Capítulo 13: Un doloroso reencuentro

Estaba rodeado de una espesa neblina que no le permitía ver mas allá del largo de sus brazos extendidos. Se guiaba con una brújula que tenía mas de una aguja y varios símbolos indicándole, no solo la dirección, sino también la altura, indicios de otras escobas volando en su cercanía y un sin fin de otras cosas. Se iluminaba levemente con la aureola que producía Rebeca y con la poca luz del día que lograba filtrarse. De todas maneras estaba oscureciendo pero no podía decir con exactitud la hora debido a que no veía la posición del sol.

Semejante neblina no podía ser normal. Lo sentía por la manera que sus dedos cosquilleaban cuando no sujetaba la escoba. Supuso que eran parte del encantamiento que escondía esa región donde estaba La Florinda. Sabia por sus estudios en la academia, que era una manera normal usados en todas las épocas para ocultar y proteger regiones enteras. Lo habían hecho los celtas y los vikingos, Morgana era conocida por ocultar toda una isla y sospechaba que Hogwarts estaba bajo un mismo encantamiento, pero no lo sabia con seguridad, pues jamás había leído su historia.

De ser así tendría que ser más precavido que lo normal. Distraerse significaría volver al punto de partida, y falta de concentración significaría un largo viaje, tal vez inacabable, atrapado en esa especie de compuerta entre el mundo muggle y el mágico. Si mal no recordaba, la clave para avanzar era percibir la energía propia de la zona y, como un cabo suelto, sujetarlo del extremo y avanzar a las tantas, nunca abandonando esa energía. Sin embargo ya habían transcurrido varias horas desde que se había adentrado a la neblina y no había percibido nada. Rebeca ya no le hablaba y eso era lo que en realidad mas lo alteraba a Harry. Era una seña de que el hada andaba preocupada por algo. Escuchó un leve suspiro de su acompañante y la miró de reojo.

– ¿Crees que falte mucho?

– No sé, acabamos de sobrevolar el bosque, no creo que falte mucho mas para llegar al pueblo… – contestó convencida confundiendo más a Harry de lo que ya estaba.

– ¿Qué te parece si bajamos, entonces?

Rebeca sonrió y le señaló que ella iría adelante para cerciorarse que no había problemas.

Harry no podía creer que estaba estirando sus entumecidas piernas. Calculaba que había volado por seis horas en su Saeta de Fuego. Sin contar los pocos segundos que fue llegar a las afueras de esa región encantada con un traslador que hurtó de la oficina de trasladores. Y mantenía la terrible sensación que no llegaría jamás a pesar de que Rebeca estaba convencida de que estaban cerca de La Florinda. Él sospechaba que no habían llegado a ningún lugar. Miro a su alrededor solo viendo una entera gama de grises. Se sentó en el suelo y sintió el pasto humedecer su trasero. Era un pequeño consuelo.

Seguía sin entender la neblina. Obviamente no estaba para ocultar la región, pero estaba seguro que algo de magia había en ella.

– Aquí hay algo extraño, – dijo asustada Rebeca. Harry se volvió a levantar, alerta de los sonidos que lo rodeaban y buscando al hada con sus ojos. Notó una leve luz dorada que se le arrimaba y tomó su varita por precaución. Viendo como la luz se transformaba en Rebeca a medida que se le acercaba al poco campo visual que tenia. – Hay algo allá, – repitió señalando hacia el interior de la neblina.

– ¿Puedes mostrarme?

El hada avanzó despacio esperando que Harry se detuviera y pudiese analizar mejor donde estaban.

– Aquí… – suspiró la pequeña criatura.

Harry se agachó para ver lo que le indicaba Rebeca. El pasto tenia manchas rojas carmín, huellas de alguien que caminaba mientras perdía sangre.

Recordó que no estaba allí de visita, estaba trabajando, así que se puso manos a la obra. Movió su varita y una especie de luz fosforescente se elevó en espirales hasta formar símbolos frente a Harry.

– Sangre. De una mujer… Probablemente joven. No tiene más de unas horas aquí. No hay coagulación… producida por… – carraspeó y fruncio el entrecejo. – ¿Un cuchillo de plata? No, es algo no material…

Buscó en su mochila un pergamino y con otro movimiento de su varita, los símbolos de luz se transfirieron a la hoja.

– Debería haber un cuerpo cerca, – se continuaba hablando, – aun que no parezca suficiente la sangre… ¿Sabes si hay algún cuerpo por aquí, Rebeca?

