Y por fin, el especial que cierra todos los especiales y lo explica todo en este universo alterno. La vida del noruego Magnus, padre de Ranmond y artífice de sucesos trascendentales de la historia de la humanidad.
Especial 140: Magnus ½
Se supone que las sombras, unos seres inertes, no sienten ni piensan y sin embargo allí teníamos a esa poética silueta aterrada por la inminente muerte de la entidad que la creaba. Allí la teníamos, pues, desmintiendo a físicos y biólogos a la vez, mientras temblaba más que el propio cuerpo. El futuro cadáver miró la piedra que estaba girando en el pañuelo que alguna vez fue suyo y pensó que podría perfectamente esquivar el proyectil si quisiera. Y sin embargo, ¿cómo resistirse a una muerte tan irónica? No podía. De hecho, el niño que vivía todavía dentro de él, el que creía muerto cuando le robaron el alma, inundaba su carbón latiente con lágrimas y clamaba por aquel desenlace. De pronto, se sintió tan débil y timorato como aquel día. Debilidad que, ahora lo sabía, insuflaba vida y pasión por lo bello de este mundo. Al final, el famoso dicho era cierto. Su vida entera pasó por delante de sus pupilas.
Lo primero que recordó fue a su primer y único amor, Nodokui, quien muchos años después daría luz a Ranmond, el mayor héroe de toda la Galia. Efectivamente, justo antes de morir, Magnond recordó a aquella hermosa francesita que le acompañaba a todas partes en su juventud. Verdad era que en ese entonces, París todavía no era la ciudad cosmopolita de la actualidad y sin embargo, ya se la podía definir como un crisol de nacionalidades. En la calle concreta del barrio de Montparnasse donde vivía Magnond había de todo: Belgas, franceses, ingleses y también noruegos. El Sena les reunía y ellos se juntaban. En especial se apiñaba un trío de lo más singular. En primer lugar y por extraño que parezca, vivía por allí, el mismísimo Phileas Fogg. De hecho Julio Verne confesaba al principio de La vuelta al mundo en ochenta días que poco se sabía de la vida previa de Mister Fogg. Pues bien. La cosa tenía una explicación de lo más sencilla. El héroe número uno de Inglaterra se pasó literalmente varios años encerrado en una mansión de París con agarofobia y sin asomar el hocico al mundo. Desde luego y ciertamente, irónico. El mayor aventurero y explorador de su época con miedo a ver la luz del sol y con desconfianza hacia los peligros del mundo. El mayor aventurero de Inglaterra, encerrado en una cárcel autoimpuesta en el corazón mismo de Francia. Como todo lo raro, aquella extraña situación procuró rodearse de otras dos rarezas más que conformaban el trío. En segundo lugar, el mismo Magnond, un jovencito de doce años con un patológico e injustificado miedo a la oscuridad. Y en tercero, Nodokui, su vecinita con miedo…bueno…a decir la verdad sobre sus sentimientos. Irónico también, como se verá mucho después.
Su amistad se remontaba a dos años atrás aunque ya ninguno de los tres recordaba bien cómo y cuándo se conocieron. Si Magnond entró al patio de su casa a buscar una cometa perdida o si fue Nodokui. El caso es que fueron los chicos los que ingresaron en la casona de verano de la familia Fogg y conocieron a su excéntrico vecino. En ese entonces tampoco existía todavía el psicoanálisis aunque Sigmund Freud ya había nacido. Y sin embargo, la preocupación por resolver los desórdenes nerviosos ya estaba vigente aunque se disfrazaba de otras cosas. En este caso particular, pronto se convirtió en una especie de círculo literario, dada la enorme biblioteca de Fogg y la naturaleza curiosa de ambos chiquillos. Cada madrugada, el niño y la niña se reunían en la Mansión Fogg a intercambiar impresiones sobre los libros elegidos en la sesión anterior. Y al hacerlo, ahondaban sin notarlo en sus propios problemas.
-Entonces –preguntó Fogg esa mañana- ¿qué opinas de Orgullo y Prejuicio, Nodokui?
La muchachita meneó la cabeza.
-Dudo mucho que esas cosas ocurran en la realidad. El amor es para gente inventada. El mismo poeta que jura entregar su vida por su amada, es el primero en huir cuando se hunde el barco, dejando atrás, poemas, amores y musas para que se ahoguen.
Mister Fogg exploró el rostro de la niña. Para tener solo doce años parecía curtida en mil desamores, única explicación lógica para tanto escepticismo. Debajo de los ojos, a la altura de unas ojeras imaginarias, algunas arrugas delataban síntomas de vejez prematura. ¿El diagnóstico de Mister Fogg? Languidez y atrofiamiento del alma por su poco uso. "No sentir marchita los corazones" diría el mismo poeta del que se enamoró la niña y que al parecer le partió el corazón con su indiferencia.
El lord inglés anotó en su libretita todas y cada una de las expresiones de la niña. Estaba de suerte. Tener una paciente tan propensa a demostrar su problema le servía de maravilla para ahondar en sus estudios de la psicología femenina. Con un poco de suerte aplicaría algunos de los remedios pensados para la niña en su propio miedo al mundo. Un plan extraño que deparaba un beneficio común.
-¿Y tú, Magnond? –se giró hacia le muchacho-. ¿Qué te ha parecido el Pozo y el péndulo?
El chico frunció el ceño.
-Bueno. El péndulo no da mucho miedo, la verdad. Me esperaba algo más horrible, dada su fama. Lo que sí me resultó espeluznante, es la oscuridad del escenario. Preferiría mil veces enfrentarme a un péndulo a la luz del día que a la "nada" entre penumbras.
Estoy de suerte –pensó Fogg-. Ambos niños han aprovechado espléndidamente las lecturas que les elegí para describir su mal a la perfección. El chico reconoció sin dudarlo a la oscuridad como su mayor temor y Nodokui se rió de los finales felices. Conocer a tu enemigo tiene que ser el primer paso…¿y el segundo? ¿Cuál será el segundo?
El lord inglés simplemente no lo sabía. Así que se paseaba por su gran biblioteca en silencio ante la atenta mirada de Magnond y Nodokui. Y al final, ocurrió lo de siempre. Dejad a su libre albedrío a dos muchachos tímidos y tendréis una pelea asegurada.
-¿Cómo puedes tenerle miedo a la oscuridad e insistir con irte a vivir a Noruega? –le preguntó Nodokui al tímido de Magnond- ¿No te das cuenta que allí las noches son más largas?
-Da igual. Antes que un cobarde de la oscuridad soy un poeta. Y allí existen los mejores paisajes del mundo según dicen.
-Jajajaja –insistió la niña que antes que reconocer que no deseaba separarse de él prefería aplastar sus sueños para que no lo hiciera-. ¿Y qué? ¿Te cambiarás el nombre a Magnus? Allí son todos Olaf y Magnus.
Aquello desde luego no gustó al jovencito. Ni este advertía que la chica disfrazaba de "noruegofobia" su miedo a perderle ni la niña advertía que la vocación de Magnond era auténtica y profunda.
-¿Qué entenderás tú? –respondió sin pensar, dejándose llevar por su ofuscación-. Las mujeres creen que los libros son cajas de palabras como los frascos lo son de legumbres. No sois capaces de darle su justo uso ni de hallar su orden.
Claro que Nodokui encontró, de forma inmediata, un uso bastante convincente para el Dostoiesvki recién publicado que se encontró sobre la mesa.
-Ouch. Maldita y prolífica literatura rusa. ¿De todos los tomos cuasienciclopédicos de esta biblioteca tenías que golpearme justo con la de un petersburgués? ¿Qué quieres? ¿Matarme?
El alma de Mister Fogg dio un salto inconsciente de alegría al oír que el muchacho se conocía a la perfección el difícil gentilicio de San Petesburgo. De haberse dado cuenta en aquel instante del estado de agitación de su interior, probablemente el lord inglés hubiese abandonado todo tipo de miedo y hubiese saltado la valla curva que le separaba del mundo de buena gana.
-Estarías mejor muerto, que noruego. Son todos unos…que viven lejos…
Nodokui dijo todo esto casi sin respirar. Como escupiendo las palabras sin siquiera masticarlas.
"Tururururu". Se escuchó de golpe en el exterior el sonido de una corneta. "Turururu". Volvió a oírse más cerca. Ambos muchachos se asomaron a la ventana, alborozados. Era la hora del paseo matutino del mayor héroe de París y del mundo: SuperMonsieur.
-¡Cuando sea grande seré como él! –exclamó el primero.
-Y yo me casaré…me casaré con alguien cuando él acabe la guerra con sus hazañas.
La mutua admiración por el prócer del momento diluyó la disputa anterior en dos napias pegadas a un vidrio y en el vapor de sus respiraciones adhiriéndose a la ventana. Afuera, no muy lejos, marchaba sobre su enorme jamelgo un hombre ataviado a lo medieval. Con armadura, casco, lanza y todo tipo de escudos nobiliarios adornando sus armas. Y por supuesto una gran "S" en el pecho cruzada por una "M" más pequeña que se entrelazaba con una flor de lis. Lo que se dice, un escudo sutil.
