Capitulo 24. "La Verdad. Parte 2".
Kagome estaba nerviosa. Recogía flores en el amplio y precioso jardín de la mansión de sus suegros, mientras miraba a los empleados trabajar.
Siempre se había considerado una buena persona, así que las miradas hostiles y poco halagadoras que recibía de los empleados la ponían... Un poco incomoda.
Decidió ignorarlo, como siempre lo hacía, antes de ponerse de pie con el precioso ramo de flores blancas, y entrar a la casa.
Miró el lugar que había sido su hogar por más de 11 años y aún así seguía sintiéndose como una intrusa. Si no fuera por su marido y su preciosa niña, se hubiera ido hace mucho de regreso con su familia.
Camino por los largos y estrechos pasillos de la casa, sintiéndose incómoda por todas las miradas recelosas de las mucamas, pero ella alzó la barbilla con orgullo, no dejándose intimidar por nadie.
Tocó a la puerta un par de veces antes de entrar a la habitación.
-Buenos días. –Dijo risueña antes de dejar el ramo de flores en uno de los floreros que se veía caro y antiguo, como todo en esta casa. –Hace un hermoso día, ¿No quisiera abrir los ojos y verlo? –Pregunto antes de abrir las cortinas para que la luz del sol entrará y los rayos tocaran la cara del ocupante de la cama.
Su suegro se veía tan pacífico, aun con todos los cables conectados a su cuerpo.
Se acerco a la tabla donde estaban escritos todos los registros de la noche y se puso a checar los medicamentos y el funcionamiento del respirador.
No había un progreso aún.
Suspiró con tristeza mientras escribía algunas indicaciones sobre los medicamentos que debían administrarle, los ejercicios que su fisioterapeuta debía hacerle y el chequeo que haría en unas horas.
Su suegro había tenido un horrible accidente de coche cuando regresaba del trabajo, y en vez de llevarlo a un hospital, ya que estaba muy lejos de su ubicación, decidieron acomodar una de las habitaciones y prepararla para atenderlo desde casa.
Era increíble lo que el dinero podía hacer si se tenía el suficiente, y muchas influencias.
La señora Irasue había instalado un cuarto que hacia la función de un Quirófano, y al lado había una pequeña habitación donde estaban todos los utensilios que necesitaría, desde el Uniforme hasta equipo médico de primera categoría.
Ella se había graduado con Honores de la carrera de Medicina y escogió Cirugía General como especialidad. Sin embargo, después de casarse con Inuyasha, y mucho tiempo después, tener a Moroha, decidió que no sería como esas mujeres que trabajaban demasiado y nunca veían a su familia.
Muchos pensaron que ella estaba loca, pero con apoyo de su esposo y suegro, abrieron una pequeña clínica cercana donde ella iría a trabajar y ayudaría a la gente de los alrededores, que vivía demasiado lejos de la ciudad como para trasladarse. No ganaría ningún premio a la medicina, ni tampoco ganaba una cantidad escandalosa de dinero, pero ella no se había dedicado a esto porque fuera ambiciosa. Ella había estudiado medicina para ayudar a la gente, curar a los que lo necesitaran.
Ahora, había sido capaz de demostrar lo útil que había sido su pequeña clínica.
Sin embargo, pese a sus mejores esfuerzos, fue capaz de salvarle la vida, pero su suegro había entrado en un coma grave.
Sentía que todos la culpaban por ello.
Era estúpido e irracional, pero no podía quitarse ese pensamiento.
La puerta se abrió. Se giró para encontrar a su cuñado entrando.
Miró al hombre con un poco de preocupación, observando su postura recta, la tensión de su mandíbula y la vibra de alejamiento que irradiaba.
-Buenos días, cuñado. –Kagome le sonrió de manera amable, pero la cara del hombre se torció en una mueca fría y para nada divertida.
Casi sintió ganas de reír, pero resistió la diversión para sí misma. No era el momento ni el lugar para tratar de ser graciosa. Ella no creía que fuera gran problema señalar su parentesco político con Sesshomaru, pero últimamente él hombre había estado extrañamente irritado por la simple vista de ella e Inuyasha abrazados en el sofá mientras veían una película con Moroha hace varios días, como si fuera una ofensa personal hacia él.
Había sido extraño. A pesar de que casi no lo había tratado más allá del día de su boda con Inuyasha, el nacimiento de Moroha y la vez que fue con aquellas adorables criaturitas y su novia, él normalmente no era alérgico a la felicidad de las personas.
