Capítulo 5: La Florinda

Al día siguiente Harry Potter se levantó temprano con la esperanza de que el clima hubiese mejorado. Pero descubriendo que aunque la tormenta eléctrica era algo del pasado, la lluvia intensa no cesaba de caer.
Sin ninguna actividad importante para hacer, Jennifer le propuso completar los juegos de sudoku que tenia en la biblioteca.
Por su parte, Jennifer estaba más preocupada de lo que Harry solía ver en cualquier persona que conociera. Y por momentos tenía el deja-vú de reconocer a Molly Weasley (la madre de Ron) en esa desmesurada inquietud.

– Es que mis plantas son muy delicadas… – decía retorciéndose las manos.

– Estoy seguro que nos les pasará nada – Harry intentaba tranquilizarla, sin tener la mínima noción del tema.

Pero Jennifer no parecía escucharlo y se mordía el labio inferior constantemente.

– Por supuesto que no les ocurrirá nada… – continuó explicando luego de un rato de silencio, más hablándose a sí misma – tienen protección férica, Rebeca esta ahí asegurándose que no suceda nada grave.

"¿Cómo no había anticipado eso?", pensó y le sonrió, recibiendo mejillas enrojecidas a cambio. Aunque Harry pareció no notarlo.

– Pero uno nunca sabe, estas lluvias prolongadas no pueden terminar bien.

– ¿Qué puede provocar? – preguntó solo para mantener la conversación viva. Lo cierto era que no tenía la menor intención de saber nada sobre plantas ni tormentas.

Jennifer suspiró y frunció las cejas.

– Hay historias, que no se si son verdaderas, pero son historias del saber popular de la zona. Sabes como son los pueblos pequeños, creen cualquier cosa ¿no?

– No necesariamente tienen que ser chicos para que crean cualquier cosa… – se sorprendió a si mismo al decir eso. El solo recordaba la mala prensa que había tenido cuando había estado en Hogwarts y casi nadie le quería creer que Voldemort había recuperado sus fuerzas.

Jennifer lo miró pasmada.

– ¿Qué dice la historia? – intentó retomar el dialogo.

La pelirroja se frotó la frente y se sentó en el sillón con Harry, carraspeó y comenzó a relatar.

– El saber popular cuenta que sí hay dementors cuando llueve, la clínica en un caos en días como este ­ – dejó de observarse las manos y dirigió su vista a donde estaba Harry. –Haya o no dementors, la gente se pone muy nerviosa y, por lo tanto, propensa a los accidentes… y… me necesitan – bajó el tono se su voz – me necesitan más que nunca.

"Pero las plantas no pueden podarse para uso medicinal inmediatamente después de una tormenta, así que se utilizan métodos menos tradicionales, más cercanos a la medicina muggle y… a las artes oscuras."

Harry endureció la mirada.

– No estoy de acuerdo con estos métodos… – aclaró rápidamente.

– ¿Qué implican? – cuestionó Harry gravemente.

Jennifer se sobresaltó con la interrupción, pero le sonrió tenuemente.

– Implican el uso de sangre humana, y otras partes humanas… la mayoría son técnicas de origen autóctono y son extremadamente antiguos.

Lo más grave es que no cualquiera práctica esta magia. En la clínica solamente se efectúan algunos pocos encantamientos, solo para salir del paso y todo con rigurosa precaución de no causar daños mayores.

Harry asintió con la cabeza y Jennifer pareció relajar los hombros inconcientemente.

– Sin embargo, retomando lo de las historias populares, no se conoce la causa, tal vez sea casualidad… – carraspeó y se reacomodó en el sillón. – Dicen que la práctica inofensiva de estas artes ancestrales tienen efectos irreversibles en la naturaleza de la región. Dicen que todo tipo de catástrofes naturales, desde inundaciones a avalanchas de lodo, resultan de todo esto.

– ¿No asocian el hecho de que estuvo lloviendo por tanto tiempo con el simple hecho que puede ocasionar esas catástrofes? – preguntó con incredulidad.

­

– Como vas a descubrir, acá las cosas no son tan simples como parecen…

– ¿Por?

Jennifer se levantó y escaneó el lomo de los libros de su pequeña biblioteca. Finalmente parecía haber encontrado el que buscaba. Era insignificante y algo gastado en los bordes. Las tapas blandas y verdes no le daban ningún indicio de lo que le quería mostrar. Jennifer le entregó el libro abierto en una página llena de imágenes que se movían.