-Yo también le admiro, Nodokui. Aún así, harías mejor casándote con un poeta. Alguien que te llene el alma de historias…lo necesitas como el agua.
-Jajaja –rió con sonrisa perversa-. ¿Alguien como tú? Pffffft. Espabila, Magnond. Estamos en guerra. Necesito lo que cualquier otra muchachita en edad de merecer. Alguien fuerte que me proteja.
Y vuelta a empezar. Daba igual si Nodokui contestaba todo esto más colorada que un tomate. A Magnond ya se le había puesto la tez del color de un pimiento y por tanto, no notaba nada. Ni mucho menos se animaba a confesar que por ella, tenía planeado salir a entrenar para convertirse en escudero primero y caballero después.
-¿En edad de merecer qué? –le repuso con sarcasmo- ¿Calabazas? Espabila tú, Nodokui. ¿Qué va a ver SuperMonsieur en una fea que no sabe planchar ni hacer siquiera los mandados sin confundir los dientes de ajo con un racimo de uvas?
Uiplaf. Las cachetadas de Nodokui seguramente hubieran sonado más o menos así si se hubiese animado a darlas. Como no era de "esas", el "Ui" en realidad pertenecía al ruido que provocaban los libros al volar por los aires y el "plaf" al impactar en la cara de su galancito con poco sentido común a la hora de escoger los versos con que la describía.
-Ouch. ¿Otra vez? Muy graciosa, Nuestra Señora de París. Dudo mucho que Víctor Hugo se inspirara en alguien como yo para diseñar a Quasimodo.
Y así hubiesen seguido destrozando la maravillosa colección literaria de Mister Fogg mientras este último anotaba en su diminuta agenda todos y cada uno de los tics de relación amor-odio de la parejita si no fuera porque de pronto, lo inconcebible decidió interrumpir a lo cotidiano.
Ding-Dong. Efectivamente, habían llamado a la puerta. Y no una, si no tres veces. A la cuarta, la respiración de los jóvenes se había entrecortado totalmente. Si acababan de espiar el paisaje por la ventana antes de empezar a pelear. Afuera no había nadie salvo SuperMonsieur que recién iniciaba su galopada triunfal por toda la margen izquierda del Sena.
-Pardonez-moi –se presentó la armadura, una especie de lata que en lugar de tomates, protegía de los efectos nocivos del aire a un héroe-, podría quedarme a desayunar en vuestra casa…verá usted, Mister…unos rufianes me han pinchado el saco de provisiones mientras salvaba a una doncella en apuros y no me he dado cuenta de que el costal emulaba a Hansel y Gretel hasta que ya no me quedó nada de nada. Podría volver a casa a por más…pero no llegaría a tiempo a ver a mis fans.
Mister Fogg, un inglés después de todo, consideraba una atrocidad todo acto de falta de hospitalidad. Era verdad que ese hombre, tan impregnado de "afueritud" como él lo llamaba, le causaba náuseas y que el simple hecho de abrir la puerta y oír su larga disculpa, le había mareado por exceso de rayos de sol colándose por los resquicios. Mas no dijo nada. Tan solo se limitó a responder lo que cualquier otro Sir hubiese dicho.
-Of course.
Obviamente, los niños miraban azorados el prodigio de tener a su héroe a escasos centímetros. Pasar del "SuperMonsieur" que la imaginación volátil e incorpórea había creado, a tratar con su versión de carne y hueso, simplemente le causaba asma a la niña y unos cosquilleos nerviosos al aspirante a escudero. El héroe se sacó el yelmo y el casco. Tenía un rostro impropio de la caballería. Cabellos –valga la redundancia- dorados, ojos azules, nariz narcisista y un mentón más afilado que su iracunda espada.
El corazón de Nodokui temblaba en su sitio. No era amor según los fisiólogos del siglo XIX que reaccionaban científicamente ante el romanticismo reinante. Este como cualquier otro músculo, solo albergaba energía, sangre y una cadencia exacta al latir muy alejada del arte y la música de los enamorados. Si la niña sentía que aquel músculo indispensable pujaba por salir de su cuerpo se debía simple y llanamente al nerviosismo que aquellos rasgos marcados generaban en ella. Se había mentalizado para amarle por sus grandes hazañas aunque fuera feo y ahora que descubría su gallardía y buen aspecto, no podía más que respirar a trompicones.
Otro tanto le ocurría a Magnond que tenía que digerir una mezcla mucho más compleja de sentimientos. Celos, odio, rivalidad y admiración sin límites. Lo de siempre. Modelo a seguir en la vida vs. rival en el amor.
-Señor caballero…–susurró Magnond-…podría…por favor…hacer su truco…de las velas.
SuperMonsieur para ser honestos, no había reparado todavía en la presencia de los muchachitos y eso que ambos le espiaban todos los gestos desde la "amplísima" distancia de medio metro. Por el momento demasiado enfrascado estaba en abastecer el generoso estómago de comida. Al fin y al cabo, este órgano en soledad debía ocuparse del hercúleo trabajo de fabricar cantidades inmensas de energía para que sus brazos, largos como troncos de árbol, pudieran castigar a los invasores. Sin embargo, bastó que el niño mencionara la palabra clave, "velas", para que comenzara el show.
En primer lugar se desenvainó la luenga espada hasta quedar en alto. De hecho, la conjunción de extremidad larga y arma luenga le hacía cosquillas al techo de la mansión puesto que la punta de Mademoiselle (así se llamaba su espada) llegaba a rascarle las telarañas. En segundo lugar, el gesto espectacular: una lenta y estudiada caída del acero hasta quedar perpendicular al cuerpo y apuntando al enemigo, en este caso un inocente candelabro que juro que nunca había hecho daño a nadie salvo ignorar los tristes suspiros de amor de la regordeta tetera de plata. Por último, la verdadera obra de arte que preludiaban los dos pasos anteriores. Un rápido movimiento de muñeca y ¡ZAZ! las velas saltaron por los aires y volvieron a caer en su lugar. Solo que esta vez, bastó un ligero toque de espada para que se desmenuzaran en miles de lágrimas de cera. "Justicia divina –pensó la tetera- por las miles de té que derramé yo por él".
-Ahora prueba tú –le guiñó el ojo al aspirante de aprendiz. Gesto que, os aseguro, provocó en Magnond un temblor del corazón muy similar al de Nodokui. Admiración mezclada con la seguridad de no estar a la altura. En el fondo se trataba de pura fanfarronería para lucirse. Desde luego, ningún muchachito sería capaz siquiera de levantarla. Mucho menos, realizar la proeza de precisión y destreza. Aún así, Magnond que ignoraba todo esto lo intentó durante varios minutos hasta que, ante la sorpresa mayúscula de SuperMonsieur, consiguió levantar la espada que terminó golpeando al inocente candelabro.
Nodokui que estaba algo más versada en las artes caballeriles, comprendió en seguida lo increíble de la situación. Así que sonrió primero. Se ruborizó después. Y por último tradujo en palabras su alborozo interior.
-Jajaja, Magnond. Eres patético.
Desde entonces los sucesos se desencadenaron a velocidad de vértigo. Mister Fogg, el afable y tranquilo lord inglés, sacó a relucir un poco de su flema británica y con ella quedó marcado el destino de las cuatro personas que se acababan de reunir.
-Todos parecemos "inútiles" ante algo más fuerte que nosotros –aclaró condescendientemente mientras le palmeaba el hombro al muchacho-. Incluso a SuperMonsieur puede ocurrirle.
El héroe francés notó el reto en seguida y decidió terminar de engullir el plato rápido ya que luego quedaría mal seguir comiendo. Dos minutos y cinco mil calorías ingeridas después, respondió:
-¿Insinúa usted que puede vencerme en destreza, Mister?
-Claro que no. Pero apostaría la mitad de mi fortuna a que no es capaz de sacar a Miss (mi espada) de la piedra de mi jardín en la que se encuentra clavada.
-¿Qué ridícula obsesión tenéis los ingleses con guardar vuestros filos en rocas? Van en sus fundas. De hecho, Jules, el herrero, suele regalar una de repuesto con cada ejemplar que vende. No tenéis excusa.
Claro que el mayor héroe de la Galia tampoco disponía de excusa válida para no intentar emular al Rey Arturo. Desde luego no tenía nada en contra de los anglosajones salvo por el detalle de que se sentía mejor guerrero que cualquiera de los entronados Lancelot, Tristán, Galahad y demás "caballeritos de la mesa redonda" como les llamaba él. Por tanto, no hizo falta demasiada labia por parte de Mister Fogg para que el buen SuperMonsieur aceptara el desafío. Tampoco fue necesaria la presencia magistral y anacrónica de los Monty Pyton para que se desencadenara una escena risueña. Ambas manos sobre la empuñadora. Sendos pies sobre la roca y un insistente pujar que se extendió durante tres cuartos de hora. El sudor amenazaba con convertir a la pobre lata protectora en pecera ya que por buena parte de armadura (hasta la rodilla) podrían haber nadado al menos un trío de peces dorados.