Kagome esperaba que el mal humor de Sesshomaru no tuviera nada que ver con ella por no haber podido salvar a su padre, pero probablemente sí.
Solo podía imaginar cómo se veían las cosas para él: Ahora sin su padre al mando de la empresa, Sesshomaru iba a tomar su lugar y a casarse con Zero.
Esto último era algo de lo que ella no estaba segura de que pensar. Sabía que Sesshomaru no estaba familiarizado acerca de la manera de dirigir una empresa, y que era el peor compromiso fóbico que había conocido en su vida, pero se sentía rara por eso, y culpable por darle a Sesshomaru aquella carga.
Sesshomaru no parecía querer admitir que era un sacrificio de su parte, pero eso no quería decir no lo fuera. Zero nunca sería la elección de Sesshomaru si le dieran una opción. Kagome se preguntó si esa sería la razón del mal humor de Sesshomaru. Si lo fuera, Kagome difícilmente podría culparlo de estar de esta manera.
Sesshomaru le hizo una ligera inclinación mientras acercaba una silla, se sentaba en ella y tomaba el libro que estaba encima de la cómoda. Empezó a leer en voz alta, fingiendo que ella no estaba ahí.
Kagome frunció el seño, mirando a su cuñado pensativamente. Había algo casi frágil en Sesshomaru en ese momento, como si estuviera tan apretado que estuviera a punto de romperse. Parecía estresado, mucho más estresado de lo que normalmente estaba. Fue extraño.
Kagome no podía recordar, en todo el tiempo que llevaba en la casa de sus padres, que el hombre se viera todo menos imperturbable, a pesar de la insana presión sobre él o la cantidad de trabajo que ahora tenía. ¿Qué le pasaba?
Kagome hizo una mueca cuando Irasue entro a la recamará. Se detuvo al verla, y miró a Sesshomaru, que seguía imperturbable con su lectura, como si no la hubiera visto entrar. Claro que sabía que ella estaba ahí, siempre lo sabía. Solo fingía. Era obvio que eligió ignorarla.
Irasue también ignoro a su hijo y le pregunto por el estado de su marido.
La mujer no había sido exactamente cálida y amistosa en todo el tiempo que la había conocido. Pero ahora, después de que intervino a su suegro, había sido perfectamente educada, pero había sido tan extremadamente fría con Kagome que probablemente hubiera sido preferible una grosería absoluta.
Después de terminar con su chequeo, hizo una reverencia y huyó de la recamara, lo más rápido que pudo.
Uno de ellos era suficiente.
Dos era insoportable.
Suspirando, caminó en busca de su hija y su marido.
Los encontró discutiendo en la sala, peleando por algo en la televisión. Una vena le saltó de la frente cuando Inuyasha provocaba a su bebé con sonrisas burlonas, mientras la niña gritaba y chillaba diciéndole tonto a su papá.
5 segundos después, Inuyasha estaba de cara en el suelo y Kagome estaba sentada con Moroha sobre sus piernas, viendo una película. No le gustaba que su esposo hiciera cosas tan infantiles como pelearse con la niña.
Le parecía demasiado ridículo.
Sintió que se sentaban a su lado, y miró a Inuyasha que miraba la pantalla, y a su hija de reojo, con el seño fruncido.
Suspiró, pero soltó una carcajada antes de inclinarse y besarlo. Su esposo le correspondió casi al instante. Toda esta animosidad y frialdad en la casa valían la pena si lo tenía a su lado. Ojala Izayoi pensara lo mismo.
Hizo una mueca al pensar en la señora Izayoi.
La mujer había estado encerrada en su cuarto desde el accidente, apenas salía de su cuarto, y todas las noches iba a cuidar al señor Touga, cuando nadie más podía verla.
Entendía a la perfección. Si algo así le hubiera pasado a su esposo, ella no sabría que hacer, Moroha estaría a su lado siempre, pero estaba segura que jamás volvería a enamorarse si perdiera a su marido.
Debería ser horrible perder a la persona que amabas.
-¿Dónde está ese idiota? –Preguntó su marido a media película. Kagome le lanzó una mirada fulminante, tanto por decir una mala palabra frente a su hija, como por llamar a su hermano de esa manera. Él fingió no notarlo, por supuesto. –Ya llegaron las invitaciones de su boda y tiene que verificarlas.
-Deja de burlarte de él. –Lo reprendió. –Es tu hermano.
-Medio hermano. –Gruñó Inuyasha antes de acostarse en su hombro. –No es nada que no supiéramos que pasaría. Lo que me sorprende es que tardara tanto en aceptarlo, él solo es un necio.
