Anticlímax rules. Final.

HECHO irrefutable número 27. Soy la diosa de la Verdad y por tanto, nunca me equivoco. HECHO irrefutable número 28. Y sin embargo, mi estúpido corazón nunca parece darse por enterado. En estos dos hechos tan verdaderos los unos como los otros y tan poco reconciliables, en esta paradoja diabólicamente irónica, se ha sumido mi raciocinio desde que conocí a Anticlímax. Y en ese entonces, justo cuando terminaba de arrebatarle literalmente su poder y arrojarle a la tierra de los mortales, noté con horror que nada se pierde en este mundo. Una habilidad tan intensa como la ironía no podía simplemente desaparecer. Y no lo hizo. Antes se me pegó al cuerpo, la mente y los sentidos. Desde entonces, la verdad y la ironía pasaron a convivir en un mismo cuerpo. El mío. ¿Irónico, verdad?

No tuve real conciencia del cambio en seguida. Más bien me recorría una sensación de alivio por sacármelo de encima…hasta que de pronto me sentí desnuda y vulnerable. Y luego, una risa sarcástica amenazó con escaparse por entre la comisura de mis labios serenos. Como alguien se enterara. Como alguien supiera que, en realidad, mi seria y exacta verdad se mezclaba de improviso con la ligereza informal de la mentira…me moriría de la vergüenza. Pero no. Por lo menos al principio nadie más se dio cuenta. Por el contrario, Clímax estaba demasiado preocupado por entender en qué dirección avanzaban los hechos (y si estos le favorecían o no), como para monitorear el estado de ánimo de su amada. Y eso que no fui para nada sutil. Tosí, me revolqué por el suelo y hasta me tiré de los pelos (al menos mentalmente y en silencio). ¿Y él? Nada de nada. Más bien me interrogaba sobre los insectos. ¿Irónico, ver….? Arggghhhh. No imagino peor condena que tener metido a Anticlímax en el cerebro. Un calvario indigno de alguien tan importante como era yo. Y mientras lo sufría…¿me preguntaba el Semidiós de la perfección por mi tez pálida? ¡No! ¿O por mi expresión mustia y apagada? ¡Tampoco! Solo por los humanos, por esos insectos ridículos que desafiaban mis feroces verdades de león armados con endebles escarbadientes que ni astillas parecían.

-¿Dónde están? –miraba en todas direcciones desconcertado-. ¿Qué les has hecho?

-No les hice nada. Deberías saberlo, amor. Si el original se enfrenta a su peor emparejamiento posible, a su enemigo más temible, pues…a los demás les toca hacer lo mismo. Es lo irónicamente correcto en este caso. Anticlímax luchará en el Japón del siglo XX contra tu encarnación, un humano invulnerable. Ranmond, contra el asesino de su padre. Ramón contra…

-¿Y ese entonces? –me interrumpió, señalando al japonés con el dedo índice extendido y tembloroso-. ¿Por qué sigue ese aquí?

Por un instante me distraje admirando el raro prodigio de ver a un Semidiós temblar. ¿Por qué? ¿A qué temía? ¿Desde cuándo un humano podía convertirse en una amenaza?

-Ya te lo dije. Cada uno de ellos ha de enfrentarse a su peor enemigo posible y en el terreno más desfavorable imaginable. Si conoces algo más peligroso para un mentiroso que niega sus sentimientos, que enfrentarse a la trituradora de humanos de la Semidiosa de la Verdad, siéntete libre de sugerírmela.

Desde luego no lo hizo. Aquello le bastó para sentir que dominaba la situación y olvidarse de sus preocupaciones. Podría ser ingenua pero no era tonta. Estaba bastante claro que a Clímax le importaba tanto mi seguridad emocional como a una libélula del Amazonas el clima de Nepal. ¿Por qué entonces cada vez que le miraba, le veía genuinamente enamorado de mi? ¿Cómo era posible que sus acciones distaran tanto de las de un enamorado? ¿Y por qué las del mentiroso crónico me parecían tan románticas por contrapartida? ¿Por qué en el campo del amor dos más dos nunca son cuatro?


Hecho irrefutable 29. A riesgo de cambiar violentamente de tema, he de recordar al lector poco ducho en historia, que a fines de siglo XIX se extendió por todos los ámbitos culturales europeos una nueva corriente romántico-nacionalista. No se trataba simplemente de desear la independencia de un país en zonas conflictivas como Irlanda o Noruega, sino de exaltar (sin importar la situación política del momento) las bellezas de la propia nación. De ninguna manera desde el punto de vista clásico, es decir, el del fanatismo nacionalista que propugnaba la independencia porque sí. Sino más bien, desde el romanticismo. En suma, no teníamos a políticos prometiendo que Oslo se convertiría en "Oslolandia". Si no a abundantes poetas noruegos que loaban la magnífica belleza de los fiordos, franceses haciendo lo propio sobre el Sena e italianos, sobre las ruinas del imperio romano.

Por supuesto, el caso nórdico podía catalogarse como excepcional debido a su convulsa historia política. Unos sesenta años antes de que esta corriente intelectual inundara toda Europa, se había desarrollado una gran Guerra entre galos e ingleses. Franceses y anglosajones peleando, para variar, por la hegemonía europea. Los noruegos, que pertenecían en aquel momento a Dinamarca, reconocieron en la nueva confrontación bélica, una oportunidad de independencia y por tanto apoyaron a Francia, con la estúpida idea de obtener la emancipación danesa como premio a sus favores guerreros. Cuando cayeron en la ironía de que Suecia asistía a Inglaterra con idéntica ambición, ya era demasiado tarde. Los ingleses vencían y a la postre…el nuevo mapa político europeo, les obligaban a abandonar Dinamarca para anexionarse al odiado país vecino. A mediados de siglo XIX, pues, Noruega pertenecía a la fuerza a Suecia (y en el fondo a Inglaterra) y todavía no había surgido este movimiento nacionalista que culminaría en la independencia noruega de principios del siglo XX. Pese a todo, en la época que nos ocupa, ya comenzaban a surgir algunos poetas adelantados a su época que se maravillaban por absolutamente todo los "noruego" y contagiaban con su entusiasmo a las masas. Uno de ellos, Magnus Saotón, vivía en las afueras de Kristiansand, ciudad portuaria de cierta importancia. Fiel a su motivación nacionalista se había casado con una bella francesa, descendiente de un capitán de la gran guerra perdida un cuarto de siglo atrás. Su hijo, Ranmalf de tan solo diez años, admiraba de tal manera a su padre, el gran poeta de los fiordos, que se pasaba horas dibujando los hermosos acantilados y las aguas que les rodeaban, soñando con convertirse, de mayor, en ilustrador de alguno de sus libros de poemas. Cuando Magnus se sentaba sobre una piedra a declamar sobre el paisaje embriagador de Kristiansand, las jovencitas nórdicas echaban a volar sus largas cabelleras rubias y le rodeaban como si de una invasión de Ibukis se tratara. Nodokui, la esposa gala y única morena en cien kilómetros a la redonda, aguantaba pacientemente aquello. Y por "pacientemente" me refiero a que aguardaba hasta que se llenara de monedas el sombrero de Magnus antes de deshacerse a bofetada limpia de las rubias descerebradas y del río de babas que estas producían. Ranmalf, por su parte, también se sentaba a admirar el arte de su padre. Yo diría aún a riesgo de exagerar, pecado inaceptable en la Semidiosa de la Verdad, que aquel muchachito profesaba una devoción por la figura paterna que superaba todo lo conocido hasta el momento. Incluso si por error acudía a una rima más propia de Haiku-kun que de un gran poeta, Ranmalf personificaba a Musa, saboreando la belleza intrínseca de aquella aliteración intencionada. Se podría decir que eran felices. Todo lo feliz que unos seres humanos, criaturas necias y mediocres, podían ser.

Ese mediodía, Ranmalf y Magnus debatían sobre qué fiordo de Noruega era más hermoso. El de Geiranger o el denominado "de los sueños".

-Hijo, ¿Cómo puedes sostener que un fiordo al que se llega transitando "la carretera de los trolls", es el más hermoso?

-Porque está en Noruega. Con eso basta, ¿no, papá?

El padre sonrió.

-A mi me gusta más el de los sueños y también está en Noruega. Además, creo que no has entendido bien el tema de la belleza de las cosas. Ha de parecerte tu país, tu ciudad y tu familia los más guapos. Pero no porque sean "tuyos". Si no, porque les amas. Y el ojo enamorado no distingue entre virtudes y defectos ni los entiende; solo ve la belleza pura y esta existe en todas las cosas del universo. Aquello que ames siempre te parecerá más bello que los demás. Incluso si no es noruego. ¿Sabes cuál es mi poema más reconocido?

-La oda a David y Goliath.

-¡Exacto! He imaginado tantos sonetos sobre los fiordos y al final lo que tuvo éxito ha sido una historia universal. El débil venciendo al todopoderoso. No siempre tendrás a Noruega junto a ti pero en todo momento existirá alguien más fuerte que tú.

En la otra cabecera de la mesa, Nodokui aguardaba "pacientemente" a que la lección finalizara. Los brazos cruzados. El ceño fruncido y los labios imitando a la cejas. Lucía enojada.

-¿Te ocurre algo, querida?

-Nada importante –hizo un gesto de desprecio con la mano-. Que me acabo de dar cuenta que soy una fea morena pero que me ves bella por amor.

-En absoluto –le repuso con una amplia y cálida sonrisa-. Ya eras la más hermosa antes de conocerte. Solo que ahora que te amo sin reservas, y contemplo de verdad tu belleza al desnudo, no puedo más que rendirme a la evidencia de que no podría existir mujer más atractiva. No puede compararse el simple deseo de cuando te conocí con lo que siento ahora que te comprendo al completo.

Nodokui se ruborizó y enojó al mismo tiempo (prodigio solo realizable por una hembra de la especie humana).

-Hmpf. Vale, vale. Tú ganas. Eso me pasa por casarme con un poeta. Eres inmune a la trituradora.

Ranmalf observaba la escena tierna con esa misma ternura tatuada en el rostro. Con solo diez años, ya no era tan niño para no notar que el tipo de amor que se profesaban sus padres era único y raro. Muy raro.

-¿Tú crees, padre, que la Akanui esa querrá triturarme también? La última vez que nos vimos en París y en Londres, me costó mucho que me hiciera caso.

-¿Tu prometida? Claro que lo hará. Pero antes procura que se enamore de ti. No existe mejor manjar que saborear tus huesos virtuales estrujados con amor. A propósito, pronto vendrá a verte. No le digas a nadie. Pero a partir de ahora acudirán a nuestra región muchos franceses y pronto, muy pronto, se cumplirán todos nuestros anhelos. Como suelen decir ellos: "Liberté, égalité, fraternité".


HECHO irrefutable número 30. Anticlímax estaba perdido. Por mentiroso. Por tonto y por persistente. Y aclaro: digo "mentiroso" porque nació así y digo: "tonto" precisamente por caer en el tercer pecado. Por insistir en su error de intentar conquistarme. Tenía lo que se merecía y me daba igual que terminaba resultando cruel y desproporcionado. Él solito se lo había ganado. Morir a manos de un mortal. El destino ideal del Semidiós de la Ironía. Aquel dolor que sentía en el pecho, por si tenéis alguna duda, no se trataba de culpa. Tan solo desazón y desengaño. Y tristeza por no haber sabido evitar su autodestrucción. Juntar a Amnar con Anticlímax y enfrentarles, jugada maestra de la verdad mezclada con la ironía. El humano más fuerte contra el dios más débil. El mortal que había acaparado todos los poderes posibles frente al dios que había perdido su único don. Por el momento, mi arma secreta ignoraba a su presa. Daba igual, si se había prendado de otra más dulce, tarde o temprano se ocuparía de él y fin de la historia.

-Akane, Akane –gritaba con fingido temor mientras aporreaba la puerta-. Es el Apocalipsis. Procreemos antes de que sea tarde.

HECHO irrefutable número 31. Cuando todo está perdido, la raza humana y especialmente el hombre, tiende a rendirse a sus instintos básicos. Una parte de mi, la que más se había mezclado con la densa masa de ironía, sufría por la grotesca escena y se preguntaba: "¿no hubiese sido más irónico que Amnar, un humano que siempre se regía por el principio del egoísmo, decidiera entonces tornarse más cerebral y heroico?" Otra parte más de mi cuerpo, también oía sus gritos desaforados con perpleja desazón. ¿Por qué la encarnación de la perfección se comportaba como un patán? ¿Cómo rebatir a Anticlímax sobre la existencia de ese misterioso lazo que supuestamente nos unía encarnación tras encarnación si la de su rival actuaba así? Desde luego lo que más rabia me daba era que el cobarde de mi ex seguramente aprovecharía la ocasión para escapar. Huir de su destino, la especialidad del Semidiós de la Ironía, aún estando desposeído de ella. ¡Pues no lo iba a permitir! ¡Por supuesto que no! Si había que bajar al mundo de los humanos y dejar al japonés encadenado aquí…¡pues lo haría!

Antes me asomé a la Cueva del Destino desde la cual Clímax se ocupaba de agitar vientos y erupcionar volcanes.

-Cariño, bajo un momento al mundo de los mortales.

Aunque no me gustan los hombres musculosos, allí estaba mi amor con sus irresistibles bíceps al desnudo, ignorándome. Aunque odio a los fanfarrones egocéntricos, allí proseguía mi amor sin prestarme atención, ensimismado en sus ridículas catástrofes naturales.

-Cariño –insistí-. Que me voy. Tengo algo importante que hacer.

Solo entonces una ceja de mi amado se enarcó un poco y varió el ángulo de visión desde el completo desdén por mi presencia hasta un más aceptable: "me estás molestando" facial.

-¿Qué puede haber más importante que el Apocalipsis? Ya hablamos del tema de los zombies. No pienso utilizarlos.

-No es eso. Solo que tengo que demostrarle a un idiota que yo tengo razón. ¿Podrías retrasar el tema un poquito?

Esta vez su rostro se dejó ver casi un 10%. Pasaba de modo "incomodidad" al modo "furia contenida".

-Podría. Pero eso redundaría en un Apocalipsis imperfecto. ¿No pretenderás seriamente que "tener la razón" sea más importante que "hacer las cosas a la perfección"?