Finalmente el lord inglés vio vengado el orgullo de su protegido y decidió confesarle la verdad.
-Magnond, ve a decirle que la apuesta entera se trata de una simple muestra del humor inglés que nadie entiende. La espada es parte de una escultura en honor a las tradiciones inglesas y por tanto, nadie podría sacarla de allí. He de admitir que pedí al escultor que fundiera la punta de la misma a una larga viga subterránea. Tendría que disponer de la fuerza y convicción de diez hombres para extraerla…ser un monstruo o estar enamorado. Jajaja. Es broma, es broma. Ni enamorado podría.
Y no hizo falta decir más. Antes de que Magnond moviera un músculo, Nodokui se abalanzó sobre el héroe francés le susurró todo al oído y le cedió su pañuelo azul, blanco y rojo para que se limpiara la cara.
-¡Curioso concepto de hospitalidad tenéis en Inglaterra, Monsieur! Gracias por la comida. He de marcharme ahora…a salvar unas damiselas en apuros.
Demás está decir que desde ese mismo instante hasta bien entrada la noche, el lord y el jovenzuelo tuvieron que aguantar que una tormenta de libros les cayera encima. Luego tuvieron que recogerlo todo y ordenarlo en su sitio solo para que la vorágine Nodokuiense volviera a precipitar una lluvia torrencial de hojas lomos y literatura universal sobre sus humanidades. Golpear con arte, un talento femenino singular.
Y por fin llegó la hora de acostarse. Debido a la guerra, las carreteras se solían cortar bastante seguido y a la postre, los padres de los chicos, ambos de familias comerciantes, se quedaron varados a siete pueblos de distancia. En este caso, como en muchas otras ocasiones, Mister Fogg sí hizo gala de una noble y desinteresada hospitalidad, acogiendo a ambos muchachos en sendas habitaciones contiguas de su palacete. Al fin y al cabo se lo debía. Si no fuera por los padres de los niños, jamás podría sobrevivir en soledad un hombre que no toleraba salir de su casa. Y si se encaprichaba con algún producto exótico, no era menester viajar hasta Lyon para conseguirlo. Ya lo hacían sus vecinos por él, a cambio de una suma irrisoriamente baja.
Para variar, aquel día con su noche era muy propenso a los cambios bruscos de situación. Quizá por eso, justo antes de acostarse, se produjo un nuevo giro en sus vidas. Una tontería en realidad. Casi insignificante. Y sin embargo, ¿cuánta gente muere por intentar enderezar lo insignificante al día? Muchos más que los que arriesgan su humanidad para cambiar el mundo. Os lo aseguro. El caso es que SuperMonsieur acababa de culminar su decimocuarto acto heroico del día: salvar con una abrazo a una mujercita vestida de forma poco prudente de un más que seguro resfriado. Y lógicamente (el karma siempre actúa en estos casos) fue él propio héroe quien terminó estornudando. Luego lo inconcebible para dos almas tiernas. El pañuelo decorado a la francesa (el que le había regalado Nodokui) protegió con su cálido abrazo a la nariz heroica y absorbió con su pañuelidad una buena muestra de fluidos heroicos para luego caer olvidado en el fondo de un pozo de agua.
La primera idea de Magnond fue ir a rescatarlo en la oscuridad sin que ella se diera cuenta, plan estéril porque temía a la ausencia de luz y porque se oían los llantos de su vecinita desde el otro lado de la habitación. Claramente había sido testigo también de lo ocurrido.
Toc toc.
-Vete. No necesito que me refriegues por la cara tu triunfo. Deja el "te lo dije" para alguien que no esté armada hasta los dientes de novelas modernas (es decir, decimonónicas).
-Yo...venía a disculparme. Aunque no lo parezca…no soporto verte llorar. Estoy seguro de que es un malentendido.
Por un instante la puerta se entreabrió un palmo. Luego se cerró violentamente.
-De malentendidos nada. SuperMonsieur es un cerdo como todos los hombres. Tú no eres diferente aunque te falten siglos para convertirte en uno.
Buen golpe. Duro, a la mandíbula. Noqueador y repleto de rabia…como solo una mujer colérica sabe dar aunque la víctima no sea la deseada.
-¡Soy un hombre y pienso demostrártelo ahora mismo! Mira por la ventana.
Y Nodokui se quedó mirando durante las siguientes siete horas como su heroico vecino conquistaba centímetro tras centímetro de la oscura calle hasta completar los tres metros que le separaban del pozo. Una hazaña que aburriría a muchas mujeres insensibles y que sin embargo, cautivó el furioso corazón de Nodokui, el único que realmente debía hacerlo. La proeza, tan similar a subir tres escalones temiendo a las escaleras o planchar unas camisas temiendo al vapor, se forjó en una suma encadenada de diminutos triunfos. Y finalmente, cuando el pavor ya le había dominado todo el cuerpo, ambos, valor y joven, se precipitaron en un tropiezo hasta el fondo del pozo, lugar de oscuridad total donde le esperaba su trofeo: un pañuelo con mocos de héroe. Romántico ¿verdad?
Demás está decir, que a Nodokui se le hizo un nudo en el pecho, otro en el corazón y otro más en el páncreas porque aunque los fisiólogos del siglo XIX se enojarán por lo que estoy a punto de decir, la muchachita le amaba también con el órgano destinado a producir enzimas digestivas. Al fin y al cabo, el amor verdadero es tan raro de encontrar como una palabra con la sílaba "zi" en español. Tres instantes después, la niña que temía enamorarse pero le resultaba indiferente la oscuridad, se asomó al pozo.
-Magnond, ¿estás bien?
-Bien rodeado de terror, amor mío.
Jaque mate. Una horrible penumbra y un "amor mío" separaba a ambos niños más que la terrible guerra que asolaba las afueras de París. Y así se quedaron hasta que amaneció, en silencio. Una con miedo a responder y otro con terror a todo lo que le rodeaba. Si no fuera porque oía la respiración de su vecina. Si no fuera porque reconocía claramente que era su respiración y no la de un monstruo porque le había oído inhalar y exhalar hasta la saciedad, el pobre de Magnond se hubiese vuelto loco del miedo allí mismo.
Por la mañana, Magnond seguía en penumbras por culpa de un reborde de piedra que tapaba la luz del sol. Nodokui en cambio se puso manos a la obra. Primero lo intentó inútilmente con Mister Fogg que por mucho que se dolía por la salud mental del muchacho no lograba superar su miedo al exterior, y luego con todo el mundo.
-Fuera de aquí, muchachita –le ahuyentó el primer vecino que estaba intentando anudar dos palos enormes con vaya uno a saber qué función defensiva-. Han sitiado la ciudad durante la noche.
-Pero…mi amigo…ha caído a un pozo.
-Lo siento. Ha elegido mal día para accidentarse. Ahora mismo toda París puede caer en un pozo si no nos ocupamos.
Idéntica conversación tuvo con todos y cada uno de los adultos que o construían piquetes o preparaban los insumos por un sitio largo y penoso. Sencillamente, la suerte de un pequeño tonto con miedo a la oscuridad no se catalogaba como urgente ni prioritaria. Al final todos le decían lo mismo: "ya le sacaremos cuando todo se calme".
Por supuesto, no todo es oscuridad ni siquiera en las penumbras de la guerra y los jovencitos tampoco eran tan poco ingeniosos como podría pensarse. A media mañana, Nodokui dio con un plan más sencillo. Conseguir una cuerda y alimentos. Si no podía conseguir ayuda, le mantendría con vida y le ayudaría a salir ella misma. Así pues, maldiciendo la cobardía de Mister Fogg, la torpeza de su Magnond y la insensibilidad de los parisinos, se puso manos a la obra. Y por fin, ya cerca del mediodía el muchacho sintió el dulce abrazo de una serpiente que había olfateado a su presa y venía a darle fin a su sufrimiento.
-Magnond, Magnond. Soy yo. Nodokui. Te he tirado una cuerda. ¿La ves?
Por supuesto que no la veía. Y tampoco hacía falta. La piadosa serpiente resultó ser aquella soga salvadora. Solo faltaba que le izaran o trepar para dar fin a una experiencia que le dejaría huella traumática inevitable pero que, desde luego, no le mataría.
-Uffff –se quejó Nodokui cuando intentó la primera opción-. Pesas demasiado para ser un enclenque.
-Y tú eres débil para ser una marimacho corpulenta arrojalibros.
Ambos rieron a la vez. El abismo de oscuridad e incomprensión que les separaba no les impedía pelear como en los viejos tiempos.
-Intenta trepar.
-No puedo. Me tiembla demasiado todo del miedo.