Kagome lo miró preocupada. Puede que Inuyasha no quisiera explícitamente estar a cargo de la compañía de su padre, pero se había echo una buena imagen de si mismo pensando en que era más que bueno en su trabajo. Lo conocía bien, en el fondo, había estado orgulloso de tener un puesto tan importante y de que se le confiara una responsabilidad tan grande para llevar a su familia a una mejor posición.
-No te envenenes la mente, Inuyasha.
Su esposo fingió ignorarla.
En ese momento, Sesshomaru pasó por la puerta abierta del estudio. Se detuvo, mirándolos un momento antes de fruncir el seño y seguir su camino.
Inuyasha aprovechó para ponerse de pie de un brinco para seguirlo rápidamente, tomando un enorme y pesado paquete que estaba sobre uno de los muebles.
Kagome y Moroha, ignorando la película que seguía en reproducción, lo siguieron curiosas de lo que iba a hacer. No creían que fuera algo bueno. Si juntaban a estos dos en la misma casa, siempre era augurio de una pelea aproximándose. No era una buena señal que Inuyasha fuera hacia Sesshomaru con una sonrisa burlona y maliciosa.
-¡Oye, idiota! ¡Finalmente llegaron las invitaciones de tu boda! –Dijo, acercándose al mayor mientras abría la caja con un montón de sobres blancos. –Ahora ya es oficial, y estarás amarrado para siempre, imbécil. Pobre mujer, tendrá que aguantarte el resto de su vida. –Sus dientes brillaban por la gran sonrisa que tenía en la cara.
Delante de ellos, vio que los hombros de Sesshomaru se tensaban. No era muy obvio, pero Kagome se dio cuenta, y se preguntó al respecto.
-No entiendo porque quieren que se case con esa señora con cabeza de ajo. –Dijo Moroha a su lado con las manos cruzadas tras su pequeña nuca. –Es muy gruñona y amargada, nunca sonríe y siempre me trata como si ella fuera mejor que yo. –Hizo una mueca. –No sé porque no te casaste mejor con esa señora que vino con esas niñas. –Los ojitos de Moroha se entristecieron, pero casi de inmediato se reemplazaron por otra cosa. -¡Olvídalo! ¡Así yo tendré todos los dulces que quiera! –Soltó una carcajada que debió ser macabra en su mente infantil, por que puso las manos sobre sus caderas mientras reía, pero la realidad es que no se veía para nada amenazante.
Kagome iba a regañarla por hablar así de las personas, pero notó que la espalda de Sesshomaru estaba absolutamente rígida por la tensión.
En ese momento, escucharon una voz en una de las habitaciones y Sesshomaru se acercó a esta, sin decirles ni una palabra.
-Hay algo raro en él. –Murmuró Inuyasha al oído de su esposa. –Él parece realmente en el borde, pero no me ha respondido nada.
Kagome asintió, frunciendo el seño. Si incluso Inuyasha, que era terrible juzgando el carácter y las emociones de la gente, lo notó, algo estaba realmente mal.
Miró a Sesshomaru con cuidado mientras este abría la puerta del salón y escucharon más claramente la voz de Zero.
-...Sí, es terrible. Y la casa es todavía peor, una verdadera pocilga. Sí, lleno de mugre y cucarachas... Asqueroso, no sé cómo pueden vivir allí.
Kagome no sabía de lo que esta mujer hablaba, en este lugar no había ni siquiera una mota de polvo en el ático de la casa, porque siempre había alguien limpiando y ocupándose de que todo estuviera en orden.
-Por eso creo que es mi deber moral reportarlo. No es posible que dos niñas pequeñas vivan en semejantes condiciones... Sí, el mejor orfanato que pueda conseguir, alguno lejos de aquí para que esa horrible mujer no les siga haciendo daño... ¿La dirección? Sí, ¿Tienes donde apuntar?
Antes de que pudiera entender de lo que estaba hablando, Sesshomaru cruzó el cuarto y le arrebató bruscamente el teléfono antes de tirarlo al suelo y romperlo de un gran pisotón.
La cara de Zero era de terror absoluto.
No podía ver la cara de Sesshomaru, pero el aura asesina que salía de su cuerpo la hacía sentir en peligro aunque ella estuviera al otro lado de la habitación y no era el objeto de su ira. Casi sentía pena por la señorita Zero.
Casi.
