Anticlímax rules. Primera parte.

Esta es la historia de la ironía. Mi historia. Podría aburrirte, mi estimado Ranmond, con miles de anécdotas de mi infancia o sobre mis padres pero creo que lo mejor será empezar por lo importante. Un buen día, hace mucho, mucho tiempo, mucho antes de volverme loco y olvidar mi pasado, en fin, mucho antes de simular que soy malo para entrenar a mi ejército de la ironía del que tú eres capitán, me enamoré de Metáfora, la semidiosa del amor. Así, sin más. Sin previo aviso ni necesidad de escalar poco a poco los peldaños que conducen de la cordura o amor. Fue un flash instantáneo y fugaz que me envolvió el cuerpo y me carcomió el raciocinio. Eso mismo que te pasó a ti con Akanui o a Ranma con Akane. El amor es irónico, ¿no es cierto? Sobre todo, porque llevaba apenas cinco días en el Valhalla de los semidioses y ya pretendía saborear la exquisitez más pura. ¿Cuánto tardaste tú en desear besar a Akanui? ¿En soñar que ataviaba su cuerpo desnudo tan solo con una bandera francesa? Pues a otra escala, a la escala de los semidioses, eso mismo me pasaba a mí. Se trataba, después de todo, de la belleza más sublime imaginable. Para ser justos, creo que todos los semidioses suspirábamos por ella. Tanto los nobles, guapos y poderosos como los engendros como yo. La cortejaban Hércules, Perseo, Teseo y todos los demás "eos". En rigor, dado mi aspecto y mi historia personal (poco heroica), solo albergaba en mi corazón una ventaja sobre ellos, un as en la manga que me haría especial ante mi amada: no existía nada más perfectamente irónico en este mundo que una buena metáfora. Así pues, mi estimado Ranmond, yo me sentía con derecho de considerarme el único que podía apreciar su verdadera belleza interna, más allá de sus cabellos de oro y ojos de esmeralda. Lamentablemente, para mi, pronto descubrí que ni ella misma había advertido el detalle. Fue cuando le abordé, al sexto día de mi precipitada llegada a la escuela de futuros dioses del Valhalla, que esbozó una mueca de asco y oteó el horizonte en todas direcciones buscando ayuda. No me amilané. Ya bien conocía lo repulsivo de mi aspecto y las condiciones especiales de mi estancia en ese mundo de apariencias y vanidades. Si habría de conquistarla, lo conseguiría a base de ironías y su cara de asco inicial era la primera de ellas. Un puñetazo en la mandíbula fue la segunda. Odio admitirlo, pero siempre suscito esa reacción la primera vez que me ven. Yo mismo me cacheteé en la cara al nacer y ver el reflejo de mi rostro sobre la superficie del arroyo en donde me limpiaban. Irónico, ¿no es cierto?

Y después sobrevino el insulto. Corto, incisivo y acertado.

-¡Engendro!-me dijo con ese tono que usan las mujeres cuando ya ni lástima te tienen.

¿Sabes, Ranmond? A mi padre, el ruiseñor mudo, y a mi madre, la sirena que no sabía nadar, los casó un precioso 30 de febrero, un sapo y un canguro que no recordaban cómo hacer sus saltos. Y luego nací yo, lo que se conoce en la jerga de los semidioses como un "engendro", es decir, el hijo de un ser divino con un mortal no humano. Una subclase de los semidioses vituperada y discriminada. Eso mismo me recordaba Metáfora con su puñetazo y su aleccionador apelativo. Comparado, por ejemplo, con mi primo Clímax, hijo de la reina de las Sirenas, Sabiduría, que quedó preñada cuando los intensos rayos del Dios Apolo se arremolinaron sobre su vientre, yo era un parias. Un infraser sin alcurnia, clase o trascendencia alguna.

-Sí, soy un engendro –repuse-. Pero no has de juzgar a mis padres por su condición.

A continuación hice hincapié en la belleza de su historia de amor. Incluso insistí recordándole lo imposible de su relación puesto que uno era un ser marino y el otro, aéreo. O en cómo, en una ocasión, mi padre se enfrentó bajo el agua a cientos de tiburones en clara desventaja para salvar a su doncella. O en la inteligencia emocional de mi madre para enamorarse de la ternura de los ojos de mi padre aún si oírle cantar.

-Tu madre es una plebeya y tu padre, un animal –sentenció sin molestarse en intentar apreciar la dulzura de mis palabras-. Tu linaje, por tanto, no conserva la más mínima trascendencia. ¿Cómo osas, siquiera, hablarme a mi que provengo de familia de dioses del Olimpo?

En eso, mi buen Ranmond. tenía razón. Yo no le llegaba ni a los talones a ella ni a la grandeza de mi primo Clímax. Ambos, hijos de dioses y ¡con mayúsculas! Artemisa, en su caso y nada menos que Apolo en el de mi primo. En el fondo, y volviendo a Clímax, se trataba de un ser semidivino de sangre azul. En el Valhalla de los semidioses, Clímax y yo, por tanto, ocupábamos los dos extremos del orden social. A mi se me trataba como poco menos que a un no-humano que se había colado en el valle divino de casualidad. Y a Clímax como a un casi Dios. Y sin embargo…éramos amigos. Irónico, ¿no es cierto?

-¿Has notado, Clímax, que la mayoría de las ironías son metáforas? –le dije tratando de esconder mis lágrimas, apenas le encontré.

-Espabila, primo –me regañó sin mirarme-. Metáfora es superficial. Una diosesita más, enamorada de sus poderes e incapaz de mirar más lejos de su supuesta belleza.

Cierto. Pero también se trataba de la semidiosa del amor. Una Venus menos divina pero igual de hermosa y cautivante. Y un diamante en bruto que pensaba pulir a imagen y semejanza de la ironía más pura. Me daba igual si era bella. Lo que me sorbía el coco era su condición. ¡Diosa de las metáforas! Una verdadera caja de las ironías esperando a que la pandorice con mi astucia.

Mientras de este y otros temas hablábamos, Clímax caminaba con su paso veloz y suave que tanto cautivaba a las hembras de todas las especies. El Semidiós de la Perfección, cuyo único fallo era no ser un Dios al completo, estaba destinado obviamente a ser mi mejor amigo. Perfecto e imperfecto al mismo tiempo.

-En guardia –le grité esa mañana. ¿Te suena de algo mi tozuda estupidez de enfrentarle? Creo que tú hiciste lo mismo cuando te pareció que Akanui miraba demasiado a tu primo inglés. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí. Dnomnar. Curioso nombre.

Por supuesto, en cuanto mi desafió se hizo público, la nube de pretendientas que le rodeaba dejó salir una exclamación de alborozo conjunto. Clímax no tendría más remedio que tensar sus fornidos músculos y dejar volar su cabellera dorada como la de Metáfora para hacerme frente.

-¿Otra vez? –intentó evitar el duelo-. Sabes que no puedes ganarme. Soy el Dios de la Perfección. Y tú…muy débil.

-Por eso. Sería irónico que te gane ¿no es cierto?

Sonrió. Siempre que le atacaba, sonreía. Más que primos, nos considerábamos hermanos. Y como hermano mayor que era, ni me dejaba ganar ni me destrozaba del todo. Solo lo suficiente para desalentarme momentáneamente. Y mientras tanto, un coro de suspiros femeninos empequeñeciendo mi ego y agrandando el suyo.

Me regresé a casa entre magullado y melancólico. Creo que ya lo sabes. O al menos lo sospechas, no le atacaba por odio ni envidia. Simplemente como método para hacerme más fuerte. Sin embargo, cada día la diferencia en lugar de achicarse se agrandaba. Y eso que acudía a todas mis ironías. Si en pleno día soleado le caía un rayo en la cabeza, Clímax tan solo se sacudía un poco la cabeza para simular que algo le había molestado el golpe y luego me estampaba contra una pared lejana con la terrible potencia de su dedo meñique. Y si por el contrario, en plena tormenta, le abrazaba un sol calcinante, exclamaba: "Oh, esto me recuerda la grandeza de mi padre" y luego otra vez contra el muro sin el más mínimo esfuerzo de su parte.

