Capitulo 7: La Ceremonia

El silencio que había tomado posesión de la casa era lúgubre y alarmante. O tal vez era solo Harry el que se sentía perdido en ese extraño lugar. Lo carcomían las preguntas a una velocidad que no creía posible.

No esperó un minuto, en el momento que Jennifer dio el portazo Harry fue tras ella. Pero en el instante antes de golpear la puerta hizo algo que jamás hubiera hecho como profesional, dudó. Lo mejor, tal vez, sería esperar un rato.

Calentó un poco de agua y se preparó un té. Cuando lo acabó, decidió que no iba a esperar más. Preparó un desayuno sencillo, recordando sus días miserables en Privet Drive, y sintiéndose igual de incómodo pero por diferentes razones. Golpeó la puerta de la pelirroja.

– Te preparé algo para desayunar ­– pero no recibió respuesta. Suspiró, y cuando iba a volver a la cocina, vio que Jennifer abría la puerta.

Estaba cambiada, su trenza estaba suelta dejando que su cabello cayera en cascada sobre una túnica verde. La observó con curiosidad.

– Tengo que irme, Harry – anunció con desdicha.

– ¿No prefieres tomar algo antes? – le preguntó preocupado.

Harry la notó sonreír levemente.

– Te agradezco por no hacer preguntas demás.

– No te preocupes, ya las haré… – le devolvió la sonrisa y ella asintió.

– Prometo responderte cuando pueda. Ahora solo tengo un deseo, – le avisó hablando con una timidez que Harry no había conocido de Jennifer que parecía tan extrovertida, – la caja que usas de mesa de luz, revísala cuando salga por la puerta, si decides seguirme, te suplico que no intervengas. – Se mordió los labios esperando la respuesta.

Ante el insólito pedido, dudó pero le confirmó su petición y Jennifer le agradeció.

– Y no me odies, te prometo que todo tiene una respuesta.

Harry subió las escaleras salteando escalones y no se detuvo a pensarlo dos veces cuando comenzó a revelar el contenido de la caja. Lo primero que vio fue un estuche rectangular que en la tapa tenía la cresta de Hogwarts. La abrió. Estaba repleta de fotos de colegio desde varios lugares, pero sin gente en ellas. Era como una colección que Creevey hubiese tenido. Pero ni siquiera él era tan aburrido de sacar fotos sin personas.

A pesar del apuro que tenía en averiguar lo que Jennifer quería mostrarle, se detuvo frente a una con la tumba blanca de Dumbledore. Su fénix estaba apoyada en la lápida confundiéndose con el sol que estaba en el fondo. Guardó la foto en un bolsillo, quería preguntarle a Jennifer sobre ella.

Debajo de esa caja estaba el uniforme de Hogwarts con una insignia de Gryffindor, y otra de capitana del equipo de Quidditch. También encontró un colgante, el pendiente era una moneda de un galeón.

Siguió hurgando, allí en el fondo había un paquete envuelto con papel marrón. Lo desenvolvió con cuidado y descubrió una tela plateada.

– ¿Qué hace esta capa de invisibilidad escondida?

Con asombro, entendió que Jennifer quería que fuese tras ella. Tomó la capa y corrió hasta el jardín. Ya no había señas de Jennifer por ningún lado. Si la idea era perseguirla, le podría haber dado otra pista.

Vio a Rebeca que se acercaba y con la intención de decirle algo, pero hablaba tan rápidamente que era imposible entenderla.

– ¡Cálmate, por favor! – le suplicó al hada.

– Mapa… mesa… tras ella… – fue lo único que le pudo entender entre zumbidos agudos. Se apresuró al comedor. Donde vio un mapa de Londres sobre la mesa. Harry levantó las cejas, lo dio vuelta buscando alguna pista, y allí dibujado con un marcador negro, entre las propagandas se distinguía otro mapa. Era complicado descifrarlo porque se confundía con el fondo.

Encontró la casa de Jennifer, también estaba el bosque y en la otra punta había una flecha que indicaba la dirección hacia el pueblo. En un costado de lo que era el bosque, había un circulo marcado que decía "Altare" y entre paréntesis decía "ceremonia". Harry se imaginó que allí debía ir.

Se colocó la capa y se aseguró de que la varita aun seguía en su lugar. Tomó el mapa y partió corriendo a buscar a la pelirroja. Rebeca que advirtió el peligro de la situación decidió perseguirlo de lejos usando sus dotes féricos para no ser vista.

