Capítulo 12: Idas y venidas

Sentía como si un hacha quisiera perforarle la cabeza. Abrió lentamente los ojos pestañeando varias veces para quitarse ese horrendo dolor en su frente. Estaba en su apartamento pero no recordaba cómo había llegado hasta allí. Se sentó apoyándose en la cabecera de la cama y se puso los anteojos que los encontró en donde siempre los dejaba.

Tenía mucha sed. Sin pensarlo tomó su varita y apareció un vaso con agua, la cual bebió rápidamente. No tenía idea qué hora era. Se levantó y escuchó que la televisión estaba encendida. Tal vez Rebeca estaba viendo el Cartoon Network otra vez. Tendría que sugerirle que duerma por las noches, se pasaba el día entero durmiendo después. Se acercó para apagarla, pero se dio cuenta que Fred Weasley estaba concentrado viendo CSI.

– Por suerte te despertaste, – le dijo Fred con cara de no haber dormido por mucho tiempo.

– ¿Qué pasó? – Preguntó Harry estirándose un poco, apoyando sus manos en la zona lumbar de su espalda.

A Fred se le dibujó la sonrisa de haber cometido una travesura.

– Quedaste atrapado en nuestro Pensadero. Todavía no lo terminamos… Pensamos que Remus nos podría ayudar un poco a desarrollarlo, pero ya viste lo terco que es. No se cómo lo convencía Sirius con tanta facilidad.

Harry no creía que a Sirius le resultara fácil hacerle cambiar de parecer a su amigo. Pero sospechaba que Remus no era tan difícil de convencer cuando le demostrabas que eras un buen amigo. Después de todo, tanto Sirius como su padre (y también Peter, aunque no le gustara reconocerlo) siempre lo apoyaron y se convirtieron en animagus solo para hacerle compañía en las noches de luna llena. También Tonks logró casarse con él, y eso costó bastante esfuerzo de parte de todos los que querían verlo feliz.

– Presiento que le costaba tanto como a cualquiera, pero era un tipo persistente… – contestó bostezando.

– Esa debe ser la clave, – se contagió del bostezo, – tendremos que seguir insistiendo entonces. ¿Qué te pareció el Pensadero?

Harry se quedó mirando a Rebeca que saltaba en la planta que Hermione compró. Lo cierto era que la experiencia había sido demasiado extraña y no se decidía si le había gustado.

– Fue… interesante, – solo pudo decir.

– Es verdad, tenemos que mejorar muchas cosas. La salida es un desastre, no nos sirve de nada que nos desmayemos cada vez que intentamos retirarnos. Queremos que sea un poco más interactivo que un Pensadero normal…

– ¿Qué hora es? – preguntó Harry confundido.

– Son las seis de la mañana. Dormiste como un angelito.

– ¿Cómo llegué hasta aquí?

– Te trajimos con George… – contestó rascándose la barriga. – No te queríamos dejar solo porque no conocemos los efectos secundarios del Pensadero. Igualmente me entretuve bastante con el regalo que te hizo papá. – Señaló la televisión. – Creo que le pediré una para mi cumpleaños.

Harry sonrió pensando en el padre de Ron cuando trajo semejante aparato antiguo a su apartamento. Era una televisión que originalmente se veía en blanco y en negro, tenía una perilla para cambiar trece canales, y otras perillas para controlar el volumen, el brillo y el contraste. Nada funcionaba a electricidad, gracias a la mano interventora de Arthur. Pues usaba la varita para cambiar los canales normales que recibían los muggles y se podía conectar sin dificultad a la red mágica. Lo había recibido cuando se mudó al apartamento. Ese día apareció en la chimenea cargado de una caja lustrada de madera todo exaltado por lo que había logrado hacer. Y, entusiasmado, estuvo probando cada cosilla que le hizo.

– Adiós, Harry, – saludó mientras que se ponía su chaqueta de dragón, – envíale una lechuza a Remus y dile que estas bien. ¡Ah, casi lo olvidaba! Tómate una de estas cuando desayunes, te quitará la sensación de desorientación. – Le entregó una pastilla violeta y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

Harry se quedó con las ganas de seguir haciendo preguntas y miró desconcertado la píldora. Todavía recordaba, como si hubiese sido una especie de pesadilla, por lo que había pasado.