– Verás, en estas regiones donde las tierras son muy vírgenes, la naturaleza responde con mayor fuerza a los cambios que la humanidad le imponen y ocurren esas tragedias que ves ahí.

Harry observaba la devastación de las imágenes tan atroces que resultaban difíciles de creer y duras de describir.

Habían cuerpos flotando en un enorme río de lava ardiente que inmediatamente se disolvían. Niños que jugaban en el campo de una casa, de repente eran incinerados por un rayo proveniente de un cielo nublado…

Harry cerró el libro y leyó el titulo, b "La Venganza de la Naturaleza" /b .

Luego leyó la contratapa:

" i Un recuento de los saldos que produjo una enojada Pachamama luego de la masiva invasión de actividades prohibidas en nuestra región… /i "

– ¿Quién es la Pachamama?

– Es la diosa inca de la Tierra… sería lo que nosotros consideramos la naturaleza. Aquí hay un grupo bastante grande que todavía es fiel a las creencias.

– ¿Eso es bueno o es malo? – preguntó no creyendo mucho lo que estaba escuchando.

– No es que sea bueno, y tampoco malo, es el hecho que la gente lo cree y que justo coincide con estos graves incidentes.

Harry suspiró y dejó a un lado el libro. Jennifer lo volvió a poner en la biblioteca y se paró frente a una ventana volviendo a la tarea de morderse los labios y a preocuparse por sus plantas. Se desarmaba su larga trenza y la volvía a rehacer sin siquiera ver los que sus dedos hacían. Contemplaba la tormenta nerviosamente.

Por un momento, Harry intentó resumir completar las planillas de sudoku, pero lo distraía la trenza que Jennifer ágilmente armaba y desarmaba. Se había hipnotizado en el rojo profundo del pelo, tan similar al de los Weasleys y recordándole de sus propias preocupaciones.

Agitó la cabeza tratando de deshacerse de sus pensamientos y se acercó, con los hombros encogidos a la ventana donde estaba Jennifer.

– ¿No podemos pedirle a la Pachamama que detenga la lluvia? – le preguntó sonriendo, pensando que era capaz de cualquier cosa para llegar a algún rincón del mundo que fuese más civilizado.

Jennifer relajó su mirada y sacudió la cabeza.

– Haciendo sacrificios – susurró Jennifer cabizbaja, dejando a un lado su cabellera.

– ¿Qué clase de sacrificios?

– No sé.

Nuestro protagonista notó que la muchacha empezó a apretarse las manos más vigorosamente, y Harry levantó una ceja cuestionándose la veracidad de su respuesta.

– Simplemente espero que termine pronto.

Pero la lluvia continuó hasta el día siguiente en que Harry finalmente se pudo preparar para conocer La Florinda, el pueblo más cercano a la casa de Jennifer. Que según había investigado en un libro de Jennifer, databa del Imperio Inca y había sido arrasado y reconstruido con la llegada de los colonizadores españoles.

– Solamente necesito recitar unos cuantos encantamientos sobre mis plantas y estaremos listos para salir ­ – le dijo con la cara iluminada de alegría ­ – ¡Rebeca! – gritó – gracias por tu trabajo, realmente me has facilitado las cosas.

El hada pareció decirle algo mientras que se movía tan rápido como un picaflor.

– Ahora nos vamos a ir un rato¿vienes con nosotros? – le preguntó Harry mientras que se acercaba al hada.

– No es que no quiera ir, pero tenga la obligación de ir con vos, aunque voy a descansar porque la tormenta me dejó exhausta. Las hadas no podemos dormir cuando llueve, – dijo bostezando – es innato en nosotras proteger la flora de los caprichos del tiempo, no lo podemos… evitar. – terminó la ultima palabra cayendo lentamente en la palma extendida de Harry, quien la puso con mucho cuidado en el bolsillo donde no guardaba su varita mágica.

Una vez que Jennifer terminó su labor en el jardín, se puso su capa más abrigada y guardó en un pequeño bolso, una gran cantidad de frascos de contenido dudoso.

Jennifer lo miró nerviosa a Harry, esperando que él le hiciera algún comentario, pero Harry se mordió la lengua y no dijo nada.