La muralla que separaba el Valhalla del mundo de los humanos no era delgada ni suave. Aún así, llevaba tatuada mi silueta en prácticamente toda su extensión. Por suerte nunca llegué a atravesarla. Según mi padre, las ironías reinaban con tanta fuerza en el mundo real que siendo el Semidiós de la Ironía me volvería irremediablemente loco. A veces, creo que solo me dejaban vivir entre dioses por lástima. Para evitarme ese destino cruel de la locura.

Y por fin, llegamos y nunca mejor dicho, al clímax de la historia, el detalle que cambió mi vida y puso en peligro al universo al completo, la razón de que necesite desesperadamente la fuerza de un francés para poder morir en paz. He de confesar que además de Clímax y Metáfora, existía otra persona en mi vida. Otra paria social sin mucho lustre en su árbol genealógico y al que todos mis iguales parecían temer. Verdad, mi vecina iracunda y poco femenina, contrastaba con Metáfora en prácticamente todo los aspectos posibles. Justa, fea, terca, amable, tímida y asocial. Solíamos sentarnos por las noches en nuestros respectivos umbrales de entrada a mirar a las estrellas devorar cometas y charlar sobre todos los temas posibles. Librábamos duelos legendarios. El mundo explicado desde la más pura lógica y honestidad vs. mi particular punto de vista que también era honesto pero de otra manera. En el fondo, verdades retorcidas vs. verdades directas. Nuestra principal disputa: sobre los caballos y cabras.

-Las cabras no vuelan –argumentaba ella.

-¿Cómo lo sabes? –retrucaba yo.

-Porque soy la Diosa de la Verdad. Por lo tanto, todo lo que digo es cierto.

-¿Y cómo sabemos que dices la verdad? –insistía-. Si fueras la Diosa de la Mentira, sería falso que eres la Diosa de la Verdad y sería falso que las cabras no vuelan.

Siempre empezábamos así. Mi forma de retorcer sus argumentos ni le inmutaba. Antes parecía darle cuerda para demostrar su punto. Creo que en el fondo le gustaba. El resto de dioses le temía y casi ni le hablaba. Se trataba en el fondo de un mal universal. Todos temían que le dijeran una mala verdad a la cara y más aún, si no tenían el valor de rebelarse contra ella y construir su propia verdad.

Al final sentenció su razonamiento con un silogismo.

-Lo sé porque nunca he visto uno.

-Los caballos tampoco vuelan y sin embargo, existe Pegaso, el caballo volador. ¿Por qué no ha de existir "cabraso", la cabra voladora? –le dije esa noche.

Verdad apretó un puño. Empezaba a enojarse.

-Ya te lo dije. Porque nunca he visto uno. Ni nadie hasta el momento ha hablado de "cabraso" –movió los dedos índice y mayor de ambas manos haciendo un gesto irónico que me encantaba.

-¿Y si una cabra se enamorara de un pájaro? ¿No sería posible que adquiriera alas para seguirle?

-El amor. No existe. Solo el destino. Fíjate en nosotros. ¿Quién querría salir conmigo? Soy fea. Igual que tú. Es la verdad. Luego el amor no existe. Ni para mí ni para ti.

-Sería irónico ciertamente que alguien se enamore de ti o de mi… -asentí con la cabeza. Silencio. Dos o tres cometas aprovecharon la ocasión para devorarse mutuamente las colas. Y tres estrellas para fugarse de nuestra atenta vigilancia.

-Además –continuó cambiando de tema-, no tengo poderes ni sé, siquiera, cocinar. Solo sé decir la verdad.

-Lo de cocinar no te lo discuto.

Nuevamente mi silueta agregó un nuevo dibujo al muro de los humanos. Hasta allí volé, impulsado por un sorpresivo y furioso golpe de Verdad.

-Ahora sé por qué los hombres dicen que la verdad duele. Porque la diosa de la Verdad es colérica y marimacho…ouch.

Un nuevo puñetazo de Verdad me echó a volar por medio Valhalla. Enrabietada y fea, así era mi vecina.

-En todo caso decir la verdad…-farfullé por los aires- no se me ocurre mayor poder ni más hermoso que ese.


Ya sé lo que opinas. Ya. No hace falta que me pongas esa cara colérica para darme cuenta. Crees que Verdad es más Akanuisca que Metáfora. ¿A que sí, Ranmond? También pensarás, por regla de tres, que era un tonto por no notarlo. ¿Qué puedo decir? Verdad poseía un poder entre embriagador y hechizante que me impedía de momento notar lo evidente. El séptimo y el octavo día se me pasaron a velocidad de vértigo. Recién durante el noveno día entendí, por fin, dónde había caído y el por qué de tanta competencia esquizofrénica por dilucidar méritos y posiciones de cada habitante del Valhalla de los Semidioses. Estaba en juego en un próximo examen, nada más y anda menos que conservar el rango, mejorarlo o perderlo del todo. Desde luego, a mi poco me importaban las estúpidas competencias de esos trogloditas incultos e insensibles que tan solo dominaban el universo gracias a un enorme poder heredado y de ninguna manera por méritos personales. Si me tocaba perder el juicio en el mundo de los humanos, bien. Y si me dejaban seguir conviviendo con Metáfora, Clímax y Verdad, los únicos que valían la pena, pues mejor. Además, ¿para qué competir tanto si estaba claro que el único puesto de ascenso de Semidiós a Dios lo tenía ganado mi primo ya que se trataba del señor de la perfección?

Esta última pregunta la hice en voz alta y con cierto tono de angustia delante del receptor de mi profecía.

-Porque según el vaticinio de los que saben, el nuevo Dios ha de superarse con la ayuda de un colega. De allí, los complots, recelos y agresiones encubiertas. Nadie sabe quién será el elegido ni quién su ayudante. Ni mucho menos cuál será la naturaleza de su apoyo.

Aquello me dejó estupefacto. ¿Y si…por ironías del destino yo era la llave de Metáfora? ¿No habría de corresponder mi amor si conseguía ayudarle?

-Iré a verla –me levanté resuelto.

Clímax sonrió con mirada fraternal.

-¿Piensas que tu amor podría ser la clave? Y luego dices que el engreído de la familia soy yo. Adelante; no te detengo.

-Acompáñame –le imploré a cambio.

Creo que durante los tres segundos que tardó en responderme, repasó en su cabeza todas las excusas posibles y luego, al no hallar ninguna (extraño en el Semidiós de la Perfección), asintió con la cabeza.

-De acuerdo. Será divertido.

Hallamos a Metáfora rodeada de cinco o seis Semidiosas rubias y atontadas. En ese mismo momento y a riesgo de resultar irónico, me juré a mismo que jamás tendría una hija rubia y engreída.

La escena que se desencadenó después fue deliciosamente grotesca. Mi frágil y raquítico cuerpo cortándole el paso en hasta cinco ocasiones y ella, bella, creída y malhumorada, cambiando el rumbo de sus pasos sin detenerse ni dignarse a darme una oportunidad. Como si no existiera.

-Por favor –apareció Clímax de la nada y tomándola de la mano le obligó a detenerse-, dale un minuto. Quizá no te caiga bien pero sé que sus sentimientos son profundos. Se merece al menos la oportunidad de sacárselos del alma y desahogarse con una confesión correcta.

Todos los poros de Metáfora parecieron soportar un terremoto en escala amorosa que mal pudo disimular mordiéndose los labios y asintiendo con la cabeza. Obviamente, le gustaba Clímax. Obviamente, ser el Dios de la ironía era más una condena que un don. Una condena de la que no lograba desprenderme.

Daba igual. Ya todo me daba igual. Le soltaría mi discurso, esperaría a que me rechazase, luego me despediría de Verdad y me adentraría en el mundo de la locura de los humanos.