Se preparó un ligero desayuno. Lo esperaba un día largo y estaba aliviado que se había despertado temprano para comenzarlo. Empezaría escribiendo una carta.

Agarró los elementos necesarios y su taza de café.

Querida Luna:

Hace mucho tiempo que no tengo noticias tuyas, y me avergüenza tener que pedirte que nos veamos por cuestiones laborales. Me gustaría que nos juntemos hoy para almorzar en el lugar de siempre. Espero que puedas.

Saludos de tu larva aquavirius favorita.

Harry P.

Apenas apoyó la pluma en la mesa, unos fuertes golpes en la puerta provocaron que derramara café en el pergamino nuevo. Por suerte no manchó el que ya había escrito. Se levantó apresurado y se fijó que la persona que llamaba con tanta violencia era Ron Weasley, a quien le abrió la puerta pensando en lo peor.

– ¡Por favor, necesito que vengas ya!

Harry sin dudarlo fue en sus pijamas tras él hasta llegar al apartamento de su amigo. Rebeca, para no perder la costumbre, voló detrás él. Cuando entró se sorprendió de ver a Hermione sentada contra la pared abrazando sus rodillas e hipando. Ron corrió a abrazarla y la ayudó a levantarse, le dijo algunas cosas en voz baja que Harry no pudo oír pero se imagino que la estaba consolando. Aprovechó para mirar a su alrededor y notó que no había ningún mueble a la vista. ¿Les habrían robado?

– Están en el techo… – llegó a decir Hermione más calmada.

Harry inconcientemente miró el cielo raso y allí vio, patas para arriba, cada silla, mesa, biblioteca y demás muebles que poseían.

– Fueron los elfos, – aclaró Ron ante la expresión de incredulidad de Harry. – Nos han estado enviando amenazas desde que Hermione logró que el comité aceptara alguna de sus ideas para liberarlos de la... pues… esclavitud.

Harry sabía que Hermione estaba demasiado obsesionada con los elfos, y Ron estaba cansado de repetirle que era todo por una causa perdida. Pero Hermione, fiel a sus principios continuaba en su lucha por la igualdad de todos. Los únicos que no parecían apreciar esos esfuerzos eran los mismos elfos. Lo que Harry no entendía era para qué le habían pedido que fuera con tanta urgencia a ver el desorden aquel, porque Ron era el mejor auror que había en Inglaterra y Hermione la bruja más inteligente que él conocía.

– No podemos bajar los muebles, – admitió Ron en un tono serio. – Necesitaríamos ayuda élfica, y tú eres la única persona que conocemos que tiene un elfo.

– ¿Quieren que le pida a Kreacher? – Preguntó Harry empezando a comprender, y medio molesto por tener que llamarlo. – ¿Se dan cuenta que está en Hogwarts, aun?

– Solo es para que nos baje los muebles y nada más, por favor, Harry. Sabemos que ni lo quieres ver, pero también tienes cierto control sobre Dobby, tal vez puedas llamarlo a él en su lugar. – Dijo Hermione a toda velocidad.

Harry rezongó un poco. Sabía que a Dobby no lo podía llamar a menos que estuviesen en el mismo edificio, pero a Kreacher lo podía llamar prácticamente desde cualquier lugar de Inglaterra. También sabía que Dobby desconfiaba del otro elfo y lo perseguía a cualquier lado que fuera.

– ¡Kreacher, necesito verte ahora mismo! – Exclamó Harry ante la mirada aliviada de Hermione.

Pasó un buen rato y el elfo no se había hecho presente. Volvió a insistir y escuchó un fuerte CRACK acompañado de unas carcajadas que sonaban como un taladro perforando asfalto. Una pequeña criatura de ojos saltones apareció frente a Harry. Era el antiguo elfo de los Blacks.

­– El amo me llamaba y Kreacher obedece. – Hizo una reverencia dejando que su nariz llegara al suelo y suprimiendo su macabra risa.

Inmediatamente, y como lo había estado esperando, resonó otro CRACK en el apartamento anunciando la aparición del otro elfo.

– Dobby también quiere ayudar a Harry Potter. – agregó el otro con entusiasmo.

– Necesito que me hagan un favor. – Los estudió minuciosamente, le resultaba sospechosa la actitud de Kreacher. – Bajen los muebles del techo y ordénenlos como Hermione les indique, por favor.

Kreacher escupió el suelo en protesta. Hermione y Dobby se le arrimaron para limpiar.