– El polvo flu esta en mi cuarto sobre la cómoda¿puedes traerlo?

– Sí, claro – contestó mientras que se dirigía hacia el.

La habitación era pequeña, como el resto de la casa, había una cama de madera oscura no tan chica, con una mesita de luz de la misma madera. Contra la pared, enfrentado la cama, había una cómoda grande donde estaba el frasco con un polvo plateado, lo tomó y rápidamente pescó de reojo una fotografía de Jennifer con uniforme de Gryffindor en el parque de Hogwarts.

– ¿Jennifer en Hogwarts? – balbuceó con curiosidad.

Harry apoyó el frasco en la cómoda otra vez y agarró la foto con cuidado de que Jennifer no se acercara

En la foto, Jennifer tenía el pelo más corto pero igual de rojizo, tendría unos quince años… Le sonreía a otra persona, o eso creía Harry porque no había nadie más que ella y saltaba como pretendiendo abrazar a alguien. Sintió que su estomago hacia una pirueta como saltimbanqui pero inmediatamente se deshizo de la molestia.

Le resultaba raro ver a una persona en un rincón apartado del mundo que tuviese una conexión tan marcada con él. Si tan solo pudiera definir todo este embrollo en el que estaba podría dedicarse a indagar más en la vida de su anfitriona, de todas maneras…

– Que comportamiento extraño… – musitó mientras trazaba con su dedo el lugar donde apuntaba la mirada y la sonrisa de la adolescente.

– ¿Encontraste el polvo, Harry? – gritó la pelirroja desde el living.

– ¡Sí, sí! Contestó acercándose a la muchacha que intentaba encender la chimenea con su varita.

Jennifer echó un poco del polvo sobre el fuego, provocando una erupción de llamas que inmediatamente se tornaron púrpuras.

– ¡No lo puedo creer! – se quejó Jennifer.

– ¿Qué pasa?

– La maldita red de chimeneas esta atiborrada¿Por qué tenía que pasar esto justo hoy?

– Déjame que intente yo – le pidió Harry tomando un poco de polvo flu que arrojó al fuego. Sin esperar un instante, asió su varita y dijo – ¡Patefactum! – las llamas del fuego se tornaron verde esmeralda súbitamente.

– Entro yo primero, supongo. Vamos a la Clínica Mamacoca

Y en un abrir y cerrar de ojos desapareció en la chimenea.

Harry repitió la operación, deseando no haberse equivocado con el nombre y cerró los ojos esperando sentir el golpe a caer de la chimenea.

– ¡Harry! – escuchó la voz de Jennifer y abrió los ojos. Había llegado a una sala invadida con gente. Asumió que era la recepción de la clínica.

– ¡Muy buen truco ese! Te lo han enseñado en la Academia, me imagino. Más te vale que me lo muestres mas tarde.

Harry asintió sin poder evitar estudiar sus alrededores. Y Jennifer empezó a quitarse los abrigos mientras los colocaba en su brazo.

– Tengo para rato aquí, mejor te dejo solo – fue caminando hasta la recepción donde apoyó todo en un escritorio. – Hola, Greta – saludó a una mujer pequeña con un peinado alto que estaba detrás del mostrador.

– ¡Buenos días, Jenny! Linda tormenta la que nos tocó – le dijo con una voz hosca y apagada.

Jennifer se volvió a dirigir a Harry sin contestarle a Greta.

– El pueblo es bastante chico como para que te pierdas – le dijo con tono burlón y Harry torció los ojos, – es solo la calle principal que te lleva hasta la plaza y lo demás son casas. Todos son magos y brujas, no hay ningún muggle por aquí, así que puedes caminar tranquilo – se puso las manos en la cintura – tápate la cicatriz si puedes, porque no te dejarán en paz si descubren quién eres.

– ¿Algo más que deba saber? – preguntó sulfurado mientras que se aplastaba el pelo del flequillo.

– Creo que eso es todo – tomó su trenza y la enroscó como un rodete,

Harry la miró asombrado, Jennifer se dio cuenta y le explicó. – Es que para trabajar debo tener el pelo lo más recogido posible… ¡Ah! Casi lo olvidaba, la oficina postal esta a dos locales de aquí, tienes que ir hacia arriba por aquella calle – le señaló una puerta que decía salida. – ¡Nos vemos luego!

– ¿A qué hora?

