CAPITULO 23. "Adelante".

Rin termino de arreglar los cabellos de las niñas. Las tres vestían sus mejores ropas y Rin les había echo un par de bollos en la cabeza que las hacia lucir particularmente adorables.

Towa le sonrió brillante, mientras Setsuna solo se veía seria al espejo.

Rin se mordió el labio, nerviosa. No estaba segura de que fuera una buena idea, pero ya no había marcha atrás. Tenía que enfrentar a sus demonios tarde o temprano, y no se iba a esconder para siempre en su departamento.

-Solo será por un rato, y luego nos iremos, lo prometo. –Le sonrió a las pequeñas que solo asintieron en silencio.

Rin abrió la puerta, dejando que salieran. Kohaku y Kagura las esperaban abajo en el auto. Casi sonrió al ver que Setsuna acomodaba su pequeño kimono morado y uno de los mechones de su cabello.

El camino fue silencioso, y nadie quería hablar. Towa jugaba con los botones del coche mientras Setsuna solo se acurrucaba en su estola mientras miraba a Kohaku por el retrovisor.

Kagura se removía incomoda en su asiento mientras Kohaku solo puso una playlist animada para que el ambiente se sintiera menos pesado. Se lo agradeció, por que al menos podía desconectarse por un momento de la realidad. No estaba preparada para esto, pero no tendría otra oportunidad en el corto plazo. Y tal vez nunca tendría otra.

El auto se detuvo frente al cementerio.

Rin bajó primero con Setsuna y Kohaku ayudó a Towa a bajar por el otro lado. Kagura bajó también, parándose a su lado.

-¿Segura que quieres hacer esto? –Le preguntó con tranquilidad. –Puedo ir contigo si no estás segura.

Rin negó, y le dio una sonrisa triste. –No puedo esperar a que siempre luches mis batallas por mí. Puedo hacerlo... Solo espérame aquí, no tardaremos, lo prometo.

Kagura asintió con algo de incomodidad. Kohaku le dio el ramo de flores violetas que había llevado.

Agradeciendo con un leve asentimiento, respiro hondamente y caminó hacia al frente con sus niñas aferrándose a su lado.

No se sorprendió de ver que la tumba a la que se dirigía ya tenía personas alrededor.

En el suelo, arrodillados, había dos personas rezando en silencio. Pudo ver el largo cabello azul de su padre amarrado en una coleta, su piel tostada y suave, su mandíbula firme y los músculos resaltaban bajo la camisa del traje que estaba vistiendo. Nadie podría decir que tenía más de 30.

Su madre, en cambio, era completamente distinta. Antes era una mujer hermosa, fuerte con un carácter fuerte y siempre impecable. Ahora parecía: frágil. Su cabello castaño antes largo y hermoso, ahora era corto y de aspecto quebradizo, y cambiando a gris poco a poco. Su rostro antes delicado y sin imperfecciones parecía ahora demacrado y agotado, las grandes bolsas bajo sus ojos violetas que ahora estaban cerrados, y lucia mucho más delgada.

Se arrodilló al lado de su padre sin decir una palabra, ellos tampoco dijeron nada. Las niñas se arrodillaron a su lado, lo más lejos posible de sus abuelos, y empezaron a rezar. Miró de reojo solo para asegurarse de que Kagura y Kohaku pudieran verlos. Agradecía que sí, porque esto podía ponerse feo en cualquier momento.

Después de 10 minutos –o una eternidad– los 5 se levantaron, y Rin puso las flores en el florero libre.

Las niñas se escondieron detrás de ella. No tenia que girarse para saber que su papá los estaba viendo. Tomando una respiración, se dio la vuelta.

Los verdes ojos de su padre la miraban con seriedad, rayando en la indiferencia. Cualquiera se asustaba con esa mirada, excepto los que alguna vez conocieron su fachada cariñosa. Su padre siempre había sido estricto toda su vida, siendo un médico de alto prestigio era natural, pero siempre había demostrado que la amaba y que estaba orgulloso de ella aunque nunca lo dijera en voz alta. No le temía. Más bien, se había esforzado tanto en complacerlo toda su vida que le dolía siempre cuando lo llegaba a decepcionar.