-Déjame ayudarte –dije, por fin-. Veo en tus ojos poesía y en tu arte, justicia. Si me dejarás caminar a tu lado un tiempo, podría convertirte en una fuerza de la naturaleza que trascienda la divinidad y el orden preestablecido. No te pido que me ames a cambio. Ni siquiera que te caiga bien. Solo que me permitas ser parte de tu vida. Platiquemos, debatamos y expongamos poesía. Pongámosle música y arte a las ironías. Transformemos el mundo, juntos. Seamos dos almas sensibles que calibran la realidad al unísono y la cambian para mejor. Dime, quién es tu autor preferido. Y su mejor poema.

-De Haiku-kun. Lo que soy, lo que siento. Dedicado a mí hace tres años.

¿Esa mierda? –pensé, confundido-. ¿Cómo podía tener un gusto tan rematadamente malo la Diosa de las metáforas? Ciertamente era irónico pero decepcionantemente irónico. Durante los siguientes veinte minutos transité por el terrible camino del desencanto. Metáfora era simplemente estúpida. Mejor dicho, amaba la idiotez con la simpleza de las almas que jamás habían sido atormentadas por ningún trauma o problema. Detalle que se me había escapado puesto que nunca la había tratado realmente. Dulce y triste ironía. Ahora que me daban la oportunidad de hablar, era yo el desencantado.

Esa misma noche regresé a los brazos contenedores de Verdad. Ella era justamente lo que necesitaba para curar mis penas. Ella y una buena guerra de paradojas y sofismas. Nos volvimos a saludar sin mirarnos. Ambos conocíamos de sobra el aspecto del otro. Yo volvía más magullado que de costumbre por una compasiva paliza de Clímax y ella se presentaba como siempre, solo que un poco más escéptica que el día anterior.

-Si el amor no existe, Verdad… ¿explícame, por favor cómo es que me he desenamorado? ¿Y por qué duele tanto?

Me miró de arriba abajo con cara de desconcierto. Y también, por irónico que me resultara, con cierta despecho en el rostro. Al final, sentenció.

-Es verdad. Aunque el amor no exista, hasta los más tontos se enamoran y desenamoran. ¿Quién es la "afortunada"?

-Jajajajaja –reí por primera vez en semanas-. ¿Tú, con ironías, Verdad? Metáfora. Ella era la dueña de mi corazón hasta hoy a la tarde.

-Pobrecita. No sé si su cerebro estará preparado para apreciar sentencias con más de un significado o de más de cinco palabras. En realidad sí lo sé. Soy la Diosa de la Verdad. Y te lo aseguro, no puede ni desea entenderte.

-Aún así la quería. Pensaba que la chica que me inventé en sueños y la real eran iguales. Irónico, ¿no es cierto?

-La ironía y el amor, esos conceptos en los que crees, no existen. Solo la verdad y la mentira. Y tú eres un mentiroso crónico. Por eso te has autoengañado hasta creerte tus mentiras. Nosotros, los feos, no merecemos amar. Y mucho menos a los "perfectos".

-Hay más verdad en mis ironías que en tus verdades. La perfección no es perfecta. Tan solo un estado de ánimo. Si te vieras con mis ojos, a lo mejor te gustarías más –me sorprendí afirmando esto y comprobando que realmente creía lo que decía. ¿Acaso no me gustaba Metáfora, por lo menos hasta hacía un par de horas? ¿A santo de qué llamaba "irónicamente guapa" a Verdad? Ya…a santo de la ironía. Ser guapa es fácil. ¡Pero ser fea por elección! Porque su frágil autoestima le dictaba que los dioses le huían por su "fealdad" en lugar de por cobardía…eso era irónico. Entonces lo entendí. Verdad siempre había sido bella pero se mostraba fea al mundo precisamente porque eso creía y todo lo que creía Verdad debía por fuerza transformarse en realidad. Y al caer el velo de la mentira que la verdad había tejido (ese hechizo que engañaba a un servidor y al mundo), tanto la Diosa como el tejido me parecieron hermosos e irónicos. ¡Qué chiquita, fea y pretenciosa me pareció entonces Metáfora! Por supuesto. La verdadera ironía había de brillar rodeada de su contrapunto perfecto.

-¿Sería guapa desde los ojos de un mentiroso? –me dijo de pronto-. No, gracias. Además, ¿no decías que te gustaba Metáfora?

-Amo las ironías y tú, mi amiga, eres una montaña de contradicciones –me lancé otra vez a la conquista de lo imposible. Su cara mostraba gestos de disgusto pero sus ojos brillaban con una intensidad nunca antes vista.

-La fealdad es algo objetivo. Igual que la verdad. No depende ni dependerá del estado de ánimo.

Era el momento de jugarse el todo por el todo, mi estimado Ranmond, y eso mismo hice.

-Pues dime entonces a la cara objetivamente que soy feo y seamos feos juntos.

Agachó la cabeza. Por dios, juraría que hasta se puso colorada. Las pulsaciones se me revolucionaban a medida que me daba cuenta de que la ironía del amor me había preparado una escena deliciosa.

-Yo…no puedo. No eres feo. Tampoco tonto. Ni siquiera me pareces malo o falso. Solo mentiroso. Es tu único defecto.

-Solo digo mentiras más verdaderas que tus verdades. Recuérdalo.

-Las mentiras…son…siempre…-la besé-…mentiras –se tocó un labio-…y los mentirosos –volvimos a besarnos-…al final caen…-me miró con tristeza-…por el peso de sus propias mentiras…-y se fue. El sabor de los labios de Verdad se parecía al de unas fresas con nata pero sin nata. O lo que es lo mismo, una fresa desnuda e impúdica que acariciaba mis labios con honestidad. Irónico ¿no es cierto?


Mi estimado Ranmond, quiero agradecerte que sigas escuchando toda esta historia de ironías y desengaños con atención y sin interrumpir. Supongo que la mordaza en tu boca y que estás atado a una silla ayuda bastante…aún así, te lo agradezco. Como ya habrás adivinado, aún antes de Adanma y Akaneva, aún antes que Ranmiojo y Akanioja, hubo una primera y original encarnación de todos vosotros, Akanui, Akane y las demás son la nueva manifestación de Verdad y tú, una mala fotocopia de carne del Semidiós de la Ironía. Y si me apuras, sospecho que Amnar será una de las tantas reencarnaciones de Clímax.

En todo caso, al día siguiente corría la voz de que una nueva semidiosa, tan hermosa y fulgurante como Venus había irrumpido en el Valhalla. Según los rumores, era nueva. Nada se sabía sobre su poder pero todos coincidían en algo. Le había salido un competidor a Clímax por el puesto de nuevo Dios. No supe nada nuevo de ella hasta por la tarde. Demasiado enfrascado estaba en encontrar a Verdad e intentar repetir nuestro beso. La verdad, valga la redundancia, es que se había literalmente esfumado. No estaba ni entre los cerezos divinos, ni escondida en la cueva de la reflexión, ni horneando sus célebres galletas de la fortuna que tanto temían mis contemporáneos abrir.

Al final, opté por acudir al centro mismo del Valhalla, la plaza del ayuntamiento (sí, el jefe del Valhalla era el alcalde. Irónico, ¿no es cierto?). Allí según decían, estaba la nueva Semidiosa y seguramente Clímax. ¡Él me ayudaría!

Efectivamente, pronto le hallé y como siempre, oyó toda mi historia con mirada fraternal. Con cada palabra pronunciada, con cada adjetivo que se fugaba de mis labios para alabar la hermosura oculta de Verdad, más y más se me revolvía el estómago, sensación que solo experimentaba cuando la ironía en libertad se volvía en mi contra y decidía atacar a su creador.

-¡Si serás idiota! –exclamó furibundo y me estampó contra el muro de un solo golpe dado con el puño cerrado y por fin con todas sus fuerzas. Caí, escupiendo sangre, irónico en un Semidiós, y sintiendo todos mis huesos quebrarse. Unas motañitas de piedras cayeron sobre mi espalda. Eran del muro que comenzaba a derrumbarse. Un poco más de potencia y hubiese caído a la locura de los humanos.