-Hazlo por mi.
-Por ti estoy aquí.
Nodokui se mordió los labios y a punto estuvo de sepultarlo bajo una montaña de libros que casi tiró dentro del pozo. Al final, tan solo dejó caer infinitas lágrimas en silencio. Agua que, por cierto, resbalaba por el borde del pozo y se precipitaba en su interior cayendo justo sobre la cabeza de Magnond. A su vez, las que derramaba Magnond caía sobre el cráneo de un sapo muerto al que por suerte no podía ver. Un efecto mariposa de lo más triste.
Tururururu. La corneta de SuperMonsieur sonaba por todo París. Normal después de todo. Sería un tragón insensible pero también el único héroe de una ciudad sitiada.
-Busca a SuperMonsieur –grito Magnond-. Él sabe de mi miedo. Seguro que lo entiende.
"¡Qué idea más estúpida! -pensó Nodokui-, ¡si es un cretino!". Claro que en realidad, no tenían ningún plan B. Así de desesperante y patética es la guerra. Uniendo enemigos en las más insólitas situaciones para sobrevivir.
-Volveré…-dijo Nodokui y solo cuando estuvo a más de tres calles completó la frase-…mi amor.
Promesa que cumplió al cuarto de hora aunque a Magnond le pareció una eternidad ya que en su ausencia tuvo todo tipo de visiones horribles. El caso es que, no hay que olvidarlo, Magnond era un poeta. Si una persona normal hubiese alucinado simplemente con bichos, arañas, agujas o monstruos clásicos, Magnond veía todo tipo de ironías que le afligían. Gente atropellada por un camión justo después de sobrevivir al hundimiento de un barco, horribles triángulos amorosos entre presidentas, zapateros y vicepresidentas. Hombres y mujeres torturados con todo tipo de máquinas letales, etc.
-Ya estoy aquí, quer…Magnond. No fue fácil. Tuve que comprarle unos pasteles pero lo tengo aquí conmigo.
Turururu.
-Oye, tú, el enclenque…¿ya has intentado trepar?
-Solo he intentado no volverme loco y sin mucho éxito para ser sinceros.
SuperMonsieur, un hombre práctico, le ordenó que se atara la cuerda a la cintura y tiró de ella con toda su fuerza, orden que obedeció gustosamente Magnond. Al principio todo iba bien, poco a poco sentía cómo se elevaba de la pesadilla que le había tragado e incluso llegó a ver una especie de esfera celeste, seguramente el lejano borde exterior. Luego, ¡Ploft! Unos nudos atados por manos temblorosas simplemente aguantaban hasta la mitad del camino en el mejor de los casos. Tres veces más fracasó la acción heroica hasta que Nodokui se animó a sugerir.
-Podría bajar usted y sacarle, ¿no?
De hecho, era una idea excelente. Salvo que la armadura pesaba demasiado y sus ropas, demasiado finas, se echarían a perder en contacto con un sitio tan putrefacto.
-Sí, sí, claro. Si fuera un verdadero hombre, un verdadero caballero francés, sabría salir él solo. En todo caso, ahora no puedo ayudarle yo; hay una damisela en apuros…por allí. Adiós.
Turururu.
Nodokui se asomó al pozo con dulzura, intentando ignorar que los "turururus" cada vez más lánguidos disminuían su potencia en dirección a la taberna más cercana.
-¿Sabes que no va a volver, verdad?
-Claro que sí. Es un héroe muy ocupado.
La discusión sobre la calidad humana de SuperMonsieur se extendió otra vez hasta el mediodía. Distracción que hizo sentir un poco mejor al joven que veía como enfrentarse a su mayor terror le servía para cumplir con su mayor anhelo: hablar con Nodokui durante horas.
-Magnond. Estoy resuelta. Iré a ver a Mister Fogg otra vez. En cuanto entienda que es tu única esperanza, superará su miedo.
-Ja. Ese cobarde no se asomaría ni a la ventana. Mi única esperanza es SuperMonsieur. ¿Me oyes? ¿Nodokui…? ¿No te habrás ido, verdad? Yo…por favor…no me dejes solo…yo…
La muchachita no lo hizo por mucho tiempo en rigor. La casa de Mister Fogg estaba cerca y el lord inglés espiaba todos sus movimientos desde el umbral de entrada. De hecho, la conversación se desarrolló a velocidad de vértigo.
-Mister Fogg…por favor. Usted es el único hombre que no interviene en la guerra. Por favor, sáquelo.
-T-tengo miedo. Afuera no salgo…y menos en guerra.
-Magnond tiene razón. ¡Es usted un cobarde!
Ouuuuuu. Ouuuuuu. Se oyó de golpe unos lastimeros aullidos que interrumpieron la reprimenda de Nodokui.
-¿Lobos en París?
-No, querida –le explicó Mister Fogg-. Esos aullidos son de Magnond. Ha llegado a su límite psicológico. Es lo mismo que me pasaría a mí si saliera. O consigues que se arme un espacio confortable en su cabeza como lo es mi casa para mi, algo que le haga olvidar de la oscuridad, o cuando salga…ya no será él.
La muchacha se volteó hacia el pozo, momento que aprovechó su interlocutor para huir de la opresiva conversación de un portazo muy poco hospitalario.
Ouuuuuuuuu. Ouuuuuuuuuuuuuu.
-Magnond. Para, para…ya estoy aquí.
Ouuuuuuuuuuuuuu.
-Por favor. Para.
Ouuuuuuuuuuuuuuuu
-Magnond…una vez dijiste que yo soy tu musa…simulé no oírte por vergüenza
Ouuuuuuu.
-…pero te oí. Y estoy aquí. Recítame un poema. Por favor.
-¿Nodokui? ¿Me he vuelto loco por la oscuridad o simplemente he oído mal?
La muchacha se asomó al pozo y gritó con todas sus fuerzas.
-Recítame un poema. No uno. Todos tus poemas. Quiero disfrutarlos todos. ¿Me oyes? Todos. Y si hace falta nos iremos a Noruega y nos casaremos y le cantarás a los fiordos y todos te llamaran Magnus y yo estaré tirándoles libros a las rubias tontas que se acerquen a escucharte recitar. Porque tus poemas son solo míos. ¿Entiendes? Solo míos.
-Zzzzzzzz.
Seguramente todo espectador de semejante escena, Mister Fogg incluido, habrá sentido un poco de frustración por el desenlace. La primera demostración de amor verdadero de la niña, arruinada por un más que necesario descanso onírico del galán. La Nodokui del pasado le hubiese despertado de un diccionarioenciclopedicazo en la cabeza. Esta en cambio se alegró. Nada mejor para su situación que pasarse unas cuantas horas ajeno a lo que le rodeaba.
Al día siguiente la escena volvió a repetirse tal cual. El sitio continuaba en las afueras de París. La gente demasiado ocupada en salvar sus vidas. Mister Fogg con una agarofobia fulminante. Magnond sin fuerzas morales para intentar salir. Y Nodokui haciéndole compañía. Solo un detalle escapaba a lo previsible. SuperMonsieur pasó a primera hora de la mañana, desayuno en mano cortesía de Mister Fogg, a examinar los progresos de los niños.
-Hola, chicos. Mmmmm. Qué magdalenas más deliciosas te ha conseguido Mister Fogg, muchacho. Mmmmm. Se ve que te tiene aprecio.
-Ja. Te lo dije. Sabría que volvería –masculló Magnond desde el fondo del pozo.
Nodokui que sí podía ver lo que ocurría con claridad, notó de inmediato cuales eran las motivaciones de la visita, exclusivamente culinarias, y se abstuvo de intervenir. De hecho, aquello le recordó muchísimo a la alegoría de la caverna de Platón y precisamente por conocer muy bien su final, es que renunció a intentar iluminarle. Por su parte, a Magnond las migajas que le caían le sabían a gloria. Un manjar ideal para el escudero que pretendía ser.
Turururu.
-Lo siento, chaval. Tengo que irme. Otra damisela en apuros. Si fueras un francés hecho y derecho, saldrías tú mismo del pozo.
Y así se pasaron los siguiente siete días. Hasta que por la noche del octavo…el enemigo logró flanquear las defensas.
-Nodokui, vete. Vete. Es peligroso.
-No. Si te dejo, comenzarás a aullar y te encontrarán. Prefiero que me maten a mi primero.
Por primera vez desde que hizo del terror su morada, Magnond calibró el sitio en su justa medida: probablemente el más seguro de todo París.
-Tranquila. Te prometo que no haré ni un ruido.
-De aquí no me voy sin ti.
Por la cabeza de Magnond se pasaron muchas soluciones normales y difíciles como superar su miedo, que los parisinos ganaran la batalla o que alguien viniera a salvarles. Y una, estúpida y fácil: ahorcarse con la soga que todavía pendía entre sus hombros. Única forma segura de que Nodokui no se sintiera obligada a quedarse fuera de un refugio. Ya estaba armando el lazo siniestro cuando el tumulto agresor llegó hasta la fuente.