Su padre le enseñó a andar en bicicleta, le enseñó japonés, la llevaba por helados, le enseñó a nadar, aprendió el amor por los animales gracias a él, y sabía que se había sacrificado toda su vida por su familia. Por eso le dolía tanto verlo, ¿Cómo ese padre cariñoso y amoroso se había convertido en este hombre frio y cruel?

Escucho un jadeo, tampoco tenía que mirar para saber que era su madre la que hizo ese sonido, o que estaba viendo a sus hijas como si fueran parásitos, y a ella como si fuera una prostituta.

Su madre a diferencia de su padre, siempre fue más que inflexible con ella, estaba segura de que ella hubiera preferido que fuera ama de casa a que estudiara, pero su padre siempre la apoyó con que estudiara y se superara... Bueno, eso antes de que se enterara que estaba embarazada.

Pero no vino aquí por ellos, al menos no para recuperar sus lazos familiares. Eso había sido antes. Ellos ya no eran esos cariñosos padres que la criaron de niña. Estos eran dos orgullosos extraños para sus hijas. Ni siquiera vino por ellos, estaba aquí por su hermano, para despedirse... Pero al menos debía decirles adiós.

-Padre. –Hizo una reverencia.

El hombre la imitó por cortesía. –Estoy satisfecho de que encontrarás tiempo en tu apretada agenda para venir a ver a tu hermano.

Rin sabía que su madre venía al menos una vez al mes a la tumba de su hijo, lo había amado tanto que seguramente había caído en una depresión horrible con su perdida.

-Es su cumpleaños, claro que tenía que venir. ¿Dónde está Moe?

-Fue a una Gira por el país, así que no le fue posible venir, nos lo informó la semana pasada.

Rin pegó una sonrisa a su rostro. Por supuesto.

-Me alegro por ella.

Su padre estrecho los ojos. -¿Qué es lo que quieres?

A veces, odiaba que su padre la conociera tan bien. Agradecía mucho que él nunca hubiera ido a ninguna de las cafeterías donde ella trabajaba. No sabía que sería peor: Que se burlara de ella por tener que trabajar en ello para llevar pan a la mesa, o que simplemente actuara como un cliente más y fingiera que no la conocía.

-Vengo a decirles que voy a cambiarme de domicilio.

Los ojos de su padre se ampliaron antes de que volvieran a ser inexpresivos.

-¿Por qué nos lo dices? No es que alguna vez hubiéramos ido a visitarte.

La sonrisa de Rin no vaciló, tantas semanas de fingir estar bien habían servido para algo después de todo.

-Solo quería que lo supieran. Supongo que se sentirán aliviados de que no nos cruzaremos accidentalmente por la calle.

Escucho un bufido y palabras siendo murmuradas. Su madre parecía que no quería derramar su veneno sobre ella, lo cual era raro, le iba a salir una ulcera.

-Bien.

-Bien.

Hubo un silencio extraño. Incomodo. No sabía que mas decir. No estaban interesados en su vida, y ciertamente ella no quería saber más de ellos. Ellos no querían saber de sus hijas, y ella no les iba a decir nada que no quisieran.

Con un asentimiento, tomó la mano de sus niñas para irse por donde había llegado.

-Por el amor de Kami. ¿Hasta cuándo vas a seguir con esto?

Rin se detuvo y miro a su madre.

Ella la miraba con los brazos sobre sus caderas, y esa mirada altiva que la hacía ver más peligrosa de lo que se miraba antes. Ella era pequeña y flaca, pero era peor que una serpiente venenosa.

-¿Seguir con que, madre?

-Bien, ya disfrutaste tu rato jugando a la casita. ¿De verdad crees que puedes seguir adelante con dos mocosas de lastre? Sería más fácil que te ganaras la lotería.