Moroha se escondió detrás de su madre y miró asustada a su tío. No podía culparla, el ambiente también le causaba escalofríos.
Inuyasha se acercó rápidamente y lo sostuvo por el hombro.
Kagome suspiró, Inuyasha estaba en contra de dañar a una mujer, por más malvada que esta fuera.
-Vete. –Inuyasha le gruñó a Zero, que no se había movido desde que Sesshomaru se paró frente a ella.
Asintiendo bruscamente, se alejó e iba a salir por la puerta cuando se escuchó:
-Tu gente no se les va a acercar. A menos que quieras que la prensa se entere de porque tiene que intervenir nuestras familias en la transferencia de custodia de dos niñas pequeñas.
La piel de la mujer se erizo. La voz de Sesshomaru era tan fría que podría cortar el hielo.
La mujer respiro hondamente, tratando de no lucir perturbada, y salió de la sala con la barbilla en alto.
Moroha le enseñó la lengua mientras la señora salía. Kagome fingió no haberla visto.
En cambio, su mirada se fijó en su esposo, que parecía mirar a su hermano como si le hubiera salido una segunda cabeza. Aunque Zero era una mujer con una actitud malcriada y arrogante, con una lengua afilada y una actitud de lo peor, Kagome no había visto a Sesshomaru levantar una ceja ante su comportamiento. Sesshomaru generalmente ignoraba por completo a la mujer la mayor parte del tiempo, como si no la considerará digna de su atención. Era extraño que Sesshomaru se estuviera poniendo tan serio por una llamada hecha para perjudicar a alguien.
Pero, de nuevo, pensó Kagome, recordando la extraña tensión en la que había estado pensando, tal vez no era tan raro, después de todo.
Sesshomaru había estado irritable últimamente, así que, probablemente estos eran los últimos restos de su autocontrol. Zero probablemente solo era una salida conveniente para su frustración, aunque nunca la agredió físicamente.
Bueno, en realidad, ni siquiera le había tomado la mano, o dado un beso, o cualquier otra cosa.
Kagome hizo una mueca. En este punto, Sesshomaru estaría más que dispuesto a atacar a cualquiera que se le acercará, aunque fuese solo un poco.
Sesshomaru se giró de manera impecable, y todos retrocedieron un paso.
Sesshomaru camino hacia Inuyasha, le arrebató la caja que aun llevaba en las manos y salió de la habitación en silencio.
Cuando los pasos se dejaron de escuchar, Inuyasha se asomó por la puerta antes de respirar aliviado. –Ya se fue.
Kagome y Moroha salieron rápidamente, ordenándole a una de las criadas que arreglara ese desorden.
-Creo que sería una muy buena idea el pensar en mudarnos a un departamento en la ciudad... O a África. –Dijo Inuyasha fingiendo que no lo había asustado la mirada de su hermano.
Kagome lo miró con curiosidad. Sí, él le daba un poco de miedo, pero no creía que se pusiera violento con ellos... Todavía no.
-¿Qué hiciste, tonto? –Le preguntó con su mirada más seria y su tono más severo.
El hombre adulto, que supuestamente era, tembló mientras tragaba saliva y hacia un gesto nervioso con la mano.
-Bueno, am. –Rió nervioso. –Digamos que... Es posible que... Yo... Haya... –Murmuró algo casi inentendible.
-¡Inuyasha!
-¡Bien! Puse como una pequeña broma la invitación de la chica que trajo la otra vez entre las invitaciones de la boda, ¡Feliz!
Un segundo pasó.
-¡¿ESTÁS COMPLETAMENTE LOCO?! –Si Sesshomaru había dado miedo, ella le iba a causar pesadillas los siguientes años. -¡Dime que no lo hiciste!
-¡Oye! Él nos la hizo cuando íbamos a casarnos, ¡¿Recuerdas?!
Kagome guardó silencio. Claro que lo recordaba. El día que recibieron de la imprenta las preciosas invitaciones para su tan ansiada boda, había estado deslumbrante, emocionada con sus amigas mientras verían cuales serian enviadas por correo y cuales serian entregadas personalmente.
Se paralizó cuando entre ellas, el nombre de la antigua novia de Inuyasha apareció. Kikyo.
Había sido el primer amor de Inuyasha, habían compartido desde la primera infancia hermosos recuerdos, e incluso el muy idiota había dudado de sus sentimientos hacia ella cuando la mujer regreso de estudiar en el extranjero luego de dos años.
Al final, la hermosa mujer fue aceptada en un prestigioso hospital en otro país, y les deseo lo mejor con una sonrisa.