Negó con su cabecita y Harry suspiró resignado.

– ¿No estamos lejos de lo de Jennifer, no? – preguntó no muy convencido de lo que iba a hacer.

La pequeña criatura sonrió de oreja a oreja y se le iluminaron los ojos ante la perspectiva de volver a ver los jardines. Afirmo con la cabeza.

– ¿Te gustaría ir? – Harry desconfiaba aun de esa mujer y más aun después de todo lo que había descubierto de ella.

Rebeca contesto emocionada volando energéticamente.

Comenzaron a dirigirse a la casa de Jennifer Weaver. Rebeca al frente guiando los pasos de Harry. No tardaron mucho en llegar. Allí la neblina se abría un poco, permitiendo ver la casa y su derredor con bastante claridad. Eso lo tranquilizó un poco, pues toda sospecha que tenia sobre su verdadera localización se desvaneció en cuanto vio el hermoso jardín. Miro con más admiración al hada por su sentido de la orientación.

Se aseguro que no había nadie cerca. Y camino hasta la puerta de la casa. Rebeca no dudo un instante y se interno en el medio de las plantas con una tenacidad que Harry hacia mucho que no veía.

Harry golpeó la puerta sin recibir respuesta. Caminó alrededor intentado ver si había alguien allí.

Cuando llegó atrás se encontró con una extraña escena. Había sangre por todos lados. Procedió a analizar lo que sus ojos horrorizados registraban como una especie de masacre. La sangre pertenecía a tres personas diferentes, dos mujeres y un hombre mayor. Los símbolos le decían que tampoco habían sido producidas por algo material, pero la señal se confundía y Harry estaba dudoso. Tal vez había habido una pelea mas física antes de la verdadera causa del desangramiento los terminara de matar. ¿Pero donde estaban los cuerpos? Porque esta vez estaba seguro que la sangre era suficiente para matar a cualquiera.

Harry se frotó la frente medio espantado por lo que estaba descubriendo. ¿Dónde se había metido Jennifer?

Había una escoba partida en dos, una Cometa, pero no podía decir cómo se había roto.

Mas preocupado, decidió que entraría a la casa por la fuerza. Allí se llevó otra sorpresa, la casa estaba vacía. Bueno, no exactamente. Había varias cajas y algunos libros desparramados por el piso. Los muebles que habían hecho a la casita acogedora, ya no estaban allí.

Todo señalaba que Jennifer se estaba mudando. Se agachó para recoger uno de los libros. Estaba en su titulo original, y no oculto como Jennifer acostumbraba a guardarlos: "100 formas de combatir el olvido." Abrió el libro donde estaba el señalado y leyó lo que Jennifer había marcado con lápiz.

Chris Okif, escribió sus experiencias antes de tomar la terrible decisión de quitarse la vida. Relata que con solo doce años, volvía a su casa luego de haber ido al colegio y se cruzo con su mejor amigo quien no le devolvió el saludo y lo miro extrañado de verlo. Su sorpresa se hizo mayor al llegar a su casa y ver que sus padres no admitían quien era. Al principio acuso a sus padres de jugarle una mala broma, luego de abandono, pero al recurrir a sus conocidos por ayuda, nadie lo quería reconocer. Se había convertido en un extraño para todos. Lo acusaron de loco por la ignorante sociedad muggle, y lo internaron en un hospital psiquiátrico.

Su vida había cambiado de un día para el otro, siendo él, el único conciente de la verdadera realidad. Si Chris Okif hubiese sabido que era victima de un encantamiento típico de las artes oscuras en el siglo XIX no hubiese sido tan trágica la historia del pobre muchacho. Hoy en día ya no se conocen casos como este. Los avances aritmancicos en el campo de la memoria superan al conocimiento de las artes tenebrosas, siendo fácilmente remediables.

En una letra apurada se leía un ¡Patrañas!

Dejo el libro dentro de una de las cajas y tomo otro de tapas de cuero gastado, parecía un diario. Lo abrió para confirmar lo que era, pero no era el diario de Jennifer, pertenecía a una niña muggle que había vivido el siglo anterior en el asentamiento muggle cercano a La Florinda. Pasó las hojas amarillentas y gastadas por el tiempo hasta que notó otro tipo de letra. Seguramente de Jennifer.

Carolina no pudo encontrar una salida. Otra victima de las fanales y su obsesión por imponer sus costumbres perversas en sociedades muggles.