Sus labios se apretaron. No iba a caer en sus provocaciones. Solo era una mujer grande haciendo un berrinche. Ella quería hablar con su madre cuando la mujer estuviera más tranquila, si existía la posibilidad, pero siempre estaba a la defensiva, lista para disparar veneno cuando tuviera la oportunidad.

-Me alegra tanto no haber pedido tu opinión. –Apresuró a las niñas. No debió llevarlas, pero no iba a ocultarlas, no eran un secreto, ni eran una carga, ni nada de eso. Ellas solo iban a despedirse de su amoroso tío.

-Me avergüenzo tanto de ser tu madre. No sé porque Kami me quito a mi bebé cuando tú eres la que nos ha traído tanto mal.

Rin se detuvo. Trató de recordarse que su madre solo era una mujer anticuada. Solo era una mujer atrapada en el siglo pasado. Era su madre. Se recordó todo eso, y aun así la rabia que empezaba a llenaba su ser era incontrolable.

Rin soltó a las niñas, que entendieron y salieron corriendo hacia Kagura.

-Me importa un carajo.

Silencio.

-¿Qué?

Rin se encogió de hombros mientras la miraba.

-Estoy cansada de ti. No me importa si te crees mejor que yo porque tuve hijos fuera del matrimonio. Al menos sé que soy mejor que tu, porque yo no le daría la espalda a mis bebés. Al menos se que si se equivocan, es porque soy una madre horrible.

La mujer pareció rabiar por sus palabras, porque se acercó a zancadas con la mano alzada, y lista para arremeter contra ella.

Rin la detuvo con unos reflejos que hasta la sorprendieron a ella misma. Arrojo la delgada muñeca de la mujer lejos de ella, haciéndola trastabillar hasta los brazos de su padre. El hombre la miraba con una furia que le helo todo el cuerpo.

-Vete.

Rin se irguió en toda su altura y se dio la vuelta para irse. No iba a llorar, ellos no lo valían.

-¡Te arrepentirás por esto! –La voz de su madre resonó por todo el lugar. Habían llamado la atención de todos alrededor. Estaban haciendo una escena para que todos las vieran. Quería quedar como la pobre madre abnegada, ¿No?

Bien, si lo que quería era atención...

Rin se dio la vuelta, inhaló profundamente antes de gritar. -¡De lo único de lo que me arrepiento es de ser tu hija!

Y con eso, corrió al auto de Kohaku, abrazó a sus hijas con fuerza mientras se alejaban.

Kagura se había sentado con ella y la abrazaba, consolándola.

-Fuiste muy valiente.

Rin asintió, besando a sus hijas en la frente y murmurándoles lo mucho que las amaba.

Esto estaba bien. No necesitaba que sus padres aprobaran todas sus elecciones de vida para que la amaran. No importaba en lo absoluto. Ya podía dejar ir el estúpido pensamiento de que sus padres algún día querrían ver a sus nietas o ser parte de su vida.

Se consoló al pensar que al menos había podido despedirse de su hermano.

. . .

La ropa estaba doblada y guardada. Los libros guardados en cajas. En ambos trabajos le habían dado una liquidación decente para que pudiera preparar todo.

Arreglar las cosas en la Universidad y con la VISA fue un calvario, pero con ayuda de Kagura y Kohaku, en menos de lo que esperaba tenía todos los papeles arreglados.

Habían decidido que las niñas dormirían los últimos días en la mansión del padre Kagura, mientras se empacaban las cosas del departamento, y arreglaban todo. La anciana Kaede y todos sus vecinos ya se habían despedido de las 3 el día anterior. Habían hecho una gran fiesta y les desearon lo mejor.

Agradeció todo el apoyo con la sonrisa más sincera que pudo darles, y comió pastel y hamburguesas.

No comía tanto como debería, pero al menos algo caía en su estomago de vez en cuando.

La verdad se alegraba mucho de poder irse, últimamente mencionaban de gente extraña merodeando el área y se sospechaba que alguien del Crimen Organizado viviera cerca o algo sobre trata de personas.