– Dejen a Kreacher limpiar su propia mugre, – Harry lo retó con su mirada firme y el elfo asintió de mala gana.

Se pusieron manos a la obra de inmediato, pasados diez minutos ya todo estaba en su debido lugar y Dobby se había empecinado a limpiar todos los metales. Hermione lo estaba convenciendo que no era necesario pero parecía que no la escuchaba porque continuaba frotando feliz un trofeo viejo de Quidditch.

Ron se arrimó a donde estaba sentado Harry.

– ¿Le podré hacer unas preguntas a Kreacher?

– No creo que responda nada. Continúa rebelde y es difícil hacerle hablar. Si quieres intento yo. – Se ofreció resignado.

– Hermione te lo agradecería. – le contestó Ron mirando a la chica con ojos cálidos mientras ella continuaba hablando con Dobby.

– Kreacher, – lo llamó Harry, – ¿sabes por qué estaban los muebles de mis amigos en el techo?

– Seguramente la sangre de barro no es buena ama de casa, señor amo. – contestó pestañeando inocentemente.

Harry frenó a un enojado Ron de actuar violentamente sobre su elfo. Si alguien iba a matar a Kreacher iba a ser él y nadie más que él.

– Ron, sé que tienes un hermoso par de medias que a Kreacher le gustará mucho portar. Quedaría igual a su amigo Dobby ¿no crees?

Ron asintió e invocó un par de medias viejas y sucias, provocando que los ojos del elfo aumentaran de tamaño.

– Usted no querrá liberarme, señor amo, Kreacher sabe secretos, Kreacher los guarda…

– Tus secretos ya no me sirven, y menos cuando no deseas cooperar con tu amo. – Contestó Harry curvando la comisura de su boca y mirando a Ron.

– Kreacher coopera, Kreacher sabe quien hizo esto a sus amigos. – Dijo mirando el suelo como signo de entrega.

– Por favor, Kreacher, dinos quien ha sido.

La reacción del elfo fue sorpresiva, comenzó a sacudirse descontroladamente sujetando su abdomen con las manos y luego emitió su carcajada escalofriante. Harry miró a sus amigos preocupados.

– Son unos elfos que no le gustan que una sangre de barro se entrometa en asuntos que no conoce.

– ¿Sabes quiénes son? – preguntó Hermione que se había dado por vencida con Dobby.

Kreacher se tomó de las orejas y puso una expresión de dolor.

– Me ha hablado, la mugre esa me ha hablado. – Masculló entre sus dientes.

– La próxima vez que te escuche insultar a mis amigos te empezaré a tratar como lo hacía tu amo anterior ¿O prefieres un sueldo? – lo amenazó en forma efectiva. – Hermione te ha hecho una pregunta y debes contestarle.

Con mucho esfuerzo pero sin dejar de mirar el suelo, el elfo respondió.

– Kreacher no sabe quienes son. Pero escuchó los rumores en el colegio de magia y hechicería. Kreacher escuchó que unos elfos irían a darle su merecido a la sangre de barro por orden de una persona.

– ¿Quién lo ordenó? – Preguntó más preocupado Harry.

– Kreacher no lo sabe. Kreacher estaba contento que la sangre de barro sería castigada por arruinar nuestras vidas.

– Dobby sabe quien. – intervino finalmente dejando los metales brillosos en una mesa. Todos tornaron sus miradas hacia él. – El nuevo profesor de transfiguraciones se reúne con algunos elfos del colegio para hablar sobre la amiga de Harry Potter.

Harry miró a sus amigos por un momento. Y Ron se desplomó en el sofá quedando pensativo por un rato. Se dio cuenta que ya no necesitaban a los elfos y lo despidió agradeciéndoles su colaboración. Dobby casi se emocionó pero se contuvo, mientras que el otro elfo gruñía entre sus dientes algo incomprensible y trataba de hacerle daño a Rebeca.

Harry se buscó algo de te en la cocina del pequeño apartamento de sus amigos y les ofreció a Hermione y a Ron quienes aceptaron apaciguados en el precario living que tenían.

– ¿Desde cuando los amenazan? – preguntó Harry curioso.

Ron miró con cuidado a Hermione que parecía más sensible que nunca sobre el asunto.

– Esta fue la primera vez que hicieron algo, antes solo eran mensajes… – suspiró Hermione.