-Nooo. Dejadme. Dejadme. No puedo irme de aquí. Es importante.
Magnond oyó todo el monólogo de Nodokui y los correspondientes ruidos de libros impactando contra los cuerpos de los agresores con el corazón en un puño. ¿Hacían prisionera a Nodokui? ¿Y se la llevaban a otro sitio? Eso solo podía significar una cosa. Y la muy inocente preocupada por la salud mental de su amor en lugar de su propia salud virginal. ¡No lo permitiría! Magnond podía ser un cobarde y debilucho pero también era un poeta. Y los poetas tienen algo que nadie más posee. La capacidad de digerir los sentimientos y transformarlos. Así pues, se tragó su miedo a la oscuridad a cambio de un sentimiento semejante en tamaño, su amor por Nodokui. También se tragó su debilidad a cambio de su arte. Y su falta de destreza atlética a cambio de su deseo de ser feliz.
Si algún día tengo un hijo –pensó mientras escalaba como un demonio-, espero que no herede una capacidad tan horrible de transformarse por amor.
Claro que no siempre basta con convertirse en un ser de otro mundo para lograr los objetivos. A veces, las sogas, simplemente se cortan a escasos centímetros de la salida. En esos casos, siempre conviene tener de nuestro lado a un héroe. Alguien que como él, fuera capaz de vender virtudes por defectos. Por eso, cuando Magnond comenzaba a precipitarse al vacío y una mano adulta le atrapó en el aire, aquello no le pareció tan imposible ni de cuentos de hadas. Al fin y al cabo, llevaba más de una semana aguardando el momento en que SuperMonsieur le diera una mano con su problema. Si ahora y a último momento lo hacía literalmente…pues mejor. Magnond asomó la cabeza fuera del pozo.
-¿Mister Fogg? ¿Es usted? ¿Cómo?
-Igual que tú. Conquistando logro diminuto tras logro diminuto durante horas y días. Ahora vuelve a casa. SuperMonsieur se ha llevado a Nodokui allí. Yo…tengo que descansar.
Magnond no se detuvo ni a agradecer el gesto al lord ni a colocarle en buena posición cuando cayó desmayado por el esfuerzo. La vida de Nodokui por razones desconocidas corría peligro. Y sí, era de noche, un obstáculo usualmente complicado para Magnond. Solo que no lo parecía. Los saqueos y hogueras habían provocado incendios por todo el margen izquierdo del Sena. Lo suficiente para orientarse sin temor y alcanzar al villano justo en el patio de la mansión.
-Lo siento, chérie. Me has visto con el enemigo. No puedo dejarte con vida. Mi prestigio de héroe está en juego.
Nodokui porfiaba por escaparse gritándole todo tipo de verdades a la cara, entre ellas, las más evidentes: "traidor, cobarde", mientras este último comenzaba a desenvainar a Mademoiselle.
-¡Alto!
-Oh, eres tú –se giró SuperMonsieur mostrando su verdadera naturaleza con un sonrisa maléfica-. Veo que por fin lo has conseguido. ¿Y? ¿Crees que podrás detenerme ahora que eres un francés hecho y derecho? Pues déjame decirte que ningún francés me ha detenido jamás.
Un golpe de espadas prodigiosamente veloz después, las pocas velas que iluminaban el recinto perecieron decapitadas.
Por un instante el corazón de Magnond se petrificó por el miedo a la oscuridad y por enfrentar a un enemigo tanto más fuerte que él. Por otro lado, tenía que salvarla. De hecho, estuvo a punto de gritar. "Hoy no soy francés. Soy Nodokuiense. Te detendré". Incluso, estuvo a punto de decir algo mucho más bonito: "No soy francés. Soy el poeta noruego Magnus que va a salvar a Nodokui". Sin embargo, el odio ya le embargaba el raciocinio y por tanto dijo la frase que le cambiaría la vida, justo después de coger con extrema facilidad a la espada de Mister Fogg de la piedra: "Ya no soy francés. Soy el inglés que va a liquidarte. Puedes llamarme Sir Killmore".
-Buen truco, chico. Pero yo soy más fuerte, más rápido. Sé pelear en la oscuridad. Y tú eres un niñato que le teme.
Desde luego la primera víctima fatal francesa de Sir Killmore no le duró más que ninguna de las posteriores. Para ser sinceros, las pobres velas de la semana anterior quedaron mejor paradas que el héroe traidor que exhaló su última bocanada de aire sin entender muy bien qué demonio le había hecho picadillo...literalmente.
-Magnond, amor mío. ¿Estás bien?
-No me llames así, hembra francesa. Soy Sir Killmore.
Le hizo a un lado con desdén.
-Pero…yo…te amo.
-Jajajaja –se encogió de hombros Sir Killmore-. Y yo te odio. Como a todo lo francés. Si sigues viva es porque pese a todo sigo siendo un caballero. No mato mujeres por muy mal que huelan.
Y esa fue la última vez que se vieron cara a cara la madre de Ranmond y el futuro asesino de su marido.
Por supuesto, Phileas Fogg también quedó medio tocado por culpa de aquella aventura. Ya no temía recorrer el mundo pero a cambio, y luego de presenciar aquel horrendo desenlace, descreía del amor y la felicidad.
-¿Dónde vas? –intentó detener pese a todo a Nodokui cuando notó que intentaba marcharse-. Tus padres pronto llegaran. Hemos ganado la batalla.
-Me voy a Oslo. A casarme con un poeta noruego como me recomendó Magnond antes de enloquecer. Diles a mis padres que les quiero.
Phileas Fogg se frotó la frente, las sienes y el entrecejo alternativamente.
-¿Te vas así? ¿Sola? ¿Sin siquiera equipaje o dinero? Es que…¿no has aprendido nada? El amor no existe. Es una falacia. Y puesto que el amor no existe, no tiene sentido salir allí fuera para buscarlo. Cuando supere del todo mi miedo, calculo que en unos treinta años, en lugar de buscar a mi media naranja, daré la vuelta al mundo y me haré famoso. Ese es un plan mucho más bonito que recorrer medio planeta buscando lo que no existe
-El amor sí existe. Yo lo encontraré y en treinta años te demostraré que el fruto de amor puede dar la vuelta al mundo mejor que un amargado. Apuesto mi pañuelo a que lo consigo.
El alma de Phileas Fogg se estrujó. Después de todo, la escena no podría ser más trágica. Luego hizo hincapié en lo evidente.
-¿Apuestas tu pañuelo? Jajaja. Si lo has perdido. ¿Te das cuenta? El amor es efímero y frágil. Magnond se perdió a si mismo por recuperártelo y dos minutos después ya no lo tienes.
Sin embargo, dio la casualidad o quiso en destino, que Nodokui lograra llegar a Oslo y allí conociera a su nuevo Magnus, el padre de Ranmond y que esa misma noche Monsieur de Tendui encontrara el pañuelo por la calle y se lo regala a su mujer quien a su vez se lo regaló a su hija, Akanui, para su noveno cumpleaños. Y Akanui a Ranmond y ahora mismo, es el hijo de Nodokui quien hace girar la piedra con el mismo pañuelo. Magnond, alías Sir Killmore, podría esquivarlo pero no quiere hacerlo. ¡Pum!
-Buen trabajo, Ranmond. Por fin has vengado a tu padre. ¿Contento?
La voz de Anticlímax por alguna razón le sonaba al verdadero héroe francés un poco más irónica que de costumbre.
-No quería vengarle. Solo salvar el mundo. A propósito…¿qué son esos aullidos?
Anticlímax hizo un aparte y le dio un abrazo paternal.
-No hagas caso. Cosas del infierno.
-¿Cómo qué no haga caso? Es un niño clamando por la ayuda de un héroe francés y da la casualidad que yo soy eso.
Anticlímax le observó de pies a cabeza. Efectivamente, Ranmond no se equivocaba. El Dios seguía con el tono y la pose más burlonas que de costumbre.
-Ese que oyes es tu enemigo. Sufriendo su castigo irónico. Revivir eternamente su mayor pesadilla para expiar sus crímenes en vida. Te recuerdo que su nivel de asesinatos es tan alto que se le ha catalogado de cuasi-genocida. Así que le he encerrado en un pozo oscuro simplemente porque sé que teme a la oscuridad. Por eso aúlla. Le he condenado a esperar eternamente al héroe francés que no llega…si supiera que eres tú…su enemigo.
Ranmond escupió al suelo.
-Hasta aquí llega nuestra amistad Anticlímax. Ser todopoderoso y tener razón no te da derecho a torturar a nadie. Es impropio de un Dios. Así que ahora mismo le iré a sacar. Y no intentes detenerme.
El cuerpo del Dios de la ironía dio unas vueltas en círculo, como iniciando un baile, casi como si bailara al compás de la "música" de sus aullidos y se detuvo justo enfrente, cortándole el paso.