Ver ese nombre entre las invitaciones no solo la convirtió en un mar de llanto, lo que provoco que por poco asesinará al novio cuando lo tuvo al frente, al igual que por su enfado extremo había cancelado la boda y casi provocó que cayera en los brazos de su más antiguo pretendiente, Koga.
El joven de ojos azules, cabello negro, y sonrisa lobuna, siempre había sido muy bueno con ella, la había cortejado de forma muy cortes, amable, deseando que la aceptara. Ella nunca le dio alas, siempre dejando en claro que eran amigos, pero ese día había estado tan sensible que por poco lo había besado.
Cuando Inuyasha se entero, fue a golpearlo, se dijeron cosas horribles y en general no se vieron durante todo el mes que siguió.
Hasta que él apareció en la puerta de su casa con un ramo de flores, diciendo bruscamente que no iba a irse hasta que hablaran.
Cuando todo fue sacado a la luz, Inuyasha le dijo que él no había invitado a Kikyo, y que sus padres sabían que no sería conveniente que ella estuviera en la boda.
Además la mujer se había casado y estaba de luna miel en ese entonces, así que además no iría aunque la hubieran invitado.
Se molesto un poco de que supiera donde estaba su ex novia, pero Inuyasha fue tan lindo y comprensivo, incluso decidido a cancelar la boda hasta que ella recuperará su confianza en él, lo había perdonado y se casaron el día pactado, con la mayor de las alegrías en todo su ser.
Ese día también se enteraron que fue Sesshomaru que había echo aquella "pequeña" broma.
Inuyasha no le rompió la cara, probablemente porque no quería arruinar el día más feliz de sus vidas armando un escándalo frente a todos sus amigos, familiares, miembros de la alta sociedad y de la prensa.
Pero cuando todo termino y ellos volvieron de su luna de Miel, Sesshomaru obviamente ya no estaba, y se había ido del país, ya que le habían ofrecido realizar su doctorado en otro país, según tenía entendido, y desde entonces no lo habían vuelto a ver más que en el nacimiento de Moroha.
Así que, según entendía, ahora que prácticamente volvió a vivir en casa de sus padres, Inuyasha apenas pudo desquitarse con él.
Pero por Kami-sama, si sus sospechas eran ciertas, Sesshomaru despellejaría vivo al tarado de su marido.
-En serio, anciano, a veces me pregunto donde es que dejaron tu cerebro cuando no fuiste por el que te tocaba en la repartición. –Moroha miraba a su papá de la forma en que se miraba a un idiota.
-¡¿Qué dijiste, enana?!
-¡No me llames enana!
-¡Pues no me llames anciano!
Kagome los miró lúgubremente. ¿Cómo rayos podía amar a un hombre tan tonto e infantil?
Suspiró. ¿A quien quería engañar? Estaba segura de que no volvería a enamorarse de nadie más si algún día Inuyasha no estuviera a su lado. Tendría a Moroha, por supuesto... Pero cuando ella hubiera formado su propia familia, o simplemente se independizara, ella estaría sola...
No quería saber cómo sería la vida sin su amado Inuyasha.
Y muy pronto lo iba a descubrir si no solucionaba el GRAN problema que el baboso de su marido había causado.
-¿Por qué hiciste eso? –Dijo Kagome, interrumpiendo la "madura" pelea entre su hija y su marido. –Él no está como para que lo provoques ahora. ¿No podrías ser un poco más comprensivo y tratar de hablar con él en vez de molestarlo más?
Inuyasha y Moroha la miraron fijamente y luego el uno al otro. Luego volvieron a mirarla. -¿Por qué lo haría? –Dijeron al unisonó.
Oh, por Kami-sama, ¡Estos dos estaban en una competencia para ver quién iba a sacarle canas primero!
. . .
Sesshomaru entró en su despacho con la mandíbula apretada y dejo el estúpido paquete sobre el escritorio.
Inuyasha era un completo imbécil.
Miró su teléfono lleno de llamadas perdidas de Koga, y su bandeja de entrada estaba llena de los correos de la Universidad del trabajo que tenia que realizar.
Esta era una jodida situación.
Miró el paquete en su escritorio y gruñó. Si Inuyasha estaba tan ansioso por dárselos, era porque el muy imbécil había hecho algo.
No tenía tiempo para sus tonterías.
Siguió revisando los informes y las cuentas que le habían dado desde hace días. Él era perfectamente capaz de solucionar problemas y conflictos que a muchas personas les quitaría el sueño, pero él no tenía una maldita idea de cómo ser el CEO de una empresa, por mucho que fuese la suya.