– No sé, haz lo que debas hacer, yo estaré acá, – miró alrededor – durante todo el día.

Harry salió a la calle y se vio asediado por un montón de nuevos olores.

Se trataba de un pueblo de aspecto colonial español. Sus casas eran bajas, de dos plantas máximo y todas tenían una galería en el frente donde habían abundantes vegetales de todos los colores.

La calle principal estaba vacía, excepto por unas personas uniformadas que miraban con sospecha. Los hombres vestían una túnica negra de una tela que bajo ciertas luces y sombras parecía tornarse verde. Y las mujeres uniformadas parecían monjas de hábitos de seda, o alguna otra tela brillante. Intentó caminar sin llamar la atención.

– ¡Usted! Deténgase un momento – gritó uno de los hombres con un block de hojas en la mano y Harry obedeció la orden. – En el nombre del altísimo…

– El supremo… – completó otro que de aspecto era similar a un orangután.

– El eminente…

– El todopoderoso intendente que nos ampara, especifíquenos su nombre, su paradero y la causa de su presencia en el pueblo.

Harry no puedo evitar mirar con escepticismo, levantó una ceja y no sabía cóomo contestar. Creía que era una mala broma de actores callejeros.

– Mi nombre es Potter, estoy de pasada y me dirijo a la oficina postal – contestó con un tono de ultratumba mientras que el que tenía el block de hojas anotaba todo.

El orangután prosiguió.

– Yo soy el oficial Chouela y este es mi compañero el oficial Penna quien será su escolta…

– Pero no necesito…

– Será su escolta hasta que se retire de La Florinda.

Harry iba a continuar protestando, pero el señor se adelantó.

– Son órdenes directas de nuestros superiores, si tiene alguna queja puede dirigirse a La Central.

– No se preocupe que haré eso ahora mismo – contestó excesivamente irritado.

El orangután lo miró con aprensión.

– El oficial Penna puede indicarme donde es La Central.

El uniformado lo llevó a un gran castillo en la cima de la montaña, desde ese sitio se divisaba todo el pueblo. El castillo era incomparable con Hogwarts, éste tenía un aspecto mas rústico con torres como las del juego de ajedrez de Ron.

Entraron por una puertita que se encontraba en el costado de la puerta principal. Allí, el oficial Penna habló con otra persona: una señora mayor, con cabello mal teñido, gafas que le aumentaban el tamaño de sus ojos y olor a naftalina.

La señora le echó un vistazo y se empezó a reír, Penna la siguió. Y Harry sabía que su autocontrol estaba al borde de acabar mal.

– Quiero hablar con alguien sobre este tema de la escolta – dijo firme a la mujer.

– Sí, querido, dime cual es el problema – le sonrió inocentemente ocultando su fastidio.

– Me gustaría saber a que se debe la necesidad de que alguien me persiga por todos lados entrometiéndose en mis asuntos de carácter privado.

– Nadie lo persigue, señor… – miró escrutó al oficial con las cejas levantadas en cuestionamiento.

– Potter, señor Potter – le indicó Penna.

– ¿Y cuales son las tareas de este "amable" caballero? – refutó enojado – Porque a mi entender esta obligado a seguirme.

La señora volvió a soltar una carcajada que irrito más a Harry.

– Es la ley, querido, no hay nada que puedas hacer al respecto.

– ¿Quién es su jefe? – preguntó sobresaltando a la mujer.

– No es necesario molestar a mis superiores, querido. A ellos no les interesa estos asuntos de baja importancia – viendo que Harry no se rendía la señora bajó el tono el volumen de su voz y le dijo, – no me meta en problemas, señor. Las cosas son complicadas. Si quiere quejarse formalmente escriba una carta, no puedo sugerirle nada más que eso. El señor Penna no lo molestará, se lo prometo.

Harry desconfiado a todo asintió de mala gana. Penna amablemente le mostró el camino hacia la oficina postal, para compensar por el mal humor de Harry.

Lo llevó a un gran galpón donde había varios estantes con lechuzas que no paraban de ulular, algunas durmiendo y el resto comiendo roedores. En la pared contraria había más estantes, pero en lugar de lechuzas tenían aves exóticas. Harry se preguntó si tendrían un ave fénix.

En el fondo, una mesa alta hacía de mostrador, donde un hombre igual de uniformado que Penna tomaba los pedidos. En una esquina, había varias pilas de pergamino con plumas auto recargables y varios sellos con lacre.