-Levántate, basura –me pegó una patada Clímax que me elevó hasta el cielo-. ¿Cómo has podido traicionarme así? –caí justo frente a él y me recogió rodeando mi cuello con sus potentes dedos de Semidiós desbocado.

-¿Qué…qué te hice? –alcancé a preguntarle.

-¿Por qué demonios pensabas que alguien como yo perdería tanto tiempo con un engendro como tú? Porque soy el Dios de la Perfección y sabía en mi perfección que tú eras la llave. Mírala –volteó el brazo con el que me sostenía y al hacerlo, pude ver por fin a Verdad. Estaba rodeada de todos los pretendientes que antes alababan a Metáfora.

-¿Qué pasa?

-Pasa, idiota de las ironías. Que ahora por tu culpa, la Semidiosa de la Verdad se cree la más hermosa de todas. Y puesto que lo cree, lo es. Ha ganado. Ahora ella es una Diosa.

-Yo la veo igual. Muy guapa. Ni fea como ella creía. Ni despampanante como parecen creer todos esos. Más bien colérica y mala cocinera. Yo diría, incluso, un poco marimacho.

-Eso es por lo que le dices siempre. Tus ironías son más fuertes que sus verdades. La has autohechizado con tu ridículo amor de mequetrefe. Y con ello…me has despojado de mi destino. Solo tú ves a la marimacho. Los demás, a la mujer más bella posible.

-Por tanto, solo yo soy capaz de amarla. Irónico ¿no es cierto?

Clímax meneó la cabeza.

-Lo siento, engendro. Pero ahora tendré que casarme con ella. Es el único camino que me has dejado libre para subir al Olimpo. Es la única forma. La única manera de que me permitan destruir ese mundo imperfecto de los humanos. Siendo un Dios al completo.

-El mundo no es imperfecto –argumenté sin terminar de digerir del todo tantas novedades juntas-. A lo sumo, irónico.

Mi genial defensa de los humanos daba por finalizado el debate con un triunfo claro de mi posición. Claro que un buen puñetazo suyo me hizo ver las estrellas literal y metafóricamente y dio por terminado nuestra dialéctica con una victoria por KO abusivo a su favor.


¿Destruir el mundo? ¿Solo por ser imperfecto? Desperté de su nuevo ataque totalmente desconcertado. Mi primo, mi héroe, mi modelo a seguir, se había vuelto loco. Iba a por mí, a por Verdad y…¿a por el mundo al completo? Junté los pedazos de mi que se habían desperdigado por todo el Valhalla a la velocidad del rayo (los semidioses no podemos morir a menos que nos desprendamos de nuestra naturaleza divina) y me dirigí a mi casa. Mejor dicho, a la de mi vecina famosa. Debía hablar con Verdad y debía hacerlo ya. El mundo estaba en peligro e, ironías aparte, yo debía ser el héroe que le salvara. Jajajaja. Yo, un héroe. ¿Qué te parece Ranmond? ¿Me quedará bien una capa roja o mejor una azul?

-¡Mentiroso! –así me recibió. Sin darme tiempo a parchar los huecos de mi cuerpo que todavía no lograba encontrar ni mucho menos, contarle todo lo que me había pasado-. Creía que te importaba. No sé si llegué a creerme que me amabas o no. Pero desde luego pensaba que éramos al menos amigos. ¿Cómo pudiste dejarme sola con todos esos imbéciles?

-Yo…te busqué…

-¡Mentiroso!

Volví a caer sobre el mismo montículo de piedras en el que Clímax me había arrojado por la tarde. Por las hendijas libres, se veía un mundo de ilusiones, embriagador y extraño. Tantos estímulos, tanta gente, tantos corazones ingenuos y malvados, revueltos unos con otros sin orden ni justicia. A punto estuve de enloquecer, cuando un nuevo puñetazo de Verdad me alejó de ello.

A lo lejos Castor y Pólux bajaban por el Puente de las Libélulas Heridas camino a su casa. Y el primero le decía al segundo:

-¿Desde cuándo hay basiliscos en el Valhalla, hermano? ¿Y por qué se está ocupando de él Anticlímax?

-No lo sé, Pólux. Ese tipo es tan raro. Y el bicho con el que pelea tan feo que la escena me da repeluz. Mejor volvamos a casa.

¿Basilisco? ¡Pero si era Verdad! Claro. Ahora se creía fea otra vez. Y a juzgar por la descripción de los hermanos legendarios, tanto como un basilisco. Decidí hacerle frente. Nadie llamaba fea a mi Verdad delante de mi sin su merecido castigo. Ni siquiera ella misma. ¿Te acuerdas, Ranmond, de la primera vez que peleaste con Akanui? ¿Y de la última? ¿A que fue fantástico? Tan fiera y tan guapa cuanto más furiosa se ponía. Tan indescriptiblemente bella a medida que descubría que no podía ganar y que pese a todo, disfrutaba del combate. Una mezcla de ninfa que salía por primera vez del cascarón y de guerrera enamorada. La ironía en su estado más frágil y bonito. Caímos juntos, entrelazados y todavía forcejeando. Tanteó mis músculos, sorprendida.

-¿Cómo te has vuelto tan fuerte?

-Porque sobreviví a tus primeros ataques y empezaste a creer que a lo mejor no era tan débil. Ya sabes, lo que tú creas, se vuelve real.

Se volteó ofuscada.

-Pues creo que eres un mentiroso. Me abandonaste.

-Te busqué –intenté hacer contacto otra vez-. Mírame a los ojos y dime que miento.

-Mientes –lo dijo sin mirarme. Estaba demasiado alterada para hacerlo.

-Entonces bésame y dime que miento.

Y me besó. O la besé. Ya no me acuerdo.

-Mien…tes…

Todavía sobre el puente, Castor y Pólux admiraban el prodigio.

-Maldito afortunado. Primero pelea con un basilisco y luego se liga a una diosa despampanante.


Veo que sonríes, mi estimado Ranmond. Ya. Te entiendo. Parece que se avecina el final feliz. ¿No es cierto? Efectivamente, eso pensaba yo. Solo tenía que enfrentarme a Clímax con Verdad de mi parte y creyendo en mí, para que las diferencias de fuerzas se desvanecieran en un santiamén. No pude. Mejor dicho, la Diosa del Destino no me dejó. Había olvidado, embriagado por el néctar del amor, que mi amada era colérica y mi primo, manipulador. En cuanto le mencioné por fin el tema, Verdad, simplemente se vio en vuelto en un halo de furia con tonalidades coloradas y añiles y luego explotó literalmente del enojo. No sé si llegó a sentirse como una bomba de tiempo a punto de explotar y convirtió su pensamiento inconscientemente en realidad o sí lo hizo adrede pero el caso es que le perdí el rastro. Para cuando volví a encontrarla, ya se había recuperado, atacado a Clímax y cedido a su manipulación de Semidiós cobarde de pacotilla. ¿Lo peor? Que lo logró con una treta tan irónicamente sencilla que hasta un humano podría haberla ideado. Solamente hizo falta que extendiera sus puños cerrados y le dijera las siguientes palabras, para que cayera en el embrujo:

-Adivina en qué mano tengo escondido mi anillo y me rendiré. Tienes dos oportunidades.

Verdad escogió primero la mano izquierda. Y luego al comprobar que la palma estaba desnuda, la derecha. Nada. Ni una ni otra mano contenía más que aire en su superficie.

.-Yo no utilizo anillos -se mofó Clímax-. Eres demasiado ingenua y crédula.

Y ¡ZAZ! Suficiente. Verdad aceptó aquella sentencia como verdadera a la luz de los hechos y por tanto se auto-transformó en un ser crédulo hasta la médula.

-Bien, bien –se frotó las manos Clímax-. Ahora escucha. Yo soy inocente. Y Anticlímax te miente. Lo sabes porque yo nunca te he mentido y él siempre lo hace. Además yo te amo. Y como tú bien sabes, él ama a Metáfora. Recién les he visto besándose en el parque de los Jaguares Gordos.