– Me haré cargo de hablar con Kingsley sobre esto, no pueden venir así nomás y poner todo patas para arriba. – Agregó enojado Ron.

Harry se frotó la frente y comenzó a reírse un poco. No lo podía evitar. Jamás se imaginó que la obsesión adolescente de Hermione llegara a semejantes extremos. Hermione lo observó con disgusto.

– Discúlpame, – dijo intentando parar, – es que… ¡tenían los muebles patas para arriba!

Ron pareció verle el lado gracioso al asunto y sonrió, pero su novia continuaba alterada.

– ¡Ron! – intentó reprenderlo pero viendo que era una causa perdida se fue de la habitación dejando a los dos hombres riéndose entre ellos.

– Hermione… – la llamó sin hacer mucho esfuerzo por parar de reírse y Hermione apareció con una expresión dolida. – Sabes que te amo y que resultó ser una noche especial, a pesar de todo. Por favor, no te pongas así… – Ron fue tras ella, ya poniéndose más serio, la abrazó y le susurró algo al oído. Harry miró su taza con mayor concentración recordando que esa noche se suponía que Ron iba a proponerle matrimonio a Hermione. Se dio cuenta que estaba en el medio de algo muy importante.

– Creo… – intentó hablar, pero se le ahogaron las palabras, carraspeó – creo que mejor vuelvo a mi apartamento, debo cambiarme y prepararme para ir al ministerio. – Les avisó sin mirarlos fijo.

– Gracias, Harry por todo. – le dijo Hermione abrazándolo cariñosamente.

– Por nada.

Harry volvió corriendo a su casa, no se había dado cuenta de que hacia bastante frío cuando había ido a lo de sus amigos. Y su pijama no era muy abrigado. Pensándolo mejor, por suerte tenia un pijama puesto porque últimamente prefería dormir solo con su ropa interior. Y, profundizando más en el tema ¿en qué momento se puso su pijama¿Acaso Fred…? Mejor no pensaría en eso…

Llegó a su apartamento y había una lechuza que estaba esperando con el periódico en sus patas. Le dio unas monedas y luego recordó que debía enviar unas cartas. La tomó a Hedwig y le pidió que enviara una rápida nota a Remus y la otra a Luna.

Todavía era bastante temprano y no había podido revisar el expediente de Dolohov. Se fue a su escritorio donde tenía todo al respecto. Estudió sus apuntes detenidamente. Todavía no sabía qué significaba el nombre de Ron en la ficha, tampoco sabía nada de lo que había ocurrido con la madre de su amigo. Molly Weasley parecía estar mejor de todas maneras y eso lo tranquilizaba enormemente.

– Tal vez no tenga sentido continuar… – se dijo para sí despeinando sus cabellos azabaches. Inhaló una bocanada de aire y miró las fotos de la familia de Ron. Pronto Hermione sería una Weasley más. Solo quedaba él en la lista. ¿En la lista de qué?

Se vistió de mala gana luego de haberse duchado para poner alguno de sus pensamientos en orden. Lo primero que haría antes de ir a trabajar sería pasar por la pequeña oficina designada a Ojoloco.

Antes de retirarse de su apartamento volvió su lechuza blanca con una nota de Luna confirmándole el encuentro. Detrás de Hedwig llegó otra lechuza con un mensaje de Remus agradeciendo que la salud de Harry no fuera afectada por las invenciones de los gemelos.

El ministerio de magia seguía alborotado por razones que él ya no podía comprender. Rebeca zumbaba acostumbrada al alboroto de memorandos y de brujas y magos que trabajaban allí. Fue hasta su piso donde continuó por un pasillo paco transitado. Allí estaba Moody analizando con mucha concentración, unas muestras de una sustancia viscosa.

– Potter, – lo llamó sin dejar de analizar sus cosas. – ¿Qué hace por aquí?

– Buenos días, profesor Moody. Quería hacerles unas preguntas sobre mis días en la academia.

Moody continuó analizando sus cosas.

– ¿Qué le intriga tanto?

– Quería saber si era posible ver el historial de las misiones que me otorgaron a lo largo de mi educación. Y por supuesto, las de Ronald Weasley también.

Ojoloco dejó de hacer lo que estaba haciendo y lo miró fijamente.

– Pídalos en la administración de la academia, Potter, no me moleste con esos asuntos burocráticos.