¡Gran frase! Lo tenía todo. ¡Todo! ¡TODO! Insensibilidad. Una visión del mundo opuesta a la mía. Huecos por todos lados por donde contragolpear con verdades como puños o mejor aún, con puños…pero…no. Mi belicoso corazón simplemente se negaba a indignarse o pretender demostrarle su error. Recuerdo que me golpeé el pecho dos o tres veces, muerta de miedo y preocupación. ¿Qué me pasaba? ¿Acaso se me había descompuesto el músculo divino por excelencia? ¿Por qué, luego de "eso", todos mis sentidos seguían anclados en la Tierra y en demostrarle a Anticlímax su estupidez? ¿Por qué no me hervía la sangre debido a su actitud? Sabía que amaba a Clímax porque era la verdad…pero, a lo mejor, se trataba de un amor sin llama, sin pasión ni aliento vital. Una simple cáscara vacía a la que habíamos etiquetado "amor" con la misma ligereza intrascendental con la que un verdulero escribe "tomates" sobre una caja de madera repleta de ellos.

-Bueno…me voy. Te quiero…

-Sí, sí –estiró su mano y meneó la muñeca de izquierda a derecha en ademán de despedida-. Yo también.

HECHO irrefutable número 32. Los descensos siempre suelen ser tristes. Por la pérdida de categoría y status que normalmente implican. Y por la nostalgia que les rodea. Recordar a diario que algún día fuimos y ya no somos. Y sobre todo, la terrible incertidumbre de no saber si algún día volveremos a ser. Ni, mucho menos, el cuándo ni el dónde. Sin certezas y con las lógicas dudas de quien cae derrotado demasiado a menudo. También se suma, el peligro potencial de seguir cayendo aunque descender más parezca imposible y el sinsabor de empezar de nuevo. Así normalmente se siente un hincha de fútbol cuando su equipo desciende. Así me sentía yo mientras abandonaba el Valhalla sin saber a ciencia cierta si algún día volvería. A mi alrededor los humanos me admiraban con la misma expresión de incredulidad de un equipo humilde de segunda categoría enfrentando al poderoso caído en desgracia. Sorprendidos por compartir de pronto un mismo destino y fatalidad. Poco a poco me fui aproximando al Dojo, como fantasma frágil que añoraba la compañía de sus iguales mientras transitaba por las veloces ventiscas del cielo. Amnar seguía en el exterior, intentando forzar su entrada. Convencido que, de violar aquella puerta fuerte, luego le sería mucho más fácil hacer lo propio con todo lo de su interior. Anticlímax, en cambio, había cambiado de ubicación. Y para mi sorpresa, se encontraba en primera línea defensiva. A lo mejor se había colado por alguna ventana mal cerrada o por la chimenea. Pero el caso es que estaba en el interior justo detrás del portal y sosteniéndolo con todas sus enclenques fuerzas.

-¿Qué haces? –le pregunté intrigada-. ¿Desde cuándo te parece apropiado defender a esa que sueles llamar "bruja"?

Mis palabras parecieron llegarle al corazón porque aún antes de pronunciarlas, creo que se giró sobre si mismo y empezó a sostener las puertas con sus espaldas mientras me admiraba embobado.

-¿Y bien? –repetí-. ¿Por qué?

-Y-yo…perdona…hace mucho que no te tenía tan cerca…a solas…me distraje… con tu belleza. ¿Qué me has preguntado?

-¡Mentiroso! ¡Patán! ¡Alelado! ¡Siempre igual! No simules quererme que no te creo. Prefiero el verdadero desdén de Clímax, antes que tu falso amor. Y ya que tanto te interesa, te repito: "¿por qué defiendes a Akane?".

Volvieron a brillarle los ojos. A lo mejor era por el esfuerzo de contener a Amnar o por habitar ahora en la Tierra, pero se le notaba débil y demacrado. Tan solo cuando yo le hablaba, parecía recuperar algo de su halo divino.

-Porque es iro…no…

-¿Irónico?

-¡Eso! –chasqueó los dedos y me sonrió con esa expresión que me mortificaba el alma sin saber explicar bien por qué.

-Te veo débil –cambié de tema para que no notara mis pómulos ruborizados.

-Es porque me falta…la iro…iro…

-¿Ironía? –volví a ayudarle.

-¡Eso! –sonrió de vuelta como un niño que recibe el regalo exacto que le pidió a Papá Noel-. Sin iro-no-se-qués simplemente me muero. Son mi ambrosía.

Me quede "patidifusa", como suelen llamar los humanos a ese estado de confusión extrema. Temerosa de mi y mis acciones. Asqueada de Clímax y sus planes maléficos. Yo desde luego no lo sabía…¿pero él? ¡Por supuesto que sí! ¡Eran primos!

-No sufras…-interrumpió mi reprimenda mental manteniendo ese tono tierno de antes-, sé que no lo sabías. Y sé también que no podías evitarlo. Eres tan tonta que te has autohechizado. Aunque quieras ayudarme no puedes evitar acatar sus órdenes. Eres por el momento su marioneta.

¿Marioneta? ¿Por qué aquello me sonaba tan retorcidamente lógico? ¿Y tan irónicamente bellos sus ridículos esfuerzos por retener con su cuerpecito a la fuerza descomunal de Amnar? Intenté abrazarle en vano. Mis brazos se quedaron colgando como también colgaban mis lágrimas que por fin advertían la situación y brotaban poco a poco de mis ojos.

-¿Cuánto tiempo te queda?

-Quince o veinte minutos. No más.

Lloramos juntos, hombro contra hombro y espalda junto a espalda para sostener mejor la puerta. Nada. La mía simplemente se negaba a ejercer la más mínima presión sobre la madera.

-Y-yo…t-tú…tú no puedes morir así…siempre dices que tus ironías son más fuertes que mis verdades…líbérame del embrujo entonces.

Su rostro débil y magullado se asemejaba al de un enfermo terminal. Su expresión en cambio se mantenía serena y feliz. La de un enamorado que con tono condescendiente me explicaba los detalles de su dolor postrero.

-No puedo. Estoy demasiado débil ahora. Solo un error veo en el plan de Semidiós de la Perfección. .Te ha convencido para que te enamores de él. Sí…lo ha hecho. Pero el amor es efímero si no se cuida. Es un torrente de sentimientos que bulle y se transforma, un delicado tesoro que hay que regar a diario o se marchita. Y ya ha pasado tiempo. Dudo, por tu enorme inteligencia, que sigas enamorada de alguien así. Continúas siendo su marioneta…Y sigues obligada a ayudarle a destruir el mundo y destruirme…pero nada te impide ya, volver a amarme…si es lo que deseas…

Efectivamente mis temblorosos labios se aproximaron a los suyos sin que ninguna barrera cósmica les interrumpiera el contacto. Se sentían, suaves, resecos y agotados y pese a todo, con sabor a universo y pasión. Luego cayó casi inerte y sin aire. Tonta de mi. ¿Qué esperaba? ¿Qué se recuperara mágicamente por besarnos? Si no había nada de irónico en ello. Al contrario, pocas cosas hice más verdaderas en mi vida que rendirme al amor de mi vida.

-¿Entonces qué? –pregunté angustiada-. ¿Aguardo en silencio a que te mueras? ¿A que ese imbécil mancille a mi encarnación?

-No…tranquila. Akane sabe cuidarse de Amnar…yo la entrené…hay dos mujeres en casa. Ella y Nodoka…estarán bien.


HECHO irrefutable número 33. La Verdad es como la luz. Aunque no la veas, siempre está. Por eso, me resultaba relativamente fácil, compartir los últimos minutos de mi amor y al mismo tiempo, acompañar al pequeño Ranmalf en su particular tragedia. A dos kilómetros de su casa, sobre un espectacular acantilado, se daba el fraternal abrazo de dos hombres hermanados por las circunstancias y la amistad. Las aguas, cristalinas y bajas, también practicaban con la costa su particular abrazo cíclico. Salvo ellas y la vegetación fría y brillante de los fiordos, nadie más era testigo del reencuentro. Monsieur de Tendui y Magnus. Un par extraño cuya afinidad solo podría entender una Rosiberta.

-¡Magnus! ¿Qué tal tus versos?

-Fuertes y robustos. ¿Y tu espada?

Monsieur de Tendui sonrió. Algo en la forma de hilar ideas de Magnus le atraía y repelía por igual.

-Mi espada ya no es lo que era. Cada día se siente más débil y lenta. Y aún así, con solo blandirla una vez más, cambiaré más rápido y mejor el mundo que tú con miles de tus "robustos" versos.

El viento interrumpió el jugoso duelo de palabras entre el poeta noruego y el capitán francés. Las ráfagas a esa altura y en ese sitio se hacían un tanto caóticas, muy similares a las de la escalera al Valhalla. Ninguno de los dos parecía notarlo. El primero, un artista acostumbrado a ser parte de la naturaleza, simplemente acompañaba con su cuerpo la melodiosa cadencia invisible del aire. El otro, un forzudo guerrero, terco como una mula, no cedía ni un centímetro de su posición a pesar de la espectacular fuerza natural. Cada uno y a su manera mostraba y demostraba un alto nivel de destreza.

-Akanui está en el carruaje. Te la encargo.

-¿Ya te vas?

El rostro de Monsieur de Tendui se llenó de cierta melancolía y tristeza.

-Sí. Tengo que traer a mi ejército ya. Se dice que los ingleses saben de nuestro plan independentista y han llamado a su campeón, Sir Killmore. Ya sabes, ese maldito bastardo es capaz de destruir un ejército por sí solo.

Magnus asintió con la cabeza. De sobra conocía la fama del tal Killmore. No tanto por haberlo vivido en batalla como su colega sino por las bellas loas inglesas que se cantaba en su honra. Según esos cánticos, el campeón inglés, no acostumbraba dejar títere con cabeza y protagonizaba una particular inquina hacia los franceses.

-¿No debería estar en la India? Se rumorea que se encuentra a cargo de la seguridad en la construcción de la gran línea de ferrocarriles hindú. Desde luego a la corona británica le importa más ese sitio que nuestra querida Noruega.

Monsieur de Tendui exhaló un suspiro. Sus canas incipientes revoloteaban sobre ambos ojos. Todavía ninguna cicatriz cubría su rostro pero aún así, se le veía fiero y amenazante. Gran espadachín, exfiscal mayor del Estado francés y diputado nacional. Demasiados enemigos vencidos para temer a nada y sin embargo, allí le tenía Magnus, tiritando supuestamente de frío. Y tal vez, de preocupación.

-No viene por Noruega. Viene…por mí…yo…al parecer soy el único francés que ha sobrevivido a una de sus demenciales cargas asesinas. No me lo perdona.

-Un solo francés vivo

aulló, orgulloso, Killmore

Es una afrenta, un timo,

y un golpe a mi honor.

La cántica perdía un poco de gracia al ser traducida al noruego aunque merced al arte recitatorio de Magnus, conservaba toda su carga intimidante y lúgubre. La amenaza, la horrible amenaza de una carnicería salvaje se cernía sobre ambos amigos.

-Ya no hay tiempo de regresar. En una semana Noruega será libre o estaremos muertos.

Magnus señaló el carruaje.

-¿Por qué la has traído entonces? Es demasiado peligroso.

-Lo supe muy tarde. Casi a punto de llegar. Ahora simplemente está más segura aquí que de regreso a París. Además se encaprichó mucho con venir a ver a su prometido. Al parecer Ranmalf desconoce el concepto de "mentira piadosa". Y mi niña lleva dos años atragantado un comentario de tu hijo sobre el pastelito que le preparó con su cocinita de juguete.

-Jajajaja. Sí, lo recuerdo. Es igualita que Kimikui. Hay que tener un raro talento para preparar un plato insalubre con un horno de leña de juguete, un poco de pan y un frasco de mermelada.


En tanto, en el Japón de fines de siglo XX, los sucesos se desarrollaban a velocidad inaudita. Fue terminar de besarnos y que la puerta cediera, por fin, al grotesco empuje de animal enfurecido de Amnar. Ni Nodoka ni Akane parecían notar el ingreso de la nueva amenaza. Antes, la muchachita triste y desesperada, continuaba de rodillas meciendo el pelo sin vida de su amor. Triste presagio de lo que pronto tendría que hacer yo con el de mi Anticlímax. La carga feroz y furibunda de búfalo en celo se interrumpió en seco cuando la inexpresiva frialdad akanil pronunció palabras secas, pesadas y dolorosas.

-Amnar, no es el momento. Si sientes culpa por algún error del pasado ya te daré tu merecido después. Ahora déjame con mi dolor a solas.

Con estos dichos, Amnar sintió como si un ave despedazara con sus garras el granito negro y chamuscado que tenía por corazón. Akane simplemente le había leído con su forma de ser limpia y serena, la intensión enmascarada en fanfarronería y malicia. A lo mejor Anticlímax sí que tenía razón después de todo. Cuando la muchachita actuaba así, más que humana se parecía a una bruja poderosa.

-Pero, es que no queda tiempo, Akane. Es el Apocalipsis. Hemos de pagar y cobrar nuestras cuentas pendientes ya.

Para cuando la terrible escena me permitió tomarme un respiro, me sorprendí arrodillada en el suelo, sosteniendo la cabeza de Anticlímax sobre mi regazo en idéntica pose a la de Akane. ¡Qué amargura! El Semidiós y el humano, cayendo en un mismo sitio, tiempo y pose. Y también…qué irónico…¿verdad?

-Sí, sí que lo es –me murmuró Anticlímax-. No te preocupes por ellos. Una simple patadita media doble y fin de esta tontería.

-Menos mal. Si les gana…luego irá a por ti. Esa es la verdad que planeé para Clímax sin saber lo de tu punto débil. Y sin notar que me manipulaba.

-¡Qué hermosa te pones cuando dices cosas iro-no-se-qué! Haces que me sienta mejor.

Justo entonces, cuando las cosas parecían salirme mejor, cuando dejaba de sentirme una frágil humana a merced del poder de los dioses y recordaba que era una Semidiosa valiente y decidida, la desesperanza volvió a ponerse en mi contra.

¡Plaf!

-Jajaja –bramó Amnar-. ¿Patada media simple? ¿Y una katana dirigida al corazón? ¿Contra mi? No, mi querida Akane. ¡NO! Si no me atacáis de forma sincronizada, me resulta muy fácil bloquearlas.

-¡Qué raro! –exclamó Anticlímax mientras se incorporaba aprovechando el subidón irónico-. La he entrenado bien.

-¿A Akane? ¿Solo a ella? ¿Y a Nodoka?

-Por supuesto que no. ¿Quién en su sano juicio le haría la vida imposible a una mujer con katana? Yo no, desde luego. Da miedo.

Aquello era el colmo. ¿Realmente me estaba confesando que el supremo Semidiós de la ironía, el inteligentísimo estratega que por amor había diseñado el plan más retorcido de la historia para reconquistarme, se había dejado un cabo suelto de semejante calibre?