-Tú me amas –repuso mecánicamente-. Anticlímax me miente.

Mañana sería un buen día para anunciar el ritual de emparejamientos entre Semidioses casaderos que se determinará según tu Caja de la Verdad. Si te parece, yo, el Semidiós de la Perfección, la guardaré de posibles cacos. No queremos que nadie altere el resultado, ¿verdad, Verdad?

-Mañana celebraremos la ceremonia. Por favor guarda la Caja de la Verdad.


En rigor, no había nada que temer. Yo la amaba y ella a pesar del hechizo, también a mi. Podría estar furiosa conmigo debido a las tretas de Clímax pero aquello era, también, una manifestación más de sus intensos sentimientos hacia mí. Y la Caja de la Verdad se caracterizaba por ser inviolable. Y eso incluía al Semidiós de la Perfección. Intentara lo que intentara Clímax, mi nombre y el de Verdad saldrían emparejados.

Aquella noche, lo probé todo. Saqué a relucir mi más basto y potente arsenal de ironías, una vez que la localicé y la bombardeé con ella. Nada. Dijera lo que dijera, Verdad parecía un disco rayado.

-Tú mientes. Clímax me ama.

-Mi primo solo ama a sus bíceps. Y sospecho que a veces les mete los cuernos ocn sus gluteos.

-Tú mientes. Clímax me ama.

-No sé mentir. Hasta cuando lo intento, me sale una verdad encubierta.

-Tú mientes. Clímax me ama.

Solo en una ocasión y por una milésima de segundo pareció que recobraba a mi amada. Fue cuando abordé mi manido tema de las cabras y los caballos.

-Algún día montaré en mi Pegabra voladora o en mi Cabraso (todavía no elegí el nombre) y le partiré el hocico de una patada.

-Las cabras no vuelan. Tú mientes. Clímax me ama.

La misma cantinela de siempre pero con la necesidad de justificar su aseveración y brillándole los ojos de furia al musitarla. Si seguía por allí, a lo mejor podría desencantarla. Demasiado tarde. En el mismo momento en que diseñé mi plan de acción, ya Apolo comenzaba a peinar sus primeros cabellos de la mañana a las puertas del Olimpo. Comenzaba un nuevo día. Y con ellos, Verdad se levantó como una zombie a punto de comentar con sus colegas el aumento del precio de los cerebros enlatados, y se dirigió hacia la plaza del ayuntamiento. De hecho, no era la única zombie. A medida que Verdad gritaba: "a casarse, a casarse", todos los Semidioses le seguían, abandonando sus quehaceres, y repitiendo sus palabras exactas. Miré hacia el norte y hacia el este. Y luego, al sur y al oeste. Había poseídos por doquier. Solo dos seres parecíamos conservar nuestro libre albedrío: Clímax y yo. Este último se encontraba sobre una tarima, mostrando a todos la famosa Caja de la Verdad y explicando el propósito del evento.

-Somos Semidioses. Nuestra labor es demasiado importante para perder el tiempo buscando a nuestro amor ideal y sufriendo mientras tanto como hacen los humanos. Usaremos la Caja de la Verdad (que nunca se equivoca) para equipararnos y luego cada pareja quedará ritualmente comprometida. Así, podremos centrarnos en lo que realmente importa: procrear y regir el mundo. El sufrimiento y la incertidumbre para los humanos.

A continuación, Verdad dio comienzo al ritual y la Caja se abrió. Clímax extraía papelitos de dos en dos mientras la turba de semidioses zombies repetía entre murmullos: "nuestra labor es demasiado importante…la incertidumbre para los humanos". Y por fin, luego de seis o siete emparejamientos, extrajo los dos papeles que me interesaban a mí.

-Verdad y Clímax –dijo triunfal, elevando los cupones ganadores para que todos pudieran verlo.

-Tú eres mi amor –repuso Verdad con el tono seco e inexpresivo de un muerto en vida.

Y aquello ya fue el colmo. Obviamente me tocaba interrumpir esa patraña y debía hacerlo ya.

-¡Si serás ciega, Verdad! ¿No ves, acaso, que está tapando el "Anti" burdamente con su dedo?

Clímax me sonrió por primera vez con su expresión verdadera, la de la risa arrogante que nada tenía que ver con las anteriores, falsamente fraternales.

-No, no lo hago.

Así, sin más. Mintiendo alevosamente mientras su dedo todavía tapaba buena parte del nombre elegido.

-No lo hace –volvió a repetir Verdad con ese mismo tono mortecino de antes. Por la razón que fuera, mi rival gozaba de su excesiva credulidad y yo, de toda su desconfianza. Así pues, abandoné por imposible a Verdad y le encaré a él.

-¿Qué le has hecho?

-La he convertido en mi títere.

-Soy su títere –repitió ella.

¿Su títere? ¿Cómo? ¿Cuándo? Reflexionar nunca fue lo mío y menos en situaciones de tensión. La cabeza parecía a punto de estallarme. Y Clímax…bueno, Clímax se divertía sobremanera con la pantomima y mi desesperación. Tanto que por momentos parecía él y no yo, el Semidiós de la Ironía. Con esa misma seguridad en si mismo de siempre aseveró:

-Todos creen que soy inocente.

Y repitió Verdad como un eco enfermo:

-Todos creen que Clímax es inocente.

¡Suficiente! –pensé-. Si no puedo resistirme con las palabras, lo haré por la fuerza. Tensé mis débiles músculos todo lo que pude, rogando a la ironía, que esta vez un milagro me permitiese ganar y le di un puñetazo con todas mis fuerzas en la cara. Ni siquiera me esquivó o se movió un poco. Nada. Ni al status de mosca colérica llegaban mis golpes…

-No te canses –bramó con ganas-. Soy perfecto, invulnerable a los golpes y además, Verdad está de mi lado. Puedo hacer real todo lo que se me ocurra. Lo que me sorprende es que tú no caigas en sus poderosos hechizos.

-Ya lo has dicho antes –razoné en voz alta-. La ironía es inmune a la Verdad.

-Pues peor para ti. Porque la pondré en tu contra.

-Me pondrá en tu contra –repitió Verdad dejando caer una lágrima. A lo mejor, muy en su interior luchaba todavía por rebelarse.

-Y te destruirá.

-Y te destruiré –más lágrimas resbalaron por los pómulos virginales de Verdad.

Volví a ponerme en guardia.

-No permitiré que destruyas el mundo. Las ironías son sagradas.

Entonces ocurrió algo extraño que nos desubicó a ambos: por primera vez, Verdad habló por voluntad propia y sin que Clímax la manipulara. Claro que irónicamente, el contenido de su alocución no me convenía mucho.

-Sabía que le tenías envidia a tu primo pero esto…es blasfemia pura y dura.

-El castigo es el destierro –le sopló Clímax al oído una sentencia brutal.

-Ya sabes el castigo. El destierro.

¿Verdad iba a desterrarme por decirle la verdad a la cara? Era tan…tan irónico que…creo, mi querido Ranmond, que en ese momento me enamoré más de ella, si eso era posible, claro está. ¿Tú que opinas? ¿Es posible enamorarse más del ser amado, una vez que se ha llegado al máximo amor posible? Yo creo que sí. Siempre hay espacio para la sorpresa si existe complicidad en la relación. Irónico, ¿no es cierto? Aquel nuevo sentimiento me envalentonó. Lo suficiente para pronunciar palabras osadas.

-Si quieres que parta al mundo real, te haré caso de buen agrado. Pero ven conmigo –contraataqué-. Y olvídate de ese idiota.

La respuesta de Verdad volvió a sorprendernos a ambos primos por igual. Más que poseída por su propio hechizo, se le notaba en sus respuestas el enojo de siempre. Y las dudas de una quinceañera que no se animaba a abrirse totalmente al amor.

-Aún si no te odiara (¡y lo hago!), no podría vivir en el mundo de los humanos. No puede existir la Verdad en su plano existencial.