-Tú tienes que ocuparte de cosas mucho más urgentes e importante para ti. Como premio a tus servicios te he encontrado a tu alma gemela.
-Yo ya tengo alma gemela. Es Akanui.
-Ya, ya. Sí –hizo un gesto despectivo con la cara-. Ella es tu humana complementaria. Yo hablo de ALMA GEMELA. Con mayúsculas. Una mujer que es igual a ti en todo. Estás destinado a quererla aunque no quieras. Y ella a ti. Ya sabes…con el destino no se juega.
-Tú lo haces a diario.
-Irónico, ¿verdad?
Dicha esta más que gastada muletilla, el Dios de la ironía chasqueó los dedos. Y a continuación apareció junto a ellos una actriz formidable de rubios cabellos.
-¿Ahora qué quieres, papi? Estaba ensayando con Hachiro.
-Olvídate de él. Tienes que conocer a alguien más importante. Tu alma gemela.
-Yo ya tengo eso. Se llama Hachiro. Además ¿qué tengo en común con él, yo, que soy la mejor actriz de la historia?
-Nada. Ni yo contigo. Que soy el mejor espadachín de la historia.
-Oye, francesito de pacotilla. Yo soy mucho mejor ACTRIZ que tu esgrimista.
-Mira, rubita. O te retractas o hago que te caiga el telón encima.
La sombra alargada de Anticlímax se interpuso entre ambos jóvenes "sin cosas en común" y les interrumpió.
-Te propongo algo, Ranmond. Si aceptas que Ibuki te acompañe, te dejaré ir con Sir Killmore. Y así comprobaréis mi punto.
-¿Y yo qué gano? –se cruzó de brazos la mejor actriz viva.
-Que no te quite la paga. Igual no sé si Ranmond aceptará. Resulta que hay una condición para acercarse al pozo. No ser francés. Y como me conozco de memoria sus jueguecitos de identidad. Tampoco podrán pasar noruegos.
Ranmond era tonto para muchas cosas. Demasiadas. Sin embargo, si en algo destacaba era en salvar almas indefensas.
Ya veo por dónde vas, Anticlímax –pensó-. Obligarme a necesitar a la japonesa no llega ni a retorcido. Si ni siquiera es guapa.
-De acuerdo. Me la llevo.
Los siguientes cinco kilómetros del infierno se lo pasaron caminando en silencio. Las arenas rojas carmesí y los cielos verdes no invitaban mucho al diálogo. Y si se oían los aullidos era más por su potencia que por su cercanía.
-Parece que tardaremos en llegar, mademoiselle. ¿Quieres descansar?
-Las rubitas tenemos buena memoria para las afrentas. No necesito de tu compasión. Además, he paseado por este desierto muchas veces. Apuesto a que te cansas antes que yo.
-Y yo apuesto a que te pierdes antes de admitir que no tienes ni idea de dónde estás. No te preocupes. Si he dado la vuelta al mundo, el infierno será pan comido.
Ibuki se plantó en seco.
-Será mejor que me pidas disculpas o no pienso dar ni un paso más. Está claro que papá me puso al mando. Por eso soy la única que puede pasar.
-Ja. Tú no podrías mandar ni a Smither. Te falta carisma.
¡PLAFBUKI!
La cachetada de Ibuki cayó sobre el galo implacable y desde ángulo desconocido.
¿Qué? ¿Te ha dolido, verdad? –platicó Anticlímax en los pensamientos de Ranmond- ¿A que nunca antes te ha abofeteado una mujer que fuera capaz de descubrir tus puntos débiles de forma instantánea? Aprende a quererla. Aprende.
Admito que me ha sorprendido. Y que incluso sentí ganas de arrancarle la cabellera pretenciosa de un tirón. Dudo mucho que eso alcance para que me caiga bien alguien tan pedante.
¡PLAFBUKI!
-¡Ouch! ¿Y eso por qué?
-No sé. Me pareció que pensabas algo malo de mi. ¿Me equivoco?
Quince kilómetros después Ranmond se sorprendió llevando en brazos a Ibuki y casi sin haberse dado cuenta del cambio.
-¿Cómo es que antes decías que me cansaría yo antes que tú, y ahora aceptas que te cargue?
-Así somos las mujeres. Cambiamos de humor fácil. ¿Akanui no te pide que la lleves en brazos?
-No. Nunca sentí que fuera necesario.
¿Y con ella te pareció que era tu deber casi sin dudarlo? Irónico, ¿verdad? Supongo que Ibuki es más femenina…mejor dicho…supongo que Ibuki sí es femenina.
-¡Ouch! Ranmond ¿por qué me has soltado sin avisar? Justo que empezabas a resultarme menos vomitivo.
-Ya llegamos. El pozo está en la cima de esa loma.
-De acuerdo. Terminemos con esta pantomima. Yo no puedo subirlo porque no soy fuerte y tú no puedes llegar hasta él. Así que te alcanzo un extremo de esa cuerda a ti y otro a él. Así le demostramos a papi que tiene razón; que juntos podemos superar obstáculos que por separado no. Y listo. Se queda contento y nos deja en paz. ¿Qué te parece?
-Me parece lo mismo que a ti. Una mierda de plan. Subiré yo solo aunque tenga que enfrentarme a mil grifos. ¿No es lo que harías tú en mi lugar?
-Bueno, sí. Aunque admitir que haría lo mismo, solo refuerza su punto. No el tuyo. Además no creo que te deje.
-Pues eres la hija. Invéntate un problema ridículo de niña presumida y distráelo con eso.
-Eso sería ayudarte. Es lo mismo.
Ranmond se encogió de hombros.
-Claro que no. Sería a mi manera.
-Tu manera es retorcida y complicada sin necesidad. ¿Cómo puedes ser tan necio?
El galo sonrió.
-Con práctica. Toda una vida de práctica, chérie.
Luego se despidieron.
-No eres tan mala –le dio una caricia en el pómulo izquierdo-. Solo fea.
-Tú si que eres tonto. Suerte con tu estupidez.
Y se separaron. Ibuki se sentó sobre una piedra y se puso a llorar porque tenía planeado casarse con Hachiro antes de los ochenta y cinco siglos, edad muy temprana para la hija de un Dios. Y Ranmond…pues Ranmond decidió escalar el monte a pesar de que a cada paso que daba le caían agujas del cielo.
-¿Una lluvia de alfileres? ¿Eso es todo lo que tienes, Anticlímax?
No son alfileres, mon ami. Son gusanos del infierno. Muerden…ah, y son venenosos. Probablemente mueras pronto y no te des cuenta. Ya que tu castigo irónico consistirá en repetir esta escena hasta el fin de la eternidad. Irónico, ¿verdad?
A Ranmond le empezó a pesar el cuerpo a continuación. Ya se había debilitado antes pero fue recién al comprender el lío en que su soberbia le había metido, que le bajaron las defensas emocionales.
-Déjalo, Ranmond –le gritó Ibuki desde la piedra-. No vale la pena llegar a estos límites por tu enemigo.
¿Recuerdas cuando Akane Mamoru te quitó la victoria en la actuación, hija? ¿Qué fue lo primero que sentiste? ¿Odio? ¿Humillación? ¿O alegría porque tu amiga, al traicionarte, conseguía realizar su sueño?
-Y si no piensas dejarlo –volvió a gritarle-, por lo menos sálvalo. Yo jamás abofetearía a alguien tan patético para morir sin salvar al necesitado. Sé que puedes hacerlo.
Por ese entonces, Ranmond casi ni se movía. Inerte y bocabajo dejaba que una multitud de agujas con dientes le hincaran su veneno mientras se arrastraba milímetro a milímetro.
Jajaja. Pronto morirá. ¿No piensas ayudarle, hija?
Jamás. De engreído a engreído tenemos una conexión invisible. Sé que ni me dejará ayudarle ni me necesita. Puede solo.
Aquella noche hizo tanto frío en el infierno que todos los gusanos voraces murieron congelados. Y la temperatura del cuerpo sin vida de Ranmond descendió al mínimo.
Vamos, hija. Ya ha muerto. Lleva tres horas sin moverse.
No, padre. Lleva tres horas esperando este momento. Atesorando el último suspiro de vida en su interior a la espera de esta oportunidad. ¿No lo habías pensado, verdad? ¿Que aguantaría tanto tiempo? Es un hombre formidable.
Efectivamente, Ranmond terminó de arrastrarse hasta el extremo del pozo y le tendió la mano al niño que dormía en su interior.
-¡¿Tú?! ¿Cómo has llegado? Aquí no pueden entrar ni noruegos ni franceses. Es parte del embrujo.
Ranmond sonrió.
-En realidad, nunca he sido realmente noruego o galo. Yo soy Akanuiense por elección.
Si algo quedaba de la carcasa de Sir Killmore que cubría el cuerpo de Magnond, esta desapareció con aquella frase. Simplemente al recordar su frase del corazón, aquella que debió decir hace años y que el odio sepultó, le provocó un llanto inmediato.