Dejó el cuaderno y se dirigió al cuarto de Jennifer, solo había unan pequeña montaña de cosas en el medio. Estaba las foto que le había llamado la atención antes donde Jennifer aparecía como una adolescente intentando abrazar a alguien. Algo de ropa y más papeles. Recogió un sobre con varias cartas, todas anónimas y sin destinatario. Parecían ser el registro de una relación romántica. Leyó un poco, acalorado por entrometerse en un mundo ajeno que no tenía nada que ver con su investigación.

Luego fue al ático. Allí se llevó la sorpresa más grande de todas. El suelo era un enorme charco escarlata que se mezclaba con largos cabellos rojos.

– ¿Qué te han hecho Jennifer¿Dónde estas? – susurró con los ojos bien abiertos.

Los análisis no mentían, la sangre era reciente, de una mujer joven, y el cabello correspondía con la dueña de la sangre.

Harry estaba perdiendo el tiempo. Necesitaba moverse rápido antes de que fuese demasiado tarde. Auque no sabía para que.

Iba a bajar las escaleras pero de reojo noto un parpadeo azul desde la ventanita del ático. Todo seguía cubierto en neblina pero hacia el este titilaba una luz azul.

Salio al jardín con una idea fija en la mente. Busco en su mochila la Saeta de Fuego y se monto en ella. Comenzó a elevarse, leyendo en su brújula la altura que llevaba. Sabía que la neblina tenía que llega hasta algún lugar y él iba a descubrirlo. Finalmente atisbo un rayo de sol que precipitadamente lo encandilo con su intensidad. Había dejado debajo de él la espesa blancura que cubría todo. En su reloj podía ver que estaba en la estratosfera. Lo advertía en sus oídos tapados y en la falta de oxigeno.

En la misma dirección que había percibido el leve destello de luz azul, vio cómo una columna espesa de luz se abría entre la neblina.

Se aseguro que Rebeca estuviese con él. Le dijo que no se separara pero vio que temblaba. La tomo en sus manos cariñosamente.

– No te preocupes, si estas conmigo no te va a pasar nada. Te lo prometo.

– Ya lo se eso, – contestó sonriendo tenuemente, – solo estoy pensando en Jennifer.

Harry empalideció y apresuró su marcha volando por encima de la neblina hacia la luz. Coincidía que allí estaba el altar donde se había llevado a cabo la ceremonia. No hace tanto tiempo atrás, aunque Harry tuviese la rara sensación que habían pasado décadas después de aquello.

Aterrizó con un respingo. No había nadie en aquel lugar sombrío.

Miles de teorías se revelaban en su mente como un torbellino de idea sin poder decir cual era la más acertada. Jennifer vivía rodeada de libros que Harry no terminaba de entender. No eran libros comunes, y Jennifer parecía tener cierta atracción hacia ellos. No se atrevía a llamarlo una obsesión porque concia a Hermione y sabia de que se trataban esas obsesiones. Mas bien, parecía una profunda investigación, como Jennifer le había dicho en un principio.

Y la sangre… no se podía quitar la imagen del ático. Tanta sangre seguro que había acabado con la vida de Jennifer. Probablemente la habían sacrificado. Pero la sangre no estaría en su casa, estaría en el mismísimo altar. Obviamente Jennifer había tenido una especie de enfrentamiento y salio perdiendo. Inconcientemente, Harry cerró sus puños con fuerza sintiendo una quemazón de culpabilidad en el fondo de su estómago. No había terminado de perdonarla y ahora se preguntaba si no se había precipitado a sacar conclusiones. Tenia que encontrar a Jennifer, tenía que encontrar a alguien ya mismo.

Sintió una fuerte puntada en la frente, reflejo que le había quedado en su cicatriz cuando se acercaba al inminente peligro. Pero no había nadie allí y comenzó a dudar de su decisión de ir hacia el lugar de la ceremonia.

Apoyó su varita en el altar. La yema de sus dedos ardía con la magia antigua que empapaba esa montaña. Habían despertado algo que Harry no lograba descifrar.

– Hay vida en el interior de la montaña, – se dijo a si mismo no sabiendo que podía significar eso.

– Aquí hay unas escaleras, – le avisó el hada que miraba detrás de unas altas rocas.

Harry se acercó y descubrió que las escaleras lo llevaban a una húmeda y oscura caverna que se adentraba en la montaña.

Rebeca apenas iluminaba, se notaba que su nerviosismo la apagaba, así que decidió encender más luz con su varita.