El sol recién afloraba por el horizonte ondulado dando tonalidades doradas a todo lo que tocaba. Los pájaros y demás animales se asomaban y hacían ruidos que confundían la percepción de Harry.

Llegó a un claro en el bosque, donde dos hombre de los uniformados platicaban apresurados. Uno tenia bigotes tupidos y era calvo, el otro era petiso y tenia pelo largo. No entendían que decían y supuso que era otro idioma. Se aplicó un encantamiento en los oídos que le permitió entenderlos.

– … y trabajé como loco toda la noche para encontrar la niña.

– ¡Se creen que somos idiotas! – rezongó el otro.

Se aproximaron a donde estaba Harry escondido con la capa, lo que dejó escucharlos con mayor claridad.

– ¿Entonces sabes que le ocurrió al final?

– ¿Qué crees? – el de bigotes asintió comprendiendo lo ocurrido.

Se quedaron un rato en silencio, vigilando los alrededores.

Harry pretendía que le dieran algún indicio que le confirmara que iba por buen camino. Pero si perdía mucho tiempo allí, tal vez no conseguiría nada. Busco el mapa doblado en el bolsillo, pero le resultaba complicado extenderlo en la capa puesta.

– ¿Los otros cuando llegan? ­– preguntó el de pelo largo y el más bajo encogió los hombros.

Harry decidió seguir caminando con cuidado de no hacer ruido. Cuando creyó que era seguro ver el mapa, lo abrió con cuidado y estudió donde estaba. Se dio cuenta que una cruz marcaba su ubicación. No estaba lejos. Debía dirigirse hacia el este bordeando el bosque. Memorizó el recorrido temiendo que no lo iba a poder consultar otra vez.

De repente escuchó gente que caminaba hacia el. Guardó el mapa rápidamente en el bolsillo y apresuró su paso.

Sintió detrás suyo que se acercaban más y más. Paró en seco detrás de un árbol. Tres hombres con ropas ricas como las que usaba Malfoy cabalgaban elegantemente escoltados por un séquito de mujeres en hábitos.

En el medio de las mujeres distinguió la cabellera roja brillante de Jennifer que se encontraba seria y desanimada. Harry se colocó detrás de todos con la intención de seguirlos.

Después de ascender un camino bastante empinado de piedras pulidas por el uso, se detuvieron en la cima de una montaña. Había una especie de altar rodeado por un cerco de piedras altas. No crecía nada allí, el suelo estaba desnudo y sin ningún indicio de que lo verde fuese bienvenido.

Los tres hombres se desmontaron y Harry los pudo ver mejor. El que estaba vestido con una capa amarilla, casi dorada era el más anciano de los tres. Tenía una barba corta y le recordaba a alguien. Los otros dos tenían capas oscuras con bordados en los bordes, el que parecía mas menudo no podía verle la cara porque tenía puesta la capucha.

Las mujeres se posicionaron alrededor del altar formando un círculo. Cinco de ellas comenzaron a tirar un polvo celeste por detrás ellas.

Jennifer se quedó con los tres hombres que se reían animadamente de lo que hablaban. Harry intentó acercarse a los hombres.

De repente el hombre mayor se dio vuelta y lo asustó. Pensó que lo había escuchado. Pero el anciano abrazó a Jennifer y ella permaneció dura en su lugar, sin responder al abrazo. Su cara era indescifrable,

Mientras tanto, las mujeres habían comenzado a canturrear manteniendo la misma nota. Extendieron sus brazos por encima de sus cabezas y como si hubiese sido un llamado, descendió una espesa neblina en forma de espiral, guiada por un ave translucida. Quedaron rodeados por una burbuja de neblina y el ave se disolvió.

El hombre mayor tomó la mano de Jennifer y la besó. Harry seguía sin poder interpretar la cara de la muchacha. La llevó al centro del círculo de mujeres donde se sentó en el altar. El viejo le dio una vasija de barro pintada con esmaltes azules desde donde bebió. Se recostó en el altar y las mujeres del círculo bajaron los brazos, pero continuaron con su cántico.

La neblina comenzó a girar rápidamente tomando cada vez más velocidad. Harry volvió a distinguir al ave que por momentos se perdía en la intensa bruma. Luego voló por encima del cuerpo de Jennifer como un buitre acechando la comida. Y se abalanzó hacia la cara de la pelirroja.