-Eres idiota. ¿No ves que esa katana no hace nada? Si el imbécil de Amnar la está usando de mondadientes…lo dicho…eres idiota…-repetí-, pero te quiero…


Muy lejos de allí, a mediados del siglo XIX noruego, una sombra femenina y veloz ganaba los veinticinco escalones de las escaleras dando dos saltos bien medidos, esquivaba un par de juguetes desparramados por el suelo y, con un nuevo gesto de artista marcial, pateaba la puerta del cuarto de Ranmalf. Media vuelta en el aire después, Akanui caía sobre la cama del muchacho. Ranmalf, que dormía boca arriba, imaginó en sueños que una bella mariposa le hacía cosquillas en la tripa y le picoteaba dulcemente la barbilla. Grande fue su sorpresa al abrir los ojos y notar que el beso en el mentón era el del filo de una pequeñísima espada y el cosquilleo en el vientre, los muslos de Akanui que sentada sobre él, y apoyando las rodillas sobre sendos brazos le impedía todo movimiento.

-¡Por fin te tengo a mi merced! –le pinchó un poco más con la punta de su arma-. Ahora, jura que no has probado mejores platos que los míos.

Los músculos, usualmente poco utilizados por el jovencito, se tensaron de forma inconsciente y lo hicieron con suficiente fuerza como para arrojar a la atacante al suelo.

-Juro que nunca he visto a una marimacho más colérica que tú y maleducada.

-¿Marimacho yo? ¿Solo por atacarte con una espadita en la oscuridad? –la enfundó con tristeza y se sobó un poco el culo que había impactado sobre la alfombra-. A lo mejor el problema aquí no es que yo sea "marimacho" si no que tú eres un poeta afeminado.

El dedo índice de Ranmalf se elevó en la oscuridad y le señaló sin que hiciera realmente falta.

-¡FEA!

-¡DEBILUCHO!

Esto no tiene lógica –pensó Ranmalf-; debo de seguir soñando. Nadie es tan ridículo como este fantasma que me he inventado. Además todavía me pica el cuello.

Pero no. No soñaba. Al palparse en el sitio exacto del que provenía el dolor, notó una especie de masa líquida pastosa a su alrededor.

-Mon dieu! –exclamó Akanui cuando este se acercó a la ventana y la luz de la luna le dejó ver el desastre-. Estás sangrando.

Una especie de cólera invadió la mente del muchacho y por un momento sintió que perdía los papeles. En un abrir y cerrar de ojos cubrió la distancia que les separaba y rodeó con sus brazos la cintura de Akanui, que permanecía en su sitio inmóvil y asustada. Su brazo izquierdo, el que utilizaba para blandir su pluma y retratar los paisajes que su padre alababa, recorrió el camino desde el fin de la espalda akanuiense hasta la funda de la espada que se encontraba sobre el sitio exacto en que la cintura se ensanchaba y por fin, le quitó la espada. Luego, la examinó de cerca.

-¿Es de verdad? ¿A quién demonios se le ocurre atacar a alguien con una espada de verdad sin avisar, marimacho ridícula?

-Y-yo…lo sien…digo…¿A quién demonios se le ocurre moverse con una espada de verdad sobre el propio cogote, poeta descerebrado?

Ambos niños casi adolescentes pararon un instante para recuperar el aliento. A pesar de todo, la oscuridad que lo envolvía todo, le daba a la escena un toque romántico innegable. Tanto que Magnus y Nodokui que habían optado por hacer oídos sordos desde el comedor, optaron por salir al patio a admirar la luna y dejarles mayor intimidad. La mujer apoyó la cabeza sobre el hombro de su marido.

-¿Te acuerdas de cuando peleábamos así?

-Sí. Mis pensamientos y mis palabras simplemente se negaban a sincronizar. Creo que fue gracias a tu loca belleza y terca persistencia en enfrentarme que me convertí en poeta. Darle forma de palabras a sentimientos intensos no está al alcance de cualquiera, ¿sabes? Y un simple "Fea" a veces guardaba mayor carga semántica que todos los poemas que te he dedicado después.

-Lo sé, mi afeminado fortachón. Lo sé.

Y mientras tanto, los gritos y estruendos seguían universalizando con su romanticismo el cuarto de Ranmalf.

-Me pareció oír algo de "sangre". ¿No deberías ir a chequear la salud de nuestro hijo?

-Nah, le vendrá bien saborear un poco de violencia femenina. Ya se está haciendo mayor. Además, tampoco es que Akanui sea tan salvaje. Como mucho le habrá roto una uña.

Y en el cuarto de Ranmalf precisamente no era una simple uña lo que se rompía.

-¡Ouch! –gritó el muchacho-. ¿Ahora con qué me has dado? Duele.

-Es nuestra piedra de compromiso. Te la he tirado por la cabeza como te mereces.

Aún en la oscuridad, Akanui pudo observar cómo el rostro de Ranmalf se ponía más pálido que pecho de gaviota. La piedra en cuestión era un regalo. Dos años atrás se habían despedido intercambiando dos rocas bonitas que habían encontrado en la excursión del día anterior. Aunque ninguno había aceptado de la boca para fuera que aquello fuera especial, ambos las habían escondido como un tesoro insustituible.

-¿Y por qué me la tiras? Si no significa nada para ti, te bastaba con haberla arrojado a la calle en algún momento desde nuestro último encuentro.

-No pretendía tirártela a la cabeza. Solo romperla.

Ranmalf encendió por fin una vela de su candelabro y rebuscó debajo de su almohada.

-¡Aquí está! Esta es la mía. Puedes intentar romperla si quieres.

-¿Du…duermes sobre mi piedra?

-Sí, a veces siento que me daña la cara…pero entonces me concentro más y lo aguanto. No sé…me sirve para no olvidarme…de ti…

-Yo…pensaba que me odiabas… ¿y resulta que te destrozas esa carita suave de poeta afeminado por mi?

-Oye…¿ni aún confesándote la verdad eres capaz de dejar de insultarme, tonta pechoplano?

Akanui se sentó en la cama junto a Ranmalf y acomodó la almohada en su sitio. Luego cogió un pañuelo de su bolsillo e intentó atárselo al cuello para parar la leve hemorragia. Acción que provocó una nueva espantada del norueguito orgulloso.

-¡Quita eso! ¿No ves que es blanco, rojo y azul?

-Sí, la bandera de Francia. Si no te lo pones, al final se te infectará.

Ranmalf volvió a apartar a Akanui de un manotazo.

-¡No! Odio a Francia. Todos en el cole me llaman "francés" por mi madre. Pero yo soy noruego. NO-RUE-GO. ¿Y tú quieres que me pasee por los fiordos con un pañuelo así? Si Olaf me ve, no se lo olvidará jamás. Seré su hazmerreír por siempre.

El rostro de Akanui volvió a encenderse tiñéndose de un rojo colérico.

-Pues si tanto odias a los franceses, será mejor que destruya estas piedras galas que tanto daño te hacen.

Como siempre digo, no llego nunca a entender del todo la dinámica interna del amor. Si ambos se querían, si estaban a punto de aceptarlo mutuamente, ¿por qué entonces dos segundos después…pasaba esto? Sí, sí, ya. Irónico, ¿verdad?

En fin, el caso es que antes de que el muchacho pudiera arrepentirse o matizar el peso de sus palabras, la jovencita colérica ya había levantado su espada tan larga como era e intentaba partir la piedra con ella. Lógicamente, solo hubo un damnificado de semejante acción: el propio filo del juguete mortífero de Akanui que se partió en dos.

Aquello, el último paso cómico del vals que bailaban sin notarlo, atrajo por fin, la negligente atención de los adultos. Creo que la reprimenda duró toda la noche y más allá aún. Incluso me parece que duró buena parte del desayuno. Al final, una vez que Nodokui se despachó a gusto sobre el peligro de utilizar las espadas de forma poco apropiada (irónico, ¿verdad?), Magnus depositó ambos brazos sobre los hombros de sendos muchachos.

-He llegado a entender todo menos el desenlace. Ranmalf, ¿no era esa una posesión preciosa para ti? ¿Por qué no la defendiste mejor?

-Sí, bueno…ella tenía una espada y yo…nada. Estaba desarmado.

Ranmalf contempló por primera y última vez en su vida el rostro serio de su padre. Usualmente tan alegre, siempre pareciendo que hablaba en broma. Pero entonces, las cejas se endurecieron, los pómulos potenciaron su rigidez y los labios hablaron con firmeza.

-Tú dispones de una fuerza invisible mucho más fuerte que una simple espada. Si llegado el caso, sientes que amenazan algo preciado para ti, debes utilizarla. Y tú…-señaló a Akanui-, ¿cómo es que no has sido capaz de destruir una simple piedra si tanto lo deseabas?

-Ja, padre –interrumpió Ranmalf-. Preguntas eso porque no sabes nada de combates y peleas. La piedra es más dura que el acero o que un puño. Si la golpeas con fuerza solo conseguirás hacerle daño a tu arma o a ti mismo. Nunca a la piedra.

-Cierto –repuso haciendo una seña para que le siguieran al exterior hasta un enorme pedrusco que descansaba desde siempre junto a la puerta de entrada-. Si golpeas con furia siempre te harás daño pero…si lo haces con amor…todo es posible.

A continuación dio una suave y veloz caricia a la roca e instantes después, esta se agrietó un palmo. Dos caricias extra después, infinitas piedritas estallaban por todo el lugar.

-¡MAGNUS! –gritó Nodokui desde el interior-. Será mejor que limpies todo eso. Te he dicho mil veces que tienes prohibido practicar poesía con las cosas de la casa.


"Eres idiota pero te quiero". Eso mismo le había dicho a Anticlímax con el corazón en un puño. Nuevo contrasentido que no le apartaba ni un paso del abismo sepulcral pero que le otorgaba un poco de gasolina a su motor oxidado de ironías.

-Si tú no puedes intervenir y ellas no pueden defenderse. Pues entonces, tendré que hacerlo yo. No sé…siento que proteger a mi archienemiga me genera un cosquilleo en el estómago. Algo nuevo e indescriptible. Creo que lo llamaré: "lagadú".

Claro, ¿por qué no? Si la ironía no existiera, el Semidiós de la ídem la inventaría. Aún despojado de su poder, no lograba dejar de actuar de forma opuesta a la esperable. Supongo que por eso también le amaba; por su intensa persistencia en tropezar con la misma piedra. En este caso no enfrentaba con rayos lánguidos bajo un sol brillante al musculoso Semidiós de la Perfección pero casi. Lo hacía con las manos desnudas y ante un simple humano que poseía por herencia divina el exacto tono muscular de su primo. El peor emparejamiento posible y por decisión propia. Y para variar, comenzó como todas sus disputas con Clímax, empotrándose de un solo golpe en la pared más lejana del Dojo.

-Amor…por favor…-le rogué a los diez minutos de comenzar a recibir la brutal paliza-. Por favor, detente.

El cogote morado. El brazo fuerte como un roble de Amnar rodeándoselo. Tres dientes caídos y más de seis costillas rotas. Desde luego no podía seguir así.

-Hazlo, insistí. No vale la pena.

Entonces, mientras Amnar todavía sostenía los despojos de su rival en el aire, me dirigió por primera vez la palabra.

-Lo siento, Verdad. Ya no puede detenerse. Clímax me lo ha explicado todo por telepatía. Hoy por hoy, si sigue vivo es porque se alimenta de la ironía de que un humano le esté matando…si me detengo, morirá por falta de ironías y si continúo, lo hará por la fuerza de mis puños. De todos modos, está perdido. Solo la continua retroalimentación de avanzar hacia el Más Allá a paso de tortuga le impide desbarrancar ya por el precipicio del olvido.


Lo siguientes tres días se la pasaron los dos jovencitos sin intercambiar apenas palabra. Cada uno por su lado, se retiraba lo más lejos posible a practicar sin éxito aquel prodigio que habían admirado días atrás. Cada uno con su espadita filosa. Cada uno con su propia voluntad de superación. Y cada uno con una consigna diferente. Golpear con amor la primera. Desarrolar una fuerza interior invisible el segundo.

Sobre el atardecer del cuarto día Akanui regresó a casa un poco antes que Ranmalf. Se encontraba cansada y rendida como siempre. Demasiado terca era como para regresar del entrenamiento sin haberlo dado todo antes. Le buscó en el comedor y en el cuarto sin éxito.

Caramba con el debilucho –pensó Akanui-. Antes se cansaba en seguida y ahora aguanta más que yo.

Desde el primer día en Noruega no habían vuelto a hablar del tema. Y ahora que por fin regresaba a su cuarto y se encontraba a solas…aprovechó para rememorar todo lo que había ocurrido. Lo suave que se sentía su pecho bajo sus piernas. La herida en el cuello. Sus agresiones verbales. El pañuelo rechazado. La piedra…Un miedo irracional le invadió al recordarla. ¡Casi la había destruido por pura tozudez…! ¿Y si Ranmalf se había ofendido? ¿Y si ya no le guardaba más? ¿Quién podría culparle?

Akanui deslizó su mano por debajo de la almohada con el mismo cuidado, respeto y temor que lo haría el ratoncito Pérez con la cama de una piraña. Tanteó a derecha y a izquierda y justo cuando empezaba a desesperarse, la halló cerca de la pared.

Bueno –respiró aliviada-. Si Ranmalf y la princesa del guisante pueden, no veo por qué yo no.

Su suave cutis hizo contacto sobre el montón de plumas con timidez. A pesar de la confianza, no dejaba de ser la cama de su prometido. La sien y buena parte de la oreja derecha se hundieron sobre él. Imposible y raro. Aquello dolía mucho. Demasiado como para tratarse solamente de una piedra puntiaguda. Se hacía preciso rebuscar en el interior mismo del almohadón. Además de la roca, aquel escondía muchos más tesoros en sus entrañas. El tenedor que le arrojó el primer día que le vio. La cadena con la que jugaron a "saltar la soga" y con la que le partió el peroné por accidente a los cinco años. Un libro de cocina con la dedicatoria "para Akanui" y que evidentemente nunca se había animado a regalarle y miles de objetos pesados más.

La mente de Akanui marchaba a mil por hora. ¿Cómo demonios conseguía conciliar el sueño así? ¿Por qué lo hacía?

-Está loco –dejó escapar Akanui sus pensamientos en voz alta-. Nadie puede dormir así.

-En realidad –le respondió Nodokui desde el pasillo-, no le digas que te lo dije pero Ranmalf padece de insomnio. Solo si se rodea de sus "tesoros" es que logra superarlo. Al principio se hacía daño pero ya no. La ausencia siempre es más dolorosa que la incomodidad.


"Solo la continua retroalimentación de avanzar hacia el Más Allá a paso de tortuga le impide desbarrancar ya por el precipicio del olvido". Curiosa frase. Más bien, culta. Impropia desde luego de un gorila primitivo. Y hasta cierto punto, irónica…si no fuera porque no era suya. Tan solo repetía las órdenes de Clímax desde el Valhalla. En el fondo le admiraba. Había que ser muy valiente para ganarse el rencor intenso de la Semidiosa de la Verdad. Pasara lo que pasara, tarde o temprano le haría polvo.