Después de dos horas, hizo a un lado los papeles y se frotó las sienes, disgustado. El maldito dolor de cabeza no se le quitaba. Miró de nuevo el paquete y se puso de pie, decidido a terminar de una vez con la broma.
Estaba llena de cartas blancas con relieve y una caligrafía perfecta.
Revisó todas tratando de encontrar el sentido de esto. No era explícitamente su obligación a quien invitar y a quien no... Si fuera por él, seria en el maldito registro civil para acabar de una vez por todas con esto.
Se detuvo casi a la mitad.
Las cartas en sus manos cayeron al piso.
Recogió la tarjeta con un nudo en el estomago.
"Le Invitamos al evento que tendrá Lugar el 12 de Septiembre del Presente año para celebrar la ocasión del Matrimonio de Lord Sesshomaru Taisho con Lady Zero Azuma..."
Sesshomaru miró fijamente la tarjeta, la invitación de boda. No era muy diferente a las que había visto anteriormente. La miro, al nombre de Rin en el lugar equivocado, antes de aplastarla con el puño.
El imbécil iba a pagárselo muy caro cuando le pusiera las manos encima.
Escuchó un carraspeo detrás de él. Miró a Jaken sobre el hombro, que lo miraba cauteloso.
-¿Permiso para hablar libremente, amo? –Dijo Jaken, luciendo incomodo.
-Denegado. –Dijo Sesshomaru, caminando hacia el bar de la casa y sirviéndose una bebida.
La tomo de un tragó. El alcohol le quemo la garganta cuando bajo, pero no hizo nada para borrar la sensación de tensión en ella.
Jaken seguía mirándolo desde la puerta en silencio.
Suspiro con fastidio. Se sirvió otro trago y se decidió a escuchar lo que su sirviente más leal tenía que decirle, de todas las personas.
-Habla.
Jaken se sobresalto y pareció nervioso, antes de aclararse la garganta y decir.
-Debe estar bastante aliviado, Amo Sesshomaru. –Dijo Jaken después de recobrar la compostura.
-¿Perdón? –Sesshomaru apartó la vista del vaso de whiskey que estaba bebiendo.
El anciano aclaró.
-La... Situación actual debe haber sido incomoda para usted: Estar tan cerca de casarse y tomar el control de la empresa de su padre en vez de su hermano. Debe sentirse aliviado de que la señorita Rin y sus hijas se mudaran a otro país.
Sesshomaru lo miró fijamente.
-¿Qué?
Jaken frunció el seño. -¿No ha contestado sus mensajes? La señorita Rin me llamó hace un momento, pidiéndome que le dijera a usted que por favor le devolviera la llave de su casa. Según los rumores, va a mudarse a Inglaterra para comenzar sus estudios allá.
Sesshomaru miró de nuevo a su vaso, mirando fijamente el contenido que aún le quedaba.
Sin decir una palabra, volvió a tomarse de un tragó el contenido antes de dirigirse a su despacho.
Cuando Jaken no lo siguió, Sesshomaru se quedó muy quieto, con las manos sobre su escritorio.
En el silencio absoluto de la habitación, sin nada que lo distrajera, finalmente tuvo que aceptar algo que había estado negando durante años.
La gente decía que un gran poder conllevaba a una gran responsabilidad. No estaban equivocados.
Siempre se había enorgullecido de ser lo suficientemente justo y sensato como para no usar su posición y contactos de manera imprudente. Había alumnos que realmente lo habían exasperado y sentía la necesidad de sacarlos de su vida, nunca había dado una calificación aprobatoria o reprobatoria a alguien que no se la mereciese.
Pero ahora, ahora tenía que admitir que era absolutamente tentador entrar al sistema de la Universidad con su clave de profesor y cambiar las notas de Rin, lo suficiente como para que cambiaran de opinión sobre su transferencia.
Así como su primer pensamiento había sido el bajar las notas del estudiante Yoshida para que lo echaran de la Universidad, solo por acercarse Rin y hacer que le sonriera... O contratar a un par de matones que lo desaparecieran del mapa.
Sería tan fácil.
Tan fácil.
Suspirando, Sesshomaru se pellizco el puente de la nariz. Él no haría tal cosa.
Rin había estudiado arduamente, por mucho que le costará admitirlo. Era una estudiante completamente capaz y perfectamente aceptable para los estándares que se establecían en la solicitud.