Por un momento, Harry creyó que la iba a atacar y apuntó su varita al ave. Pero antes de que pudiese decir algo, el ave se transformó en un hilo translucido que penetró por la boca abierta de Jennifer. Confundido, apretó su varita con fuerza emitiendo unas chispas que, por suerte, nadie advirtió. Jennifer arqueó su espalda, echando la cara en la dirección que estaba él, permitiendo que viera la cara lisiada de Jennifer. Sus ojos estaban completamente abiertos, pero no se veía el marrón normal que solía tener sino un blanco profundo.

La antífona se detuvo y Jennifer volvió a la posición acostada. Normal. El hombre físicamente más imponente se acercó y buscó señas de vida en Jennifer. Harry estaba petrificado. Vio al hombre levantar la mano y el viejo sonrió.

– Que nadie se acerque a la chica, ahora. – advirtió el mismo hombre que había ido a ver si Jennifer continuaba con vida. – Es crucial que su mente se aísle para poder proceder con la ceremonia.

Harry se acomodó mejor cerca de los señores, que entablaron una conversación inmediatamente.

– Es una bendición tenerla…

– Jorge llegará al anochecer, si quiere podemos volver mas tarde, altísimo gobernador. – se dirigió al mas viejo.

– No, prefiero presenciar toda la ceremonia, no quiero que la hermosa pelirroja nos falle, y mucho menos que le ocurra algo… – contestó el que Harry había reconocido como el gobernador.

– La sobreprotege demasiado, altísimo. – le contestó.

– Solamente cuido lo que me es preciado, usted haría lo mismo.

El que no había logrado verle la cara se bajó la capucha, enseñando una cara cubierta en extrañas cicatrices que formaban una especie de mariposa. Donde las alas eran sus pómulos y el cuerpo central correspondía con la nariz.

– ¿Señor, me autoriza a proceder antes que lleguen los demás?

El gobernador asintió.

Harry estaba inmovilizado detrás de los hombres. Y no sabia qué acción tomar. Supuso que era mejor no intervenir a estas alturas. Sabía que podía ser peligroso interrumpir un ritual una vez que ya había comenzado. Su mente procesaba lo que veía y trataba encontrar alguna similitud con lo que había aprendido en la Academia que lo ayudara a entender que estaban por hacer.

– André, tráeme mis cosas. – Ordenó el gobernador al de las cicatrices en la cara, quien hizo aparecer un cofre de cuero calado. Lo abrió y se puso unos guantes y una capa de un liviano cuero de dragón. También sacó unas sillas altas donde se sentaron mientras que esperaban.

Continuaron charlando sobre temas irrelevantes. Desde caza ilegal de muggles, quidditch, y una rara peste que estaban contrayendo algunas serpientes del bosque. Harry deseó que Pancho estuviese bien, pero luego recordó lo que le había hecho y se arrepintió.

Las mujeres habían cesado de cantar, pero continuaron recitando en una voz lúgubre, unos raros encantamientos. Jennifer no se movía, pero cada tanto se notaba que respiraba entrecortadamente.

Ya se había hecho de noche y un ejército de hombres uniformados traía a un hombre en túnica gris sucia, tenia cubierta la cabeza con un trapo de color marrón.

Cuatro de los uniformados, tenían unas bandas doradas en el antebrazo, lo que hizo suponer a Harry que eran los de mayor rango. Luego de repartir algunas órdenes, se posicionaron justo donde estaba Harry.

Había mucho ajetreo entre los hombres hasta que el gobernador los calló.

– ¡Silencio! – exigió con una voz firme que nadie hubiese sido capaz de desobedecer. – Realizaremos una ceremonia que pocos han visto, y nuestra doncella debe permanecer concentrada o morirán todos. Solo pido que no intenten realizar ningún tipo de magia hasta que les sea indicado. Las fanales han estado trabajando todo el día para la seguridad de cada ciudadano que gratifica honores al gobierno.

Se hizo silencio inmediatamente y Jennifer se sentó. La luz de la luna creciente iluminaba escasamente el rostro pálido y sus ojos raros que continuaban blancos. Parecía un hermoso espectro y en nada le recordaba a la chica risueña que lo hospedaba.

Jennifer caminó hacia donde estaban las mujeres formando el círculo. Se detuvo en seco frente a una de ellas. Le tocó el entrecejo con un largo dedo índice y la mujer se desplomó al suelo. Luego levantó una mano y el gobernador dictaminó que acercaran al traidor y que alejaran a la mujer que se había caído del circulo. La llevaron al costado de donde estaba Harry. Se espantó al reconocer a Benjamina tendida como un cadáver.