-Claro que sí. Ven conmigo –le extendí la mano.

-Soy la diosa de la Verdad. Si digo algo, obviamente no me equivoco.

-A veces mis ironías son más verdaderas que tus verdades –contragolpeé con mi ironía más fuerte, aprovechando que Clímax se veía como apabullado por la repentina verborrea de mi colérica belleza.

-Eres un mentiroso crónico. No volvería a besarte ni en mis próximas diez encarnaciones.

¿De verdad? Desafío aceptado. Y reí por dentro. Vencer a Clímax y salvar el mundo estaba bien. Pero ganarle a verdad en su terreno, eso me encantaba.

-Me besarás en tus próximas diez encarnaciones y también volverás a hacerlo en persona. Lo juro por la Ironía.

-Ni te querré –agregó sin hacer caso de mi declaración- aunque menciones un trillón de veces mi nombre.

-Podría conseguirlo perfectamente en cien años si no me detengo.

Entonces su expresión cambió. De la fría inexpresividad de un muerto, se tornó entonces fiera, bella y desafiante. Mi verdadera Verdad mostrando las uñas justo a tiempo. Nuevamente, la ironía volvía a traicionarme ya que pronunciaba para variar, palabras verdaderas que iban en contra de mis deseos.

-No, Anticlímax. En cuanto salgas del Valhalla, lo olvidarás todo. Me olvidarás a mi y a mi nombre. Y también a tu estúpido plan sobre nuestras encarnaciones. El mundo de los vivos es el reino de las ironías. Allí hay tantas y tan variadas que pronto perderás el juicio. Te volverás un títere y parodia de ti mismo. No me recordarás. Es la verdad.

-Aún así –repuse-, aún sin recordarte, te seguiré amando. Pronunciaré tu nombre sin recordarlo un trillón de veces y demostraré que la Verdad es capaz de amarme en el mundo de los vivos en cada una de nuestras próximas diez encarnaciones.

-A lo mejor –me desafió- me caso antes con tu primo ¿vendrás a la boda? Si te invito sería una buena excusa para regresar por un día a ser un Semidiós.

Aquello era el colmo, justo en el clímax de nuestra discusión me mentaba a Clímax. ¡Qué falta de tacto! ¡Y qué irónico! Así pues, para corresponder su ironía, repuse con la verdad desnuda.

-Prefiero morir antes que ir a vuestro casamiento.

-¡Mentiroso! –volvieron a caer lágrimas de sus ojos-. Ya verás como vendrán a buscarte los Titanes y te mearás de miedo. Será mañana. Como el tiempo de los humanos camina mucho más lento, calculo que para fines de lo que llaman el siglo XIX.

Y poco más pudimos hablar. Antes Clímax perdió la paciencia y me propinó su golpe definitivo. Uno que me arrojó contra el muro, lo hizo polvo y provocó mi caída al mundo de los humanos. Caí sobre un colchón de agua y luego empecé a hundirme, rendido y agotado por el golpe. Fue entonces, que me recogieron un par de pescadores.

-Muchacho, muchacho –me zarandearon hasta que recobré el conocimiento-. ¿Qué haces flotando en el mar? ¿Cómo te llamas?

-No, no…no lo sé. ¿Irónico, Verdad?


Y eso es todo. Ahora que ya conoces mi historia, Ranmond, supongo que puedo liberarte y desamordazarte. Desde entonces he vagado por el mundo, repitiendo su nombre inconscientemente y procurando, también sin saber por qué, que nuestra historia de amor se repitiera con final feliz en nuestras sucesivas encarnaciones. Me he disfrazado de infinitos Phileas Foggs y Kodachis, he manipulado a mi hija y a su novio e incluso me he aparecido en persona. Siempre intentando funcionar como vacuna para vuestros males. Siendo una amenaza inofensiva que os hiciera progresar.

-O sea que, resumiendo, ¿todos tus ataques han sido para demostrar a lo grande y durante toda la historia de la humanidad, que la Diosa de la Verdad se equivoca?

-Irónico, ¿verdad?

-¿Y también aseguras que cada puñetera vez que repetías esa insufrible muletilla estabas en realidad realizando inconscientemente un acto de romanticismo puro, recordando porfiadamente lo que no podías olvidar?

-También es irónico, ¿verdad? Pero ahora, se ha acabado el tiempo. Efectivamente estamos a fines del siglo XIX de los humanos. Y efectivamente he recibido hace dos días una invitación a su casamiento que me ha permitido recordarlo todo. En diez minutos vendrán los Titanes a por mi. Antes debo completar esta pócima para eliminar mi parte divina y poder morir a gusto. ¿Serás capaz de contçenerles mientras la termino? ¿Harías eso por un pobre moribundo por amor?

-¿No prefieres luchar a mi lado y tratar de vencerles en lugar de simplemente retenerles?

-No. Es imposible. Además, le dije a Verdad que prefería morir a asistir a su boda. Mi deceso es lo irónicamente correcto dadas las circunstancias.


"Mi deceso es lo irónicamente correcto dadas las circunstancias". La última frase de Anticlímax se repetía una y otra vez en la cabeza de Ranma. Llevaba ya cinco noches seguidas soñando con lo mismo. Ranmond, su antepasado, atado a una silla. Y luego, el extenso relato del Dios de la Ironía. Entre el jueves y el lunes se había repetido tal cual la escena onírica y en todas las ocasiones se había despertado en el mismo momento crucial: cuando uno de los Titanes arrancaba el techo de la casa y se intentaba merendar a su antepasado. Era de madrugada. Las tres o cuatro. Probablemente más de las cuatro y aquella noche no lograba conciliar el sueño. Una intuición espesa le apesadumbraba. Si cerraba los ojos, está vez, si que vería el final y si lo hacía, a lo mejor no despertaba, De pronto, Akane bajó las escaleras a lo tumbos. Unas gruesas bolsas bajo sus ojos delataban un sufrimiento similar al suyo.

-¿Tu tampoco puedes dormir?

-No.

-Por favor, dime que no sueñas con nada…irónico.

Akane permaneció en su sitio, callada, sin levantar la vista y sin animarse a contestar.

Lo sabía –chasqueó los dedos-. Será mejor que me vaya a dormir. Si esto es real, cuanto antes lo enfrentemos…mejor.

Dio un paso, dos. La madera del suelo se sentía suave como la piel de un bebé. Casi parecía deslizarse entre resbalones a la cama en lugar de caminar.

-Ranma…

-¿Sí?

-No…nada.

-¿Y Pe-chan?

-No sé. Hace un par de días que no lo veo. Desde que se fue Ryoga a visitar a sus padres.

El muchacho cruzó los ojos con los de su prometida y, extraño en él, leyó la situación en un santiamén.

-¿Quieres dormir conmigo? Teniendo en cuenta nuestro problema, ni hace falta que te prometa que me portaré como un caballero.

Akane no contestó. Tan solo se limitó a darle la mano y acompañarle a la alcoba prometinupcial. Dormir juntos por amor, sin duda uniría las almas, pero hacerlo por miedo…aquello las haría inseparables.

Ding-Dong.

Las manos todavía entrelazadas temblaron un poco. Y si no les acompañó el resto del cuerpo, fue precisamente porque se tranquilizaban la una al contacto de la otra. ¿Quién era? ¿Por qué les visitaba a esa hora tan extraña? ¿Sería el fantasma de Anticlímax? ¿Les era lícito ignorar el tema y proseguir hacia la alcoba? ¿Acaso no se merecían el premio de dormir juntos y abrazados, con la inocencia y confianza de dos almas gemelas?

-Lo siento, Akane. Si es un enemigo, mejor que nos ataque aquí y si no, lo resolveré rápido.

A Akane se le hizo eterna la espera. Ranma simplemente parecía caminar hacia la puerta en cámara lenta. Incluso el mero acto de apertura se dilató unas infinitas décimas de segundo.