Sus hijas no iban a estar cerca de aquí un segundo más, no señor.

Miró la vacía sala, ahora llena de cajas, la cocina limpia, el baño sin una sola mota de polvo y su habitación sin nada más que la cama y los pocos muebles que venían con el departamento.

El padre de Kagura le había dicho que podían quedarse en su casa de Inglaterra mientras estudiaba, así que ya no tendría que preocuparse más por la renta. También había ido a algunas entrevistas On-line y consiguió un trabajo desde casa de una empresa muy prestigiosa.

Kohaku le menciono que su hermana mayor vivía por esa zona junto con su familia, así que si necesitaba cualquier cosa podía pedirles ayuda, además de que le prometió ir a visitarlas en cuanto le fuera posible.

Todo estaba arreglado. Dentro de nada estaría en un avión en dirección al otro lado del Charco, y se olvidaría de todo lo que había sufrido en los últimos años.

Y aun así, seguía sintiendo esa punzada en su pecho.

Kagura no la había querido dejar sola, pero Rin le dijo que no necesitaba niñera, y prometió no hacer nada estúpido. Así que con renuencia la oji roja aceptó.

Se sentó en el suelo del pasillo mientras veía las marcas de crecimiento de las niñas que había echo en la puerta de su cuarto.

Las manchas imborrables que quedaron en las paredes o la marca de los pequeños futones donde durmieron durante estos tres años.

La nostalgia la llenó por completo.

Recordar que había llegado con dos bebés de un año que lloraban, babeaban, le jalaban el pelo y no la dejaban dormir ni una miserable hora era casi aterrador, pero también sabía que lo repetiría de nuevo si le dieran la oportunidad.

Muchas de sus fotos se habían perdido, e incluso las pulseras de las niñas ya no estaban por ningún lado, pero no importaba ya. Aun eran pequeñas y podían construir nuevos recuerdos juntas.

Solo las tres.

Sacó su teléfono y miró la foto de pantalla. Towa y Setsuna dormían en el césped del parque y lucían tan adorables que no había podido resistirse.

Se mordió el labio, mientras buscaba una carpeta de fotos en especial, que estaba celosamente guardada entre todas las demás de su teléfono inteligente.

El corazón siempre le dolía cuando las veía.

Sesshomaru durmiendo en la cama con las niñas abrazándolo a la hora de la siesta. Sesshomaru contándoles un cuento antes de dormir. Sesshomaru peleando con Setsuna para que se comiera sus verduras. Sesshomaru llevando a Setsuna sobre sus hombros cuando iban al Centro Comercial. Sesshomaru cargando a Towa como un costal cuando estaban en la librería Infantil. Sesshomaru regalándole un globo a las gemelas. Una selfie improvisada de los 4 en el departamento cuando lo atraparon desprevenido.

Siempre había tratado de borrarlas, pero cuando le llegaba la leyenda de "¿Está seguro de querer borrar este archivo?", algo se lo impedía. Podían llamarle cobarde, pero simplemente no podía.

Volvió a mirar su frio departamento, antes de salir del Almacenamiento y abrir la app de Contactos, se deslizo por cada nombre hasta detenerse en el que estaba buscando. Le faltaba algo que hacer y no quería dejar nada pendiente.

Sus dedos temblaron mientras presionaba el botón de marcar.

Acercó el auricular a su oído. Uno. Dos. Tres.

Contestaron al cuarto.

-¿Hola?

-Hola, señor Jaken.

Hubo silencio en la línea. -¿Mocosa? ¿Eres tú?

-Sí, jejejeje, cuánto tiempo. –Muy bien, no había sido su mejor idea, pero, esto era algo importante.

-¡¿Paso algo?! ¡¿Las niñas están bien?! ¡¿Les duele algo?!

-No, no. Las niñas están perfectamente. –Casi se rio al oírlo suspirar del alivio.