– Sí, perdón… – ¡Qué idiota que había sido! Tendría que haber sido lo primero que debería haber hecho, antes de ir a hacer preguntas estúpidas.

Paso por el cubículo de Ron que se encontraba vacío. Shakelbolt se acercó con varios papeles y bastante enojado.

– ¿Todavía no llegó Weasley? – preguntó su superior enojado.

– No lo he visto en el ministerio todavía.

– El señor Weasley acaba de enviar una lechuza anunciando su retraso. Tiene asuntos personales que atender. – Les avisó un hombre de muy baja estatura y de una barba negra que le llegaba hasta las rodillas.

– Gracias, señor Mermet. – le dijo mirando los papeles que llevaba en la mano. – Continúe con el trabajo que le di, por favor. – ¿Como va su caso, Potter? Quiero un resumen para mañana en mi escritorio. – Le avisó sin mirarlo y continuó caminando hacia su oficina al final de los cubículos.

Antes de que Harry pudiese llegar a su cubículo apareció su secretaria ceñuda.

– Señor, llegó esta lista de Hogwarts, junto a una nota que está dirigida a usted.

En la mesa de su secretaria apoyó todo y leyó.

Estimado Sr. Potter,

Tengo el agrado de enviarle lo solicitado y hacerle ver que en los años 1997 y el siguiente no figura ningún capitán para Gryffindor. Estamos estudiando qué ha pasado con esos datos. Si sabe algo al respecto comuníquemelo de inmediato.

Atte. Minerva McGonagall

Harry empezó a frotarse la cabeza. Él había sido capitán en el 96, luego fue en busca de los Horcruxes y no tenía la más remota idea quién había sido capitán ese año. Pero luego regresó a Hogwarts y él no había sido capitán. Jamas se había puesto a pensar sobre el asunto porque asumió que debido a la guerra ya no se habían elegido capitanes porque hubiese sido muy riesgoso jugar al Quidditch. Sin embargo tenía la idea de haber jugado el año que volvió a terminar la escuela. Algo andaba mal ahí. Tal vez Jennifer Weaver había sido capitana esos dos años, pero le intrigaba la razón por la que no aparecía en ningún lugar.

Quiso dar un grito de frustración pero decidió que todavía no lo haría. ¿Por qué sería que todavía lo frustraba de sobremanera todo lo relacionado con esa mujer?

Cerró los ojos con la intención de tranquilizarse. Sorei pareció notar lo alterado que estaba y le ofreció temerosa un te. Harry le hizo una seña para que lo dejara por ahora.

Decidió que no iba a seguir profundizando en el tema de Jennifer, y decidió ir a la Academia de Aurores. No estaba lejos del ministerio, y le permitiría cambiar el rumbo por el que circulaban sus pensamientos.

La vieja Academia era un edificio que para un muggle común tenía el aspecto de un galpón abandonado. Pero para el ojo entrenado se veía como una imponente torre gótica. Tenía varias gárgolas de aspecto lúgubre que colgaban debajo de las ventanas empañadas permanentemente por algún hechizo antiguo. Cualquiera diría que era la morada de algún mago tenebroso, y así lo había sido por muchos años, antes de pasar en manos del gobierno y destinarlo para la educación de sus mejores agentes de investigación y luchadores del crimen.

Harry Potter entró con confianza y se detuvo frente al mostrador de la administración.

– Señor, hace mucho que no lo veíamos por aquí ¿Qué desea?

– Necesitaba el historial de actividades que le asignaron a Ronald Weasley a lo largo de la carrera.

– En seguida… – Le dijo el señor que lo estaba atendiendo. Inmediatamente apareció frente a su nariz una carpeta con el título de su amigo.

Harry la abrió y se puso a leer al azar lo que decía. Sabía que por un tema de seguridad no se la podía llevar porque no era Ron. Buscó la misión del ingreso y allí lo vio en letras doradas:

Ataque en Ottery St. Catchpole, investigación a cargo del estudiante Ronald Weasley, supervisado por el profesor y agente A. Lodish.

Lo leyó varias veces intentando convencerse que lo que decía era correcto. Sabía que esos expedientes no mentían.

– ¿Está el profesor Lodish? – preguntó agravado por lo que estaba descubriendo.

La mujer buscó en un enorme libro.

– Sí, lo puede encontrar en la sala de profesores.