-¿Ranma Saotome? –le preguntó al joven una anciana pequeñita como la abuela de Shampoo. Algunos rasgos occidentales podían adivinarse bajo sus arrugas. De hecho, el rostro le parecía conocido. Era la viva imagen de la hija de Ranmond. La misma que aparecía en el retrato que le mostró cuando se encontraron en el Más Allá. Solo que espectacularmente envejecida.

Pero…-pensó- no es posible. Debería tener unos 130 años. Nadie vivía tanto tiempo.

Aún así, se animó a preguntar.

-¿Akui?

-Buena intuición, Ranma. No, no soy mi abuela. Mi nombre es Ai de Saotonnières y he venido a matarte.

Luego se asomó a la puerta y saludó con una mano a la peliazul.

-Hola, Akane. Soy tu fan. ¿Irónico, verdad?

Fin de la primera parte.


Aclaraciones.

Desde luego y por si alguien tenía alguna duda, no existen lamentablemente los dioses griegos de la Ironía, Perfección, Verdad o Metáfora. Tanto esta última como Clímax y Anticlímax son nombres de figuras retóricas conocidas. Tampoco existe el Valhalla que he tomado prestado de la mitología nórdica pero sí que hay una serie de elementos que se corresponden con la cultura griega:

1) El hijo de un Dios y un humano es un Semidiós.

2) Estos últimos no tienen permitido entrar al Olimpo.

3) Sin embargo, existe la posibilidad de que se lo permitan en un caso especial como le ocurrió a Hércules, quien fue ascendido a Dios.

4) Tanto los dioses como semidioses griegos están humanizados en su personalidad. Lejos de ser el summum de la perfección, tienen muchos y terribles defectos: egoísmo, celos, arbitrariedad, abuso de poder, infidelidades a grandísima escala, peleas entre ellos por bobadas que afectan gravemente a los humanos, etc. En este contexto, la personalidad de Anticlímax es simplemente consistente en registro.

5) Existe una clara jerarquía entre ellos que es mejor no cuestionar. Como dice el dicho Se encontraban disputando dos hombres sobre cuál de los semidioses, Hércules o Teseo era el más grande. Pero los semidioses, irritados contra ellos, se vengaron cada uno en el país del otro. Una historia de moraleja obvia: Cuando los inferiores disputan sobre sus superiores, no tardan éstos en reaccionar contra ellos.

6) El tema de las reencarnaciones no es muy del agrado de los griegos pero sí el de la filiación de un héroe anterior con uno posterior o con un sitio en concreto. Precisamente, si existe tanto Semidiós suelto es por la necesidad de las ciudades de dotar de importancia histórica a sus orígenes convulsos. De allí, por ejemplo, que Roma reemplazara la historia de Rómulo y Remo (que no es muy bonita) sobre su mítica fundación, por la de la Eneas, héroe ente los héroes. Por tanto, que aparezcan, Ranmond y Ranma, en calidad de héroes emparentados tampoco es tan descabellada.


Historia bonus dedicada a Akyfin que el lunes cumple dieciséis.

Por qué es mejor tener dieciséis que quince.

1) Con quince te pueden decir: "¿Y tú qué sabes del mundo? Eres un/a simple quinceañero/a". Con dieciséis no. Ya se te trata como un adulto encogido.

2) Con dieciséis puedes conocer a Ranma o Akane según corresponda.

3) Con quince has vivido solo tres lustros. Y solo se te permite conocer a un demonio del pasado con pulgas.

4) Con dieciséis sigues siendo un adulto para los niños y niño para los adultos pero menos.

5) Con quince… ¡qué demonios! Tener quince es igual a tener dieciséis desde mi punto de vista: y ambas edades dan mucha envidia. No tienes que trabajar. Ni arreglar las cosas cuando se rompen. Ni volver a arreglarlas cuando se vuelven a romper ni te duelen los huesos por hacer cualquier tipo de movimiento no permitido. Ni se te cae el pelo. Buahhhhhhh. Perdón, perdón. Todavía tengo mucho pelo. No se vayan a creer lo contrario. Pero lo peor es lo de las cosas que se rompen. Yo creo que hay dos realidades de la adultez que los padres les ocultamos a nuestros hijos: Primero: lo de las cigüeñas y París. Y segundo: que de adulto el 87% del tiempo libre te lo pasas arreglando cosas y el otro 13% diseñando estrategias para evitar que vuelva a ocurrir. Pero vuelve a pasar. Y desde este humilde sitio quiero decir: "¡YA BASTA!". Abrid los ojos niños y adolescentes. El mundo de los adultos ni siquiera está atado con alambres. Cada ladrillo está pegoteado sobre el otro de mala manera con un poco de "pero si lo arreglé ayer" y de "tiene que estar en garantía". Según estadísticas recientes, uno de cada tres adultos en este mismo momento está gestionando una reparación en garantía, el otro está pagando por un arreglo fuera de ella o comprando un ejemplar nuevo de lo que sea que se rompió y el tercero se está quejando amargamente.

6) En resumen con quince y dieciséis no te preocupas por estas cosas… piensas que el mundo se arregla solo o en que total tus padres se ocupan y no parece costarles nada. ¡MENTIRAAAAA!

7) Y ya que estamos derribando mitos, tengo que decirlo. Lo niños no vienen de París. Lo hacen de Oslo (que como todo el mundo sabe es la capital de Noruega y sitio donde nació Ranmond realmente).

8) Espero que os haya gustado esta historia bonus y que la hayáis podido leer. Porque la he subido a fanfiction que como todos sabéis es una "cosa" y lo he hecho a través de Internet que también es una "cosa" y tendréis que leerla en una "cosa" grande como un ordenador o una pequeña como un móvil. En fin que intervienen demasiadas "cosas" y no me fío de que todas funcionen. De hecho, casi seguro que alguna falla. En todo caso y esto es lo importante, mientras funcione el microondas y la nevera, todo lo demás es tolerable. A menos que seas mujer. En cuyo caso, mejor que también funcione el móvil y la cafetera.

9) Ah, sí. Feliz cumpleaños Akyfin. Cuando cumplas el doble de lo que cumples ahora, si llegas a recordar esta historia bonus te garantizo que te reirás mucho.

10) A propósito ¿alguien ha visto RompeRalph? De todos los inventos fantásticos de los programas de la televisión, antes que la máquina del tiempo de Bulma o un robot como Doraemon, lo que yo ambiciono tener es el martillo mágico de Félix. Os juro que ahora mismo me daría un martillazo en la muela con él. Claro que luego lo guardaría en un lugar seguro para que no se pierda…y no lo encontraría cuando lo necesite. Y eso me hace recordar la otra calamidad del mundo de los adultos: las cosas además de romperse, se pierden. Sí, sí, lo que oís. Sé que a vosotros os da igual, pero a los adultos nos fastidia mucho que cuando necesitemos algo esté en lugar ilocalizable y desconocido o no funcione. En resumen: el martillo mágico de Félix que repara todo y el radar de cosas programable (por duplicado por si se me pierde uno). Quien invente uno, será proclamado héroe de la humanidad por lo adultos. Aunque a los quinceañeros probablemente les dé igual y sigan idolatrando a Justin Bieber. Sí, sí, ya sé. Voy a recibir un montón de reviews de gente indignada porque sugerí que les gusta Justin Bieber. Sería terrible que eso sucediera.

PS: Por otro lado, si Justin Bieber inventara el arregla cosas o el encuentra cosas se ganaría todo mi respeto.


Comentarios

Estimada Massy13. ¿Te he confundido? Bien. Esa era la intención. Efectivamente no sabemos qué puede surgir combinando cosas que no combinan. Habrá que averiguarlo tarde o temprano.

Estimada evanmychem. Anticlímax rules. ¿Te ha gustado? Le he dado excesivo protagonismo como se merece aunque con un poco de miedo también. Espero que no haya mucha gente que lo lea sin saber quién es el Dios de la Ironía o me temo que se preguntarán cada dos por tres: "¿Y Ranma cuando aparece?". En fin, es lo que pasa cuando tienes 119 capítulos escritos. Empiezas a sospechar que los que los leyeron todos los puedes contar con los dedos de una mano.