-Pe…pero…soy el que mató a tu padre. Tu archirival.
-Yo solo veo a un niño que necesitaba a un héroe.
Magnond elevó la vista y la enfocó en los rasgos de su salvador.
-Es gracioso…te pareces a Nodokui.
-Es mi madre.
Los ojos de Magnond se cerraron para disfrutar de la bella ironía y luego, mientras su alma se desvanecía feliz, llegó a decir.
-Ahora lo entiendo todo. Toma. Esto es para ti. Un regalo de un amigo que creía que jamás tendría una amistad.
Una especie de luz brillante, un recuerdo, voló desde la frente amplia de Magnond hasta la de su salvador. Luego, las imágenes se proyectaron en su mente igual que un film antiguo en una pantalla de cine. Es decir, poco a poco y con el audio levemente desincronizado. Lo primero que pudo notar Ranmond fue la caída de unos cuantos copos de nieve seguidos de una ventisca de aire frío. Para variar, nevaba en Noruega en las afueras de su casa natal. En la ventana, Nodokui esperaba el regreso de Magnus. La colecta aburguesante de monedas no iba del todo mal aunque tampoco suficientemente bien como para llegar a casa temprano. Finalmente un poco más tarde de la hora de cenar, la silueta del mejor poeta de Noruega se dibujó en el horizonte.
-Déjame adivinar. Has ganado 2304 coronas…y te has gastado treinta en el bar. Con ese dinero y ese tiempo perdido podrías haber cenado con tu hijo a horario y comprarle el cuaderno que te pidió para dibujar.
-¿Cómo demonios lo haces? Llevas tres meses acertando en todo. La lotería, mis ganancias, la hora exacta de las nevadas. Incluso quién muere y nace. Es como si te hubieses convertido en una especie de oráculo.
-No me preguntes, por favor. Es mejor que no lo sepas.
-Ya que tan clarividente estás hecha, deberías saber que esa frase es la peor posible para convencerme de que no pregunte más.
Llorar en cambio sí que era buena táctica para aparcar el tema. Y aquello le sirvió a Nodokui para esquivar la conversación hasta bien entrada la noche.
-¿Vas a decírmelo ahora?
-¿Tienes miedo a la oscuridad?
-No, creo que no.
-¿Y agarofobia?
-Tampoco.
-¿A qué temes entonces?
-A que me dejes solo algún día.
Nodokui suspiró.
-Y yo. Por eso es mejor que no lo sepas.
-¿Saber qué? Quizá no sea adivino. Pero trabajo muy bien las palabras. Es mi profesión. ¿Qué tengo que hacer para salvarte?
Nodokui maldijo su estupidez mordiéndose los labios. ¿De qué servía el poder de la clarividencia para ocultar las cosas si su marido, un poeta enamorado, era capaz de ver casi tanto como ella?
-No puedes salvarme. Moriré en unas semanas. Y luego reencarnaré en la Diosa de la Verdad. Me casaré con el Dios de la Perfección y arrasaré con este mundo imperfecto sin acordarme de que allí todavía vives tú y mi hijo.
Magnus pestañeó tres veces.
-¿De veras esperas que me crea eso?
-No. En realidad espero que no lo hagas. Solo que no puedo mentir. Ya soy la Semidiosa de la Verdad en parte. Por eso acierto en todo lo que digo.
Magnus acercó su mirada melancólica a la de su mujer y examinó su mundo interior como si se tratara de un cirujano del alma.
-Parece que no mientes.
-Sería irónico que lo hiciera. Ya te dije. Soy la Semidiosa de la Verdad.
-Entonces dime: ¿cómo me convierto en Dios yo también? Si Mahoma no va a la montaña…
-No puedes. Es la verdad.
-Tonterías. Mi amor es más poderoso que tus verdades. Dime cuándo y dónde morirá el próximo destinado a convertirse en Dios y yo ocuparé su lugar. Y recuerda, no puedes mentirme.
-Pero…tendrías que morir. No quiero.
-¡Responde!
-Es igual. No puedes conseguirlo. Será un francés en Noruega. En la batalla que tú mismo has organizado pero a manos de un inglés más fuerte que él. Eres galo y vives en Noruega pero, como sabes, no existe nadie más fuerte que tú. Ni Sir Killmore podría ganarte. Y tampoco vale que te dejes ganar. Tiene que ser realmente más poderoso que tú.
-¿Por qué has ensombrecido la cara al mencionarlo?
-Porque sería irónico que pelearas contra él tantos años después.
-Sí, mi amor. Ironía. De eso va esta aventura de vivir y morir. Lo lograré.
-Aunque lo hicieras, ambos nos olvidaríamos del otro. Y yo seguiría destinada a casarme con alguien que sé que no eres tú y destruir la Tierra.
-Volverás a enamorarte de mi. Te lo prometo.
Tres semanas después Sir Killmore avanzaba decidido hacia su presa sin saber quien era. Por su parte Magnus le esperaba deseando con todo su alma perder y sabiendo que solo le servía si antes lo intentaba todo para ganar.
Con el primer cruce de espadas el noruego supo que su plan era irrealizable. Sus fuerzas eran simplemente inmensas comparadas con la de su rival, por mucha fama que este tuviese de excelente esgrimista. Y con el segundo choque se desencadenó la ironía. El suelo se agrietó en un santiamén y el exfrancés cayó en la hondonada que el choque había provocado.
-Sal.
-Thank you –repuso Sir Killmore al terminar de salir-. Me tenías a tu merced. ¿Por qué no matarme entonces?
-No lo sé. Por alguna razón me pareció cruel eliminarte mientras estabas hundido en un pozo. Soy poeta. Sé de estas cosas. Además…todavía puedo ver muy dentro de ti que alguna vez amaste a mi Nodokui. Alguien con tan buen gusto no puede ser realmente malo. Así pues, será mejor que me mates.
Sir Killmore se tomó un instante para decodificar el extraño pedido de su enemigo y luego dejó de lado los elementos extraños y se centró en los obstáculos evidentes:
-No puedo. Eres claramente más fuerte que yo…y noruego. No podría matarte
-A la mierda el mundo y Noruega. Hazlo por Nodokui. Vuélvete más fuerte.
El inglés meneó la cabeza.
-Solo gano fuerza canjeando recuerdos bonitos por destreza. Tendría que olvidar lo único bello de este mundo. Y matar a su esposo. Sería demasiado irónico hasta para mí. Luego no podré controlarme. Mataré a todos esos incautos francesitos. Adultos, mujeres, niños. Todo me dará igual. Ya soy un mediodemonio. No me pidas que me convierta en uno entero.
-Monsieur. Haga el favor de matarme.
Miss, la espada heredada de Mister Fogg, se levantó en el aire y cayó como un relámpago sobre su enemigo.
-¡No me llames así!
Ranmond abrió los ojos. ¿Cómo no lo había descubierto antes? Magnus y Anticlímax. Su padre, el Dios de la ironía. ¡Por supuesto! A eso se refería con querer a su alma gemela. ¡Ibuki era su hermana! La única persona que podía competir con él en engreimiento. La única que por sus genes era capaz de encontrar el punto débil de su hermano de forma instantánea.
¿Sabías que pasaría esto, papá?
Soy un Dios. No le escamoteo los beneficios de la ironía a quien la necesita solamente porque sea un villano. Irónico, ¿verdad?
El asesino de mi padre es también el héroe que salvo a mi madre. Ciertamente irónico, si no fuera por él yo no existiría y no hubiese conocido nunca a Akanui. Le debo la vida y mi orfandad.
Y él a ti su paz eterna. Vamos. Tenemos mucho tiempo que recuperar.
En ese mismo instante. Phileas Fogg despertó en su dormitorio, el del matrimonio por conveniencia número uno de Londres. Había observado el rescate de su discípulo en sueños y como a Magnond, la acción heroica le había desvanecido los pesares y su descreimiento del amor. Luego se volteó y observó dormir a su mujer. A la bella y calculadora Aouda. Recordó cómo le ofreció pagarle a cambio de que se casara con él y simulara amarle. Toque genial de romanticismo que le daría fama eterna a su hazaña y a él. Y ahora, luego de presenciar el fin de Magnond, se arrepentía de haberla usado tan burdamente.
-Aouda, Aouda –le dio dos golpecitos en el hombro-. Aouda, yo te amo.
La princesa levantó una mano en señal de desdén sin llegar a despertarse del todo.
-Si, ya, ya. Yo también te amo.
-No, mi vida –insistió Phileas-. No. Ahora es de verdad. Te amo.
Aouda no dijo nada. Y no hizo falta. Por fin y luego de tantos años contempló el rostro original de su marido, el de alguien que sí creía en el amor. Y aunque le dolió en el alma, cerró los ojos y mientras le besaba se dijo para sí misma: "gracias, Ranmond, gracias Akanui".