– Gracias ¿Puedo llevarme este expediente por un momento? Es solo para hacerle una consulta al profesor.

– Claro que puede, – le contestó amablemente.

Harry salió apresurado al quinto piso, donde se encontraban las salas de recreación y de estudio. Aparte de la sala de profesores había una enorme galería con ventanales con vitreaux gigantes que dejaban entrar la luz en diferentes tonalidades, dibujando en las baldosas del piso un collage de colores.

Tocó la puerta y entró observando que el profesor estuviese allí.

– Profesor Lodish… – llamó a un hombre fornido de origen hindú.

– Oh, Potter¿Cómo está usted?

– Muy bien profesor, estoy en el medio de una investigación, y necesitaba su opinión en un asunto. – Harry fue directo al punto, no tenía tiempo de hacer sociales. Aunque recordaba al profesor como un hombre fácil para hablar, y le tenía bastante aprecio como para considerar charlar de lo que sea. Sin embargo le preguntó por el caso de Ron y, al igual que todos a los que les preguntaba, no podía recordar absolutamente nada. Y, por más esfuerzo que hacía, no recordaba haber supervisado ninguna misión relacionada con Antonin Dolohov en el año 1999.

Harry se fue frustrado al callejón Nocturno a esperar a su vieja amiga de la secundaria. Era temprano aun, y en su carrera le habían enseñado a ser paciente. En cualquier investigación encontraría obstáculos peores a estos. Le resultaba innegable que no lograba ver algo importante, que seguramente estaba gritando por ser descubierto. Solo necesitaba una pista en la dirección correcta. Esperaba que Luna lo guiase por buen camino.

– Rebeca, no quiero que te vean en este lugar. Preferiría que te escondieras hasta que volvamos al Ministerio – se preocupó Harry al ver pasar a dos hambrientos gatos.

Miró su reloj y decidió dejar de dar vueltas y entrar a un pequeño local en el límite con el callejón Diagon. Estaba pintado de color verde oliva y había un fuerte olor a carne hervida.

– Buenos días, Potter, – lo recibió un hombre flacucho de su misma edad.

– Hola, Nott, no me imaginé que te encontraría aquí. – Sonrió Harry por cortesía rascando su nariz para quitar el desagradable tufo.

– Luna me dijo que vendría pero lo esperaba más tarde. – Carraspeó – La llamaré ahora.

– Gracias, pero lo que tengo que consultarle te concierne más a ti. – Theodore Nott se detuvo en el umbral de la puerta que daba al cuarto trasero del local y estacionó su mirada en la presencia de Harry. Era una de las cosas que le molestaba de ese viejo compañero del colegio.

– ¿Quería utilizarla de mediadora para sacar información sobre mi padre? – Harry asintió, asombrado por la perspicacia del otro. Otras de las cualidades que lo incomodaban. – Muy diplomático de su parte, Potter. La llamaré, de todas maneras. Hace tiempo que deseaba verlo.

Theodore desapareció un buen rato, dejando solo a Harry en la extraña botica. Estaba lleno de ingredientes raros y objetos que por precaución, prefería no tocar.

– Harry Potter, – lo abrazó una mujer enormemente embarazada, – ¿Hace cuanto tiempo que no te veo?

Él la observó con las cejas arqueadas. ¿Tanto tiempo había transcurrido que Luna Lovegood se encontraba radiantemente grávida?

– Por el aspecto de las cosas, me temo que hace más de un año…

– ¿Tanto tiempo? – Luna se sentó con dificultad en una banqueta y en sus ojos se reflejaron la pena de no haberse visto antes.

– Si te sirve de consuelo, yo también te he extrañado, – intentó disculparse Harry, provocando una sonora carcajada en su amiga.

– Dime qué te trae por aquí.

Harry le molestó un poco que cambiara de tema. Lo cierto era que estaba curioso por saber que había ocurrido con Luna que estaba así de embarazada.

– Hmm… – Intentó comenzar Harry.

– Después podemos ponernos al día con nuestras vidas.

Harry la volvió a ver sorprendido y se despeinó sus cabellos. Se aseguró que Theodore estuviese presente.

– Necesitaba hacerle unas preguntas al padre de Theodore… sobre las artes oscuras.

Se hizo un profundo silencio.

– Mi padre fue enviado hace una semana al hospital. No puede atender a nadie. Si tienes alguna duda sobre las artes me puedes preguntar a mí. – Lo desafió Theodore.