-¡No me asustes, mocosa! ¡Pensé que algo grave les había sucedido! No juegues con los sentimientos de este anciano de esta manera.

Rin sonrió levemente. –Lo siento, señor Jaken, no quería asustarlo.

-Bueno, entonces, ¿Qué quieres? Estoy bastante ocupado y yo...

-¿Puedo pedirle un favor?

Silencio.

-¿Qué sucede, Rin?

Rin se mordió el pulgar. –Me voy a mudar.

Otro silencio.

-¿A dónde mocosa?

-Inglaterra.

-...

-...

-¿Necesitas algo?

-Sí... El... –Se aclaró la garganta, tragándose el nudo que se formaba en su garganta. –El señor Sesshomaru tiene una copia de la llave de mi casa. ¿Podría decirle que se la devuelva a mi casero?, no quiero meterme en problemas con él.

-Claro... Le diré en cuanto tenga tiempo, está demasiado ocupado con... –Se calló de golpe.

-Lo sé, salió en todos lados. Me alegro por él. –Jamás se había sentido una peor mentirosa.

-Rin...

-Señor Jaken.

Otro silencio.

-¿Dime, mocosa?

Rin abrazó sus piernas antes de cerrar los ojos. –Solo... –Suspiró. –Nada, buenas noches.

Colgó antes de que le respondieran algo.

Ni siquiera lloró. Había llorado tanto los pasados días que ya ahora no tenía sentido.

Era suficiente humillación para ella.

Puso una canción mientras se quedaba dormida viendo las fotos de nuevo. Algún día podría borrarlas sin importarle lo demás.

Pero no hoy.

. . .

El aeropuerto era enorme. Había gente de todos los tamaños, formas y colores, algunos con caras de entusiasmo, otros con seriedad, pero la de la mayoría eran de alegría por volver a ver a sus familiares.

Pero nunca notó antes que había gente llorando y despidiéndose. Nunca notó la gente solitaria que iba perdida en sus pensamientos.

Bajó la mirada a las pequeñas que miraban todo con curiosidad en sus enormes ojitos de cachorrito. Miró atrás. Kagura peleaba de nuevo con Kohaku por alguna razón. Jakotsu se acercó a abrazarla y llorar mientras suplicaba que lo llamaran todos los días y que le enviara fotos de las niñas. Bankotsu le dio algunos nombres de lugares abandonados y prometió que pronto irían visitarlas. El padre de Kagura, Kagewaki, le dijo que una limusina estaría esperándolas apenas llegaran y que no se fueran con nadie más y que el día anterior ya se habían encargado de arreglar su casa para que la ocuparan inmediatamente.

Kaede, Jinenji y la madre del muchacho habían ido a despedirse de ellas también. Las niñas lloraron mientras abrazaban a la primera.

Despedirse de este lugar, donde ella y sus hijas habían vivido y crecido, donde estaban todos los que amaban, y todos los que consideraba su familia, era lo más doloroso que podía hacer.

Kohaku la abrazó. Rin le correspondió.

-Iré a verlas pronto. –Prometió en su oído.

Rin sonrió y le beso la mejilla con dulzura. –No sé qué haría sin ti.

Kohaku le sostuvo la muñeca antes de que se alejara y posó sus labios sobre los suyos en un corto y tierno beso.

Rin se quedo paralizada, al igual que los demás.

Al separarse, Kohaku le sonrió con tristeza antes de retroceder un paso. Ella no sabía que decir. No creyó que él... Tuviera esos sentimientos hacia ella.

-Yo...

Kohaku negó. –No estoy esperando nada... Solo quería que lo supieras.

Rin lo volvió a abrazar. ¿Por qué no podía enamorarse de un joven dulce, cariñoso y atento como Kohaku?

Kohaku le dio unas palmaditas en la espalda. Era injusto. Ella no quería lastimarlo, él era su mejor amigo.

-Oye, no llores. Estoy seguro que no soy tan malo besando.

Rin se rió ligeramente antes de separarse.