Mucho tiempo después, en un futuro alternativo, Ai de Saotonnières terminaba de leer esta historia y pegaba un puñetazo en su escritorio.
-¿Cómo puede ser? Si Ranma es la encarnación de Anticlímax y de Ranmond. Magnus, que es el padre de Ranmond, no puede ser Anticlímax. ¡Es un contrasentido!
-¿Por qué?
-Ya lo dije. Porque Ranmond mismo es la reencarnación de Anticlímax. Luego, su padre no puede ser Anticlímax.
-¿Por qué?
-¡Porque es un contrasentido!
-¿Por qué?
-¿Vas a seguir así mucho tiempo? Que sepas que me estoy cansando y que esto se parece mucho al capítulo anterior.
-¿Por qué?
-De acuerdo, de acuerdo…supongo que podría aceptar que las reencarnaciones se dan esparcidas tanto en el tiempo como en el espacio. Eso explicaría que Ranmond y Ranmakán sean coetáneos y explicaría también lo de Magnus. Aún así es un poco retorcido.
-¿Por qué?
Ai de Saotonnières desenvainó su espada, presa de una furia irracional, y colocó el extremo de esta sobre la yugular de Ranma.
-¡Porque esta monografía que has redactado sobre Magnus es para entregársela al profesor de matemáticas! Lo del trabajo de francés y de inglés lo entendía pero…esto ya roza lo ridículo. Te pidieron un informe sobre ecuaciones de tercer grado. Te van a poner un pinche 0.
-¿Por qué?
Ai de Saotonnières bajó la espada y se sentó. ¿Qué sentido tenía seguir discutiendo con Ranma justo en su cumpleaños? Al fin y al cabo, muchísimas mujeres de todo el mundo debían estar envidiándola ahora. Es más: no cualquiera cumplía los 85 años con Ranma. Por lo pronto, su cumpleaños se había desarrollado de forma idílica. Le había soplado la velita mientras Ranma cortaba el pastel y la llenaba de regalos. Lógicamente, tantos suspiros de emoción había dejado escapar ya esa noche y se sentía tan feliz, que pronto se olvidó de que lo de Magnus y Anticlímax le resultaba todavía muy raro, y se quedó dormida.
Fin de los especiales.
Historia bonus.
Riqueza asegurada.
Tengo entre manos un negocio revolucionario. Una fuente de dinero insoslayable…a propósito, ¿alguien sabe qué demonios quiere decir "insoslayable"?
Diccionario: Pues…para el que no lo sepa, quiere decir "ineluctable".
Sensei: Graciaaaaas, diccionario. Tu ayuda ha sido muy "útil". ¿Y si soy un pobre analfabeto que no conozco ninguna de las dos palabras, qué? Porque da la casualidad que en la otra entrada, la de "ineluctable", me definen al concepto como "insoslayable". ¿No sería mejor poner en ambas entradas: "ineludible"? ¿O "forzoso"? Eeeeen fin. Como iba diciendo, tengo un negocio entre manos de resultado insos…obligado. Como ya todos sabréis, las niñas prefieren como principal juguete…las muñecas. Básicamente, porque quieren jugar a ser como la madre. Dejando el enorme componente machista de esta situación a un lado, se trata de desplazar unos deseos, que por edad no puede cumplir, a un objeto inanimado. Obviamente, este concepto enrevesado no es competencia en la mente de un niño contra una pelota. Y las madres…¿para qué quieren muñecas si ya tienen hijos? Sin embaaaaargo, he aquí mi idea. Existe un componente familiar al que las grandes jugueterías vienen despreciando hace siglos: ¡los padres! Si una muñeca sirve para fantasear que tenemos lo que en realidad no…¿quién no se gastaría 20 o 30 euros en una que diga: "papá, no pienso casarme nunca" o "papi, cada día te crece más el pelo" o "papaito, los chicos son unos entes demoníacos! ¡Defiéndeme de ellos!"? ¡Yo la compraría! Algún día las fabricaré y me haré millonario. Mientras tanto, seguiré escribiendo fics.
Fin.
Historia bonus.
Pobreza asegurada 2.
¿Y si al presidente de España se le ocurriera cobrarnos un impuesto a cambio de prohibir a nuestras hijas cumplir los 17? Yo pagaría lo que sea. Es terrible pero verdadero.
Fin
Historia bonus 3.
Qué hacer si tu hija te hace una escena de celos.
-Trollearla.
Fin.
Historia bonus 4.
¿Y si insiste en que tú, mal padre, quieres más a su hermano que a ella?
-Trollearla más.
Fin.
Historia bonus 5.
¿Y si llora, patalea y te llama insensible?
-Seguir trolleándola.
Fin.
Historia bonus 6.
¿Y si te dice: "al carajo, me voy de aquí. Ya da igual"?
-No ceder. Trollearla hasta el final.
Fin.
Historia bonus 7.
¿Pero no ves que así sufre, desalmado?
-Es solo un berrinche. Es normal. Por cierto…sigo trolleándola.
Fin.
Historia bonus 8.
¿Y si es tan normal, por qué está llorando?
-A lo mejor porque no la he trolleado lo suficiente.
Fin.
Historia bonus 9.
Definitivamente esa técnica no funciona.
-Que sí. Que sí. Solo hay que insistir.
Fin.
Historia bonus 10.
Estem…Sensei...Bulmita se ha ido y está llorando bajo la cama mientras muerde la cabeza de uno de sus peluches e imagina que es tu cabeza.
-Bulmita….¿quiere un helado?
-Siiiiii. Papi te quiero.
Fin.
Moraleja: dos horas de entretenimiento y solo me costó un helado arreglarlo.
¿Me pregunto si funcionará igual cuando tenga 16+1 años? Si no funciona, no me quedará más remedio que agachar la cabeza y pedirle disculpas…o comprarle dos helados. Las disculpas vendrían a ser más o menos así: "lo siento, hija. A veces se me olvida que ya no eres una nena". ¿Ustedes que creen? ¿Me perdonará? ¿Más importante aún…me comprará algún día ella un helado a mi? Yo creo que sí me perdonará. Llegará el momento en que sea madre y se dé cuenta de lo graciosos que se ponen los hijos cuando se enfadan. Están para comérselos con patatas.
Fin
Comentarios
Estimada Aale Saotome. No me hago responsable de los resultados de aplicar la técnica de Ranma en la realidad.
Estimada blackpanterkjes. En realidad….lo sé. Joshua es el nombre de un personaje del juego Run away. En él me inspiré para describir el aspecto físico de Anticlímax. Imagino que sería bastante fácil encontrarte, en el fondo :) :)
Estimada the-girl-of-pig-tailed. ¿Continuación? La tenía ya toda redactada. Pero me confundí y la escribí en ranmazombiesco en lugar de en español. Todavía tengo a mi equipo de esclavos traduciéndola.
Estimada janny5. Esa técnica solo funciona hasta el matrimonio. Mala suerte.
Estimada Maggy P-Chan (cap. 4). Ok. Estoy en eso de continuarlo. Aunque en el fondo, todo lo que sigue es continuación no lineal de lo anterior.
Estimada Akyfin02 (cap. 138). ¿Te reíste con la canción de Ranma? Si es súper triste y melancólica….a menos que seas Pro-Akane. Entonces es graciosa.
Ehhh, no es mi culpa que Ranma sea un chico que se transforma en chica cuando lo mojan. Eso es cosa de la Takahashi. Y lo de Leo era necesario para maximizar el efecto de sorpresa cuando se descubre su verdadera naturaleza.
Te esperé. Fue culpa de Michell que me dijo que a lo mejor te retrasabas demasiado.
¿Ibuki todavía no se murió? Mmmmm, eso habrá que arreglarlo.
Cuídate mucho. A propósito. Me escapé del cautiverio. Llevas tanto tiempo sin alimentar al tigre que pudimos huir todos sin problemas. El pobre animal estaba débil y en los huesos. De hecho ahora yo lo tengo capturado a él. Si quieres que te lo devuelva, secuestra a Minefine7 de mi parte.
Estimada Akyfin02 (cap. 139). Misión cumplida. Un especial lleno de personajes con personalidades ambivalentes y vuelcos imprevistos.
Yo tampoco sé que sería de mi vida.
¿Una Biblia en mi honor? ¿De verdad? ¡Es lo más bonito que me han dicho en un review en meses! Avísame cuando ya esté lista.
"En verdad disfruto leerle, especialmente, los chiste malos". Interesante revelación. Chicas y chicos de ffnet, a pedido de Akyfin02, habrá continuación de la colección de chistes malos.
Estimada Minefine7 (cap. 138). Cuenta también la leyenda que otro amante autor que tampoco esperó a su amada esposa, sobrevivió a su afilada katana porque era muy guapo, inteligente y con un excelente sentido del humor.
Estimada Minefine7 (cap. 139). ¿Primero te tengo que esperar y luego me tengo que apurar para publicar? ¡Mujeres!