Harry se dirigió a esa esquina y se puso a escribir, observando de reojo al oficial Penna que tomaba apuntes en la puerta del local.

Ron, mis vacaciones en Sudamérica están de lujo.
Jennifer Weaver me pudo atender sin ningún problema, así que me puedes encontrar en su casa.
Saludos a tu familia y dile a Hermione que no se preocupe por mi.
Envía una respuesta usando a Hedwig.
Harry.

Leyó la carta varias veces. No sabía que tan preciso podía ser en su explicación. Y sabía que Ron iba a entender cualquier cosa que le enviara, al menos le mandaba su localización exacta para que lo pasara a buscar. Eso se entendía perfecto. Aparte, no le gustaba mucho la idea de tener una escolta, podía implicar que estuviese en un lugar donde la censura era bastante fuerte. Además la mujer de La Central lo dejo desconcertado, o tal vez era su paranoia. De todas maneras, no quería tomar ningún riesgo que estuviese demás.

Cerró la carta con lacre y con un hechizo que aprendió para comunicarse con Ron y Hermione en la época de la guerra. Fue al mostrador.

– ¿Qué servicio le puedo brindar? – preguntó un muchacho no mas grande que Harry.

– Necesito enviar esto a Inglaterra – le agitó la carta.

– ¿Simple o certificada? ­– le consultó automáticamente.

– ¿Qué diferencia hay?

– Simple es con las aves más coloridas, no garantizamos la llegada correcta de las cartas y por eso es más económico. De todas formas las cartas llegan a destino.

Harry recordó que en su cuarto año en Hogwarts, Sirius Black le había enviado una carta con una de esas aves.

– Por otro lado, la certificada es enviada con lechuzas oficiales del gobierno, garantizando un sano arribo a destino en menos de 24 horas, pero el precio es bastante más alto, por supuesto.

Harry solicitó el envío simple sin dudarlo un segundo. No quería entrometerse más de lo que ya estaba con ese raro gobierno controlador. Aparte Ron pensaría que sería un gran espectáculo recibir una carta con un ave tan extravagante.

– ¿Cuánto tiempo tardara la carta?

– A Inglaterra… – le contestaba mientras consultaba con un dedo una planilla – serán tres días aproximadamente, dependiendo del clima y las condiciones del ave para encontrar alimento.

Consintiendo, entregado a la resignación total, pagó el servicio y resolvió pasear un poco por la calle principal.

Caminó un rato, observando las vidrieras de los locales. Pasó más tiempo en uno de Quidditch, donde tenían una escoba como jamás había visto una antes. Era diseñada especialmente para el equipo nacional de Perú que era quinta-campeón de la copa mundial, para el equipo nacional de Brasil y Paraguay estaba en tramite para solicitarla. Sería la versión latina de lo que era la saeta de fuego. De un cartel grande adjunto a la escoba, se podía leer:

"La nueva escoba Merengue-batido esta hecha exclusivamente de una finísima planta del Amazonas que crece en abundancia gracias a los cuidados de los aborígenes. De madera verde viva, permite darle mayor duración, ya que la escoba es útil hasta que se deja de darle agua. Su cola es la propia raíz por donde absorbe los nutrientes necesarios que la mantiene con el brillo y esplendor de cualquier escoba nueva. Más liviana que cualquier otra escoba fabricada por el hombre y más aerodinámica que la Saeta de fuego…"

El artículo continuaba pero fue interrumpido por unas campanadas que aturdían hasta sus huesos. Harry se puso las manos sobre sus orejas y miró a Penna esperando una explicación. Varias personas, no uniformadas salieron a la calle, también tapándose las orejas.

Cuando terminó el escándalo, una gran pizarra negra apareció en el aire. Estaba escrita con tiza y decía:

"El supremos gobernador de La Florinda logró reducir el precio del delicioso estofado de la señora Delia.

Recordamos a los ciudadanos que la Banda Oficial tocará su marcha vespertina para conmemorar los 4 años de continua labor del supremo gobernador

¡Gloria!"

Harry quedó boquiabierto frente al ridículo cartel, que como todo en ese pueblo parecía una mala broma o una rara pesadilla. Se le ocurrió pedirle a Penna un periódico del lugar, para cerciorase que había noticias más realistas.