Harry estupefacto de la propuesta asintió con prudencia.

– Necesito saber si existe alguna manera de esconderse de tal manera de no ser descubierto.

Circunspecto, Theodore miró a Luna.

– Debe existir, de esa manera se escaparon muchos mortífagos en la primera guerra. Pero lo cierto es que nunca me enteré cómo lo hacían.

– ¿Entonces sabes que hay una manera? – Quiso asegurarse Harry.

– Claro, si tanto le preocupa puedo buscar entre las cosas de mi padre. Aunque de eso ya se ha encargado el gobierno. – Agregó lo último con algo de resentimiento.

Luna se frotaba la barriga con la mirada perdida.

– ¿Sabes si hay alguna forma de cambiar el contenido de documentos legales del ministerio?

Luna comenzó a reírse y las cejas de Harry casi tocan su cuero cabelludo.

– ¿Sabes algo, Luna? – preguntó Theodore agravado.

Luna resopló.

– Es otra técnica famosa de los Sofrasnafidos cíclicos del Mediterráneo.

Los dos jóvenes hombres se miraron en mutuo acuerdo de no discutirle.

– Nunca escuché que fuera posible. – Theodore escudriñó a Harry. – Le enviaré una lechuza en cuanto revise las cosas de mi padre, pero no puedo prometerle nada. ¿Algo más?

Harry tenía muchas dudas, pero ninguna respecto a las artes oscuras. Le hubiese gustado hablar sobre el tema con el padre de Nott quien seguramente lo hubiese ayudado mucho más. Pero al menos consiguió un poco de ayuda de alguien con experiencia en las artes oscuras. Lo único que esperaba era llegar a algún sitio que le permitiese avanzar en su investigación.

– ¿Ya te vas? – preguntó Luna con tristeza.

– Todavía puedo quedarme un poco más, – contestó Harry mirando su reloj.

– ¿Cómo has estado? Todavía no logro superar el hecho que seas parte de una de las tantas conspiraciones del gobierno.

Harry no pudo evitar sonreír, la extrañaba a Luna.

– Dime cómo has estado tú, Luna.

– Yo estoy muy bien. Estoy embarazada de ocho meses y medio. – Se frotó la panza mientras que Harry asentía. – Theo me ayuda mucho en casa y atiende todos mis antojos.

Harry miró con admiración a Theodore. No le simpatizaba mucho, pero si la trataba con el debido respeto a Luna, entonces no tenía ningún problema con el hombre.

– ¿Entonces se casaron? – cuestionó Harry un poco desilusionado por no haber sido notificado al respecto.

– ¡Oh, no! – emitió una risita molesta.

– Luna no cree en el matrimonio. – Contestó Theodore con algo de… ¿desilusión? – Cree que es otra manera para los…

– Asuspicus – interrumpió Luna sonriente.

– Sí, los Asuspicus para llevar a cabo sus planes de derrotar a los hombres lobos. Y no quiere saber nada con derrotar a los hombres lobos.

Harry no quiso opinar sobre el asunto. Sabía que llegado el momento, Luna se casaría con Theodore Nott. Tal vez porque por la forma que Nott la miraba, se imaginaba que él ya tendría un plan.

Continuaron platicando por un buen rato. Luna se había ido a vivir con Theodore en la casa de Notting Hill de los Nott. Originalmente Luna se mudó solo para darle una mano para cuidar al padre de Theodore que estaba senil y con serios problemas de coordinación mental y motriz. Muchos años practicando el tipo de magia equivocado tenía ese alto costo en la salud.

Volvió más calmado a trabajar, dándose cuenta que las investigaciones que les habían tocado llevarían un poco más de tiempo que el esperado. Tendría que darle unas cuantas excusas a Kingsley al respecto, pero sabía que, después de una larga charla sobre organización y quién sabe qué otras cosas, él entendería.

Estaba tentándose con la idea de buscar un poco de helado antes de entrar al ministerio. Sin embargo una cabeza roja lo distrajo y fue tras ella.

– ¿Hasta cuando vas a dejarme con la intriga? – le preguntó fastidiado.

– Si supiera a qué te refieres, tal vez podría ayudar. – Contestó sardónicamente.

– Vamos Ron, ya sabes qué quiero que me cuentes. – Insistió Harry impaciente.