No sé (y eso que soy la semidiosa de la Verdad) si alguna vez alguien habrá sentido más impotencia que yo entonces. Sabiendo que no había nada que pudiera hacer salvo aguardar su lento final. Akane y Nodoka, desmayadas, poca ayuda podían ofrecer y a mí, un títere más del gran manipulador universal, me tocaba ser triste testigo del fin de un héroe ridículo y débil, un héroe romántico como solo existieron en el siglo XIX de los humanos.

Volví a mirar a las dos mujeres. Si alguna esperanza de intervenir en su destino tenía, radicaba en que ellas le salvaran. Nodoka seguía totalmente ausente pero Akane no, "la bruja" murmuraba aún en sueños.

-No todo está perdido. Solo hace falta superar esa ironía con una más poderosa.

¿Superar la ironía de que un humano matara a un Dios? Imposible. Ni una hormiga asesinando a un elefante prevalecería frente a eso.

-Anticlímax –grité-, si pierdes ya no existirán las cabras que vuelen, ni el amor a la verdad, ni noruegos que se crean franceses, ni enamorados que lloren de felicidad, ni despechados que rían de tristeza. Contigo se muere el mundo y la forma bonita de ser.

Como única respuesta recibí un violento golpe por parte de Amnar. El muy profano me había arrojado al mismísimo Anticlímax como si se tratara de un boomerang sin alma.

-Sé lo que intentas, Verdad –se frotaba las manos al hablar-. También me ha advertido del detalle Clímax. Pero no, puedes declamar todo lo que quieras y confesar tu amor eterno que todo dará igual. Simplemente mi existencia es la suprema ironía de la creación. No puedes evitar que le mate.

Las palabras de Amnar dolían por su certeza. No, no podía. Y lo sabía bien porque era inteligente y porque era la Semidiosa de la Verdad. Solo librarme de mi autoembrujo funcionaría pero ni yo era tan fuerte para vencerme a mi misma.

-Te quiero –le cogí en brazos-. Y luego imité la insensible acción del mastodonte, aporreándole con el cuerpo de mi amado.

-Oye –masculló Amnar mientras se sobaba el mentón-, más cuidado que se supone que tienes que obedecer a Clímax.

-Y lo hago. Estoy aporreando a su rival contra la cosa más dura que conozco. Tú mismo. Irónico, ¿verdad?

Por primera vez observé temblar de terror al mortal engreído.

-Pe-pe..pero…no es justo…dos dioses contra un humano…

-Tú lo has dicho –volví a pegarle en la mandíbula con un zapato de Anticlímax-. Si para de atacarte, se muere.

La situación no dejaba de ser desesperada (desde luego el cuerpo triturado de Anticlímax era menos resistente que el de Amnar) pero al menos me daría el gusto de darle su merecido al humano profano.

-Creo que te patearé el culo a continuación. Admítelo. Te tengo acorralado.

-En ese caso –repuso Amnar-. Será mejor que haga uso de mi última técnica.

Los puños cerrados. Apenas separados por unos centímetros. Los pies arqueados para procurar el mayor punto de impacto y la cintura ejerciendo todo la fuerza del resto del cuerpo. Y luego, dos puñetazos terribles en el suelo hicieron temblar al Dojo al entero. Tanto que perdí el equilibrio y Anticlímax simplemente se deslizó de entre mis dedos y resbaló hasta caer sobre el regazo de Nodoka a varios metros de distancia.

-Jaque mate. Te has quedado sin ironías para alimentarle y sin tiempo. Morirá antes de que llegues hasta allí.


Mientras tanto, en el siglo XIX noruego, sobre la víspera del séptimo día, aquel señalado para el regreso del padre de Akanui, el "entrenamiento" de ambos chicos comenzaba a dar sus frutos. La espada de Ranmalf ya se movía con la característica ligereza que dominaría a la perfección años después y Akanui ya se sentía capaz de golpear lo que fuera sin temer a hacerse daño. A lo sumo, si el objetivo era demasiado duro, su espada nueva simplemente rebotaba contra él sin quebrarse.

Mientras tanto, cada quince o veinte metros y a lo largo de todo el perímetro de Kristiansand, los vecinos habían organizando una y otra y mil hogueras más. El asalto inglés era inminente y si se torcían las cosas, llegaría antes que el apoyo francés. Una revuelta independentista extinguida antes siquiera de nacer. Los soldados noruegos, gente pacífica y soñadora, eran muy pocos, y los franceses que tenían armas y experiencia solo habían llegado a cuentagotas. Únicamente la valentía de su líder, Magnus Saotón, impidió, cuando la carga inglesa dio inicio, la desbandada general que hubiese acabado en una terrible orgía de sangre.

Paso a paso, un hombrecillo terrible de no más de metro y medio de alto, lideraba el lento avance de las tropas inglesas. El "Napoleón anglosajón", como le llamaban con respeto y humor sus enemigos, se hacía paso casi sin resistencia alguna. Una sola pregunta, repetida hasta el cansancio modificaba el destino de cada uno de sus rivales: "¿Noruego o francés?". Los mudos y franceses recibían el filo de su espada. Los noruegos, solo su empuñadura. Todos, sin importar su respuesta, caían a su paso a las primeras de cambio. Muertos o desmayados y hermanados en una derrota agria, la de un numeroso grupo de seres pacíficos enfrentando a un demonio de poder indescriptible.

-Lo siento, amor –se despidió Magnus-. Hoy soy francés. Por favor, escóndete bien y encierra a los niños. Que no aparezcan por el campo de batalla.

Ranmalf abrazó a su padre.

-Papá, no…no lo entiendo. Eres noruego. ¿Por qué? ¿Por qué morir sin necesidad?

-Porque he de romper su hechizo intimidatorio exponiendo la vida. Es la única forma de que los demás reaccionen. Los franceses se sienten abandonados por un pueblo que les llamó para luego traicionarles y los noruegos se sienten débiles y sin coraje ante el gran ejército inglés. O cooperamos, nos defendemos como una unidad noruego-francesa y esperamos a los refuerzos, o morimos todos ya.

-…pero somos…noruegos…-se secó una lágrima-. Déjame pelear contigo al menos.

-Tú defiende a Akanui y tu madre. Te las encomiendo.

Camino a casa, por la mente de ambos prometidos flotaba un mismo interrogante: "¿Realmente había pedido Magnus a Nodokui que les encerrara? ¿Por qué? ¿No bastaba acaso con esconderse en algún sitio recóndito, de esos que ellos conocían por ser lugareños y el invasor, no? ¿En la capilla de la iglesia abandonada por ejemplo?".

-Mamá, ¿papá piensa solo luchar con ese asesino o va hacer alguna tontería además?

Nodokui seguía caminando con la vista anclada en el cielo y una mano sobre cada uno de los jóvenes. Aún sin responder, la respuesta estaba bastante clara en su expresión: "su padre siempre hacía tonterías y la de hacerse pasar por francés para enfrentar a un enemigo formidable no era ni mucho menos la primera".

Unos pasos más adelante, detrás de la casa, los establos familiares se levantaban a lo largo de medio kilómetro. Los últimos cinco, los había construido Magnus con sus propias manos una década atrás, amontonando roca sobre roca y puliendo sus conjunciones para que fuera virtualmente impenetrable por el agua o los temporales. En su interior se había alojado durante un tiempo Brioso, el caballo salvaje más empecinadamente violento que naciera jamás en Noruega. Día sí, día también tomaba carrerilla y golpeaba con su lomo contra las paredes en busca de su libertad. Aquella práctica le obligaba a rediseñar continuamente el habitáculo en busca de la perfección. A la postre y luego de un mes de dura pugna, Magnus le dejó ir. El establo se había convertido en una cárcel perfecta que contenía perfectamente la bravura del animal pero que en definitiva, había asqueado también al alma poética de su constructor. Allí mismo, bajo siete candados y dos tremendas puertas de metal, Nodokui encerró a cada joven por separado.

-Así nadie podrá alcanzaros aunque os encuentre.

La joven e inocente mano de Ranmalf se asomó por parte de una hendija y tanteó al aire en busca de su progenitora.

-¿Y tú, madre? ¿Por qué te quedas fuera?

-Porque amo a tu padre. No puedo dejarle morir solo. Espero que algún día me perdones.


Y mientras Nodokui se dirigía a salvar a Magnus, en el siglo XX le tocaba a Nodoka intervenir.

"Jaque mate –había dicho el bruto humano-. Te has quedado sin ironías para alimentarle y sin tiempo. Morirá antes de que llegues hasta allí".

Tenía razón. Ahora sí que la tenía. Me encontraba a seis metros de distancia y a unos cuatro segundos de él…pero solo le quedaban tres segundos de vida. 3, 2, 1…

-¿Hijo? –preguntó Nodoka al sentir la cabeza de Anticlímax sobre ella.

-No…, -tartamudeó Anticlímax-… yo soy…

-Akane me lo ha explicado –le interrumpió la matriarca-. Eres el primer Ranma…es como si yo fuera tu madre.

El semidiós de la Ironía se encogió de hombros.

-Supongo…que no es un mal sitio para morir.

Nodoka desenfundó la katana.

-¿Me estás diciendo que vas a rendirte sin intentar convertirte en un hombre entre los hombres?

-Pero…pero…soy un Dios.

-Y yo siempre quise que mi hijo, y tú también lo eres, se convierta en hombre entre los hombres. Irónico, ¿verdad?

Dichas estas palabras los cielos se oscurecieron. La tierra tembló y unos rayos inundaron el horizonte con su fenomenal potencia.

¿Es el fin del mundo? –me pregunté-. No, se trataba de algo aún más terrorífico. El regreso del poder de la ironía a su legítimo dueño. No sé ustedes, pero verle levantarse y pronunciar su muletilla por primera vez en el día me hizo sentir en paz. Feliz de comprobar que el mundo volvía a sus cauces naturales. Ironía. No puedes vivir sin ella.

-Un Semidiós, convertido en un hombre entre los hombres…suena divertido. Irónico –me guiñó el ojo-, ¿Verdad?


HECHO irrefutable número 34. Claro que cuando las cosas suelen mejorar en un sitio...es simplemente porque están empeorando en otro. De hecho, era desgarrador la forma de aullar del norueguito abandonado.

-¡Mamá! ¡No! ¡Vuelve! –gritaba Ranmalf en vano. Como en toda historia dramática, la lluvia hizo acto de presencia a medida que la silueta de Nodokui se perdía en el horizonte. Y daba igual si el muchacho desenvainaba la espada y otro tanto hacía Akanui. Aquellas rocas que habían vencido a Brioso, eran tan duras como para haber soportado la constante marea de los fiordos sin ser derruidas.

-Ni tu padre podría romperlas –fueron las últimas palabras que escuchó Ranmalf de su progenitora. Efectivamente, las espaditas con las que habían aprendido en los últimos días a derribar árboles y cortar al mismísimo viento noruego, lucían ridículamente pequeñas y frágiles ante esa dureza.

Destreza, entrenamiento, experiencia, de haberlos tenido, aún así no les hubiese alcanzado para salir de allí. En su lugar, los chicos acudían a tenacidad, desesperación y orgullo, unos compañeros de aventura mucho más débiles y poco fiables. Al final sobre una misma pared, cada uno de un lado opuesto de esta, apoyaron sus mutuas espaldas.

-¿Estás todavía allí, debilucho?

-Sí…lo estoy…¿y tú? Por una vez no me molestaría perder contigo si eso significa que me liberas de aquí…por favor, marimacho fuerte…sácanos de aquí.

Silencio. Por la empuñadura de ambas espadas caían pequeños ríos de sudor y sangre. Sudor por el agotamiento y sangre de tanto apretarlas.

-No te rindas. Confío en tu padre. Él dijo que tenías un poder invisible que servía para salvar a los objetos queridos.

-También dijo que debías golpear "con amor".

Ambas espadas cayeron al suelo a un mismo tiempo. Luego, el puño de Akanui se abrió hasta dejar la palma completamente abierta y el de Ranmalf se cerró como si empuñara una espada invisible.

PLAFUI.

ZAZZZZ.

Ambas puertas impenetrables cayeron al unísono. El primer plafui de la historia y la primera vez que se desenvainaba la espada invisible…por amor.

Mucho más adelante se desarrollaba una escena dantesca. Magnus avanzaba poco a poco hacia la posición del Napoleón inglés mientras Nodokui intentaba disuadirle.

-Sé lo que pretendes, mentiroso. Vas a hacerte pasar por el padre de Akanui para que te mate y ya no le persiga.

-Eso mismo. Dudo que recuerde ya su cara. ¿Qué tiene de malo?

Nodokui dejó caer infinitas lágrimas.

-Que te morirás…por una mentira.

-La poesía no es mentira, es un arte que transforma el mundo y lo embellece. Si existe una diosa de la Verdad esta ha de ser ante todo, poetisa.

¡Dios! ¡Cuánta razón que tenía! ¡A eso mismo debía referirse Anticlímax con su cantinela de siempre; con aquello de que sus ironías eran más poderosas que mis verdades. Normal…a mi nunca se me había ocurrido hasta el momento agregarle poesía a mis acciones y él…lo hacía todo el tiempo. A lo mejor por eso había caído tan fácilmente en las trampas de Clímax. Por falta de profundidad en mi arte.

-Por favor, no vayas… -le seguía rogando Nodokui-. No permitiré que lo hagas.

-Lo siento, amor –le acarició en el rostro-. Hoy te toca ser noruega –Nodokui intentó aferrarse a Magnus demasiado tarde; aquella caricia, tan potente como la que había partido la roca, le sustrajo pronto las fuerzas hasta obligarle a caer desmayada.

-Au revoir, mon amour.

HECHO irrefutable número 35. La Verdad nunca llora por los demás. ¿Nunca? Ya había llorado recién por Anticlímax y estaba llorando ahora por Magnus y Nodokui. ¿Llegarían a tiempo Ranmalf y Akanui? ¿Y qué si lo hacían? Se trataba del Napoleón inglés. Incluso ahora que es un adulto y está por enfrentarlo nuevamente, a su rival más desfavorable, no le llega en fuerza o talento ni a los talones. Luego, ¿qué daño podría hacerle siendo un niño debilucho que recién comenzaba a despertar sus fuerzas? Sir Killmore simplemente era el espadachín más rápido de su era. Disponía, además, de un talento natural para esquivar golpes y una puntería envidiable. Todos sus combates se resumían al enfrentamiento entre unos caracoles y un león. Ponerle uno o mil enfrente solo agrandaba o achicaba el número de la masacre.