Y la única falla de Yoshida era querer a Rin, y Sesshomaru no podía culparlo por eso. Excepto que Rin no era de Yoshida para quererla.
-Por el amor de Dios. –Murmuró entre dientes. Rin no era suya. Ella nunca había sido suya. Lo único que habían tenido era su relación de solo sexo casual.
Excepto que esa la relación, desde su punto de vista, había sido muy real para él.
Puede que nunca le hubiera dicho la verdad a Rin, pero había estado observándola meticulosamente desde el momento en que entró en su salón de clases al principio de su clase.
No, mejor dicho, desde aquella nublosa noche en ese Club.
-Vamos, amigo, es tu primera fiesta desde que regresaste al país.
-Te dije que no quería una estúpida fiesta. Tomaré in trago y me voy.
-Aguafiestas. –Se quejo el oji azul mientras entraban al bar. Ahí los esperaban amigos de Koga, a los que no conocía, pero por lo que supo, eran sus futuros compañeros de trabajo. Genial.
Sesshomaru Taisho acababa de regresar de la Universidad de Cambridge, después de años estudiando y trabajando para ganarse el respeto entre la comunidad científica y educativa, había conseguido un puesto como profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard.
Muchos padres estarían completamente orgullosos de conseguir semejante puesto en a tan corta edad, pero al parecer, los suyos estaban sumamente decepcionados. Una sonrisa de satisfacción amenazó con asomarse, pero la contuvo.
-Felicidades. –Decían aquellas personas a su alrededor, a los cuales no conocía.
Él no quería estar ahí. Lo único que quería era tomar un tragó y descansar después de todos los tramites laborales y la compra de su nueva casa.
Koga lo había estado fastidiando hasta que acepto a ir.
No disfrutaba de las fiestas ni de las multitudes, lo asfixiaban. Pero ya estaba aquí, y tal vez podía recoger a alguien solo para sacar el estrés de las últimas semanas.
Sin embargo, ninguna de las chicas que estaba ahí le atraía lo suficiente. Algunas eran demasiado parlanchinas, otras tenían una voz espantosa, otras eran simplemente molestas.
Para cuando estuvo bien entrada la noche, ya estaba con un dolor de cabeza mientras escuchaba a la chica a su lado platicándole sobre un tema que ciertamente le importaba un comino.
Bebió su quinto tragó antes de mirar a la pista de baile. Estaban en el segundo piso del club, que había sido reservado especialmente por Koga para esta noche, así que tenía una buena vista.
La mujer a su lado pegó sus pechos a su brazo y se froto insinuante contra él.
Ignorándola, pidió otro trago, y volvió a recorrer cualquier parte que no fuera la fiesta.
Sus ojos chocaron con la entrada del Club.
En ese momento entraron dos chicas. Una de ellas claramente no pertenecía a este tipo de sitios. Una extraña excitación le llegó mientras bebía su trago, y sus ojos no se despegaron de ese ser etéreo.
La mujer a su lado seguía parloteando, pero él ni siquiera era capaz de parpadear lejos de la figura delgada de esa chica.
Podía sentirse como un acosador por estar observándola tanto tiempo, mientras hablaba con la otra mujer, cuando iba al bar a pedir una soda. Cuando ella llegó a la pista de baile y comenzó a bailar sola una canción de las nuevas generaciones, su polla estaba tan dura que le dolía de solo ver esos carnosos labios que murmuraban la letra, su esbelta figura que se movía con un ritmo provocador, y sus grandes y preciosos ojos brillantes por la diversión.
Sus miradas se encontraron por una fracción de segundo, y aunque seguro era por el alcohol, pudo sentir que ella le sonreía.
Mordiéndose el interior de la mejilla, se alejó del barandal para ir con Koga. Tenía que irse ahora. No se estaba sintiendo del todo bien, y la mujer que estaba en la pista de baile debía ser menor. No había manera de que esa mirada de inocencia y cara angelical fuera el de una mujer.
Koga por supuesto que se enfado, llamándolo de muchas maneras que no valía la pena recordar, porque estaba ebrio.
Regreso cerca de la mujer rubia que lo había estado abordando toda la noche, solo para tomar su saco y su cartera.
No fue lo suficientemente rápido como para alejarse. La mujer lo acaricio por encima de la ropa, y aunque nunca había sido fácil de convencer, en este momento ella serviría para apagar el deseo que estaba carcomiéndole las entrañas.
La tomo de la muñeca y la arrastro al baño del Club. El que estaba en su piso ya estaba ocupado, así que fue al de la planta baja.