Estimada Aurora. Veo que estás de acuerdo conmigo. Las cosas se rompen. Y Kodachi es extravagante. Enhorabuena has sido el comentario número 1111.

Estimada Ai. Al final usé tu idea de los zombies. Suerte con tu examen del día 7.

Estimada Akyfin02. El cuento de las vacas…es que lo estoy reescribiendo justo ahora. Pero primero tengo que terminar el de Piojota.

En todo caso aquí tienes el guión como adelanto, es decir, la carcasa sobre la que desarrollaré el cuento.

En mi pequeña granja todo era pura tranquilidad. Un día recorriendo mis dominios descubrí, espantado, algunas patas de vaca despedazas sobre la hierba. Inmediatamente pensé en un lobo traidor y busqué mi escopeta. No era así: mis mascotas estarían aburridas o confusas y habían decidido desprenderse de sus patas. Algunas conservaban tres, otras dos, incluso había un tercer grupo de vacas que había aprovechado la oferta para incorporar un nuevo miembro a su cuerpo.

Con el tiempo la vida en la granja volvió a ser rutinaria como siempre pero con cinco variedades de vaca que - no podría negarlo- le otorgaban un aire de frescura al paisaje de todos los días. Cada una, por supuesto, adaptó su personalidad al cambio y acogió un nuevo capricho en su corazón. Las vacas de tres patas, por ejemplo, eran las más problemáticas; estas preferían quedarse sentadas en suelo siempre que podían y solían hacerlo con asiduidad para no verse en el duro trance de caminar cojeando. Las de dos en cambio, con la vista siempre al frente, se movían continuamente intentando disimular su imperfección. Para lograrlo procuraban, con una gran habilidad acrobática ser vistas siempre de frente aunque solo lo conseguían pagando el precio de estar girando continuamente. Incluso se dice que los perros que ruedan tratando de morderse la cola, en realidad, las están imitando.

Las de una pata eran quizá las más graciosas. Fácilmente reconocibles por estar siempre en grupos, se juntaban de cuatro en cuatro, procurado disimular una única vaca completa. Ensayaban grandes ejercicios de coordinación para poder caminar de una manera natural. Normalmente eran las elegidas para hacer de centinelas ya que nada podía sorprenderlas.

Las de cinco, eran difíciles de encontrar; se consideraban a sí mismas de "sangre azul" y nunca intentaban mezclarse con el resto. Cuando alguna desprevenida se les acercaba, mostraban orgullosas su quinta pata mientras bostezaban desinteresadamente. Nunca hacían nada y debía ser el resto los que las alimentaran. A pesar de saber que esto ocurría puramente por lástima, no parecían molestarse en lo más mínimo.

Por último, las pocas que conservaron sus cuatro patas vivían profundamente estresadas. Solían ser el centro de atención y ahora ya nadie se interesaba por ellas. No sería extraño encontrarse en un futuro cercano con restos de sus orejas en un nuevo intento de asimilarse al resto siendo diferentes".

Hasta aquí mi proyecto de cuento. Y a continuación la poca introducción que escribí hasta ahora.

"COMPOSICION: LA VACA.

En la granja de mi tío Ía-ia-o todo era puro alboroto. Especialmente desde que nos habían otorgado el premio al establo más cuadrado del mundo. Aquello fue un gran reconocimiento en el que participaron cerca de cien científicos de todo el mundo que se encargaron de las mediciones. Competíamos con casas rurales famosas como la granjacraft cúbica de Chile y con otra, construido entre dos huertos jamaicanos con ladrillos de Lego. Luego del reconocimiento (que obtuvimos por el gran margen de un milímetro de ventaja), acudieron a nuestra humilde morada cerca de mil periodistas, turistas y científicos. No fue hasta el cuarto mes desde que recibimos el enorme trofeo (lógicamente cuadrado), que la gente comenzó a olvidarse de nuestro logro y regresó la paz a nuestras vidas. Y así nos pasamos los siguientes seis meses, inmersos en nuestra satisfacción por haber ganado y disfrutando de la tranquilidad de una vida pacífica, serena y rutinaria. Hasta que…una tarde mi tío Ía-ia-o regresó de su inspección rutinaria con cara de pocos amigos. Decir que estaba furioso sería faltar a la verdad. Para ser sinceros, se encontraba frenético, alterado, sudoroso y también hipaba mucho, que es lo que solía ocurrirle cuando tenía ganas de decir una palabrota y no la decía en alto por pura educación.

-¿Qué ocurre, tío? –le pregunté apenas le vi entrar con ese ánimo en el salón-. Pareciera que ha visto un fantasma.

-Algo peor, sobrino. ¡Las vacas se han vuelto locas!

¿Era peor? A lo mejor sí. A mi me daban mucho miedo los fantasmas…Y sin embargo, puestos a elegir, prefería que una aparición me dijeron "¡buh!" a que una vaca lunática se me apareciera en mi habitación disfrazada de Napoleón y me dijera: "Vamos a conquistar el Muuuu-ndo".

Por la noche mi hermano mayor, Chuchuwá, me lo explicó. Al parecer, se trataba de una enfermedad que solo afectaba al ganado.

-Entonces…¿qué? –le pregunté- ¿Se van a salvar o…?

-No lo sé –me respondió, entre preocupado y triste-. Eso lo dictaminará el veterinario cuando las examine.

"Dictaminar". ¡Qué palabra tan enérgica y fea! Ya me imaginaba al pobre veterinario enfundado en un uniforme verde oliva de dictador y mandando a todas nuestras vacas al matadero, cuando se me ocurrió preguntar.

-¿Y tú cómo sabes que las vacas no se han vuelto locas y ya? Yo lo oí bien clarito al tío Ía-ia-o. No dijo nada de enfermedades. Seguro que has entendido mal.

A Chuchuwá, que le gustaba presumir de estudioso solo porque estaba terminando de cursar primer año de química agrícola, mi idea le cayó muy mal, pero muy, muy mal. ¿Cómo iba él -¡un universitario!-, a equivocarse en algo así? Estaba claro que yo era pequeño y por eso, quería creer en el sentido literal de la frase. Pero…-me mostró un montón de libros de medicina- en el mundo real, el significado de las palabras suele ser diferente al que le damos los niños.

Al final nos fuimos a la cama los dos, cada uno pensando en sus propias ideas sobre el problema de las vacas. Yo, imaginando al tío Ia-ia-o recogiendo en un cubo los tornillos que iban perdiendo las vacas por toda la granja. Y Chuchuwá recitando la tabla periódica de los elementos que no servía de mucho para arreglar el problema pero le ayudaba a conciliar el sueño. Al día siguiente…".

Estimado LuyyiAVG. ¡Bravo! ¡hurra! Un regreso más que esperado. Y solo tuve que comparar a Shampoo con Akane para conseguirlo. Sí, a mi también me hubiese dado curiosidad un capítulo con ese nombre. Mucha suerte en tus exámenes y espero tu regreso. XD…cierto…significa risa. Lo sabía…creo…o ya se me había olvidado. La verdad es que perdí mi diccionario emoticones-español español-emoticones. Solo para que lo sepas, te hago un resumen cortito de lo que te has perdido. Ahora Ibuki y Hachiro son buenos. Anticlímax está más loco. Ranmond es Noruego. Han muerto las "plimps". Ranma tiene un primo engreído llamado Amnar. Una encarnación pasada de Akane es "dark". Y por supuesto, describo detalladamente un tipo de tortura femenina llamada: la trituradora de hombres, máquina a la que imagino ya te habrás enfrentado en más de una ocasión.

Estimada minefine7. A mi también me aparece cada tanto la pantallita azul en el cerebro. Será la vejez. Por suerte envejecemos juntos. ¿Vejar? Esa palabra no está en mi diccionario fanfictero. Tienes razón, esos terribles días de bloqueo superaron por 46 horas mi anterior bloqueo máximo. Más que hoja en blanco debería llamarla, eterna hoja en blanco. Incluso llegué a asustarme.