Para cuando Ranmalf terminó de trepar la última colina que le separaba del campo de batalla, Magnus ya se encontraba frente a su rival.

-¿Noruego o francés?

-Francés, mon ami. Monsieur de Tendui, para servirle.

No haré sufrir más de lo necesario a los lectores que como yo tengan el corazón en un puño. Simplemente reseñar que aquel combate no fue mucho mejor que los anteriores. Si los demás habían durado uno o dos segundos. Este se extendió por tres o cuatro. Lo suficiente para demostrar que Magnus valía el doble que sus contemporáneos y poco más. Murió como un valiente.

Un subordinado comprobó la falta de pulsaciones del cadáver y luego manifestó:

-Capitán…Ya hemos cumplido la misión. Revuelta extinguida y muerto Mister Tendui. ¿Le preparo un té?

La elocuente respuesta de Sir Killmore consistió en escupir en el suelo, muy cerca del cuerpo inerte de su rival. Hombre de pocas palabras, aquella acción llevaba suficiente significado por si misma como para que un alma prudente callara y aguardara nuevas órdenes. Pese a todo, el joven soldado no logró reprimir su curiosidad.

-¿Es por la descendencia, verdad? Si quiere le buscaremos nosotros mismos. Según inteligencia es un chico o chica de unos 10 años. No hace falta que manche sus manos con la sangre de un jovenzuelo.

Manchar. Palabra clave que siempre adquiría nuevos matices según el responsable de pronunciarla. En el caso de Sir Killmore, se convirtió en el punto de inflexión para que comenzara a hablar.

-¿Manchar mis manos? ¿Con la sangre de un francés? Imposible. La sangre gala no ensucia. Por el contrario, se trata de un potente afrodisíaco para mi piel.

No creo que venga a cuento internarnos en los traumas infantiles de semejante psicópata ni valga la pena explicar cómo se originó semejante aberración en su mente. Me basta como Semidiosa de la Verdad, con advertir al lector de que efectivamente Sir Killmore no mentía. Verter la sangre de los galos le provocaba una malsana excitación que ni intentaba ni deseaba disimular.

Entre rayo y rayo se podía oír a lo lejos los consecuentes truenos. Solo que no eran truenos…sino el ruido de los pasos de Ranmalf. Así de frenética y potente era su carrera hasta el padre muerto. Akanui corría detrás de él sin lograr alcanzarle. En el fondo, lo mismo que repetirían años después al dar la vuelta al mundo. Uno persiguiendo imposibles y la otra, acompañándole a la mínima distancia posible. A mitad de camino, sin embargo, una especie de gacela diminuta le interceptó en plena carrera sin que llegara a advertirlo. Ranmalf cayó de bruces y no logró incorporarse antes de advertir que la gacela era el rapidísimo asesino de su padre y que la punta de su espada se situaba en el mismo punto exacto que unos días atrás lo hiciera la de Akanui.

-Sé que anda por aquí el hijo de Tendui. ¿Serás tú o será ella? Contesta: ¿qué eres? ¿Francés o noruego?

-Francés.

Así, frente a frente y a lo lejos, parecían dos niños jugando a piratas. El metro cincuenta del inglés no superaba por mucho la altura del noruego. Pese a esta vana ilusión, Akanui tuvo la lucidez de gritar a los cuatro vientos: "Es noruego…NORUEGO".

Sir Killmore desarmó a Ranmalf con un simple movimiento de mano, tan rápido que el filo de su espada casi no se vio. Y luego, le olisqueó el pelo.

-Tiene razón. Tú no apestas a galo.

-¿Y por qué tendría un noruego un pañuelo como este entre sus posesiones?

Akanui dejó escapar un hipo nervioso y apenas pudo contener el segundo, tapándose los labios entreabiertos con ambas palmas. Era su pañuelo. ¿Cuándo se lo había robado? ¿Por qué lo llevaba?

-Adelante –se anudó el pañuelo sobre el cuello-. Termina con esto.

Akanui arrojó su perfume con todas sus fuerzas.

-¡Yo soy la francesa!

La espada del Napoleón inglés se deslizó por el cuello de Ranmalf sin incrustarse en él. Antes cambió de ángulo y posición y le asestó un duro golpe con la empuñadura.

-Tú hueles a noruego…pero ella. Ella sí que es sabrosa.

Como todos los noruegos, Ranmalf se desplomó perdiendo el conocimiento. Sabiendo que cuando despertara, Akanui también sería historia. Lo más triste era que aún no había logrado utilizar siquiera un poco de su fuerza invisible para defenderla o vengar a su padre. Fiordos, aguas cristalinas, poesías, todas las imágenes de su niñez se paseaban por su mente. Y a lo lejos, un repiqueteo leve. Como de caballos. ¿Sería posible que llegaran por fin los refuerzos? ¡El padre de Akanui! ¡El verdadero! Si lograba hacer un poco más de tiempo…si encontraba la manera de atraer su atención unos segundos más…a lo mejor todavía había aire en su vida para ser feliz. Pero ¿cómo conseguirlo? Seguía dormido. De eso estaba seguro. Y aquel monstruo solo reaccionaba ante lo francés…bueno…en rigor era medio noruego y medio francés. Lo llevaba en los genes. ¿Por qué no? ¿Por qué no intentarlo? Ranmalf concentró todas sus fuerzas y amor hacia Akanui en recordar lo poco que conocía de París, sus calles y habitantes. El cálculo cada vez era más claro en su mente. Seis pasos de distancia entre Sir Killmore y Akanui y solo 3 kilómetros a caballo, con la infantería francesa.

-Sniff, snifff. ¿Qué es esa peste? –se giró sorprendido sobre sus zapatos el Napoleón inglés-. ¿Qué clase de monstruo eres muchacho que antes olías a tierno noruego y ahora apestas a francés? ¿Quién eres tú?

"¿Quién soy?" pensó Ranmalf. Ya no estaba para nada seguro. Pero lo que si sabía y muy claramente en su cabeza era la respuesta a aquella pregunta. Certeza suficiente para permitirle conseguir lo imposible. Levantarse luego de recibir un golpe de Sir Killmore y responder.

-Mi nombre es Ranmond de Saotonnières. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.


Por la cabellera de Amnar, no tan profusa como la de Ranma, caían, caminaban y tropezaban varias gotas de sudor. Una de las desventajas de todo humano enfrentando a un Semidiós (aunque este fuera feo y enclenque) era la limitada reservas de energía del primero contra las infinitas del segundo.

-No creo que haya cambiado demasiado la situación –tiró un farol Amnar-. Sigues siendo débil y ella –me señaló a mi-, continúa bajo el hechizo de Clímax. Me basta con juntar mis puños y…

-¿Así que te sientes con fuerzas para vencer a un Semidiós? –interrumpió Anticlímax que una vez recuperada su ironía también era capaz de improvisar los más retorcidos planes en cuestión de instantes-. Interesante. A lo mejor podrías ayudarme…

Los ojos de Akane, Nodoka, Amnar y los míos propios se abrieron como platos.

-¿Qué? –preguntamos al unísono.

-Lo que oís. Necesito a alguien fuerte que pelee contra Clímax. Tendría que repetir las doce pruebas de Hércules para adquirir poderes divinos como hizo él. Nada complicado. Limpiar un establo. Matar unos bichejos a puñetazo limpio y robar el cinturón de Hipólita a la Amazona que lo cuida. Si no me equivoco, Hércules tuvo que acostarse con Hipólita para pasar esa prueba…y ahora, su guardiana es…Shampoo…en fin, no sé si sea una tarea que esté al alcance de un mastodonte descereb…

-¡Yo…yo… yo quiero!

Anticlímax cogió un papel sobre el que dibujó un mapa del mundo y la localización de cada prueba y se lo entregó a Amnar.

-Déjame ver si entendí –le puse el dedo índice acusador sobre el pecho apenas se retiró nuestro enemigo-. ¿Vas a utilizar a ese cretino para que venza a su original divino? Es tan…tan retorcido…

-E irónico –agregó-. No te olvides de que es irónico.

-¿Y dices que se te ha ocurrido enviarle en pleno Apocalipsis a enfrentar criaturas míticas sobre la marcha? Te tengo tanta envidia.

-Iro…

-Ya lo sé –le estampé contra el muro-. La Verdad envidiando a la mentira. ¡ES IRÓNICO!

Una piedrecillas se habían mezclados con sus rizos y otras descansaban sobre sus hombros. Su mirada, sin embargo, gentil y alegre, obviaba el hecho violento como si nunca hubiese ocurrido.

Le ayudé a levantarse.

-No tienes miedo de que utilice su divinidad recién adquirida para doblegarte.

-Es posible. Sin duda sería irónico. Pero no debes tener. No puede ganarme.

Mis brazos se pusieron en jarra sin que siquiera hiciera falta que mi mente lo ordenara.

-¿Y por qué estás tan seguro?

-Porque en realidad en la mitología griega no existe ni el Semidiós de la la Ironía, ni mucho menos, la Semidiosa de la Verdad. Yo…en realidad…soy…


Y el muy cabrón me dejó con la palabra en la boca. Irónico ¿verdad? Decidí regresar al siglo XIX a presenciar el desenlace de la historia de Ranmalf-Ranmond y aprovechar la ocasión para digerir la nueva noticia a solas. ¿Cómo fui tan ciega de no haberlo visto venir antes? Ahora que lo sabía, simplemente me sentía tonta, estafada y sorprendida. Muy sorprendida.

Ranmond y Killmore todavía se encontraban el uno frente al otro, estudiando la nueva situación cuidadosamente. ¡Perfecto! Una historia en su máximo clímax posible era lo que necesitaba para olvidarme de Anticlímax. Irón…¡LO ODIO!

Por primera vez en su vida el rostro del Napoleón inglés (de cuyo apodo no pienso opinar nada) rezumaba, frente a un galo, más curiosidad que sed de sangre. Volvió a apuntarle con la espada.

-¿Noruego o francés?

-Seré francés hasta el día de tu muerte.

Akanui dejó salir un sollozo: "Ranmalf". Sollozo que fue brutalmente abortado por la mirada asesina de su prometido.

-Ranmond. Soy Ranmond. Por ti y por papá.

Sir Killmore sacó a relucir su famosa risa de villano desequilibrado. Una especie de ladrido de júbilo y éxtasis.

-Nunca antes había enfrentado a un francés desarmado. No sé si eres valiente, idiota o las dos cosas a las vez.

-Las dos –sollozaba Akanui entre temblores nerviosos-. Desde el primer día que le conocí. Las dos a la vez.

Sir Killmore se llevó el dedo índice y pulgar a la nariz y se tapó los orificios nasales con ellos.

-Dios, no lo aguanto más. Apestas más que ningún francés que haya conocido antes. ¡Muere!

Quien recuerde la historia de Ibuki, sabrá de sobra que si su amado está en peligro, determinadas mujeres adquieren de golpe una velocidad supersónica. También sabrá y si no, se entera ahora, que aquel prodigio solo dura hasta el mismísimo instante en que aparta a su amor del peligro, recibiendo en su propio cuerpo el castigo destinado a ellos. No soy capaz de explicar mejor este prodigio, ni siquiera en calidad de Semidiosa de la Verdad pero el caso es que Akanui logró colocarse justo sobre Ranmond cuando a este último le caía el golpe definitivo. Una gran grieta roja se abrió sobre el cuerpo y por ella salió un río de sangre. Durante dos años desde entonces Ranmond estuvo en coma, soñando que ya era francés y se casaba con su prima Anastasia a la que llamaba cariñosamente "Akanui" y con la que daba la vuelta al mundo y vencía en torneos de Ranmas. Tristes alucinaciones que difícilmente podría cumplir durante el resto de su vida encontrándose en el estado en el que estaba. El 7 de julio de 1853, sin embargo, el alma le volvió al cuerpo y con ello la cordura.

Akanui se encontraba junto a su cama en el hospital mayor de París.

-¿Estás viva? –se sorprendió al abrir los ojos y recibir su gentil sonrisa y abrazo-. Yo…creía…soñé durante no sé cuánto tiempo…que…

-Estoy bien. Papá llegó a tiempo. Y la Reina de Inglaterra. Tendrías que haber visto la cara que se le quedó a ese asesino cuando la reina le obligó a retirarse.

-Yo vi sangre…-insistió Ranmond- una larga línea roja…

Cerca de la cabecera se encontraba su futuro suegro, Monsieur de Tendui. Ahora sí, la característica cicatriz de siempre surcaba buena parte de su cara. Se la había ganado salvando a ambos muchachos.

-La Reina de Inglaterra en persona firmó un tratado de no agresión ese mismo día por la mañana y se encontraba por la tarde en el campo de batalla interrumpiendo las acciones bélicas. Cuando salté sobre vosotros e interrumpí la trayectoria de su espada, la guerra se dio por terminada. Ese maldito asesino no tuvo más remedio que contenerse entre aullidos de fastidio. Orden expresa de la Reina.

Poco a poco se despejó el cuarto. Primero de personas, luego de muebles y por fin, desaparecieron también las paredes y objetos personales. Ranmond, el adulto, el Ranmond que había osado subir con Anticlímax al Valhalla, me preguntó entonces.

-¿Por qué me haces ver todo esto de nuevo?

-Porque en un instante volverás a enfrentarte a Sir Killmore otra vez. En esa ocasión nadie saltará sobre ti ni será suficiente con hacer tiempo. Será un duelo a muerte contra alguien más fuerte que tú.

-Lo sé, Madame Verité. No hacía falta rememorar recuerdos tan tristes.

El rostro inexpresivo de Ranmond no destilaba ni pena ni nostalgia ni deseo de venganza. Tampoco miedo. Parecía tan solo dispuesto a cumplir con su deber.

-Me lo ha pedido Akanui –le expliqué-. De alguna forma, ha sentido que algo malo ocurría y desde hace dos horas que no para de rezar en pleno fines de siglo XIX la misma plegaria: "Dios, por favor, déjame compartir su destino". ¿Qué hago pues? ¿Le permito intervenir? Supongo que no querrás y lo entiendo aunque tus chances se increm…

-No –me interrumpió-, no se incrementarían. Seguirá siendo infinitamente más fuerte que nosotros. Pero déjale venir. Tiene derecho a saber lo que ocurre.

Aquello me sorprendió. ¿No se había entrenado toda una vida para vencerle? ¿No se trataba del héroe más arrogante conocido? ¿Por qué tenía tan poca confianza en su éxito entonces?

-¿Infinitamente superior? Has progresado mucho desde los diez años. A lo mejor ahora eres tan rápido como él aquel día.

-Se lo agradezco, Madame Verité. Y me parece bien que por afán de crear suspenso me oculte los hechos pero no soy tonto. Sé perfectamente que ese día Sir Killmore no utilizó ni el 1% de sus fuerzas. Sigue siendo el enfrentamiento entre un león y dos caracoles.