Se acercó con cuidado que nadie lo notara y se agachó a su lado para poder buscarle el pulso. Suspiró cuando sintió un leve latido.

Entretanto Jennifer colocó al hombre en el altar y puso sus manos en la frente del hombre quien inmediatamente tuvo convulsiones y vómitos.

Harry estaba asqueado y no deseaba seguir observando. No entendía absolutamente nada. O, mejor dicho, no quería entender lo que ocurría. Sabía que estaba presenciando magia negra en una de sus formas más puras. Pero no lo iba a admitir. No podía reconocer que Jennifer, sin ofrecer resistencia, era la que estaba llevando a cabo la ceremonia. Pensó en la posibilidad de que estuviese bajo el maleficio imperius, pero seria imposible llevar a cabo semejante rito en esas condiciones.

Se despabiló de sus pensamientos cuando escuchó el grito de agonía del hombre. Vio cómo de laceraba el cuerpo regando el suelo en sangre y empapando la presencia bizarra de Jennifer quien tenia las manos extendidas y miraba hacia el cielo. De repente el grito del hombre se confundió con el mismo grito de agonía que salía de la boca de la pelirroja.

Una luz irradiante se desprendió de cada una de las fanales. Harry tuvo que cerrar los ojos. Cuando la luz redujo su intensidad (aun se escuchaba el grito de la muchacha) la bruma que antes había tragado, ahora emergía de cada uno de los orificios: boca, ojos, orejas, nariz; formando un hilo que se elevaba como una columna infinita.

Súbitamente, cayó rendida de rodillas y las mujeres cambiaron a una entonación más suave, casi parecía un arrullo.

Se empezó a levantar un fuerte viento que provocó una nube de polvo. Harry se aferro a la capa para que no se le escapara y quedara expuesto a semejante ejército.

Cuando se tranquilizó todo, el hombre grandote se acercó a Jennifer que estaba tirada en el suelo. La escaneó con las manos extendidas y sin tocarla. Avisó que la pelirroja seguía con vida, que era cuestión de que descansara en la roca para que recuperara sus fuerzas.

El gobernador ordenó que retiraran el cadáver del hombre que habían sacrificado. Las mujeres cogieron el cuerpo inmóvil de Benjamina mientras que una explicaba las razones de Jennifer de no haber permitido que la mujer sea parte del círculo.

– Sabía que tenía el estómago lleno con pastelitos, simplemente lo sabía… – decía una entusiasmada.

– No es eso, – afirmó una más vieja, – obviamente se encariño con Benjamina, y como la luna no estaba en la fase adecuada, cualquier sentimiento terrestre hubiese bastado para arruinar la ceremonia.

Harry, que había visto la cara de Jennifer cuando Benjamina le dijo que tenia que ser la mediadora, dudó si el sentimiento al que se referían no era odio.

A medida que todos se retiraban, Harry se acercó al lugar donde yacía Jennifer. El gobernador fue el último en dejar el lugar, y al irse invocó unos cuantos encantamientos para que nadie reconociera el sitio.

Él se acomodó lo mejor que pudo en el suelo, frente a la joven. Estudió la situación de Jennifer quien apenas parecía respirar.

– Harry… – escuchó una voz finita que lo llamaba. Se dio vuelta y la vio a Rebeca que lloraba. ­– ¿Qué le pasó a Jennifer?

Harry, que estaba aturdido, tardó en responder. No se animaba a tocarla y acomodarla por temor a causarle daño.

– No tengo idea. – Contestó en voz baja mientras se sacaba la capa de invisibilidad. – ¿Te puedo pedir esas hojas que me dabas para cortar el hambre? – le pidió porque no se sentía con ganas de conversar.

– Claro, Harry. – Afirmó y se adentró en el bosque.

Seguía consternado mientras se alimentaba sin apetito. La cara de Jennifer parecía mas pálida y veía unas gotas de transpiración en su frente que deseaba secar pero no se atrevía.

Se sentó contra el cerco de piedras que rodeaba al altar. Después de un tiempo, se entregó rendido en un sueño ligero que no pudo recordar.


Nota de Autora: Este capitulo lo detesto. Pero no tengo ganas de modificarlo. Si tienen sugerencias, cualquiera es bienvenida!
SALUDOS