– Quédate cerca mío, – le dijo Harry seriamente y el hada solo movió la cabeza en un tímido sí.

Al principio el pasillo por el que iban era finito y sus codos rozaban con la pared, pero a medida que iban caminando, la cueva se fue haciendo cada vez más y más amplia. Hasta llegar a una enorme estatua de varias criaturas apocalípticas. A los pies pudo ver el cuerpo pálido de alguien y Harry se atragantó al ver que se trataba de Jennifer. Corrió para buscar signos de vida.

– Por favor, no estés muerta, – comenzó a susurrar una y otra vez buscándole el pulso en el cuello, en las muñecas. Ahí notó que estaba herida, tenía unas grotescas cicatrices a lo largo de todo el brazo derecho. Tomó el izquierdo donde un profundo surco le atravesaba el brazo y una serpentina de sangre le caía lentamente, esa era una herida nueva. Intentó cerrarle la herida, pero se le abría aun más. Dejó el brazo cuidadosamente en el suelo.

La abrazó sin saber qué hacía y estudió su forma. Tenia todo el cabello desprolijamente cortado, en algunos lugares era visible su cuero cabelludo, el resto le caía en su apagado rostro que no parecía tener vida alguna. Harry se asustó, tenía que despertarla, así podría transferirle un poco de su sangre para que recuperara algo de fuerzas y no empeorara su situación.

– ¡Por favor, Jennifer!

Miró a su alrededor frotándose la frente. Se sintió culpable. Si no se hubiese ido tan apurado podría haberla ayudado, podría haberle dado una mano para escaparse de ese maldito lugar ¿Qué había hecho? Jennifer nunca quiso estar allí, y la acusó de asesina como si supiera exactamente que ocurría. ¡Todavía no podía entender que estaba pasando! De lo único que estaba seguro era que estaba en el paraíso de las artes oscuras. Una especie de zona liberada para llevar a cabo cualquier cosa prohibida. Y Jennifer estaba esclavizada por alguna razón que no lograba entender ¿Qué le habían hecho para que Jennifer terminara así, lejos de Inglaterra y olvidada por todos, incluyendo los registros del gobierno?

Sin haberlo notado Harry se hamacaba con el cuerpo de la pelirroja en sus brazos, sumido en nuevas preguntas y posibilidades que antes no había considerado. Le dio un beso en la frente, esperando que respondiera abriendo sus ojos marrones, le dio otro en una mejilla.

– ¡Por favor, Jennifer, por favor! ­­– le dio otro corto beso, esta vez en los labios, – ¡Por favor Ginny, despierta!

– ¿Qué dijiste? – escuchó la voz forzada y débil de la muchacha en sus brazos, quien no cesaba de pestañear. – Dijiste mi… – cerró los ojos y su cabeza se desplomó perdiendo toda señal de vida.

Harry la soltó por un segundo como si hubiese estado tocando fuego. Se puso de pie instantáneamente para volver a caer de cuclillas cuando, como un terrible hachazo en su cabeza, sintió que miles de recuerdos surgían en su mente provocando que el dolor se intensificara cada vez mas. Mareado y sudoroso, cargado con recuerdos que no sabia que había perdido, miró incrédulo la delicada presencia de Ginny Weasley.

– ¿Ginny? – Susurró con un miedo que jamás había sentido antes. – ¿Ginny? – Repitió aterrado con la idea que habían pasado tantos años sin siquiera saber ni enterarse qué había sucedido. Pero no recibía respuestas. – ¡GINNY! – Gritó desesperado provocando que su voz retumbara dentro de la caverna como un espantoso eco en agonía.

Comenzó a caminar de un lado al otro con una mano en la frente, haciendo un terrible esfuerzo para tranquilizarse y evitar que las lágrimas que brotaban en sus ojos no nublaran sus pensamientos.

Rebeca volaba sobre el cuerpo, intentando despertarla sin lograrlo y asustada de lo que le ocurría a Harry quien no paraba de balbucear.

– Tus hermanos… tus hermanos... – decía con la respiración entrecortada. – No puedes irte así nomás, Ginny, tu madre esta muy enferma y te necesita, necesita verte ¡Ginny! – Harry se arrodilló frente a Ginny ya sin palabras que decir y apoyó su cabeza en el frío vientre de ella, hipando miserablemente. – ¿Cómo te ocurrió esto¿Quién fue, Ginny?

Estampó su puño contra la piedra dura que formaba el suelo. Harry ya no sabia que hacer.