– Bueno… – suspiró el pelirrojo, – creo que me caso.

– ¿Cómo es eso?

– Es que la madre de Hermione está rara, – Ron encogió los hombros y puso sus manos en los bolsillos. – Hermione no puede pensar en bodas ahora…

– Oh… – contestó Harry confundido con la respuesta. – Yo pensé que…

– Yo también, – lo interrumpió su amigo, – pero debo aceptar su decisión.

Harry y Ron continuaron en silencio hasta sus respectivos cubículos. No entendía cuales eran las pretensiones de su amiga. Siempre había exigido mucho de ellos dos, pero en cuanto Ron empezó a salir con ella todo indicaba que se casarían rápido y tendrían la cantidad de hijos precisada por cualquier Weasley. Pero algo andaba mal, y Harry iba a enfrentarla sobre el asunto como ella siempre lo había hecho con él.

Se sentó detrás de su escritorio cubierto en papeles y fotos que debía estudiar minuciosamente para encontrar mas pistas. Pero su mente todavía seguía en la mirada de desilusión de Ron, muy similar a la de Theodore.

Su joven secretaria se abrió camino entre todo el remolino de papeles y gente de los pasillos hasta alcanzar el cubículo de su superior. Llevaba una carpeta y una taza de te.

– Señor, aquí tiene la magigrafia de la zona donde se vio por ultima vez al mortifago desconocido y una taza de te que prometo no arrojar en la pared como la ultima vez.

La magigrafia era una extraña foto que solo se veían manchas resaltando los rastros de magia de cierta región. Harry lo tomo con descuido. Su mirada se había clavado en la imagen detrás de Sorei. El identikit del mortifago estaba cambiado. Claro, las manchas de la sopa habían dejado una nueva versión del sospechoso. Pero…

Harry se levantó y prácticamente arrancó la hoja de la pared. La volvió a mirar detalladamente.

– ¡Sorei, quiero que sepas que te daré un aumento! – Le dijo sonriente, la abrazó y le dio un rápido beso de alegría en la boca dejándola pasmada y colorada en el pasillo, mientras que él corría a la oficina de su jefe.

Harry lanzó la imagen sobre el escritorio de Kingsley. Y el enorme hombre de tez oscura lo miró encrespado.

– ¿Qué quiere, Potter?

– Sé exactamente donde esta ese hombre. – Kingsley arqueó sus cejas. – No lo había reconocido antes porque no conocía su cara muy bien, pero con las manchas de sopa…

– Potter…

– Está en Sudamérica, en la Florinda… Es el hombre de las cicatrices ¿Ve que las manchas forman una especie de mariposa? Pues el hombre tenía cicatrices en forma de mariposa. Y ahora podré volver y agarrarlo.

– Harry, – el joven de pelo azabache lo miró asombrado por el uso de su nombre de pila, – ¿me podrías explicar más tranquilo?

Harry asintió.

– Cuando estaba en La Florinda, en Sudamérica, el ritual que vi, estaba este hombre supervisándolo. – Pasó una mano nerviosa sobre sus cabellos. – Tengo que ir a Sudamérica, es la oportunidad perfecta, y no significaría que rompo las reglas, pues estaría siguiendo el protocolo que se debe.

Kingsley comenzó a reírse.

– Tardaría demasiado en pedir los permisos para hacer semejante viaje, estamos hablando de relaciones internacionales...

Harry se desplomó en una silla de la oficina, dejándose caer como lo hacía la realidad de los hechos en su mente. Por un momento pensó que podría salir corriendo tras esa pequeña (aun que no tan) pista.

– Pero como le dije una vez, nunca creí que unas simples reglas impedirían que termine un caso. Así que hágame el favor de irse ya mismo de aquí que yo me encargo de los detalles. – Harry lo miró asombrado dejando que se asomara una sonrisa en el costado de su boca. – ¡Váyase ya! Es una orden.


Nota de autora No me quedo tan mal este capítulo… Al menos me entretuve escribiéndolo, y espero que los haya entretenido bastante a ustedes… ¡SE ACERCA EL FINAL! Quedan 2 o 3 partes más y se acaba… Ya estoy ideando una nueva historia. ¡AHORA CUMPLAN CON SU DEBER! Porque yo hice el mío (y escribí el capítulo más largo de mi vida). Así que espero sus opiniones con muchas ansias. Por favor! Saludos