parte del film de Méliès en el de Cantinflas, más lo es la reflexión del especialista: "Julio Verne, de enorme imaginación, ha acertado en muchas de sus profecías. Otras, sin embargo, como llegar a la luna, son todavía simples fantasías". ¡Efectivamente! La película es de 1956 y Neil Armstrong no pisaría la luna hasta 1969. ¡Y qué bonito que es todo esto! Julio Verne imagina la historia De la Tierra a la Luna en 1865, en 1902 Méliès filma su clásico del cine mudo en tributo al escritor de misma nacionalidad, en 1956 se filma la película de Cantinflas que incluye el corto de Méliès, en 1969 se pisa la Luna por primera vez y recién en 2014 Bulmita y yo vemos esto. Por supuesto, los lectores de esta humilde minihistoria bonus agregan un eslabón más a la cadena a la que solo le falta que alguno se anime a buscar la película de Méliès y mirarla para que la profusa cadena se convierta en un ciclo cerrado. Al vago que le dé pereza verla, solo decirle que como mucho dura unos diez o doce minutos y se puede encontrar en youtube. Solo por ver a los científicos peleando con los habitantes de la Luna, vale la pena. O por detalles como que no necesiten trajes espaciales para sobrevivir o el mejor de todos: que para volver empujen la nave espacial por un precipicio y claro…como la Luna está arriba y la Tierra abajo…caen a la Tierra. Por supuesto. Así de fácil.

Volviendo al presente, he de reconocer que la historia tan, tan bonita no fue. A los diez segundos de empezar a mirarla, Bulmita comenzó a quejarse de que no eran dibujos animados…

-No, no son dibujos animados pero te va a gustar.

-Si no son dibujos animados no gusta a Bulmita (cuando se pone en caprichosa habla de ella en tercera persona)

-Pero si te encanta Big Time Rush.

-Claro, porque Kendall es guapo.

Fin de la minihistoria bonus 3.


Comentarios.

Estimada Gabyy. "Cartas ente ciegos...". Sí, ese era cortito. Hace mucho que no escribo algo así. Últimamente se me alargan las historias.

Estimada Akyfin02. Bueno, pero ahora lo corté en un mejor momento, ¿no? Sí, termina todo bien. Bueno, se murió Ranma pero seguro que en la reencarnación del futuro serán felices.

Había pedido chistes malos pero te han salido todos muy buenos. Medalla de bronce al de "Malamén".

Estimada Linahi. Vas bien rumbeada con lo del 107 pero no se lo digas a nadie. Jajajajajaja. Tristex. Medalla de plata y muy merecida.

Al final es un five-shot como el de LA vuelta a la Akane en 80 Ranmas.

Estimado/a guest: Ya he movido mis contactos. Dice Rumiko que a la brevedad publicará un final alternativo de Ranma para reanimar un poco la producción de fics sobre el tema.

Estimado/a guest: Sí, Amneg suena a Genma. Solo falta que aparezca Enaka.

Estimada minefine7: MEDALLA DE ORO. Para el de Jara y el del pulgatorio. Y de hierro para el de la capucha. Y que nadie dude de mi imparcialidad. El chiste de Jara es simplemente perfecto.

Para el próximo: concurso de chiste de "colmos".