Mientras tanto, nuestro gran olvidado en esta historia, y en teoría, principal protagonista, Ranma Saotome, seguía encadenado en una de las celdas del Valhalla.

Una preciosa cadena dorada con incrustaciones de esmeraldas y rubíes le retenía junto a la pared del fondo. Su fina ornamentación y el curioso entrelazado de los eslabones se había calculado en tiempos primordiales para evitar que ningún dios utilizara sus poderes en caso de reclusión forzosa. Utilizada para rodear las indignas manos de un humano…la escena simplemente parecía exagerada.

-¿A qué temes? –le encaré de frente.

Clímax seguía tan hundido en sus planes y urdiendo nuevos con tal concentración como cuando le había dejado horas atrás. El mismo genio retorcido de su primo pero diferente. A Anticlímax el plan malévolo le salía espontáneamente del alma. Al villano, en cambio, la preparación cuidadosa de cada pieza del puzzle le carcomía todas las fuerzas. En suma, el primero era apto para el amor y el segundo, solo para el odio.

-¿A qué temes? –insistí-. ¿Por qué resguardarte así de un simple humano?

-No le temo. Tan solo me causa repeluz. Es demasiado…imperfecto. Ya que te has aficionado a admirar novelitas rosas reales extraídas de la mismísima historia humana, te lo diré de manera que puedas entenderlo. Yo me siento como Sir Killmore y la presencia del japonés, me resulta igual de intolerable que a él la del débil francés. Su sola existencia nos causa a ambos un similar asco incontrolable.

En aquel momento Ranma Saotome dormitaba aguardando a que los acontecimientos le dieran la oportunidad de brillar. Se parecía tanto a Anticlímax. Tan guapo y vulnerable cuando callaba. Tan fuerte e indomable cuando se decidía a actuar…

-Ese chico tiene poesía en los ojos. A lo mejor es a eso a lo que temes.

-¿A lo mejor? –estalló Clímax y pego un puñetazo en el suelo con el que abrió un cráter de más de seis metros de profundidad-. ¿Desde cuando a la Semidiosa de la Verdad le parece que las cosas son "a lo mejor" de una manera o "a lo mejor" de otra? ¿Te crees que soy idiota? Sé muy bien con quien te estuviste besuqueando y por qué.

Ante tan estúpida demostración tardía de celos, solo podía responderse una cosa:

-Irónico, ¿verdad?

-De acuerdo –bramó-. No necesito que me ames. Solo que me obedezcas. Habías dicho que ibas a triturarle, ¿no? Pues tritúrale. Yo tengo un mundo que destruir…ah…y procura hacerlo bien. Que sienta el verdadero temor de dialogar con la diosa de la Verdad. Ya lo sabes: si te parece que sus palabras son las de un simio inculto…pues que se convierta en un simio inculto. Y si te parece que su machismo merece ser aplastado por una tonelada de excremento…pues que le caiga eso encima. No quiero truquitos. ¿Está claro?

-Sí, mi amo.


Más allá, en el limbo de los sueños, muy cerca de la entrada del Valhalla, Ranmond y Akanui se abrazaban. La mano blanca como la seda de Akanui se enredaba entre los rulos de su marido. Por momentos, por el dulce movimiento de los dedos albos y los correspondientes pelos azabaches, la melena del galo parecía un tablero de ajedrez que se acariciaba a si mismo.

-¿Sabes a qué hemos venido, ma cherie?

Akanui bajó la vista.

-Oui, a terminar con esto. Aunque no sé si Magnus esté de acuerdo con nuestra decisión. En más de dos mil poemas suyos nunca aparece la palabra "venganza". Es como si detestara al concepto mismo de represalia.

Ranmond elevó la vista hasta contactar con las nubes violáceas del inframundo. Seguía con cierto grado de inexpresividad que la presencia de Akanui solo había mitigado en parte.

-Lo sé. Hoy no vengaremos a mi padre. Solo, salvaremos el mundo y con él, a sus fiordos.

Probablemente en ese mismo momento, Akanui le hubiese confesado que nunca dejaba de sorprenderle y que cada vez que abría la boca se enamoraba más de él, aunque a veces le diera ganas de darle un buen plafui y lógicamente no encontrara las fuerzas necesarias para contenerse. Nada de esto dijo ni tampoco alguna otra cosa. Ya la ínfima presencia física de Sir Killmore invadía desde hacía un par de instantes todo el Más Allá con su potente rencor y su filosa fuerza.

-Pelearé solo, ma cherie. Tú has venido a ser testigo de mi última batalla como Ranmond.

Instantáneamente, Akanui se atenazó al cuerpo de Ranmond rodeando con sus manos el pecho de su marido.

-De acuerdo, pero prométeme que ganes o pierdas…no dejarás nunca de ser quien eres, s´il vous plait.

-Lo prometo.

A continuación se sucedió un largo silencio. Un estudio mutuo que duró al menos treinta segundos, diecisiete segundos más que el combate más lento que hasta el momento hubiese disputado Sir Killmore jamás.

-Creo que te juzgué mal aquel día muchacho –dijo el Napoleón inglés tapándose la nariz con un pañuelo-. Estaba convencido de que no era posible apestar más que aquel día y sin embargo, aquí te tengo, oliendo a una piscina repleta hasta el tope de excremento francés.

Ranmond hizo una reverencia.

-Viniendo de quien viene el comentario, lo tomaré como el mayor de los halagos.

Sir Killmore hundió su espada en el suelo y apoyó un codo sobre el mango de esta.

-Jajaja. Bien, bien. Sospecho que tu sangre será la más sabrosa que haya probado jamás. Ya que es un duelo a muerte contra el summum de lo "galo", haré una excepción contigo. No quiero que mueras con remordimientos. Dejaré que intentes tu mejor golpe antes de acabar conmigo. Adelante. No pienso cubrirme ni esquivarlo.

A Ranmond no le gustaban estas cosas, aún enfrentando al asesino de su padre, aún estando en juego el destino del mundo, consideraba que los duelos de espadas debían ser justos y en igualdad de condiciones.

-Solo sentiré remordimientos –repuso el galo brioso-, si decido aceptar semejante ofensa a mi honor. Antes prefiero -hincó su propia espada en el suelo-, que seas tú quien dé el primer golpe.

Una milésima de segundo después (solo eso necesito el Napoleón anglosajón para coger su espada y cubrir los veinte metros que le separaban), el filo inglés se topaba contra el pómulo pétreo de Ranmond y rebotaba en él, echando chispas.

-Los rumores son ciertos pues. Tienes un escudo oculto en la cara. Bonita técnica.

-También poseo una espada escondida en el corazón –repuso el campeón galo.

A continuación, una tempestad de vientos provocados por el veloz movimiento de brazos de Ranmond cubrió a Sir Killmore. Más y más golpes llovían desde el cielo y parecían dar por terminada la contienda casi antes de que comenzara. Sin embargo…

-Jajaja, toooorpe –se rió Sir Killmore de su rival desde el epicentro mismo del ataque-. Conozco todos tus ataques. Desde que decidiste convertirte en francés, mis espías te siguen a todos lados.

Efectivamente, el veloz hombrecillo saltaba a uno y otro sitio dando cuenta de cada uno de los vientos con un ligero movimiento de muñeca. Y con el último, el brazo de Ranmond comenzó a dejar caer unos hilillos de sangre.

-¿Lo ves? No puedes hacer nada contra mí. Si me apeteciera, ya estarías muerto…snifff…esto ya huele mejor. No existe aroma más excitante que la sangre francesa derramada.

El escenario de combate, un valle más del otro mundo, permanecía desierto. Sin vegetación y apenas con unos pedruscos decorativos, el lugar entero simplemente estaba vacío. Sin testigos, salvo Akanui, y sin sitios donde esconderse o descansar. Una nueva lluvia cruzada de vientos volvió a envolver a ambos combatientes. Ranmond porfiaba por no ceder pero los vientos ingleses simplemente eran más filosos, precisos y fuertes que los suyos. A cada instante se veía forzado a retroceder y encajar heridas en lugares no vitales para proteger los vitales. Diez minutos después, el galo más valiente de la historia caía envuelto en sangre y perdía el conocimiento.

-¿Diez minutos? ¿De verdad? Increíble. He de reconocer, Miss, que su marido es la escoria francesa más persistente que he enfrentado jamás.

Desde luego, Akanui no respondió. ¿Qué decir ante eso? ¿Que efectivamente su marido era un maldito y estúpido cabeza dura? ¿O quizá debía protegerle? Le había prometido no intervenir pero viendo cómo avanzaban los acontecimientos…¿le era lícito perderle solo por no herir su orgullo?

Mientras todo esto pensaba Akanui, a los oídos inconscientes de Ranmond, llegaba el sonido de una voz nostálgica y cadenciosa.

-¡Ranmond! ¡Despierta!

-¿Padre? –repuso el galo en sueños-. ¿Eres tú?

-Sí. Ambos estamos en el Más Allá. Aquí, nuestras mentes pueden conectar aunque me encuentre lejos, Ranmond.

No voy a mentir diciendo que nuestro héroe lloró. Desde luego no podía hacerlo ya que continuaba inconsciente pero ganas no le faltaron.

-¿"Ranmond"? –le repuso con tono agrio-. No me llames así, por favor, padre. He perdido. Creo que nunca he dejado de ser un débil "Ranmalf".

-No, hijo. Tu eres una más de mis creaciones. Mi mejor poema. Y como tal, eres tú y no yo quien elige su nombre. ¿Te acuerdas de "Vals en el parque Vigeland"? Al final terminó llamándose: "Romance de los abetos". ¿Por qué? Porque sentí que el poema mismo me exigía el cambio. Recuerda lo que te dijo Akanui. Pase lo que pase, no dejes de ser quien eres, mi querido Ranmond. Vamos, hijo. Despierta y salva el mundo. Haz, si eso es posible, que mi corazón reboce de aún más orgullo del que siente ahora por ti.

Bonitas palabras. Conmovedoras. Y sin embargo, no surtían efecto. Su cuerpo, literalmente desecho, no albergaba más fuerzas por mucho que la mente pujara por despertar.

Mientras tanto, Sir Killmore había aprovechado la ocasión para ponerle boca arriba, pisarle el pecho con su pierna izquierda y apoyar igual que en el pasado la punta de su espada sobre su garganta.

-Según recuerdo, muchacha, hace unos años gritabas que era noruego. Entonces, dime ahora pues. ¿Qué estoy pisando? ¿A un noruego o a un francés?

Extraño golpe de timón. El nuevo Killmore, más viejo y retorcido, parecía más propenso a torturar las almas que a la carnicería. Dos suspiros después, Akanui hizo la pregunta que no se animaba a hacer.

-¿Le perdonarás la vida si digo "noruego"?

-Por supuesto, miss. Los noruegos son tan débiles que no merecen mi ira.

Aún siendo la Semidiosa de la Verdad me cuesta explicar el estado de ánimo de Akanui en aquel momento. Su particular conflicto de sentimientos y la forma en que estos se enredaron en su alma. ¿Francés, noruego? ¿Vida o muerte? La elección parecía muy clara. Pero pronunciarla. Eso sí que era doloroso.

-¡ES FRANCÉS! –gritó finalmente a todo pulmón-. ¡DESDE EL EXTREMO DE SUS CABELLOS HASTA LA MËDULA Y LA PUNTA DE LOS PIES! ¡TAN FRANCÉS QUE AUN SABIENDO QUE SOLO ME AMA A MI SIENTO CELOS DE LA MALDITA JUANA DE ARCO!

-Ak…Akanui…-los ojos de Ranmond se abrieron de par en par y el dedo pulgar de la mano izquierda se movió levemente-. Akanui. Ma cherie…Para mi, Juana de Arco…no es ni la mitad de francesa que tú. Deberías saberlo.

-Jajaja. ¿Has vuelto del borde del otro mundo solo para decirle esa cursilada vomitiva a tu mujer?

-Es lo que hacemos los héroes. Lo entenderías si tuvieras corazón. También somos capaces de romper espadas con solo tocarlas con la punta de los dedos. Técnica de familia.

El Napoleón inglés notó sin inmutarse como su espada se convertía en miles de astillas de metal y caían al suelo. Curioso. No podía ser tan fácil. Bueno, es verdad que había vuelto del abismo de la muerte y que había tenido una emocionante conversación con su padre muerto…cosas que no ocurren todos los días pero aún así, ¿bastaba con tocar la espada de Sir Killmore para desarmarle? No, desde luego que no. De ser tan sencillo, ya alguien hubiese dado cuenta de sus crímenes en el pasado.

-Yo no hubiera hecho eso en tu lugar, joven –continuó con sus densas explicaciones que más que diálogos parecían monólogos-. Ahora no me queda más remedio que utilizar mi fuerza interior. La misma técnica que tú pero alimentada por todo el rencor que he acumulado durante tantos años de masacres. Además, imagino que te lo han dicho: nos encontramos en el terreno más desfavorable posible para ti, ¿Sabes por qué? Porque en el Más Allá, los vientos originados con el alma, adquieren la forma que su usuario sienta. En el fondo estamos en el valle de los mementos. Tu amor no tiene nada que hacer contra mi atroz rencor.

Entonces comprendí a lo que se refería Ranmond cuando me confesó que Sir Killmore no había utilizado en el pasado ni un 1% de su poder. Literalmente, una jauría de perros de viento salió de su pecho y le hincaron sus colmillos puntiagudos por todo el cuerpo. Si antes perdía sangre de forma superficial, ahora las heridas se tornaban mucho más profundas y graves. Y con cada mordisco, los vientos caninos chupaban la sangre y se iban tornando los unos, colorados y rojos; los otros, carmesíes, encarnados y granates.

-Creo que voy a confesarte un secreto, mi querido amigo moribundo. ¿Sabes por qué soy tan rápido? Porque los recuerdos pesan. Si no los atesoras, si no guardas nada de este mundo. Si te desprendes de toda atadura como yo, entonces te conviertes en un rayo. En parte es lo que has hecho cuando olvidaste tu lado noruego.

¿Renunciar a tu yo para ser más fuerte? Normal que Sir Killmore por algún momento del camino hubiera perdido el juicio. Y normal que le confesara el secreto. Total, para Ranmond era totalmente imposible imitarle. ¿O no?

Al terminar de oír la alocución de su rival, un rayo azul, blanco y rojo se movió desde el punto exacto en el que estaba Ranmond hasta el de Akanui. Allí, frente a la gala, Ranmond se despedía de ella.