-Lo siento.

Kohaku le dio un golpecito en la nariz antes de sonreírle.

-Rin, esa es nuestra llamada. –Kagura le jaló la manga.

Rin se sobresaltó antes de cargar a las niñas y correr hacia a la puerta de acceso.

Antes de entrar, volteo nuevamente. Alzó la mano, despidiéndose de todos los que allí estaban para recordarle que siempre tendría un lugar al cual volver si lo necesitaba.

Subió al avión. Towa y Kagura estaban sentadas detrás de ella y Setsuna. Habían decidido que se sentarían de esta manera para que así ninguna se sintiera sola, y Kagura le ayudaría cuidando a una.

Towa tocaba todos los botones que alcanzaba mientras Kagura se ponía cómoda y se ponía un antifaz para dormir un rato.

Setsuna en cambio miraba a su madre con receló y la ignoraba cuando trataba de sacarle platica. Muy bien, el pequeño enamoramiento que su bebé tenia hacia Kohaku la estaba preocupando un poco.

Suspiro mientras miraba por la ventanilla. Setsuna estaba de ese lado, pero como era tan pequeña, podía ver perfectamente hacia fuera en la ventana. Ojala a su bebé no le diera miedo el despegue, porque ella estaba muy nerviosa, no por la altura, pero si por llegar a un lugar nuevo, lleno de gente que no conocía.

Se sobresaltó cuando alguien se sentó a su lado.

Lo reconoció al instante: Era el señor Kirinmaru. Era imposible olvidar unos ojos verdes tan hermosos o un cabello rojo tan particular.

-Vaya, esto sí que es una sorpresa. –Le dijo el apuesto hombre con una sonrisa de dientes blancos perfectos.

-Señor Kirinmaru. –Rin murmuró sorprendida. -¿Qué...? ¿Usted también va a Inglaterra?

El hombre le sonrió de una manera que solo podía describirse como resplandeciente.

-Soy originario del lugar, en realidad. Mis negocios terminaron aquí, así que voy de regreso a mi lugar natal.

-Vaya. Eso suena tan hermoso. –Sonrió. -¿Viene solo o...?

-No, me acompaña mi hijo. –Dijo señalando hacia atrás.

Rin se asomó para ver a un lindo niño pelirrojo de ojos verdes hablando con Towa mientras esta le daba una de sus manzanas.

-Vaya, es idéntico a usted. –Rin dijo cuando volvió a ver al pelirrojo.

-Lo sé. –Dijo con sus ojos ahora fijos en algo detrás de ella. -¿Me imagino que ella es su hermana?

Rin parpadeó, antes de mirar a Setsuna que parecía mirar con receló al pelirrojo. –Oh, ella es mi hija Setsuna, mi otra hija es Towa que está allá atrás.

La sorpresa no era de esperar, porque nadie se lo creía al principio, menos cuando decía que Towa y Setsuna eran gemelas.

-Ya veo. –Murmuró con sorpresa antes de mirar de nuevo a Rin. –Veo que la belleza se hereda.

Rin se rió nerviosa, mientras trataba de restarle importancia. –Pero que cosas dice.

El altavoz con la voz del piloto se oyó por los altavoces y Rin tuvo que sentarse correctamente con Setsuna. Le iba a decir a Kagura que hiciera lo mismo con Towa, pero ella ya estaba despierta y miraba al señor Kirinmaru con recelo.

Rin no entendía el porqué.

-Dile adiós a casa, Setsuna. –Dijo asomándose por la ventana y sacudiendo la mano. Escuchó a Towa decirlo en voz muy alta, mientras estiraba su mano. Setsuna lo hizo con timidez.

Cuando el avión alzó el vuelo: Setsuna gritó, Towa rió, y Rin cerró los ojos, aferrándose a los puños del asiento.

Más tarde, para su mortificación, notó que no había agarrado un puño del asiento sino, la mano de Kirinmaru.

Y este le devolvía el apretón con una sonrisa agradable.