Se detuvo en la entrada.
Había dos personas, no le hubiera importado si no hubiera reconocido esa larga cabellera azabache.
Era la misma muchacha que había visto.
El otro sujeto la tenía encerrada entre sus brazos y trataba de besarla.
-No. –Dijo, aunque muy débilmente, como si tuviera sueño, o hubiera bebido demasiado. –No.
Normalmente no le hubiera importado. Normalmente ya se habría ido a la salida por su auto.
Así que, si alguien le hubiera podido explicar cómo es que termino golpeando al sujeto en el rostro y atrapando a la chica en sus brazos, se lo hubiera agradecido.
No le dijo una palabra a la rubia, que se había quedado como estúpida allí parada. Buscó con la mirada a donde la había visto sentada, pero no encontró a nadie que estuviera buscándolo.
Escucho un pequeño gemido. Y luego un par de manos aferrándose a su camisa.
-Hueles muy bien.
Apretó los dientes, sintiendo mayor deseo ahora que la veía de cerca. Sus labios se veían tan deliciosos, sus ojos vidriosos tal vez porque había bebido, el escote de su blusa que le dejaba ver el nacimiento de sus presumiblemente hermosos pechos.
-Me duele la cabeza. –Murmuró, abrazándose a él con fuerza.
Sesshomaru apretó los dientes.
Control, necesitaba control... Jamás tenía que recordárselo. No hasta ahora.
Ella no estaba en sus cinco sentidos, y el también había bebido... No lo suficiente para no ser consciente de lo que hacía, así que le asombraba un poco su deseo incontrolable.
Logro caminar lo bastante erguido como para que le regresaran su coche sin problemas y subió a la jovencita en el asiento del Copiloto.
Condujo en silencio, escuchándola quejarse. Suspiró pesadamente, ¿En qué estaría pensando en ponerse a beber de esta manera si se veía que no estaba acostumbrada?
La llevó a su departamento, dado que no sabía donde ella vivía. Uso el estacionamiento subterráneo para que nadie los viera llegar, y a esta hora todo estaba desierto.
-No me siento bien. –Murmuró la pelinegra con lágrimas en los ojos.
-No te atrevas. –Dijo secamente.
El puchero que hizo debería de haber sido ilegal.
Bajo, sacudiéndose la cabeza, la visión se le hizo algo borrosa.
Tuvo que cargarla en sus brazos, porque no se movía lo suficientemente rápido.
Curiosamente eso era lo único que había podido enfocar de ese día. Podía recordar vagamente unos gemidos dulces, labios acariciando su piel y cuello, y una estrechez casi insoportable apretando su dolorida polla.
No era capaz de concentrarse en nada más que en que si dejaba de moverse moriría, porque así se sentía.
Para cuando despertó al día siguiente, ya era tarde en la mañana, tenía un espantoso dolor de cabeza y todo el cuerpo le dolía.
Abrió los ojos, mirando la cara durmiente de la pequeña jovencita muy cerca de la suya, podía sentir sus suaves ronquidos y su cuerpo más delgado y pequeño envuelto a su alrededor.
Frunció el seño. Él generalmente no se quedaba dormido con la persona con la que se acostaba. Simplemente les decía que se largaran antes de que se hicieran alguna idea equivocada.
Pero por alguna razón, no podía sentir molestia o arrepentimiento, ni ningún sentimiento remotamente parecido, sin contar el malestar físico en su cuerpo.
Suspiró de mal humor antes de ir al baño y encender la ducha.
Esto no fue solo por la bebida, los efectos del alcoholismo no provocaban ese desnivel de excitación, o pérdida de la memoria tan prolongada. Tuvo que ser algún tipo de droga.
Bufó exasperado, y lo más probable es que ahora fuese su culpa lo que le pasara a la chica en su cama.
Soltó un quejido cuando enjabono su espalda, pudo ver en el espejo marcas de arañones. Bueno, ella tampoco fue nada tímida.
Con un suspiro, apago la ducha y salió con una toalla alrededor de la cintura. Iba a tener que explicarle lo que había pasado y tratar de calmarla para que no pensara que había sido él quien le dio la droga para abusar de ella.
Se detuvo en el marco de la puerta.
Ella ya no estaba.
La cama estaba vacía, las sabanas estaban revueltas, y todo parecía estar en orden. Pero no había rastro de la muchacha.
Miró la cama y noto una pequeña mancha de sangre en el centro de las sabanas. Oh, mierda.