-Lo siento, he tenido que incumplir mi promesa y perderme a mi mismo para igualarle. He olvidado a Noruega, a mi madre, la vuelta al mundo, el torneo de artes marciales y demás nimiedades. Solo me quedan tres mementos de este mundo: mi amor a Francia -se acomodó el pañuelo blaugrana en el cuello-, tu amor –guardó la piedra del compromiso en un bolsillo de su chaqueta- y un poema de mi padre –se lo recitó al oído.

Desde luego, Akanui lloraba a lágrima viva. Tanto que olvidó darle su merecido plafui por incumplir su promesa. A veces hasta una mujer sabe reconocer que no siempre se puede cumplir todo lo que se promete.

-Mon amour…sacrificarlo todo por salvar el mundo –le besó-, eso no es perderse a si mismo, es hacer honor a todos los valores de los que me enamoré.

A lo lejos y aguardando que se acabara la tierna despedida, también lucía más que satisfecho por el prodigio, el mismísimo Napoleón inglés.

-¡Eso es! –farfullaba para sus adentros- ¡Por fin podré pelear con un demonio francés! Ya casi es tan fuerte como yo.

Desde entonces y por los siguientes cinco días, los vientos se transformaron en huracanes y ciclones. Mordiscos de canes hambrientos caían sobre uno y pesadas flores de lis sobre el otro. Al amanecer de sexto día, uno de los canes de viento mordió el tobillo de Ranmond y este cayó pesadamente al suelo, extenuado.

-Jajaja. Todavía no eres un demonio como yo. Conservas algunos tesoros. Además, conozco todas tus técnicas. Aún si te desprendieras de esos recuerdos, te vencería.

Los brazos del galo temblaban sobre si mismos a medida que se tensaban buscando recuperar el equilibrio. El cansancio extremo le agobiaba y las heridas le martilleaban cada vez que intentaba moverse. Finalmente, logró incorporarse.

-No pienso desprenderme de mis tesoros. Y tampoco te atacaré con una técnica de las que conocen tus espías. Esto lo aprendí antes de volverme fuerte. Me lo enseñó una marimacho violenta cuando todavía era un noruego debilucho.

No soy de llorar. Ya lo dije. Las acciones del mundo, aún las poéticas y las románticas, las suelo catalogar como simples verdades extremas. Y sin embargo, reconozco que lloré como una Magdalena cuando entendí lo que hacía Ranmond. La piedra, el memento de su amor a Akanui, envuelta en el pañuelo francés y ambas agitándose como si se tratara de una honda. ¡La honda de David y Goliath! Ese era el poema del padre que le había recitado antes al oído a Akanui. ¡No podía creerlo! ¡El tonto romántico no se desprendía de sus tesoros y humanidad para ganarle! ¡Le vencía utilizándolos! Un golpe con amor. Seco, duro y directo a la frente del enemigo se produjo casi enseguida. Un ataque que reunía todo lo valioso de su vida y lo conjugaba en una jugada maestra clásica. Sir Killmore, a lo mejor, reencarnación de Goliath, cayó fulminado con la misma expresión de sorpresa que el forzudo bíblico. Francia 1. Inglaterra 0.


En el Valhalla de los semidioses, la situación no por ridícula dejaba de ser desesperada. Mi sentido de la responsabilidad manipulado por Clímax me obligaba a cargar contra el hombre más necio de la historia con todas mis armas. ¿El resultado? Incluso cuando no le preguntaba nada, el muchacho se esforzaba por embarrarla. Al final, no pude evitar verbalizar en voz alta lo que llevaba pensando desde el principio:

-No es posible que pienses eso de verdad, Ranma. Pareciera que no tienes cerebro –me tapé la boca muy tarde-. Lo siento, chico –me disculpé como pude-, creo que te he dejado descerebrado por accidente.

-No se siente muy distinto, la verdad.

Pe…pe-pe-ro…¿seguía hablando? ¿Sin cerebro? ¡¿Cómo?! Imposible. Seguramente estaría perdiendo mis poderes. Efecto colateral de enamorarme del Dios de la ironía o algo así. Sí, eso tenía más sentido. Seguramente ahora saldría de la nada Anticlímax para reírse de mi.

-¿Por qué tiemblas? -me preguntó de improviso.

-Yo…creo que estoy perdiendo mis poderes…sigues…¡con cerebro!

-Tranquila –me apoyó el brazo sobre el hombro con gesto condescendiente-. Ya sé lo que ocurre y no tienes de qué preocuparte. Realmente me has privado del músculo del pensamiento. Solo que te pareces demasiado a Akane. Nunca logro usar el cerebro cuando platico con ella.

¡Interesante! Casi parecía una confesión. Aunque también podría tratarse de una tontería…y por supuesto, seguía esclavizada a los designios de Clímax.

-¿Y por qué no logras usarlo frente a ella? ¿Te gusta?

Se giró simulando indignación e intentando que no notara sus cachetes colorados.

-¿Esa pecho plano? ¡Por supuesto que no! Es fea como un mono.

-Ajá. Es fea como un mono y tiene el pecho plano. Tomo nota. Ya sabes; todo lo que dices se hace realidad. Ahora mismo Akane está en el dojo convertida en mono y sin pechos. Y es por tu culpa. ¿Te molesta?

-No, que va…tampoco es que la hayas cambiado tanto.

¡Dios! ¡Qué necio! ¡Zeus, dame paciencia!

-Vayamos al grano, humano. ¿La quieres o no? Y ojo con lo que respondes porque se convertirá en realidad. Si lo niegas, mintiendo, dejarás de quererla de verdad y de forma instantánea.

-…

-¡HABLA!

-…

-¡Entiendo! ¡Te gusta!

-¿Quién ha dicho eso? No lo aceptaría ni aunque mi vida dependiera de ello.

Irónico, ¿verdad? El héroe de está historia era espectacularmente idiota. ¡DEMASIADO! Desde luego pensaba llegar a ello pero en un rato luego de unos ingeniosos rodeos y de ninguna manera porque él solito metiera la pata.

-De acuerdo. Tú lo has dicho y se convierte en realidad. Ahora tu vida depende de que confieses. ¿Te gusta o no? Y apúrate; el foso por el que te estás resbalando no tiene fondo.

Ranma intentaba asirse de uno y otro extremo del boquete que se había abierto bajo sus pies sin éxito. Cada segundo que pasaba, resbalaba inevitablemente hacia su perdición.

-¡NO ME GUSTA! ¿Contenta? NO-ME-GUS-TA.

No, la verdad que no. Jamás en toda una eternidad de vida había visto algo así. Renunciar a su amor por no animarse a confesarlo. ¿Tan tímido era que prefería dejar de amarla antes que aceptarlo? Pese a todo la trituradora seguía su marcha irreflexiva y sin ningún tipo de misericordia. Tal cual como se me había ordenado.

-¿Y Akane qué? ¿Ella te quiere?

-Yo que sé.

-No lo sabes pero tienes una oportunidad de oro. Si dices que te quiere, pues te querrá. Recuerda, soy la semidiosa de la Verdad.

-Decirlo en estas condiciones sería como confesar que quiero que me quiera. Ni en broma.

¿En serio? ¿Tan terco podía ser? ¿O se debía a que mi anterior aseveración había surtido efecto y puesto que no la quería ya no le importaba si ella sí lo hacia? Daba igual. Debía cumplir con mi obligación de esclava.

-Ya no te quiere. Deduzco, por tanto que no te importaría que se muriera.

Se cruzó de brazos.

-En lo más mínimo.

Otra vez mi inmenso y descontrolado poder abrió un hueco sobre la nada y esta vez apareció mágicamente Akane convertida en un mono feo sobre él.

Y por fin, se materializó el momento de brillar del joven ridículo. Había calculado las cosas perfectamente, aunque decidiera saltar no podía alcanzarla. Toda mi verdad se había puesto al servicio de ese cálculo y aún así, brincó de forma tan prodigiosamente hábil que pronto apareció del otro lado del foso con el chimpancé akanil entre sus brazos. ¿Única explicación posible? Que se hubiese superado a si mismo…por amor…justo en el momento en que el castigo se hizo realidad.

-¡Ajá! –exclamé alegre y feliz-. ¡La quieres! Confiesa.

-No la quiero.

¿Qué no la quería? ¿Por qué demonios los hombres son tan cabezotas, insoportables, necios, engreídos y negadores de la realidad más evidente?

-¿Y entonces por qué la has salvado? –pregunté, no sé si prosiguiendo con la trituradora o simplemente ávida de comprender a semejante espécimen humano.

-Porque aunque no nos queremos…nos lagadueamos que es la palabra que me inventé para describir lo que siento por ella…que desde luego no es "amor".

¡Increíble! ¡Esa respuesta! ¡Esa palabra! Si no existía la "ironía" Anticlímax se la inventaba y si no existía "el amor hacia Akane", Ranma se lo inventaba también.

-De acuerdo, tú ganas, japonés. Como semidiosa de la Verdad, acepto que tú la amas y ella te ama a ti.

-¿Qué? No, no, no –la soltó casi sobre el pozo que todavía seguía abierto-. No, nos amamos. Para nada.

-De acuerdo –me llevé una mano a la sien y me froté la frente repetidamente-, os lagadueaís. ¿Contento?

-Sí.

Y listo. Fin de la trituradora. Akane volvió a la normalidad y Ranma sobrevivió de la manera más ridícula imaginable. En palabras de Anticlímax…bueno, ya sabéis.

En fin...me senté en un rincón a lamentarme por mi triste situación. Ahora que los tres héroes habían sorteado cada uno a su manera los peligros, solo faltaba aguardar el desenlace y en este, desde luego, me tocaba seguir siendo la esbirra del villano.

-Verdad, -me consoló Akane que había aprendido todo de mi situación en la Tierra- ¿Y por qué no haces lo mismo tú?

-¿Hacer qué?

-Lo que has dicho. No existía la ironía y el amor para Anticlímax y Ranma pero ellos se los reinventaron. Pues bien, inténtalo tú también. Da igual si no existe una salida para tu autohechizo. ¡Invéntatelo! Seguro que es tan fácil como creer que puedes y chasquear los dedos.

-Puedo hacerlo- chasqueé los dedos.

HECHO irrefutable número 36. Clímax estaba a punto de morder el polvo.


¿Y ahora? Esa era la gran pregunta. El Apocalipsis continuaba. Si todavía no había víctimas más allá de los graves problemas climatológicos era por el accionar de los diversos héroes en el mundo de los vivos que se ocupaban de evacuar a los ciudadanos a lugares más altos y de menor carga sísmica. Por lo demás, al mundo a este ritmo le quedaban un par de horas. De la crecida lenta pero sostenida de los mares solo sobreviviría más de un día un puñado de personas, los que disponían de medios sofisticados de navegación. A los demás, solo les quedaba aguardar un milagro. El milagro de la ironía.

-¿Y Anticlímax? –preguntó Ranma-. Hay que reunirse con él.

-No lo sé. Supongo que estará peleando ya con Clímax. Según me confesó antes de separarnos, los dioses verdaderos…han muerto. Y pronto les tocará reencarnarse en humanos. Es un ciclo que se da cada dos mil años. Obviamente, Clímax se ha enterado de alguna manera y planea aprovecharlo. Acceder al Olimpo vacío (por eso quería ganar el concurso y luego se casó conmigo) y eliminar a la raza humana antes de que los dioses todopoderosos tengan ocasión de reencarnar. En suma, planea convertirse en el ser más poderoso del universo. Un nuevo Zeus sin rayo o corona pero con autoridad y poder.

Y ahora que conocía su plan también entendía lo de la daga de Bruto. Eliminados los dioses, haría lo propio con los semidioses. Y por eso temía tanto a Ranma también. Paranoia pura de quien sabía que sus acciones eran muy poco justificables.

Desde luego era preciso acudir en ayuda de Anticlímax. Nunca le había logrado ganar con ironía sola. Y dudo que lo lograra solamente manipulando al imbécil de Amnar. Aquello más que irónico, me parecía suicida.

Efectivamente, cuando Akane, Ranma y yo accedimos a la Cueva del Destino, refugio de Clímax, las acciones tomaban el rumbo que había previsto (después de todo no por nada me llamaban la semidiosa de la Verdad). Amnar se encontraba forcejeando con Clímax ante la atenta mirada de mi amor.

La lucha de dos espejos. Por fuerza, divinidad y maldad equilibrada. Solo que un ligero detalle inclinaba las cosas a favor del villano manipulador. En su vaina, descansaba la terrible daga de Bruto, aquella que eliminaba la parte divina a un Semidiós. De nada le sirvió a Amnar realizar exitosamente los doce trabajos de Hércules en tiempo record ni acceder al Más Allá a la voz de: "Diosas, vengo a beber de vuestra ambrosía, no sé si me entendéis". La aventura le duró dos instantes, los que tardó Clímax en despojarle de su recién ganado poder de una simple cuchillada.

-Tranquilo, no morirás humano –le golpeó Clímax en la cara-. Tan solo has regresado a tu patético estado original. Quien debe de temer es aquel instigador –señaló a su primo con furia en los ojos.

¡Dios mío! No…no. La parte humana de Anticlímax había perecido al comienzo de esta historia en el siglo XIX…si le despojaba de su parte semidivina también…no se convertiría en un inofensivo humano…simplemente se moriría…para siempre. Sin posibilidad de reencarnación ni nada. Eliminación total del concepto de ironía y de su portador.

Ya lo he dicho antes. Las enamoradas ante el peligro de nuestros amados adquirimos velocidad inhumana…mejor dicho, divina. Repasé en mi mente todas las verdades posibles, ahora que era libre, y lancé sobre mi objetivo la más devastadora posible.

-¿Un meteorito? –me retó Anticlímax-. ¿Le has tirado a mi pobre primo un meteorito?

-Bueno, yo…te amenazaba…me habías dicho que tratara de añadir poesía a mis acciones…en fin…una roca que cae de la luna…

-¿Y eso te parece poético, Verdad? Ahora ya sé de dónde sale el dichoso mazo de Akane. Sois todas unas marimachos violentas.

¡Y tanto! Antes de que siquiera lograra pestañear para acumular mi ira y darle su merecido…Akane ya le había estampado contra la pared del fondo de un furibundo golpe.

-Lo siento…Verdad…es que siempre quise hacerlo. ¿No te molesta?

Le palmeé en el hombro.

-Para nada. Se lo ha ganado.

Y así estuvo a punto de terminar todo, en un alegre duelo de golpes femeninos cuando advertí que curiosamente el mundo seguía hundiéndose en las aguas. ¿Por qué? Si ya habíamos vencido a Clímax…si ya…

-Jajajaja –le oí reír detrás de mi-. ¿Meteoritos a mí? ¡Por favor! Mírame –le examiné-. No me has hecho nada. Y ahora míralo a él –me giré hacia el muro en el que todavía seguía incrustado Anticlímax con el miedo carcomiendo mi consciencia-. En el hombro.