– No necesitamos periódicos, acá esta todo bien – fue la ingenua respuesta que obtuvo.

– Sí, claro… – farfulló Harry mientras que volvía a la clínica con el humor por el suelo.

– ¿Se siente usted bien, señor Potter? – inquirió el oficial cuando evidenció a dónde iba Harry.

– Estoy bien…

– ¿Entonces para qué… ?

– Según tengo entendido se supone que no debe inmiscuirse en mis asuntos.

– Por supuesto que no. – y comenzó a escribir a toda velocidad en su anotador.

Harry observó la sala de la clínica y vio que estaba casi vacía. Tomó aire y se encaminó hacia la recepción, donde aun seguía la misma mujer pequeña que se llamaba Greta.

– Buenas tardes¿en que lo puedo ayudar?

– ¿Sabe a qué hora se retira la señorita Weaver?

La recepcionista levantó su cabeza por primera vez desde que Harry había entrado y levantó las cejas.

– ¡Ah, usted es Potter! Jenny me dijo que usted iba a venir a buscarla ¿hace mucho que son pareja?

Harry la miró sobresaltado sin saber que responderle y Greta comenzó a reírse a todo pulmón. Harry emitió una risa miserable.

– Es broma, es broma, – lo tranquilizó sacudiendo una mano – Jennifer saldrá en unos instantes, está colocando nuevos ingredientes en una pócima y ya sale. Mientras tanto, tome asiento y entreténgase con los juegos de lógica que tenemos en los estantes.

Harry obedeció y Penna, que no paraba de escudriñarlo, se sentó a su lado.

– ¿Viene a ver a Jennifer Weaver¿Sabe quién es?

– ¿Tengo que contestarle o usted me dirá quién es? – replicó molesto.

Penna sonrió satisfecho consigo mismo.

– Jennifer practica las antiguas artes oscuras, el gobernador nos prohibió hacer sociales con ella más allá de esta clínica. ¿Usted está saliendo con ella? Porque si lo está, tendré que denunciarlo.

– Penna, deja de decir estupideces antes que te eche una maldición… ya sabes de lo que soy capaz – Apareció Jennifer que lo amenazó en forma efectiva.

– Sabes que tienes prohibido relacionarte con cualquiera, – refutó todo colorado – ¿Qué hace el señor Potter exigiendo hablarte?

– Esta amable persona, tuvo la desagradable sorpresa de encontrarse con dementores anoche, mientras acampaba en el campo de las lilas. Yo solo lo atendí, como es mi deber.

Harry se sorprendió de la facilidad que tenía para mentirle. Aunque notó que sus orejas se tornaban rosas, casi como las de Ron cuando estaba bajo presión.

– El señor Potter utilizará la chimenea de la clínica para retomar su viaje, ya te puedes ir Penna.

El oficial consintió de mala gana y volvió a la calle releyendo sus apuntes.

Harry esperó alguna explicación. Pero Jennifer estaba apilando unos pergaminos sobre el mostrador y Greta se estaba mirando sus uñas recién pintadas. Como nadie estaba dispuesto a dársela empezó a hacer preguntas.

– ¿Qué significa todo esto¿En donde carajo estoy¡Esto es ridículo!

– ¡Cálmate, Harry! – Le suplicó, – te contestaré lo mejor que pueda cuando volvamos a mi casa ¿Pudiste hacer tus diligencias?

– Si – dijo empacado.

Jennifer no le hizo mucho caso y prosiguió completando unas hojas con una pluma. Luego tomó su bolso que se veía mas vacío y le hizo una seña a Harry para que usara el polvo flu.

– ¿A dónde vamos?

– A mi casa – Harry frunció las cejas, enojado.

– Perdón, solo di Las Lilas

Y así desaparecieron ambos en una gran llama verde.

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Nota de autora

Si son de Gryffindor sus corazones me harán frente y me dirán la verdad en los reviews; si pertenecen a la casa de Ravenclaw, su afán por la perfección les dictara que es su deber corregir mis errores, si son de Slytherin, su ambición no los dejara pasar desapercibidos y querrán despedazarme con sus duras palabras; los silenciosos Hufflepuff, tímidos pero fieles, tal vez no me dejen ninguna review, pero yo los quiero igual porque se que son los que siempre leen.

GRACIAS Y SALUDOS