– ¡Yo te necesito, Ginny! – susurró mientras tomaba una de sus manos bañadas en sangre y le daba un beso en la palma.

– La mataste del todo, idiota. – Escuchó que alguien le decía a sus espaldas. Por reflejo se dio vuelta sobresaltado, apuntando su varita.

– ¡Expeliarmus! – la varita de Harry salió volando de su mano.

Inmediatamente y sin saber qué estaba haciendo, Harry se abalanzó detrás del hombre gritando la ira contenida y lo tomó por el cuello, mientras con la otra recuperaba su varita y le sacaba la de él.

– ¿Quién eres? – preguntó Harry que le costaba ver con sus ojos llorosos.

– Andre Boyd, mucho gusto… – quiso reír pero Harry ejerció mas presión sobre el cuello.

– ¿Qué le hicieron a Ginny? – preguntó mascullando.

– No le hicimos nada, ella solita se lo hizo… forcejeó un poco para safarse de Harry pero este decidió que seria mas fácil petrificar su cuerpo.

Lo estampó contra el suelo y con unas sogas invisibles que invoco lo ató firmemente. Apoyando un pie sobre su cuello como extra precaución.

– ¿Qué le hicieron? – repitió enfurecido. Esta vez pudo verle bien la cara que la reconoció como la del identikit.

– Se desangró hasta estar lo suficientemente débil para no ser responsable de los sacrificios que realizamos en el altar, justo encima de nosotros. – A Harry no le gustaba nada la actitud del hombre. Estaba confesando todo sin presentar ninguna clase de resistencia.

– ¡En su casa hubo una pelea!

El hombre levantó las cejas.

– Bueno, sí, digamos que se resistió un poco para realizar el último sacrificio…

– ¿Qué sucedió aquí? – preguntó encrespado por la falta de reacción que obtenía del hombre.

Andre tardo en responder, moviendo sus ojos de un lugar al otro buscando algo.

– Sospechábamos que usted le había hecho una visita. Justo usted que podía descubrir todo… sin embargo Jennifer, o Ginny, – agrego el nombre articulando lentamente, – lo ocultó bien y cuando se fue, nos enteramos de sus andanzas por la propia prensa de su país. Nuestras sospechas habían estado acertadas… La amenazamos, le dije que la tendría que matar. Peor Dolohov hizo muy bien la tarea.

– ¿Qué quieres decir con Dolohov? – cerró sus puños sintiendo sus unas clavarse en la palma de su mano. Nuevos recuerdos resurgían en su mente aumentando la furia que sentía.

– Dolohov se llevó a tu noviecita de la casa de sus padres ¿no lo sabias? Derramó la sangre de Ginny Weasley en toda su casa para realizar la magia que ató su vida con la de cada persona que alguna vez durmió allí. – El hombre hizo una mueca. – En el caso que ella se quitara la vida morirían todos sus seres queridos. Luego la trajo aquí donde procedieron a hacer más magia para esconderse y que el ministerio de magia se olvidara de perseguirnos. ¡Muy inteligente de parte de Dolohov! Solo a un genio podría haberlo hecho tan bien.

Harry estaba a punto de explotar. Tanta rabia contenida, tanta información indeseable…

– ¡Dolohov¿Dónde esta?

– Dolohov era el gobernador, idiota… – Harry pateó al mortifago. Oteo el cuerpo inmóvil de Ginny. Se le hizo un nudo en la garganta y sintió deseos se matar al tipo que estaba tirado en el suelo. Comenzó a sentir unas lágrimas que suprimió con un terrible esfuerzo.

– Pero ella… – no podía decirlo –, y yo estoy vivo.

– Claro, se rompió el hechizo.

– ¿Cómo?

– El encantamiento decía que el olvido solo se destruye recordando, y usted recordó su nombre.

Harry se calló, sudaba frío ante las confesiones del hombre.

– ¿Por qué me cuenta esto?

– Porque la maldita neblina mató a todos, a las fanales primero y luego se produjo un alboroto total, todos empezaron a pelearse entre si. Y después… después desaparecieron todos, la mayoría desapareció, como si la neblina se los hubiera tragado, no hay fanales, no quedo ninguna y sin ellas no se pueden realizar los sacrificios, el país de repente quedo expuesto a las amenazas externas, lo vi en el mapa, de repente estamos ahí, ya no estamos escondidos, no es seguro quedarse aquí.

– ¿Y qué hay de usted?