¡Estaba herido! El muy hijo de..su madre le había lanzado la daga de Bruto antes de que la enorme roca impactara sobre su cuerpo.

-Pronto morirá. Y esta vez no hay ironía que le salve. 5,4, 3, 2, 1. Se acabó. Compruébale el pulso si lo deseas.

No pude. Allí mismo y sin que sirva de precedente, la Verdad desapareció del plano de la realidad puesto que caí desmayada. Demasiada angustia hervía por mi sangre como para comprobarlo.

-De acuerdo, de acuerdo. Lo haré yo –le cogió de la muñeca y presionó dos dedos sobre sus venas según me relató Akane después-. Pe..pe-pe…ro…sí… -comenzó a temblar y tartamudear de terror.

-Oh, caramba no ha funcionado –repuso Anticlímax que recién entonces se recuperaba del mazazo de la peliazul-. A lo mejor es porque me he convertido en un hombre entre los hombres. O quizá porque soy un dios al completo.

-Imposible –negó con la cabeza Clímax-. El primero en renacer debería ser Cupido. Y no he visto ningún niño en pañales tirando flechitas a diestra y siniestra.

Un aura dorada cubrió por completo el Valhalla entero y a la Tierra deteniendo la inundación por completo.

-No seas tonto, Clímax. El bebé es un estereotipo del siglo XIX. El Cupido clásico es el Dios del Amor, el adulto que no dejaba títere con cabeza y se beneficiaba a cuanta humana bella encontraba hasta que un día se enamoró de Psique y sentó cabeza. Verdad y yo somos sus reencarnaciones.

-Imposible –volvió a negarlo-. Eres el Semidiós de la Ironía. Te he visto realizar miles de ironías en estos años.

-Amor, ironía. ¿Qué diferencia hay?

Clímax repasó en su mente todas las dudas que la revelación planteaba en su mente con total incredulidad. Hasta que por fin dio con las dos más evidentes.

-No es posible. Si eres un Dios al completo, ¿por qué Verdad no recuerda nada?

-Porque ella originalmente era humana. Se convirtió en diosa cuando se casó conmigo en la otra vida.

-No, no, no –pataleó y lloró-. Estaba tan cerca…¿Por qué dejarme avanzar tanto? ¿Por qué permitirme acariciar la devastación de la humanidad? Siendo un Dios desde el principio, te hubiese sido tan fácil ganarme a las primeras de cambio.

Anticlímax…perdón…Cupido…mejor dicho Anticlímax, la reencarnación de Cupido, sonrió.

-Sí, hubiese sido fácil pero menos irónico. Y desde luego, menos romántico. Las historias de Ranmond y Akanui, Ranma y Akane, Verdad y Anticlímax, Todas ellas…¿románticas, verdad?

Akane dejó caer medio frasquito de agua perfumada sobre mi frente para que me despertara y admirara la frase que desde siempre había deseado oír.

-Espera un segundo…si los demás dioses todavía no han reencarnado…y tú eres el único Dios…entonces eso quiere decir que…

-Efectivamente, Anticlímax rules. Romántico, ¿Verdad?

Fin de Anticlímax rules.


Historia bonus.

Anticlímax en la realidad.

Todavía hoy, dos décadas después, recuerdo perfectamente el primer párrafo serio que escribí. Se trataba de una densa descripción de una casa, plagada de adjetivos y adverbios. Si no me equivoco, me costó dos días de intenso trabajo de escritura y reescritura. También recuerdo perfectamente la sutil reacción de mi madre, derramando sendas lágrimas en honor al patético engendro. Desde entonces han pasado dos décadas y recién ahora me considero un "escritor novato amateur". Gran progreso puesto que antes solo me consideraba "novato" y "amateur". Y renegaba del título de "escritor" como el paciente recién ingresado lo hace del de alta médica. Por lo demás, no logro acordarme salvo en ese caso de momento o página escrita sin que me rodeara un intenso caos. Y no me refiero al típico desorden del aspirante a artista juvenil sino al desconcertarte ambiente poco propicio para pensar o concentrarse. Gritos, golpes, televisiones a todo volumen, música mala repetida hasta el hartazgo, gente pidiéndome constantemente cosas y contándome sus tonterías y trabajo. Mucho trabajo. Tanto que de por sí solo consume todo mi tiempo y fuerzas. Lejos de amedrentarme, aprendí a convivir con eso. Si me es imposible enfrentar con éxito a mi enemigo, solo me queda un camino mejor que la derrota y es tomar a la anarquía como mi aliada. Me faltará talento, un clima propicio y personalidad para tratar con mis colegas pero tengo algo que nadie tiene; la férrea decisión de utilizar eso de lo que más dispongo, caos y paciencia, para hacer mi sueño de trascendencia realidad. Metáfora ficticia de esta tensión diaria es Anticlímax. Cada vez que la multitud enrabietada sucumbe ante un nuevo capítulo escrito, cada vez que logro juntar un par de palabras a pesar de que en los últimas veinte minutos me han interrumpido en 65 ocasiones, observo mi infernal ambiente de redacción y me digo a mi mismo: "irónico, ¿verdad?". Reconozco que al principio, utilizaba la escritura como un simple hobby para huir mentalmente del clima hostil. Hoy en día, he logrado fusionar ambos mundos de forma tan intensa que prácticamente a todo momento se fuga algo de una a otra dimensión. La tensión se ha convertido en sistema y fuente de inspiración y el producto, bueno o malo, se cocina a fuego interruptus. Ahora mismo Bulmita está bailando con la ridícula idea de ganarse un helado a futuro, un crío me mira con cara mortecina intentando ingresar en el combo, dos niños más se lían a puñetazos en el fondo y otros cinco miran otros tantos videos diferentes en youtube al máximo volumen permitido. No hay padres, ni profesores dando lecciones, solo un largo recreo, que alumnos y maestros aprovechamos en un mismo sitio caótico. ¿Podría escribir en otro lado y otro momento? ¡No! Ésta es mi única hora diaria completa en un horario en el que todavía no estoy muerto de sueño. Por supuesto, aprovecho otros sitios más tranquilos y cada momento libre para retocar mis escritos pero es el aquí y ahora caótico el único que se repite día a día, el único que me da la disciplina de saber que mañana tendré oportunidad de dar forma de palabras escritas a mis ideas.

Soy un caracol sin casa, una tortuga sin caparazón y un ciempiés sin pies. Por cada hora que dedico a pensar mis historias, dispongo de solo un minuto para ponerlos por escrito. Rehuyo de las florituras por necesidad. Corrijo en mi mente, nunca en el folio. ¿Síndrome de hoja en blanco? No sé que es eso. No puedo darme el lujo de saberlo. En el momento en que flaquee. El día que diga, me como un donuts en lugar de continuar con mi entrenamiento, se corta todo. Adiós, Anticlímax, Fidelia y Ranma. No tengo disciplina. Ni inspiración espontánea. Tampoco recorro el mundo en busca de historias. Caos versus mi mundo interior. Solo eso. He oído por allí que la gente se aburre. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué demonios hacen para tener tiempo de aburrirse? ¡Qué envidia! Ha de sentirse genial eso de aburrirse. Cumplir con todas las obligaciones, sueños y anhelos del día y aún así disponer de un tiempo extra para malgastar en bostezos. A veces pienso que mi verdadero problema es el optimismo. Ese duendecillo ridículo que me dice siempre que compaginar todo es posible. Si no fuera por él, ya hace mucho que hubiese abandonado uno u otro mundo a favor del contrario. ¡Despierta Leandro, la escritura es solo un hobby! O ¡Sueña Leandro, la vida solo es una pausa entre sueño y sueño. ¡Qué demonios! Soy así. Me gusta soñar y me gusta vivir. Y solo hay una forma de vivir soñando: escribir. Cada tanto discuto con mi yo adolescente, ese tonto que no aprovechaba su tiempo libre para sentarse a redactar solo porque le salían cosas cursis y vacías. Y le digo: estos mismos párrafos de ahora no poseen en su contenido y forma mayor trascendencia que entretenerte durante su redacción. ¡Suficiente! Algún día serás un caracol sin casa deslizándote lentamente hacia la trascendencia por un valle de espinas infinito y lamentarás los milímetros que te has negado a avanzar hoy. Y esto es así. La metáfora será manida y repetitiva pero muy adecuada. Cada esfuerzo es un paso adelante y cada descanso, cinco hacia atrás.

Hoy se cumple un mes desde que han quitado del recreo el póster de los Beatles. Casualmente llevan ese mismo tiempo sin aparecer los Ibuki´s abogados. ¿Cuánto tiempo estuvo allí, sucio, polvoriento y ajado por el viento? ¿Justo enfrente de mi puesto de redacción? ¿Seis, siete meses? ¿Cuántos días exactos estuvieron acompañando en silencio a mis historias sin terminar de cruzar esa famosa calle? ¿Por qué no se caen? ¿Cómo es que no les atropella nadie? A lo mejor decepciono a alguien, pero justo a un lado del hogar vacío y abandonado de los Ibukis, hay una publicidad de pipas "el Piponazo" de Grefusa. ¿Sus colores distintivos? Azul, blanco y rojo. ¿El slogan? El dibujo de una pipa antropomorfizada diciendo: "¡Qué pedazo de pipa!". ¿Un poco arrogante, no? ¿Decir eso de sí misma? La parte superior del cartel se ha despegado, vencida por el tiempo, el aire y los juegos de los niños. Interesante. Ahora que lo pienso lo han pegado justo a la misma altura que al grupo inglés. Solo que por culpa de su problema de pegamento en su zona superior, cuando el viento empuja en una dirección, la pipa engreída queda por encima de Inglaterra y cuando lo hace en la contraria, queda por debajo. Y justo allí, debajo del cartel de las pipas, mi Akanui particular, Minefine7, suele pasarse horas hablando con sus amigas. Muchas veces la espío desde mi aula sin que me vea. Como un adolescente tímido y enamorado que aún no se ha confesado. Y es muy bonito porque cuando no sabe que la estoy mirando se ve diferente. No es que se ponga más guapa. Siempre lo está al máximo posible. Pero se deja admirar mejor. Todavía a pesar de los hijos y los años de complicidad si de pronto me quedo callado mirándola más de la cuenta, nos ponemos nerviosos. Creo que todavía no he sido capaz de explicarle de forma suficientemente enfática hasta qué punto todo mi mundo gira alrededor de ella. Es una confesión un poco más difícil de darle forma que el simple "te amo" o "vivamos juntos para siempre". Por supuesto que en el fondo sabe que ella es Fidelia, Ibuki, Akanui y Musa. De sobra recuerda aquel día en que yo iba caminado muy distraídamente con mis niños dándoles una lección magistral sobre algo superinteresante mientras graficaba con mis manos en el aire lo que intentaba explicar. Y ella nos seguía por detrás, también atenta al relato mientras acarreaba sola y sin ayuda, la mochila repleta de Gohan, la de Bulmita, el bolsito del almuerzo de ambos, su cartera, mi móvil, las tres bolsas de las compras, los cuatro paraguas de todos y mi colección de jerseys que suelo dejarme olvidados por diferentes sitios y ella tiene que recuperar. Eso sí, juro que no llevaba un oso en brazos. Eso fue una licencia poética.

Supongo que lo sabe. Que el caos no es tal, siempre y cuando esté ella a mi lado. Que escribo para ella pero también gracias a ella y con ella. Que es mi musa aunque suene cursi y también mi Akanui y mi Verdad.

Fin de la historia bonus


Comentarios

Estimada evanmychem. Siento haberte hecho esperar. El mundial…la historia tan larga de Ranmond intercalada…se me ha ido un poco de las manos. En fin, supongo que no volveré a escribir algo tan largo por un tiempo. Tu comentario apoyando la nacionalidad de Ranmond y luego todo esto que pasó en el desenlace…irónico, ¿verdad?

Quedo en espera de tu comentario.

Estimada kunoichi saotome. ¡Buenas tardes! Ha sido muy bonito tu comentario. Te lo agradezco mucho. De hecho, he leído algo de lo que publicaste hace poco y viendo como escribes, el halago vale doble. Tienes una gran variedad léxica y un ritmo muy interesante. Me ha gustado. No he tenido todavía tiempo de comentarte apropiadamente en el lugar que corresponde pero ya lo haré.

Sobre todo me alegra haberte hecho reír. Es uno de mis objetivos y como dice Minefine7 es muy difícil de conseguir. Rumiko es inimitable y quienes intentan copiarle el estilo suelen aburrir.

Sí, continuaré Postdata, marimacho. Aunque no sé cuando. El final que tenía pensado para esa historia ya lo usé para algún one-shot de aquí. Así que tendré que pensarme algo diferente.

Estimada Akyfin02. Me encanta tu grado tan sutil de contar las cosas. Me recuerdas a Gohan contando cómo le fue en un examen. Gracias por la publicidad. Estem…cambiando de tema…sé que sueles leer esto antes así que te advierto. La historia tiene momentos tristes. Lee bajo tu propia cuenta y riesgo. Hay muertes, golpes bajos, desilusiones, cambios profundos en algunos personajes, etc. Y alguna cosa que ocurre es definitiva.

Hablando de meter cizaña: Minefine7 no necesita que le den ideas a la hora de castigarme. Conoce todos mis puntos débiles (bueno, ya sabes que no tengo pero tú me entiendes…mis puntos menos fuertes).

1150. No queda tanto aunque no sé. Antes me hacía más ilusión. Ahora supongo que me llama la atención más el 1234. Y no creo que haga falta explicar por qué.

Estimada RosemaryAlejandra. ¡Claro que me acuerdo de ti! Ilustre desaparecida. Eres comentarista Vip después de todo. No tanto como Ai, Akyfin o Minefine7 pero cerca. Debo de tener fácil más de cuarenta o sesenta comentarios tuyos. Me pone muy contento saber que sigues leyendo. Ya sabes. No hace falta comentar siempre pero saludar de vez en cuando me sirve para saber que sigues allí. ¡Enhorabuena por las notas! Sigue así.

Estimada Minefine7. No sé si le he dado su merecido a Clímax con fuerza suficiente. Ya juzgarás tú cuando lo leas. La trituradora de hombre la inventó Bulmita para conseguir paquetes. Largas sesiones sobre si la quiero más a ella o a Gohan y por qué. Nunca le basta con "a los dos por igual". En fin…cuando crezca será problema de…ups, casi caigo. Seguirá siendo problema mío.

No, no te trataba de vieja. En todo caso, no me pidas que me acuerde de cosas que pasaron en la primera mitad de mi vida porque no me acuerdo. El viejo soy yo. Y cada vez que Nancy me lo recuerda, te lo está diciendo a ti también que tienes un año más que yo.