– Azkaban es lo mas seguro para mi en este momento, solo un loco se expondría frente a la justicia de los magos sudamericanos. Sus prisiones hacen quedar a Azkaban como un lugar divertido.

– ¿Dolohov, dónde está él ahora?

– Creo que se mató… – quiso reírse pero la mirada de Harry lo silenció. – Intentó escaparse en escoba, pero no es un volador experto y cayó desde bien alto. Su cuerpo seguro que quedo afuera. – se rió para sí mismo enfureciendo mas a Harry quien con un movimiento de su varita selló sus labios para que no pudiera continuar hablando.

Volvió junto a la presencia espectral de Ginny quien no respondía a ningún intento de resucitación. Lloraba silenciosamente aunque quería gritar en agonía. Su corazón no podía soportar lo que estaban registrando sus ojos. Tomó una de sus manos y entrelazó sus dedos con los de ella intentando sentir una vez más las miles de sensaciones que le daba sostener la mano de esa chica. Pero lo único que logró sentir era un profundo agujero negro, un vacío lleno de dolor.

Con su otra mano, trazaba pequeños ochos en su frente, como lo hacia cuando se tiraban a tomar sol junto al lago de Hogwarts y no podía dejar de contar las pecas en su nariz, trece o catorce si consideraba esa peca como si fueran dos. La miraba desesperado, con hambre de escucharla reírse una vez mas, creyendo que en cualquier momento despertaría. No podía estar muerta, no podía estar sucediendo esto otra vez. La guerra había acabado hacia mucho tiempo, se suponía que tenía que haber formado una familia, con muchos niños, pelirrojos como ella, como su dulce y graciosa Ginny.

– Despierta ya, Ginny, – suplicaba con voz temblorosa. – Por favor, sabes que te necesito… – su respiración se le hacia cada vez mas difícil y ya no le importaba llorar libremente porque la realidad se iba haciendo mas verdadera en su mente.

– ¡TE AMO, CARAJO¡DESPIERTA YA! – Replicó enojado entregándose al desconsuelo… su llanto ya hacia eco en las paredes de la caverna. Pero no le importaba que escucharan su dolor, ya no le importaba nada. Pues que vengan a matarlo, así se sentía, no tenia sentido seguir viviendo. ¿Para que?

Entre que corrían sus lagrimas, pudo ver el destello de Rebeca que volaba produciendo un extraño zumbido. Pero no le importaba nada. El hada se apoyó en el pecho de Ginny emitiendo una intensa luz dorada. Harry levantó la vista para ver qué sucedía y vio a Rebeca disolverse en el aire en cámara lenta.

– Mi deuda queda saldada, Harry Potter. – le explicó ella con una calida sonrisa antes de desvanecerse por completo.

Sin entender que sucedía., Harry posó su mano donde había estado el hada. Estaba ardiendo. El calor empezó a difundirse hacia el cuello, sus mejillas, su vientre, hasta sus pies.

Todo su ser emitía un caluroso resplandor y a Harry le pareció ver que el pecho de Ginny comenzaba a moverse. Le dio un leve apretón a la mano que sostenía y con su otra mano se seco las mejillas.

La neblina de afuera se hizo camino rápidamente hacia donde estaban. Ginny abrió los ojos, la boca y la neblina empezó a poseerla entrando con una fuerza que empujó a Harry hacia atrás. Obligándolo a soltarle la mano a la que se aferraba con determinación.

El otro hombre contemplaba con asombro.

Cuando pareció que Ginny había ingerido toda la neblina, cerró sus ojos y se puso de rodillas con mucho esfuerzo. Sus manos en el suelo y Harry mirándola asustado a poca distancia. La pelirroja se sacudió con convulsiones que provocaron que vomitara un polvo negro que sublimó en forma de ave humeante, volando hacia fuera.

Ella cayó en el suelo y Harry se acercó temeroso de lo que había visto. La tomó en sus brazos con un delicado cuidado y le puso el dedo índice en el cuello buscándole el pulso y allí, como un lejano tambor, sintió la sangre volver a correr por las venas de Ginny Weasley.

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Nota de Autora

Confieso que escribí esta historia con el objetivo de llegar a este capítulo. No estoy del todo conforme cómo me quedó, pero los dejo que ustedes juzguen y me digan qué opinan de Jennifer (alias Ginny¿o al revés?). Espero que ya se les aclaren varias dudas. Espero terminar de responder todo en el capitulo que queda. (carita triste)

¡AHORA DEJEN CRITICAS! (¡por favor!)

SALUDOS

Victoria